domingo, 12 de agosto de 2018

Intervención franco-británica: La guerra del Paraná

Guerra del Paraná




Patricios de Vuelta de Obligado en El Tonelero


Luego del combate de la Vuelta de Obligado, las fuerzas aliadas que allí desembarcaron con el designio de internarse, habían sido arrolladas en los meses de diciembre y de enero por las del coronel Thorne, que comandaba la línea de observación sobre la costa. El 2 de febrero de 1846 los aliados desembarcaron 300 soldados protegidos por la artillería de sus buques fondeados en la costa. Thorne desplegó contra ellos una fuerte guerrilla, y después de un fuerte tiroteo se les fue encima con dos compañías de artillería y 50 lanceros, obligándolos a reembarcarse.(1) El mismo día enfrentó a Obligado un convoy de más de 50 barcos mercantes, armados y cargados por los interventores y por el gobierno y negociantes de Montevideo, y para seguir aguas arriba con el auxilio de los buques de guerra.

El general Mansilla colocó convenientemente su artillería volante en la costa de San Nicolás del Rosario, San Lorenzo y Tonelero, y se vino a dirigir personalmente la resistencia al pasaje del convoy de los que especulaban con la guerra y al favor de los avances de la intervención. El 9 de enero llegaron los barcos del convoy a la altura del puerto de Acevedo. Mansilla enfiló contra ellos sus cañones. Cuatro buques británicos y franceses fondearon a su frente respondiéndole con su artillería de grueso calibre. Así protegieron el paso del convoy, el cual se alejó de la costa y hacia una isla interpuesta frente a la posición de Mansilla. En la imposibilidad de hostilizarlo al través de las islas que se levantaban entre ambas costas a esa altura del Paraná, Mansilla fue siguiendo por tierra el convoy para verificarlo donde se pusiese a tiro.

En los barrancos de la costa comprendida entre el convento de San Lorenzo y la punta del Quebracho, Mansilla había colocado ocho cañones ocultos bajo montones de maleza, 250 carabineros y 100 infantes en los barrancos de la costa comprendida entre el convento de San Lorenzo y la punta del Quebracho.

A mediodía del 16 de enero aparecieron el vapor Gorgon, la corbeta Expeditive, los bergantines Dolphin, King y dos goletas armadas en la Colonia, los cuales montaban 37 cañones de grueso calibre y acompañaban 52 barcos mercantes. Al enfrentar a San Lorenzo, la Expeditive y el Gorgon hicieron tres disparos a bala y metralla sobre la costa para descubrir la fuerza de Mansilla. Los soldados argentinos permanecieron ocultos en su puesto, según la orden recibida. Cuando todo el convoy se encontraba en la angostura del río que se pronuncia en San Lorenzo arriba, Mansilla mandó romper el fuego de sus baterías dirigidas por los capitanes José Serezo, Santiago Maurice y Alvaro de Alzogaray. El ataque fue certero; los buques mercantes rumbeaban desmantelados hacia dos arroyos próximos, aumentando con el choque de los unos con los otros las averías que les hacían los cañones de tierra.

A las cuatro de la tarde el combate continuaba recio todavía, y el convoy no compensaba lo andado con sus grandes averías. Favorecido por el viento de popa y tras los buques que vomitaban sin cesar un fuego mortífero, se aproximó al Quebracho. Aquí reconcentró sus fuerzas Mansilla y batalló hasta la caída de la tarde, cuando desmontados sus cañones y neutralizados sus fuegos de fusil por el cañón enemigo, el convoy pudo salvar la punta del Quebracho, con grandes averías en los buques de guerra, pérdidas de consideración en las manufacturas y 50 hombres fuera de combate. El contralmirante Inglefield, en su parte oficial al almirantazgo británico dice que “los vapores ingleses y franceses sostuvieron el fuego por más de tres horas y media; y apenas un solo buque del convoy salió sin recibir un balazo”.

La pérdida de los argentinos fue esta vez insignificante, y Mansilla pudo decir con propiedad que habíale tocado el honor de defender el pabellón de su patria en el mismo paraje de San Lorenzo que regó con su sangre San Martín al conducir la primera carga de sus después famosos Granaderos a Caballo.(2)

Como se ve, los aliados no continuaban impunemente su conquista en las aguas interiores argentinas. Verdad es que Mansilla, cumpliendo órdenes terminantes del gobierno, recorría incesantemente la extensa costa que defendía, haciendo tronar sus pocos cañones allí donde aquéllos a tiro se presentaban. Así fue como los burló en sus tentativas de desembarque después de Obligado y San Lorenzo. El 10 de febrero, en seguida de fracasar en una de esas tentativas, los buques de guerra ingleses Alecto y Gordon bombardearon durante tres horas el campo del Tonelero con balas a la Paixhans 64. La artillería e infantería de los argentinos mandados por el mayor Manuel Virto les respondió con denuedo, y no consiguieron más que matar algunos milicianos, incendiar dos armones y destrozar los ranchos y árboles que había. (3) Pocos días después renovaron las hostilidades sin mayor éxito. El 2 de abril llegó el Philomel frente al Quebracho. El teniente coronel Thorne les asestó sus cañones, mas como el Philomel huyese aguas abajo, ató tres piezas de a 8 a la cincha de sus caballos y corrió por la costa a darle alcance; lo que no pudo verificar porque el buque francés iba a toda vela y corriente. El día 6 la misma batería de Thorne sostuvo otro combate con el buque de guerra inglés Alecto, que pasó por el Quebracho remolcando tres goletas. Los ingleses tuvieron algunos muertos y su buque salió bastante descalabrado.

El 19, después de otro combate, Mansilla consiguió represar el pailebot Federal, tomado por los aliados en Obligado. Al dar cuenta al gobierno de este suceso, remitiendo la bandera inglesa conquistada, y bajo la relación, todo el equipaje de cámara del ex comandante del preciado pailebot Carlos G. Fegen, Mansilla agregaba en su nota: “Los anglofranceses verán la diferencia que existe entre el saqueo de los equipajes de los valientes de Obligado que hicieron los hombres que se llaman civilizadores, y la conducta de los federales que defienden su patria y respetan hasta los despojos de sus enemigos”. El día 21 le cupo todavía a Thorne sostener otro combate de dos horas con el buque inglés Lizard, el cual acribilló a balazos, volteándole el pabellón que flameaba al tope mayor y dejándole casi inservible para nuevas operaciones. “El enemigo, dice el teniente Tylden, que mandaba el Lizard, en su parte al capitán Hotham, volteó nuestra pieza del castillo de proa; y su terrible fuego de metralla y fusilería, cribando al buque de proa a popa me obligó a ordenar a oficiales y tripulación que bajasen…. El Lizard recibió treinta y cinco balas de cañón y metralla, La lista de los muertos y heridos van al margen….”(4)

Simultáneamente con estos combates en la costa norte, los barcos bloqueadores de la costa sur forzaron el puerto de la Ensenada en la madrugada del 21 de abril y organizaron una columna de desembarco, la cual fue rechazada por las baterías de esa costa al mando del general Prudencio de Rozas. Entonces los aliados penetraron en la bahía a sangre y fuego; se apoderaron de lo mejor que encontraron a bordo de los buques neutrales allí surtos, e incendiaron varios de estos buques con la carga que contenían. Cuatro días después un guardiamarina inglés encargado de practicar un reconocimiento, penetró en el puerto cercano de la Atalaya en un bote con un cañón chico a proa y 15 hombres armados, y sostuvo un tiroteo con la partida que guarnecía el punto. Como varase al querer retirarse, levantó bandera de parlamento y fue recibido en tierra por el jefe argentino, quien mandó un bote con ocho hombres a traer la tripulación inglesa. Esta hizo fuego que le fue contestado, y en la confusión quedó muerto el oficial.(5)

En presencia del incendio y violencias que perpetraron los aliados en la Ensenada, el gobierno argentino expidió un decreto de represalias, en el que “constituyéndose en el deber de poner a salvo esta sociedad, no menos que las propiedades neutrales y argentinas de tales incendios y depredaciones” proscriptas por la civilización; y sin perjuicio de adoptar para lo futuro otras medidas en caso de que se repitan iguales escandalosas agresiones por las fuerzas navales de Inglaterra y Francia, establecía que los comandantes, oficiales o individuos de las tripulaciones de los buques o embarcaciones de guerra de dichas dos potencias, que fueron aprehendidos en cualesquiera de los puertos y ríos de la Provincia, bien para sacar violentamente los buques nacionales o extranjeros, bien para incendiarlos o saquearlos, serían castigados como incendiarios con la pena prescripta para éstos en las leyes generales.(6)

