martes, 11 de julio de 2023
lunes, 10 de julio de 2023
Argentina: Centenario de la Independencia el 9 de Julio de 1916
Festejos por el Centenario del 9 de Julio de 1916
La Plaza del Congreso, el Palacio Legislativo y la confitería del Molino en Buenos Aires, iluminados en la noche del centenario de la Independencia Argentina, 9 de julio de 1916.
El presidente de la Nación Victorino de la Plaza junto a sus ministros Carlos Saavedra Lamas, José L. Murature, etc, y Arturo Gramajo, intendente porteño, se dirigen desde la Casa Rosada hacia la Catedral Metropolitana para oficiar el Te Deum por el día de la Independencia, 1916.
En representación del gobierno nacional, el ministro de Instrucción Pública Carlos Saavedra Lamas visitó Tucumán y en la fotografía se lo puede ver junto al gobernador Ernesto Padilla y demás comitiva presenciando el desfile de las tropas desde la Casa de Gobierno Provincial.
“Honor y Gloria a los congresales de 1816” dice una pancarta durante una manifestación patriótica encabezada por el ex diputado nacional Alfredo Palacios y el Partido Socialista Argentino.
Desfile militar sobre la Avenida de Mayo que contó con el ejército y la marina argentina marchando ante el palco oficial en el que estaba presente el presidente Victorino de la Plaza, también hubo un concierto dado por la banda del Regimiento 6 de Infantería.
domingo, 9 de julio de 2023
Patagonia y Malvinas Argentinas: La dinámica económica temprana
Mamíferos marinos del Atlántico Sur y Malvinas: “artefactos de Estado” detrás de la dinámica de ocupación de las Islas
La investigadora del CONICET Susana García estudia cómo la caza comercial de ballenas y otros animales motorizó la economía global del siglo XIX y parte del XX en la zona.La expansión de la actividad ballenera a fines del siglo XVIII, desde los puertos del Atlántico norte hacia los mares del sur, dio lugar a la exploración y a la instalación humana en nuevos espacios geográficos vinculados al aprovechamiento comercial de recursos de origen animal marino. En ese contexto, las costas patagónicas, las islas Malvinas, la isla de los Estados y otras islas del Atlántico empezaron a ser usadas como zonas de aprovisionamiento de agua y de resguardo para los barcos dedicados a la caza de ballenas, lobos y elefantes marinos, así como de otros animales.
La grasa se transformaba en aceite; sus pieles y otras partes anatómicas derivaban en otros objetos comerciales. “Esta industria movió una gran parte de la economía global del siglo XIX y pesó en la política internacional, impulsando la expansión territorial de varios países y la identificación de nuevos espacios de explotación mercantil”, señala Susana García, investigadora CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata y la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
García acaba de editar el libro En el mar austral: la historia natural y la explotación de la fauna marina en el Atlántico Sur (Ed. Prohistoria), en el que analiza el tema, del que también participaron los historiadores de la ciencia del CONICET Irina Podgorny y de la UNLP Alejandro Martínez, el paleontólogo del CONICET Marcelo Reggero, la historiadora alemana Cornelia Lüdecke, la becaria posdoctoral del CONICET del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas Sofía Haller, e incluye un epílogo del historiador del CONICET Federico Lorenz.
“Este libro estudia varios emprendimientos comerciales y exploratorios de las costas e islas más australes del Atlántico Sur americano entre fines del siglo XVIII e inicios del siglo XX”, indica García. “Presenta algunas ideas para pensar la historia natural de América del Sur desde el espacio marítimo y la explotación de sus recursos. Porque la ocupación de esos lugares inhóspitos no puede desligarse de la historia del usufructo a gran escala de su fauna, el marco necesario para entender el establecimiento de colonias y concesiones en esas latitudes hasta entonces ignoradas por los poderes coloniales y los inversores privados”.
Este libro tiene relación con los estudios que García lleva adelante junto a Irina Podgorny desde hace varios años en los que está investigando cómo los mamíferos marinos se constituyeron en “artefactos de Estado”, en tanto objetos de leyes, concesiones, licencias o medidas proteccionistas reguladas por distintos gobiernos, así como en bienes que movilizaron importantes recursos de inversores privados y a numerosos marinos de diversas nacionalidades.
