miércoles, 2 de noviembre de 2016

Base naval: Buceando en la historia de Scapa Flow

Bucear en la historia
Bajo las aguas de la bahía de Scapa Flow (Escocia) yacen barcos de las dos guerras mundiales
Alli decidieron los alemanes hundir su propia flota antes de entregarla a los británicos

FERNANDO PAJARES - El País


La flota alemana -74 buques- fue conducida por los británicos a Scapa Flow en 1918, donde permaneció custodiada junto a sus 1.800 marineros.  GETTY IMAGES

¿Scapa Flow? Sí, ¡Scapa Flow! Porque lo que allí ocurrió es fascinante. Allí se produjeron el suicidio naval y el reflotamiento de barcos de guerra más espectaculares de la historia. Allí perdió la vida el legendario mariscal de campo Lord Kitchener. Allí, el audaz comandante de un submarino alemán que llegó a patrullar el Cantábrico durante la guerra civil española echó a pique el Royal Oak, antaño orgullo de la Armada británica. Tras el infierno de la guerra, el cementerio marino de Scapa Flow es hoy un paraíso para el buceo.


 Podemos hablar de ensenada o rada. Pero lo entenderemos mejor si decimos que Scapa Flow es una gran bahía (20 kilómetros de largo por 14 de ancho) situada en las Islas Orcadas (Orkney Islands), al norte de Escocia. Tan protegida está por sus islotes, sus escollos naturales y sus obstáculos artificiales que Scapa Flow se convirtió en el fondeadero de la flota británica de alta mar durante las dos guerras mundiales.

El 11 de noviembre de 1918, los alemanes habían perdido el conflicto bélico que empezó en julio de 1914. Los Aliados no sabían qué hacer con la novísima y casi intacta flota germana que el 31 de mayo de 1916 desafió la supremacía naval británica en la batalla de Jutlandia. Así que mientras las partes beligerantes estaban en pleno armisticio para negociar lo que sería el Tratado de Versalles (firmado el 28 de noviembre de 1919), la imponente Armada alemana, 74 barcos de guerra, fue desarmada y escoltada por los buques de guerra aliados hacia el fondeadero de Scapa Flow el 21 de noviembre de 1918.

Era la alemana una flota impecable, construida a marchas forzadas por orden del káiser Guillermo II para acabar con el tradicional poderío británico. De hecho, los alemanes ganaron la batalla de Jutlandia en 1916, aunque no con la autoridad y la contundencia suficientes como para volver a enfrentarse a los dueños de la mar (Rule, Britannia! Britannia rule the waves!). Pero el 21 de noviembre de 1918 la marina de guerra germana ya no era, sensu stricto, la Flota Imperial. El káiser había abdicado el día 9 de aquel mes para dar paso a la inestable República de Weimar.

Los aliados dejaron en Scapa Flow apenas 1.800 marineros alemanes al cuidado de sus 74 barcos. Para la tripulación alemana, aquello fue humillante. Antes y durante los siete meses que pasaron en Scapa Flow hubo conatos de amotinamiento por parte de aquellos uniformados a los que había seducido la revolución rusa de 1917; una revolución que llegó a extenderse por Alemania en octubre de 1918 con el levantamiento de la marinería en Kiel y la agitación de dirigentes izquierdistas como Rosa Luxemburgo y Karl ­Liebknecht.

"Un oficial inglés hubiera hecho lo mismo", dijo Reuter tras hundir su propia flota

Pero el comandante alemán al mando en Scapa, contraalmirante Ludwig von ­Reuter, solo pensaba en su responsabilidad como oficial al mando. Era un hombre de una pieza; un prusiano de esa vieja escuela que exigía de un militar conciencia del deber y sentido del honor.

Y todo por leer un periódico atrasado. Reuter paseaba por la cubierta de su buque insignia, el SMS Emden (SMS: Seiner Majestät Schiff, barco de su majestad), repitiéndose que, pasara lo que pasase en Versalles, él no iba a entregar sus barcos al enemigo. Los acontecimientos se precipitaron debido a dos sucesos insólitos.

El primero es que a Reuter le traducen un titular del diario londinense The Times, fechado el 16 de junio, según el cual los Aliados daban a los alemanes de ultimátum el 21 de junio para cerrar los acuerdos de paz. Lo que entonces no sabía el oficial alemán es que aquel ultimátum fue postergado dos días, hasta el 23, y que el Tratado de Versalles se firmó o, mejor dicho, fue impuesto a los alemanes el 28 de junio. Y no lo supo porque los británicos le suministraban la prensa con cuatro días de retraso. Así que el contraalmirante asumió que el 21 de junio se podían reanudar las hostilidades y que el enemigo se haría con sus 74 buques de guerra.

El segundo suceso, insólito (¿o no tanto?), es que aquel 21 de junio el oficial al mando de la flota británica, vicealmirante Sydney Fremantle, se había llevado todos sus barcos de maniobras con la idea de que a su marinería le diera un poco el aire. Apenas dejó atrás un par de destructores para que vigilaran a los alemanes.

Las dudas sobre la decisión de Fremantle tienen que ver con las interpretaciones de la historiografía naval moderna. Grosso modo: Francia e Italia querían parte de los barcos alemanes como botín de guerra. Pero a los británicos no les interesaba en absoluto reforzar la Armada de nadie. Además, en Londres, el almirantazgo contaba con que Reuter podría hundir su propia flota. Y cuando esto ocurrió, el Gobierno de Su Majestad se declaró públicamente indignado, pero privadamente debió de sentir cierto alivio. Porque ¿tiene sentido que, conocedor de las intenciones de Reuter y sabedor de que el ultimátum acabaría el 23 de junio, Fremantle se llevara de Scapa su flota aquel 21 de junio?

Y Berlín se mostró compungido por la pérdida, pero íntimamente orgulloso de aquella gesta heroica.

A las 10.30 del 21 de junio de 1919, Ludwig von Reuter, uniforme impecable y Gran Cruz de Hierro al cuello, dio la orden de hundir sus barcos. Recurrió al sistema morse, a los focos y a las banderas de señalización. Las tripulaciones abrían válvulas, escotillas y compuertas. Luego izaban la bandera alemana, cosa que tenían prohibida, y se subían en los botes salvavidas para alejarse del barco mientras se iba a pique.

“Más vale honra sin barcos que barcos sin honra”. Estamos hablando de 74 barcos de guerra: 10 acorazados, 6 cruceros pesados, 8 cruceros ligeros y 50 destructores. Los grandes acorazados desplazaban hasta 26.000 toneladas. El suicidio de tan impresionante flota fue un acto absolutamente extraordinario en la historia naval. Fremantle, avisado de lo que estaba ocurriendo, volvió a la rada y consiguió salvar 22 barcos, bien acercándolos a la costa, bien evitando su hundimiento, a veces a tiro limpio. Porque los británicos mataron a nueve alemanes por participar en los hechos. Fueron las últimas bajas de la guerra de 1914.

El 21 de junio de 1919, un total de 52 barcos de guerra quedaron en el fondo del mar a una profundidad de entre 30 y 45 metros. Von Reuter fue llamado a la nave capitana de Fremantle, el HMS Revenge (HMS: His/Her Majesty’s Ship). El almirante británico lo acusó de deslealtad, de traición y de faltar al código sacrosanto de la Marina. No sabemos cuán cínico fue aquel gesto. Pero sí sabemos (The Grand Scuttle. Dan van der Vat. Waterfront, 1986) lo que el alemán contestó al británico. “Estoy convencido de que cualquier oficial naval inglés, en la misma circunstancia, habría hecho lo mismo que yo”.