La intervención bélica no resolvía, pues, la situación a favor de los aliados, por mucho que la Gran Bretaña y la Francia confiasen en sus poderosos elementos militares, en los recursos de su diplomacia y en la propaganda y los esfuerzos de los emigrados unitarios y el gobierno de Montevideo. El gobierno argentino permanecía firme defendiendo el suelo y los derechos de la Confederación; y la intervención ya no tenía medida de rigor que emplear contra él para reducirlo. No quedaba más que duplicar o triplicar las fuerzas navales de ambas potencias, y bombardear y ocupar Buenos Aires. Esto último había sido materia de consulta a Londres y París; y si los almirantes Lainé e Inglefield no lo habían llevado a cabo era porque no se resignaban a presentar en seguida la prueba de una impotencia muy parecida a la derrota, cuando en su orgullo inconmensurable no cabía la magnitud de sus hazañas en Malta, en Acre, en Mojador, en San Juan de Ulloa. Ya no se engañaban acerca de esto; y la misma opinión se había generalizado entre los oficiales ingleses y franceses, a tal punto que varios de éstos no ocultaban sus temores de que sufriese un desastre la expedición mercantil que debía bajar el Paraná protegida por las escuadras de las potencias interventoras. “Rosas está levantando baterías a lo largo de las barrancas entre nosotros y Obligado”, escribía el teniente Robins, de la fragata Firebrand surta en la bajada de Santa Fe; “si no hay una poderosa división abajo con fuerzas de tierra para sacar los hombres de la barranca, ellos echarán a pique algunos de los buques del convoy y probablemente harán gran daño a los de guerra. Nos hemos internado muy pronto río arriba. Hemos tomado una posición que no podemos sostener sin muchas posiciones fortificadas. Si la Provincia de Buenos Aires es atacada, el ataque debe ser hecho en Obligado. El país es abierto y propio para reorganizar tropas…” “El San Martín -escribía el teniente Marelly- surto en la bajada de Santa Fe a la espera del convoy que debía salir de Corrientes, después de esta campaña no podrá hacer mayores servicios sin muy costosas reparaciones. Nosotros nos preocupamos mucho de las baterías que Rosas levanta contra nosotros en San Lorenzo…”. (7)

La exactitud de estas observaciones se reveló muy luego. Los buques que habían pasado para Corrientes cargaron juntamente con otros, por cuenta de comerciantes de allí y de Montevideo y aun del gobierno de esta plaza y de los ministros interventores, y se dieron a la vela para bajar el Paraná protegidos por las escuadras combinadas. El 9 de mayo fondearon en una ensenada como a dos leguas de las posiciones que tomó Mansilla en el Quebracho. El 28, Mansilla se corrió por la costa con dos obuses, y les asestó algunas balas obligándolos a retirarse aguas arriba, en medio de la confusión consiguiente a esta operación, cuyo objeto principal era templar los bríos de los soldados noveles que la ejecutaron. El 4 de junio, favorecido por el viento norte, enfrentó la posición del Quebracho todo el convoy de los aliados, compuesto de 95 barcos mercantes y de 12 de guerra a saber: vapores Firebrand, Gorgon, Alecto, Lizard, Harpy, Gazendi y Fulton; bergantines goletas Dolphin y Procida; bergantines San Martín y Fanny, y corbeta Coquette, los cuales montaban 85 cañones de calibre 24 hasta 80, con más una batería de tres cohetines a la Congreve que habían colocado la noche anterior en un islote hacia la izquierda de aquella posición.

La línea de Mansilla se apoyaba en 17 cañones, 600 soldados de infantería y 150 carabineros, así colocados: a la derecha una batería y piquetes del batallón de San Nicolás y Patricios de Buenos Aires al mando del mayor Virto; en el centro dos baterías y dos compañías de infantería al mando del coronel Thorne; a la izquierda otra batería y el resto del regimiento Santa Coloma, al mando de este jefe; en la reserva 200 infantes, dos escuadrones de lanceros de Santa Fe y la escolta del general. En tales circunstancias, Mansilla les recordó a sus soldados el deber de defender los derechos de la patria, ya cumplido en Obligado, Acevedo y San Lorenzo. Y tomando la bandera nacional y al grito de “¡Viva la soberana independencia argentina!” mandó que por sus cañones tronase la voz de la patria, cuando ya las escuadras aliadas habían enfilado contra él su poderosa artillería para que por retaguardia pasasen los barcos del convoy. El fuego sostenido de los argentinos hizo vacilar a los aliados y llevó el estrago a los barcos mercantes, algunos de los cuales vararon por ponerse a salvo, o se despedazaron al chocar entre sí en las angosturas del río por huir pronto. A la 1 p.m., después de dos horas de combate, el convoy no podía todavía salvar los fuegos de las baterías de Thorne.

El Firebrand, Gazendi, Gorgon, Harpy y Alecto retrocedieron para cubrir la línea de barcos más comprometidos. Pero, viendo, después de una hora más de encarnizado combate, que ello era infructuoso y que todos corrían gran riesgo, incendiaron allí los que pudieron y bajaron el río precipitadamente con los restantes. Este combate fue una derrota de trascendencia para los aliados; pues no sólo sufrieron pérdidas más considerables que en Obligado, sin inferirlas de su parte a los argentinos, sino que se convencieron de que no podían navegar impunemente por la fuerza las aguas interiores de la Confederación. Contaron cerca de 60 hombres fuera de combate y perdieron una barca, tres goletas y un pailebot cargados con mercaderías valor de cien mil duros, parte de las cuales salvó Mansilla consiguiendo apagar el fuego del pailebot. De los argentinos sólo cayeron Thorne, herido en la espalda por un casco de metralla y algunos soldados. “El fuego fue sostenido con gran determinación, –dice el teniente Proctor en su parte al capitán Hotham- fuimos perseguidos por artillería volante y por considerable número de tropas que cubrían las márgenes haciéndonos un vivo fuego de fusilería. El Harpy está bastante destruido; tiene muchos balazos en el casco, chimeneas y cofas” El mismo capitán Hotham, en su parte al almirante Inglefield datado a 30 de mayo de a bordo del Gorgon, acompañando la lista de muertos y heridos ingleses y franceses en el Quebracho, declara que “los buques han sufrido muchos”. (8)

El convoy de los aliados era esperado con vivísimo interés por los negociantes de Montevideo, quienes se prometían pingües ganancias dada la escasez que se sentía en esa plaza de muchos de los productos de Corrientes y de Paraguay. Las pérdidas y averías sufridas en el Quebracho aumentaron visiblemente el descontento de los principales comerciantes en cuyas manos estaba hasta cierto punto la suerte del gobierno de Montevideo, y quienes, como accionistas de la compañía compradora de los derechos de aduana bajo la garantía de los ministros Ouseley y Deffaudis, habían ya protestado del nuevo contrato hecho por el ministro Vásquez hasta el año 1848. (9) A fin de cubrir en lo posible esas pérdidas impusieron una fuerte suba en los precios; y el gobierno les ofreció prontas ganancias que facilitaría Rivera, como se va a ver.

Rivera se había puesto en campaña y sus primeras operaciones habían sido tan felices como rápidas. Con poco más de 400 hombres, entre los que se encontraban buenos oficiales como el coronel Mundelle, el cual le fue recomendado por el ministro Ouseley y, auxiliado por una flotilla anglofrancesa al mando de Garibaldi, Rivera se plantó en la Colonia, pasó al Carmelo y lo fortificó después de batir fuerzas del comandante Caballero. Sobre la marcha entró en las Víboras a sangre y fuego, apoderándose de todo cuanto encontró. A pesar de las disposiciones del coronel Montoro, se dirigió a Mercedes, se apoderó de esta ciudad el 14 de junio y derrotó a Montoro tomándole 400 prisioneros, 2.000 caballos y mucho armamento.

Estas operaciones fueron acompañadas de depredaciones, en las cuales estaban interesados los comerciantes de Montevideo y principalmente los ministros interventores de Gran Bretaña y Francia, quienes entraban en los negocios de cueros, ganados y frutos del país, que Rivera les enviaba, y daban en cambio recursos y dineros para proseguir una guerra devastadora.

Es necesario verlo así escrito por los mismos hombres del gobierno de Montevideo para que no quede duda del rol que desempeñaba en su impotencia la intervención anglofrancesa en el Plata. El 5 de junio de 1846 le escribía el ministro Magariños a Rivera: “..he hablado con los ministros (interventores) sobre el armamento que se harán cargo de pagarlo, tomando para su reembolso ganado del que usted tiene y les servirá a las estaciones marítimas. También nos darán estos días 20 quintales de pólvora, y ya pusieron en batería dos de los cañones tomados en Obligado; los otros fueron fueron a Londres como trofeos” “Sale don Agustín Almeida -le escribe el mismo Magariños a Rivera el 24 de junio- para que asociado con la persona que usted elija en ésa, se haga cargo de conducir lo que quieran mandar a ésta de lo tomado al enemigo, y según los contratos que fuese conveniente hacer, porque eso ha parecido más arreglado y expeditivo para ir en armonía…”.

El medio de que los interesados vayan en armonía lo da el ministro de Hacienda Bejar, escribiéndole a Rivera en esa misma fecha: “Anteriormente he dicho a usted que la compra del armamento estaba arreglada con los ministros interventores, los cuales me habían dicho del modo de arreglar ese negocio….. Ultimamente han dicho que tomarán ganado para cobrarse su importe….. Para el mejor desempeño en la remisión de cueros, ganado y demás frutos tomados en el territorio que ocupaba el enemigo, el gobierno ha nombrado un comisionado, que lo es don Agustín Almeida, quien procederá en unión de otro que usted nombre. De este modo nos ha parecido que será más conveniente, y que más pronto vendrán a disposición del gobierno esos recursos”. Ratificándole las seguridades de Bejar, le escribe todavía Magariños a Rivera en 5 de julio: “Ayer se acordó avisar a usted que para cubrir el contrato de armamento, se debe entregar su valor en cueros y ganado a orden de los ministros y almirantes”. Con fecha 11 de junio el ministro Bejar le acusa recibo a Rivera de una remesa de cueros, pero le encarece nuevas remesas, “porque usted sabe bien nuestro estado y la necesidad de evitar inconvenientes que puedan presentarse en este asunto”.

