sábado, 31 de mayo de 2025

Patagonia: Los fusilamientos de Varela que reestablecieron el orden y progreso en la región

Patagonia trágica, 1921. El coronel Varela condujo la brutal represión en Santa Cruz, labor festejada por la Liga Patriótica y los ingleses.

La Voz de Chubut





El coronel Varela del Ejército Argentino

Actor de los polémicos sucesos de los años 20, traducidos en controvertidas obras como La Patagonia rebelde o Los vengadores de la Patagonia. El detonante que provocó el levantamiento masivo de peones rurales principalmente en el territorio de Santa Cruz fueron los paupérrimos salarios que percibían y la ola socialista-anarquista que fue ingresando por Buenos Aires desde Europa.

Como contrapartida estaban los intereses de estancieros británicos, dueños de la mayoría de los campos sureños e influyentes en la economía y en la política porteña.

Para soliviantar a los peones apareció en escena el chileno Antonio Soto, quien llegó a Río Gallegos con una compañía de teatro en 1919. Allí conoció al abogado José María Borrero que dirigía el periódico La Verdad.


Antonio Soto, en 1920

Soto cambió el teatro por la política trabajando como estibador y fue elegido secretario general de la Unión Obrera, exhortando a sus seguidores a abandonar el trabajo y presionando a los comerciantes para levantar el boicot. Atacaron las estancias saqueándolas y poco pudo hacer la policía para detenerlos.

El 28/01/1921, el Regimiento de Caballería del Ejército Argentino zarpó de Buenos Aires con la orden de pacificar el territorio, a cargo del oficial Héctor B. Varela, un militar de ilimitado patriotismo, estudioso de la disciplina prusiana, que quería que sus hombres se comportaran como tales.

Al principio, Varela contrarió a los terratenientes extranjeros, porque su programa de pacificación consistía en indultar a todos los huelguistas que entregaran las armas. Pero cuando Soto proclamó la victoria total sobre la propiedad privada, el ejército y el Estado, Varela se sintió ridiculizado y reaccionó con la mayor dureza.

Ese invierno, los huelguistas cometieron vejaciones a lo largo de toda la costa con Soto al frente. En su segunda campaña empezaron a tomar rehenes en las estancias, elucubrando Soto una revolución que se extendería al resto del país. Borrero desertó pagado por los estancieros Braun y Menéndez.

El presidente Yrigoyen autorizó a Varela a utilizar “medidas extremas” para doblegar a los huelguistas. Desembarcó en Punta Loyola el 11/11/1921. Ambos grupos extremistas y exacerbados se enfrentaron con consecuencias que debieron ser previsibles para los políticos de entonces. Los huelguistas se dispersaron sin combatir, mientras el ejército difundía comunicados sobre enfrentamientos armados y arsenales capturados. En cinco oportunidades, los soldados lograron que los huelguistas capitularan, tras la promesa de respetarles la vida. En todas, los fusilamientos comenzaron después. Centenares de hombres cayeron en las tumbas cavadas por ellos mismos o los acribillaban y apilaban los cadáveres sobre hogueras alimentadas por arbustos “mata negra”.

El ensueño de Soto terminó en la estancia La Anita, establecimiento de los Menéndez, cuando sus hombres comenzaron a fugarse al acercarse el ejército.


Última foto de Facón Grande, horas antes de ser fusilado por Varela

El 07/12/1921, Varela envió a uno de sus hombres con la propuesta de rendición incondicional y que se respetarían las vidas. Aquella noche, Soto y algunos de los cabecillas escaparon a Puerto Natales. Los chilotes esperaron a los soldados creyendo que los expulsarían a Chile, pero la orden de Varela fue igual a las anteriores. De los 300 hombres que se rindieron, algunos se salvaron por ser mano de obra calificada. Los demás, unos 120, murieron allí.

El resultado regocijó a la comunidad inglesa. El coronel Varela, sobre el que habían recaído sospechas de cobardía, se había redimido con creces. El Magellan Times alabó su “espléndido coraje, en virtud del cual había circulado por la línea de fuego como quien participa en una parada militar (…) Los habitantes de la Patagonia deberían sacarse el sombrero ante el 10 de Caballería, ante esos valerosos caballeros”.

La gente resentida tomó este acto mostrando la hilacha marxista. Siempre se recuerda, según el escrito comunista de origen alemán, Oswald Bayer, que durante un banquete, que se celebró en Río Gallegos con miembros de la Liga Patriótica Argentina, los veinte británicos presentes, poco versados en la lengua castellana, rompieron a cantar: For he’s a jolly good fellow (Porque es un buen compañero), ante el estupor del patriota Varela. A su regreso, este oficial se encontró con leyendas de anarquistas terroristas que rezaban: “Muera el caníbal del Sur”.

El Congreso estaba conmocionado porque la orden de represión fue dada por el propio Yrigoyen, y porque Varela había cometido el error de matar a un funcionario socialista. Entonces se lo designó como director de una escuela de caballería para que se calmaran los ánimos. El 27/01/1923, Kurt Wilkens, un anarquista tolstoiano, mató cobardemente a tiros al coronel Varela en las calles de Buenos Aires luego de haberlo dejado inhabilitado con una granada. Un mes más tarde, el 26 de febrero, Wilkens fue ajusticiado a su vez en la Cárcel de Encausados por su guardián. Antonio Soto murió impune de trombosis cerebral el 11/05/1963 y Borrero en 1930 en Santiago del Estero.


viernes, 30 de mayo de 2025

Bélgica: El poco conocido tráfico de esclavos belga

 La historia no contada de la trata de esclavos «belga»

Por Stan Pannier , traducido por Noor de Bruijn

Es bien sabido que las grandes potencias europeas estuvieron involucradas en la esclavitud. Sin embargo, es mucho menos conocido que los Países Bajos Meridionales también estuvieron fuertemente involucrados en la trata de esclavos. A finales del siglo XVIII, varios barcos partieron de Ostende, un punto clave , hacia las costas de África Occidental y Central para intercambiar bienes por personas. El número de personas esclavizadas en los barcos de Ostende probablemente se cuenta por miles. Pero para comprender esto con precisión, se necesita un estudio exhaustivo, escribe el historiador Stan Pannier, quien investiga este período en el Instituto Marino de Flandes.

Las costas de África también reciben el tráfico de barcos [de los Países Bajos Meridionales], y los flamencos se dedican allí al mismo comercio odioso que otros países europeos han practicado durante tanto tiempo sin escrúpulos. Hoy en día, está casi olvidado, pero la participación de los comerciantes "belgas" en el tráfico de esclavos a principios de la década de 1780 no era en absoluto un secreto para James Shaw, un turista inglés de la época.

En su reciente libro, De Zwarte Handel (La trata negra, 2021), Herman Portocarero recalca con acierto este fragmento histórico. Sin embargo, aún quedan muchas preguntas por responder. En De Zwarte Handel , Portocarero combate la idea de que la esclavitud es un capítulo cerrado de la historia. Tras un viaje a través del tiempo y el espacio, intercalado con experiencias de sus cuarenta años de carrera diplomática, el autor argumenta con razón que el racismo estructural actual es un legado directo de la trata transatlántica de esclavos. Otro mérito de Portocarero es que destaca la participación de comerciantes y capitales belgas en este comercio triangular.

En este artículo desarrollo más a fondo el primer punto de partida de Portocarero en De Zwarte Handel sobre la participación belga y formulo preguntas de investigación para el futuro.

Ostende desconcertada

En 1775, el conflicto latente entre Gran Bretaña y sus colonias norteamericanas se intensificó. Bajo el lema «el enemigo de mi enemigo es mi amigo», muchos países apoyaron a los insurgentes estadounidenses y se vieron envueltos en el conflicto. En 1778, Francia intervino, en 1779, España siguió su ejemplo, y con la adhesión de la República Holandesa en 1780, toda Europa Occidental estaba en guerra con Londres. ¿Toda Europa Occidental? No. Una franja costera de sesenta kilómetros en el centro logró mantenerse al margen del conflicto: la de los Países Bajos Meridionales.

Tras formar parte del imperio español durante más de un siglo, los Países Bajos Meridionales pasaron a manos de la rama austriaca de la familia Habsburgo en 1714. Durante el siglo XVIII, Viena se centró en Europa Central y su competencia con Prusia y Rusia. Por lo tanto, tenía poco que ganar con una participación activa en el conflicto entre las potencias de Europa Occidental. Junto con otros países, los Habsburgo decidieron unirse a la llamada Liga de Neutralidad Armada para proteger su comercio marítimo de las condiciones de la guerra.

En un intento de estimular aún más el comercio, el emperador José II proclamó la ciudad puerto libre.

