miércoles, 19 de julio de 2017

Historia argentina: El combate de la vuelta de Obligado (1845)

LA ÚLTIMA BATALLA DEL GENERAL SAN MARTIN 
Por Oscar Fernando Larrosa (h) 

 


Dedicado a mis queridos padres:
Herminia Álvarez de Larrosa
Subof. My (RE) Oscar Fernando Larrosa
 


Nunca perseguí la gloria, 
ni dejar en la memoria 
de los hombres, mi canción.

(Antonio Machado.) 


EL CONFLICTO 
En 1844 las tropas del Presidente constitucional uruguayo Manuel Oribe, apoyadas por Rosas y Urquiza pusieron sitio a la ciudad de Montevideo amenazando el refugio de los unitarios exiliados y de varios miles de franceses e ingleses que la habían tomado como factoría del imperio. Fructuoso Rivera, quien había usurpado el gobierno con ayuda francesa, era el jefe nominal de esa especie de brigada internacional en la que se mezclaban los intereses comerciales de las potencias europeas con las rencillas políticas internas del Plata, y a la que se sumaban algunos aventureros como el italiano Giuseppe Garibaldi. 

Atendiendo a los “justos reclamos de sus súbditos”, como dijera Sir Robert Peel en el parlamento británico, las dos principales potencias mundiales, Francia e Inglaterra deciden intervenir para imponer sus intereses comerciales, no ya solapadamente como hasta entonces sino de modo directo en la que fuera, tal vez, la mas injusta acción militar de dos potencias extranjeras en América. Para ello bloquearon el puerto de Buenos Aires con sus escuadras y dejando de lado los regodeos diplomáticos, reclamaron al Jefe de las Relaciones Exteriores de la Confederación la libre navegación de los ríos interiores. 

El General Rosas, que no había reconocido la independencia del Paraguay ni aceptaba la creación inglesa del Estado-tapón en Uruguay, porque a ambas las seguía considerando provincias argentinas no tenía la mala costumbre de acatar los “deseos” ni las imposiciones de países extranjeros. Por ello rechazó de modo terminante la pretensión de los interventores de navegar los ríos interiores sin someterse a la jurisdicción de las leyes argentinas. 

El desarrollo del conflicto adquirió un cauce dinámico. Hubo duros cruces de protestas diplomáticas entre el canciller de la Confederación Argentina Felipe Arana y las cancillerías de las potencias extranjeras. Las escuadras interventoras capturaron la isla Martín García y a la escuadra naval argentina, que no ofreció resistencia por orden de Rosas. El Almirante Brown diría, en nota dirigida al gobernador: 

“Tal agravio demandaba el sacrificio de la vida con honor, y sólo la subordinación a las supremas órdenes de V.E. para evitar la aglomeración de incidentes que complicasen las circunstancias, pudo resolver al que firma a arriar un pabellón, que durante treinta y tres años de continuos triunfos ha sostenido con toda dignidad en las aguas del Plata”. 

 
Almirante Guillermo Brown 

Las naves argentinas fueron repartidas por los “negociadores” diplomáticos Ouseley y Deffaudis entre las dos escuadras y algunas de ellas fueron entregadas al aventurero Garibaldi y su horda de mercenarios, quienes se dedicaron a saquear y masacrar a las poblaciones ribereñas de Gualeguaychú, Colonia y Salto. 

La flota interventora se aprestaba a remontar el Paraná con noventa buques mercantes y once de guerra, entre los que se encontraban los primeros buques propulsados a vapor. La idea de los interventores era “luchar por los grandes principios de la humanidad contra el tirano sangriento del Plata” y, aprovechando el viaje, colocar su producción industrial en nuestro país, comerciando directamente con cada provincia, a fin de crear republiquetas dóciles a sus designios. 

Entre tanto el Litoral se preparaba para la guerra. La estrategia criolla era, igual que en 1806 y 1807, resistir como fuera y con lo que se tuviera. En un recodo del río llamado Vuelta de Obligado fueron atravesadas tres líneas de cadenas sostenidas por lanchones y atadas en un extremo a tres anclas y en su otro extremo al bergantín “Republicano”, al mando del capitán Tomás Craig, para que se supiera que el paso no era libre y que había que batirse para forzarlo. 

Desde la costa, las tropas de la Confederación Argentina al mando del General Lucio Norberto Mansilla, con cañones de la época colonial, fusiles de chispa, lanzas y bayonetas, esperaban a la flota anglo francesa. 

 
Baterías argentinas en la Vuelta de Obligado noviembre de 1845 

SAN MARTIN Y ROSAS 
En 1838 cuando se produjo el primer bloqueo francés, a raíz del incidente promovido por la impertinencia del supuesto cónsul Aimé Roger, San Martín escribió su primer carta al Jefe de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas. En ella, luego de comentar los motivos de su ostracismo, el Libertador le decía: 


“ He visto por los papeles públicos (diarios) de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de ésta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y las de que no se fuere a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad que espere sus órdenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine. Concluida la guerra me retiraré a un rincón, esto es si mi país ofrece seguridad y orden; de lo contrario regresaré a Europa con el sentimiento de no poder dejar mis viejos huesos en la patria que me vio nacer”. 

Con ésta sencillez, el más grande héroe de la República, a los sesenta años de edad se ofrecía a combatir “en cualquier clase que se le destine”. 

Esta carta dio inicio a una larga y efusiva amistad epistolar entre el General San Martín y Don Juan Manuel, cuyo corolario fue la donación del glorioso sable corvo del Libertador a Rosas y los sucesivos homenajes de éste a San Martín en sus mensajes anuales a la Legislatura porteña. Durante muchos años, y a instancia de algunos historiadores antirrosistas, se sostuvo que la donación del sable fue producto de un acto de desvarío senil del Libertador. Nada más alejado de la verdad. Verdad que se ha mantenido en las sombras para justificar la traición a la Patria de unos cuantos “prohombres de la República”. 

 
 Brig.Gral. Juan Manuel Ortiz de Rozas 
General Don José de San Martín 

Nuestro Padre de la Patria, el hacedor de la Independencia de Sud América, había pronosticado en febrero de 1834 (en una carta a Tomás Guido) que solo un hombre con las características personales de Rosas podía enderezar el rumbo de nuestra tierra y supo luego, en el transcurso de los conflictos con Inglaterra y Francia, que a Don Juan Manuel le había sido dado el honor de completar la gesta emancipadora que José Francisco de San Martín iniciara una mañana de 1813, cuando el sol comenzaba a resplandecer, frente al convento de San Lorenzo. 