Es claro que esto último se refería a las exigencias de los ministros interventores, como que las remesas de cueros y frutos no debían de ser muy abundantes. Es que aunque Rivera hiciese enormes acopios, todo era poco para entretener su sistema de dilapidaciones. Asediado por los que iban al olor de sus larguezas; explotado por los que medraban al favor del desbarajuste que lo caracterizaba, siempre estaba urgido de dinero, que nada reservaba para sí. A fines de agosto ya le pedía más dinero al ministro de Hacienda, y éste al remitírselo no podía menos que pedirle el informe sobre cueros “con los documentos que puedan ilustrar el particular”. Así entretenían la intervención y la guerra los ministros interventores de Gran Bretaña y Francia, cuando el repentino arribo del comisario británico Thomas S. Hood comenzó a imprimirle nuevo giro a la cuestión del Río de la Plata.


Referencias


(1) Véase El Comercio del Plata del 10 de febrero.

(2) Véase este parte del almirante Inglefield que transcribió La Gaceta Mercantil del 8 de enero de 1847, del Morning Herald del 12 de setiembre de 1846. Parte del general Mansilla y carta del capitán Alzogaray en La Gaceta Mercantil del 9 de febrero de 1846. El Nacional y El Comercio del Plata de Montevideo, al referirse al combate de San Lorenzo, silenciaban las averías y pérdidas que sufrió el convoy; pero es lo cierto que muchos de los barcos mercantes quedaron inútiles, y que el Dolphin y Expeditive no pudieron después continuar sus servicios sino a costa de serias refacciones.

(3) Parte del teniente Austen del Alecto al capitán Hotham, transcripto en La Gaceta Mercantil; idem de Virto a Mansilla.

(4) Este parte se publicó en el Morning Herald de Londres del 12 de setiembre de 1846. Véase los partes de Mansilla, Thorne y Santa Coloma, relativos a estos cuatro combates, en la Gaceta Mercantil del 14 de mayo de 1846. Véase también las cartas de los marinos ingleses y franceses, tomadas con la correspondencia de pailebot Federal, y en las que éstos sienten la necesidad de aumentar sus fuerzas marítimas contra la Confederación, y descubren todos los descalabros y pérdidas que sufrió en San Lorenzo la expedición mercantil de los aliados.

(5) Véase la Gaceta Mercantil del 2 de mayo de 1846. La muerte del guardiamarina Wardlaw dio tema a El Comercio del Plata para un romance heroico, en el que los soldados argentinos aparecían como asesinando a ese oficial poco menos que a mansalva.

(6) Decreto de 1º de mayo de 1846.

(7) Correspondencia tomada a los aliados juntamente con el pailebot Federal. Véase la Gaceta Mercantil del 2 de mayo de 1846.

(8) Estos partes los transcribió La Gazeta Mercantil del 8 de enero de 1847, del Morning Herald de Londres de 12 de setiembre de 1846. Parte oficial de Mansilla en la Gaceta Mercantil del 12 de junio de 1846. Véase El Comercio del Plata del 3 y 4 de junio de 1846 y lo que al respecto dice Bustamante (equivocando el combate de San Lorenzo con el de Quebracho) en su libro los Errores de la Intervención, página 114.

(9) Esta protesta se insertó en El Nacional de Montevideo de 17 de enero de 1846.



Fuente



Saldías, Adolfo – Rozas y el Brasil – Ed. Americana – Buenos Aires (1945)

Turone, Oscar A. – Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

sábado, 11 de agosto de 2018

Argentina: Combate de la Quebrada de Miranda

Combate de la Quebrada de Miranda







Cuesta de Miranda - Pcia. de La Rioja


Denominada como Quebrada o Cuesta de Miranda, este accidente geográfico se encuentra a 35 kilómetros de la ciudad de Chilecito, dentro de la provincia de La Rioja. Allí tuvo lugar, en junio de 1867, la batalla de la Quebrada de Miranda, episodio en el que triunfaron las montoneras federales por sobre las fuerzas militares mitristas.

No se trató de una batalla más, dado que este acontecimiento significó, antes que nada, el resurgimiento inesperado de los federales del noroeste luego de la estrepitosa derrota que sufrieron en abril de ese mismo año en la batalla de Pozo de Vargas. Las pérdidas ocasionadas por la más sangrienta lucha civil argentina habían sido totales: de 4.000 federales armados, “cuando amaneció el día siguiente me hallaba rodeado de 180 hombres, unos sin armas, otros con armas inutilizadas, y ya toda tentativa de ataque por mi parte se hizo imposible, absolutamente imposible”, dirá en un documento el caudillo y coronel Felipe Varela.

Las montoneras dispersas se reagruparon como pudieron y enseguida asediaron nuevamente a las fuerzas militares, es decir, los portavoces más obstinados del liberalismo inglés proveniente del puerto de Buenos Aires. Desde luego, los montoneros jamás volverán a presentar combate en el número extraordinario de 4 mil hombres. Ahora, las luchas serían intermitentes y con menor cantidad de tropas. Estas últimas características rodearon, de alguna manera, la batalla que describimos.


Desarrollo de la contienda

Chilecito estaba controlado por las fuerzas “nacionales” del coronel José María Linares, a quien se le pidió que controle y siguiera de cerca a las montoneras que aparecían por doquier. En la zona, Linares tenía una guarnición de 300 soldados; más tarde, y provenientes del departamento de Arauco, se le sumarán doscientas tropas más que se hallaban bajo el mando del coronel Nicolás Barros.

Ambos jefes mitristas habían hecho un mal cálculo de la situación. Pensaban que el teniente coronel Martiniano Charras había exterminado a las fuerzas de Felipe Varela en la localidad de Las Bateas, cuyos restos pensaban encontrar cerca de Chilecito, pero grande fue la sorpresa cuando tanto Linares como Barros tuvieron en frente al ejército federal completo y dispuesto al enfrentamiento inminente.

Las acciones se desencadenaron el día 16 de junio de 1867, en la Quebrada de Miranda. Al frente de la montonera, que era superior en número al enemigo, estaba Felipe Varela, y lo secundaban, entre otros, el coronel Severo Chumbita y el capitán Ambrosio Chumbita. La infantería del comandante Barros, no pudiendo frenar la rabiosa embestida de los gauchos montoneros, emprendió rápidamente la huida, actitud que imitaron las fuerzas de caballería del coronel Linares.

Felipe Varela decide no darles tregua ordenando la inmediata persecución de las tropas unitarias. Jefes y tropas escapan con desesperación mientras que los soldados atrapados son rápidamente ejecutados. En dicha persecución logran dar con un ayudante de Linares, don Santiago Sierra, al cual degollarán días más tarde. Entre tanto, los montoneros federales, viéndose amos y señores de la situación, persisten en la búsqueda de los soldados mitristas. El coronel José María Linares había permanecido varios días escondido entre la vegetación de la Quebrada de Miranda, hasta que una partida federal lo captura y lo lleva prisionero.

Muy mala fama se había hecho este Linares por aquellas zonas, donde los lugareños lo tenían como uno de los más perversos matadores de montoneros. Las fuerzas del Quijote de los Andes organizaron un consejo de guerra contra el coronel Linares que lo condenó a ser pasado por las armas. En el proceso, el reo confesó con frialdad sus horripilantes crímenes. Su ejecución se llevó a cabo en la plaza principal de Famatina, el 24 de junio de 1867.

Un ex integrante de las tropas de Linares y, como él, enemigo acérrimo de las montoneras federales, don Vicente Almandoz Almonacid, expresó en su momento que “de este modo terminó el hombre que sirviendo a la causa de los principios, era odiado por las chusmas, porque siempre había sido el azote de los montoneros en estos departamentos”.

Tras este importante triunfo, los gauchos federales volvían a afianzar su poder en el noroeste argentino, al tiempo que cuidaban que los paisanos no vayan como carne de cañón a los frentes paraguayos y que el nuevo orden liberal no se imponga en las comarcas y provincias del interior. Luego de las acciones, Felipe Varela se dirigió a Chilecito en donde el montonero de nacionalidad chilena, Estanislao Medina, lo esperaba con los brazos abiertos. Ante estas novedades, un impaciente y desconcertado Bartolomé Mitre, como presidente de la nación, decide organizar una embestida más planificada y con mayor grado de dureza y represión sobre las montoneras criollas. Otra etapa comenzaría desde entonces.


Fuente


De Paoli, Pedro y Mercado, Manuel G. “Proceso a los Montoneros y Guerra del Paraguay”, Eudeba, 1973.

Luna, Félix. “Felipe Varela. Grandes Protagonistas de la Historia Argentina”, Editorial Planeta, Octubre de 2000.

