Barco volador británico Short Sunderland Mk. 1 lanzado a las rocas después de un aterrizaje forzoso frente a la costa de Libia. Un avión del 230o Escuadrón de la Real Fuerza Aérea (No. 230 Escuadrón RAF) bajo el mando del Teniente de Vuelo Rochford Hughes (10/25/1914 - 09/17/1996), que volaba de Malta a Egipto, fue atacado y dañado por el caza pesado alemán "Messerschmitt" Bf. 110, y el artillero de cola del volador el barco murió. Entonces el avión hizo un aterrizaje de emergencia en la costa libia. La tripulación dejó el coche y fueron capturados por los italianos. Rochford Hughes, liberado de su cautiverio sólo en 1945, después de que la guerra hiciera una carrera exitosa en la RAF, llegando finalmente al rango de mariscal del aire y encabezando la Fuerza Aérea del Lejano Oriente (Royal Air Force)
La Batalla por Luxemburgo fue una breve batalla entre la
Gendarmería de Luxemburgo, el Cuerpo de Voluntarios y la Wehrmacht
alemana que resultó en una rápida victoria para la Alemania nazi. La invasión que la impulsó comenzó el 10 de mayo de 1940 y duró apenas un día. Como resultado del Tratado de Londres de 1867, Luxemburgo no tenía ejército y dependía de una pequeña fuerza de gendarmes y voluntarios para su defensa. A
pesar de ni siquiera poseer un ejército, Luxemburgo logró defenderse de
la Blitzkrieg alemana durante más tiempo que Dinamarca, que a pesar de
poseer un ejército y una fuerza aérea se rindió después de solo dos
horas de lucha cuando fue invadida por la Alemania nazi el 9 de abril de
1940.
La invasión alemana de Luxemburgo comenzó a las 04:35
cuando tres divisiones Panzer cruzaron la frontera hacia Luxemburgo. Se utilizaron rampas y explosivos para cruzar las barricadas de la Línea Schuster. Aparte
de intercambios de fuego esporádicos, los alemanes no encontraron
ninguna resistencia significativa ya que la mayoría del Cuerpo de
Voluntarios permaneció confinado en sus cuarteles. Un
puñado de soldados alemanes aseguraron el puente en Wormeldange y
capturaron a los dos oficiales de aduanas que habían exigido que los
alemanes detuvieran su avance. Los
ingenieros alemanes repararon rápidamente el puente parcialmente
destruido sobre el Sauer, lo que permitió el cruce de Panzers más
adentro de Luxemburgo.
Las
comunicaciones de los puestos fronterizos al cuartel general de la
Gendarmería y el Cuerpo de Voluntarios informaron al gobierno
luxemburgués y al tribunal del Gran Ducado que la invasión había
comenzado. A las 06:30 la mayoría del gobierno evacuó la capital en caravana hacia la localidad fronteriza de Esch. En
Esch, un grupo de 125 soldados alemanes había desembarcado por Fi 156
Storchs para asegurar el área hasta que llegara la fuerza de invasión
principal. Un gendarme solitario se enfrentó a los 125 soldados y exigió que se fueran, pero en cambio fue hecho prisionero. La
caravana del gobierno, junto con la Gran Duquesa de Luxemburgo, logró
evitar la captura en Esch huyendo a Francia por caminos rurales.
Gendarmes luxemburgueses posan frente a una barricada de la Línea Schuster poco antes de la invasión de Luxemburgo. Aunque se ve a estos gendarmes armados con rifles, otros estaban armados con revólveres modelo 1884 equipados con una pequeña bayoneta puntiaguda.
A
las 08:00, elementos de la 3.ª División de Caballería Ligera francesa,
apoyados por la 1.ª Brigada Spahi y el 5.º Batallón Blindado, cruzaron
la frontera sur hacia Luxemburgo en un intento fallido de lanzar un
ataque de sondeo contra las fuerzas alemanas. La
Royal Air Force, impaciente con la reticencia de la Fuerza Aérea
francesa a realizar incursiones contra los alemanes que avanzaban,
ordenó varios vuelos de bombarderos ligeros Fairey Battle estacionados
en Francia para llevar a cabo ataques diurnos de bajo nivel contra las
columnas militares alemanas que avanzaban. Sobre Luxemburgo, la aeronave encontró un intenso fuego antiaéreo y sufrió pérdidas significativas. Nueve aviones se perdieron el 10 de mayo y otros dos el 11 de mayo. [1]
Mientras tanto, la Gendarmería continuó resistiendo a las tropas alemanas en vano; la ciudad capital fue ocupada antes del mediodía. En la tarde del 10 de mayo de 1940, la mayor parte del país, a excepción del sur, estaba ocupada por las fuerzas alemanas. El total de bajas luxemburguesas ascendió a siete WIA (seis gendarmes y un soldado), mientras que la Wehrmacht sufrió 36 KIA. El 11 de mayo el gobierno luxemburgués llegó a París y se instaló en la legación de Luxemburgo. Por temor a los ataques aéreos alemanes, el gobierno se trasladó más al sur, primero a Fontainebleau y luego a Poitiers. Más tarde se trasladó a Portugal y el Reino Unido, antes de establecerse finalmente en Canadá por el resto de la guerra. En el exilio, la Gran Duquesa Charlotte se convirtió en un importante símbolo de unidad nacional.
Un
automóvil pasa a través de uno de los 41 bloques de hormigón y puertas
de hierro de la Línea Schuster que resultó incapaz de retrasar
sustancialmente el avance de la Wehrmacht alemana.
A continuación se puede ver una lista del equipo destruido y capturado de ambos bandos. Los caballos no están incluidos en esta lista. Esta lista se actualizará si se dispone de evidencia adicional de pérdidas de equipos.
Alemania nazi (0)
Luxemburgo (Desconocido)
Bicicletas
Un número desconocido de bicicletas emitidas por el gobierno: (Muchas, capturadas)
Sangre, charqui y la retirada de Bolivia: la olvidada batalla de Tacna que marcó la Guerra del Pacífico
Felipe Retamal || La Tercera
El 26 de mayo de 1880 se libró una de las batallas más sangrientas de la Guerra del Pacífico; el ejército chileno se enfrentó al ejército aliado peruano-boliviano en las cercanías de Tacna. Por momentos la victoria estuvo en riesgo e incluso los aliados quisieron sorprender durante la noche. Acá una revisión a los momentos claves de la batalla que marcó el rumbo de la guerra.
Aunque ya se había instruido en más de una
ocasión, la mañana del 26 de mayo de 1880, los oficiales de los
regimientos chilenos que usaban el fusil de la marca Gras reiteraron una
orden que podría salvar la vida. “Recalcaron por centésima vez a los
soldados, que tan pronto como se atascara el mecanismo del rifle con el
finísimo polvo del desierto, orinaran sobre él e hicieran girar el
obturador”, recuerda el capitán Francisco Machuca en su libro Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico.