La gran flota alemana no fue derrotada ni por los cañonazos del enemigo ni por la pluma de los diplomáticos de Versalles, sino por la decisión de un marino con sentido del honor y devoción a su patria. Más de medio siglo antes, el almirante español Casto Méndez Núñez declaró en la guerra del Pacífico (1865) aquello de “más vale honra sin barcos que barcos sin honra”.

Tenía que ser un tipo así el que, siendo un acaudalado empresario que se dedicaba a vender chatarra, tuviera, un día, la idea de reflotar barcos de miles de toneladas

Ernest Cox, el hombre que todo lo reflotaba. Tenía que ser un inglés excéntrico, pero cabal; bien vestido, pero mal hablado; temido, pero respetado. Y cabezota, sobre todo cabezota. Se llamaba Ernest Cox (1883-1959). Tenía que ser un tipo así el que, siendo un acaudalado empresario que se dedicaba a vender chatarra, tuviera, un día, la idea de reflotar barcos de miles de toneladas cuando no había, a principios del siglo XX, tecnología alguna que permitiera concebir semejante operación.

Tres o cuatro años después de acabar la Primera Guerra Mundial, hacía falta mucho metal para mover la industria. Y Cox pensó en la cantidad de acero, hierro, bronce, plomo o cobre que había en aquellos barcos alemanes hundidos en Scapa Flow.

Se puso manos a la obra. Creó una compañía. Compró al almirantazgo británico sus primeros 2 acorazados y 26 destructores. Montó unos astilleros en torno a la ensenada de Scapa y se rodeó de cuanto técnico y buzo tenía a mano. Su idea era reflotar los barcos y desguazarlos para vender metal y chatarra. Pero no tenía ni idea de cómo hacerlo, así que se pasó ocho años en las Orcadas (de 1924 a 1932) metido en faena.

Scapa Flow está en el quinto infierno. Hace mucho frío y viento. La tarea del reflotamiento empezó siendo una pesadilla. Cox colocaba muelles flotantes a la altura del barco hundido y sus buzos pasaban cadenas por debajo del casco para intentar levantarlo. Pero los pecios escoraban y se caían. Hasta que ideó un sistema que consistía, básicamente, en parchear todos los huecos del barco, inyectar aire comprimido en su interior y extraer toda el agua posible con bombas hidráulicas.

El 4 de agosto de 1924 reflotó su primer barco: el V 70, un pequeño destructor (800 toneladas). A partir de entonces todo fue razonablemente bien hasta que se le atragantó el SMS Hindenburg, un crucero acorazado de 26.180 toneladas. Ese monstruo fue su pesadilla. Cuando se le había hundido tres veces, la última por una tormenta después de conseguir sacarlo, lo dejó hasta más ver. Cuatro años después, el tenaz emprendedor volvió al Hindenburg. Había perfeccionado tanto su sistema de reflotamiento que el 23 de julio de 1930, al segundo intentó, el formidable acorazado alemán emergió majestuoso sobre las aguas.

Aunque perdió dinero en Scapa Flow (10.000 libras de la época, una fortuna), Ernest Cox ganó una reputación que lo acompañaría hasta su muerte. Fue El hombre que se compró una flota, como titula su libro el escritor Gerald Bowman (The man who bought a navy. Harrap, 1964). Y fue el hombre que la reflotó hasta que, en 1933, cayó el precio de la chatarra y otra empresa, Metal Industries, continuó el trabajo.

Tumbas de guerra: el misterio del Vanguard, la muerte de Lord Kitchener en el Hampshire y la tragedia del Royal Oak. Una de las tres tumbas de guerra de Scapa Flow es la del HMS Vanguard, un acorazado británico que, anclado a puerto, se hundió el 9 de julio de 1917 al estallar su pañol de municiones. El naufragio, que costó la vida a más de 700 hombres, sigue rodeado de misterio: no se sabe aún si ocurrió un accidente en el polvorín del barco o si fue objeto de sabotaje por parte de un agente alemán, como sugiere el historiador escocés Lawson Wood (Scapa Flow, Dive Guide. Aquapress, 2008).

La segunda tumba es el HMS Hampshire, un crucero acorazado de 10.850 toneladas que fue hundido por una mina alemana el 5 de junio de 1916 frente a los acantilados de Marwick Head (costa oeste de las Orcadas). Su naufragio también fue dramático: murieron 643 hombres y se salvaron solo 12 en un bote salvavidas. Pero la sorpresa fue que el barco llevaba, en misión secreta, al todopoderoso mariscal de campo y ministro británico de la Guerra lord Horatio Herbert Kitchener.

En Scapa Flow, a Lord Kitchener lo recibió el almirante John Jellicoe, que apenas unos días antes se había enfrentado a los alemanes en la mencionada batalla de Jutlandia. Kitchener pasó por el fondeadero camino de Rusia, donde iba a negociar un acuerdo de guerra con el Gobierno de Moscú. Por desgracia, entre él y Jellicoe escogieron un día en el que se desató un temporal espantoso y una ruta llena de minas alemanas. Héroe de Jartum, Lord Kitchener fue también un militar sin escrúpulos que creó, durante la guerra de los bóers, el primer campo de concentración del siglo XX. Su estilo, salvando las distancias, inspiró años más tarde a generales estadounidenses como Patton: genio militar, poca disciplina ante el superior y un ego descomunal.

Ya como ministro de la Guerra en 1914, Kitchener recuperó algo de estima popular cuando un cartel de reclutamiento metió su imagen en la mente de todos los británicos. Fue ese cartel, imitado después por Estados Unidos con el Tío Sam, en el que Kitchener, gorra de plato y espeso mostacho, señalaba con dedo conminatorio: “Your country needs you!” (¡Tu país te necesita!).

La tercera tumba de guerra hay que buscarla en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Los alemanes llevaban 30 años queriendo penetrar en Scapa Flow. Pero la rada parecía inexpugnable. Aún quedaban redes, pontones y pecios. Por no hablar de ese abrigo natural que constituían Scapa y las islas de alrededor. En una de ellas, Fair Isle, en 1588, encalló El Gran Grifón, uno de los barcos de la española Armada Invencible, según sostiene Agustín Rodríguez González, miembro de la Real Academia de la Historia.

El alto mando alemán estaba tan decidido a atacar Scapa que eligió dos armas letales: un marino intrépido y un submarino de probada capacidad de fuego. El oficial fue el teniente de navío Günther Prien. Y el submarino, un U-Boot, de esos que fueron mortíferos contra los Aliados durante la Primera Guerra Mundial, pero también en la Segunda, porque el 14 de octubre de 1939, Günther Prien (1908-1941), al mando de su U-47, consiguió sortear todos los obstáculos de la ensenada y colarse en Scapa Flow.

Prien ya soñaba de adolescente con el gran navegante portugués Vasco de Gama (1469-1524) y, por cierto, patrulló las aguas del Cantábrico durante unos meses de 1937, en plena guerra civil española.

Alrededor de la una de la madrugada de aquel 14 de octubre de 1939, el HMS Royal Oak estaba anclado en Scapa. Había sido el orgullo de la Royal Navy en la Primera Guerra Mundial. Y en la Segunda, aunque lento y con menos maniobrabilidad que otros buques más modernos, no dejaba de ser un acorazado de 29.150 toneladas que tenía 188 metros de eslora, 28 de manga y una dotación de 1.200 hombres.

El atrevido Prien entró en la rada con marea alta. Aunque jamás lo reconociera, sus primeros torpedos contra el Royal Oak fallaron. Pero tuvo la sangre fría de dar la vuelta a su submarino para recargar y lanzó una segunda andanada que, esta sí, dio en plena línea de flotación del buque enemigo.