Portal www.revisionistas.com.ar

Turone, Gabriel O. – El triunfo federal de la Quebrada de Miranda – Buenos Aires (2009).

viernes, 10 de agosto de 2018

Guerra antisubversiva: Juan Carlos Alsogaray y las lágrimas de cocodrilo

La dramática historia del general Julio Alsogaray y su hijo terrorista

El padre encabezó el golpe que depuso al presidente constitucional Arturo Illia y entronizó a Onganía el 28 de junio de 1966. Su hijo Juan Carlos se educó en Paris, se incorporó a Montoneros y murió en Tucumán luego de ser capturado por el Ejército

Por Eduardo Anguita (ex terrorista montonero)
Por Daniel Cecchini 28 de junio de 2018
Infobae



El golpe de Estado que terminó con el gobierno de Arturo Illia, el 28 de junio de 1966

Un chico cruzaba por debajo del Cabildo aquel frío martes 28 de junio de 1966. Cursaba el primer año del Nacional de Buenos Aires y vivía aterrado por la cantidad de tareas que le daban. Sin embargo, al mirar a su izquierda, hubo algo que lo desconcentró y lo atrajo: colimbas con uniforme marrón claro de combate. Algunos lucían el máuser con bayoneta calada detrás de las bolsas de arena apiladas como en las trincheras de sus juegos infantiles.

El chico fue solo un testigo involuntario y siguió apurado porque 7.45 tocaba el timbre y debía estar formado al lado del aula.


Los miles de transeúntes seguían su rutina, a las oficinas, a los talleres, sin importar que dentro de la Casa Rosada deponían al médico cordobés Arturo Illia, a la sazón presidente de los argentinos.

Los radicales habían ganado tres años antes las elecciones porque el peronismo estaba proscripto.

A Illia le faltaban 105 días para cumplir la mitad de su mandato pero sabía que su tiempo iba a ser más corto: ni el balbinismo ni mucho menos el frondizismo lo iban a apoyar, el peronismo celebraba el fin de sus días y los laboratorios medicinales apuraban la salida de "la tortuga", como le decían, porque el presidente quería controlar las ganancias de los fabricantes e importadores de medicamentos.

-En representación de las Fuerzas Armadas vengo a pedirle que abandone este despacho –le dijo a Illia un vasco macizo, general de Caballería, el arma pituca del Ejército.



El general Julio Alsogaray y su hijo Juan Carlos, quien se unió a Montoneros y murió en el monte tucumano

El vasco tenía 48 años y su bisabuelo, Álvaro Alzogaray, había estado en La vuelta de Obligado al lado del almirante Guillermo Brown. El apellido cambió la zeta por la ese y Julio Alsogaray, esa mañana fría, era el elegido para echar de la Casa Rosada a un aguerrido hombre de paz que estaba por cumplir 66 años.

-Usted no representa a las Fuerzas Armadas sino a un grupo de insurrectos –le espetó el presidente.

La economía argentina crecía a tasas chinas pero Illia sabía que estaba en una soledad completa. Había llegado a la Presidencia con solo el 23% de los votos y una ola de golpes de Estado recorría el continente.

-Con el fin de evitar actos de violencia lo invito a abandonar esta casa –dijo el general.

-¿De qué violencia me habla? –respondió el médico.

Un rato después, a las 7.25, la guardia de infantería de la Policía Federal, con lanzagases en banderola, echó a Illia. Al día siguiente, otro general, Juan Carlos Onganía, se sentaba en la silla de Illia. Un mes después, a la vuelta del Buenos Aires, la guardia de infantería usaba gases y palos para echar profesores universitarios. Se consumaba la intervención a la Universidad de Buenos Aires en la llamada Manzana de las Luces. Se apagaba la autonomía en las casas de altos estudios y los colegios universitarios. Una mecha se prendía en muchos hogares de clase media.



A las 7.25, la guardia de infantería de la Policía Federal, con lanzagases en banderola, echó a Illia

Aquella mañana del 28 de junio, el chico de primer año del Nacional Buenos Aires vio la ancha vereda de la calle Bolívar entre Alsina y Moreno muy alborotada. Reconoció a un compañero de división que tenía un diario Crónica en la mano y decía a voz en cuello:

-Es un golpe de Estado. Lo dio Pistarini.

El chico del diario era "El Colorado" Alfredo García, el mejor jugador de fútbol de la división.

Los Alsogaray

En ese 1966, Julio Alsogaray logró ser el nuevo jefe del Ejército e impuso a su hermano mayor, Álvaro, como embajador en los Estados Unidos: desde ese puesto, el capitán ingeniero facilitaría al gobierno de Estados Unidos las huellas dactilares de Ernesto "Che" Guevara.

Lo que no había conseguido el general era que sus dos hijos Julio y el menor, Juan Carlos, de 20 años, sintieran la estirpe militar como propia.

En verdad, Juan Carlos, intentó entrar al Colegio Militar cuando tenía 16 años, pero lo rebotaron por miope. Entonces se anotó en Sociología en la Universidad Católica.

Sus ideas y opiniones, incompatibles y revoltosas, hicieron que el rector de la Católica le sugiriera al general, sin admitir opinión en contrario, que Juan Carlos estudiara en otro lado. Eso y su admiración por los sociólogos y filósofos franceses, llevaron a este muchacho atlético y con anteojos de marco grueso -así como a su compañera de entonces, Cecilia Taiana, hija del médico personal de Juan Perón, Jorge Taiana- a mudarse a París, lejos de los ruidos y las persecuciones que su propio padre, al que quería mucho, ejercía sobre el común de los mortales.



 Julio y Juan Carlos de niños, hijos del general Julio Alsogaray

Justo en ese 1968, el general dejaba la comandancia del Ejército y era reemplazado por otro general recio y gritón: Alejandro Agustín Lanusse.

Lanusse también era de Caballería y, al igual que Alsogaray, se había sumado al fallido golpe contra Juan Perón en 1951. Por ese intento de golpe de Estado, los dos habían pasado más de tres años presos. En sus familias se respiraba un antiperonismo visceral.

Sin querer, Juan Carlos saltó de la sartén al fuego: fue testigo y partícipe del mayo francés de 1968. En el Quartier Latin y La Sorbonne se cruzaba con otros argentinos como el cura Carlos Mugica, que daba clases en El Salvador y ya lideraba a los curas tercermundistas. Al igual Juan Carlos, Mugica tenía un padre conservador que había sido canciller de Arturo Frondizi. Al igual que Mugica, Juan Carlos se hizo peronista. Al igual que Mugica, había ido un tiempo al Nacional de Buenos Aires unos años antes que el chico que cruzaba por el Cabildo aquel 28 de junio de 1966.

Martín creció en un hogar de clase media, intentando reconstruir su historia y sus ideas en este guiso de opuestos no tan complementarios.


Juan Carlos, antes de su viaje a París (de lentes)

Llegó a primera división del Buenos Aires Cricket and Rugby Club y cuando su cabeza dejó de ser ovalada, eligió una vida alternativa lejos de mandatos y obligaciones instauradas, y se fue a recorrer una parte del Globo. Viajó subsistiendo a base de oficios buscas, como payaso y malabares en las esquinas. Así, Martín Alsogaray conoció una vida más hippie. De algún modo, siguió los pasos de su tío Juan Carlos cuando volvió de Francia, con una gran melena y barbudo, por eso el apodo de "Jipi".

El Jipi decidió que su destino era luchar. Si algo tenía de la estirpe familiar era pelear armas en mano. Pasado el tiempo, se sumaba a las luchas clandestinas en el corazón de las villas, integrado a la organización Montoneros.

Amor padre e hijo

Una situación muy especial le tocó vivir a su padre en agosto de 1971, cuando tenía 53 años y ya estaba alejado de la rutina del entrenamiento militar. Un comando del ERP fue hasta su casa para secuestrarlo.

El plan era simple: un morocho de 1.85 y algunas peleas amateur le daba un par de piñas y otro par de militantes lo subían a una camioneta.

Lo agarraron de sorpresa, el morocho le embocó dos jabs y el general en vez de caer al piso quiso retribuir la gentileza. Resultado: el morocho se dio cuenta de que el vasco era más duro de lo que pensaba y el operativo se frustró.



El ERP quiso secuestrar a Julio Alsogaray en agosto de 1971, pero el militar se resistió y el operativo se frustró. Su hijo sintió alivio porque su padre estaba sano y salvo

El Jipi se alivió porque su papá estaba sano y salvo ya que, a pesar de las diferencias insondables, el amor de ida y vuelta entre padre e hijo estaba intacto. Esa vez, al menos, el Jipi supo que ganaban los del otro bando.

-El Jipi era tan cabeza dura y decidido, que el 20 de junio de 1973, cuando ya tenía una responsabilidad importante en la orga, se paró en la vía del ferrocarril con una 45 en la mano y paró el tren para que se subieran parte de los que iban a recibir a Perón a Ezeiza –cuenta un ex compañero del Jipi.

En Montoneros era un secreto que el hijo de Julio Alsogaray, sobrino de Álvaro y primo hermano de la todavía ignota María Julia, era parte de sus filas.

Muerte en Tucumán

Poco tiempo después, mientras sus padres, Julio y Zulema, se recluían en la casa, Juan Carlos encaraba lo que para un combatiente urbano era el desafío mayor: atreverse a la guerrilla rural.

La conducción de Montoneros lo envió a Tucumán, una provincia caliente, que tenía al general Antonio Bussi como jefe de Operaciones de la Quinta Brigada.

Allí el ERP tenía un grupo de insurgentes que acampaba en los montes, cerca de los ingenios azucareros, al sur de la provincia. Algunos de los oficiales montoneros, entre ellos el Jipi, participaron de las patrullas del ERP para familiarizarse con las adversidades y las alimañas de esa modalidad de combate.