Nadie mejor que él sabía, de que se trataba, cuando se hablaba de la libertad de América. Rosas le contestó con una carta, en la cual le afirmaba que no creía que hubiera guerra y que igualmente consideraba que el Libertador podría servir mejor a la Patria desde Europa, haciendo uso de su prestigio a favor del país. El tiempo daría razón a su apreciación. 


LA CARTA DE SAN MARTIN A JORGE F. DICKSON
En 1845, en pleno desarrollo del conflicto en el Plata, San Martín vivía en Grand Bourg, localidad situada en las afueras de París; con su hija Mercedes, su hijo político Mariano Balcarce y sus dos nietas, Merceditas y Josefa (la Pepa). La salud del General, que nunca había sido buena tenía crónicas recaídas que le producían graves padecimientos. Sufría de reumatismo y gastritis a los que se sumaba una progresiva ceguera por cataratas más las secuelas de sus heridas de guerra y de un ataque de cólera. A éstos dolores se sumaban, la constante añoranza de la patria lejana; pues, Don José Francisco, aún hasta pocos días antes de su muerte siguió soñando con el retorno a su tierra prometida.

Siempre deseó volver a esa Buenos Aires de la que se había ido hastiado de que lo persiguieran como a un criminal o de que intentaran involucrarlo en alguno de los partidos que desangraban a la Patria por la que él y sus heroicos soldados habían luchado.

Durante su estancia en Nápoles, adonde había concurrido por prescripción médica se presentó la oportunidad de actuar nuevamente a favor de su patria. Ya no sería como en San Lorenzo y Chacabuco, sable en mano y al galope, con el corazón en la garganta; ni como en Cancharrayada, donde aguantó la carga de fusilería de un regimiento español tratando de salvar su ejército. Aún así el viejo General usaría las armas que el tiempo y las miserias humanas no pudieron doblegar: su genial visión estratégica, el enorme prestigio militar acumulado en sus campañas y la confianza ciega en el coraje de sus paisanos.

Un año antes, Rosas había revitalizado los bonos del empréstito Baring al enviar a Londres una remesa de sesenta mil pesos plata para abonar intereses caídos, lo que produjo la algarabía de sus tenedores que ya los daban por perdidos. Al producirse el bloqueo, los bonos volvieron a caer, gestando una sorda oposición (en especial de la Casa Baring) al mentor de esa medida, Lord Aberdeen.

El representante de la Confederación en Londres, el empresario anglo argentino Jorge Federico Dickson, quién tenía importantes intereses comerciales en el Río de la Plata, le solicitó su opinión al Libertador sobre las posibilidades de éxito de la intervención anglo francesa en el Plata. San Martín, que seguía al detalle la situación de la Argentina y conocía la oposición de los financistas y comerciantes ingleses, escribió la siguiente carta:

Carta publicada sin autorización de San Martín, por el Morning Chronicle de Londres el 12 de febrero de 1846 cuando todavía no se conocían en Europa los hechos acaecidos en la Vuelta de Obligado:


“Hemos sido favorecidos con la siguiente traducción de una carta del general San Martín a un caballero que le pidió su opinión sobre el tema de la intervención armada de Inglaterra y Francia en los asuntos de la república del Río de la Plata. Estimamos casi innecesario informar a nuestros lectores que el general San Martín es el distinguido jefe que sucesivamente llevó a término la liberación de Buenos Aires, Chile y Perú del yugo español, y cuya travesía de los Andes al frente del ejercito libertador, fue considerado como un hecho que en muchos aspectos rivaliza con el paso de los Alpes por Napoleón. El general San Martín es nativo del virreinato de Buenos Aires, y por su completo conocimiento del país y de sus conciudadanos, a los que tantas veces llevó a la lucha y a la victoria, no hay hombre viviente que esté tan bien capacitado para opinar sobre la materia como él, ni ninguno que tenga mas títulos a ser respetado. Como hace tiempo que se retiró de la vida pública, y reside en Europa, donde al parecer ha decidido pasar el resto de sus días, no tiene más interés en el asunto, sino el que naturalmente debe suponerse sienta por el honor y bienestar de su país, su opinión debe considerarse absolutamente imparcial. Sobre ella llamamos intensamente la atención de nuestros lectores.”
Nápoles, diciembre 28, 1845. “Mi querido amigo: He sido informado de su deseo de tener mi opinión sobre la presente intervención de Inglaterra y Francia en la República Argentina, tengo no solo mucho placer en exponérsela a usted sino que lo haré con la franqueza de mi carácter y con la más perfecta imparcialidad, lamentando solamente que el mal estado de mi salud me impida entrar en los muchos detalles que la importante cuestión merece. No pienso necesario entrar a investigar la justicia o la injusticia de tal intervención, ni los perjudiciales resultados que traerá para los ciudadanos de ambas naciones la paralización absoluta de las relaciones comerciales, como también la alarma y desconfianza que lógicamente dicha interferencia habrá provocado en los nuevos estados de Sud-América. Debo limitarme a inquirir si las dos naciones interventoras tendrán buen éxito en el logro del fin que se han propuesto con las medidas coercitivas que han empleado hasta el presente momento o sea la pacificación de ambas orillas del Plata. Debo declarar a Ud. mi firme convicción de que no podrán tener buen éxito; por el contrario, su modo de proceder hasta el día de hoy no producirá otro efecto que prolongar por tiempo indefinido los males que se proponen remediar y que no hay humana predicción capaz de fijar una fecha probable a la pacificación que tan ansiosamente desean. Voy a explicarme más extensamente.
La firmeza de carácter del jefe que gobierna hoy la República Argentina es notoria en todo el mundo, así como el ascendiente que tiene en las vastas llanuras de Buenos Aires y en las otras provincias, y aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos personales, yo estoy persuadido de que ya sea por orgullo nacional, por temor o por el prejuicio heredado de los españoles contra los extranjeros se unirán todos para tomar parte de la lucha. Además, debe tenerse muy presente (como lo ha demostrado la experiencia) que la medida del bloqueo ya declarado no tiene la misma influencia en los Estados de América y menos que en todos en la República Argentina como podría tenerla en Europa. Esta medida sólo afectará a un pequeño número de terratenientes y propietarios, pero a la masa del pueblo, que ignora las necesidades europeas, la continuación del bloqueo les sería indiferente. Si las dos potencias quisieran llevar mas adelante las hostilidades – es decir, declarar la guerra – yo no dudo que con mas o menos pérdida de hombres y dinero tomarían Buenos Aires (aunque tomar una ciudad resuelta a defenderse es una de las más difíciles operaciones de guerra); pero aún después del triunfo, estoy convencido que no serían capaces de mantenerse largo tiempo en la capital. Es bien sabido que el principal y podría decir el único alimento del pueblo es la carne y que igualmente con la mayor facilidad el ganado vacuno puede ser retirado en pocos días bastantes leguas al interior, como también los caballos y todos los medios de transporte.
En breve tiempo se podría formar un vasto desierto, imposible de cruzar por una gran fuerza europea, que correría tantos mayores peligros cuanto mayor fuese su número. Pretender llevar la guerra apoyándose en los nativos, yo estoy segurísimo de que muy pocos serían los que apoyarían al extranjero.  Finalmente, con siete u ocho mil hombres de caballería del país y veinticinco o treinta piezas de artillería ligera que el general Rosas fácilmente mantendría no sólo lograría un bloqueo terrestre de Buenos Aires, sino que impediría que un ejercito europeo de veinte mil hombres, se alejase mas de treinta leguas de la capital, sino exponiéndose a su total destrucción, por falta de recursos necesarios. Tal es mi opinión y la experiencia probará que está bien fundada a no ser que – como es de esperar – el Ministerio inglés cambie su política. ”


