Los visionarios poemas de Borges sobre las batallas de Israel
En 1967, durante la Guerra de los Seis Días, el autor habló de su apoyo al Estado judío y escribió versos. Luego lo visitó y compuso una obra que mira al pasado y predice lo que sigue pasando Por Elena Lidl || Infobae
Jorge Luis Borges en el Muro de los Lamentos(https://www.aurora-israel.co.il/)
Hace unos años, en el programa Conversaciones en el laberinto -una serie del canal Encuentro sobre Jorge Luis Borges
que conducía Claudia Piñeiro- el escritor Carlos Gamerro sostuvo que,
contra lo que se suele suponer, el escritor argentino no era frío
respecto de la política sino todo lo contrario: muy caliente. Lo decía,
Gamerro, por el convencido antiperonismo del autor de El Aleph.
Pero tal vez también haya que pensar que ese calor está detrás de sus escritos sobre el Estado de Israel. Allí analizó, recordó, vio lo que pasaba y vislumbró lo que seguiría pasando.
“Cuando empezó la Guerra de los Seis Días,
me acuerdo que el primer día yo no estaba seguro de la victoria, dudaba
como todos acaso dudábamos en Buenos Aires, pero estaba seguro de mi
fervor a la causa de Israel”, contó Borges en una entrevista publicada en 1971 en Tierra de Israel. Testimonios Argentinos.
El ya fallecido escritor Bernardo Ezequiel Koremblit -que dirigió la revista literaria Davar, de la Sociedad Hebraica Argentina- contó en la revista Sefardica que ese fervor de Borges se tradujo, no podía ser de otra manera, en palabras: “No ha de quedar omitido el recuerdo de la mañana en que Borges se nos apareció en nuestra alcazaba cultural de Hebraica, el tercer día de la Guerra de los Seis Días, diciendo por todo saludo al entrar en el cuarto: “¡Viva la Patria!”. Llevaba, para publicar, un poema.
Tropas
israelíes avanzan contra el ejército egipcio cerca de la franja de
Gaza, al comienzo de la Guerra de los Seis Días(Getty)
Cuenta Koremblit:
“Con la voz emocionada, resistiéndose a sentarse, rechazando el café,
comenzó a decir los estremecedores endecasílabos del célebre soneto: Quién
me dirá si estás en el perdido/ laberinto de ríos seculares/ de mi
sangre, Israel? ¿Quién los lugares/ que mi sangre y tu sangre han
recorrido? / No importa. Sé que estás en el sagrado/ libro que abarca el
tiempo y que la historia/ del rojo Adán restaca y la memoria/ y la
agonía del Crucificado. / En ese libro estás, que es el espejo/ de cada
rostro que sobre él se inclina/ y del rostro de Dios, que en su
complejo/ y arduo cristal, terrible se adivina. / Salve, Israel, que
guardas la muralla/ de Dios, en la pasión de tu batalla”.
“Un poema que escribí en esos días refleja tal angustia”, contaría Borges más
tarde. “Luego le siguió otro poema, posterior a la victoria israelí, en
el cual ya entendía que Israel venció y se salvó, con todo lo que ello
implica”.
En ese primer poema, Borges ya
muestra algunas de las ideas que seguiría desarrollando: un pueblo
antiguo, el vínculo de ese pueblo con uno de los libros que considera
fundantes de la civilización occidental -la Biblia- y ese presente de
batallas.
Poemas de Borges en la prensa israelí, 1971.
Después del triunfo israelí, Koremblit había
quedado en ir a la casa de Borges a buscar otro poema pero el escritor
se le adelantó y volvió a aparecer en la redacción de Davar. Llevaba
estos versos.
Un
hombre encarcelado y hechizado, /un hombre condenado a ser la
serpiente/ que guarda un oro infame, /un hombre condenado a ser Shylock/
un hombre que se inclina sobre la tierra/ y que sabe que estuvo en el
Paraíso,/ un hombre viejo y ciego que ha de romper/las columnas del
templo, /un rostro condenado a ser una máscara,/ un hombre que ha pesar
de los nombres/ es Spinoza y el Baal Shem y los cabalistas,/ un hombre
que es el Libro,/ una boca que alaba desde el abismo/ la justicia del
firmamento,/ un procurador o un dentista/ que dialogó con Dios en una
montaña,/ un hombre condenado a ser el escarnio,/ la abominación, el
judío, / un hombre lapidado, incendiado/ y ahogado en cámaras letales,
un hombre que se obstina en ser inmortal/ y que ahora ha vuelto a su
batalla, /a la violenta luz de la victoria, /hermoso como un león al
mediodía.
Otra vez, Borges
retomaba la historia del viejo Israel -ya no el Estado sino el pueblo
judío-, recorría su historia -ahí están Adán y Eva, Sansón, los
filósofos, la Biblia, Moisés, el nazismo- y llegaba al presente de un Israel combativo.
El
autor, se sabe, siempre apeló a la contradicción entre hombres de
letras y hombres de acción. En su propia familia, la biblioteca por un
lado, el paterno, y las armas, el materno. Él, que imaginaba el Paraíso
“bajo la especie de una biblioteca”, también hizo un culto del coraje.
Aquí, hace de la historia del pueblo judío la de un solo hombre y va de
la filosofía y el Libro -la Biblia- a la batalla, a la “violenta luz de
la victoria”. La biblioteca y las armas, en un recorrido.
Jorge Luis Borges y el planeta. (Archivo Norah Borges)
En 1969, Borges
visitó Israel. Pero unos años había intercambiado algunas cartas David
Ben Gurión, quien fuera Primer Ministro entre 1948 -la creación del
Estado- y 1954. El investigador argentino Martín Hadis encontró esas
cartas.
“Acaso
usted no ignore la afinidad que siempre he sentido por su admirable
pueblo. He estudiado con singular dedicación la mente de Espinoza, he
aprendido el alemán en la obra de Heine, he procurado penetrar a través
de las páginas de Buber y de Scholem en el orbe insondable de la cábala y
de los Hasidim. Creo asimismo que más allá de los azares de la sangre,
todos somos griegos y judíos”, le decía Borges a Ben Gurión en octubre de 1966.
Carta de David Ben Gurión a Jorge Luis Borges
De ahí saldría la invitación a visitar Israel. Borges escribiría luego: “A
principios de 1969, pasé diez días muy emocionantes en Tel Aviv y
Jerusalén como invitado del Gobierno de Israel. Volví con la convicción
de haber estado en la más antigua y la más joven de las naciones, de
haber venido de una tierra viva, alerta, a un rincón medio dormido del
mundo”.