Un tiempo después, aquel pibe que a los 16 años que había sido rechazado en el Colegio Militar estaba al frente de una columna montonera que hacía maniobras de entrenamiento en la zona norte de Tucumán. Tenía 29 años.

Los criminales del Ejercito Revolucionario del Pueblo en Tucumán

El 23 de febrero de 1976, cuando todos sabían que era inminente el golpe militar, Juan Carlos Alsogaray no regresaba a la base. Su compañera, Adriana Barcia, avisó a la familia la desaparición del Jipi.

Julio y Zulema recibieron la noticia y diez días después estaban sentados en el despacho de Bussi, quien, apenas una década atrás, recibía las órdenes de Julio Alsogaray a través de sus mandos. Esta vez, el jefe de la Quinta Brigada los recibió en su casa, como una deferencia, pero trató con desprecio no solo al general sino a su esposa. Bussi les mostró una foto de Juan Carlos muerto. Zulema, al ver la cara desfigurada de su hijo, se largó a llorar.

-Señora, no voy a permitir que llore en mi presencia. Si usted perdió un hijo, a mí todos los días me matan uno en el monte tucumano –dijo Bussi.

El matrimonio se retiró. Pudieron recuperar el cuerpo y hacer pericias. La foto mostraba a Juan Carlos con un uniforme azul, el que usaban los montoneros en operaciones. El parte de la Quinta Brigada era que había muerto en combate. Los informes periciales no daban lugar a dudas: había sido apresado vivo y matado a golpes, tiros y bayonetazos.

 

A Julio y Zulema Alsogaray, el general Bussi les mostró una foto de su hijo muerto: tenía la cara destrozaba y el uniforme azul que los montoneros usaban en operaciones

Julio, el hermano mayor de Juan Carlos, se fue exiliado con su mujer y los tres hijos de ambos a Montevideo.

Martín, quien habló con Infobae para reconstruir la vida de Juan Carlos, se enteró siendo muy chico que su tío había muerto. Su padre, Julio, le transmitía un gran respeto por su hermano menor.

Años después, recuperada la vida constitucional en Argentina, Julio que nunca pudo superar el asesinato de su hermano menor, fue a Tucumán para presentarse en los tribunales y exigir justicia por Juan Carlos, a quién reivindicaba como oficial montonero. Julio tenía suficientes elementos para demostrar que Juan Carlos no había muerto en combate sino vilmente torturado y asesinado.

De vuelta a aquel golpe

Siete años después de perder a su hijo menor, en enero de 1983, cuando la Argentina parecía encaminarse al fin de las dictaduras, el general retirado Julio Alsogaray visitaba en su casa de Córdoba a un muy enfermo Arturo Illia. Fue pura y exclusivamente a pedirle disculpas. No quería que el presidente que él había depuesto muriera sin saber de su arrepentimiento.

Una década después, a los 76 años, el general Alsogaray moría. Julio hijo siguió con las presentaciones ante la Justicia hasta que murió del corazón hace pocos años. Martín vive en Bariloche, les dio el apellido Alsogaray a sus tres hijos. Además, conserva como un tesoro las fotos y las cartas familiares.

Aquel chico que cursaba en Nacional de Buenos Aires en 1966, cada tanto, pasa por el edificio de la calle Bolívar y ve las dos placas que recuerdan al más de centenar de chicos y chicas que cursaron el Buenos Aires y murieron bajo la represión o son detenidos desaparecidos.

Uno de los que figura en la placa es El Colorado García, aquel talentoso jugador de fútbol. El Colorado fue secuestrado en la puerta de su casa de Ramos Mejía el 5 de julio de 1978. Apenas habían pasado 12 años desde que García había dicho "esto es un golpe de Estado". En la vereda de la casa donde lo sacaron a patadas hasta subirlo al baúl de un auto, hay un tilo que en primavera da flores lilas. A los pies del tilo hay una placa que recuerda al Colorado.

jueves, 9 de agosto de 2018

Libro: Sobre los chinos que sirvieron al ECh en la Guerra del Pacífico



Entrevista con Heidi Tinsman, autora de "Rebel Coolies, Citizen Warriors, and Sworn Brothers: The Chinese Loyalty Oath and Alliance with Chile in the War of the Pacific"


por Sean Mannion | Hispanic American Review of History

Heidi Tinsman es profesora de historia y estudios de género y sexualidad en la Universidad de California, Irvine. Es autora de Comprar en el Régimen: Uvas y Consumo en la Guerra Fría Chile y Estados Unidos y Socios en conflicto: la política de género, sexualidad y trabajo en la reforma agraria chilena, 1950-1973. Puede leer su nuevo artículo "Rebel Coolies, Citizen Warriors, y Sworn Brothers: The Chinese Loyalty Oath y Alliance with Chile in the War of the Pacific" en HAHR 98.3.

1. ¿Qué le interesó a Chile como área de investigación?

En la década de 1980 llegué a la mayoría de edad y, como mucha gente de mi generación, mi interés en Chile comenzó con indignación por el apoyo de Estados Unidos a la dictadura de Pinochet y su papel fundamental en el derrocamiento de Allende. Mi primera clase universitaria en la historia de América Latina fue impartida por el incontenible Michael Jímenez, que hizo que sus estudiantes de Princeton vieran los tres tambores de La batalla de Chile de Patricio Gúzman.


Una protesta en Santiago de Chile contra la dictadura de Pinochet. Foto de Kena Lorenzini, donada al Museo de la Memoria y los Derechos Humano. Licencia bajo CC BY-SA 3.0. (Encuentra el original aquí).

2. Mientras que su nuevo artículo HAHR comparte con sus libros anteriores un enfoque en Chile, cambia al siglo XIX para discutir la experiencia de los hombres chinos durante la Guerra del Pacífico. ¿Qué llevó a este nuevo enfoque?

La constante en todos mis proyectos, incluido este, ha sido un enfoque en las luchas laborales de género y agrario. Mi interés en los trabajadores chinos comenzó con la enseñanza de Historia Mundial en la Universidad de California, Irvine, lo que me llevó a involucrar más seriamente las historias de China. Al mismo tiempo, en mis clases en América Latina, tuve muchos estudiantes asiático-americanos que compartían historias sobre abuelos que venían a las Américas no a través de San Francisco o Nueva York, sino a través de Lima, La Habana y Hermosillo. Como historiadora del trabajo, hace tiempo que conozco a los "trabajadores chinos" en América Latina y al hecho de que en su mayoría están en las notas a pie de página. Comencé a pensar cómo los paradigmas de los estudios de área nos encerraban en narrativas que siempre los convertían en personajes menores. Rastrear la historia de los trabajadores chinos en Chile necesariamente lo lleva a Perú y la Guerra del Pacífico porque ahí es donde y cuando Chile anexa vastos territorios, incluidos los trabajadores chinos.

3. ¿Qué desafíos planteó su base de origen para este artículo y cómo los resolvió? ¿Qué desafíos particulares plantearon los sujetos históricos de investigación cuyas vidas abarcaron múltiples continentes e idiomas?

No tengo habilidades en chino; pero en realidad hay bastantes fuentes chinas en español, portugués e inglés. En el siglo diecinueve, los chinos en las Américas usaban regularmente embajadas británicas, americanas y diversas latinoamericanas para representar sus intereses; y los peruanos chinos escribieron en español. Los chilenos y los peruanos también tenían mucho que decir sobre los comerciantes y trabajadores chinos. De hecho, se trataba de una historia chilena sobre un "juramento de lealtad chino" que me hizo preguntar, ¿por qué diablos los chilenos prestaron tanta atención a los hombres chinos?



Una ilustración de periódico del juramento de lealtad chino al ejército chileno durante la Guerra del Pacífico (Quintín Quintana, una figura clave en el artículo de Tinsman, está a la derecha). Desde El Nuevo Ferrocarril (Santiago), 1880

4. De acuerdo con la biografía de su artículo, este artículo es parte de un proyecto más amplio sobre trabajo y masculinidad chinos en la América Latina del siglo XIX. ¿Qué espera esta investigación para contribuir a la investigación reciente sobre la diáspora asiática en América Latina?

Esa es una gran pregunta! Ahora hay un montón de trabajo emocionante sobre la migración china a América Latina y los latinoamericanos descendientes de chinos, por lo que no tengo que hacerlo solo. Mi interés particular no es tanto la historia de la diáspora asiática, que otros han mejorado, sino también la importancia de los trabajadores chinos y los debates sobre los trabajadores chinos para construir economías latinoamericanas y articular las ideas latinoamericanas sobre la nación, que fueron también siempre vinculado a reclamos sobre raza y género. Quiero resaltar cuán latinoamericana era y es la presencia china.

5. ¿Has leído algo bueno recientemente?

La triología Ibis del novelista Amitav Ghosh sobre el comercio de opio entre India y China es brillante y fue una inspiración para este proyecto.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Biografía: Nicolás Mihanovic, emprendedor naval

Nicolás Mihanovich



 

Nicolás Mihanovich (1846–1929)

Nació en Doli, cerca del puerto Duvronik sobre el Mar Adriático (actual Croacia, anteriormente Imperio Austrohúngaro), el 21 de enero de 1846. A temprana edad comenzó a navegar por los mares Mediterráneo y Negro. Luego extendió sus viajes al Océano Atlántico, y en 1864, llegó al Río de la Plata con su compatriota y amigo Dionisio Ivancovich. Desembarcó en Montevideo como tripulante de la embarcación británica “City of Sydney”, fue al Paraguay (1), y por fin se radicó en Buenos Aires, en 1875.