“Me interesa conectar la historia de la producción y circulación de conocimiento, las colecciones, el comercio de objetos de historia natural y la explotación de recursos de origen animal durante el siglo XIX y primera parte del siglo XX”, señala García, quien se dedica a la historia de la ciencia y, en particular, al estudio de las prácticas científicas en torno a la fauna sudamericana y el ambiente marino.
En sus estudios, la investigadora del CONICET, presta atención a los intercambios y los espacios de interacción entre los sectores científicos y diferentes actores no académicos, como pescadores, cazadores, balleneros, loberos, pilotos y otras figuras que reunieron datos y objetos que aportan valiosa información. Y agrega: “La escala global del universo ballenero configuró una geografía mundial muy diferente a la del presente. Cabo Verde, las Azores, las costas africanas y Cantón, entre otros lugares, formaron parte de ese entramado que integraba a las islas Malvinas y las costas patagónicas en las rutas de explotación de la fauna marina. Los balleneros y loberos con sus mapas, observaciones y colecciones colaboraron con el conocimiento geográfico y la historia natural”.
Para acceder a esa información y analizarla, García recurrió al estudio de múltiples documentos contenidos en archivos nacionales y extranjeros, en registros portuarios, diarios comerciales de la época, archivos de empresarios balleneros y otras fuentes.
Grasa y aceite de origen animal: un recurso clave para la industria del siglo XIX
Barcos franceses, ingleses, norteamericanos y otros que zarpaban de los puertos de Buenos Aires y de Montevideo cazaron diferentes animales marinos con fines industriales y comerciales en las aguas del Atlántico Sur. A los que se sumaban los emprendimientos costeros en Brasil y otros puntos de la costa sudamericana.
La industrialización y urbanización de fines del siglo XVIII fueron de la mano de la creciente explotación comercial de los productos obtenidos de cetáceos y pinnípedos (lobos marinos, elefantes marinos y focas). “El aceite producido con la fundición de la grasa de estos animales constituyó el combustible principal para la iluminación y también fue esencial para la lubricación de maquinarias y relojes, antes de la explotación y difusión de los derivados del petróleo. Servía, asimismo, para el curtido de cueros, la preparación de fibras textiles, la elaboración de pinturas y de jabón, entre otros usos”, explica García, licenciada en Antropología y doctora de Ciencias Naturales.
Respecto de las campañas balleneras, los productos más redituables y buscados en la primera parte del siglo XIX eran los obtenidos del cachalote: su aceite y el llamado espermaceti o “blanco de ballena”, una sustancia cerosa presente en su cráneo que “se empleaba para aceitar máquinas y engranajes de precisión y para la fabricación de velas finas, cremas, maquillaje y productos medicinales”, ejemplifica la investigadora del CONICET.
Otro artículo comercial importante fueron las barbas de la mandíbula superior de las ballenas francas (familia Balenidae) y de otras especies. Estas láminas córneas y elásticas se empleaban en la fabricación de bastones, paraguas, sombreros, cunas, corsés y otras estructuras de las prendas femeninas hasta su progresivo reemplazo por el celuloide y los materiales sintéticos surgidos en la primera parte del siglo XX y los cambios en las modas.
“Paralelamente los barcos balleneros y loberos completaron sus cargamentos con las pieles de lobos marinos de la Patagonia, Maldonado, las islas Malvinas y otras islas australes. También se exportaron desde los puertos de Buenos Aires y Montevideo. En China hubo una gran demanda de las pieles finas de los llamados ‘lobos marinos de dos pelos’, que cotizaban por debajo de las más apreciadas de nutria marina y castor”, subraya García.
Los pingüinos fueron otros de los animales con grasa que se transformaron en un objeto comercial ligado al gran mercado y consumo de aceites del siglo XIX. “El aceite obtenido de la grasa de estas aves se utilizaba especialmente en la manufactura de cueros. Su explotación se inicia hacia 1820, en algunos casos de forma paralela al de los lobos marinos. Se registra la fabricación de este aceite en pequeñas islas del litoral patagónico y de las Malvinas entre las décadas de 1850 y 1880, período de auge de este producto”, cuenta la investigadora del CONICET.