Después
escribió otro poema, en el que vuelve a la Historia, esta vez para ir
dejándola atrás. Esta es la Historia, dice, pero ¿hay nostalgia? Ahora
que conoce el terreno advierte que el riesgo -el que él imaginaba- era
trasladar a la nueva tierra a los judíos diaspóricos y extrañar una
forma de ser que había quedado atrás. Pero, dice “la más antigua de las
naciones es también la más joven”. Entonces, lo que hubo que hacer -lo
deduce pero lo escribe omo un mandato bíblico, es olvidar las viejas
lenguas, olvidar quién se ha sido y ser “un israelí, un soldado”. En
Israel ve el reencuentro de judíos dispersos. Por eso: “Trabajará
contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca”, dice. Nada de esto
-Borges lo sabe- es gratis. Por eso advierte, como si estuviera mirando
al futuro: “Una sola cosa te prometemos: /tu puesto en la batalla”.
Éste es el poema. Como los dos anteriores, integra el libro Elogio de la sombra.
Israel (1969)
Temí que en Israel acecharía
con dulzura insidiosa
la nostalgia que las diásporas seculares
acumularon como un triste tesoro
en las ciudades del infiel, en las juderías,
en los ocasos de la estepa, en los sueños,
la nostalgia de aquellos que te anhelaron,
Jerusalén, junto a las aguas de Babilonia,
¿Qué otra cosa eras, Israel, sino esa nostalgia,
sino esa voluntad de salvar,
entre las inconstantes formas del tiempo,
tu viejo libro mágico, tus liturgias,
tu soledad con Dios?
No así. La más antigua de las naciones
es también la más joven.
No has tentado a los nombres con jardines,
con el oro y su tedio
sino con el rigor, tierra última.
Israel les ha dicho sin palabras:
olvidarás quién eres.
Olvidarás al otro que dejaste.
Olvidarás quién fuiste en las tierras
que te dieron sus tardes y sus mañanas
y a las que no darás tu nostalgia.
Olvidarás la lengua de tus padres y aprenderás la lengua del Paraíso.
Serás un israelí, serás un soldado.
Edificarás la patria con ciénagas: la levantarás con desiertos.
Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca.
Muchos de los prisioneros sabían que esta noche era probablemente la última en la tierra. La
prisión de Amiens había sido testigo de muchos asesinatos judiciales y
mucha tortura y brutalidad de la Gestapo, por lo que, a excepción de los
que estaban a punto de morir, las ejecuciones eran rutinarias. La
mayoría de los que murieron dentro de estos muros eran simplemente
patriotas, miembros del movimiento de Resistencia francés, agentes y
gente común que ayudó a su país ocupado contra los alemanes y su propio
gobierno postrado en Vichy. Fueron recluidos en una parte separada de la prisión, el “lado alemán”. El resto de la prisión albergaba a delincuentes comunes.
Fuera de los lúgubres muros de piedra, una amarga noche de febrero se cerraba como un sudario. Los que estaban a punto de morir sabían que no podía haber ayuda, ni parto milagroso. Encerrados
en sus celdas detrás de los gruesos muros de piedra, rodeados por una
guarnición alemana, en una ciudad saturada de policías y funcionarios
colaboracionistas, estaban lejos de ser ayudados. No podía haber una misión de rescate desde el exterior. Además,
la resistencia había quedado muy destrozada en los últimos meses,
infestada de informantes, y aquellos de sus líderes que no habían sido
capturados por la Gestapo o la Milice francesa estaban prófugos o
escondidos.
Era
1944, el año de la invasión aliada, y mucho dependía de la información
procedente de Francia: datos sobre transporte, defensas e incluso la
ubicación de los sitios de lanzamiento de las bombas V-1 alemanas hacia
Londres. El sabotaje efectivo fue paralizado. La mayoría de los transmisores pesados que enviaban información a Londres estaban en manos alemanas. El daño al aparato de resistencia debe haber pasado por la mente de los que estaban a punto de morir. Muchos eran veteranos y entre sus compañeros de prisión había al menos un estadounidense y dos ingleses. Lo peor de todo, uno de los prisioneros franceses era el corazón y el alma de la resistencia de Somme. Si
la Gestapo descubría quién era y lo desmantelaba, toda la red se
derrumbaría y, con ella, la inteligencia previa a la invasión crucial y
la información sobre los misiles alemanes. Los jefes de inteligencia aliados conocían el peligro,
Los
combatientes clandestinos franceses que permanecieron libres eran muy
conscientes de la difícil situación de sus camaradas dentro de la
prisión. Incluso sopesaron la posibilidad de un asalto terrestre armado a los muros de la prisión. Eran
una variopinta colección de comerciantes, médicos, amas de casa,
ladrones, prostitutas y al menos un proxeneta, pero compartían un feroz
patriotismo. Tendrían la oportunidad de ayudar a sus amigos encarcelados, pero no de la forma que imaginaban.
A
medida que se acababa el tiempo, los clandestinos sopesaron los planes y
los prisioneros de Amiens pensaron sombríamente sobre lo que les
esperaba, pensaron en la familia, rezaron y se prepararon lo mejor que
pudieron. Mientras tanto,
en Inglaterra, un hombre notable y una colección notable de
planificadores, pilotos y navegantes estaban preparando una asombrosa
hazaña de armas, nada menos que una fuga aérea cortesía de la Royal Air
Force.
Los asaltantes del ala 140
El
equipo de la RAF dispuesto para la tarea era el ala 140, que comprendía
los escuadrones número 487, de Nueva Zelanda, número 464, australiano y
número 21, británico. Desde
su base aérea en Hunsdon, cerca de Londres, el ala estaba realizando
incursiones "sin balón", ataques contra los sitios de lanzamiento de V-1
alemanes a través del Canal. Estos eran aviadores veteranos; muchos de los tripulantes habían volado literalmente cientos de misiones en los cielos hostiles a través del Canal. Eran muy buenos de hecho. De
hecho, los tres escuadrones serían parte de otros atrevidos ataques,
incluido el ataque a la azotea de marzo de 1945 en el edificio Shell de
seis pisos, sede de la Gestapo en Copenhague. Dejaron el edificio en llamas y se fueron, cubiertos por cazas P-51 Mustang, para cuando los alemanes pudieran empezar a recuperarse. Un
solo avión se perdió a altitud cero cuando chocó contra un edificio,
pero la clandestinidad danesa informó que 151 muertos de la Gestapo y
unos 30 daneses escaparon.
En esta foto de reconocimiento tomada casi directamente desde
arriba de la prisión de Amiens, se pueden ver daños en el muro norte en
la parte inferior derecha. Una
gran parte del muro se derrumbó bajo el impacto de bombas de 500 libras
durante el ataque que tuvo lugar el 23 de marzo de 1944.
Los
mismos escuadrones también atacaron el cuartel general de la Gestapo en
Aarhus, Dinamarca, en octubre de 1944. Esta incursión, como las demás,
fue verdaderamente un asunto aliado. La
tripulación aérea era británica, canadiense, australiana y
neozelandesa, y los Mustang de cobertura procedían de un escuadrón
polaco. El objetivo no
eran solo los alemanes en el edificio, sino especialmente la masa de
expedientes cuidadosamente recopilados sobre miles de daneses.