No
se trataba de una recomendación cualquiera. Los soldados, en su mayoría
provenientes de la zona central del país, ya habían padecido el viento
del desierto. “El polvo impalpable que levanta el viento en la pampa y
se mantiene en el aire, llena los ajustes del mecanismo e impide su
funcionamiento -cuenta Machucha-. Este fenómeno se presentó en la
Batalla de Dolores, en el Coquimbo, que tenía dotación de Gras. Los
mineros encontraron pronto el remedio”.
Una sorpresa frustrada
La
tropa chilena acampaba en las cercanías de Tacna, en la previa de su
marcha a la llanura del cerro Intiorko (”alto del sol”, en lengua
quechua), en busca del ejército aliado peruano-boliviano, que se concentraba en el lugar a cargo del presidente altiplánico, Narciso Campero. Este había bajado desde las alturas de La Paz para hacerse del mando,
amparado en lo establecido por el tratado de alianza entre las dos
naciones, que detallaba que en caso de definir el mando, la prioridad la
tendría el presidente en ejercicio de cualquiera de los dos países. “[Estoy] ávido de compartir de vuestras fatigas y glorias, no he podido resistir al ardiente anhelo de lidiar, a vuestro lado, en la contienda que con asombro especta la América entera”, explicó en su proclama a las tropas.
Pero
había algo más. Como el dictador peruano, Nicolás de Piérola, se
encontraba en Lima, fue su par boliviano quien decidió asumir el mando y
así acallar las crecientes tensiones entre los oficiales peruanos y
bolivianos, respecto a la estrategia a seguir frente a la invasión
chilena de los departamentos del sur del Perú; unos eran partidarios
de salir a buscar al enemigo y batirlo por sorpresa, otros, de
esperarlo en una posición fuerte en Tacna, ante la falta de recursos
para la marcha.
Mientras, los jinetes peruanos de los Húsares de Junín llegaron al
campamento aliado con un valioso botín; una partida de arrieros
chilenos, los que fueron capturados junto a sus 60 mulas cargadas con
barriles de agua. En el interrogatorio estos detallaron que el ejército chileno se componía de 22 mil hombres, lo que alertó a Campero; si
esa información era cierta, eso suponía que el ejército chileno
superaba en número a los peruano-bolivianos, quienes sumaban algo más de
once mil. Tenía que hacer algo.
General Narciso Campero, presidente boliviano
Con
muñeca política, Campero intentó dar una oportunidad al plan propuesto
por sus oficiales para sorprender al ejército chileno. Informado de
que el enemigo iba a pernoctar en un sitio llamado Quebrada Honda,
ordenó la marcha del ejército aliado para dejarse caer durante la noche,
de modo de compensar su menor número de hombres.
Pero al poco de iniciada la marcha, la densa camanchaca que cayó sobre el desierto confundió a los guías locales y los soldados,
quienes sin saber a donde iban, comenzaron a romper su formación. Allí
el líder boliviano comprendió que arriesgaba un desastre y sin más,
ordenó el regreso al campamento. Así, sus soldados pasaron la noche en
vela, y además quedaron exhaustos tras la fallida incursión. Todo se iba
a decidir al amanecer.
En mayo de 1880, la
Guerra del Pacífico estaba en un punto crítico. Tras la ocupación
chilena del departamento peruano de Tarapacá, se avanzó hacia la zona de
Tacna a fin de enfrentar a los aliados. “Estamos hablando de un tipo
de guerra donde se buscaba la ‘batalla definitiva’, la que resolviese
el resultado de la Campaña en proceso o bien la guerra -explica el
investigador militar, Rafael Mellafe-. Por tanto, esta batalla es la
primera en que el grueso de los Ejércitos de los tres países en
conflicto se enfrentan en un gran campo de batalla”.
El aventurero del Atacama
La
mañana del 26 de mayo, los soldados sabían que aquel podría ser el
último día de sus vidas. “El trueno del cañón nos despertó. Luego se
tocó diana con música y los vivas atronaron los aires; después nos
pusimos en marcha tocándonos a nosotros el ala izquierda”, recuerda el soldado Abraham Quiroz en una carta dirigida a su padre.
Antes de marchar al mando del general en jefe, Manuel Baquedano, la tropa se alistó para la batalla. “Los
batallones se sirvieron almuerzo caliente y café, y surtieron el morral
con la ración de fierro de la primera etapa, charqui y galleta pero los
soldados, que ya conocían el desierto, añadieron al morral, carne,
papas y tortillas de rescoldo. Mezclaron también el agua de la
caramayola con dos cucharadas de infusión de té, bebida eficaz para
apagar la sed”, detalla Machuca.
General Narciso Campero, presidente de Bolivia entre 1880 y 1884
Entre los oficiales, uno de los más populares era
uno del batallón cívico Atacama, el capitán Rafael Torreblanca. Este
era copiapino, y de un intenso espíritu aventurero. Tras trabajar de
ensayador de minerales en su ciudad natal, inició un camino de viajes.
Fue así que intentó trasladarse a Cuba para participar en la revuelta
de Manuel de Céspedes, quien buscaba proclamar la independencia de la
isla. No lo consiguió porque en su paso por Lima, donde vivía su
hermano, este le consiguió un empleo como profesor de matemáticas. Una
vez declarada la guerra fue alistado como oficial, tal como se
acostumbraba con aquellos hijos de las familias acomodadas de la ciudad,
a fin de que pudieran escalar rápidamente.
Había
participado en el desembarco de Pisagua, con grado de subteniente,
ocasión en que se le atribuye haber izado la bandera chilena en un poste
en los altos de la zona, marcando la victoria. Por ello fue de
inmediato proclamado como héroe. También se había hecho notar como
poeta, dedicando versos a sus compañeros caídos. “Cayeron entre el humo
del combate, peleando por su patria y su honor, heroicos y denodados
camaradas, valientes de Atacama, adiós, adiós”, escribió con ocasión de
la muerte de tres de sus amigos. También destacó en batallas como
Dolores y la del cerro de Los Ángeles. Ello le había valido el ascenso a
capitán, en la previa de la batalla de Tacna.
Una victoria en un momento crítico
La de Tacna fue una batalla atroz y cobró una gran cantidad de bajas.Allí
pereció Torreblanca y varios otros oficiales y soldados. Los heridos no
corrieron mayor suerte, pues eran rematados sin piedad. En un
momento, la victoria pareció al alcance de los aliados peruanos y
bolivianos. “La línea chilena no puede avanzar; además, escasean las
municiones que se reponen con las de los muertos y heridos. Amengual y Barceló tocan retirada. Un grito atronador de victoria ¡Victoria! Sale de la línea aliada”, escribe Machuca.