De hecho, antes que en el continente europeo, Gran Bretaña, Francia, España y la República resolvieron sus diferencias en el mar. Esto afectó negativamente al tráfico económico. Los buques de guerra podían capturar buques enemigos cuanto quisieran, y los almirantazgos también autorizaban a los propietarios de barcos privados a cazar presas comerciales. Entonces, ¿cómo podían los comerciantes continuar sus negocios con relativa seguridad durante los años de guerra? Muchos intentaron protegerse de la supremacía de la flota británica operando en un puerto neutral o navegando bajo una bandera segura. No era de extrañar, entonces, que lo mejor del comercio europeo comenzara a congregarse en Ostende a partir de 1778. En un intento por estimular aún más el comercio, el emperador José II proclamó la ciudad puerto franco durante una visita festiva.

Funcionó. Mejor aún: fue abrumador. De repente, se oía un idioma diferente en cada esquina, los albañiles locales no conseguían conseguir los ladrillos y los precios de las casas existentes se dispararon. Se desplegó el ejército para demoler las murallas de la ciudad y dar paso a nuevos edificios. Durante un tiempo, Ostende se convirtió en la ciudad que nunca duerme . «Desde que estoy aquí, no he podido terminar mi trabajo antes de la una de la madrugada», escribió un empleado de una de las oficinas comerciales, «y ayer eran incluso las dos y media». Se designaron serenos para mantener la paz en la otrora tranquila ciudad portuaria.

Por un tiempo, Ostende se convirtió en la ciudad que nunca duerme.

Mientras que en 1770 cuatrocientos barcos aún llegaban a Ostende, en 1780 llegaron repentinamente a mil. Un año después, esa cifra ya se había duplicado. Y se batieron récords aún más antiguos: según el cronista Jacobus Bowens, solo el 11 de marzo de 1780, nada menos que cincuenta y dos barcos zarparon del puerto. «Es imposible imaginar una escena más hermosa», describió con lirismo un comerciante el acontecimiento a un cliente en el campo.

Rey del Congo

En esa atmósfera febril de cada vez más y mayor, las cosas también fueron aún más lejos. Los comerciantes extranjeros trajeron consigo rutas comerciales internacionales, pero las empresas locales también se atrevieron a mirar más allá del horizonte. Si navegar por el Mediterráneo había sido bastante exótico en el pasado, los marineros flamencos ahora podían ser objeto de burla por parte de sus colegas si aún no habían cruzado el Atlántico, describe Bowens.

No era la primera vez que se realizaba comercio internacional a gran escala desde Ostende. En 1722, la Compañía General Imperial de las Indias (GIC), más conocida como la Compañía de Ostende, ya estaba fundada. Esta compañía había recibido patente del emperador Carlos VI para comerciar con China y Bengala. La Compañía de Ostende lo hizo con gran éxito, hasta que fue suspendida y finalmente abolida en 1727 por la presión de los países vecinos. La actividad internacional de la década de 1780 tuvo poco que ver con esta Compañía. Las empresas tuvieron que arreglárselas sin un monopolio estatal: una extensa red y un entorno político favorable se convirtieron entonces en sus herramientas más importantes. Muchos barcos zarparon hacia Surinam o comerciaron con islas del Caribe como Santo Tomás, Martinica o Granada. Y no pasó mucho tiempo antes de que otro destino apareciera en el radar proverbial: África.

El impulsor del comercio con África en el sur de los Países Bajos fue Frederik Romberg. Nació en la ciudad de Iserlohn, en la actual Alemania. Romberg se mudó a Bruselas en 1755 para fundar su propio negocio. Hizo fortuna en el comercio de tránsito, y pronto surgieron oficinas de compañías con su nombre en Lovaina, Brujas, Ostende y Gante. Romberg aprovechó al máximo los años de guerra vendiendo documentos de navegación neutrales a comerciantes extranjeros.

Con el apoyo de sus adinerados colegas bruselenses, como Jean-Jacques Chapel y Edouard de Walckiers, el comerciante también comenzó a equipar barcos con destino a las costas de África. El primer barco en zarpar fue el Marie Antoinette , llamado así por la reina francesa y hermana de José II. Barcos posteriores recibieron nombres como el Graaf van Vlaanderen (Conde de Flandes), el Staten van Brabant (Estados de Brabante) o el Vlaamse Zeepaard (Caballito de mar flamenco). Uno de los últimos barcos en zarpar de Ostende hacia África Central fue el King of the Congo
, un nombre que hoy suena a un guiño cínico a lo que ocurriría un siglo después.

Armas de fuego y conchas cauri

La partida fue precedida por un proceso logístico de meses de duración. Además de un barco en condiciones de navegar, era necesario adquirir una carga de salida adecuada para el intercambio en África. Esta era muy diversa: en Gante, Brujas y Ostende, los empleados de Romberg cargaban los barcos con armas de fuego, licores, algodón estampado, tabaco, artículos de hierro y conchas cauri, pero también espejos, zapatos y pañuelos. La contratación de un capitán experimentado, un médico y marineros supuso otro gran gasto. Las tripulaciones de Romberg reflejaban el carácter internacional de Ostende: la tripulación del Conde de Flandes , por ejemplo, incluía flamencos, franceses, alemanes, italianos y malteses. Finalmente, una suma considerable se destinó a alimentos, medicinas, seguros y, en el caso de la trata de esclavos, cadenas y grilletes.

Por lo tanto, establecer una empresa en África costaba mucho dinero. Era difícil convertirlo a la moneda moderna, pero el valor del equipo más grande pronto alcanzó el orden del millón de euros. ¿Cómo se reunía este dinero? En el caso del comercio internacional de principios de la era moderna, los propietarios del capital solían unirse para financiar una empresa. Esto se debía en parte a la magnitud de la cantidad necesaria, pero también en parte a limitar el riesgo. Al fin y al cabo, todo podía salir mal en meses o incluso años de viajes internacionales.

A diferencia de hoy, los interesados ​​no invertían directamente en la compañía de Romberg, sino en viajes individuales. En ocasiones, el comerciante agrupaba dos o tres barcos que viajaban juntos (flota) en una sola acción. Romberg y sus banqueros aportaban la mayor parte del capital. Pero muchos particulares también mostraron interés, convencidos por la atmósfera eufórica de Ostende y la mentalidad de "ahora o nunca" propia de la coyuntura política. Portocarero menciona en su libro a Charles François Vilain XIIII (que no debe confundirse con el conocido estadista Jean-Jacques Philippe Vilain XIIII), pero decenas de otras personas adineradas de la actual Bélgica, Ámsterdam, Burdeos y Viena se alistaron en las expediciones de Romberg.

Oro, marfil y seres humanos

En total, unos quince barcos partieron hacia África en cuatro años. Inicialmente, su destino era África Occidental, desde el actual Senegal hasta Ghana. Posteriormente, las expediciones comenzaron su comercio en Ouidah, en el actual Benín, o frente a las costas de Angola. La mayoría de los barcos traficaban con personas; dos o tres se dedicaban exclusivamente a la recolección de oro y marfil. Por ejemplo, Romberg ordenó a estos últimos capitanes que compraran colmillos lo suficientemente grandes como para ser procesados ​​en bolas de billar.

¿Cuántas personas esclavizadas desaparecieron en las bodegas de los barcos de Romberg? No lo sabemos. Sin embargo, una cifra que a menudo se repite en la (escasa) literatura, y que también repite Portocarero, es de cinco mil. Esta estimación se remonta a Augustin Damiens de Gomicourt, un francés que viajó por nuestras regiones entre 1782 y 1784 y registró sus observaciones bajo el seudónimo de Derival. De Gomicourt era un firme defensor del comercio para el desarrollo de los estados y nunca perdía la oportunidad de elogiar a individuos como Romberg. Al hacerlo, se dejó llevar y se volvió menos crítico. Por ejemplo, el francés escribe con firmeza que Romberg empleaba a diez mil marineros, solo para tener que admitir unos capítulos más adelante que solo eran dos mil.

En cuanto a la trata de esclavos, De Gomicourt afirma que el María Antonieta transportó doscientos noventa prisioneros, y que los barcos posteriores transportaron a otras cinco mil personas. Es posible que debamos ajustar esta estimación. Por ejemplo, el francés no tuvo en cuenta que algunos barcos buscaban exclusivamente marfil y oro. Además, el corso y los accidentes impidieron que algunas compañías llegaran a las costas de África. Sin embargo, el número de personas esclavizadas transportadas por los barcos negreros de Ostende sin duda ascendió a miles.