Comenzó desempeñándose como capitán del “Jenny”, pequeño buque de cabotaje destinado a los servicios del Plata, y luego del barco “Buenos Aires”, hasta que los tomó en arrendamiento, agregándose a la flotilla el “Kate”, gemelo del primero.

A raíz de un accidente en el que perdió la vida su colega genovés Juan Bautista Lavarello, contrajo matrimonio con la viuda Catalina Balestra, dueña de varios barcos, que unió a los arrendados, aumentando la potencialidad de la flotilla. Además, con ella fundó un hogar patriarcal con numerosísimos hijos. Nueve años después, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, abrió un escritorio para ocuparse de asuntos navieros, que fue la base de la importante casa del ramo que existe actualmente.

Hacia 1887, dejó las pequeñas lanchas y adquirió un modesto vapor. Desde esa época, comenzó a realizar trabajos de remolque a la entrada del puerto de Buenos Aires con el “Vigilante”, “Tejedor”, “Sol Argentino” y “Puerto de la Boca”, tareas que dirigía personalmente.

En 1894, ya era dueño de la flotilla “La Platense”, comprada a una compañía armadora inglesa, y poco después, absorbía a su rival, las “Mensajerías Fluviales”.

La empresa fue en constante aumento, sobre todo, desde comienzos del siglo XX, y en 1903, transformó la casa armadora en sociedad anónima limitada con un capital inicial de seis millones de pesos nacionales, el que pronto aumentó.

En 1909, la empresa se amplió bajo el rubro de “Sociedad Argentina de Navegación Mihanovich”. Fue una compañía anglo-argentina con directorio en Londres y en Buenos Aires, ambos presididos por el fundador.

Poco antes del estallido de la primera guerra mundial, incorpora a su flota las turbonaves de pasajeros “Ciudad de Buenos Aires” y “Ciudad de Montevideo”, que representaban, para aquel entonces, un considerable adelanto. Después de la terminación de la guerra, la compañía Mihanovich contaba con más de 300 buques que valían aproximadamente 26 millones de pesos.

Los barcos de Mihanovich se hicieron familiares en los grandes ríos del país y en la carrera a Montevideo, alcanzando hasta las costas brasileñas. Simultáneamente, su hermano Miguel, fundador de la Compañía “Sud Atlántica”, S. A. atendía todos los servicios costeros de Buenos Aires a Patagones, cuyo muelle fue construido por iniciativa propia para facilitar y agilizar el comercio con el sud.

Su contribución para el desarrollo de la marina mercante argentina fue muy grande. Prestó además, otros servicios a nuestro país y a su patria natal. Fue cónsul honorario de Austria-Hungría, y el emperador Francisco José le acordó una condecoración. Los soberanos de Rusia, Inglaterra y España también lo condecoraron. El último de ellos, lo hizo con la Cruz de Segunda Clase de la Orden del Mérito Naval, y la Encomienda de la Orden de Alfonso XIII.

Fue director del Banco de Italia y Río de la Plata, desde 1902 a 1915, y presidió otras grandes empresas industriales, como Campos y Quebrachales de Puerto Sastre; Grandes Molinos Porteños; Introductora de Productos Austro-Húngaros; La Positiva, La Oxhídrica, Frigorífico La Blanca, Lloyd Yugoslavo, otras sociedades de seguros y bancos.

Se distinguió también, una vez consolidada su posición económica, como filántropo. En su patria, modernizó la ciudad natal de Doli dotándola de servicios sanitarios, y de otras mejoras edilicias, creando con Miguel Mihanovich allí una fundación.

En Buenos Aires donó los fondos necesarios para la instalación de la Sociedad de Socorros Mutuos Austrohúngara y el edificio de la legación de su país. Cuando el Obispo de Temnos, monseñor Miguel de Andrea, organizó su gran colecta de beneficencia en terrenos donados por Antonio Leloir, hizo edificar, con fondos de su peculio, las casas del barrio para obreros que lleva su nombre (2). Durante su vida distribuyó entre sus hijos la mayor parte de su fortuna.

Igualmente las manifestaciones de arte no le fueron indiferentes y las estimuló.

Falleció en Buenos Aires, el 24 de junio de 1929. Su vida constituye un ejemplo, por la fe y perseverancia que puso en el trabajo, y en el esfuerzo personal. Su residencia de la calle Juramento entre O’Higgins y Tres de Febrero, fue una de las joyas arquitectónicas más preciadas de la ciudad, a comienzos del siglo XX. Después pasó a ocuparla el presidente Quintana a fines de 1905, y vivió en ella hasta pocos días antes de su muerte. Desapareció este palacio en 1941.

Un puerto del Paraguay lleva su nombre, y en la Argentina ni una calle de la zona portuaria, ni un barco de nuestra flota mercante lo recuerdan, justamente a quien fuera su fundador.

Referencias


(1) Mihanovich comenzó a trabajar como botero para el aprovisionamiento de las tropas en la guerra con el Paraguay.
(2) Las viviendas estaban destinadas a obreros calificados. Es un conjunto de dos tiras de casas. Las fachadas de una de las tiras dan a la calle Escalada al 1100, entre José E. Rodó y Chascomús (Barrio Parque Avellaneda, Buenos Aires), y las fachadas de la otra dan a un pasaje cerrado. Al frente posee la Parroquia Santa María Goretti, sobre Escalada.

Fuente

Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1975).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
González Climent, Aurelio – Flota Argentina de Navegación de Ultramar - Anuario del IEMMI, Buenos Aires (1958)
Portal www.revisionistas.com.ar

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

martes, 7 de agosto de 2018

Revolución de Mayo: Batalla de Sansana

Batalla de Sansana





Coronel Manuel Dorrego (1787-1828)

Luego del pronunciamiento de mayo de 1810 se producen algunas acciones derivadas de él. El ejército patriota, que ha contribuido a afirmar al gobierno con el triunfo de Suipacha, se apresta a realizar nuevos avances en su campaña libertadora, peri su deficiente equipamiento, unido a la falta de verdadera experiencia guerrera, producen el desastre de Huaqui, el 20 de junio de 1811, golpe que causa en Buenos Aires tremenda consternación.

Decidido el gobierno a enfrentar la situación, el propio presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, se dirige al Norte con un grupo de oficiales. Su propósito consiste en reorganizar las fuerzas dispersas, pero no llega a realizarlo, pues la Junta lo destituye, reemplazándolo con el coronel Juan Martín de Pueyrredón, que ha fugado de Potosí con los tesoros que se guardaban en la casa de Moneda. Manuel Dorrego integra el grupo de oficiales que marcha al Norte con Saavedra, y que, por las circunstancias apuntadas se encuentra luego a las órdenes de Pueyrredón.

Dorrego hacía poco que había regresado de Chile con el grado de capitán de la milicia chilena, el cual no había sido reconocido aquí, por lo tanto era uno de los muchos voluntarios sin asignación precisa. Su actitud, no puede ser más desinteresada, ya que parte a la guerra sin sueldo, costeándose los gastos de su propio bolsillo. Es lo que entonces se denomina un “oficial aventurero”.

Pero esto no lo desanima. Al contrario, su dinamismo y su fervor patriótico se destacan en todo momento, llamando muy pronto la atención de sus jefes.

Las provincias del norte, mientras tanto, no permanecen inactivas. Salta y Jujuy organizan fuerzas para hacer frente a los realistas, que amenazan invadir desde el Alto Perú. Güemes capitaneando sus gauchos, forma una barrera en la quebrada de Humahuaca, hostilizando al enemigo para dar tiempo a la reorganización del ejército.

Dorrego se encuentra así en medio de una fuerza militar heterogénea, en la que se debaten diversas tendencias antagónicas. Y él no es precisamente un elemento de concordia, dada su naturaleza turbulenta, sino que esta llamado a chocar con quienes quieren imponerle principios que no le agradan. En primer término, su espíritu rebelde encuentra inaceptable la rígida disciplina que el segundo jefe del ejército, coronel José Moldes, quiere imponer a toda costa. Debido a que goza de la confianza y la amistad de Pueyrredón, Moldes procede con toda autoridad a someter a oficiales y soldados a la disciplina aprendida en las academias europeas.

Pero el material humano con que cuenta es reacio a dejarse manejar de tal manera, porque hasta ese momento ha actuado libremente, casi a su arbitrio. En particular los oficiales porteños no sólo se muestran desobedientes a sus indicaciones, sino que se permiten actitudes arrogantes u hostiles.

No es necesario decir que Dorrego a la cabeza de ese grupo levantisco, que se opone a las reformas que Moldes quiere introducir en el ejército. Este, por su lado, dirige sus ataques en especial contra los porteños, presentando severas quejas a Pueyrredón. Su propio carácter, autoritario y presuntuoso, así como sus modales y su lujoso tren de vida, no son los más apropiados para conquistarle las simpatías de sus subordinados.

El historiador salteño Bernardo Frías ha presentado un cuadro de esta situación en el que, comprensiblemente, carga las tintas, pero que merece citarse para comprender la gravitación que Dorrego tiene entre sus compañeros. Dice Frías que la “pretendida reforma en el ejército atrajo a Moldes la enemistad y el odio bullicioso de aquella oficialidad, cuya alma y calor era Dorrego, y le llamaron el tirano Moldes”. (1)

Según el mismo historiador, a pesar de las resistencias encabezadas por Dorrego, Moldes logra imponer el peso de su mano de hierro en el ejército, remontándolo e instruyéndolo con eficacia.