La incursión de Prien fue recibida con alborozo en Alemania. El mismísimo Adolf Hitler lo condecoró con la Cruz de Hierro. Pero los británicos sufrieron una de las mayores tragedias de su larga historia naval. El hundimiento del Royal Oak fue un infierno que costó la vida a 833 hombres. Desde aquel día, cada 13 de octubre, la Unidad de Buceadores de la Armada británica desciende a la popa del barco para cambiar su bandera. La vieja enseña se limpia y es entregada a la asociación de sobrevivientes del Royal Oak en homenaje “a los hombres que dieron la vida por su rey y su nación”.

Del infierno de la guerra al paraíso del buceo. En Scapa Flow quedan unos sesenta pecios, cuatro aviones incluidos. Pero lo que atrae a los buceadores de medio mundo son los siete grandes barcos de la antaño Flota Imperial alemana, esos que ni Cox ni sus sucesores llegaron a reflotar. Son tres acorazados de unas 26.000 toneladas ­(König, Kronprintz Wilhelm y Markgraf) y cuatro cruceros de 5.000 toneladas (Brummer, Dresden, Cöln y Karlsruhe).

Bucear en estas insignes reliquias es una experiencia única para cualquier submarinista. Las inmersiones profundas requieren cierta veteranía. Hay que bajar hasta 45 metros con una o dos botellas de aire a la espalda para, luego, hacer las correspondientes paradas de descompresión. El viento en superficie es frío, y las aguas, gélidas. El autor de este reportaje buceó en aquellos barcos un mes de agosto y emergía tiritando. Durante la inmersión, una nube de plancton hace que la visibilidad sea escasa. Con todo, hay un momento absolutamente conmovedor al observar el descomunal casco de un acorazado hundido en 1919.

Para un buceador serio, hay un antes y un después de Scapa Flow. A excepción de las tres tumbas de guerra, donde está prohibido bajar, pueden visitarse pecios a poca profundidad para disfrute de los menos expertos (ver la guía de buceo del escocés Rod Macdonald: Dive Scapa Flow. Mainstream, 2011). Scapa Flow es un cementerio marino que alberga horrores inolvidables, pero también ofrece una feliz recompensa a todo aquel que sienta pasión por el submarinismo. Porque bucear en Scapa es bucear en la historia.

martes, 1 de noviembre de 2016

SGM: La masacre de soldados japoneses por cocodrilos

Un ejército de 1000 soldados japoneses fue diezmado por cocodrilos de agua salada durante la batalla de la isla de Ramree de la Segunda Guerra Mundial.
The Vintage News



Durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Imperial Japonés capturado Ramree Island en 1942. La isla se encuentra frente a la costa de Birmania, a 70 millas al sur de Akyab, ahora conocido como Sittwe. Desde Ramree era de importancia estratégica, los aliados lanzaron un ataque en 1945 para volver a tomar la isla y establecer las bases aéreas para apoyar la campaña continental.

Después de una sangrienta campaña, las tropas británicas lograron conducir cerca de 1.000 combatientes enemigos fuera de la isla en el manglar denso que cubría unas 10 millas de Ramree. Fue después de esto que uno de los incidentes más extraños en la historia de la guerra ocurrió.


Las tropas británicas en una nave de desembarco se abren camino en tierra en la isla de Ramree el 21 de enero de 1945.

Los soldados japoneses derrotados ignoran todos los recursos de los británicos por su entrega, y en su lugar abandonaron su base y entraron en el pantano. Muchas de las tropas japonesas sucumbieron a las enfermedades tropicales transmitidas por enjambres de mosquitos, así como las diversas arañas venenosas, serpientes y escorpiones que se encuentran en el pantano. Otro problema adicional para las tropas japonesas fue la falta de agua potable y la constante amenaza de la inanición. A pesar de estos numerosos peligros, un peligro se destacó como el más grande.


Una noche, los soldados británicos informaron audiencia pánico gritos y disparos que emanan desde el interior de la oscuridad del pantano. Ellos no saben exactamente lo que hizo que los gritos de terror que escucharon, sino sólo que las tropas japonesas estaban siendo devastado por alguna amenaza del mal.


Un cocodrilo de agua salada

Por desgracia para el Ejército Imperial Japonés, los manglares de Isla Ramree son el hogar de una cantidad desconocida de la mayor depredador de reptiles en el mundo, el cocodrilo de agua salada. Los reptiles pueden crecer hasta 20 pies de largo y con un peso de 2.000 libras, pero incluso un cocodrilo de agua salada de tamaño mediano podrían fácilmente matar a un humano adulto maduro, con muchos de ellos se sabe que comen los animales tan vasto como el búfalo de agua de la India. Los soldados fueron brutalmente y sin piedad atacados por los cocodrilos.

El naturalista Bruce Stanley Wright describió la escena que se desarrolla en su libro de 1962, de la fauna Apuntes cerca y de lejos: "Esa noche fue la más horrible que cualquier miembro de la M. L. [Lanzamiento marina] tripulaciones que he experimentado. Los cocodrilos, alertados por el ruido de la guerra y el olor de la sangre, se reunieron entre los manglares, acostado con los ojos por encima del agua, vigilante alerta para su próxima comida. Con el reflujo de la marea, los cocodrilos se movían en los heridos y los muertos, no lesionados que habían verse inmersos en el barro ".


Los hombres del regimiento de Wiltshire de la división de infantería india 26 preparan una comida junto a un templo en la isla de Ramree.

Hay una larga historia de cocodrilos de agua salada atacar a los seres humanos que deambulan en sus hábitats, y en última instancia solamente 520 de cada 1000 soldados japoneses lograron sobrevivir a los pantanos Ramree, algunos de ellos están tan gravemente heridos y mutilado que fueron posteriormente recapturados por las fuerzas británicas .

La verosimilitud de audiencia de la batalla de Ramree isla es muy pequeña debido a que no fuera una de las escaramuzas más importantes de la Segunda Guerra Mundial, pero muchos consideran que es una de las historias más extrañas y más espeluznantes de la historia de la guerra.

lunes, 31 de octubre de 2016

SGM: El horror en el ghetto de Lvov

El horror del gueto de Lvov en la SGM

George Winston - War History Online



La caballería soviética en un desfile en Lvov, después de la rendición de la ciudad para el Ejército Rojo durante 1939 la invasión soviética de Polonia.


El día fue el 26 de julio de 1944, cuando la ciudad polaca de Lvov fue finalmente liberado por el Ejército Rojo avanzando después de fuertes enfrentamientos con los nazis. La mayor parte de los ocupantes alemanes tampoco fueron asesinados o huyeron del ataque soviético.

La ciudad de Lvov, que también es famoso por sus siglas en alemán Lemberg, que ahora se llama Lviv y es parte de la actual Ucrania. La ciudad era conocida por su población mayoritariamente judía que superaron las 110.000 antes de la Segunda Guerra Mundial estalló en 1939. En el momento alemanes invadieron Polonia y tiene control sobre Lvóv, el número total de residentes judíos de la ciudad se había hinchado a la friolera de 220.000. Cuando el Ejército Rojo finalmente logró liberar a la ciudad en el verano de 1944, la población judía de la ciudad se había reducido a sólo unos pocos cientos.

La relación de lwow con Judios había sido un viejo asunto - se informa de que la primera persona judía se trasladó a la ciudad en el medio del siglo 13. A partir de entonces los Judios de Lvóv contribuido de manera significativa al bienestar de la población; que en su mayoría trabajaban en el comercio del vino, como los financieros y los artesanos, y algunos eran comerciantes viajeros. Muy pronto se convirtió en la ciudad una metrópolis de la cultura jasídica y Maskilic.

