Al mando de Pueyrredón, voluntarios de los pueblos de la campaña, organizaron una ofensiva contra los invasores ingleses que se habían apoderado de Buenos Aires; gracias al bautismo de fuego que los paisanos enfrentaron con intrepidez en la quinta de Perdriel, la ciudad fue recuperada.
La Nación
Húsares de Puerredón (1806/1807), retratados por Eleodoro Marenco. |
Casi cuarenta mil almas habitaban en Buenos Aires en 1806. Pocas cosas preocupaban a sus habitantes, sólo los chismes que corrían sobre la existencia de los demás. Muchos de ellos tenían un lugar común, la orilla del río adonde acudían las esclavas a lavar las ropas de sus amos.
Una copla popular afirmaba: Si quieres saber de vidas ajenas/vete al río con las lavanderas/allí se murmura de la que es soltera/de la que es casada.
Sin embargo, en las barrancas del Plata hubo un murmullo, que resultó ser verdad y superó todo lo esperado. El 25 de junio de 1806 se divisó una flota inglesa frente a la ensenada de Barragán, que por la tarde viajó y al día siguiente desembarcó en los bañados de Quilmes.
El virrey Sobremonte, que era un gran administrador, pero ineficaz en materia militar, decidió enviar al inspector don Pedro Arce al mando de unos milicianos mal armados y peor instruidos para impedirles la entrada en la ciudad.
Un testigo dice que a los primeros cañonazos de los ingleses nuestras tropas se desbandaron quedando apenas poco más de doce individuos alrededor de su jefe.
El 27, en medio de una lluvia torrencial, 1635 soldados británicos se apoderaban de Buenos Aires, sin ninguna resistencia y la bandera inglesa reemplazó en la Fortaleza a la española, ante el dolor de los porteños.
La oficialidad local se entregó prisionera, siendo puesta en libertad bajo juramento de no tomar las armas en contra de los invasores; el Cabildo y las demás corporaciones aceptaron la presencia de los ingleses y así mantuvieron su personal administrativo.
REACCIÓN DE LOS VECINOS
Un sentimiento unánime de rechazo, a pesar de las halagüeñas promesas de Beresford, se hizo carne en el sentimiento de los vecinos, que imaginaron varias formas de expulsar a los invasores: una de ellas consistía en cavar un túnel y dinamitar el Fuerte y el cuartel de la Ranchería.Mientras tanto, Juan Martín de Pueyrredón, hermoso ejemplar de la burguesía porteña -dice Groussac- valiente, ponderado, tan elegante en lo moral como en lo físico, caballero por los cuatro costados, comenzó a organizar la reacción.
A mediados de julio viajó a Montevideo, donde solicitó el auxilio del gobernador Huidobro; volvió a Buenos Aires y con la ayuda de Martín Rodríguez, Diego Herrera y de sus hermanos José Cipriano, Juan Andrés y Feliciano Pueyrredón, cura de Baradero, empezó a reclutar voluntarios por los pueblos de la campaña.
Los establecimientos rurales de Pilar, Morón, Baradero y Luján aportaron el personal, don Juan Martín, de su propio peculio, se encargó del abastecimiento y de los primeros gastos de la empresa.
El 28 de julio los paisanos se reunieron en Luján, sitio alejado de la ciudad en el que contaban con el apoyo del alcalde Gamboa y del párroco Vicente Montes Carballo. Después del oficio de la misa, recibieron del Cabildo local el Real Estandarte de la Villa, para usarlo al frente de las tropas.
A falta de escapularios, que esos gauchos respetuosos de su fe necesitaban como un escudo protector, el cura les entregó dos cintas, una era celeste y la otra blanca, cortadas de la altura de la imagen de la Virgen.
Con ellas prendidas en un ojal de la corralera, de la chaqueta y también del poncho pampa, con que se cubrían de las lluvias de ese invierno, además del sentimiento religioso que esas cintas representaban, les servían de divisa a falta de uniformes para distinguirse de los otros voluntarios.