A pesar del mal tiempo, el raid salió perfecto. Los asaltantes golpearon su objetivo con fuerza, evitando dos hospitales cercanos. Los
daneses, encantados, agitaron el cartel de la V de la victoria ante los
asaltantes, y en la carrera hacia el objetivo, un granjero que araba su
terreno se cuadró y saludó mientras los bombarderos Mosquito de
Havilland rugían hacia la ciudad y pasaban rozando los edificios tan
bajo como 10 pies. La
redada se llevó a cabo sin pérdidas, a excepción de una góndola de motor
abollada y la rueda trasera de un asaltante que quedó en un edificio de
Aarhus cuando el piloto se acercó para devolver el fuego desde una
ventana del edificio. Un
piloto tuvo la experiencia memorable de ver cómo una de las bombas de un
camarada golpeaba su objetivo, salía por el techo del edificio y se
arqueaba con gracia sobre su propio avión.
La operación ultrasecreta Jericó
La operación contra la prisión de Amiens, cuyo nombre en código es Jericó, se había preparado con el más absoluto secreto. Hasta
que se reveló un modelo a escala de la prisión de Amiens en una mesa en
la sala de reuniones, ninguno de los equipos tenía idea de que estaban
programados para la redada más audaz de la guerra, rivalizada solo por
la huelga de Doolittle en Tokio. Con
total naturalidad, su líder, el vicemariscal del aire Basil Embry, le
dijo a la tripulación que se dirigían a hacer agujeros en las paredes de
la prisión en lo profundo de Francia para que los prisioneros que
estaban dentro pudieran correr a un lugar seguro.
Toda
la idea podría haber parecido fantástica viniendo de alguien que no
fuera Embry, pero él llevaba sus credenciales en el pecho. Era un veterano de muchas misiones en peligro. Una vez fue capturado, pero no pudo ser retenido por mucho tiempo. Simplemente mató a sus guardias alemanes y corrió hacia ellos, escapando por los Pirineos. Los
alemanes pusieron una recompensa de 70,000 marcos por él, vivo o
muerto, por lo que voló en misiones posteriores como "Wing Commander
Smith", incluso usando una placa de identificación a tal efecto. Embry era un capataz severo, pero un buen líder, intensamente preocupado por sus hombres. Cuando
una asamblea de oficiales de alto rango lo presionó para que usara el
bombardero en picado Vultee Vengeance, Embry había sido inflexible: "No
seré parte de la muerte de mis hombres en Vultee Vengeance". Y eso fue eso.
Tendrían
que atacar la prisión pronto, dijo Embry, ya que algunos de los
prisioneros estaban programados para ser ejecutados en un futuro
cercano. El grupo se
enfrentaría a un clima miserable, fuego antiaéreo alemán y una nube de
cazas, incluidos los Focke-Wulf FW 190 de los Abbeville Boys. Estos fueron los pilotos que pintaron de amarillo las narices de sus cazas y siguieron al legendario Adolf Galland , que ascendió al puesto de general de cazas. Eran un grupo formidable.
Percy "Pick" Pickard: Un gigante amable
También lo estaba el hombre que estaría al mando del ala durante el ataque. A Embry se le había prohibido liderar, una amarga decepción, pero tenía confianza en el hombre que volaba en su lugar. Percy
Pickard, "Pick" para sus pilotos, era el comandante de ala y él mismo
un veterano histórico de innumerables misiones en los dientes de la
Luftwaffe. Pickard había
sido oficial del ejército de King's African Rifles antes de la guerra,
pero se había transferido a la Royal Air Force. Al final resultó que, él y la RAF estaban hechos el uno para el otro.
Había
estado volando activamente en misiones operativas desde 1940, incluidos
más de 100 vuelos nocturnos a la Francia ocupada, aterrizando pequeños
aviones de enlace Lysander y bombarderos Hudson en pastos para entregar
agentes y suministros. En
1942, lideró los bombarderos que lanzaron paracaidistas que asaltaron la
estación de radar alemana en Bruneval, dispararon contra algunos
alemanes, desmantelaron el equipo y partieron por mar, llevando una
parte vital de regreso a Inglaterra. También
voló en misiones convencionales: derribado en una misión de bombardeo
en el Ruhr, Pickard hizo un aterrizaje forzoso en el Mar del Norte,
donde él y su tripulación se balancearon en un bote de goma, en un campo
minado, hasta que su pequeña nave se alejó y pudieron ser rescatado Pickard
medía más de seis pies y cuatro, pero, sin embargo, era un hombre
gentil que amaba a los animales de todo tipo, desde conejos hasta
serpientes, y en particular a su perro pastor inglés Ming.
Pickard aprieta su pipa entre los dientes mientras está de pie frente a su bombardero De Havilland Mosquito.
Totalmente
serios en su trabajo, profesionales hasta los talones, los hombres del
ala sin embargo tenían un lado ligero, muy en la tradición de la RAF. Visitados
por el rey y la reina en un aeropuerto en el que habían estado
estacionados anteriormente, el rey le preguntó al halagado Pickard el
significado de un rastro de huellas negras de pies descalzos que subían
por la pared del comedor y cruzaban el techo. Pickard,
al darse cuenta de que se había pasado por alto la limpieza adecuada de
paredes y techos, tuvo que admitir que las orugas eran suyas,
levantadas por sus pilotos durante una fiesta especialmente jovial
después de la exitosa incursión de Bruneval, con los pies cubiertos con
betún para zapatos. “Pero, ¿qué”, dijo Su Majestad, “son esas dos manchas especialmente grandes en el centro del techo?”
“Lamento decir, señor”, dijo Pickard, “que esas son las marcas de mi trasero”. Se disculpó, pero él y sus pilotos descubrieron que la pareja real tenía sentido del humor.
El mosquito de Havilland
Los
tres escuadrones del grupo de asaltantes pilotaban el de Havilland
Mosquito, probablemente el mejor cazabombardero de la guerra. La
“maravilla de madera”, como la llamaban, fue construida en gran parte
con madera contrachapada de Canadá y madera de balsa de Ecuador. Sus
piezas se armaron en talleres de carpintería de toda Gran Bretaña:
"todas las fábricas de pianos", se quejó Göring, cuando el Mosquito
demostró ser más rápido que cualquier caza alemán de la época. Luego,
el ensamblaje final tuvo lugar en De Havilland, donde las secciones se
juntaron en moldes de concreto, el pegamento se bombardeó con microondas
para acelerar el secado.