Pero, tras incorporar los batallones de refuerzo y recargar municiones, la tropa chilena logró imponerse ante el fuego enemigo. Envalentonados y eufóricos, los soldados avanzaron hacia la ciudad. “Desde
ese momento, el enemigo se dispersó, huyendo en distintas direcciones y
pocas horas más tarde ocupamos la ciudad de Tacna. Tenemos muchas
bajas, siendo mucho mayores las del enemigo”, detalla Machuca.
“La batalla estaba ganada y las tropas
avanzando apresuradas por el campo sembrado de cadáveres, llegaron hasta
la cumbre de los cerros que dominan a la ciudad de Tacna. A
intervalos se oían por la izquierda los últimos disparos de los aliados
que abandonaban por aquel lado sus atrincheramientos”, escribió el
general Manuel Baquedano en su parte oficial.
Por su lado, el general Campero escribió en su parte: “Hubo momentos en que la victoria parecía balancearse, más
la gran superioridad del enemigo en número, calidad de armamento y
demás elementos bélicos, hizo inútiles todas mis disposiciones y los esfuerzos de los bravos defensores de la alianza”.
Los soldados pasaron algunos días en la ciudad. “Siempre
tendré un recuerdo para los días que hemos pasado en Tacna, comiendo
camotes cocidos asados en charquicán, puchero y toda clase de comidas
con camotes con todo el Ejército. Los hemos acabados y ya no quedan frutas. Sólo quedan Guallabas (sic)”, escribió el soldado Abraham Quiroz a su padre.
Mientras, desde Arica la guarnición local, al mando del coronel Francisco Bolognesi, divisaba las humaredas; señal inequívoca de una batalla de gran escala. Tras horas de incertidumbre, en la tarde un emisario entró en la ciudad y reveló lo ocurrido.
General Baquedano
En tanto, las tropas aliadas se dispersaron. Del lado peruano el
contralmirante Lizardo Montero reunió a las pocas tropas que le quedaban
y marchó hacia la localidad de Pachía, comprendiendo que ya no tenía
sentido defender Tacna. Allí se reunió por última vez con Campero, quien
se retiró a La Paz con los restos de su ejército, muy diezmado en la
batalla. Los historiadores dicen que en esa ocasión, no hubo
recriminaciones. Sería la última participación boliviana en la guerra. “Después
de la derrota aliada en Tacna, las fuerzas bolivianas se refugian en el
altiplano para no volver a bajar más en ayuda de sus aliados
-detalla Mellafe-. En la práctica la Alianza peruano boliviana queda
desarmada. Por último y dada la negativa aliada de llegar a un acuerdo
de paz, se abren las puertas para iniciar la Campaña sobre la ciudad de
Lima.”.
En sus urgentes preparativos contra la invasión durante las últimas semanas de mayo de 1940, las autoridades militares y civiles británicas trabajaron bajo un profundo engaño. En ese momento, los alemanes no tenían ningún plan detallado para invadir Inglaterra. Cuando los Jefes de Estado Mayor advirtieron el 28 de mayo que 'un ataque es inminente' estaban equivocados. Todas las energías de la Wehrmacht se concentraron en la derrota de Francia y los Países Bajos. Las operaciones a través del Canal por mar o aire nunca se habían considerado seriamente antes de que se lanzara la ofensiva occidental el 10 de mayo.
La falta de una estrategia alemana integral para la invasión reflejaba la ambivalencia del propio Hitler hacia Inglaterra, que oscilaba entre el odio y la admiración. Por un lado, vio a Gran Bretaña como el mayor obstáculo potencial para sus sueños de dominación europea. Por otro lado, apreciaba un profundo respeto por los logros de Gran Bretaña, especialmente en la construcción de su imperio y la derrota de sus enemigos continentales, y se inclinaba a ver el establecimiento británico, incluido el sistema de clases, Oxbridge y las escuelas públicas de élite, como un baluarte contra el bolchevismo. . En una ocasión, el jefe del Estado Mayor del ejército alemán, el general Franz Halder, entró en la oficina del Führer y lo encontró felizmente hojeando una copia del Illustrated London News. Hitler levantó la vista de la revista y dijo: 'Que tenemos que hacer la guerra contra tales personajes, ¿No es una pena? Mezclado con este gran respeto por el historial de Gran Bretaña estaba su creencia, tan característica de su ideología racialmente fijada, de que el pueblo anglosajón era esencialmente del mismo origen étnico que los alemanes.
Aparte de sus actitudes contradictorias hacia la nacionalidad británica, hubo otros dos factores prácticos que le impidieron desarrollar cualquier plan de invasión durante los primeros nueve meses de la guerra. Uno fue su falta de interés en la política naval. Lleno de visiones de conquista por tierra para expandir el Lebensraum, o espacio vital, para el pueblo alemán, trató al ejército y la Luftwaffe como prioridades militares mucho mayores que la Kriegsmarine. A nivel personal, Hitler sentía poca atracción por las actividades náuticas. Le gustaba relajarse en los bosques y las montañas, no junto al mar, que consideraba un territorio extraño e incluso intimidante. "En tierra me siento como un león, pero en el mar soy un cobarde", admitió una vez. Igual de importante, creía que Gran Bretaña capitularía si Francia fuera derrotada. Con el Reich todopoderoso en el continente, no vio ninguna razón por la cual la guerra continuaría ya que la causa de Gran Bretaña se habría vuelto tan desesperada. El colapso de Francia obligaría al gobierno británico a buscar términos. De hecho, uno de los objetivos clave de la ofensiva occidental, dijo, era "poner de rodillas a Inglaterra".
Según Hitler, si Gran Bretaña se negaba a rendirse en el caso del colapso de Francia, entonces podría ser estrangulada hasta la sumisión cortando sus suministros, haciendo innecesaria la invasión. Dijo en una conferencia de sus comandantes en mayo de 1939: "Gran Bretaña puede ser bloqueada desde el oeste de Francia de cerca por la Luftwaffe, mientras que la Armada con sus submarinos puede extender el alcance del bloqueo".
Cuando el comandante en jefe de la Kriegsmarine, el gran almirante Erich Raeder, se reunió con Hitler el 23 de septiembre de 1939 para hablar sobre las operaciones navales en Occidente, el Führer tampoco hizo referencia a ningún desembarco anfibio en la costa inglesa, instando en cambio a una estrategia naval agresiva. bloqueo si la guerra continuaba contra Francia y Gran Bretaña. "Cuanto más rápido sea el comienzo y más brutal, más rápido será el efecto y más corta será la guerra", le dijo a Raeder. Sin embargo, a pesar de la indiferencia de Hitler, Raeder reconoció que el Reich bien podría tener que organizar una invasión.