Durante la Primera Guerra Mundial, los residentes judíos de Lvov fueron capturados en la refriega sangrienta entre los ucranianos y los polacos. Sin embargo, cuando en 1918 la ciudad gallega quedó fusionó con la recién formada Polonia independiente, la prosperidad y la paz de los Judios de Lwow devueltos y rápidamente se convirtió en un cubo de la inteligencia política y religiosa judía.

Los asuntos sobre el borde de la Segunda Guerra Mundial eran de naturaleza diferente debido a una alianza muy fuerte entre los nazis y Stalin. Se separaron las regiones ocupadas de Polonia entre ellos, y la parte oriental incluyendo Galicia fueron a los soviéticos. Teniendo en cuenta la reputación de los nazis y su "solución final", la población judía de Occidente comenzó a migrar hacia las regiones soviéticas controlada, hinchazón de los números en la parte oriental. Sin embargo, el movimiento no resultó un una apuesta más segura, ya que Alemania declaró la guerra a la URSS y comenzó a avanzar hacia el este en 1941. Los soviéticos no eran particularmente amable hacia los Judios, que fueron forzados a migrar profundamente en la URSS de las regiones del este de Polonia. A pesar de que las condiciones de vida de estos Judios que migran no eran ni ideales, se exilió estos Judios que serían más propensos a sobrevivir a la guerra.

Antes de establecer un asentamiento aislado y barricadas de pésimas condiciones de vida conocidos como los guetos de Lvov, ocupantes nazis alentaron a sus simpatizantes de Ucrania para iniciar la limpieza de las regiones de la judía 'amenaza', como se la pusieron. Según el sitio web U.S Museo Memorial del Holocausto, en un mes de julio 1941 a más de 6.000 Judios fueron sacrificados por las tropas alemanas y ucranianos del lado de los nazis.

A continuación, se estableció el gueto de Lvov infame el 8 de noviembre en la parte norte de la ciudad, y luego todos los Judios se les dio un ultimátum para entrar en el gueto el 15 de diciembre o atenerse a las consecuencias. Famoso por romper sus promesas, las tropas alemanas asesinados decenas de Judios ancianos y enfermos que se movían hacia el gueto al cruzar el puente de la calle Peltewna.

La difícil situación de los 120.000 judíos que finalmente terminaron en gueto de Lvov no terminó con sólo mover en los guetos, ya que las condiciones de vida en los guetos eran inhumanas, por decir lo menos. Sin centro médico y la grave escasez de alimentos y agua potable mataron a muchos Judios, mientras que los sobrevivientes fueron torturados psicológicamente con la presencia de cadáveres en las calles, su descomposición olor extendiendo por todo a través del ghetto. Además de todo este infierno, las tropas alemanas llevaron a cabo tres operaciones de limpieza en el gueto de Lvov, en la que decenas de personas fueron judíos matan o fueron deportados al campo de exterminio de Belzec.

En junio de 1943, los alemanes decidieron exterminar a la ghetto en Lvov. Se encontraron con pequeños focos de resistencia de los rebeldes judíos que luchan por sus vidas, pero fueron rápidamente dominados por las tropas alemanas; un pequeño número de policías alemanes fueron asesinados por los rebeldes judíos durante el proceso de liquidación.

Cuando Lvov fue finalmente liberado por el avance del Ejército Rojo, el número total de Judios en la región se había reducido drásticamente a sólo 2.571 personas, la mayoría de los cuales estaban desnutridos y psicológicamente dañados como resultado de la prueba tuvieron que hacer frente bajo nazis. Después de la guerra, estos Judios o bien se trasladó a la recién fundada Israel o emigraron a los Estados Unidos.

domingo, 30 de octubre de 2016

Guerras napoleónicas: Soldados a colores

Las únicas imágenes superviviente de veteranos de las guerras napoleónicas, ahora en color de alta definición




Una cosa muy bueno de este proyecto es la forma en que se terminó antes de que yo pensaba que sería, y que todo se debe a la fuerte instinto de nuestro tipo colorizing favorito y artista Matt Loughrey de mi pasado colorido.

Cuando pensaba en lo maravilloso que sería ver las fotos solo supervivientes de los valientes veteranos que lucharon en la guerra napoleónica con un poco "estilo tecnicolor," Me contactó con él para añadir un poco de su polvo de hadas que hace la historia más divertida, ya tenía hecho.

Eso es lo bueno que es. Al igual que yo, Matt Loughrey pensó que sería increíble para transformar las fotos solo supervivientes de los veteranos de la Gran Armada vestidos con sus uniformes elaborados, adornados con medallas de honor en colores intensos y brillantes.




Granadero Burg, Regimiento 24 de la Guardia de 1815




"Colorización ha convertido rápidamente en un medio al que puedo equilibrar el arte con la historia. Color Realza el detalle que se esconde en las imágenes en blanco y negro, más se revela al observador .. Durante unas horas yo soy la única persona en el mundo que puede ver a estos la gente como era, es humillante y educativo ", explica Matt para el proyecto. Fuente Biblioteca de la Universidad de Brown
Fuente Biblioteca de la Universidad de Brown

Coloreada por Matt Loughrey




Señor Ducel mameluco de la Garde, 1813-1815 




Fuente Biblioteca de la Universidad de Brown



Coloreada por Matt Loughrey


En su carrera militar, Napoleón luchó unos 60 batallas y perdió siete, sobre todo al final de su reign.The gran dominio francés se derrumbó rápidamente después de la desastrosa invasión de Rusia en 1812. Napoleón fue derrotado en 1814, y enviado al exilio en la isla de Elba; A continuación, se escapó y volvió al poder, sólo para ser derrotado en la batalla de Waterloo, y se exilió de nuevo, esta vez a San Helena.After su muerte en 1821, los veteranos supervivientes de Grande Armée honor a su nombre y la dirección histórica. Cada año, el 5 de mayo, el día Napoleón murió, veteranos vestidos con los uniformes para pagar respecto al emperador caído marchó a París 'Place Vendôme.On una de esas ocasiones, probablemente en 1858, se tomaron las siguientes fotos.

Señor Dupont, de Fourier para la 1ª Húsares



Biblioteca de la Universidad de Brown húsar Fuente


Coloreada por Matt Loughrey

"La colorización ha convertido rápidamente en un medio al que puedo equilibrar el arte con la historia. Color pone de manifiesto los detalles que se esconde en las imágenes en blanco y negro, más se revela al observador .. Durante unas horas yo soy la única persona en el mundo que puede ver a estas personas como estaban, es humillante y educativo ", explica Matt para el proyecto.

Señor Moret del 2º Regimiento 1814-1815



Fuente Biblioteca de la Universidad de Brown



Coloreada por Matt Loughrey / Mi pasado colorido


Soldado de Intendencia Fabry, 1ero de Húsares 



Fuente Biblioteca de la Universidad de Brown



Coloreada por Matt Loughrey / Mi pasado colorido


El sargento Taria Grenadiere de la Garde 1809-1815.