Escorbuto

Los organizadores y los proveedores de capital eran conscientes de la naturaleza profundamente violenta de la trata de esclavos. Si los inversores no lo sabían por las historias, sin duda lo sabían por el prospecto que Romberg les había enviado. Sin embargo, en el documento contable, se ignoró la violencia con una declaración empresarial de «pérdidas previstas del nueve al diez por ciento» del número previsto de prisioneros. Una estimación optimista: la Base de Datos de la Trata Transatlántica de Esclavos , una base de datos en línea con abundantes cifras sobre la trata de esclavos, muestra que el 13 por ciento de los 6,5 millones de personas secuestradas en África solo durante el siglo XVIII no lograron cruzar el océano. Esa cifra, ya de por sí aterradora, es un promedio, lo que significa que las condiciones en muchos barcos eran significativamente peores.

Un ejemplo de este tipo de barco fue el Prince of Saxe-Teschen de Romberg . El Prince había zarpado de Ostende en febrero de 1783 con destino a África Occidental. Debido a la feroz competencia de otros europeos, el barco tuvo que permanecer allí durante casi un año antes de que hubiera suficientes personas a bordo para iniciar el Paso Medio, de África a América. Durante la larga travesía, se produjo un brote de escorbuto, que dejó solo ciento diecisiete prisioneros con vida al llegar a Cap-Haïtien en Saint-Domingue (el antiguo nombre de Haití). Por lo tanto, el capitán se abstuvo de viajar a La Habana en Cuba, su destino final original, y navegó a Puerto Príncipe. Para empeorar las cosas, el viento abandonó al Prince en ese viaje y veintiséis personas más murieron. Todavía no se sabe cuántas personas esclavizadas estaban originalmente a bordo del barco, pero el Prince tenía al menos una capacidad de unos trescientos veinticinco prisioneros.

Los organizadores y los proveedores de capital eran conscientes de la naturaleza profundamente violenta de la trata de esclavos.

Además de los puertos de Santo Domingo, como el Príncipe de Sajonia-Teschen , los barcos procedentes del sur de los Países Bajos entraban en otras islas francesas como Guadalupe. La Habana, en Cuba, que formaba parte del imperio español, también era un destino frecuente. Tras vender su cargamento humano, los capitanes de esos lugares embarcaban todo el azúcar, algodón, café e índigo que sus barcos podían transportar y zarpaban hacia Europa. Algunos simplemente regresaban a Ostende, mientras que otros se dirigían a Burdeos con la esperanza de encontrar allí más compradores para sus cargamentos tropicales.

Historia desconocida

Con el regreso de la paz a Europa, la trata de esclavos "belga" desde Ostende llegó a su fin. Sin embargo, aún no se ha comenzado a explicar este comercio. A pesar de las contribuciones de historiadores como Paul Verhaegen, Hubert van Houtte, Fernand Donnet, Dieudonné Rinchon y John Everaert, el comercio con África Occidental y Central sigue siendo una historia desconocida. Por ejemplo, actualmente no hay ningún viaje desde Ostende incluido en la casi completa Base de Datos sobre la Trata Transatlántica de Esclavos.

Además de las preguntas sobre la escala (la pregunta del cuánto ), la pregunta del cómo también sigue sin respuesta: ¿cómo lograron los comerciantes del sur de los Países Bajos, como Romberg, integrarse en un sistema transatlántico dominado por los grandes imperios coloniales? ¿Qué redes nacionales e internacionales utilizaron? ¿Y cómo eludieron o accedieron a los monopolios existentes?

Investigaciones futuras, incluyendo mi propio proyecto en colaboración con la Universidad Católica de Lovaina, el Instituto Marino de Flandes y el Fondo para la Investigación Científica, abordarán estas preguntas. Ampliar la perspectiva de los datos existentes y aprovechar las nuevas fuentes belgas podría proporcionar la respuesta. También existe mucho material importante disponible en el extranjero. Mientras que Shaw y De Gomicourt adquirieron conocimientos hace 250 años en el sur de los Países Bajos y los trasladaron a Inglaterra y Francia, los historiadores ahora tendrán que hacer lo contrario. Este tema merece nuestra atención.

miércoles, 28 de mayo de 2025

Inmigración galesa: Las escuelas en la Patagonia

Los galeses y la educación: desde los ranchos de “Fuerte Viejo”, a las capillas y al sinnúmero de escuelas que fundaron y posteriormente se nacionalizaron.

La Voz de Chubut



Escuela de Drofa Gabets, 1910.

Desde la escuela dominical, que no se había interrumpido a bordo del “Mimosa”, se evidenció el interés de los colonos por la educación, tanto religiosa como cultural. Desde el inicio mismo de su instalación en 1865, entre las chozas de madera levantadas en el “Fuerte Viejo”, (restos de la fortaleza construida por Henry Libanus Jones), unos días antes se dispuso un aula donde el pastor Lewis Humphreys impartió la enseñanza. La noticia se conoció en Gales en el periódico “Baner ac Amserau Cymru” en su edición del 10 de febrero de 1866, por lo que se puede deducir que la tarea educativa comenzó apenas se instalaron en tierra chubutense. Al ausentarse el Pastor Humphreys en 1867 fue reemplazado por el Pastor Robert Meirion Williams por un breve lapso ya que pronto se alejó de la Colonia.

Finalmente, en el mes de octubre de 1868, Richard Jones Berwyn respondió al pedido de los vecinos y resolvió habilitar una escuela. Las carencias no fueron obstáculo ya que a falta de papel y tiza se emplearon piedras planas y trozos de greda que se recogían en las lomas cercanas. A falta de edificio se instaló la escuela al abrigo de los molles y los fumes que abundaban y a falta de libros se usó la Biblia para practicar las letras y para la formación del temple de la nueva generación que crecía en el desierto. A medida que se avanzó en el tiempo se complementó la lectura con las páginas ideadas por el maestro. El libro de Berwyn se empleó por varios años en las escuelas de la Colonia. El texto manuscrito en un principio fue impreso en dos ediciones posteriores.

Se estima que esas páginas escolares fueron las primeras que se editaron en idioma galés en una imprenta sudamericana.

El infortunio de un barco que naufragó dos millas al norte de la desembocadura del río Chubut, en 1871, proporcionó material para el refugio escolar. La cabina del capitán, arrastrada hacia una elevación del terreno en TreRawson, funcionó como aula durante varios años.

En ese tramo inicial del poblamiento, las escuelas eran organizadas y sostenidas por los vecinos. El idioma empleado en la enseñanza era el galés, lengua en la que se expresaban los niños en sus hogares y en la comunidad.

A medida que se extendía la ocupación en el valle, se levantaban las capillas y las escuelas, que en la mayoría de los casos funcionaban en el mismo edificio. Después de la escuela de Rawson, fueron surgiendo otras, en Glyn Du, en Gaiman, en Rhandir, en Bryn Gwyn con el nombre de “Cefn Hir”, en Moriah, otra en Bryn Gwyn “Llwyn Onn”, en Drofa Dulog, en Treorki, en Maesteg, en Tair Helygen (Tres Sauces), en Casablanca, en Trelew, en Bryn Crwn, en la Colonia 16 de Octubre, en 28 de Julio, en Ebenezer, en Drofa Gabets y en Las Margaritas (paraje cordillerano). La Escuela para Señoritas en Trelew y la Escuela Intermedia de Gaiman dieron inicio a la educación en el nivel secundario.

Por más de diez años y mucho tiempo después, aquel puñado colonizador en las soledades del sur de la República, no fue considerado para nada. Transcurrió largo tiempo antes de que el Gobierno Nacional comenzara a interesarse por la educación en la Colonia Galesa. Aún después de la sanción de la Ley de Educación Común, en 1884, la Patagonia permanecía al margen. Mientras tanto, se regía por sus propias leyes y en junio de 1877 se resolvió formar la primera Comisión Escolar. Inició su gestión solicitando el apoyo del Consejo Nacional de Educación para la designación de un maestro bilingüe (galés – castellano) con el propósito de integrar a los niños al idioma del país. En adelante se procedió a crear comisiones en los distintos distritos.

Al quedar establecido el Municipio de Gaiman, se aprobó rápidamente la Ordenanza para otorgar un subsidio a las llamadas un subsidio a las llamadas “Escuelas Voluntarias” de su jurisdicción.

Varias de las escuelas actuales en la provincia del Chubut, tienen su origen en aquellas humildes aulas del inicio, donde los maestros eran galeses. En ocasiones, cuando la necesidad era apremiante y los maestros escasos, un vecino con cierta ilustración, era invitado por los colonos para hacerse cargo de la enseñanza.