Esta carta, simple y directa sonaría tan fuerte en la opinión publica y en el Parlamento inglés como los cañonazos con que Mansilla, Thorne y Alzogaray marcaron el camino de ida y vuelta de la flota por el Paraná. En ella hace claras referencias a las invasiones inglesas de 1806 y 1807, y a la posibilidad de un éxodo como el jujeño o el que sufriera Napoleón en Rusia.

Esta misiva es hija de la misma habilidad táctica con que San Martín manejó su guerra de zapa, enloqueciendo a Marcó del Pont, antes del cruce de la cordillera. 



La Vuelta de Obligado
En la mañana del 20 de noviembre de 1845 los buques de la flota tomaban posición frente a las baterías que a toda prisa había mandado a construir el general Lucio Norberto Mansilla, veterano de Chacabuco y Maipú. El diseño de las baterías estuvo a cargo del héroe de ese día, el coronel Juan Bautista Thorne. Todo el ancho del río fue atravesado por tres líneas de cadenas colocadas sobre lanchones y barcos desmantelados, las que estaban atadas por un extremo a tres anclas y por el otro al bergantín “Republicano”, al mando del capitán Tomás Craig, irlandés llegado a Buenos Aires con la invasión inglesa de 1806 y que luego de acriollarse combatió en el Ejercito del Norte a órdenes de Belgrano, e hizo la campaña de Perú con San Martín.

Lograron construir cuatro de las siete baterías que estaban previstas. Estas eran: la batería “Restaurador” con 6 piezas al mando del Ayudante Mayor Álvaro de Alzogaray; la batería “General Brown” con 8 piezas al mando del Teniente Eduardo Brown, hijo del Almirante; la “General Mansilla” con 8 piezas, al mando del Teniente de artillería Felipe Palacios y, mas allá de las cadenas que cerraban el paso del río, la batería “Manuelita” con 7 piezas (dos de tren volante) al mando del coronel Juan B. Thorne. La mayoría de los cañones argentinos eran de 10 libras y solo algunos de 24.

A la derecha de las baterías, en un bosque se estacionaron las tropas del Regimiento de Patricios de Buenos Aires y su banda militar, a órdenes del coronel Ramón Rodríguez. Detrás de la batería “Restaurador” había un cuerpo rural de 100 hombres al mando del Teniente Juan Gainza, seguidos por los milicianos de San Nicolás al mando del Comandante Barreda y otro cuerpo rural al mando del coronel Manuel Virto.



La reserva era comandada por el coronel José M. Cortina e incluía dos escuadrones de caballería a órdenes del Ayudante Julián del Río y del Teniente Facundo Quiroga, hijo del Tigre de los Llanos. Detrás de la reserva se encontraban unos 300 vecinos incluyendo mujeres, de San Pedro, Baradero y San Antonio de Areco, que se reunieron a último momento, armados con lo que pudieron traer.

La flota estaba constituida por once buques que sumaban 99 cañones, la
mayoría de ellos de 32 libras, algunos de 80 y otros con el sistema Paixhans de bala con espoleta cuyos explosivos causaron estragos en la defensa.

A las 9 de la mañana el buque inglés Philomel lanzó el primer cañonazo, la banda del Regimiento Patricios rompió con los acordes del Himno Nacional y entre vivas a la patria comenzaron a responder las baterías argentinas.


En pocos minutos, la tranquila ribera del Paraná se convirtió en una imitación del infierno. Desde ambos bandos se lanzaban unos cuarenta proyectiles por minuto, generalizándose las bajas en las tropas de la Confederación. A las once un grupo de infantería francés intentó desembarcar y fue atacado por las tropas de Virto, pereciendo la mayoría de ellos bajo los sables argentinos o ahogados al huir.


Batalla de la Vuelta de Obligado. 20 de noviembre de 1845.

Hacia el mediodía el general Mansilla envió un parte a Rosas diciéndole que no sabía por cuanto tiempo más podría contener al enemigo pues se le agotaban las municiones. No obstante ello el fuego de las baterías argentinas había logrado dejar fuera de combate a los buques Fulton, Pandour y Dolphin y generado graves daños en otros buques; pero el costo en vidas entre los artilleros criollos era altísimo. El capitán Craig debió hundir el bergantín “Republicano” que ya estaba casi desmantelado a cañonazos y se reunió con los hombres que le quedaban en las
baterías de tierra.

A las cuatro de la tarde, los ingleses protegidos por el buque Fireband lograron cortar las cadenas y sobrepasar las defensas. En tierra, únicamente respondía la batería Manuelita, cuyo jefe, el coronel Thorne causaba la admiración de los enemigos, dando órdenes desde lo alto de su posición con todo su cuerpo expuesto al fuego enemigo. El general Mansilla le ordenó cesar el fuego y retirarse, pero Thorne rechazó la orden respondiendo que sus cañones le demandaban hacer fuego hasta vencer o morir. En esa posición se mantuvo hasta que un cañonazo lo hizo volar por el aire dejándolo gravemente herido y sordo de por vida. Sus soldados lo retiraron del campo llevándolo hasta el convento de San Lorenzo.

Hacia el atardecer, cuando ya no quedaban cañones ni artilleros en pie, desembarcaron los invasores; Mansilla ordenó cargar al enemigo pero un golpe de metralla lo derribó, hiriéndolo en el estómago. Entonces encabezó el ataque el coronel Ramón Rodríguez con los Patricios, dándoles una brillante carga a la bayoneta pero finalmente hubo de retirarse ante la superioridad de fuego del enemigo.


La flota Anglo francesa que combatió en la Vuelta de Obligado

Coronel Juan Bautista Thorne

Coronel Ramón Rodríguez, Jefe de Patricios

General Lucio Norberto Mansilla

La bandera argentina que, manchada de sangre, fue tomada por los ingleses en la batería de Thorne, la devolvería 38 años después el almirante Sullivan (capitán del Philomel) como muestra de su admiración por el jefe de la batería Manuelita.