Hacia mediados del siglo XIX una serie de eventos comenzaron a desencadenar el declive de los largos viajes balleneros en busca de los mamíferos marinos con grasa. “Los productos de estas campañas fueron perdiendo rentabilidad frente a la competencia de los aceites vegetales, como el de colca, y posteriormente los derivados del petróleo que reemplazarían el uso de la grasa y el aceite animal”, indica García. Y continúa: “La explotación de las distintas especies fluctuó en función de los precios, la situación internacional, las malas temporadas y la disminución de las poblaciones animales”.
Por otra parte, durante los conflictos bélicos, los barcos balleneros y loberos dejaron de operar, ya sea porque eran apresados por navíos enemigos o porque participaban de la guerra o de la actividad corsaria que podía llegar a ser más redituable. Sin embargo, un nuevo capítulo en la historia ballenera comenzaría en los inicios el siglo XX y hasta la década de 1960, con las nuevas tecnologías de captura y procesamiento de grandes ballenas en aguas antárticas y el desarrollo de los procesos de hidrogenación, que permitió que la grasa de estos animales adquiriese nueva importancia en las industrias química, farmacéutica, cosmetológica y alimenticia, como por ejemplo en la producción de margarina y glicerina, y también de abono para los cultivos.
“En los inicios del siglo XX, las tecnologías de caza y procesamiento industrial de las ballenas desarrolladas por los noruegos permitieron capturar miles de grandes cetáceos, incluidas la ballena azul, en cada temporada, y procesarlas en grandes factorías flotantes o instaladas en tierra, como por ejemplo en las Georgias del Sur, donde la primera ocupación de la isla se dio con la instalación de la estación ballenera de la Compañía Argentina de Pesca a fines de 1904”, señala García, quien manifiesta que no se conoce que se haya extinguido ninguna especie marina explotada en esta región, pero por su intensidad y extensión en el tiempo sí provocaron cambios en la distribución de la fauna y su desaparición en varios sitios.
El espacio marítimo desde la perspectiva de una historiografía argentina
La línea de investigación de los últimos años de García busca incorporar el espacio marítimo a la reflexión historiográfica argentina, especialmente en relación a la historia de la ciencia.
“Hasta no hace mucho la historia marítima parecía ser solo un campo de los sectores navales, predominando la historia de campañas militares y de la Armada argentina. Me interesa aportar nuevas miradas e información histórica sobre las diversas actividades y agentes que trabajaron y explotaron los recursos naturales y cómo se fueron modelando los saberes sobre esos recursos, las aguas y las tierras del Atlántico Sur, pero sin circunscribir este espacio a límites geográficos o políticos, sino más bien integrado a las rutas de navegación y del comercio global”, puntualiza.
Los proyectos de investigación que desarrolla García con Podgorny combinan la historia global, la historia de las ciencias naturales, la historia de la navegación y el comercio atlántico, buscando mostrar la importancia económica del mar y de las islas Malvinas en un período clave de su historia y cuestionando al mismo tiempo el lugar periférico que el Atlántico Sur tiene en los escenarios del siglo XIX.
Además, las investigadoras proponen repensar la importancia histórica de los recursos naturales del Atlántico Sur para entender su lugar central en la industria de pieles y aceite de origen animal del siglo XIX y parte del siglo XX; la dinámica de ocupación de las islas de esta región en función de esas actividades económicas; su impacto en las poblaciones animales del Atlántico Sur (extinción, merma e incluso introducción de nuevas especies) y las relaciones y los conflictos surgidos en relación a la fauna y las reglamentaciones sobre su dominio.