Ese grupo de paisanos comandado por Pueyrredón se encaminó hacia el caserío de Perdriel, propiedad de los herederos del padre del general Belgrano, ubicado a pocas cuadras de la actual ruta 8, a la altura del kilómetro 18, que había sido alquilado por la generosidad del asturiano Diego Alvarez Barragaña, acaudalado vecino, que a pesar de su frágil salud salió a unirse a las fuerzas rebeldes de la campaña, como las denominaba Beresford.
Otro que había ayudado económicamente a la empresa era el alcalde Martín de Alzaga, que entregó 8000 pesos, suma que alcanzaba para comprar una buena casa de entonces.
EN POSICIÓN DE BATALLA
Al mando de seiscientos hombres, el general inglés salió de Buenos Aires con seis piezas de artillería.A su paso, la tropa improvisada recibió el refuerzo de otros contingentes y finalmente el del Regimiento de Blandengues a las órdenes del comandante Antonio Olavarría. Pueyrredón, en razón del rango militar de este último, le entregó el comando en jefe de la concentración.
El 1° de agosto, bien de madrugada, los espías que andaban merodeando por la cabaña le avisaron a don Juan Martín la inminente llegada de los ingleses.
A las siete de la mañana los paisanos se apostaron en posición para dar batalla, pero a último momento Olavarría resolvió alejarse del campo con sus fuerzas, alegando que era desatinado ofrecer resistencia dada la pronta llegada desde Montevideo de un refuerzo de tropas al mando de Liniers.
Tan grande fue la deserción que quedaron sólo 109 hombres de a pie para batir a los invasores.
Bastante tiempo resistieron hasta que Pueyrredón, en arriesgada maniobra, con unos pocos que lo seguían, logró apoderarse de un cañón de los ingleses y de un carro de municiones, penetrando en las filas enemigas; dejando sobre el campo algunos muertos y heridos del adversario hasta el número de veintidós.
Los criollos sólo tuvieron que contar dos muertos, un herido y algunos prisioneros.
Sin embargo, en medio de la audaz maniobra, una bala de cañón mató al caballo de Pueyrredón.
En ese momento el hacendado Lorenzo López, alcalde de Pilar, advertido del peligro, avanzó al galope, rompió el cerco del enemigo y alzó a su jefe sobre la grupa de su caballo, abandonando el entrevero a toda velocidad.
HEROICO FINAL
Los gauchos bien montados se alejaron del lugar a un punto establecido de antemano, la chacra de los Márquez.Pueyrredón, con unos pocos compañeros, partió hacia Colonia para informar sobre lo sucedido a Liniers. Volvió inmediatamente, movilizando a los que habían quedado en los alrededores de San Isidro, suministrando bueyes, carretas y caballos para recibir la expedición de auxilio que llegaba desde la otra banda del río.
El 9, Liniers nombró a Pueyrredón comandante de los voluntarios de caballería que había reunido. El 12 de agosto, día en que la ciudad fue reconquistada, un fuerte pampero provocó una extraordinaria bajante en el Río de la Plata, provocando la varadura de la fragata inglesa Justine.
Advertido de la situación, Pueyrredón destinó a su ayudante al mando de su piquete para tomar el barco.
Por su acción, los paisanos que actuaron en Perdriel merecieron, el 5 de septiembre, que el Cabildo porteño acordara que se graben unas medallas de poco valor con las armas de la ciudad, y se les entreguen como distintivo por sus heroicas acciones.
La quinta de Perdriel, escenario de la intrepidez de nuestros gauchos, en 1831 fue adquirida por dos sobrinos de don Juan Martín: Mariano y Victoria Pueyrredón.
Allí la hermana de esta última, doña Isabel, dio a luz el 10 de noviembre de 1834 a su hijo José Hernández, que inmortalizó a nuestros paisanos con la obra cumbre de nuestra literatura: el Martín Fierro.
Por eso, al recordar el heroísmo de aquellos gauchos en su bautismo de fuego, lo hacemos convencidos parafraseando al escritor que todos guardarán ufanos en su corazón esta historia y la tendrán en su memoria para siempre los paisanos. .
Roberto Elissalde El autor es historiador y secretario de la Academia Argentina de la Historia.