La nacionalización fue llegando de a poco:

  • Rawson, en 1882. Hoy Escuela Provincial N° 4 “General José de San Martín”
  • Bryn Gwyn, en 1893. Hoy Escuela Provincial N° 61 Abraham Matthews”
  • Treorki, en 1895. Hoy Escuela Provincial N°55 “Teniente de Fragata Daniel Enrique Miguel”
  • Maesteg, en 1895. Hoy transferida al Dique Florentino Ameghino, Escuela Provincial N° 56 “Florentino Ameghino”.
  • Colonia 16 de Octubre, en 1895. La histórica Escuela Nacional N° 18 de río Corintos. Clausurada en 1990 y declarada “sitio histórico”. En las instalaciones ocupadas en la última etapa funciona el Museo histórico.
  • Casablanca, en 1895, Hoy Escuela Provincial N° 3 “Almirante Marcos A. Zar”
  • Trelew, 1896. Hoy Escuela Provincial N° 5 “Domingo Faustino Sarmiento”
  • Drofa Dulog, en 1896. Hoy Escuela Provincial N° 66 “John Carrog Jones”
  • Gaiman, en 1899. Hoy Escuela Provincial N° 100 “Bartolomé Mitre”
  • Las Margaritas, en 1908. Hoy Escuela Provincial N° 76 “María Luisa Pieruzzini de Morelli”
  • Bryn Crwn, en 1910. Clausurada en 1968.
  • 28 de Julio, en 1911. Clausurada en 1993.
  • Ebenezer, en 1911. Hoy Escuela Provincial N° 140 “Michael D. Jones”
  • Drofa Gabets, en 1895. Hoy Escuela Provincial N° 78 “Puente Hendre”
  • Escuela Intermedia de Gaiman. Hoy Instituto Secundario Camwy incorporado al nivel de enseñanza media oficial.


 

Por Arie Lloyd de Lewis, del libro “Chubut, tierra de arraigos”.

martes, 27 de mayo de 2025

Revolución de Mayo: Los días de la libertad

El Cabildo de la Libertad




 

Primer daguerrotipo del Cabildo original, tomada en 1852. Aún conservaba el reloj español de 1763 y el escudo nacional en la fachada. Se puede notar la ubicación —relativamente cercana al Cabildo— de la Pirámide de Mayo, que hoy está desplazada hacia el centro de la Plaza de Mayo.

En el edificio conocido como Cabildo de Buenos Aires funcionó originalmente el Cabildo de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Nuestra Señora del Buen Ayre. Esta institución fue fundada por Juan de Garay en 1580, durante la segunda fundación de la ciudad. Tras la Revolución de Mayo de 1810, que derrocó al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y desencadenó la guerra por la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el cabildo se transformó en una Junta de Gobierno, que funcionó hasta su disolución en 1821 por orden del gobernador Martín Rodríguez.

En el mismo edificio también tuvo sede la Real Audiencia de Buenos Aires, el tribunal de apelación más importante del territorio, desde el 6 de abril de 1661 hasta el 23 de enero de 1812, cuando fue reemplazado por una Cámara de Apelaciones.

El 13 de septiembre de 1810, la Primera Junta creó la Biblioteca Pública de Buenos Aires, cuya primera sede —durante dos años— fue este edificio.

Sin embargo, la institución que ocupó el Cabildo por más tiempo fue la Cárcel de Buenos Aires, que funcionó allí desde 1608 hasta 1877, cuando se trasladaron los presos a la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, hoy desaparecida.

Desde noviembre de 1939, el edificio funciona como museo.

Actualmente, la expresión “Cabildo de Buenos Aires” se refiere al edificio que albergó al antiguo ayuntamiento y que, tras diversas modificaciones estructurales, es hoy el Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo.

El edificio está ubicado en la calle Bolívar 65, en el solar originalmente asignado por Juan de Garay, justo frente a la Plaza de Mayo, el núcleo fundacional de la ciudad. Fue declarado monumento histórico nacional en 1933 y su aspecto actual se fijó tras las remodelaciones de 1940.

lunes, 26 de mayo de 2025

25 de Mayo: En Río Gallegos, los aonikenks participan en 1899

25 de Mayo de 1899 con Aonikenks en Río Gallegos


Un 25 de mayo de 1899, en Río Gallegos, nuestros originarios, los Aonikenk, festejaban este día patrio.

Por: Mario Palandri – Tehuelche, el verdadero pueblo originario de Pampa y Patagonia.

domingo, 25 de mayo de 2025

Argentina: La historia del Cóndor 1

Historia Aeronáutica: El misil Cóndor I





Muy pocos conocen o nombran este desarrollo argentino. Es algo así como el eslabón perdido de la cohetería argentina. Conocemos la secuencia que se inicia con el Alfa Centauro en 1961 y llega hasta el Castor en 1969. Y también conocemos con bastante detalle lo ocurrido con el Cóndor II y el planeado Cóndor III desde la guerra de Malvinas hasta que Carlos Menem cedió a la presión norteamericana y puso fin a la historia en 1991-93.
El Cóndor I estaba destinado fundamentalmente al desarrollo de un motor cohete, y utilizar eventualmente este cohete para investigaciones atmosféricas, con un apogeo de 300 km y una carga de pago de alrededor de 400-500 kg.



Los primeros ensayos estáticos del motor se realizaron -aparentemente- a mediados de 1983, y se tenía planeado lanzar el primer Cóndor I hacia fines de 1985, cosa que nunca ocurrió.
Pero no tenemos datos precisos, sólo referencias vagas y a veces contradictorias o fantasiosas acerca de esa etapa inaugural del proyecto Cóndor, que se inició aparentemente en 1973; en realidad, no se sabe siquiera quién lo concibió ni quién trazó sus directrices, ni cómo se planeó su desarrollo, ni quién diseñó el motor ni quién definió su combustible. La única prueba concreta de que hubo un Cóndor I, aunque fuese en el papel, es el Cóndor II, que no nació de la nada. Como suele suceder, la falta de información se rellena con versiones, y las versiones colocan en lugar privilegiado de ese proyecto inicial al Teniente Coronel Larrabure, el ingeniero que trabajaba en la fábrica militar de Villa María.
Los Estados Unidos siempre procuraron desalentar por todos los medios el desarrollo nuclear y misilístico de la Argentina, y en el segundo caso efectivamente lograron su propósito.
En verdad, el ataque contra la planta fue tan raro como raro fue el cautiverio de Larrabure. Los agresores de la columna Decididos de Córdoba se llevaron unas cuantas armas, es cierto, pero según testigos parecían más interesados en buscar papeles y documentos, y en capturar a sus máximas autoridades.



El director de la fábrica, el Teniente Coronel Osvaldo Guardone, se defendió a los tiros, hirió de muerte a un atacante, y se puso a salvo; el Capitán Adolfo García, ingeniero químico, resultó gravemente herido y fue abandonado por los agresores, que finalmente solo pudieron llevar consigo a Larrabure en su retirada.
Algunas versiones sugieren que también se alzaron con los papeles del Cóndor I, y que por eso nunca aparecieron.
Esto también es parte de nuestra historia-


viernes, 23 de mayo de 2025

Virreinato del Río de la Plata: El naufragio de piratas en Mar del Plata

Speedwell. El naufragio de los piratas británicos que precedió a la fundación de Mar del Plata


En 1742, antes de la llegada de los jesuitas y la fundación del Puerto de la Laguna de los Padres, un grupo de marinos ingleses padeció mil desventuras hasta que fue capturado.

Pablo Junco || La Nación


El Wager poco antes de encallar.

El 18 de septiembre de 1740 salió de Inglaterra una escuadra con seis embarcaciones a cargo del almirante George Anson rumbo al Pacífico. El objetivo era claro: saquear las colonias españolas de América del Sur.

El MS Wager integraba una escuadrilla de seis barcos que el Comodoro Anson había enviado el 18 de setiembre de 1740 a las colonias españolas del Pacífico, para apoderarse de sus riquezas.

El 14 de mayo de 1741, a causa de un temporal, una de las naves –la fragata Wager– se separó de la flota y naufragó en el Golfo de Penas dentro del archipiélago de Guayaneco, muy cerca de caleta Tortel (Chile). La situación de la tripulación no pudo ser más caótica y penosa, al punto de no poder evitar un motín. Luego de encallar en esa suerte de restinga frente a los desolados cantiles de aquella ribera, se trasladaron a una isla a doscientas millas de Chile. Del naufragio se salvaron los botes, todo el malotaje, armamentos, víveres, una campana de bronce y lo que tenían en cubierta.