En Obligado tuvieron 150 bajas los interventores y 650 las tropas de la Confederación. Fue, si se quiere, una victoria anglo-francesa. Pero poco después los invasores comprenderían que las sabias palabras de San Martín, quien les auguró un desastre, eran una realidad. Era imposible hacer pie y mantenerse en territorio argentino; por el contrario fueron combatidos a todo lo largo del Paraná.

Quebracho, Ensenada, Acevedo, Tonelero y San Lorenzo marcaron serios reveses para la flota y fundamentalmente demostraron la imposibilidad de mantener un tráfico comercial, que era su principal objetivo. A principios de mayo de 1846, se tenían noticias en Europa sobre la batalla de la Vuelta de Obligado, donde las tropas de la Santa Federación, entre los acordes del Himno Nacional tocado por la banda del Regimiento Patricios y el estruendo de los cañones, se enfrentaron a sangre y fuego con los interventores, demostrándoles éstos “bárbaros” a la flota europea lo poco que apreciaban sus “principios civilizadores” y lo bien fundada que estaba la opinión del Libertador.

San Martín le escribe a Rosas el 10 de mayo de 1846:


“...ya sabía la acción de Obligado, los interventores habrán visto lo que son los argentinos. A tal proceder no nos queda otro partido que cumplir con el deber de hombres libres, sea cual fuere la suerte que nos depare el destino, que, por mi íntima convicción, no sería un momento dudoso en nuestro favor si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá sobre nuestra patria si las naciones europeas triunfan en ésta contienda, que, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España. Convencido de ésta verdad, crea usted, mi buen amigo, que nunca me ha sido tan sensible que el estado precario de mi salud me prive en éstas circunstancias de ofrecer a mi patria mis servicios, para demostrar a nuestros compatriotas que ella tiene aún a un viejo servidor cuando se trata de resistir a la agresión más injusta de que haya habido ejemplo.”

La noticia de los combates produjo una gran indignación en las naciones europeas que lo consideraron un atentado al derecho de gentes y paralelamente casi toda América felicitaba al general Rosas por defender el derecho de las jóvenes naciones sudamericanas con tanta firmeza.

El coronel unitario Martiniano Chilavert se consideró desligado del partido al que servía porque “invoca doctrinas a las que debe sacrificarse el honor y el porvenir del país”, y se puso a las órdenes de Rosas.

En el parlamento inglés, la oposición, que era nucleada por Lord Palmerston, representando los intereses financieros, arreció con sus críticas y usó la carta de San Martín publicada en el Morning Chronicle sumada a los pésimos resultados militares para torcerle el brazo al grupo partidario de la intervención. La consecuencia inmediata fue el relevo del jefe de la flota inglesa y el envío de la misión diplomática a cargo de Thomas S. Hood con órdenes directas del Primer ministro Lord Aberdeen, de aceptar todas las condiciones exigidas por Rosas y lograr una paz inmediata.

Era la victoria de la posición de la Confederación que le enseñaba al mundo que “los argentinos no somos empanadas que se comen con sólo abrir la boca”.


Lord Palmerston


Thomas S. Hood 



LA CARTA A MONSIEUR BINEAU
Algo similar ocurrió en el parlamento francés, que no había aceptado negociar junto con los ingleses. A pesar que la situación política interna de Francia había variado sustancialmente después de la revolución de 1848, en la que fue destronada la restauración monárquica, su política imperial no tuvo grandes variaciones, salvo por el nuevo espíritu de algunos franceses como Lamartine.

En diciembre de 1849, cuando se debía votar una partida de 2.500.000 francos como “subsidio al gobierno de Montevideo”, en medio de una de las fragorosas sesiones parlamentarias donde se trató el futuro del bloqueo, el ministro Napoleón Darú, que buscaba preparar el ambiente para una acción armada directa contra Buenos Aires, citó la carta de San Martín publicada en Londres en 1845 pero leyendo solo el párrafo que dice: “...si las dos naciones tendrán buen éxito en el logro del fin propuesto con las medidas coercitivas que han empleado hasta el presente. Debo declarar mi firme convicción de que no podrán tener buen éxito, por el contrario su modo de proceder hasta el día de hoy no producirá otro efecto que el de prolongar por tiempo indefinido los males que se proponen remediar”. Como si San Martín estuviese recomendando una acción militar más enérgica por parte de los interventores contra Rosas.

En una durísima réplica al conde Darú, el diputado Larrabure leyó el texto completo de la carta de San Martín desenmascarando la conducta ilícita del ministro.

A partir del fallecimiento del encargado de negocios de la Confederación, don Manuel de Sarratea, el 24 de septiembre de 1849; San Martín había tomado a su cargo, en carácter oficioso, la cuestión de la intervención en el Plata. Con tal motivo mantuvo frecuentes conferencias y reuniones con los ministros franceses Rouher (de Justicia), Bineau (de Obras Publicas) y con el de relaciones exteriores general de la Hitte, en casa de la viuda de Alejandro Aguado.

Cuando en el debate se expuso su carta a Dickson, el Libertador escribió, desde su lecho de enfermo la siguiente carta al ministro Bineau, donde con fina diplomacia dejaba en claro que su postura respecto de la intervención nunca había variado y que los males que les predecía en aquella carta ahora se verían agravados por estar Francia sola en el conflicto:

« Boulogne Sur Mer, diciembre 23 de 1849.
Mi querido señor:
Cuando tuve el honor de hacer vuestro conocimiento en la casa de Mme. Aguado, estaba muy distante de creer que debía algún día escribiros sobre asuntos políticos; pero la posición que hoy ocupáis, y una carta que el diario La Presse acaba de reproducir el 22 de éste mes, carta que había escrito en 1845 al señor Dickson sobre la intervención unida de la Francia y la Inglaterra en los negocios del Plata, y que publicó sin mi consentimiento en esa época en los diarios ingleses, me obligan a confirmaros su autenticidad, y a aseguraros nuevamente que la opinión que entonces tenia no solamente es la misma aún, sino que las actuales circunstancias en que la Francia se encuentra sola, empeñada en la contienda, viene a darle una nueva consagración.

Estoy persuadido que esta cuestión es mas grave que lo que se la supone generalmente; y los 11 años de guerra por la independencia americana, durante los que he comandado en jefe los ejércitos de Chile, del Perú y de las provincias de la Confederación Argentina me han colocado en situación de poder apreciar las dificultades enormes que ella presenta, y que son debidas a la posición geográfica del país, al carácter de sus habitantes y a su inmensa distancia de la Francia. Nada es imposible al poder francés y a la intrepidez de sus soldados; mas antes de emprender los hombres políticos pesan las ventajas que deben compensar los sacrificios que hacen.