A fines de 1811, Pueyrredón dispone que una fuerza, al mando del coronel Eustoquio Díaz Vélez, se adelante hacia el Alto Perú, con el objeto de tomar contacto con el enemigo, y también para ayudar de este modo a los cochabambinos, que luchan con heroico estoicismo, indiferentes al terror desatado contra ellos por los realistas.

Tan peligrosa se supone la empresa, que el batallón de infantería destinado a ella se subleva el día de su partida del cuartel general en Jujuy, dando origen a una severísima represión, que incluye el fusilamiento de los cabecillas. Dorrego solicita entonces un puesto en la columna, y Díaz Vélez lo designa ayudante suyo. Se asegura que el joven capitán, sin grado reconocido, se gana de inmediato la confianza y la estima de su jefe, quien le confía misiones delicadas.

Una vez que la fuerza patriota alcanza el puesto avanzado de Yavi, se adelanta hacia la provincia de Chichas, donde se halla la vanguardia realista. El general Goyeneche dispone entonces el envío de un cuerpo de 400 hombres, y ambas columnas quedan a la vista una de otra. Más los realistas consideran imprudente medirse con una fuerza superior en número, pese al refuerzo de 600 hombres que viene al mando del general peruano Francisco Picoaga. Contramarchan entonces, perseguidos por Díaz Vélez, pero es éste quien ahora comprende la inutilidad de un encuentro con esa fuerza que ya cuenta con 1.000 soldados. Díaz Vélez se ha reforzado con 200 hombres de caballería al mando de Güemes, y así comienza a replegarse, no sin librar algunas escaramuzas.

La columna patriota llega en su retroceso hasta Cangrejos, y acampa después en un lugar llamado Los Colorados, a la espera de las órdenes de Pueyrredón. Al siguiente día, 16 de diciembre, Díaz Vélez recibe un parte de la avanzada que está en Pumahuasi, por el que se le comunica que, en un pueblito situado a cuatro leguas de allí, Sansana, hacia al poniente de Yavi, hay una partida realista encargada de la custodia de una provisión de harina.

De inmediato dispone que un grupo salga en procura de ese alimento, del que tiene gran necesidad. Como se trata de una misión arriesgada, confía su mando a Dorrego, convencido de que la decisión y la inteligencia de su ayudante son una garantía de éxito para la empresa.

Es la primera vez que Dorrego se va a encontrar en el compromiso de una auténtica acción militar, pues hasta el momento su experiencia se reduce a los incidentes de Chile (motín de Figueroa) y a la dudosa preparación que recibe en el cuartel general del ejército del norte. Ahora tendrá oportunidad de ser empleada su capacidad de iniciativa y de mando, que parecen ser cualidades innatas en él.

El mismo día que recibe la información, Díaz Vélez destaca una partida de 40 hombres, en cuyo mando secundan a Dorrego los tenientes Luis García y Antonio Bazán. Las órdenes especifican que se debe caer sobre el enemigo por sorpresa y arrebatar la harina, todo ello operando con la mayor rapidez.

En la mañana del mismo día, Dorrego, con su pequeña fuerza, se aproxima a Sansana, encontrándose con que en unos ranchos de las afueras acampa la partida realista. Esta es atacada de inmediato, y procura entonces parapetarse en unos tapiales, a la espera del socorro que no dejarán sin duda de prestar otras partidas, atraídas por los disparos. Se combate valerosamente por ambos lados por espacio de una hora. Finalmente tras una carga decisiva de los patriotas, causante de la muerte del oficial español, aquéllos se encuentran en posesión del depósito buscado. Pero no es harina lo que allí se guarda, con lo que se desvanece la ilusión de saborear alguna sabrosa comida, sino los equipajes de los soldados y aún de varios oficiales realistas, además de 27 mulas y 19 fusiles. De estos últimos -dice Díaz Vélez- “seis se hicieron pedazos en el acto de acción”.

De todas maneras, no es un botín despreciable, y Dorrego dispone que se lo cargue. En ese mismo momento aparece por una altura próxima otra fuerza enemiga, esta vez más numerosa, pues consta de unos 150 hombres.

Obligado por esta situación francamente adversa, Dorrego resuelve replegarse dejando abandonado el botín, no sin antes prenderle fuego a los ranchos en que se hallaba el resto del equipaje que no había podido tomar la tropa, el que según el incremento que habrá tomado el fuego, cuando se retiraron se redujo todo a cenizas

El de Sansana puede ser considerado un triunfo de Dorrego, por las bajas que causa al enemigo, y por su maniobra al encontrarse con una fuerza superior, a la que se debía eludir todo trance.

Referencias


(1) Bernardo Frías – Historia de Güemes y de Salta – Tomo II, Buenos Aires (1907).

Fuente


Díaz Vélez, Eustoquio – Parte del combate redactado el 19 de diciembre, en Colorados (Depto. de Yavi).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Portal www.revisionistas.com.ar

Sosa de Newton, Lily – Dorrego – Ed. Plus Ultra, Buenos Aires (1967).

Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

lunes, 6 de agosto de 2018

SGM: Las estaciones meteorológicas alemanas del Atlántico Norte

Estos alemanes estacionados cerca del Polo Norte fueron los últimos en rendirse, en septiembre de 1945

Elly Farelly | War History Online





La operación Zitronella tuvo lugar el 8 de septiembre de 1943. Aunque el nombre podría evocar imágenes de una campaña librada en las cálidas costas mediterráneas, nada podría estar más lejos de la realidad. Era el nombre en clave de una incursión alemana para destruir una estación meteorológica aliada en la isla de Spitzbergen, la mayor de las islas que forman el archipiélago de Svalbard en el Mar Ártico.

Svalbard, que consiste principalmente en islas deshabitadas, se encuentra aproximadamente a medio camino entre Noruega y el Polo Norte. Su importancia estratégica se debía a su posición en el mar de Barents, que proporcionaba una ruta para suministros aliados desde y hacia Rusia.

También era un lugar ideal para la observación meteorológica y, de hecho, su remota estación meteorológica secreta fue el último puesto avanzado en rendirse finalmente tres meses después de que la guerra en Europa había terminado oficialmente, y dos días después de que Japón se rindiera.


De las estaciones de caza de ballenas a las estaciones meteorológicas

Durante los siglos XVII y XVIII, las islas se habían utilizado como estaciones balleneras. Más tarde, en el siglo XIX, se explotó el carbón y otros minerales importantes, a medida que la minería se convirtió en la industria clave. Las islas habían estado bajo soberanía alemana hasta el final de la Primera Guerra Mundial, después de lo cual fueron pasadas a Noruega bajo el Tratado de Versalles. Por lo tanto, no es de extrañar que Alemania intentara volver a tomar el territorio que anteriormente estaba bajo su control.

En abril de 1942, una fuerza noruega desembarcó en Barentsburg en la Operación Fritham para establecer una presencia permanente en las islas, pero esta operación encontró dificultades considerables. Sin embargo, en el verano de 1943, estaban bien establecidos.


Operación Zitronella


Ubicación de las estaciones meteorológicas alemanas. Por Sémhur - FAL

El 6 de septiembre de 1943, el Comando naval alemán se reunió para lanzar un ataque contra la guarnición noruega restante en Spitzbergen. Las fuerzas de ataque usaron dos grandes acorazados; Scharnhorst y Tirpitz, así como una serie de barcos más pequeños. Un ataque al amanecer dos días después les trajo una victoria decisiva.

Tanto el Tirpitz como el Scharnhorst abrieron fuego contra las defensas noruegas antes de llegar a la costa con las partidas de desembarco. Al mediodía, la batalla había terminado. Nueve soldados noruegos fueron muertos, mientras que otros 41 fueron tomados prisioneros.

El vertedero de suministros y una estación de radio también fueron destruidos antes de que los barcos alemanes regresaran a salvo a Altenfjord y Kåfjord en la costa de Noruega. Las fuerzas noruegas restantes se retiraron al interior y se reabastecieron rápidamente después de que los alemanes se hubieran retirado.

Guerras del tiempo en el Atlántico norte


La moderna estación meteorológica en la isla de Hopen.

Después de su exitosa incursión en Spitzbergen, los alemanes usaron su ventaja para establecer una serie de estaciones meteorológicas, siendo la más famosa en la Isla Hopen, una de las más pequeñas de las masas terrestres deshabitadas.

En septiembre de 1943, bajo el nombre clave de Operación Haugeden, un equipo de once hombres zarpó, junto con un barco de suministros, para llevar a cabo un trabajo que proporcionaría información crucial a los comandantes alemanes. Al igual que sus enemigos y sus aliados. Alemania necesitaba tener información meteorológica confiable en el Atlántico Norte y los Océanos árticos.

También quería evitar que otros países obtuvieran información valiosa sobre las condiciones climáticas. Los datos meteorológicos eran importantes principalmente porque afectaban a la planificación militar. Permitió una mejor planificación de rutas para barcos y convoyes. Ser capaz de predecir los niveles de visibilidad también fue un factor importante en la planificación de operaciones exitosas.