Incluso el primer prototipo alcanzó una velocidad de 392 millas por hora, una velocidad inaudita para el día. El poder del Mosquito provenía de un par de Rolls Royce Merlins, el mismo motor que conducía el Supermarine Spitfire y convirtió un avión ordinario llamado Mustang en una maravilla de largo alcance, el mejor caza monomotor de la guerra. El Mosquito apareció en todo tipo de configuraciones además del bombardero ligero. Volaba
como avión de reconocimiento fotográfico, caza nocturno equipado con
radar, escolta de bombarderos pesados y una versión, armada con
cohetes y un cañón de 57 mm, fue desarrollada para acechar a los
submarinos alemanes. Durante la guerra volaron más de 28.000 misiones, un avión realizó 213 incursiones. Los
mosquitos atacaron Berlín a principios de 1943, desmintiendo el alarde
de Göring de que ningún bombardero británico llegaría jamás a la capital
de la Alemania nazi.
El Mosquito llevaba un aguijón prodigioso. Los aviones que atacarían el penal estaban armados con cuatro ametralladoras y cuatro cañones además de sus cargas de bombas. Se había pensado mucho en esas cargas, y especialmente en cómo se lanzarían las bombas. Dado
que la idea era hacer agujeros en las paredes a través de los cuales
los prisioneros pudieran correr para escapar, y la RAF estaba entrando
en la cubierta, "pies de nada", como lo expresaron los pilotos, los
Mosquito estaban en efecto saltando bombas y usando acción retardada.
artillería en eso. Tuvieron
que mantener una velocidad muy por debajo de la que haría el avión y
tener mucho cuidado para dejar espacio entre las olas para que las
bombas de la ola que tenían delante no explotaran antes de que la
siguiente ola volara hacia las explosiones de las bombas británicas que
tenían delante. . El impacto generado por las bombas también, esperaban los planificadores,
Objetivo perfecto para una incursión de bajo nivel
Una cosa favoreció a los atacantes además de su experiencia y la calidad de sus aviones. El
terreno alrededor de la prisión era relativamente plano y libre de
árboles, casas u otras obstrucciones, lo que hacía posible un ataque a
bajo nivel. Entrarían en oleadas de seis aviones en un frente de unas 100 yardas. Cada avión arrojaría su carga de cuatro bombas a la vez. Si una ola no lograba demoler su objetivo, la siguiente ola la seguiría y la bombardearía. Dado
que las bombas llevaban espoletas de retardo, las oleadas posteriores
debían asegurarse de no seguir demasiado de cerca al avión que las
precedía.
Embry,
Pickard y sus tripulantes sabían que había una posibilidad sustancial
de víctimas civiles dentro de la prisión, pero no había ayuda para eso
si se quería que la fuga tuviera éxito. La clandestinidad francesa también lo sabía, pero estaba lista para ayudar. El puñado de líderes de la resistencia alertados de la incursión solo sabían que si ocurría, sería al mediodía. Reunían
bicicletas, hombres y vehículos cerca de la prisión alrededor del
mediodía todos los días, listos para esconder a los fugitivos y
alejarlos. Incluían un
stock de armas, en caso de que tuvieran que abrir brechas en las paredes
para ayudar a los prisioneros a salir en libertad. También había una gran cantidad de documentos de identidad, robados o falsificados por expertos, muchos con sellos reales.
Los vehículos de motor eran Gazogenes, que funcionaban malhumorados con gas de un artilugio de leña en la parte trasera. Luego bombeó el gas a un tanque de aspecto peculiar colocado en el techo. No
tenían gracia y corrían a un ritmo glacial, pero eran todo lo que
estaba disponible para la población civil francesa y al menos no
atraerían la atención no deseada de los alemanes o la policía de Vichy.
"Solo sígueme, estarás bien"
El
19 de febrero amaneció frío y densamente nublado, con un clima
miserable en el que ningún avión civil se hubiera aventurado jamás. Sin
embargo, la redada fue una oportunidad, impulsada por el ominoso
conocimiento de que más demora, incluso un día, podría significar la
muerte de más prisioneros en Amiens. Una
información aterradora que se pasó a la resistencia indicaba que la
ejecución sería el día 19 y que ya se había cavado una fosa común.
El ataque del ala fue minuciosamente orquestado. El
primer escuadrón, 487 Nueva Zelanda, se dividiría en dos secciones de
tres aviones, cada sección para atacar un lado diferente de las paredes.
Los australianos, también
volando en dos secciones de tres aviones, los seguirían, atacando las
esquinas del edificio principal. Seis
aviones de 21 británicos estaban en reserva, listos para atacar
cualquier cosa que no estuviera destruida o que Pickard ordenara. Orbitaría
sobre la prisión, identificando objetivos que necesitaban más trabajo, y
un Mosquito de reconocimiento fotográfico registraría el daño.
Cada escuadrón estaría cubierto por un escuadrón de corpulentos cazas Hawker Typhoon . El gran Typhoon, descendiente directo del famoso Hurricane, fue diseñado como un interceptor. En
cambio, ganó sus espuelas como un caza de bajo nivel y un
cazabombardero: rápido, armado hasta los dientes, un partido completo
para el Focke-Wulf FW 190 de la Luftwaffe en las altitudes en las que
operarían los Mosquitos.
El teniente de vuelo JA Bradley ajusta el dispositivo de
flotación Mae West del Wing Commander Percy "Pick" Pickard antes del
despegue para el ataque a la prisión de Amiens. Ambos veteranos de numerosas operaciones de la Royal Air Force, los aviadores murieron en acción durante el ataque.
Pickard vigilaría si los prisioneros corrían por las brechas en las paredes, una señal segura de éxito. Pero si, dijo, no había escapados, se ordenaría al Escuadrón 21 que bombardeara la cárcel. “Nos han informado”, dijo, “que los prisioneros preferirían ser asesinados por nuestras bombas que por las balas alemanas”. Era algo que nadie quería hacer, pero 21 estaba sombríamente preparado para golpear el corazón de la prisión. Habría, agregó, un completo silencio de radio, y cualquiera que trajera una bomba a Inglaterra le respondería personalmente. Y cuando alguien preguntó sobre el curso exacto, la respuesta fue la clásica Pickard: “A la mierda el curso. Sólo sígueme, estarás bien.
Los tres escuadrones despegaron en la oscuridad de una mañana miserable. Estaba
nevando sobre el sureste de Inglaterra, pero la meteorología abrigaba
la esperanza de que el clima mejoraría una vez que llegaran a Francia. Al principio, no podría haber sido peor. La
nieve caía a cántaros contra las copas de los Mosquitos, las nubes se
habían reducido a 100 pies más o menos y no había esperanza de mantener
la formación. Varios aviones perdieron todo contacto con los demás, incluido el propio Pickard, y dos Mosquito evitaron por poco la colisión. Cuatro tripulaciones se perdieron irremediablemente y finalmente tuvieron que regresar. No pudieron llegar a la prisión a tiempo para cumplir con el cronograma exacto de la redada.