No lo dudéis, os lo repito: las dificultades y los gastos serán inmensos, y una vez comprometida en esta lucha, La Francia tendrá a honor el no retrogradar, y no hay poder humano capaz de calcular su duración.
Os he manifestado francamente una opinión en cuya imparcialidad debéis tanto mas creer cuanto que establecido y propietario en Francia 20 años ha, y contando acabar ahí mis días, las simpatías de mi corazón se hallan divididas entre mi país natal y la Francia, mi segunda patria.

Os escribo desde mi cama en que me hallo rendido por crueles padecimientos que me impiden tratar con toda la atención que habría querido un asunto tan serio y tan grave”.


La lectura de ésta última carta de San Martín por parte del ministro de justicia Rouher, en el Parlamento, resultó lapidaria para Darú y para Thiers. Ninguno de los muchos políticos y estrategas militares presentes se atrevió a cuestionar la prestigiosa opinión del Libertador.

La Francia que en 1824 le negara la visa de entrada al reino, por considerarlo un peligroso revolucionario, ahora escuchaba respetuosamente la opinión del Héroe de Los Andes. Esa fue la estocada final que hundió la política interventora llevada adelante por Thiers, y dio lugar al tratado Arana -Lepredour, donde los franceses, igual que los ingleses en el tratado Arana- Southern, reconocían los derechos argentinos sobre los ríos interiores, devolvían la flota naval, la isla Martín García y efectuaban un acto en desagravio a la bandera argentina.

El Libertador escribió en 1847 una carta a Tomás Guido donde afectuosamente lo trataba a Rosas de “Nuestro don Juan Manuel” y en 1848, al propio Rosas le decía: “Usted me hará el favor de creer que sus triunfos son un gran consuelo para mi achacosa vejez"; y “ Jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo Ud. sus destinos, antes bien temía yo que tirara usted demasiado de la cuerda de las negociaciones cuando se trataba del honor nacional”. Además, le agradeció el homenaje que Rosas le hiciera en su mensaje anual a la Legislatura porteña.

El General San Martín nunca mencionaba el tema con su familia pero tenía un profundo dolor, que se percibe en alguna de sus cartas, por la poca generosidad de los pueblos que él libertó. Y no se trata sólo de las miserias económicas y de las otras que tuvo que afrontar en su exilio europeo, ni de los sueldos adeudados que jamás le fueron pagados sino de la falta de gratitud que se trasunta en el poco respeto a una figura como él que lo dio todo por su Patria, que tuvo a sus pies a Lima, una de las ciudades mas ricas de su tiempo y cuando se fue solo se llevó un baúl con sus uniformes y el estandarte de Pizarro.

El único hombre público que le dio reconocimiento en vida fue el gobernador de Buenos Aires, Brigadier General Juan Manuel de Rosas.

El general Rosas le escribió el 15 de Agosto de 1850 diciéndole: “No era pues de extrañar, ni justo, que recordando los méritos que han contraído los gobernadores de las provincias y otros individuos subalternos nombrados en el mensaje, el nombre ilustre de usted no figurase en primera línea, cuando su voto imponente acerca del resultado de la intervención a sido pesado en los Consejos de los injustos interventores.”

Esa carta no podría ser leída por el Libertador; pues el 17 de Agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, lejos de su patria, se había vuelto inmortal. Ni el exilio, ni la distancia inconmensurable, ni las enfermedades, ni las envidias y mezquindades de los que jamás alcanzarían su altura, pudieron impedir que el viejo guerrero de Los Andes luchara hasta su último día por la libertad y la dignidad de su tierra americana.

Esa fue la última y victoriosa batalla del general don José Francisco de San Martín, el hombre que llevó triunfal por medio continente nuestra bandera azul y blanca, guiado por la llama eterna de la libertad.

Quiera Dios que su Espíritu nos acompañe siempre.


Bibliografía:
-Barcia Trelles, Augusto, San Martín en Europa, López y Etchegoyen Ed. 1948.
-Gras, Mario C., San Martín y Rosas, una amistad histórica, Rev. Inst.J.M. Rosas, Nº 13, 1948.
-Palacio, Ernesto, Historia de la Argentina (1515-1938), Peña Lillo Ed. 1979.
-Pérez Pardella, Agustín, El Libertador cabalga, Ed. Planeta, 1997.
-Saldias, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina.


Publicado como ensayo en la Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, en el Nº 54 Enero/Marzo de 1999; Págs. 93 a 100

martes, 18 de julio de 2017

SS: "Intelectuales comprometidos" con el modelo criminal

Asesinos de las SS con doctorado
El historiador francés Christian Ingrao subraya en un estudio monumental el papel decisivo de los intelectuales en la élite de la Orden Negra de Himmler
JACINTO ANTÓN
El País


Oficial del SD en Ucrania en 1941 VÍDEO: EPV

La imagen que se tiene popularmente de un oficial de las SS es la de un individuo cruel hasta el sadismo, corrupto, cínico, arrogante, oportunista y no muy cultivado. Alguien que inspira (aparte de miedo) una repugnancia instantánea y una tranquilizadora sensación de que es un ser muy distinto, un verdadero monstruo. El historiador francés especializado en el nazismo Christian Ingrao (Clermont-Ferrand, 1970) nos ofrece ahora un perfil muy diferente, y desasosegante. Hasta el punto de identificar a un alto porcentaje de los mandos de las SS y de su servicio de seguridad, el temido SD, como verdaderos "intelectuales comprometidos".

El término, que ha escandalizado en el mundo intelectual francés, resulta escalofriante cuando se piensa que esos son los hombres que estuvieron a la cabeza de las unidades de exterminio. En su libro de reciente aparición en castellano Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de guerra de las SS (Acantilado, 2017) Ingrao analiza pormenorizadamente la trayectoria y las experiencias de ochenta de esos individuos que eran académicos —juristas, economistas, filólogos, filósofos e historiadores— y a la vez criminales. Hay un fuerte contraste entre ellos y el cliché del oficial de las SS. Asesinos de masas en uniforme con un doctorado en el bolsillo, como describe el propio autor. Lo que hicieron los "intelectuales comprometidos" , teóricos y hombres de acción, de las SS fue espantoso. Ingrao cita el caso del jurista y oficial de la SD Bruno Müller, a la cabeza de una de las secciones del Einsatzgruppe D, una de las unidades móviles de asesinato en el Este, que la noche del 6 de agosto de 1941 al transmitir a sus hombres la nueva consigna de exterminar a todos los judíos de la ciudad de Tighina, en Ucrania, se hizo traer una mujer y a su bebé y los mató él mismo con su arma para dar ejemplo de cuál iba a ser la tarea.