Foto Fuente Biblioteca de la Universidad Brown

Para ver las fotos más históricos en todo color, compruebe la página de Matt Loughrey Mi pasado colorido



Coloreada por Matt Loughrey

"Colorización ha convertido rápidamente en un medio al que puedo equilibrar el arte con la historia. Color pone de manifiesto los detalles que se esconde en las imágenes en blanco y negro, más se revela al observador .. Durante unas horas yo soy la única persona en el mundo que puede ver a estas personas como estaban, es humillante y educativo ", explica Matt para el proyecto.

sábado, 29 de octubre de 2016

SGM: Los juicios de Nüremberg

Núremberg: de ciudad favorita de Adolf Hitler a emblema de justicia para la humanidad
El 1° de octubre de 1946, los jueces de los cuatro países vencedores de la Segunda Gran Guerra condenaron a algunos de los peores jerarcas del Tercer Reich. Quince días más tarde, diez de ellos murieron en la horca. Las cosas sucedieron así…
Por Alfredo Serra - Especial para Infobae



"Hoy, la ciudad de Núremberg, Franconia, estado de Baviera, es casi un paraíso de clima perfecto, rodeado de bosques, y enclavado a orillas del río Pegnitz. Medieval y amurallada, data del 1050. Población ideal: apenas 550 mil almas. Hoteles: 150, que agotan sus plazas durante el famoso Mercado de Navidad, que atrae a más de dos millones de turistas"
(De la Guía Práctica para conocer Núremberg)
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Pero otros aires, no de bosques, soplaban en la mañana del 16 de octubre de 1946 en el gimnasio de la prisión central: once cuerpos pendían de otras tantas sogas del improvisado patíbulo, y los verdugos, el sargento mayor del ejército norteamericano John Woods y el policía militar del mismo país Josep Malta, agotados, empezaban a comprender que habían entrado en la historia.

Porque los ahorcados eran Hans Frank, gobernador de la Polonia ocupada. Wilhelm Frick, el ministro que autorizó las Leyes Raciales de Núremburg: el exterminio (No por nada Adolf Hitler decía que esa ciudad era la más alemana y la más leal al Partido Nazi). Hermann Göring, presidente de la Luftwaffe (la Fuerza Aérea) y del Reichstag (el Parlamento), eludió la soga: se mató un día antes con una pastilla de cianuro…. Alfred Jodl, Jefe de Operaciones de la Wehrmatch (Fuerza de Defensa). Ernst Kaltenbrunner, jefe de la RSHA (Oficina Central de Seguridad) y de los einsatzgruppen (Grupos Operativos de Matanza). Wilhelm Keitel (comandante de la Wehrmatch). Joachin von Ribbentrop (ministro de Relaciones Exteriores). Alfred Rosenberg (ideólogo del racismo y ministro de los Territorios ocupados). Fritz Sauckel (director del Programa de Trabajo Esclavo).
Arthur Seyb-Inquart (líder del Anschluss (unión) usada para el anexo de Austria a Alemania. Julius Streichter (director del periódico antisemita "Der Stürmer").

 No fue casual elegir para los juicios la ciudad de Nuremberg: Hitler la consideraba la más alemana y la más leal al Partido Nazi
Los once cadáveres fueron cremados en el cementerio de Munich, y sus cenizas, esparcidas en el río Istar.

Las condenas fueron más. Cadena perpetua para el ministro de Economía Walter Funk, el ayudante de Hitler Rudolf Hess, y el comandante de la Kriegsmarine (Marina de Guerra), Erich Raeder. El arquitecto y ministro de Armamento Albert Speer (condenado a 20 años de prisión), venerado por Hitler, fue el hombre que proyectó colosales edificios y avenidas, fuera de escala humana, para aquella Alemania nazi que su criminal y demencial jefe hizo levantar para los siguientes mil años.

Diez de los reos recibieron penas menores y absoluciones. Y acaso el más terrible de los asesinos que lograron huir de los jueces, Martin Bormann, secretario del Partido Nazi, mano derecha de Hitler y condenado a la horca en ausencia, murió pocos días después del suicidio de Hitler, al parecer por la explosión de un puente, pero su fantasma fue agitado durante años por gente que creyó verlo vivo en varios puntos del planeta.

 Once de los condenados murieron en la horca por más que probados crímenes contra la paz y la humanidad. Sin embargo, hubo críticas legales desde ámbitos impensados
Cuando a Simon Wiesenthal, el célebre cazador de criminales nazis y sobreviviente de once campos de concentración, le mencionaban la palabra "Venganza", la rechazaba: "No quiero venganza. Quiero justicia".
Sin embargo, los juicios de Núremberg –sin duda el último acto de la Segunda Guerra Mundial y su monstruoso costo: casi 60 millones de vidas entre tropas y población civil– no fue un proceso fácil, rápido y fluido. Empezaron el 20 de noviembre de 1945 en la sala 600 del Palacio de Justicia nurenburgués, y terminaron con el último ahorcado el 16 de octubre de 1946.

El Tribunal Militar Internacional fue establecido por la Carta de Londres, y otros doce procesos posteriores –juicios a los doctores y a los jueces– fueron conducidos por el Tribunal Militar de los Estados Unidos. Pero no faltaron tropiezos ni chicanas… La legitimidad del tribunal fue cuestionada "por no existir precedentes similares en toda la historia del enjuiciamiento universal". En rigor, una verdad de Perogrullo, puesto que era el primero en su tipo. "Es como negarle legitimidad al primer vuelo de un nuevo avión… porque no hubo antes", argumentó uno de los juristas ingleses.

 Mientras duró el juicio, los acusados fueron tratados como prisioneros de guerra: visitas restringidas, derecho a ejercicios físicos, y traje y corbata para enfrentar al tribunal
Por supuesto, desde la Alemania derrotada llegaron otras oleadas de protesta. Como si la guerra no hubiera sucedido y los campos de concentración fueran una fantasía literaria o cinematográfica, se denunció "el maltrato contra los prisioneros".  En realidad, no hubo tal maltrato. Se les dio rango de prisioneros de guerra, se les permitieron visitas muy restringidas, podían hacer ejercicios diarios durante veinte minutos, y asistir al tribunal con traje y corbata. Recién al volver a la cárcel vestían el uniforme de reglamento.

Pero más allá de dimes y diretes, Núremberg sentó bases sólidas y perpetuas para el mundo. Por ejemplo, la figura "Crimen contra la humanidad", mencionada en La Haya en 1907, pero ambiguamente y con escasa fuerza. Finalmente, el tribunal reunió los cargos en tres grupos claramente definidos: Crímenes contra la paz, Crímenes de guerra, y Crímenes contra la humanidad: aquella simiente sembrada en La Haya.

Sin contar a los muchos criminales nazis que escaparon antes, durante y después de la derrota, entre los 611 acusados de todas las estructuras del nazismo hubo una súper figura: Karl Dönitz, Gran Almirante de la Flota Alemana y sucesor de Hitler luego de su suicidio en el bunker, último refugio de la mayor locura bélica (y acaso humana) del siglo XX.
Desde luego, no estaban ya todos los grandes monstruos: Joseph Goebbels se suicidó en el bunker con su mujer, no sin que ésta, antes, envenenara a sus seis pequeños hijos "para que no fueran criados fuera del nazismo". Heinrich Himmler, líder de la SS. Adolf Eichman, autor del plan de exterminio total del pueblo judío. Y el diabólico médico Josef Mengele, el coleccionista de ojos azules judíos y autor de atroces experimentos genéticos en Auschwitz. Murió ahogado en Brasil en 1979 mientras tomaba un plácido baño de mar…

 Además de las penas de muerte, hubo condenas a 20 años de prisión, a menos en algunos casos, y unas pocas absoluciones. No todos completaron sus años de cárcel
Mejores nombres quedaron en la historia: los hombres del supremo tribunal, compuesto por un juez titular de cada uno de los cuatro países vencedores (Reino Unido, Francia, Unión Soviética y Estados Unidos), y su respectivo suplente. A setenta años del bien llamado "Juicio del Siglo", es justicia recordarlos: Geoffrey Lawrence (Reino unido, titular), y Norman Birkett, suplente. Francis Biddle (Estados Unidos, principal), y John T. Parker, suplente. Henri Donnedieu de Vabres (Francia, titular), y Robert Falco, suplente. Ionna Nikítchenko, (Unión Soviética, titular), y Alexander Volchkov, suplente.