Otro piloto perdió un motor sobre Francia. Volando demasiado lento para seguir adelante, se deshizo de sus bombas y se dirigió a casa. Golpeado
por fuego antiaéreo en el camino, con solo un brazo y una pierna
trabajando, la sangre manando de su cuello, se aferró sombríamente. Su observador logró darle una inyección de morfina y voló a casa. Milagrosamente, lo lograría. El
resto siguió adelante, volando tan bajo que la propulsión levantó
grandes nubes de nieve, rozando tan cerca de las filas de postes de
electricidad y las hileras de álamos que algunos de los Mosquitos
tuvieron que levantar un ala para evitar la colisión.
Rompiendo los muros de la prisión de Amiens
El ataque se realizó según lo planeado, el avión pasó rozando las paredes mientras subían después de su caída. A
medida que aparecían grandes brechas en las paredes, pequeñas figuras
comenzaron a correr por campo abierto, corriendo por su libertad a
través de las brechas. “Podrías
distinguirlos de los alemanes”, dijo un hombre de la RAF, “porque cada
vez que estallaba una bomba, los alemanes se tiraban al suelo, pero los
prisioneros seguían corriendo como locos”. Las
bombas hicieron estallar varias brechas pequeñas en la pared norte de
la prisión, una grande en la pared sur y un enorme agujero donde se
unían las paredes oeste y norte.
Un
avión dejó caer su carga contra la caseta de vigilancia y la pared y
trepó con fuerza, rozando una especie de figura de gárgola en la pared. Al alejarse, vieron explotar una bomba en la caseta de vigilancia, dos más en la pared.
Algunos miembros de la fuerza de guardia yacían muertos o heridos en su comedor; otros vagaban sin rumbo entre las ruinas. Mientras
tanto, dos presos, uno de ellos un ladrón profesional que forzaba las
cerraduras de los archivadores, estaban ocupados quemando los
expedientes de los presos en la oficina del comandante. Dos
más, uno un ladrón profesional, hicieron una pausa en su huida el
tiempo suficiente para asaltar el cuartel general de la Gestapo,
apuñalar a un guardia, romper la caja fuerte y quemar más montones de
archivos.
Los Mosquitos del Escuadrón No. 487 de la Real Fuerza Aérea de
Nueva Zelanda limpian las paredes de la prisión de Amiens después de
lanzar sus bombas de 500 libras sobre las instalaciones. Las primeras explosiones son visibles, golpeando cerca del muro sur de la prisión.
El
gran escape continuó, los prisioneros por cientos corrieron a las
calles cercanas donde se amontonaron en la flota de Gazogene y
desaparecieron. Algunos, hasta 100, se cambiaron de ropa en camionetas comerciales cuidadosamente estacionadas para ese propósito. Los presos se ayudaban unos a otros sin distinción de qué lado de la prisión procedían. No había delincuentes huyendo del edificio, ni presos políticos, solo franceses. Algunos despojaron a los cuerpos de los guardias de sus uniformes, convirtiéndose instantáneamente en alemanes. Uno, equipado con un bastón blanco, tocó su camino hacia la libertad como un "hombre ciego".
Un
equipo de nueve miembros de la resistencia, incluida al menos una
prostituta, asaltó varias tiendas, liderado por una ladrona profesional
llamada Violette Lambert... al menos ese era uno de sus nombres. Muchos
de su equipo también eran delincuentes profesionales, las mujeres con
bolsas que llevaban debajo de la ropa para recibir su botín. Los hombres llevaban abrigos sobre los brazos, las mangas cosidas cerradas para su botín. El
atuendo robado estaba destinado a vestir a los fugitivos, y el equipo
de ladrones robó tantos artículos que algunos tuvieron que regresar a
sus autos para descargar y regresar por más. Por
fin, Violette vio que uno de los miembros de su equipo estaba siendo
observado de cerca y gritó: “Me robaron el bolso”, y el hombre se
escabulló en medio de la confusión.
Dos días después de la redada, una foto de reconocimiento de bajo nivel revela grandes daños en la prisión de Amiens. La
incursión de la Operación Jericó para liberar a los prisioneros de los
alemanes abrió una brecha en la pared norte de las instalaciones, que se
ve en el centro de la imagen.
Otros prisioneros, no tan afortunados o ingeniosos, fueron recapturados, muchos de ellos heridos o lesionados. Y algunos optaron por no escapar. Un
médico, ileso y capaz de huir, decidió quedarse con los prisioneros
heridos y ayudar a sacar a los heridos que aún estaban atrapados bajo
los escombros de la prisión de Amiens. Otros prisioneros sanos se quedaron con él.
Ocultar a los prisioneros fugados
Otros
fugitivos fueron rápidamente escondidos en casas particulares,
clínicas, burdeles, cualquier lugar para sacar a los presos de la calle
rápidamente. Tres fueron
alojados en un burdel, colocados, dijo la señora, en una habitación
entre dos habitaciones donde enviaba chicas para entretener a los
visitantes de la inteligencia militar alemana, "un sabroso sándwich de
la cárcel de Amiens". La señora era un original en cualquier caso. Rara vez iba a ningún lado sin sus granadas, que de vez en cuando dejaba debajo de los vehículos alemanes. “Financiar fugas con el dinero que los nazis gastan aquí”, dijo, “es uno de mis mayores placeres, el otro es matarlos”. Otros
dos fugitivos que buscaban refugio, uno falsificador y el otro
saboteador, se vistieron con hábitos de monjes y atravesaron Francia de
monasterio en monasterio en compañía de verdaderos sacerdotes.
Esta fotografía tomada por uno de los aviones atacantes del
Escuadrón No. 464 de la Real Fuerza Aérea Australiana muestra una densa
columna de humo que se eleva desde las dañadas alas norte y este de la
prisión de Amiens. Los australianos participaron en la segunda ola de la Operación Jericó, mientras que los alemanes estaban en alerta máxima.
Muchos
prisioneros fugados fueron escondidos en las bóvedas subterráneas de
una clínica privada dirigida por los doctores Poulain, padre e hijo, las
mismas bóvedas que habían usado como refugio para los judíos
perseguidos por los nazis. Las bóvedas fueron difíciles de encontrar, ya que estaban ocultas debajo del primer sótano... la morgue. Otros fugitivos fueron escondidos a plena vista, acostados con la cara vendada, víctimas de un "accidente de tráfico". Otras se convirtieron en “madres embarazadas” cubiertas de cobertores. "¿Cuándo tienen que entregar?" preguntó la Gestapo. Como a las tres de la mañana, dijo el doctor. ¿Por qué entonces?, preguntó el alemán. Nadie sabe, dijo el doctor; pero fue entonces cuando nacieron la mayoría de los bebés. Los alemanes lo compraron todo.