Christian Ingrao, retratado en Barcelona. MASSIMILIANO MINOCRI

"Resulta curioso que Müller y otros como él, gente muy formada, pudieran meterse así en la práctica genocida", dice Ingrao que ha presentado su libro en Barcelona, "pero el nazismo es un sistema de creencias que genera mucho fervor, que cristaliza esperanzas y que funciona como una droga cultural en la psique de los intelectuales".

LA BASE DE ‘LAS BENÉVOLAS’
Ingrao y Littell. Cualquiera que lea Creer y destruir percibirá los paralelismos con la novela de Jonathan Littell Las benévolas (2006).Ingrao la describe como “una réplica temática en ficción” de su trabajo, y recuerda que éste, que fue su tesis, circuló ampliamemente antes de la publicación de Las benévolas.
¿Max creíble? Max Aue, el protagonista de Las benévolas guarda muchos parecidos con los intelectuales del SD de Ingrao. “Excepto en lo de la homosexualidad y el incesto. Pero, claro, es un personaje de novela”. ¿No es demasiado refinado y esteticista para ser un SS? “Bueno, Heydrich leía mucho y tocaba el violín. Y no olvides que Eichmann leía a Kant”, responde.
También otro nazi tomado por Littell, Leon Degrelle (en su ensayo Lo seco y lo húmedo) presenta paralelismos con otro estudiado por Ingrao en su libro Les chasseurs noirs: Oskar Dirlewanger. El primero era favorito de Hitler y el segundo de Himmler.
El historiador recalca que el hecho es menos excepcional de lo que parece. "En realidad, si examinamos las masacres de la historia reciente veremos que hay intelectuales bajo el felpudo. En Ruanda, por ejemplo, los teóricos de la supremacía hutu, los ideólogos del Hutu Power, eran diez geógrafos de la Universidad de Lovaina. Casi siempre que hay asesinatos de masas hay intelectuales detrás". Pero, uno no espera eso de los intelectuales alemanes. Ingrao ríe amargamente. "Es cierto que eran los grandes representantes de la intelectualidad europea, pero la generación de intelectuales que nos ocupa experimentó en su juventud la radicalización política hacia la extrema derecha con marcado énfasis en el imaginario biológico y racial que se produjo masivamente en las universidades alemanas tras la Gran Guerra. Y entraron de manera generalizada en el nazismo a partir de 1925". Las SS, explica, a diferencia de las vocingleras SA, ofrecían a los intelectuales un destino mucho más elitistas.
¿Pero el nazismo no les inspiraba repugnancia moral? "Desgraciadamente, la moral es una construcción social y política para estos intelectuales. La Primera Guerra Mundial ya los había marcado: aunque la mayoría eran demasiado jóvenes para haber luchado, el duelo por la muerte generalizada de parientes y la sensación de que se libraba un combate defensivo por la supervivencia de Alemania, de la civilización contra la barbarie, prendieron en ellos. La invasión de la URSS en 1941 significó el retorno a una guerra total aún más radicalizada por el determinismo racial. Hasta entonces había sido una guerra de venganza, pero a partir de 1941 se convirtió en una gran guerra racial, y una cruzada. Era la confrontación decisiva frente a un enemigo eterno que tenía dos caras: la del judío bolchevique y la del judío plutócrata de la Bolsa de Londres y Wall Street. Para los intelectuales de las SS, no había diferencia entre la población civil judía que exterminaban al frente de los Einsatzgruppen y las tripulaciones de bombarderos que lanzaban sus bombas sobre Alemania. En su lógica, parar a los bombarderos implicaba matar a los judíos de Ucrania. Y si no sería el final de Alemania. Ese imperativo construyó la legitimidad del genocidio. Era 'o ellos o nosotros".

Así se explican casos como el de Müller. "Antes de matar a la mujer y el niño habló a sus hombres del peligro mortal que afrontaba Alemania. Era un teórico de la germanización que trabajaba para crear una nueva sociedad, así que el asesinato era una de sus responsabilidades para crear la utopía. Curiosamente Había que matar a los judíos para cumplir los sueños nazis".

Ingrao sostiene que los intelectuales de las SS no eran oportunistas, sino personas ideológicamente muy comprometidas, activistas con una cosmovisión en la que se daban la mano el entusiasmo, la angustia y el pánico, y que, paradójicamente, abominaban de la crueldad. "Las SS era un asunto de militantes. Gente muy convencida de lo que decía y hacía, y muy preparada". Pues resulta más preocupante aún. "Por supuesto. Hay que aceptar la idea de que el nazismo era atractivo y que atrajo como moscas a las élites intelectuales del país”.



LA BRIGADA DE CAZADORES SALVAJES DE DIRLEWANGER
Christian Ingrao es el autor también de un apasionante estudio sobre la Brigada Dirlewanger, la unidad de siniestra reputación que creó el comandante de las SS (ascendido luego a general) Oskar Dirlewanger para luchar contra los partisanos y que se nutrió inicialmente de delincuentes convictos de delitos relacionados con la caza. Les chasseurs noirs (Perrin, 2006) es un libro más asequible para un lector generalista que Creer y destruir aunque los dos tienen muchas cosas en común, y desde luego Dirlewanger es un buen ejemplo de la formación ideológica de un mando nazi. La brigada, denostada por muchos mandos del Ejército, participó en numerosas operaciones en el Este contra los partisanos granjeándose una reputación de brutalidad incluso en el marco de las unidades de las SS, que ya es decir. Ingrao apunta que combatía al estilo despiadado de la Guerra de los Treinta Años. Realizó acciones de exterminio de población civil y judíos e intervino en el aplastamiento de la sublevación de Varsovia de manera especialmente vil. Finalmente incorporó ¡presos políticos de izquierdas!, los únicos antifascistas que vistieron uniformes de las SS (la cosa no funcionó). Ingrao resigue la historia de la brigada (que acabó en fantasmagórica división de las Waffen SS) y la de su líder (que iba singularmente por libre en el ejército alemán). “El personaje es abyecto, por supuesto, pero fascinante”, señala. “Todos los testimonios coinciden en señalar que era un hombre carismático y valiente, casi estúpidamente intrépido". De sus 32 años de adulto, el "lansquenete nazi" pasó 19 en guerra. Capturado por los franceses al acabar la guerra, murió en junio de 1945 a causa de las palizas que le propinaron guardianes polacos.

lunes, 17 de julio de 2017

Corea del Norte: Las castas medievales del régimen

El fatídico destino de los "beulsun", la clase social más baja de Corea del Norte
Alrededor de un 70% de la población norcoreana vive sometida a un anticuado sistema social bizantino que los excluye de Pyongyang, donde solo viven los "elegidos" por el régimen. Cómo es ser miembro de la "clase hostil" del régimen y quiénes la componen
Infobae





Aunque frecuentemente escuchamos hablar de Pyongyang, que hasta hace pocos años era la única ciudad que se les permitía visitar a los turistas que viajan a Corea del Norte (de 4.000 a 6.000 por año), el sitio no ofrece una fiel representación de la sociedad norcoreana, cuyos miembros viven sometidos a un anticuado sistema social bizantino que los excluye de la capital. Allí sólo viven los "elegidos" por el régimen comunista.