Ambicioso, excéntrico y puritano, el gran almirante también era metódico y bien organizado. Lo que temía era una demanda repentina de Hitler o del Jefe de Estado Mayor de la Wehrmacht para la provisión de una flota de invasión, completa con transporte de tropas y protección de convoyes. Aunque la posibilidad de una invasión pudiera parecer remota, Raeder sintió que debía estar preparado para ella, sobre todo porque, durante el otoño de 1939, Hitler estaba planeando un asalto a Francia, con el nombre en código de Caso Amarillo. Como Raeder escribió más tarde sobre el análisis preliminar realizado por el personal de guerra naval:
Para nosotros era claro que se debían realizar estudios en caso de que los desarrollos de la guerra nos presentaran repentinamente un nuevo giro en el problema inglés... Aunque el pueblo británico había estado obsesionado desde el principio por el espectro de la invasión, no había habido el más mínimo pensó en esto en el lado alemán. Sin embargo, era natural que algún día el comando de las fuerzas armadas prestara atención a este problema, y quería tener a mano algunos detalles bien razonados cuando llegara ese momento, para que al menos el pensamiento pudiera comenzar sobre una base firme. . La Armada sería la primera de las fuerzas armadas en preocuparse por una invasión, ya que se trataría de un transporte ultramarino a escala colosal.
Para llevar a cabo este estudio técnico, el 15 de noviembre Raeder nombró un pequeño equipo al mando del contraalmirante Otto Schniewind. Los planificadores navales se pusieron a trabajar con rapidez más que con entusiasmo. En quince días habían producido el esquema tentativo de un plan de invasión, cuyo nombre en código era Study Red, que preveía un área de aterrizaje de unas 60 millas de ancho en la costa sur de Inglaterra entre Portland en Dorset y Yarmouth. La fuerza atacante, que ascendería a solo 7.500 hombres transportados en unos quince barcos, teóricamente podría embarcarse desde los puertos del Canal Francés si hubieran sido capturados, pero eso la dejaría muy expuesta al fuego enemigo, además de privarla del elemento. de sorpresa Por lo tanto, dijeron los planificadores, sería preferible el embarque desde Alemania, a pesar de la ruta marítima más larga, aunque una alternativa sería utilizar Amberes y Ámsterdam.
Study Red era esencialmente pesimista, con un fuerte énfasis en las dificultades que encontraría cualquier fuerza invasora, como la fuerza de la artillería costera británica, la movilidad de las tropas defensivas británicas, la amenaza de los submarinos de la Royal Navy, la gran cantidad de barcos necesarios y , sobre todo, la necesidad de establecer la superioridad aérea sobre la RAF. Como señalaron los planificadores navales, la paradoja era que si se cumplían todas las condiciones para hacer posible una invasión, especialmente la derrota de la RAF y la Royal Navy, entonces Gran Bretaña ya habría sido derrotada: 'así, un desembarco, seguido de ocupación , apenas será necesario.
Esta negatividad fue importante, ya que marcó la pauta de la actitud del personal naval hacia la Operación Sea Lion. A lo largo del verano de 1940, Raeder y sus oficiales superiores mantuvieron muchas dudas sobre toda la empresa, siempre presionando para posponer la invasión o el uso de una estrategia alternativa para subyugar a Inglaterra. Halder anotó en su diario el 30 de julio de 1940 después de una conferencia improductiva: "Con toda probabilidad, la marina no nos proporcionará este otoño los medios para una invasión exitosa". Sin embargo, el ejército era más optimista, como se demostró cuando Schniewind envió su Study Red al Oberkommando des Heeres (OKH), el mando supremo del ejército alemán bajo el mando del mariscal de campo Walther von Brauchitsch.
A fines de 1939, después de recibir el plan naval, von Brauchitsch ordenó que uno de sus oficiales, Helmuth Stieff, quien era conocido por sus habilidades organizativas, realizara un contraestudio, aunque a Hitler no le agradaba, y lo llamó "un pequeño enano venenoso". . Adoptando un enfoque más optimista y menos vacilante que el personal naval, Stieff elaboró un plan de invasión, cuyo nombre en código es Study North-West, que proponía una serie de desembarcos, no en la costa sur, sino en la costa de East Anglian entre el Támesis Estuary and the Wash. La velocidad y la sorpresa fueron los elementos clave del plan. El asalto inicial propuesto estaría compuesto por tres o cuatro divisiones de infantería, junto con la 7ª División de Paracaidistas, seguida de una segunda ola de dos divisiones panzer y una división motorizada. También habría un ataque de distracción de dos divisiones al norte del Humber para alejar a las tropas británicas de Norfolk y Suffolk. A medida que los dos primeros ataques de invasión se trasladaron tierra adentro desde la costa, una tercera ola de tropas desembarcaría en East Anglia para asegurar la derrota del ejército británico y ayudar a aislar Londres del resto del país. A diferencia de la pequeña fuerza de invasión propuesta por la Kriegsmarine, el plan de Stieff involucró aproximadamente a 100.000 hombres.
La respuesta a su propuesta demostró la grave falta de unidad dentro de los niveles superiores del ejército alemán, algo que obstaculizaría los preparativos para Sea Lion en los próximos meses. El personal de Raeder consideró que el esquema del OKH era completamente irreal, tanto en escala como en geografía.
Como explicaron en su respuesta del 8 de enero de 1940, creían que los puertos de East Anglian de Lowestoft y Great Yarmouth eran demasiado pequeños para las principales operaciones de descarga, además de estar fuertemente defendidos por la Royal Navy. Además, la idea de una operación de distracción en el norte solo debilitaría aún más los ya limitados recursos de la Kriegsmarine. De hecho, la flota estipulada en el plan de Stieff excedía con creces la fuerza marítima alemana. 'El transporte requerido para las fuerzas especificadas por el Estado Mayor asciende a 400 vapores medianos, además de una gran colección de barcos auxiliares de la más variada naturaleza, algunos de los cuales deben construirse primero.' La Kriegsmarine estimó que probablemente se necesitaría un año para tal trabajo de construcción. Lo que hizo que el plan OKH fuera aún menos factible, declaró el personal de Raeder, era el poder de la Royal Navy. "La flota británica de origen siempre podrá aparecer con más fuerza que nuestra propia flota, si hay voluntad".
La Luftwaffe, encabezada por la gigantesca y egocéntrica figura de Herman Goering, también desdeñó el plan de Stieff. Incluso más que la Kriegsmarine, la Luftwaffe siempre se opuso al concepto de invasión, en parte porque Goering, un creyente ideológico en la influencia fundamental del poder aéreo moderno, pensó que su propia fuerza podría abrumar a Gran Bretaña sin ayuda. Esta misma actitud prevaleció en diciembre de 1939, cuando el estado mayor de la Luftwaffe respondió al esquema de Stieff: "La operación planeada solo puede considerarse en condiciones de superioridad aérea absoluta, e incluso entonces solo si la sorpresa está asegurada". En conclusión, la Luftwaffe argumentó que 'una operación combinada con un desembarco en Inglaterra como objetivo debe ser rechazada. Sería sólo el último acto de una guerra contra Inglaterra que ya había tomado un curso victorioso.