“Red Daddy”: un costoso regreso a casa
El bombardeo salió tan bien que hasta el exigente Pickard quedó satisfecho. En espera para perforar y terminar el trabajo, el Escuadrón 21 escuchó a Pickard llamar, "Papá rojo". Era la llamada para dar la vuelta e irse; sus bombas adicionales no serían necesarias. Y
luego los aviones del ala estaban de camino a casa, rugiendo a través
de Francia casi en tierra, perseguidos por fuego antiaéreo, perseguidos
por cazas de la Luftwaffe. Los
Typhoon rechazaron muchos de los aviones alemanes, y los Mosquitos se
defendieron con su formidable armamento, derribando varios de los
aviones alemanes que los perseguían. El líder del escuadrón Ian McRichie se estrelló en un pasto nevado, parcialmente paralizado, su observador muerto. Sobreviviría, un prisionero herido.
Cuando los asaltantes restantes llegaron al Canal de la Mancha, dispersos y exhaustos, el clima volvió a cerrarse. Las olas grises y las espesas lluvias de nieve redujeron la visibilidad a casi cero. Si se sumergían al amparo de las nubes, la visibilidad desaparecía por completo. Y
luego, cuando los alemanes se alejaron a mitad del Canal y la tierra de
Inglaterra pasó bajo las barrigas de los Mosquitos, Hunsdon envió por
radio instrucciones de aterrizaje, escalonando la altitud de los aviones
para evitar colisiones entre pilotos cansados y aviones dañados. Nadie había descansado en Hunsdon o en el cuartel general de Embry. Todos se maravillaron y oraron. La incursión había sido un éxito, pero nadie sabía cuántos de los Mosquitos estaban volviendo a casa. Los aviones de reconocimiento barrieron Amiens y el camino de regreso a casa de los asaltantes. Ahora los mosquitos estaban regresando, haciendo cola para aterrizar,
Pero Dorothy Pickard lo sabía. Porque Ming, el amado perro pastor de Pickard, se había derrumbado, vomitando sangre. Existía una especie de vínculo sobrenatural entre el hombre y el perro. Ming
siempre se inquietaba cuando Pickard volaba, pero se relajaba cuando su
amo estaba de vuelta en tierra, incluso antes de que su esposa supiera
que Pick estaba de vuelta a salvo. Confiaba en los instintos de Ming. “Pick está muerto”, dijo su esposa. Y fue así. De alguna manera, el sexto sentido de su perro supo que su amo se había ido para siempre.
El artista de combate australiano Dennis Adams capturó el
drama de la Operación Jericó en Invasión de la prisión de Amiens cuando
un bombardero Mosquito se eleva desde el complejo, que está envuelto en
el humo de las explosiones de bombas.
Porque
Pickard se había quedado demasiado tiempo sobre el objetivo, evaluando
los daños en los muros de la prisión y observando cómo sus hombres se
alejaban. Volvió a casa,
fue rebotado, como lo expresó la RAF, por dos Focke-Wulf FW 190, que se
zambulló desde una altitud más alta para compensar la mayor velocidad
del Mosquito. Pickard hizo una pelea, golpeando a un luchador alemán, que corrió a casa. Pero
el cañón del segundo avión de la Luftwaffe arrancó la cola del avión de
Pick y el avión se estrelló contra el suelo y estalló en llamas. Quedaba muy poco.
Los
civiles locales se apresuraron a ayudar, usando palos para tratar de
sacar los cuerpos de Pick y su navegante de toda la vida, el teniente de
vuelo Alan Bradley, pero las llamas eran demasiado altas y las
municiones restantes del Mosquito comenzaron a evaporarse por el calor. Solo
más tarde pudieron recuperar los restos de la tripulación, y uno de
ellos cortó las alas y las cintas de su uniforme de Pickard, con la
esperanza de dificultar cualquier identificación por parte de los
alemanes. Con el tiempo, la chica que se los quitó se los envió a su esposa.
Más de 250 prisioneros salvados
Esta foto, tomada desde el interior de la prisión de Amiens después de la redada de la Operación Jericó, revela graves daños en el complejo. El cruce de las alas norte y oeste de la prisión ha sido alcanzado por varias bombas. El fotógrafo está de espaldas a la gran brecha que se abrió en el muro exterior oeste de la prisión.
Pickard recibió la Orden de Servicio Distinguido y dos Cruces de Vuelo Distinguido durante una carrera ilustre, y muchos pensaron que debería haber recibido la Cruz Victoria para Amiens. Mucho después de la redada, los ciudadanos franceses vinieron a poner flores en las tumbas de Pickard y Bradley; incluso llegaron a eliminar las marcas de las tumbas alemanas y sustituirlas por las suyas.
Ya no estaba y el mundo era mucho más pobre, pero el éxito de la incursión de Amiens era su mejor memorial. La
fuerza de guardia alemana había sufrido mucho, se estima que 20 muertos
y 70 heridos, a pesar de que los alemanes dijeron públicamente que no
tenían bajas en absoluto. Pero
incluso los registros de los propios alemanes admitían que más de 250
prisioneros se habían escapado y no habían sido recapturados. De hecho, el total fue sustancialmente mayor.
Ochenta
y siete habían muerto en el bombardeo y recibieron un funeral masivo
cuidadosamente orquestado por las autoridades francesas. Como
era de esperar, la mansa prensa francesa fustigó a los británicos,
repitiendo cuidadosamente la línea del partido de que la redada fue un
crimen. El funeral fue un
momento triste, pero incluso tuvo su lado positivo, ya que en el cortejo
de uno de los muertos, seis hombres buscados se alejaron piadosamente
del convento donde habían estado escondidos.
Independientemente
de lo que dijera la prensa francesa indolente, la Resistencia francesa y
la mayoría de los franceses lo sabían mejor. Y 15 semanas después del ataque a Amiens, los aliados desembarcaron en Normandía. Era el principio del fin.
Eduardo Sacheri: “La guerrilla, la violencia armada, es un tema incómodo, pero esa incomodidad no debe traducirse en silencio”
El escritor argentino acaba de publicar su nueva novela, “Nosotros dos en la tormenta”, sobre la amistad y la militancia en los convulsionados años 70 en Argentina. En diálogo con Infobae Leamos, explica por qué eligió ese período de la historia, en que Montoneros y ERP creían -erróneamente- estar cerca de lograr sus objetivos
Por Belén Marinone || Infobae
Hay una atmósfera rara. Es 1975 y en Argentina los tiempos están revueltos. Los Montoneros llevan meses en la clandestinidad; el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), también. El gobierno de María Estela Martínez de Perón, Isabelita, está incómodo y López Rega opera en las tinieblas. El terror comienza a sentirse en el aire bajo un gobierno democrático y los operativos, explosivos, fusiles FAL y secuestros mandan en la guerra de guerrillas. Este es el contexto que elige Eduardo Sacheri para su nueva novela, Nosotros dos en la tormenta, su retorno a la ficción, luego publicar, el año pasado, su primer libro de divulgación histórica, Los días de la revolución.