Los demás miembros de la población fueron desplazados en distintos puntos del país de acuerdo a su puesto o rol correspondiente dentro del sistema vertical y jerárquico bajo el cual está organizada la República Popular Democrática de Corea desde su fundación, en 1948.


Kim Il-sung (izquierda), el fundador de Corea del Norte y su hijo, Kim Jong-Il (derecha), su sucesor

Por entonces, el creador del estado socialista, Kim Il-sung, se encargó de asesinar a todas las personas que desafiaban su poder luego de la guerra, incluyendo a varios de sus aliados que habían sido indispensables para expulsar a los japoneses de Manchuria. Tras cumplir su misión, podían ser descartados. También ordenó la detención de los miembros fundadores del Partido Comunista de Corea del Sur y a lo largo de la década del cincuenta persiguió a varios individuos que potencialmente amenazaban su dominio absoluto del nuevo país.


Kim Il-sung junto a Fidel Castro

La clasificación social

En 1958, los esfuerzos de Kim Il-sung tornaron hacia la gente común. Ese año puso en marcha un proyecto ambicioso denominado 'songbun' que pretendía clasificar a todos los norcoreanos dentro de distintas clases sociales de acuerdo a su confiabilidad política, su línea ancestral y el comportamiento de sus parientes.


Los inminban de un vecindario norcoreano

El songbun culminó en un reino de terror a gran escala dentro del cual los ciudadanos denunciaban a sus propios vecinos por presuntos delitos contra el régimen. De esta práctica surgen los inminban ("unides vecinales"), u organizaciones locales que consisten de más de veinte familias cuyo trabajo es vigilar el vecindario con la obligación de reportar cualquier conducta sospechosa de sus vecinos a las autoridades a cambio de una pequeña ración de arroz.

El proceso de organización social comenzado en 1958 continuó como política del Partido Central bien hacia la década del setenta bajo distintas fases y nombres. Entre 1972 y 1974, la purga se llevó a cabo con el nombre "Proyecto de Comprensión de las Personas", que según la periodista estadounidense Barbara Demick, tomó los elementos más inhumanos del confucianismo y los combinó con prácticas estalinistas.


Joseph Stalin (izquierda), líder de la USSR entre 1922-1952 y Confucio (derecha), fundador de la doctrina ‘confucianismo’

Confucio fue un influyente pensador chino en la segunda mitad del siglo VI a.C. cuya doctrina enseñaba que las personas encajaban estrictamente dentro de una estructura social piramidal. En la cima del poder, la figura del emperador fue reemplazada por Kim Il-sung y su familia.

De ahí para abajo, el "Proyecto de Comprensión de las Personas" dividió a los demás norcoreanos en 51 categorías que fueron agrupadas dentro de tres clases sociales principales: la clase central y "amigable", la clase neutral y "vacilante" y la clase hostil y "enemiga". Según el mismo Kim Il-sung en un discurso de 1958, la primera clase estaba constituida por el 25% de la población del país, la segunda por el 55% y la clase hostil por el 20%.


Imagen representativa del ‘songbun’

Una vez establecido el songbun de cada individuo, no existe el ascenso social. Por otro lado, sí es posible ser degradado a una categoría más baja, lo cual quiere decir que un miembro de la clase enemiga, que puede serlo por razones hereditarias ya que en Corea del Norte los hijos heredan los pecados de sus padres, está condenado a ese estatus desde el momento en que nace hasta su muerte.

Los miembros de la clase hostil con antecedentes indeseables son conocidos también como beulsun, que significa "sangre contaminada", y dicha etiqueta permanece en la familia, por ley, a lo largo de tres generaciones. Sin embargo, ni los beulsun ni los ciudadanos ordinarios del país son informados de la categoría a la cual pertenecen oficialmente, por lo cual un miembro de esta clase puede pertenecer a ella sin realmente saberlo.


Un grupo de kiaseng surcoreanas entretienen a un público masculino a comienzos del siglo XX

Dentro de la clase hostil de la sociedad se encuentran las pitonisas, las mudang, o chamanes espirituales y las kisaeng, o animadoras femeninas que, aunque no siempre son prostituídas, pueden ser utilizadas para proveer servicios sexuales a ciertos clientes.


Una kisaeng de Corea del Sur

Además, son considerados enemigos los sospechosos políticos, que según un libro blanco sobre los derechos humanos en Corea del Norte basado en testimonios de desertores del régimen viviendo en Corea del Sur, incluye a una variedad de identidades:

"Gente de familias de ricos agricultores, comerciantes, industriales, terratenientes o aquellos cuyos bienes privados han sido completamente confiscados; Gente pro-Japón y pro-EEUU; Burócratas reaccionarios; desertores del Sur … budistas, católicos, funcionarios públicos expulsados, aquellos que ayudaron a Corea del Sur durante la Guerra de Corea…".


Una ‘mudang’, o chamana coreana que actúa de intermediaria entre el mundo espiritual y el plano humano

En ocasiones, quedan atrapados dentro de esta casta hasta las personas que menos lo merecen, como los padres de Jun-sang, un desertor del país actualmente viviendo en Corea del Sur. Según relata, sus padres eran de etnia coreana pero habían nacido en Japón porque sus padres habían sido desplazados a la isla para apoyar la causa japonesa en la Segunda Guerra Mundial. Al término de la guerra, el abuelo de Jun-sang, ya muy viejo para trasladarse él mismo pero con ansias de que su familia regrese a su país natal y miembro del Partido Comunista Japonés, envió a su hijo mayor (el padre de Jun-sang) a Corea del Norte en 1962 para servir a la causa del nuevo país "libre" del colonialismo japonés (a diferencia del gobierno pro-EEUU de Syngman Rhee en Corea del Sur, que había elevado al poder a varios colaboradores japoneses).

A pesar de ser un auténtico comunista y haber dejado a su familia atrás para regresar a su país y servir al régimen de Kim Il-sung, Jun-sang fue denominado un kitachosenjin, o japonés-coreano, que automáticamente ocupaban un bajo nivel dentro de la clase hostil de Corea del Norte. Para un gobierno cuyo poder depende de su capacidad de aislar a los ciudadanos completamente, el contacto con el exterior que habían gozado los kitachosenjin a través de su país de nacimiento planteaba una grave amenaza para el régimen que justificaba la vigilancia del grupo.