En el mes siguiente a la campaña de Noruega de abril de 1940, la velocidad del avance alemán a través de los Países Bajos y Francia revivió el concepto de una invasión británica. El 20 de mayo, la fuerza panzer dirigida por el general Heinz Guderian, el comandante de tanque pionero y uno de los arquitectos de la guerra relámpago, había llegado a Abbeville en la desembocadura del Somme. Esta notable carrera hacia el Canal de la Mancha había puesto a las tropas alemanas a la vista de los Acantilados Blancos de Dover. Preocupado de que el Führer, entusiasmado por su éxito en tierra, quisiera enviar impulsivamente a sus divisiones victoriosas al otro lado del mar, Raeder buscó una reunión privada con él. Como explicó más tarde: 'Había llegado el momento en que tenía que plantear la cuestión de una invasión con Hitler. Tenía miedo de que, de lo contrario, algún irresponsable hiciera la obvia sugerencia de invadir. Hitler aceptaría la idea y la Kriegsmarine se encontraría de pronto ante un problema insuperable. Hitler accedió a la petición de Raeder. Al día siguiente, el gran almirante viajó a Felsennest (o "águila rocosa"), el remoto y escarpado cuartel general del Führer en la cordillera de Eifel, en el oeste de Alemania.
Algunos de los generales de Hitler lo recuerdan como vacilante y ansioso en este momento. Como escribió Halder en su diario el 16 de mayo, 'Un día desagradable. El Führer está terriblemente nervioso. Asustado por su propio éxito, tiene miedo de correr riesgos y prefiere tirar de las riendas sobre nosotros. En otra entrada, Halder registró que Hitler "se enfurece y grita que estamos a punto de arruinar toda la campaña y que nos dirigimos a la derrota".
En la reunión, Raeder expuso sus profundas reservas sobre la posibilidad de invadir Inglaterra, destacando la fortaleza de la Royal Navy, la falta de puertos abiertos y la necesidad de un dominio absoluto del aire. También presentó otro argumento que no se había ventilado anteriormente. "La desviación de un gran porcentaje del transporte marítimo, costero y fluvial de Alemania para el transporte de las tropas invasoras, señalé, perjudicaría en gran medida la economía interna de Alemania". Adoptando una actitud evasiva, casi indiferente, Hitler pareció aceptar esto, diciéndole al gran almirante que una vez que Francia hubiera caído, estrangularía a Inglaterra a través de la guerra submarina y el bombardeo aéreo. Era prudente prepararse para una guerra larga, dijo el Führer, aunque creía que Inglaterra "pronto alcanzaría la paz". Para alivio de Raeder,
En el mismo momento en que se desarrollaba la reunión de Felsennest, en Inglaterra la fiebre invasora alcanzaba nuevos niveles de intensidad, como se refleja en la oleada de reclutas de la LDV, la redada de alienígenas enemigos, la creación de barricadas improvisadas, el establecimiento de baterías costeras y la extensión de alambre de púas en las playas. Poco sabían el personal militar y los políticos británicos que la idea de una invasión estaba lejos de la mente del Führer, que en ese momento no estaba totalmente centrado en una futura campaña en Gran Bretaña sino en la presente en Francia. Para Hitler, tan agresivo pero tan paranoico, la mera velocidad del ataque alemán trajo sus propios peligros y dudas. De sus deliberaciones con algunos de sus generales surgió una de las decisiones más extraordinarias de los primeros años de la guerra, una que iba a tener una gran influencia en la capacidad de supervivencia de Gran Bretaña.
El 21 de mayo, con las principales unidades alemanas rodeándolos en la costa, la Fuerza Expedicionaria Británica estaba aislada y enfrentada a la derrota. El secretario privado de Churchill, John Colville, anotó en su diario: “La situación en Francia es extraordinaria. Debido al rápido avance de las tropas blindadas, los alemanes se encuentran en muchos lugares detrás de las líneas aliadas, y añadió siniestramente: "Se están haciendo preparativos para la evacuación de la BEF en caso de necesidad". Ironside, en su última semana como Jefe del Estado Mayor Imperial, pensó que la única esperanza era que la BEF contraatacara moviéndose hacia el sur. Sin embargo, durante una visita para ver al general Gort, comandante de la BEF, se sintió perturbado por la falta de espíritu de lucha entre los franceses y escribió en su diario el 21 de mayo: "Situación desesperada... Dios ayude a la BEF, llevada a este estado". por la incompetencia de los franceses.
Ese mismo día, debido a la desorganización de los aliados y las malas comunicaciones, una gran contraofensiva planificada contra los alemanes fracasó después de un valiente ataque cerca de la ciudad de Arras, en el noreste de Francia, por parte de dos divisiones y una brigada de tanques al mando del mayor general Harold. Franklyn. Pero los alemanes pronto se reagruparon, lo que obligó a la BEF a retirarse precipitadamente hacia los puertos del Canal de Calais y Dunkerque. Atrapada en el rincón más septentrional de Francia, sin suministros ni cobertura aérea, la fuerza de Gort parecía condenada cuando las divisiones panzer tomaron el puerto de Boulogne el 23 de mayo, justo al sur de Calais, privando así a la Royal Navy de una instalación vital para cualquier evacuación. "No veo que tengamos ninguna esperanza de sacar el BEF", escribió Ironside esa noche, una opinión compartida por el teniente general Alan Brooke, comandante del II Cuerpo, quien registró:
Sin embargo, justo cuando el desastre parecía ser inevitable, Hitler y algunos de sus generales iban a dar a los británicos un rayo de esperanza, quienes de repente se vieron atrapados por la incertidumbre. Esa noche, los generales Heinz Guderian y Paul von Kleist dirigían sus fuerzas panzer en una persecución al estilo blitzkrieg de la BEF hacia Dunkerque cuando de repente recibieron una orden del mariscal de campo Gerd von Rundstedt, jefe del Grupo de Ejércitos A, de detenerse durante treinta minutos. -seis horas. Guderian estaba furioso, creyendo que se estaba desperdiciando la oportunidad de aniquilar a la BEF. Después de la guerra, escribió: 'Mis repetidas protestas no fueron escuchadas. Por el contrario, la orden maldita se repitió. La orden permitió que el ejército británico escapara porque, si hubiéramos podido continuar nuestra carrera sobre Dunkerque, probablemente habríamos llegado antes que los británicos.
La decisión de Von Rundstedt fue impulsada por las preocupaciones sobre las líneas de suministro demasiado extendidas, la tensión en las divisiones panzer, el riesgo de exponer sus divisiones en la retaguardia y la necesidad de conservar su armadura para el avance final hacia el sur contra los franceses. Su orden de detención fue respaldada por Hitler, quien visitó el cuartel general del Grupo de Ejércitos A a la mañana siguiente, 24 de mayo.