Detrás del aire denso de los convulsos años 70 en Argentina también hay historias. Sobre eso escribe Sacheri. En su nuevo libro el eje principal es la amistad de toda la vida de dos jóvenes, Antonio y Ernesto -tales sus nombres de guerra-, ahora convertidos en militantes de dos células de distintas organizaciones de la militancia armada -Montoneros y ERP- que operan en la zona Oeste del Conurbano. Los dos están entregados a la causa revolucionaria por la que darían la vida. Pero la elección de los bandos, ¿quiebra la amistad?
¿Qué
pasa con las familias, el barrio, los amigos, los encuentros saltando
la medianera y la pizza para hablar de chicas? En medio de los
operativos, la vida. Eso es lo que le interesa a Sacheri: los vínculos. Y también las dudas. Y cómo uno de ellos se “olvida” de la clandestinidad para visitar especialmente a su padre. Esta relación tan compleja y profunda, que es un eje de la novela, también interpela a Sacheri. En esta entrevista, cuando habla de su padre se le humedecen los ojos.
En las casi 500 páginas de Nosotros dos en la tormenta hay una investigación de varios años, con testimonios que el autor de La odisea de los giles, Lo mucho que te amé y El funcionamiento general del mundo
prefiere mantener en discreción, y un acercamiento desde la ficción a
cómo se narran las guerrillas, los muertos, la organización, el
compromiso político y la idea de futuro de esa época. “Nos hace bien
pensar”, dice Sacheri a Infobae Leamos y sigue: “La guerrilla, la violencia armada, la guerra revolucionaria es un tema incómodo”. “Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio”. Y Sacheri escribe.
—Acabás de lanzar tu nueva novela Nosotros dos en la tormenta,
que hace foco en el año 75, donde los grupos guerrilleros como
Montoneros y ERP estaban en plena efervescencia. ¿Por qué contextualizar
la novela en este período?
—En
general me interesa mucho el contexto histórico que hace a quienes
somos hoy. En distintas novelas, no voluntariamente, he terminado
aterrizando en ciertos momentos de la Argentina reciente. Y me interesa
también no caer en momentos ya muy transitados por la literatura o por
el cine, por ejemplo, la dictadura. Pero hay otros períodos que
me parece que también son muy fecundos en cuanto a todo lo que podemos
pensar y decir sobre ellos y que no han sido tan transitados. Y me
parece que esos años de gobiernos democráticos de Cámpora, Perón e Isabel son un momento efervescente que merece atención. Particularmente ese año donde, tanto Montoneros como el ERP
se sienten cerca de sus objetivos. Uno mira desde la distancia de los
años y dice: “Muchachos, estaban lejísimos de triunfar en su guerra
popular y prolongada”. Pero ellos se sentían así, entonces me parecía un
momento interesante para aterrizar.
—¿Por qué creés que este momento interesante para aterrizar es poco transitado?
—Por un lado, la dictadura,
con todo el horror que implica, es como un imán de atención. Y, a lo
mejor, lo que pasa antes o lo que pasa después, no. Los primeros años de
Alfonsín tampoco son tan visitados o los de la restauración democrática. Como excepción tenés la película Argentina 1985, no es la norma. Me parece que el tema de la guerrilla, de la violencia armada, de la guerra revolucionaria es un tema incómodo.
“Cuando sos fanático la vida es clara: no hay incertidumbre, no hay dudas”
—¿Por qué?
—No sé por qué. Es un tema incómodo para mucha gente. Y no me parece que esa incomodidad deba traducirse en silencio. Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio.
Hay incomodidades y se pueden generar discusiones, desencuentros.
Vecindades incómodas. Eventualmente, podés escribir sobre un determinado
período y que eso le guste a gente que no te cae bien. Me parece que
son riesgos que vale la pena correr. Porque si, como antes se decía
“curarse en salud”, si nos curamos en solemnidad, me parece que no está
bueno no mirar y decir: “Mejor de esto no hablemos”. No, hablemos de
todo.
Terroristas Montoneros.
—¿Cómo fue ese abordaje?
—Le
dediqué mucho tiempo a documentarme. En las universidades de Argentina
se laburó muy bien este período, sobre las organizaciones armadas, su
dinámica, su organización, su ideología, su vínculo con el resto de la
sociedad. Primero hay que leer, empaparse y mejorar tu aproximación a la
ficción. Y recién después empecé la construcción de mis personajes,
minúsculos como siempre. La novela no tiene como protagonistas ni a la
cúpula del ERP ni a la cúpula de Montoneros. También lo que hice fue conversar con protagonistas de ese período. Es importante, pero no es lo único.
—¿Con quiénes hablaste?
—Hablé
con alguno al que le tocó ser combatiente y con alguno al que le tocó
padecer sus ataques. Vía asesinatos, vía secuestro extorsivo para
obtener fondos... Y con algún militante armado. Como las condiciones de
los encuentros fueron la discreción, mantengo la discreción absoluta.
—¿Cómo te impactó este período en lo personal?
—En
mi casa de niño se ha hablado siempre mucho de política. Mi papá fue un
activo militante radical hasta su muerte, en el 78. Se hablaba mucho de
política y de estos temas. Yo era muy chiquito, en el 75 tenía ocho,
pero se hablaba, se discutía, se entendían. Era una época que generaba mucho temor. Y eso también influyó en mi experiencia inicial con el periodo.
Entrevista a Eduardo Sacheri - "Los jóvenes y la política hoy"
—Recién
hablabas de las historias mínimas y en esta novela detrás de los
protagonistas, que son guerrilleros de distintas organizaciones, hay un
barrio y detrás hay una familia y detrás hay amigos. ¿Cuál es la
importancia de estas historias mínimas?
—Para
mí es la manera de entrar en la literatura. A mí no me sale o no me
interesa ficcionalizar a los personajes muy conocidos, porque creo que
eso requeriría un estudio muy pormenorizado. Me parece que los
personajes mínimos, individuales y así de chiquitos, son una buena
puerta de entrada para que cada quien se coloque donde tenga ganas. En
ese anonimato yo siento que hay un margen de libertad interesante para
crear, interesante para leer.
“En la vida hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta también códigos tácitos de respeto”
—Nosotros dos en la tormenta
tiene de protagonistas principales a dos amigos que son militantes, que
tienen un compromiso político muy fuerte. Sos profesor de Historia en
un colegio secundario, ¿cuál es la relación de los jóvenes con la
política hoy?