El fiscal jefe de la Corte fue el juez norteamericano Robert H. Jackson, ayudado por los fiscales Hartley Shawcross (Reino Unido), Román Rudenko (Unión Soviética), y Francois de Menthon y Auguste Champeier (Francia).

De los veinticuatro acusados, sólo el arquitecto Albert Speer, Hans Frank y Baldur von Schirach, líder de las salvajes Juventudes Hitlerianas, se arrepintieron públicamente de sus crímenes. En cuanto al poderoso industrial del acero Gustav Krupp, que se sirvió del trabajo esclavo para fabricar armas a destajo para el Tercer Reich, e incluso cañones experimentales capaces de alcanzar blancos ingleses desde Alemania, resultó indemne e impune: según los médicos, "su salud no podía soportar un juicio".

Y el canciller Joachim von Ribbentrop, en noviembre de 1945, al empezar el juicio que lo condenó a morir en la horca, se permitió un desafío que sonó tragicómico: "Ya lo verán. Dentro de unos años, los abogados de todo el mundo condenarán este juicio. No se puede hacer un juicio sin ley".

Pero no fue él único objetor. Quincy Wright, de la Escuela de Positivismo Legal, dijo un año y medio después de los juicios: "¿Cómo pudo el Tribunal de Núremberg lograr jurisdicción para culpar a Alemania de agresión, cuando Alemania no prestó su consentimiento para la existencia de tal tribunal, y someter a los imputados a juicio cuando sus actos fueron cometidos antes de la ley promulgada en 1945?". Ni tampoco el único viento de locura: Harlan Fiske Stone, Jefe de Justicia de la Corte Suprema norteamericana, dijo que "los juicios de Núremberg son un fraude. El fiscal Jackson lidera una fiesta de linchamiento".

Frente a estos argumentos presuntamente legales se impone otra realidad de sangre, fuego y muerte. La maquinaria nazi llegó a instalar 71 campos de concentración dentro y fuera de su territorio. Los cálculos –nada fáciles de precisar, pero coherentes con las desapariciones y el relato de sobrevivientes– sugieren que entre judíos, gitanos, lisiados, homosexuales, ancianos y niños (los dos últimos, desechados por incapacidad laboral), la suma supera los diez millones de muertos por fusilamientos masivos, cámaras de gas, torturas, enfermedades, etcétera.

 Hoy, Núremberg es una ciudad bella, rodeada de bosques, junto a un río, con escasa población (algo más de medio millón de habitantes), un gran mercado de Navidad, y apenas rastros de aquellos 26 días que fueron el verdadero fin de la guerra
¿Qué ley antes de 1945 podía imaginar tales atrocidades? ¿Qué recodos legales o tecnicismos podían defender y hasta liberar a ese diabólico ejército de asesinos, salvo que se estuviera de acuerdo, consciente o inconscientemente, con los flamígeros y delirantes discursos de Hitler, y con el sueño de un Tercer Reich para mil años?

En cambio y en aras de la civilización, los Juicios de Núremberg fueron vitales para redactar la Convención contra el Genocidio (1948), la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ese mismo año, y las Convenciones de Ginebra (1949) y sus protocolos (1977).
Con todos sus acierto, sus fallas y sus matices, instrumentos propios de la civilización, no de la barbarie.

Siete décadas han pasado desde 1° de octubre de 1946, día del veredicto final. Quince días más tarde, aquellos cuerpos pendían cada uno de su soga. Believe it or not esas ejecuciones también merecieron críticas. Hubo protestas contra el método (soga corta o soga larga), la extensión de las agonías (de catorce a vientiocho minutos, se dijo), y hasta contra el dolor extra que sufrieron los condenados por el escaso tamaño de las escotillas de caída, que el algún caso les lastimaron la cara.

Frente a eso, es válido recordar el testimonio del escritor y agente secreto británico John Forsyth en su libro "Odessa" al referirse al criminal de guerra Eduard Roschman, muerto en el Paraguay. "Lo que más me horrorizó de ese personaje es que hacía pintar en las ventanillas de los ómnibus que llevaban prisioneros a los campos de concentración y a una segura muerte, caras de hombres, mujeres y niños felices que parecían ir hacia un bello día de campo".

Ya pronto será 16 de octubre en Núremberg, y los hoteles empezarán a agotar sus reservas porque en diciembre, el mes del gran Mercado de Navidad, más de dos millones de almas agotarán hectolitros de cerceveza y gastarán hasta el último euro en regalos, souvenirs y cuanto se ofrezca. Es de sospechar que nadie visitará siquiera la sala 600 del Palacio de Justicia ni el gimnasio de la prisión central.

Ojalá, aunque estos días tampoco son miel sobre hojuelas en Europa ni en muchas partes del mundo. Ojalá. Porque lo que había que hacer, desesperadamente, en aquel primer día de los juicios, fue hecho.
Gloria y honor para aquellos hombres.

viernes, 28 de octubre de 2016

SGM: Un caso de neutralidad

Un caso de neutralidad 

por el comandante John Hereward Allix 

Tras la actividad febril de la invasión de Normandía en 1944, vino el anticlímax con el traslado de nuestra escuadrilla de bombarderos, de Inglaterra a las orillas del estuario Lough Foyle, en el norte de Irlanda. Nuestra misión (excursiones nocturnas, de largo radio, a la caza de submarinos) prometía ser monótona: las probabilidades de encontrar un submarino alemán que hubiera salido a la superficie eran mínimas. 

 
Estuario de Lough Foyle: 

A poco de llegar al nuevo aeródromo se nos puso en guardia, lo cual significaba dormir en traje de vuelo y estar preparados para despegar con media hora de aviso. Una noche, a eso de las tres de la madrugada, el ordenanza de la sala de maniobras me despertó. El enemigo nos había atacado, como quien dice, en nuestras propias barbas. A los cinco minutos mi tripulación y yo (seis hombres bostezando), nos hallábamos reunidos en la sala de mando. A los 20 minutos ya estábamos volando. Me dirigía hacia alta mar con mi Vickers Wellington, cuando percibí un resplandor hacia el Oeste, seguido del fulgor rojo característico de un buque incendiado por un torpedo. En rápida sucesión fueron torpedeados tres barcos. Mi único pensamiento era destruir aquel submarino. 


Bombardero Vickers Wellington: 
 
Desgraciadamente, ni por un instante se lo vió en la superficie. Una nave de la Armada Inglesa percibió su eco y comenzó a perseguirlo, hasta que el submarino se internó en aguas neutrales de la República de Irlanda, cerca de la desembocadura del Lough Swilly, largo brazo de mar que se adentra profundamente por el condado de Donegal. Después de aquello, aún con patrullaje incesante de la zona, el submarino atacó una y otra vez, y siempre lograba perderse en su refugio neutral. 

Condado de Donegal: 


 
Unas semanas después mi dotación se dispersó, habiendo cumplido algunos de sus miembros su turno de operaciones. Yo quedé, temporalmente, franco de servicios de vuelo. Conseguí dos días de licencia y, cruzando la frontera, entré en la República de Irlanda y me dirigí a Buncrana, pueblo a orillas del Lough Swilly. Para un oficial de las fuerzas de Su Majestad Británica, no era sin duda lo indicado ingresar en Irlanda, pero lo veníamos haciendo (vestidos de civil) casi todos los soldados ingleses acampados cerca de la frontera, con el tácito consentimiento de los guardias de ambos lados. En Irlanda la comida era abundante, no había racionamiento y la bebida era barata. Resultaba muy agradable el cambio. 