La isla les sirvió de refugio. Utilizaron maderas para levantar unas viviendas muy precarias y se dedicaron por completo a reparar las embarcaciones. Por suerte, en el lugar había habitantes indígenas pacíficos que les proporcionaban alimentos. Fue entonces cuando se escuchó un disparo que inició el principio de sus desventuras. El capitán Cheap con su pistola humeante en la mano, le había disparado al oficial Cozens, quien sangraba profusamente por una herida en el pecho. Mientras Cozens se quejaba del dolor, el segundo capitán de la fragata, Pemberton, un sargento de brigada y el carpintero Cummius se juntaron para ponerse de acuerdo y desarmar al capitán Cheap.


Capitán David Cheap. Wikipedia


Por la noche, entre varios hombres encabezados por Pemberton, lograron desarmar y reducir a Cheap. Finalmente, se tomó la decisión de volver a Inglaterra. No había chances de reunirse con la escuadra de Anson: encontrarla en el Pacífico era como buscar una aguja en un pajar. Resolvieron entonces construir una embarcación pequeña con los restos de la fragata Wager, que solo alcanzaban para una balandra pequeña o, a lo sumo, una goleta.

Un largo regreso a casa

Al cabo de cinco meses, el carpintero Cummius armó, en un improvisado astillero, una goleta que bautizaron con el nombre de Speedwell. Fueron cinco interminables meses desprovistos de las más elementales normas de convivencia. Quien llevaba el mando de los trabajos, era el designado capitán Pemberton. Había dispuesto una guardia para mantener vigilado a Cheap y sus hombres. Algunos de ellos se dedicaban a la pesca y a la caza, el resto ayudaba a Cummius en la construcción de la nave y los que quedaban sin tareas, montaban guardia cuidando a Cheap.


El Wager quedó encallado el 14 de mayo de 1741 a 200 millas al sur de Chiloé.

Ese capitán había sido tan malvado en todo el viaje, que todos preferían estar a las órdenes de Pemberton. Cuando terminaron la goleta, se pasaron largas horas observándola. Se sentían dueños de ella, ya que la habían construido con sus propias manos. No pasó mucho tiempo hasta tener todo listo para partir. Pemberton no quería correr riesgos de un motín a bordo. Se decidió que el capitán Cheap y sus oficiales irían en la falúa y en el bote del Wager. El resto, navegarían a bordo de la Speedwell.

Comenzaron su largo retorno siguiendo la línea de la costa hacia el sur. La goleta navegaba extraordinariamente bien, pero su línea de flotabilidad no era la indicada. Era demasiado peso el que movía, y si el mar se embravecía, corrían un serio riesgo de hundimiento. Pemberton lo sabía. Decidió volver hacia la orilla y dejar a doce hombres librados a su suerte.

Mar del Plata a la vista

La navegación diaria se hacía muy difícil. Las existencias de comida se habían terminado y se alimentaban muy mal. En esas condiciones, Pemberton decidió tocar tierra nuevamente y comenzaron a buscar un lugar adecuado para fondear el buque. Finalmente encontraron lo que estaban buscando. Era una costa extraña. Cuando se estaban acercando, podían divisarse con el catalejo gran cantidad de lobos marinos, caballos salvajes, perros cimarrones, cerdos montaraces o pecaríes, lo cual les llamó mucho la atención. Los hombres estaban famélicos, algunos se encontraban sin fuerzas ya. Cuando vieron tanta vida salvaje sin poder resistirse, se tiraron al agua para ser los primeros en cazar algo que llevarse a la boca. Uno se ahogó.


Los tripulantes del Speedwell llegaron a las costas de Mar del Plata en 1742
Ricardo Hogg. Colección César Gotta.

A esta altura ya estaban hartos de comer foca hedionda. De los 43 hombres que partieron de Puerto Deseado, solamente quince se encontraban en buenas condiciones para nadar, mientras que los otros se encontraban con claras muestras de desnutrición y cansancio. Los que siguieron nadando llegaron a la costa y pudieron conseguir alimento y agua. Podían considerarse salvados.

Era un 10 de enero de 1742, cuando la goleta Speedwell llegó a esas playas a una distancia relativamente corta de la costa y a una profundidad de ocho brazas se detuvieron y la denominaron “Bahía del Bajío” por haber coincidido la llegada con una bajamar. Los hombres que se encontraban en la goleta, desenrollaron la baderna para hacer una balsa improvisada que sirvió para desembarcar parte de los tripulantes. Llevaban, además, armas, municiones, implementos para pescar, cuchillos y hachas. El 12 de enero decidieron echar ancla frente a esas costas bravías.

Una vez obtenidas las provisiones, el grupo de tierra se dividió. Se asignó a cinco hombres la tarea de llevar algunos víveres a bordo del Speedwell. El resto, Guy Broadwater, Samuel Cooper, Benjamín Smith, John Duck, Joseph Clinch, John Andrews, John Allen e Isaac Morris, serían los encargados de buscar alimentos en tierra.

Abandonados a su suerte

Al pretender volver a la nave, no pudieron hacerlo por estar el viento al sudeste, temible por su violencia en esta costa. Y luego sucedió lo inconcebible. La goleta levó anclas, se alejó del fondeadero, y se perdió de vista. Era evidente que habían sido abandonados.

Ese golpe inesperado dejó a esos ocho sobrevivientes –los ocho primeros “turistas” de Mar del Plata– en una parte del mundo salvaje y desolada, fatigados, enfermos y desprovistos de víveres. El lugar habitado más cercano del que tenían noticias era Buenos Aires, a unas 300 millas al noroeste, pero estaban por el momento en muy pobre condición para emprender ese viaje.


Los ocho marinos abandonados en la costa marplatense improvisaron un refugio en las cavernas de la barranca costera.Ricardo Hogg. Colección César Gotta.

No tuvieron mas remedio que enfrentar la situación y construyeron un refugio al pie de la barranca, excavando una de las tantas cavernas naturales que había en el lugar, cuya formación de arcilla arenosa lo permitía. Para alimentarse, se dedicaron a la pesca y a cazar pecaríes. A pocos metros tenían un ojo de agua dulce.

Al comienzo de la primavera intentaron dos veces llegar a Buenos Aires para entregarse a las autoridades españolas y terminar así ese calvario. Mientras caminaban sin éxito –prácticamente sin un rumbo fijo– luego de haber recorrido un tercio del camino, retornaron desanimados por no conocer el terreno.

Una tarde, la desgracia ensombreció el razonable equilibrio que habían conseguido, pues al regresar de una de sus acostumbradas excursiones de caza por los alrededores, Isaac Morris y Duck se encontraron frente a un macabro hallazgo: tirados en el piso y sangrando copiosamente de sus gargantas se encontraban muertos Broadwater y Smith. ¡Estaban degollados! Clinch y Allen habían desaparecido... ¡Y la caverna había sido saqueada! Ante estas terribles circunstancias, Cooper, Duck, Andrews y Morris, se sintieron empujados a emprender el proyectado camino a Buenos Aires.
Epílogo de una larga desventura

Al día siguiente prepararon las pocas cosas que les quedaban e iniciaron la marcha, seguidos de algunos perros y un par de chanchos. Pero siempre volvían al punto de partida. No estaban seguros de exponerse por la costa, teniendo en cuenta, además, que eran sólo cuatro. No podían protegerse de las amenazas, y así, a un año de haber llegado a esas costas, los náufragos fueron capturados por la tribu del cacique Cangapol quien, después de tenerlos prisioneros por un tiempo, los vendió como esclavos.


El investigador Alberto E. Flugel junto al autor de la nota, Pablo Junco, en la Reducción de Nuestra Sra. del Pilar de Puelches. Gentileza Pablo Junco

Fueron pasando de mano en mano hasta que todos se perdieron de vista. John Duck, que era de raza negra, terminó vendido como esclavo cerca de Córdoba en manos de un acaudalado del norte de Buenos Aires. Cooper, Andrews y Morris años después fueron rescatados por un buque negrero inglés que pasó por Buenos Aires, llamado Grey y más tarde destinados a trabajos forzados en el buque inglés Asia, que estaba en el puerto de Montevideo. Morris pudo embarcar hacia Londres el 28 de abril de 1746, previo paso por Montevideo.

Siete meses más tarde de esta aventura, unos padres jesuitas decidieron instalarse muy cerca de esas tierras y fundar una orden a la que llamarían Nuestra Señora del Pilar de Puelches, lo que más tarde sería el Puerto de Laguna de los Padres, y finalmente Mar del Plata. Pero esa es otra historia…


jueves, 22 de mayo de 2025

UK: La construcción de la torre de Westminster

Construir la "torre"

War History


 

Ilustración del posible aspecto de la Torre, c. 1300, por Ivan Lapper.