El Campo 14, un campo de concentración al norte de Pyongyang, según el recuerdo de Shin Dong-hyuk, la única persona que se conoce que nació y escapó de allí.

Solamente existe una categoría, que compone el 1% de la población, o alrededor de 200.000 personas, inferior a los beulsun. Son aquellos que han nacido dentro de o fueron expulsados permanentemente a uno de los campos de concentración del territorio modelados al estilo de los gulags soviéticos. Los relatos que han surgido de la vida dentro de ellos son historias de infiernos sobre la tierra.

domingo, 16 de julio de 2017

Ruanda: Genocidio y violaciones a una generación de distancia

Fueron violadas en el genocidio de Ruanda, y ahora sus hijos son adultos
Por Danielle Paquette | Infobae



Angel frente a la casa que comparte con su madre, en el sector Ngoma de Ruanda. Sueña con estudiar la carrera de turismo, pero su plan alternativo es vender tomates. (Whitney Shefte)

La pequeña Angel tenía 11 años la última vez que su madre intentó matarla. Ella recuerda haber visto un puñado de veneno de rata y a su madre que le urgía para que se tomara la mezcla. En ese momento la niña empezó a gritar hasta que un vecino se abalanzó sobre la madre y logró apartarla. Eso fue hace más de una década, antes de que la mujer se sometiera a un tratamiento psicológico. Ahora, la madre de Angel se apoya sobre el hombro de la joven mientras sirve un poco de té negro.
Ambas comparten cama, en una casa de hormigón sin electricidad, y las dos son parte de en una historia que ha horrorizado al mundo.

Durante más de 100 días, en 1994, el genocidio devastó Ruanda, un pequeño país al este de África. Los agresores atacaron a más de 800.000 personas y violaron a unas 250.000 mujeres, algunas de las cuales llegaron a dar a luz a un total de 20.000 bebés, según algunas entidades de caridad.

Angel forma parte de una generación que ha crecido en la sombra. Esos jóvenes ahora están a punto de entrar en la etapa adulta, sabiendo que sus madres no querían tenerlos. Sin embargo, muchos de ellos están a la expectativa de cómo esta tragedia acabará definiendo sus vidas.


Históricamente este tipo de niños acababan muriendo a una edad muy temprana. Durante la Masacre de Nanking, en 1937, miles de mujeres chinas sufrieron agresiones sexuales. Pero nadie reconoció públicamente que sus hijos eran de soldados japoneses, según cuentan algunos historiadores. Algunos de los reportes de la época sugieren que las víctimas que acabaron embarazadas también sufrieron un infanticidio.

Un estudio de UNICEF sobre los niños de la guerra de Bosnia, entre 1992 y 1995, concluye que muchos de los pequeños fueron abandonados o asesinados por sus propias madres y la cifra de supervivientes es, por ahora, desconocida.


Angel toma té y come pan junto a su madre Jacqueline, en la casa que ambas comparten en Ruanda. (Whitney Shefte)

En Ruanda, los datos aportados por grupos de apoyo a estas madres dan una visión más clara de la situación. Los jóvenes son menospreciados y mal llamados como "los hijos de los asesinos". Vivían en la pobreza, se enfrentaban a tasas más altas de VIH y muchos de ellos solían ser víctimas de abusos sexuales. Pero ahí no termina la historia.

"Sabemos que destrozaron sus vidas y que realmente son muertos vivientes", explica Dara Kay, una profesora de la Universidad de Harvard que estudia los abusos sexuales en las zonas de conflicto. "Entonces uno habla con esas personas y sabe que nacieron en un vientre de esperanza", añade.

Los investigadores están empezando a explorar cómo estos jóvenes han podido superar el trauma. El gobierno ruandés, encargado de reconstruir una nación totalmente destrozada, nunca estableció ningún tipo de política para ayudar a los niños que nacieron durante esta violación masiva.

Ingvill Mochmann, fundador de la Red Internacional para la Investigación Interdisciplinar de los Niños de la Guerra, publicó recientemente un informe que resumía una década de estudios sobre los efectos de la guerra en los niños.

"Muchos han sabido controlar bastante bien sus vidas", comenta Mochmann. "La pregunta es: ¿Qué marca la diferencia?". El encuentro con algunas familias, justo antes del 23º aniversario de la masacre, ofrece una respuesta.


Jacqueline en la entrada de su casa. Sus dos hijas y su marido fueron asesinados durante el genocidio. Ella fue violada por los hutu y quedó embarazada de su hija Angel. (Whitney Sheftie)

Mientras la luz del sol entra por la ventana de Angel, ella está sentada a una mesa de madera junto a su madre. Parten un pedazo de pan por la mitad y lo mojan en un taza de té.

"Murakoze", le agradece Angel a su madre en lengua kiñaruanda.

Ellas han vivido bajo un techo de hojalata en un pueblo rural, donde una iglesia católica paga la renta mensual, que equivale a USD 5. Las paredes agrietadas están pintadas de color turquesa, una mosquitera cubre completamente la cama y una gallina cacarea continuamente afuera.

Ahora Angel tiene 22 años. Nació seropositiva, así que toma las pastillas que el gobierno le ofrece gratuitamente para mantenerse estable y sana. Acaba de terminar los estudios en el secundario y espera el resultado de sus exámenes para poder saber qué hará en el futuro. Una puntuación alta le permitiría el acceso a becas. Ella sueña con estudiar la carrera de turismo, pero su plan B es vender tomates. "No tenemos dinero", lamenta.


Albert vive con su hermano pequeño, Pacifique, y su familia en el sector rural Mukura de Ruanda. Sueña con ir a la universidad en Estados Unidos o Canadá, pero no tiene recursos. (Whitney Shefte)

Con el paso del tiempo, Angel aprendió a madurar rápidamente. Acaso su madre Jacqueline le haya dicho en más de una ocasión: "Tú no eres mi hija real".

"Siempre que iba a algún sitio, yo le preguntaba si podía ir con ella. Siempre me decía que no y me dejaba encerrada adentro. Tampoco me dejaba jugar con otros niños", recuerda gracias a la ayuda de un intérprete.

Una vez, Jacqueline vertió jabón y tinte para el cabello en una botella de Angel. Ambas decidieron beber la mezcla tóxica. Ella quería que todo se volviera negro. Pero no fue así y vomitaron. Muy a regañadientes, la madre decidió seguir adelante con su vida.

Seguramente abrazó a Angel y después la golpeó. Amor y rabia, rabia y amor. Este patrón se mantuvo hasta que comenzó la terapia en 2007. Y así hasta ahora.