“Con el estudio de varios casos procuramos llenar el vacío historiográfico en el que han quedado el Atlántico Sur, las islas y la fauna que lo habita”, resume García.
sábado, 8 de julio de 2023
viernes, 7 de julio de 2023
Cuba: Castro inicia su criminal camino hacia el marxismo-leninismo
“Soy marxista”: el día que Fidel Castro traicionó su promesa de democracia y el divorcio por carta del Che Guevara
El 8 de enero de 1959, hace 64 años, el líder revolucionario cubano entró triunfante en La Habana. La vergonzosa huida de Fulgencio Batista y la extorsión de Trujillo. La amenaza del Che a los Estados Unidos. El desengaño de la hermana de Fidel. Y el alineamiento con la Unión Soviética que decepcionó al mundo
Por Juan Bautista Tata Yofre || Infobae
El 8 de enero de 1959, a sesenta y cuatro años de la entrada triunfal de Fidel Castro en La Habana para instaurar secretamente una dictadura comunista que perdura hasta hoy
El dictador cubana Fulgencio Batista no podía permanecer más en el poder porque todo su entorno estaba viciado. Tenía un ejército casi intacto de 40.000 efectivos pero los altos mandos no querían combatir contra unos pocos cientos de guerrilleros. Fidel Castro tenía la iniciativa militar y cada semana recibía más apoyo económico o “tributos” de los empresarios industriales, hombres de negocios y terratenientes (como harían años más tarde el PRT-ERP y Montoneros en la Argentina). Era el suicidio colectivo de una clase dirigente. Stanley Ross en su trabajo “Nos equivocamos con Cuba”, American Weekly del 12 de junio de 1960, sostiene: “El arma secreta de Fidel Castro fue el dinero: increíbles millones de dólares con los que compró ‘victorias’. Compró regimientos enteros de oficiales de Batista y en una ocasión hasta adquirió por 650.000 dólares en efectivo todo un tren armado, con tanques, cañones, municiones, jeeps y 500 hombres”.
Miércoles, 31 de diciembre de 1958: los instantes previos a la partida del dictador Fulgencio Batista, sus familiares, y sus más íntimos, no fueron como se contó más tarde en las películas de Hollywood. La recepción de Año Nuevo no se llevó a cabo en un hotel-casino de lujo. Como todos los años, Batista solía citar, mediante tarjeta RSVP, a numerosos invitados a esperar la llegada del Año Nuevo en los salones del Cuartel de Columbia (hoy Ciudad Escolar Libertad) defendido por un amplio murallón con torretas para soldados cada 20 metros. Esta vez la lista de invitados no pasaba de setenta, es lo que contó el embajador estadounidense Earl E. T. Smith con precisos detalles. La atmósfera era tensa y se podía observar que tanto el secretario privado del dueño de casa (Andrés Domingo) y el Ministro de Estado, Gonzalo Güell, caminaban entre las mesas aferrados a grandes sobres de papel manila. Pocos sabían que adentro estaban los pasaportes. Batista se paseó entre los presentes y saludaba a cada uno de los invitados con una palabra agradable. Gran parte de la recepción se la pasó en el hall de entrada, con sus íntimos, y en un cuarto adyacente donde recibía informes de la situación que le entregaban los jefes militares. A eso de la una de la mañana la señora Marta Fernández Miranda de Batista abandonó el salón anunciando que se iba a cambiar de vestido porque sentía frío. Minutos más tarde los invitados comenzaron a abandonar la fiesta y se despedían del dueño de casa con “hasta mañana Presidente”, sin sospechar la mayoría que no lo verían más. Cerca de las dos de la madrugada Fulgencio Batista renunció y se designó un gobierno provisional presidido por Carlos Piedra, un veterano juez de la Corte de Justicia.
Seguidamente, Batista, su esposa, su hijo Jorge y altos integrantes de su régimen se dirigieron al aeropuerto militar de Columbia, en cuya pista esperaban tres aviones DC-4 del Ejército de Cuba, conducidos por pilotos de Cubana de Aviación. Los pilotos no sabían a quiénes esperaban, ni su misión, hasta que vieron llegar la caravana de unos 30 automóviles con Batista a la cabeza. Los pilotos conocieron el plan de vuelo cuando estuvieron en el aire. Batista no pudo ir a Daytona Beach como quería, tampoco a España. Se tuvo que contentar con aterrizar en Ciudad Trujillo, República Dominicana. Todo fue poco planificado, era una huida. El embajador play boy dominicano Porfirio Rubirosa, yerno de Trujillo, le contó a Smith que su gobierno desconocía el destino de Batista. Fue como un “aquí estoy”.