Avanzando lentamente y sofocando ferozmente las chispas de resistencia a su paso, Guillermo tardó hasta mediados de diciembre en llegar a Southwark, en la orilla sur del Támesis. Encontró el Puente de Londres de madera, el único cruce del río, bloqueado. Cautelosamente, marchó hacia el oeste, quemando y saqueando, hasta que en Wallingford se encontró con un sumiso arzobispo de Canterbury, Stigand, enviado por el Witan para ofrecerle la corona. El día de Navidad de 1066, Guillermo I fue coronado por Stigand en la recién construida Abadía de Westminster de Eduardo el Confesor.

Afuera de la abadía, la ceremonia de coronación fue interrumpida por londinenses furiosos que se oponían enérgicamente a su nuevo rey, nacido en el extranjero. Alarmados, los soldados normandos salieron corriendo de la abadía con las espadas desenvainadas. Era un recordatorio de que su conquista estaba lejos de completarse. Eran un ejército pequeño y asediado en medio de una población hostil y apenas acobardada que resentía profundamente a estos extranjeros con su lengua extraña y sus costumbres foráneas. Los normandos habían asesinado al rey inglés y diezmado a sus huestes, pero para disfrutar de los frutos de la victoria se dieron cuenta de que debían ser igualmente implacables al reprimir a los antiguos súbditos descontentos de Harold. Y contaban con un método de eficacia probada: el castillo.

Las colinas fortificadas habían sido comunes en Inglaterra durante siglos, como lo atestiguan las murallas y fosos del Castillo de la Doncella de Dorset, excavados por los antiguos británicos. Los romanos también tenían sus fortalezas, como atestiguan las piedras del Muro de Adriano. Pero fueron los normandos quienes patentaron el castillo de «motte and bailey». La idea era simple. Donde no había una colina natural conveniente, como en un castillo de arena, los normandos erigieron un montículo artificial —la motte— coronado por una torre de madera. Luego excavaron un foso defensivo —el patio de armas— alrededor de su base, utilizando la tierra excavada para construir una muralla circundante adicional, coronada por una valla de madera. Para 1066, los normandos eran maestros en la rápida construcción de estas fortalezas modulares —podían construir una en una semana— y su primera medida tras el desembarco fue erigir dos, en Pevensey y Hastings.

Con el tiempo, los normandos construirían unos ochenta y cuatro castillos de motte y patio de armas a lo largo de su reino recién conquistado. Los primeros se ubicaron cerca de su cabeza de playa en Sussex —Lewes, Bramber y Arundel—, protegiendo valles fluviales estratégicos en caso de que necesitaran retirarse a la costa con urgencia. Los castillos temporales de madera fueron pronto reemplazados por piedra maciza, una vez que los normandos se sintieron seguros de estar definitivamente en Inglaterra. La función del castillo era doble: como imponente hogar y cuartel general del magnate local; y como refugio para sus leales soldados, sirvientes y arrendatarios en tiempos difíciles. Eran los puntos clave de la red feudal de ocupación que los normandos extendieron sobre el reino conquistado.

Guillermo recompensó a los caballeros que lo habían seguido y luchado junto a él con grandes extensiones de tierra inglesa conquistada, junto con el señorío de los campesinos que cultivaban la tierra. Se erigieron grandes castillos en Dover, Exeter, York, Nottingham, Durham, Lincoln, Huntingdon, Cambridge y Colchester. Nombres normandos —de Warenne, de Lacey, Beauchamp— reemplazaron a los sajones en la nobleza y el clero, a medida que la ocupación militar se transformaba en una nueva estructura social.



Guillermo dedicó especial atención a un castillo en particular. Su nueva capital, Londres, era vulnerable a ataques por su lado oriental, el del mar. Claramente necesitaba la protección que solo un gran castillo podía brindar. Los antiguos amos militares de Inglaterra, los romanos, habían señalado el camino. En el siglo IV d. C., para defender la ciudad portuaria que llamaron Londinium Augusta, construyeron una sólida muralla. Se extendía de norte a sur desde la actual Bishopsgate hasta el Támesis, antes de virar hacia el oeste a lo largo de la orilla norte del río. En tiempos de Guillermo, solo se conservaban los cimientos de la muralla, pero fue en el ángulo de su esquina sureste, en el emplazamiento de un antiguo fuerte romano llamado Arx Palatina —que los normandos (y Shakespeare) creyeron erróneamente que fue erigido por Julio César— donde Guillermo decidió construir su supercastillo.

Las alborotadas escenas de su coronación dejaron muy claro que el dominio normando solo podía imponerse por la fuerza bruta. Como registró un cronista francés contemporáneo, Guillermo de Poitiers: «Se construyeron ciertas fortalezas en la ciudad contra la inconstancia de la vasta y feroz población». Una fortaleza para albergar a la guarnición de Londres e intimidar a sus habitantes —que sumaban unos 10.000 en 1066— debía construirse sin demora. A los pocos días de la coronación navideña, cuadrillas de obreros sajones reclutados excavaban la tierra helada. Los restos de la muralla romana sirvieron como barrera temporal en los lados este y sur de la nueva fortaleza. Un foso ancho y profundo, coronado por una muralla con empalizadas, se erigió en los lados oeste y norte del sitio. En tres días se erigió una torre de madera en el centro de este rectángulo irregular. Tras una década, sin embargo, tras dedicar gran parte de su tiempo a sofocar rebeliones en el oeste y el norte de su nuevo reino, Guillermo decidió convertir su estructura temporal de madera en piedra permanente.

Guillermo tenía en mente al hombre perfecto para hacer realidad su visión. Imaginó la construcción de un imponente edificio que fuera a la vez fortaleza y palacio: lo último en arquitectura militar de vanguardia, además de una impresionante residencia real. Una estructura imponente y sólida que literalmente grabaría en piedra la superioridad normanda, provocando una repugnancia cultural sajona y sofocando cualquier idea de mayor resistencia a su gobierno. El maestro arquitecto que Guillermo eligió personalmente para supervisar el proyecto fue un talentoso clérigo llamado Gundulf.

Nacido en 1024 cerca de Caen, Gundulf, como muchos jóvenes brillantes de la época medieval, ingresó en la todopoderosa Iglesia. La leyenda cuenta que su decisión se debió a que sobrevivió milagrosamente a una tormenta durante una peligrosa peregrinación a Jerusalén en la década de 1050. Se convirtió en el protegido de Lanfranc, el prior italiano de la gran abadía benedictina de Bec. Gundulf demostró un talento especial para la arquitectura, diseñando iglesias y castillos. Era un hombre emotivo, propenso a los estallidos de llanto, lo que le valió el apodo irrespetuoso de «el Monje Llorón». Sin embargo, cuando Guillermo destituyó al sajón Stigand y eligió a Lanfranc para sucederlo como el primer arzobispo normando de Canterbury en 1070, el nuevo arzobispo llevó consigo a su temperamental clérigo a Canterbury, donde Gundulf supervisó las ampliaciones de la catedral.

El clérigo constructor de castillos llamó la atención del Conquistador, y Gundulf pronto fue llamado a Londres. Guillermo sugirió que Gundulf coronara su carrera arquitectónica construyendo en Londres el castillo más grande de toda la cristiandad. Gundulf se mostró reacio. Envejecido y cada vez más piadoso, le dijo al rey que, durante el tiempo que le quedaba en la tierra, quería construir un edificio eclesiástico, en lugar de uno secular; si era posible, una catedral. Sin problema, respondió Guillermo. En Rochester, cerca de Canterbury, ya existía una catedral, en ruinas tras ser saqueada en una incursión vikinga. Ofreció a Gundulf el obispado vacante y dinero para la restauración de la catedral, siempre que construyera primero el gran castillo de Londres. Así que, sin duda con más lágrimas y temores, Gundulf aceptó el encargo. En 1077 se convirtió en obispo de Rochester, y al año siguiente, 1078, comenzaron las obras de la nueva Torre de Londres.

Gundulf emprendió su tarea con vigor. Tenía cincuenta y cuatro años, un anciano para los estándares medievales, pero no solo completaría la Torre Blanca y la Catedral de Rochester (junto con un magnífico castillo nuevo), sino que también despediría tanto al Conquistador como al hijo y sucesor de Guillermo, Guillermo Rufus. La Torre Blanca debe su nombre a los bloques de piedra de Caen, similar al mármol pálido, importados de Normandía, con los que se construyó —con relleno de piedra de caen tosca local de Kent— y a las capas de reluciente cal con las que finalmente se revocó. La Torre era una estructura enorme, el edificio no eclesiástico más grande de Inglaterra, con una altura de unos 27 metros sobre el suelo, y cuatro torretas con forma de pimentero, una en cada esquina. Todas las torretas eran rectangulares, excepto la del noreste, que era redondeada para albergar una escalera de caracol.