Después de la guerra, se volvió común entre los generales alemanes supervivientes echarle toda la culpa a Hitler por el movimiento. Había actuado totalmente en contra de sus deseos, dijeron, lo que solo indicaba lo pobre que era como estratega militar. El general Wilhelm von Thoma, jefe de la sección de tanques, dijo que "pidió permiso para dejar que los tanques avanzaran", pero sus súplicas fueron infructuosas debido a la influencia del Führer. Como escribió en 1950, 'Nunca se puede hablar con un tonto. Hitler arruinó la posibilidad de victoria. El comandante panzer von Kleist, que estaba a solo 18 millas de Dunkerque cuando se emitió la orden de parada, argumentó que la BEF pudo llegar a Dunkerque "solo con la ayuda personal de Hitler". De manera similar, el oficial de operaciones del Grupo de Ejércitos A, el general Günther Blumentritt, afirmó que 'Hitler estaba completamente solo en su decisión de dar la orden de detenerse.
Dos factores vitales jugaron en la mente de Hitler. El primero fue el papel de la Luftwaffe, cuyo jefe Hermann Goering era el aliado más cercano de Hitler. Disfrutando de su preeminencia pero celoso del éxito del ejército en Francia, le dijo a su líder que, en lugar de poner a las divisiones acorazadas alemanas en mayor riesgo, dado el terreno blando alrededor de Dunkerque, la tarea de aniquilar a la BEF debería recaer en las tropas alemanas. Luftwaffe. Los británicos, afirmó, serían presa fácil para sus cazas y bombarderos, declarando con gran pompa: «La gran misión de la Luftwaffe es inminente: aniquilar a los británicos en el norte de Francia. Todo lo que el ejército tiene que hacer es ocupar.
La voluntad de Hitler de complacer la vanidad de Goering fue impulsada en parte por la segunda razón, más política, de la orden de suspensión, que destacaba su ambivalencia hacia la guerra contra Gran Bretaña. Creyendo que el gobierno británico estaba ansioso por llegar a un acuerdo de paz, se mostró reacio a desperdiciar su valiosa armadura en los traicioneros pantanos de Flandes en lo que percibió como una pelea sin sentido. Ya sea que la BEF se rindiera en el Paso de Calais o regresara a Gran Bretaña como el remanente desaliñado de un ejército, estaba seguro de que Churchill tendría que negociar los términos una vez que Francia cayera, y les dijo a sus generales en un momento: "Siempre es bueno dejar que un ejército roto el ejército vuelve a casa para mostrar a la población civil la paliza que han recibido.
En un nivel más profundo, debido a su respeto por Gran Bretaña, por un momento careció de la crueldad que solía mostrar hacia sus enemigos. Blumentritt afirmó más tarde que él y su personal de planificación se habían sorprendido por la actitud de su líder el 23 de mayo. "Nos asombró al hablar de su admiración por el Imperio Británico, de la necesidad de su existencia y de la civilización que Gran Bretaña había traído al mundo". Este fue también el recuerdo de von Rundstedt, quien dijo que, en su reunión de Charleville, Hitler había explicado sus esperanzas de "hacer las paces antes con Inglaterra" dejando escapar a la BEF. Según el testimonio del general, escrito en 1949 con el beneficio de la retrospectiva, el Führer dijo: 'El imperio británico no pudo ser destruido ni siquiera en 100 años.
Cualquiera que sea su justificación, la orden tuvo un impacto crucial en las posibilidades de supervivencia de la BEF. Cuando se levantó el 26 de mayo y los tanques alemanes comenzaron a moverse nuevamente, gran parte de la fuerza de Lord Gort había logrado llegar a Dunkerque. La heroica resistencia opuesta por la guarnición británica en Calais brindó asistencia adicional a la retirada, donde las unidades del Royal Rifle Corps del Rey y la 30.ª Brigada Motorizada al mando del brigadier Claude Nicholson ataron a un gran número de panzers y tropas. Esencialmente, la valiente banda de Nicholson fue sacrificada para proteger a la BEF, ya que Churchill le ordenó que no se retirara sino que luchara hasta el amargo final. El general Pug Ismay, ayudante de Churchill, fue testigo de la angustia del primer ministro en este momento. 'Es una cosa terrible condenar a un cuerpo de hombres espléndidos a la muerte o al cautiverio. La decisión nos afectó a todos muy profundamente, especialmente quizás a Churchill. Estuvo inusualmente silencioso durante la cena de esa noche, y comió y bebió con evidente desagrado. Cuando nos levantamos de la mesa, dijo: “Me siento físicamente enfermo”. '
Esa misma noche, cuando los primeros alemanes estuvieron dentro del alcance de la artillería de las tropas británicas y francesas ahora con base en Dunkerque, el Gabinete de Guerra acordó ordenar el inicio de la evacuación, cuyo nombre en código es Operación Dinamo. A la mañana siguiente, Churchill le escribió a Gort, su carta revelando su sensación de aprensión. 'En este momento solemne, no puedo dejar de enviarles mis mejores deseos. Nadie puede decirte cómo irá. Pero cualquier cosa es mejor que estar encerrado y morir de hambre. Parecía una esperanza vana al comienzo de Dynamo que muchas de las tropas de BEF serían rescatadas de Dunkerque. Ironside predijo que no se salvarían más de 30.000, poco más de una décima parte de todo el BEF.
Las tropas británicas exhaustas y rodeadas tampoco estaban muy animadas, su estado de ánimo empañado por lo que percibían como la falta de cobertura aérea, aunque en realidad los Spitfires y Hurricanes de Fighter Command estaban enzarzados en feroces batallas aéreas con la Luftwaffe en lo alto del cielo. sobre el norte de Francia. Sandy Frederick, sirviendo en el 2º Fife y Forfar Yeomanry, dejó una vívida descripción de su lucha para llegar a Dunkerque a bordo del portaaviones Bren de su unidad: 'Fue aterrador estar bajo un ataque aéreo. No parecíamos tener ninguna defensa. Estábamos en un verdadero pánico. No hubo control alguno. Los restos de vehículos británicos estaban por todas partes. Nos disparaban por todos lados. Ahora tenía unos 20 hombres agarrados a mi portaaviones Bren mientras nos retirábamos.'
Para el teniente general Alan Brooke, comandante del II Cuerpo, las escenas de caos en el camino a Dunkerque eran demasiado indicativas de la locura que se apoderó de Francia cuando se enfrentaba al colapso bajo el ataque alemán. Al pasar por una ciudad fuertemente bombardeada, se encontró con un grupo de internos de un manicomio que había sido demolido. Con catástrofe por todos lados, bombardeado por rumores de todo tipo, inundado por refugiados y un ejército francés desmoralizado, y ahora encima de todo, todos los lunáticos en trajes de pana marrón parados al costado del camino, sonriendo a uno con una sonrisa tonta. , ¡un flujo de saliva corriendo por la comisura de sus bocas y goteando narices! Si no hubiera sido porque para entonces uno tenía los sentidos entumecidos por la magnitud de la catástrofe que lo rodeaba, la situación habría sido insoportable.