A las 8 de la mañana Ranfis Trujillo, primogénito de El Benefactor, recibió a los fugados en la Base Militar San Isidro. La caravana de la derrota estaba compuesta por el ex presidente, sus familiares, su servicio doméstico, generales, almirantes, embajadores, agentes policiales. Fueron llevados a la embajada cubana donde Batista habló telefónicamente con Leónidas R. Trujillo. Los Batista y sus 25 valijas, más sus empleadas domésticas, estuvieron dos semanas en el Palacio Presidencial. Nada fue gratis: el ex Secretario de Prensa del dictador cubano, Enrique Porras, detalló que Batista le debía dinero a Trujillo por compras previas de armamentos, que debió abonar antes de salir de Ciudad Trujillo (República Dominicana): 600.000 dólares de armamentos; 800.000 dólares por pago pendiente al traficante de armas americano y 2.500.000 de dólares para dejarlo salir de Santo Domingo. Después de pagar dichas cantidades, Trujillo exigió un millón más, lo que retrasó en 24 horas su salida de la isla mientras conseguía la cantidad reclamada.
En los primeros instantes del 1° de enero de 1959, a unos kilómetros del Cuartel de Columbia, el clima del Nuevo Año era diferente. Otros aires se respiraban en la residencia y el jardín del presidente del Tribunal de Cuentas. Mujeres de largo, algunos hombres con smoking de saco piel de tiburón, otros de traje blanco… nada de guayaberas. Un muy moderno equipo de sonido vibraba a todo volumen obligando a varias parejas a formar un trencito que se mecía. Desde la calle se escuchaba la voz de un argentino que recitaba, acompañado por unos fabulosos instrumentos de viento y un coro:
“Lola con tu indiferencia a mí corazón lo vas a matar
Sabes muy bien que se está muriendo por ti.
Sin tu querer sé que dejará de latir
Lola, ay Lolita Lola, conmigo vas a acabar.”
jueves, 6 de julio de 2023
Argentina: Buscan penar a los que discutan la versión peronista de la guerra antisubversiva
La trampa del “negacionismo” como herramienta de persecución
En su último acto, Cristina Kirchner dijo que Argentina necesita una “ley de negacionismo” para castigar a quienes nieguen o minimicen los crímenes de lesa humanidad. Pero, ¿qué es ser negacionista?
Por Nicolás Marquez || Infobae
En el reciente acto electoralista encabezado por Cristina Kirchner y Sergio Massa en el predio de la Ex Esma, la condenada Vicepresidente en su discurso le exigió a su personal subalterno que se sancione una ley que castigue con cárcel al “negacionismo”, es decir a todo aquel que dude, cuestione, investigue o contradiga las versiones impuestas de parte de los partidarios del terrorismo y la guerrilla marxista, acerca de lo supuestamente sucedido en los año 70´en Argentina.
Acto seguido, con estricta obediencia e inmediatez, la Diputada Carolina Moisés (a quien le pagamos el sueldo no para que imponga censuras a parcialidades discrepantes sino para que trabaje en aras del bien común), emitió un Proyecto de Ley que castiga con prisión de hasta dos años a todo aquel que cuestione o ponga en duda la existencia de delitos de “Lesa Humanidad”, “Genocidio” y afines que según su arbitraria y subjetiva lectura, se produjeron durante nuestro pasado reciente, contrariando la Libertad de Expresión obrante en los artículos 14 y 32 de la Constitución Nacional, además de numerosos Tratados Internacionales previstos e incorporados en el artículo 75 inc. 22 de la misma (entre ellos el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos -artículos 19 y 20-, la Convención Americana sobre Derechos Humanos -artículo 13-, la Declaración Universal de Derechos Humanos -artículo 19- y la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre -artículo 4).
Vamos por partes.