Buncrana hoy: 
 
 

Ya en Buncrana me fui al bar de la hostería para tomarme un trago, antes de la cena. El local estaba vacío, con la excepción de un hombre rubio, que fumaba su pipa ante una botella doble de cerveza. Pedí para mí otra cerveza y trabamos conversación. Debía uno tener cuidado con lo que decía, pues nos podían internar si éramos descubiertos. El rubio se mostraba cauteloso también, y así evadíamos toda mención de nuestras respectivas unidades, de las operaciones de guerra, de temas que pudiesen ponernos en evidencia. Era fácil, instructivo y grato charlar con aquel sujeto. Pero había en su persona alguna cosa indefiniblemente singular. De modo instintivo, percibía que el rubio no tenía nada que ver con la Real Fuerza Aérea. Tampoco me era posible imaginármelo como un oficial de la Armada o del Ejército ingleses. Bebimos unas cervezas y jugamos a tirar dados. Entretanto, el problema de la identificación de aquel hombre latía en el fondo de mi pensamiento. Su inglés era el que se estila en Oxford y en Cambridge, y sus modales, los de un caballero. Me fijé en su indumentaria. La chaqueta deportiva de lana y los pantalones de franela eran de buen corte. Ahora bien, yo no podía imaginarme a nadie en Inglaterra que llevase prendas semejantes. De todos modos, era buena compañía. Lo invité a cenar conmigo. Aceptó. 
-A propósito- le señalé –no nos hemos presentado. Me llamo John- 
Vaciló un segundo antes de tenderme la mano. Dijo que se llamaba Charles. Durante la comida le formulé varias preguntas capciosas, que contestó con bastante naturalidad. Desde luego, parecía conocer bien el Londres central, y aún mejor la ciudad de Oxford. Su conocimiento de Inglaterra no parecía, sin embargo, ser reciente, y las referencias a los cambios en tiempo de guerra lo ponían un tanto nervioso. A estas alturas, ya estaba yo convencido de que había algo raro en este tipo. De pronto, mi sospecha se definió en un especulación concreta: ¿Podría ser?...¡Sí, «debía» ser alemán! Las deducciones siguientes se sucedieron una tras otra: podía pertenecer al personal de la embajada alemana en Dublín; pero, en tal supuesto, ¿qué hacía en Buncrana? Pensé en el submarino. ¡Desde luego! ¡Aquí estaba el secreto! ¿Un empleado subalterno de la embajada, enviado a intercambiar señales con el sumergible? ¿Acaso un miembro de la dotación? ¿O su propio comandante? De pronto, me di cuenta de que Charles me miraba de un modo extraño. La verdad era que yo había dejado de escucharle. 
Entonces exclamé: -Perdóneme, ¿qué decía usted, «Karl»?- 
En rigor, no tuve la intención expresa de hacer nada tan tosco, pero el efecto de la traducción al alemán del nombre Charles fue como una descarga eléctrica. Perdió el color, se le demudó el semblante. Yo mismo quedé tan sorprendido que mi pensamiento, momentáneamente, rehusaba aceptar esta loca conjetura como una realidad, y debía de aparecer tan alarmado como mi interlocutor. Me di cuenta de que me había quedado mirándole con una sonrisa estúpida. Fue, de seguro, lo mejor que pude hacer, porque recobró el color y logró sonreír. Con la voz más natural que pude, murmuré: -Me he permitido una broma completamente tonta. ¡Lo siento mucho!- 
-Está bien. Usted gana. Es cierto, soy alemán –replicó- ¿Y qué piensa hacer ahora?- 
En verdad, no se me ocurría solución alguna. Me mantuve en silencio. Mi compañero recobró la compostura más pronto que yo y, sin darme tiempo a ordenar mis enredadas ideas, afirmó despacio: -Empiezo a comprender, John. ¡Usted también!- 
-Sí- repuse –mi posición no es mejor que la de usted. Nos pueden internar a ambos- 
La situación parecía tan ridícula que me eché a reír y le dije: -Supongo que será usted el comandante del submarino escondido ahí, en el Lough- 
Como si le chocasen mis palabras, replicó: 
-¿De qué está usted hablando? 
-La cosa es obvia. Yo soy miembro de una escuadrilla de bombarderos antisubmarinos. Hace ya semanas que venimos buscando la manera de enviarlos a ustedes al infierno- 
-Tiene toda la razón- dijo, tranquilizado de nuevo –Soy el comandante del submarino. Mire, voy a echarme otro trago, amigo. ¿Y usted?- 
Me hacía falta pensar lo que debía hacer, y así, mientras los tragos venían, di unos pasos hacia la chimenea y aparenté contemplar el cuadro que colgaba sobre ella, mientras cargaba la pipa. ¿Debía llamar a la policía y hacer que arrestaran a Karl? En tal caso, me pedirían mis papeles de identidad y probablemente nos meterían a los dos en la cárcel por la duración de la guerra, con lo que ambos dejaríamos de servir a nuestras respectivas patrias. ¿Debía, en cambio, aceptar la tesis de que este territorio neutral nos daba a ambos inmunidad temporal, tal como la daban las iglesias en los tiempos antiguos? Me decidí por lo segundo, es decir, respetar este asilo neutral que se nos presentaba. 
Volviéndome a Karl, le manifesté que no veía ninguna necesidad de adoptar una actitud beligerante, sólo por el hecho de que a pocos kilómetros de distancia, en circunstancias diferentes, tuviéramos que intentar matarnos el uno al otro. Se mostró de acuerdo. 
Tomamos nuestros vasos de cerveza en el jardín, sentados sobre un banquillo, bajo las ramas de un castaño. Allí supe de qué modo Karl aprendió a hablar tan buen inglés. Su padre había sido jefe de la sucursal de una compañía alemana que comerciaba en Londres, y Karl se había educado en un colegio particular inglés y en la Universidad de Oxford. Había regresado a su país sólo un año antes del comienzo de las hostilidades. Le pregunté cómo había venido a tierra. Me explicó que el submarino había salido a la superficie la noche anterior, y dos miembros de su tripulación lo trajeron a tierra, en un bote de goma, remando desde una distancia de dos millas de la costa. Los marineros volverían por él después de la medianoche. 
-He aprovechado la mañana –me dijo- comprando huevos por las granjas. La comida se vuelve bien insulsa en el submarino, y los tripulantes no han comido huevos frescos desde hace meses. Tengo unas buenas provisiones escondidas en un helechal camino abajo- 
Cuando ya anochecía, Karl me dijo que debía irse. Caminé con él hasta la salida del pueblo. Pasada la última casa, me detuve. 
-Confío en que escape usted con vida de esta guerra, Karl- 
-Yo también... y le deseo lo mismo- 
-Lo mejor que puede hacer es quitarse de mi camino. Sentiría tener que reventarle con una de mis bombas- 
-No se preocupe- me respondió- No le daré ocasión- 
Y se fue alejando lentamente. 
Yo me quedé allí, atrapado por una mezcla de sentimientos dispares, mientras oía cómo las pisadas crujientes de Karl se iban extinguiendo en el arenoso camino irlandés. 