Una vez terminada, la Torre Blanca medía 33 metros de este a oeste y 36,3 metros de norte a sur. Los imponentes muros tenían 4,5 metros de grosor en la base y se estrechaban hasta 3,3 metros en la cima, construidos sobre cimientos de tiza y sílex. Una cripta, o sótano, formaba la planta más baja de la Torre Blanca, donde se excavó un pozo para abastecer de agua a los habitantes. Las bóvedas del sótano se utilizaron inicialmente para almacenar comida y bebida, así como armas y armaduras. Una función más siniestra fue su posterior uso como principales cámaras de tortura de la Torre, donde los gritos de agonía de las víctimas se amortiguaban con la tierra y la piedra circundantes. A la planta principal, la intermedia, se accedía, entonces como ahora, por el lado sur mediante una escalera exterior de madera, que podía retirarse rápidamente en caso de asedio. Esta planta fue originalmente la vivienda de la guarnición de la Torre y se dividía en tres amplias salas: un refectorio con una gran chimenea de piedra donde los soldados comían y se divertían en sus días libres; un dormitorio más pequeño con otra chimenea donde dormían; y, en la esquina sureste, la hermosa y sencilla capilla románica de San Juan, con sus doce enormes pilares.



La segunda planta de la Torre Blanca estaba reservada para el uso del condestable —el comandante de la Torre designado por el monarca—, para invitados importantes y, eventualmente, para prisioneros de estado de alto rango. Las habitaciones consistían en un gran salón con chimenea, utilizado para banquetes de estado, rodeado por una galería de juglares; y la cámara del condestable, un espacio que servía de dormitorio, sala de reuniones y alojamiento para el alto funcionario de la Torre. Cada planta contaba con letrinas con conductos a fosas sépticas subterráneas vaciadas por los recolectores de excrementos.

Al sur de la Torre Blanca, surgieron un grupo de varios edificios más pequeños para complementar la gran estructura de Gundulf. Estos, los primeros de muchas ampliaciones y ampliaciones añadidas a la torre del homenaje original a lo largo de los siglos, eran estructuras temporales, no diseñadas para perdurar. Contaban con establos, forjas, almacenes de materiales de construcción, gallineros y pocilgas. Antes de morir, Gundulf supervisó la construcción de una alta muralla que protegía la Torre por su lado sur, junto al río, y la primera de muchas torres más pequeñas que rodeaban la gran torre del homenaje central. Se desconoce con exactitud cuándo se construyó la torre más antigua que se conserva fuera de la Torre Blanca, la Torre del Armario; y la fecha de la construcción del palacio real al sur de la Torre Blanca es igualmente incierta. Sin embargo, es probable que para cuando Gundulf falleció a los ochenta y cuatro años en 1108, se hubiera comenzado la construcción.

Gundulf había sobrevivido mucho tiempo a su patrón original. Tras someter finalmente a los ingleses, Guillermo el Conquistador se enfrentó a la rebelión en su Normandía natal por parte de su hijo mayor, Roberto Curthose. Fue en una expedición punitiva contra la ciudad rebelde de Mantes, en 1087, que el Conquistador, con su juvenil corpulencia engordada, encontró su fin. Tras incendiar la ciudad conquistada con su habitual salvajismo, Guillermo cabalgaba por las calles en llamas cuando su caballo pisó una brasa ardiente. La bestia se encabritó violentamente, lanzando la gran tripa de Guillermo contra el duro pomo de hierro de la silla de montar, causándole devastadoras heridas internas en su hinchado estómago. Guillermo tardó diez días en morir en agonía. Temido más que amado, al expirar, sus seguidores restantes desnudaron su cadáver hinchado y huyeron. La última indignidad del Conquistador llegó en su funeral, cuando los monjes intentaron meter su cadáver en un pequeño sarcófago. El cadáver se partió, llenando la iglesia de un hedor tan repugnante que los dolientes huyeron. Fue un final ignominioso para el vencedor de Hastings y el fundador de la Torre.

martes, 20 de mayo de 2025

Bélgica: Los sueños sudaméricanos del Rey Leopold III

De Balboa a Bolívar: los sueños sudamericanos del rey Leopoldo III

Por Peter Daerden , traducido por Kate Connelly

Algunos hallazgos de una aventura arqueológica olvidada se esconden en las entrañas del Museo de Arte e Historia del Parque del Cincuentenario de Bruselas. En 1956, una expedición mayoritariamente belga buscó una ciudad mítica en el Caribe que había desaparecido de la faz de la tierra. El gran impulsor de esta misión fue el depuesto rey Leopoldo III, quien se había enamorado perdidamente de esta parte del mundo. Sus viajes por Sudamérica en la década de 1950 fueron notables en más de un sentido. "Descubrió" un lago en Venezuela, conoció a exoficiales de las SS y fue inmortalizado por Gabriel García Márquez.

Se han escrito volúmenes enteros sobre Leopoldo III, pero casi todos se centran en la Segunda Guerra Mundial y la Cuestión Real. Sin embargo, después de la abdicación de Leopoldo, los historiadores parecen haber dejado colectivamente sus plumas, por lo que lo que hizo después de 1951 está sorprendentemente escasamente documentado. Dentro de los seis meses de su deposición, estaba en un barco con destino al Caribe, acompañado por su esposa, Liliane. Leopoldo tenía poco más de cincuenta años y buscaba un nuevo significado en su vida. Aunque viajó como individuo privado, todavía fue recibido en Aruba por el teniente gobernador local. El 25 de marzo de 1952, navegó a Santa Marta en Colombia, una polvorienta ciudad costera en el mar Caribe especialmente famosa porque fue allí donde Simón Bolívar dio su último aliento. El Libertador tenía apenas 47 años cuando murió en 1830 en la cercana finca de San Pedro Alejandrino.

El cuerpo de Bolívar fue trasladado posteriormente a su ciudad natal, Caracas. No hay fin a las plazas y bustos dedicados a él en toda Sudamérica y no se aplica ningún matiz a su estatus heroico. El pintor colombiano Andrés de Santa María, que vive en Bélgica, recibió una vez el encargo de un tríptico de la Batalla de Boyacá. Aun así, su pintura carecía tanto de romance militar (presentando a un Bolívar agotado, pálido y sentado en su caballo) que fue recibida con casi hostilidad. García Márquez experimentó el mismo rencor cuando escribió una novela sobre el héroe de la independencia en 1989. En El general en su laberinto, García Márquez retrató a Bolívar como un hombre de carne y hueso, con debilidades y vicios, lo que fue suficiente para enfurecer a muchos lectores en Colombia.

Característico de los tratos sacrosantos con Bolívar fue el monumento conmemorativo erigido exactamente un siglo después de su muerte, y precisamente en el lugar donde falleció. Al entrar en este complejo con aspecto de mausoleo en Santa Marta, me recordó a una especie de santuario comunista. Una explanada rectangular con palmeras paralelas y banderas nacionales conduce al visitante a una enorme estructura llamada el Altar de la Patria. Dentro de ese santuario se encuentra una escultura de mármol a tamaño natural del Libertador, envuelto en una toga y con la mirada fría como la piedra de un senador romano. La completa ausencia de calor humano convierte el sol tropical que calienta la espalda mientras se contempla la estatua en una abstracción.

Si es cierto que toda vida humana está llena de jirones de azar, sin duda me tocó aquí más de lo que me correspondía. Mientras observaba, cada vez menos interesado en una variopinta colección de placas conmemorativas en una galería arqueada tras el Altar, de repente vi algo extrañamente familiar. ¡Leopold no solo había estado allí el 26 de marzo de 1952, sino que su presencia había sido inmortalizada! ¿Por qué nunca había leído nada al respecto? ¿Acaso la gente lo sabía? Si bien coincido en que Santa Marta es un rincón lejano y poco atractivo de un país que había estado aislado del mundo exterior durante décadas debido a la guerra y el conflicto, la existencia olvidada de esta piedra aún me aturdía y, de repente, parecía reducir mi entorno a una especie de ruido de fondo.

A ocho mil kilómetros de Bruselas, Leopoldo dejó su firma, casi literalmente a la sombra de la figura histórica más importante de Latinoamérica. Tan pronto después de su abdicación, esto solo pudo haber sido una declaración consciente, como si el exrey reclamara simbólicamente su lugar en el mundo. Había un paralelo deliberadamente buscado en esa huella colombiana: Bolívar murió en 1830, el mismo año en que Bélgica nació, en un momento en que Bolívar, al igual que Leopoldo, había caído en desgracia ante sus compatriotas.