El sentido de desesperación de Brooke habría sido mayor si hubiera sabido que, en el mismo momento en que la BEF estaba tratando de ponerse a salvo, en Londres, una facción dentro del corazón del gobierno británico estaba conspirando para abandonar la lucha y negociar un acuerdo. con el Reich. A pesar de todas las condenas retrospectivas que le arrojaron algunos de sus generales, Hitler había tenido parte de razón: de hecho, había un político británico muy importante que estaba demasiado ansioso por llegar a un acuerdo de paz. Convencido de que la BEF estaba perdida, de que el triunfo de Alemania era inevitable y de que Churchill estaba completamente engañado, este autoproclamado realista creía que la continuación de la guerra acabaría por destruir el imperio. La retirada a Dunkerque fue su oportunidad para atacar. Mientras las tropas británicas esperaban la salvación, uno de sus amos políticos tramaba la rendición.
En agosto de 1946 el gobernador de la provincia de Buenos Aires, el coronel Domingo Mercante, firmó un decreto por el cual los homosexuales no podían votar en la provincia por “razones de indignidad”.
Dicho decreto fue revocado recién en enero de 1990, durante la gobernación de Antonio Cafiero, luego de un proyecto del senador radical Manuel de Armas.
Asimismo en 1951, una enmienda al Código Bustillo de Justicia Militar prohibía a los homosexuales entrar al ejército, dicha enmienda tuvo su origen en el escándalo de los Cadetes de septiembre de 1942, cuando se investigó la participación de jóvenes cadetes del Colegio Militar de la Nación en supuestas fiestas sexuales organizadas por hombres homosexuales de clase alta. Varios escritores nacionalistas, que apoyaron el movimiento militar del 4 de junio de 1943, puntualizaron con este hecho la idea de un "oligarquía corrupta" y el decaimiento moral de la Nación durante los gobiernos de la "Década Infame" y justificaron el golpe de Estado con el autoproclamado objetivo de "sanidad moral".
Disciplina, fanatismo e incredulidad: los soldados japoneses que pasaron décadas escondidos sin saber que la guerra había terminado
La rendición de las tropas niponas en septiembre de 1945 puso fin a la Segunda Guerra Mundial pero no a las andanzas de miles que siguieron combatiendo en los montes y en la selvas, en algunas ocasiones sin comprender que había llegado la paz y en otras incapaces de reconocer el desastre final
Por Germán Padinger || Infobae
Una columna japonesa ingresando en Singapur tras derrotar al Reino Unido en 1942 (Gentileza: News dog media)
El 25 de noviembre de 1970, 25 años después de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial,
el escritor Yukio Mishima y cuatro de sus seguidores ingresaron en el
cuartel general de las Fuerzas de Autodefensa Japonesas en Tokio y secuestraron a su comandante.
Desde la ventana de la oficina, Mishima intentó entonces arengar a las tropas en el patio y provocar una sublevación. Su objetivo era claro: un golpe de Estado que restaurara el poder del Emperador Hiroito,
forzado en 1946 a renunciar a su status de Dios en la tierra mediante
la firma de su Declaración de Humanidad (Ningen sengen), retornara a los
valores de la cultura tradicional y limpiara la humillación de la
derrota del Imperio del Sol Naciente en 1945.
Pero
el autor de la tetralogía de "El mar de la Fertilidad" y las novelas
"El marino que perdió la gracia del mar" y "Confesiones de una máscara",
para muchos uno de los escritores japoneses más influyentes del Siglo XX, no tuvo éxito en conmover a los jóvenes soldados de un Japón nuevo y moderno que se le estaba escapando.
El
escritor Yukio Mishima intenta provocar un golpe de Estado en Japón que
restaure el poder del emperador. Luego se suicidará cometiendo seppuku
Mishima volvió entonces a la oficina, tomó un cuchillo y se abrió el vientre de acuerdo a la práctica del suicidio ritual conocida como Seppuku,
como relata el biógrafo estadounidense Henry Scott Stokes. En un acto
final de tragicomedia negra, su asistente Masakatsu Morita intentó, sin éxito ya que no estaba entrenado en el uso de la espada, decapitarlo, parte final del rito. Otro de los presentes, Hiroyasu Koga, debió intervenir para concluir lo que se transformó casi en un acto performativo, la última obra de Mishima.
Cuatro años después y a casi 4.000 kilómetros de distancia, el último soldado del imperio japonés aún activo, Teruo Nakamura, fue capturado en la isla indonesia de Morotai, 29 años después de que las fuerzas japonesas firmaran la rendición a bordo del acorazado estadounidense USS Missouri.
Nacido
en Taiwán y miembro de la tribu aborigen Amis, Nakamura había sido
reclutado para formar parte de una unidad de voluntarios del Ejército
Japonés, y estaba destinado en Morotai cuando en octubre de 1944 los aliados capturaron la isla indonesia. Desaparecido en combate, fue declarado muerto por los japoneses y olvidado, pero en realidad se las había arreglado para vivir escondido en la selva hasta que fue descubierto por un avión en 1974.
El
emperador Hiroito mantuvo el trono desde 1926 hasta su muerte en 1989.
Fue un símbolo del poder imperial japonés y figura divina hasta que las
autoridades de ocupación estadounidense lo forzaron a aceptar su
humanidad
Nakamura fue el último de miles de soldados japoneses que por disciplina
o desconocimiento de la rendición continuaron activos en las décadas
posteriores al fin de la Guerra en el Pacífico (1941-1945), cada uno de ellos un monumento a los valores de patriotismo y sacrificio nipones, pero también a las ambiciones expansionistas, las masacres brutales y la autopercepción divina del Imperio.
Guerrilla y supervivencia de las cenizas del sol naciente
Japón inició su campaña de expansión y conquista en 1931, cuando el ejército de Kwantung ocupó Manchuria,
en el norte de China. Ambos países volvieron a entrar en guerra 1937,
poco antes del inicio en Europa de lo que luego se llamaría Segunda
Guerra Mundial (1939-1945).
A partir de entonces las conquistas japonesas no pararon de crecer: Indochina, Filipinas, Singapur y Nueva Guinea, entre muchos otros lugares en el este de Asia, fueron ocupados y para
1941 el Imperio ya estaba también en conflicto con Estados Unidos tras
el ataque sobre Pearl Harbor y en alianza con la Alemania nazi y la
Italia fascista.
Tropas japonesas junto a soldados británicos capturados, posiblemente en Singapur (Gentileza: News dog media)
Derrotar finalmente al imperio japonés le tomó a los aliados casi cuatro años y enormes pérdidas humanas y materiales. Incluso, Tokio no cambió su postura de combate hasta la muerte del último de sus soldados
sino hasta el bombardero con armas nucleares de Hiroshima y Nagasaki en
1945 y la invasión de Manchuria por parte de la Unión Soviética ese
mismo año.