El “genocidio” conforme lo establece el Tratado Internacional de Roma citado en el proyecto de ley en cuestión, es definido en su artículo sexto como: “cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”. Extremos que en los años 70´ no ocurrieron en absoluto, puesto que de lo que aquí se trató fue de repeler la agresión desatada y declarada de parte de organizaciones guerrilleras y terroristas que, apañadas por la Cuba castrista buscaron tomar el poder del Estado atentando contra el orden constituido, y la consiguiente reacción fue estatal contra los integrantes de estas mismas estructuras agresoras y no por las causas tipificadas en la definición precitada.
A su vez el delito de “Lesa Humanidad” (artículo séptimo de la normativa antedicha) consiste en lo siguiente: “se entenderá por ´crimen de lesa humanidad´ cualquiera de los actos siguientes cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque”. Algo que tampoco ocurrió, porque la respuesta de las FFAA. no se dieron contra “población civil” sino contra “población combatiente”, es decir contra elementos orgánicos de armazones guerrilleros e irregulares. Tal como lo determinó la mismísima justicia alfonsinista en 1985, hoy frívolamente reivindicada a raíz del polémico y sesgado filme protagonizado recientemente por el actor Ricardo Darín (largometraje titulado “Argentina 1985″).
En
síntesis. Como ya conocemos hasta el hartazgo, el relato kirchnerista
(no sin en el aval de mucho periodismo cómplice y políticos
bienpensantes que “juegan” en la “oposición”) nos dice que durante los años setenta la Argentina padeció un “terrorismo de Estado”
en el cual las Fuerzas Armadas (“los genocidas” según el léxico
hegemónico) asesinaron por alegre deporte a 30 mil adolescentes
bienhechores, por el pecado de portar estos últimos propósitos
caritativos, impulsos samaritanos, pretensiones amorosas y sentimientos
altruistas. Y de sancionarse el proyecto inconstitucional de ley en
curso, todo aquel que disienta con el insistente mantra oficial será
castigado por la represión estatal.
Pero la verdad histórica, numérica y jurídica nos dice otra cosa.
Aunque la información general divulgada sobre el juicio a la Junta Militar sea poco conocida (el filme al que hicimos alusión tampoco ayuda en nada al respecto), en el cuestionado veredicto se determinó que en nuestro país no hubo “lesa humanidad” o “genocidio” sino que “el fenómeno se correspondió con el concepto de guerra revolucionaria»; «algunos de los hechos de esa guerra interna habrían justificado la aplicación de la pena de muerte contemplada en el Código de Justicia Militar...»; «...no hay entonces delincuentes políticos, sino enemigos de guerra, pues ambas partes son bélicamente iguales»; «...como se desprende de lo hasta aquí expresado, debemos admitir que en nuestro país sí hubo una guerra interna, iniciada por las organizaciones terroristas contra las instituciones de su propio Estado”.
Vale decir que según la famosa Sentencia (ratificada luego por la Corte Suprema dependiente del Presidente Raúl Alfonsín), nuestro país vivió una guerra, motivo por el cual las definiciones falsas de “genocidio” o “lesa humanidad” no sólo no caben, sino que dichas tipificaciones legales en el Derecho Argentino no existían al momento de producidos los hechos en disputa, sino que fueron introducidos en nuestra normativa casi 30 años después de acontecida la contienda bélica: enero del 2001 (durante el Gobierno del Presidente Fernando de la Rúa), por ende dichas categorías se tornan inaplicables tanto en los hechos como en el derecho (conforme artículo 18 de la CN.).
Vale decir que el fallo no sólo afirma la existencia de situación de guerra, sino que niega la existencia de “genocidio” o “lesa humanidad”. Sin dejar pasar además que es también la sentencia de marras la que agrega que las huestes del terrorismo y la subversión (fundamentalmente de ERP y Montoneros) cometieron 21667 atentados terroristas en el marco de una intensa década (-1969/79-), equivalente a un atentado cada cuatro horas (seis por día), ataques que entre otras cosas comprendieron 5052 colocaciones de bombas, 1748 secuestros y 1501 homicidios de parte de dichas organizaciones, cuya cantidad de integrantes según el idolatrado fallo en cuestión contaban con 25 mil efectivos: huelga decir que el 52% de los crímenes cometidos por la subversión fue durante la democracia peronista, la cual gobernó entre mayo de 1973 a marzo de 1976.