Fuente: Historias Secretas de la Última Guerra.

jueves, 27 de octubre de 2016

Roma: Emergen zapatos de soldados romanos en Inglaterra

Fuerte romano Vindolanda Roman da cientos de zapatos
Archeology



Xapatos de Vindolanda en Inglaterra (Vindolanda Charitable Trust) Northumberland, informa 

INGLATERRA-Crónica vivo que más de 400 zapatos de tamaño para hombres, mujeres y niños, fueron recuperados en el fuerte romano de Vindolanda durante el verano, con lo que el total de los zapatos del sitio de más de 7.000. Los 1.800 años de edad, zapatos incluidos los realizados exclusivamente para el uso de interior, botas, sandalias, zuecos y baño. El calzado fue encontrado en una zanja defensiva, junto con la cerámica y los restos de gatos y perros. Andrew Birley, director de las excavaciones de Vindolanda, cree que el contenido de las zanjas pueden haber sido descartadas cuando la guarnición se retiró de la fortaleza en 212 dC, cuando la guerra entre tribus británicas del norte y las fuerzas romanas terminó. "Pueden haber tenido que caminar cientos de millas y quizás más largo y tuvo que dejar algo que no podían llevarse", dijo. Todos los zapatos se conservará. "El volumen de calzado ha presentado algunos retos para nuestro laboratorio, pero con la ayuda de voluntarios dedicados, hemos creado un espacio específico para la conservación del calzado y el proceso ya está en marcha", explicó la curadora Barbara confianza Birley. Para leer sobre una tablilla encontrada en Vindolanda, vaya a "Artefacto".

miércoles, 26 de octubre de 2016

SGM: La Resistencia Francesa no tan resistente ni tan francesa

La verdad sobre la Resistencia francesa: ni tan masiva ni tan francesa
El historiador británico Robert Gildea desmonta la versión oficial de lo ocurrido en Francia durante la ocupación nazi

GUILLERMO ALTARES - El País


La resistente Simone Ségouin combate en París en 1944. VÍDEO: REUTERS-QUALITY

El discurso nacional que Francia construyó después de la II Guerra Mundial es que el país fue liberado por la Resistencia, con cierta ayuda de los aliados, y que "salvo un puñado de miserables", en palabras del general Charles de Gaulle, el resto de los ciudadanos se comportaron como auténticos patriotas. Nada más lejos de la realidad. El profesor británico Robert Gildea desmonta esta imagen nacional, que se encontraba ya bastante resquebrajada, en su nuevo libro, Combatientes en la sombra, que traza un minucioso retrato de la ocupación en el que más que de Resistencia francesa prefiere hablar de "resistencia en Francia" por la enorme cantidad de extranjeros que se sumaron a la lucha contra el nazismo, entre ellos miles de republicanos españoles.
"¿QUÉ HACEN TODOS ESOS ESPAÑOLES DESFILANDO?"
La liberación de Toulouse, el 19 de agosto de 1944, fue coordinada por el fuerzas lideradas por Jean-Pierre Vernant, pero los republicanos tuvieron un papel esencial. De hecho, en regiones como el Perigor o ciudades como Foix fueron liberadas directamente por los españoles, cosa que De Gaulle no le hizo mucha gracia. Gildea relata que el general visitó Toulouse muy rápidamente, porque no quería perder un ápice de control sobre los territorios de los que iban siendo expulsados los nazis. Los republicanos participaron en el desfile de la liberación, con los cascos de los soldados alemanes pintados de azul. Cuando De Gaulle lo vio, exclamó: "¿Qué hacen todos esos españoles desfilando con las Fuerzas Francesas Libres?". Es un anécdota que, para el historiador británico, refleja el profundo cambio que se estaba produciendo en la narración de la Resistencia y en la toma de poder en Francia.


"Francia fue derrotada y ocupada por Alemania . Cuando fue liberada y unificada de nuevo, se crea una historia única que mantiene que todo el país alcanzó la libertad unido bajo el liderazgo de De Gaulle y ese relato fue propagado a través de medallas, ceremonias, títulos", explica Robert Gildea, profesor de Historia Moderna del Worcester College de la Universidad de Oxford, cuyo libro será publicado esta semana en España por Taurus en traducción de Federico Corriente. Los olvidados en ese relato no fueron sólo aquellos españoles que huyeron del franquismo, sino también judíos de Polonia o Rumanía, los comunistas, así como las mujeres, cuya labor como resistentes también ha sido infravalorada.

Robert Gildea.
El libro todavía no ha sido publicado en Francia —está previsto para la primavera de 2017—, pero recibió excelentes críticas el año pasado en el mundo anglosajón en medios como The Economist o The New York Review of Books, cuya reseña firmada por el gran historiador de Vichy Robert O. Paxton se titulaba "la verdad sobre la Resistencia". Gildea, que ha publicado otros ensayos sobre la historia de Francia en los que estudia el mismo periodo, reconoce que la imagen ideal de la sociedad francesa había sido ya puesta en duda en películas como el documental La pena y la piedad o el filme de Louis Malle Lacombe Lucien, que tuvo como guionista al premio Nobel Patrick Modiano. Sin embargo, su estudio de 650 páginas, en el que maneja tanto fuentes documentales como entrevistas, es el más completo que se ha escrito hasta ahora desde un punto de vista crítico sobre la Resistencia durante la ocupación, entre 1940 y 1944. El enorme éxito alcanzado en Francia por las seis temporadas de la serie Un pueblo francés demuestra hasta qué punto sigue siendo un tema delicado y siempre actual.

"Tenemos que estudiar lo que ocurrió en Francia en el contexto de la lucha en Europa contra el nazismo, pero también del Holocausto y de la Guerra Fría. Mucha gente de la Resistencia combatió en las Brigadas Internacionales, son lo que Arthur Koestler, que compartió cautiverio con ellos, llamó La escoria de la tierra en un libro, gente que no tenía ningún sitio al que ir. Muchos republicanos se quedaron atrapados en Francia. Su objetivo era acabar primero con los nazis y luego con Franco, de hecho protagonizaron un intento fallido de invadir España en 1944. El relato simplista de la liberación nacional francesa sólo proporciona una parte de la historia, no toda", prosigue Gildea en conversación telefónica.

"El papel de los comunistas fue también muy importante, especialmente durante la liberación de París. Durante muchos años se produjo un enfrentamiento entre las dos versiones, la gaullista y la comunista. En 1944 los nazis capturaron a un grupo de resistencia que estaba formado por comunistas y judíos de Europa del este y lo utilizaron como propaganda diciendo que eran 'criminales extranjeros', pero había algo de verdad ello", afirma.

Combatientes en la sombra no sólo estudia los grandes movimientos históricos, sino que está lleno de personajes como Jean-Pierre Vernant, uno de los grandes helenistas franceses, que fue un personaje muy importante en la Resistencia, pero que nunca quiso alardear de ello. Cuando acabó la guerra, durante la que se jugó muchas veces la vida, volvió a sus libros y a sus clásicos. También está Lew Goldenberg, hijo de revolucionarios rusos de origen judío cercanos a Rosa Luxemburgo, que se negó a aceptar el armisticio o León Landini, un joven toscano que participó en el descarrilamiento de un tren alemán en octubre de 1942 cuando tenía 16 años.

Y, naturalmente, están los republicanos españoles, no sólo los miembros de La Nueve, la mítica brigada que fue la primera en entrar en París en agosto de 1944 y cuyo papel fue silenciado durante años —ha sido necesario esperar hasta 2008 para que se inaugurasen placas que mostraban su recorrido—. En el libro aparecen combatientes como Vicente López Tóvar, nacido en Madrid en 1909, que pasó su juventud en Buenos Aires, luchó en la Defensa de Madrid y en la Batalla del Ebro y, tras escapar a Francia, participó en la organización del Maquis. "La Guerra Civil nos había endurecido mucho", relató el propio López Tóvar a Gildea.

"Después del desembarco de Normandía, en junio de 1944, se produjo una guerra civil dentro de la II Guerra Mundial, no sólo entre los resistentes y los nazis, sino también con la milicia, la fuerza paramilitar de Vichy", señala el profesor de Oxford. En cuanto a la ocultación del papel que tuvieron las mujeres, Gildea explica que sólo fueron galardonados con medallas aquellos que participaron en acciones bélicas, mientras que muchas mujeres trabajaron en la organización de la resistencia, un papel tan peligroso como el combate, pero nunca totalmente reconocido. Todo esto no quiere decir que los franceses no tuvieron ningún papel, pero no fueron los únicos héroes de aquella guerra.