Pero
ni el fin de la guerra en septiembre de 1945, ni la consiguiente
ocupación de las islas japonesas por tropas estadounidenses ni tampoco
la Declaración Humanidad del 1 de enero de 1946 lograron que miles de soldados desperdigOs por toda Asia Oriental siguieran en armas.
La resistencia en la selva
En
1944 las tropas estadounidenses invadieron la isla de Saipán, en el
archipiélago de las Marianas, y derrotaron a los defensores japoneses
tras una batalla brutal. Cuando todo estaba ya perdido, los últimos 4.000 soldados imperiales se lanzaron en una carga suicida contra los atacantes,
en sintonía con una vieja tradición y una práctica recurrente durante
la Guerra en el Pacífico de pelear hasta el último hombre, sin aceptar
la humillación de la rendición.
Un
soldado se rinde ante las tropas estadounidenses. Las rendiciones era
un fenómeno muy excepcional, y por lo general los japoneses peleaban
hasta la muerte
Fueron aniquilados, Estados Unidos consideró a la isla "segura" y Japón declaró a todas las tropas apostada en Saipán como presuntamente muertas en acción.
Pero estaban equivocados.
El capitán Sakae Oba y 46 de sus hombres habían sobrevivido a aquella carga suicida y estaban escondidos en la selva. Reunieron a 200 civiles japoneses, y se internaron aún más en una zona montañosa donde establecieron una base.
Los hombres de Oba, apodado "El Zorro", se dedicaron entonces a una campaña guerrillera contra las tropas estadounidenses que continuó aún después de la rendición formal de Japón. Oba y sus hombres finalmente se entregaron el 1 de diciembre de 1945 y el capitán vivió hasta 1992.
El capitán Sakae Oba, el “Zorro” de Saipán
El teniente Ei
Yamaguchi tuvo una actitud similar, al liderar a 33 de sus soldados en
una campaña guerrillera tras la derrota japonesa en Peleliu.
Hostigó a los infantes de marina estadounidenses durante casi dos años
después del fin de la guerra, rindiéndose en abril de 1947.
"No
podíamos creer que habíamos perdido. Nos habían enseñado que no
podíamos perder. Es la tradición japonesa que debemos pelear hasta la
muerte, hasta el final", explicó Yamaguchi en una entrevista con la cadena estadounidense NBC en 1995.
Shoichi Yokoi, el cazador nocturno
Los guerrillas de Oba y Yamaguchi mantuvieron, hasta cierto punto, la disciplina y organización militar. Pero hubo
numerosos casos de soldados japoneses o pequeños grupos que quedaron
completamente aislados de sus unidades y también de los enemigos, encarando apenas la supervivencia a la espera de noticias de Tokio o incluso un rescate.
Shoichi Yokoi en un retrato en tiempos de la guerra, y tras su captura en 1974
Uno de los más famosos fue el caso del sargento Shoichi Yokoi,
desaparecido en 1944 luego de la batalla de Guam, cuando fuerzas
estadounidenses recuperaron la isla que habían perdido ante los
japoneses en 1941.
Inicialmente
Yokoi era parte de un grupo de 10 sobrevivientes que se habían
escondido en la selva. Pronto se separaron y el sargento permaneció
junto a otros dos japoneses, pescando y cazando de noche lo que estuviera a su alcance -langostinos, serpientes, ratas, cerdos-, y escondiéndose en cuevas durante el día.
Supieron de la rendición de Japón en 1952, siete años después, pero en un principio dudaron de que la información fuera cierta, como reconstruye el portal Gizmodo.
El avance japonés en el Asia Oriental estuvo marcado por la brutalidad y la lucha sin tregua(Gentileza: News dog media)
Los tres hombres continuaron viviendo en la selva hasta 1964, cuando dos de ellos fallecieron y Yokoi quedó completamente sólo. En 1972 un grupo de cazadores lo encontraron, escuálido y desaliñado, y finalmente fue repatriado a Japón, 28 años después de la rendición formal.
"Estoy avergonzado de haber vuelto con vida", dijo en una famosa aparición pública, como relata el New York Times.
Durante una visita al palacio imperial, con un Hiroito humanizado aún en el trono, Yokoi dijo:
"Continué viviendo por el bien del Emperador y creyendo en el Emperador
y el espíritu japonés, lamento profundamente no haber podido servirle
bien".
Tanques japoneses en Filipinas
"Nosotros los soldados japoneses estamos instruidos para preferir la muerte que la desgracia de ser capturados vivos", agregó en otra entrevista.
La larga misión de Hiroo Onoda
La cinematográfica historia del teniente Hiroo Onoda comenzó
en diciembre de 1944, cuando fue enviado como comando, con el objetivo
de destruir infraestructura, a las Filipinas poco antes del desembarco
estadounidense y el inicio de la campaña de liberación del archipiélago.
Tras la caída de la guarnición japonesa, Onoda se internó en las colinas en la isla de Lubang. Inicialmente no estaba solo, había muchos otros rezagados y pronto comenzaron sus actividades guerrilleras contra las fuerzas estadounidenses.
El teniente Hiroo Onoda al momento de su rendición en 1974
Onoda y su grupo supieron de la rendición japonesa en octubre de 1945 por medio de panfletos lanzados por los estadounidenses, pero como en otros casos de rezagados, los creyeron una mentira y siguieron combatiendo.
Los combates esporádicos continuaron durante más de dos décadas, mientras Onoda esperaba órdenes de sus superiores que nunca llegaban.
Se quedó completamente sólo en 1974, cuando el último de sus soldados murió en un enfrentamiento con la policía filipina.
El joven Onoda, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial
A diferencia del caso de Yokoi y Nakamura, Onoda no era un desaparecido perdido en un cueva en el Pacífico. Las autoridades lo conocían y también disfrutaba de una pequeña fama local.
Fue así que ese mismo año un estudiante japonés, Norio Suzuki, se lanzó a las colinas de Lubang para hallar al misterioso teniente Onoda. Lo hizo, y los dos hombres se hicieron amigos, de acuerdo al registro de rezagados japoneses Wanpela.
Armado
de fotografías que probaban su encuentro con Onoda, Suzuki retornó a
Japón y ofreció a las autoridades la llave para lograr la rendición del
rezagado: necesitaba un orden de su oficial superior que le
evitara la humillación de la rendición y probara que el imperio
efectivamente se había rendido.
La explosión nuclear sobre Hiroshima, el 6 de agosto de 1945
El
gobierno japones halló al mayor Yoshimi Taniguchi, convertido ahora en
librero, y lo llevó a las Filipinas para que se reuniera con Onoda y le entregara en papel su orden desmovilización, como relató el mismo Onoda en su libro autobiográfico "Luché y sobreviví".
Habían
pasado tres décadas de la rendición, de las bombas sobre Hiroshima y
Nagasaki y de la masacre de Nanking, y el mundo parecía haber seguido
su curso para casi todos, menos para un escritor exquisito y un grupo de
jóvenes que habían sido entrenados para creer en la infalibilidad del
Imperio del Sol Naciente.