Todo lo dicho sin contabilizar que fue el propio Presidente Juan Perón (el fundador del mismo partido que hoy detenta el poder) el que creó y organizó en 1973 a la banda Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), en el afán de combatir ilegalmente a la guerrilla, y que de este modo dicha organización supo ser autora de 487 homicidios en democracia. A lo expuesto cabe sumar que fue en febrero y octubre del año siguiente (1975), cuando ese mismo gobierno (a la sazón capitaneado por Isabel Perón puesto que su esposo Juan Perón había fenecido) el que dictaminó y decretó a las Fuerzas Armadas entrar en Operaciones de Combate (famosos decretos que ordenaban taxativamente “aniquilar el accionar de los elementos subversivos”), motivo por el cual se llevaron a cabo y se avalaron en el período peronista previo al 24 de marzo de 1976 el siguiente número de desapariciones: 908. Coeficiente luego confirmado en la primera versión del texto “Nunca Más”, suscripto por el organismo estatal Conadep (Comisión Nacional de Desaparición de Personas).
¿Es “negacionismo”, “crimen de Lesa Humanidad” o “apología del delito” entonces cantar la marcha peronista? Es decir saludar al partido creador de la AAA (con medio millar de muertos a cuestas) y responsable de casi mil desapariciones? ¿Es “negacionismo” o “crimen de lesa humanidad” afirmar que Argentina vivió una guerra tal como sentencia el fallo alfonsinista juzgatorio de la Junta de Comandantes? ¿Entonces deberían ir presos los jueces que en los años 80´ conformaron dicho tribunal especial por Decreto de Alfonsín? Finalmente: ¿es “negacionismo” o crimen de “lesa humanidad” admitir que durante el último gobierno militar la cifra de desaparecidos no fue de 30 mil sino 6447 (datos confirmados en 2015 durante el gobierno de Cristina Kirchner por intermedio de su Secretaría de DDHH)? ¿Deberían ir presos los funcionarios de dicha Secretaría kirchnerista por informar un número casi cinco veces más bajo que el ficcionariamente difundido? ¿Cómo puede el Estado establecer formalmente una cifra y a la vez obligar a los ciudadanos a mentir con otro número –bajo pena de cárcel- el cuál contradice lo informado por el propio Estado?
¿No incurren en aviesa inmoralidad, ilegalidad e inconstitucionalidad los detentadores del poder parlamentario que se arrogan la potestad de determinar qué y cómo tenemos que pensar o expresarnos los ciudadanos bajo amenaza de punición estatal? ¿Ellos son los que tienen la potestad de determinar qué es la “verdad” y encarcelar a los que “disientan” con el sesgado catecismo de cuño “bonafinista”?
Para más datos y perdón por la autorreferencia, uno de mis últimos libros publicados y titulado “La Guerra Civil Argentina, las mentiras que oculta la corrección política” (año 2020, BsAs. Unión Editorial), es un texto abiertamente NEGACIONISTA porque a lo largo de 304 páginas y 400 documentos y citas bibliográficas cuestiona y desmiente el sinfín de embustes instaurados por las facciones supérstites del terrorismo derrotado y sus voceros colaterales: ¿qué mejor que debatirlos públicamente y contrastar esos datos en sano espíritu para que el oyente o lector interesado pueda escuchar puntos de vista varios y así salga enriquecido tras obtener su propio criterio? ¿O es más “inclusivo” someter al cadalso a todo aquel que ofrezca un paradigma alternativo ante la prepotencia estatal? ¿Acaso tienen pánico los dueños de la versión oficial de que “su” relato quede diezmado y expuesto al desnudo al ser contrarrestado por enfoques insumisos?
De convalidarse este injustísimo disparate legislativo (verdadero delito de opinión), dejo sentado de que en lo personal no se necesitarán pruebas para aprisionarme. Ratifico todo cuanto haya escrito y documentado en la materia. Quien esto escribe (Nicolás Márquez, DNI 24243291, nacido el 22/04/1975, argentino), se declara culpable ahora mismo.