—Creo que hoy no tienen el tipo de compromiso que tenían aquellas generaciones de jóvenes, de pensar la acción política o la acción armada como
el núcleo de sus días. Me parece que mis alumnos actuales no ven en la
acción política una herramienta de cambio, de mejora o de revolución,
como veían muchos de aquellos chicos. Lo cual, no significa que no
tengan una inserción política, pues sus reivindicaciones a nivel de sus
libertades personales o sus elecciones de género también son políticas y
a lo mejor están mucho más en primer plano. El tema del feminismo era una reivindicación muy clara en mis alumnas adolescentes. Y también es una reivindicación política, aunque venga recorriendo otros caminos distintos.
—Los jóvenes en el siglo XX se regían por ciertos valores y los defendían, ¿cuáles son los de este siglo?
—Creo
que son narrativas más sectoriales, más vinculadas con la
individualidad. Cada quien se para en lo que necesita, más que en una
solución universal, como estos chicos pensaban que estaban ofreciendo.
Me parece que hoy en día ni se les pasa por la cabeza que la acción
armada sea un camino para lograr una sociedad mejor. Eso es una
diferencia grande que noto.
—Los
protagonistas son amigos de toda la vida y forman parte de
organizaciones distintas, ¿Se puede mantener una amistad estando en dos
bandos distintos o de lo que hoy llamaríamos de un lado o del otro de la
grieta?
—Depende
de cuánta tolerancia tengamos a la frustración. La vida es incómoda,
los vínculos son incómodos, los vínculos dan trabajo. Entonces, creo que
poder conversar implica desafíos y desafíos de respeto también. Hay
ciertas cosas que yo no te tengo que decir. Y al mismo tiempo es una
invitación a que haya ciertas cosas que vos no me digas. En la vida
hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta
también códigos tácitos de respeto.
Entrevista a Eduardo Sacheri - La nueva novela y la relación con "El secreto de sus ojos"
—Tu nueva novela comparte el telón de fondo de los años 70 con La pregunta de sus ojos, el libro en el que se basa El secreto de sus ojos, ¿qué otra conexión hay?
—En La pregunta de sus ojos,
en la novela, el arco temporal es más grande. Pero en la película nos
quedamos con los años 74 y 75, lo redujimos. Es decir, que estamos en la
misma etapa, aunque nos vamos a otro costado, al de acciones ilegales y
armadas. En El secreto de sus ojos es clave la Triple A,
López Rega, Isabel Perón y el Ministerio de Bienestar Social amparando a
un asesino, que también en su momento generó bastante incomodidad.
—¿Cuál?
—La
pregunta que me hicieron fue: “¿Qué necesidad de ir a 1975?” Y ya la
propia formulación de la pregunta es un estímulo. Como cuando era
chiquito y me decían: “Ese estante de la biblioteca no lo podes leer”.
Entonces, vamos a leerlo en la próxima siesta... Así es como tiene que funcionar nuestra cabeza pensante: atreviéndose a los lugares incómodos. No cerrando puertas y dejando partes de la realidad detrás de esas puertas. Yo quiero que podamos hablar.
“Si uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado. Y el respeto está en la multiplicidad de miradas”
—¿Qué pasa hoy?
—Vivimos
en una época muy poco proclive a poder dialogar sobre lo que
eventualmente nos incomoda. Y la vida es incómoda. Me parece que la
solución no es no incomodarnos sino detenernos en nuestras incomodidades
o, en todo caso, buscar cómo resolverlas o cómo tolerarlas.
—¿Tenés miedo a que te cancelen?
—Si
uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado.
Y el respeto está en la multiplicidad de miradas. Yo creo que la manera
de evitar ofender es respetar. Entonces, si yo eventualmente digo algo
que a vos no te gusta, pero te lo digo con respeto, en principio,
merezco el mismo respeto. Si no, cada vez podemos pensar en menos cosas.
Eso es lo que a mí me preocupa en general con este período. Me parece
que tenemos que tener la chance de conversar sobre todas las cosas,
porque necesitamos poder pensar sobre todo.
—Hay
otro elemento importante dentro de Montoneros y ERP, que son las
mujeres guerrilleras, lo que permite también un diálogo con libros como La montonera, de Gabriela Saidon o Mujeres guerrilleras, de Marta Diana, ¿Fue intencional?
—La
guerrilla es de vanguardia en relación al feminismo político. En las
células de la novela no son la mitad, representan un tercio. Traté de
ser lo más realista posible a partir de lo que había estudiado.
Asesina terrorista Norma Esther Arrostito, la única mujer que perteneció a la cúpula de Montoneros.
—La
historia principal en esta novela es la de estos dos amigos pero hay un
personaje fundamental, que es el del padre de uno de ellos, de Ernesto,
y el libro se lo dedicas a tu papá, ¿por qué?
—En
buena medida porque yo te hablaba de su militancia radical, y ser
radical en los 60 y 70 era perder siempre. Y lo recuerdo a mi papá
hablándome de política pero no dándome línea sino respondiendo a mi
curiosidad. Me acuerdo preguntándole por Perón, por Isabel, por los militares, por López Rega, por los Montoneros.
Está bueno hablar de todo, ¿me voy a privar a los 55? También tiene que
ver con el episodio de cuando mi papá se enteró de una muerte en ese
contexto. Yo tenía siete recién cumplidos y fue la única vez que lo vi
llorar. Murió poco después. Si lo hubiera tenido más años lo hubiera
visto más veces llorar. Pero mi recuerdo de este Superman llorando es una escena muy fuerte para mí y me fue muy útil para meterme en elmundo emocional de esa época.
—¿Escribir es político?
—Yo creo que a veces sí, pero para mí escribir es sobre todo indagar en el sentido de la vida. Lo humano a veces es político, otras es familiar, a veces es erótico, filosófico o humorístico.
—Mientras leía el libro encontré similitudes con Hijos de la fábula, de Fernando Aramburu y, como a él, te consulto: ¿cambiamos militancia por fanatismo?
—Fanáticos hay siempre.
Y por suerte en todos los momentos hay gente que no es fanática. Lo que
pasa es que hay momentos en que los fanáticos son mayoría y yo prefiero
cuando son minoría. El fanatismo es una tentación y cuando sos fanático la vida es clara:
no hay incertidumbre, no hay dudas. Es un mundo de certezas. El mundo
del fanático es un mundo más tranquilo, distinto del mundo lleno de
sinuosidades, matices, dudas, retrocesos, avances a tientas y
equivocaciones. La equivocación no es leída como una equivocación y la
flexibilidad es algo de lo que adolecen.
—En
la imagen de la tapa hay dos varones sentados sobre un techo que, a
priori, uno piensa que son los amigos, pero son Ernesto y su padre. Si
tuvieras la oportunidad de estar en ese techo con tu papá, ¿de qué
conversarían?
—En
este momento de Independiente. Me diría: “Flaco, ¿qué hicieron?”. Y la
verdad que me daría mucha, mucha vergüenza tener que responderle a esa
pregunta. También le haría el racconto de la Argentina de los últimos 45
años que se perdió.