Lago Leopoldo

La breve visita de Leopold a Colombia fue noticia en la prensa local. Un joven periodista caribeño, el entonces completamente desconocido Gabriel García Márquez, aprovechó la oportunidad para escribir un artículo irónico y humorístico:

      1. Una dulce dama, aparentemente muy preocupada por el alza de precios, suspiró ayer: «Si ese hombre me hubiera dejado su reino…». Se refería, por supuesto, al ex-rey Leopold de Bélgica, quien, como sabemos, abandonó su palacio real para pasar noches miserables entre los mosquitos, las fieras, los nativos y la malaria de la selva sudamericana. Damas como ella tienen, por naturaleza, una visión parcial de la riqueza y la autoridad monárquica, al igual que es muy probable que el ex-rey Leopold tenga la imagen igualmente parcial y romántica que ciertos cineastas enfatizan en sus interpretaciones de las selvas sudamericanas.

El objetivo principal del viaje de Leopold no era Colombia, sino Venezuela, en lo profundo de la selva amazónica, en la cuenca del Casiquiare y el Alto Orinoco. Navegó por ríos sinuosos en un corazón virgen y oscuro en una lancha motorizada. Los ayudantes nativos americanos usaron machetes para abrirse paso a través de una pared de helechos y enredaderas entre rocas cubiertas de musgo. Algunos puntos de referencia nunca antes habían sido descritos. El equipo de científicos que los acompañó en la aventura incluso logró cartografiar un lago desconocido que, hasta el día de hoy, lleva el nombre del participante más famoso de la expedición: Lago Leopoldo.

En otra parte de Venezuela, Leopold buscó al zoólogo alemán Ernst Schäfer, quien había liderado una expedición científica al Tíbet en la década de 1930 (bajo los auspicios de Heinrich Himmler) y había sido el SS-Sturmbannführer durante la Segunda Guerra Mundial. Dada la propia reputación quemada de Schäfer, a pesar de haber sido absuelto por un tribunal estadounidense, la reunión no parecía una decisión inteligente por parte de Leopold, pero, de hecho, los dos congeniaron. Dos años después, Leopold invitaría al alemán y a su familia a Bélgica. Albergó a Schäfer en el castillo real de Villers-sur-Lesse y lo envió al Congo Belga para trabajar en un documental. Esa película, Les Seigneurs de la Forêt (Los amos de la selva del Congo) , estrenada en 1958, fue una producción prestigiosa, cuya versión en inglés fue grabada nada menos que por Orson Welles. O bien Schäfer disfrutaba de suficiente protección real o bien la prensa belga practicaba la autocensura, porque sólo el periódico comunista Le Drapeau Rouge hizo realmente ruido sobre Schäfer y su película.

Tras los pasos de Balboa

En febrero de 1954, Leopoldo partió en una segunda expedición a Sudamérica. Esta vez, pareció profundamente atraído por la figura de Vasco Núñez de Balboa, el español que había liderado Santa María de la Antigua del Darién en los inicios de la colonización española del continente del Nuevo Mundo. Sobre todo, Balboa fue un explorador legendario, el primer europeo en llegar al océano Pacífico en 1513. Un descubrimiento que, en aquel entonces, fue casi tan notable como los descubrimientos de Colón.

Se desató un drama shakespeariano. España había enviado un nuevo gobernador a Santa María, quien, consumido por los celos, estaba profundamente enemistado con Balboa. El infame Pedrarias le tendió una trampa, y Balboa fue arrestado y acusado de rebelión. La cabeza de Balboa aterrizó primero en el tajo y luego en una pica. Este fue, pues, el fin del explorador, pero también el fin de Santa María. Para Pedrarias, el asentamiento simbolizaba a Balboa y tuvo que ser borrado de la faz de la tierra solo por esa razón. Fundó una nueva ciudad en otro lugar, a la que llamó Panamá. En poco tiempo, la selva comenzó a arrasar quince años de actividad humana. La condenada Santa María nunca fue reconstruida y finalmente desapareció del mapa.

Durante mucho tiempo, Balboa fue considerado en la historiografía como un rebelde y un conquistador "bueno", al menos en comparación con representantes más crueles de la colonización como Cortés y Pizarro. Stefan Zweig escribió una obra lírica sobre el descubridor del océano Pacífico. Pablo Neruda, quien no era precisamente comprensivo con los conquistadores españoles, escribió en una ocasión un "Homenaje a Balboa" . Por lo tanto, no es sorprendente que este hombre, de alguna manera, atrajera a Leopoldo. A riesgo de lanzar una crítica psicológica barata, me pregunto si vio la traición que destruyó a Balboa como algo más que un evento histórico. ¿Acaso la historia conmovió al rey destronado a un nivel más emocional?

En 1954, Leopold quiso rastrear la ruta de Balboa, aunque en dirección opuesta, partiendo de Panamá. Le acompañaba José Cruxent, un arqueólogo catalán que también había participado en la expedición en Venezuela. El 25 de abril de 1954, entre truenos y lluvia, un grupo de once miembros ascendió una colina que, según Cruxent, era el mismo lugar donde Balboa había vislumbrado por primera vez el océano Pacífico. Los indígenas kunas que viajaban con ellos cortaron la vegetación para dar forma al milagro. Todos sintieron la intensidad del momento. Cuatro banderas se izaron enseguida: la española, la panameña, la venezolana y, por supuesto, la belga. Tras algunos discursos y una botella de ron, Leopold colocó el nombre de Cruxent en el lugar, un gesto que conmovió profundamente al hispanovenezolano.

Pero seguir los pasos de Balboa no satisfizo a Leopoldo. El misterio que rodeaba la muerte del explorador lo dominaba: quería encontrar el lugar exacto donde se había producido el drama real español. Ese se convirtió en el plan para una nueva expedición dos años después.

Sensación histórica

Santa María debió de estar en algún lugar entre Panamá y Colombia. Según los cronistas, el asentamiento fue saqueado, incendiado y dejado como una franja de tierra quemada en 1524. Casi todas las edificaciones eran de madera y habían revelado sus secretos a las llamas. ¿Qué podía esperar encontrar Leopold en 1956? Exploraba la zona regularmente en helicóptero y escuchaba a los residentes. Varios historiadores y arqueólogos belgas habían viajado tras él, y también había recurrido a un reconocido científico austriaco que había vivido en Colombia durante años. A diferencia de Schäfer, Gerardo Reichel-Dolmatoff parecía tener una reputación impecable: había recibido medallas por su labor con la Resistencia Francesa en Colombia. Sin embargo, años después de su muerte en 1994, se descubriría que él también, el padre de la antropología colombiana, había tenido un pasado oculto y violento como miembro de las SS.

El 30 de enero de 1956, la expedición se topó inesperadamente con una ruina de piedra. Leopold estaba convencido de haber encontrado los restos originales. «Impresión curiosa», escribió lacónicamente en su bitácora, pero esta ruina era una auténtica sensación histórica: estaba situada en la ciudad europea más antigua del continente americano. Los arqueólogos que los acompañaban se pusieron manos a la obra y descubrieron restos fragmentarios de estructuras de piedra. Pero menos de tres semanas después, las excavaciones (en las que Leopold no participó) se detuvieron, según se informa por orden del presidente colombiano Rojas Pinilla, quien temía que los belgas se llevaran grandes tesoros. El tesoro parecía muy exagerado: según Le Soir , la cosecha consistió principalmente en ollas de barro, una daga, un hacha, un estribo y algunos clavos. El hecho de que los artefactos del Parque del Cincuentenario se encuentren en un almacén profundo y no estén disponibles para la vista del público puede decir mucho.

En 1956, Leopold realizó una expedición a Colombia en busca de rastros de la ciudad perdida de Santa María.

El 14 de febrero de 1956, Leopold fue recibido por Rojas Pinilla en Bogotá. El presidente colombiano —un dictador militar que desaparecería de la escena un año después— lo hizo esperar una hora y media. Su entrevista, en un estudio con un retrato de Bolívar en la pared, fue breve, pero por lo demás amistosa. Leopold expresó su conmoción por el estado ruinoso del palacio presidencial. Santa María continuó fascinando a los arqueólogos durante las décadas siguientes. No se conocería su ubicación exacta hasta medio siglo después. Desde 2019 es un Parque Arqueológico Nacional, abierto al turismo.

Hasta su avanzada edad, Leopold (1901-1983) emprendió numerosos viajes lejanos y aventureros, aunque después de la década de 1950 ignoró este rincón de Sudamérica. Sus diarios de viaje se publicaron póstumamente, editados y con omisiones, y ciertamente no respondieron a todas las preguntas. Las expediciones de Leopold, como tantos otros episodios de su agitada vida, permanecen envueltas en el misterio.