Por ejemplo, a veces se requería una buena visibilidad para permitir vuelos de reconocimiento y bombardeos, o para facilitar misiones fotográficas. También fue útil poder predecir los períodos de mala visibilidad que pueden ocultar naves o dificultar la acción del enemigo.

Las transmisiones meteorológicas no solo proporcionaron a su lado la información que necesitaban, sino que también podían utilizarse para confundir al enemigo. Sabiendo que las transmisiones a menudo eran interceptadas por la parte contraria, se podían difundir datos falsos codificados y desinformación.

Las condiciones que encontraron los soldados de la Operación Haugeden en la isla de Hopen eran muy diferentes a las de su patria. Gracias a la lejanía de la ubicación, había poco riesgo de ataque de las tropas enemigas, pero el riesgo de encontrarse con osos polares significaba que los hombres no podían salir sin tomar sus armas.

Rodeado por un denso hielo a la deriva a temperaturas tan bajas como -40 grados Celsius, existía un riesgo constante de congelación e hipotermia. Como también resultó, había un riesgo muy real de que los meteorólogos pudieran quedar varados en la Isla si perdían el contacto con los camaradas de otros lugares.

Esto era más probable debido a la naturaleza secreta de sus actividades, de hecho, eso es exactamente lo que casi sucedió.

Rendición final 


Hopen Island, Svalbard - Por Tupsumato, CC BY-SA 3.0

La estación meteorológica de Hopen permaneció activa desde el 9 de septiembre de 1944 hasta el 4 de septiembre de 1945. En mayo de 1945, poco después de que Alemania se rindiera oficialmente, la estación meteorológica perdió el contacto por radio y solo disponía de un pequeño bote de remos para el transporte. permanecer en la isla

Siguieron como antes, viviendo de sus raciones de comida enlatada, lo que les duraría fácilmente un año más, y continuaron transmitiendo sus informes meteorológicos mientras intentaban ponerse en contacto con la palabra externa. No fue hasta agosto de 1945 que pudieron recuperar el contacto de radio con Alemania y pedir ayuda. Al final, la ayuda llegó en la forma de un barco noruego de caza de focas que recogió a los hombres el 4 de septiembre de 1945.

El capitán noruego invitó a los soldados alemanes a cenar con él, una oferta que debe haber sido muy bienvenida después de tantos meses de sobrevivir con alimentos enlatados. Los soldados alemanes no estaban seguros de cómo responder a esta invitación de sus antiguos enemigos.

El capitán alemán decidió hacer un gesto formal hacia el capitán noruego. Sacó una pistola que dejó sobre la mesa y anunció que ya era hora de que se rindieran. El capitán noruego se sorprendió por este extraño giro de los acontecimientos y le preguntó si podía guardar la pistola como recuerdo.

El capitán alemán aceptó su pedido y luego compartieron una comida bajo los auspicios de la paz. Y así, los once soldados de la Operación Haugeden se convirtieron en la última tropa alemana en rendirse, tres meses después de que se declarara la paz en Europa.

domingo, 5 de agosto de 2018

Biografía: José María Bulnes Yanquetruz

José María Bulnes Yanquetruz





 Cacique José María Bulnes Yanquetruz (1831-1858)

Nació en la provincia de Buenos Aires, en 1831, hijo del cacique Cheuqueta. A los seis años de edad, fue tomado prisionero por los pehuenches del norte, y seguramente vendido llegó a Chillán para formar parte de la servidumbre de algún potentado local (¿General Manuel Bulnes?) que se preocupó de darle instrucción. Aprendió a leer y escribir de manera rudimentaria y conoció las costumbres del pueblo.

En 1850, repitió la proeza de su padre dándose a la fuga. Logró reclutar una partida de guerreros, quizá mocetones que estuvieron a las órdenes de su progenitor con los que cometió una serie de tropelías por Patagones y Bahía Blanca.

Luego de aumentar las filas de su escuadrón, optó por incorporarse a las huestes de Calfucurá. Su alianza no fue duradera. Adquirió gran ascendiente, y tomó como mujer a una de sus hijas llamada Mashal. Durante la época en que estuvo al lado suyo participó activamente en las campañas depredatorias. Temeroso aquél de su combatividad y talento, urdió trama para eliminarlo, pero Yanquetruz consiguió ponerse a salvo con su gente yendo a ocupar el territorio de sus mayores.

Al sur del río Limay venció a una parcialidad de patagones, que dominó aliándose de inmediato con ellos. Reforzadas sus tropas, atacaron a Calfucurá, quien los derrotó, obligándolos a retirarse a sus lares, y ambos jefes quedaron más enemistados que nunca.

Después de la caída de Juan Manuel de Rosas buscó la amistad del cristiano, pero sin conseguirla mayormente. A fines de 1854 o 1855, atacó a Calfucurá, el que ya actuaba a favor de Urquiza, en Salinas Grandes, consiguiendo arrebatarle crecida cantidad de hacienda que comerció en Patagones con la autorización del comandante Julián Murga.

Desvinculado de Calfucurá, por estar distanciado, realizó por su cuenta varios ataques sucesivos a Patagones en el postrer año.

Combate de San Antonio de Iraola


El 8 de septiembre de 1855, Yanquetruz y sus hombres invadieron campos y poblados en la zona donde hoy se ubican, entre otras, las ciudades de Juárez, Chillar y Tandil; ante tal situación, el general Hornos, acantonado en Azul, ordenó al teniente coronel Nicanor Otamendi que, con 124 soldados, marchara en auxilio de las poblaciones en peligro. El 12 de septiembre, el escuadrón llegó a la estancia San Antonio de Iraola (actual Partido de Benito Juárez)

Al parecer, tanto Yanquetruz mismo como la indiada en general tenían mucho respeto por el teniente coronel Otamendi y, como se dirigían en esa dirección, le mandó a su lenguaraz (traductor), a los efectos de convencerlo de que lo dejara pasar sin entrar en combate, ya que arreaba, como producto de sus correrías, 20.000 animales robados, amén de algunas cautivas, con el propósito de venderlos en Chile. Otamendi aprisionó al lenguaraz, ante lo cual la indiada, enardecida, se lanzó contra sus tropas.

Al amanecer del 13 de septiembre, y después de algunas escaramuzas, advirtiendo que no sería posible enfrentar a 2.500 indios de lanza en campo abierto, el teniente coronel y sus hombres se abroquelaron en un corral de palo a pique de la estancia mencionada, comenzando un combate desesperado. Otamendi resolvió atacar, abriendo el fuego con un pequeño cañón y disparos de carabinas; a la ca­beza de sus soldados fue el primero en cargar contra el enemigo cayendo muerto en la puerta del corral. Los indios echaron pie a tierra y llevaron un ataque formidable con sus lanzas y boleadoras en medio de una gritería infernal, que hizo espantar a la caballada encerrada, lo que motivó que los animales pisotearan a los defensores.



Batalla de San Antonio de Iraola


Los soldados, entorpecidos por su propia caballada, resistían el ataque de oleadas de indios, los cuales desmontaban y echaban por delante sus caballerías, para protegerse de las balas de los defensores. Tras más de dos horas de lucha, los pocos soldados de Otamendi que aún se encontraban vivos, incluyendo los heridos, se reunieron en círculo alrededor de su jefe y del glorioso estandarte celeste y blanco, peleando cuerpo a cuerpo y cayendo uno a uno, sin dar ni pedir piedad. Cuando el humo de la pólvora y el polvo de la caballada se disipó, sólo se sintió el grito victorioso de la indiada degollando a los enemigos heridos.

En el lugar, yacían los cuerpos de 124 soldados, así como los de más de 300 indios, amontonados en inmediaciones del corral. Sólo quedaron vivos un corneta de alrededor de 15 años, herido levemente, a quien Yanquetruz llevó a Chile con él, pues le gustaba oír tocar ese instrumento, así como un soldado de apellido Roldán (gravemente herido, con 7 lanzazos en el cuerpo), quien fue encontrado por una patrulla de la división Azul y llevado a esa localidad, donde médicos militares le salvaron la vida.

Aún calientes los cuerpos del teniente coronel Otamendi y sus 124 soldados muertos en combate, el capitanejo Yanquetruz, ebrio de poder y ginebra, se pavoneaba de la victoria en las tolderías del cacique Calfucurá, arengando a la indiada manifestándole que las cautivas cristianas iban a ser entregadas a ese jefe indio, previo sometimiento de las mismas, y que él se iría a Valdivia por el Camino de los Chilenos, a fin de negociar la hacienda robada con comerciantes de ese país, que eran sus únicos amigos.

Firma del tratado de paz


Durante los siguientes meses de 1855, Yanquetruz continuó maloneando por la zona de Tandil, Lobería y La Tinta, robando hacienda, asaltando estancias, secuestrando cautivas y matando a cualquier colono y/o soldado que tratara de impedir su obra maléfica.

Relevado Julián Murga, lo reemplazó el comandante Benito Villar, en octubre de ese año, quien no tardó en trabar amistad con Yanquetruz, logrando pocos meses después su alianza, sin reticencias, alentado sobre todo, por su resolución de aniquilar el poderío de Calfucurá con la ayuda de milicianos bien armados.

El gobernador Pastor S. Obligado, interesado en evitar los malones, y asegurar un refuerzo serio para la lucha contra Calfucurá, le remitió en 1856, dos cartas en las que le hizo ofertas tentadoras. Por su parte, el coronel Villar comisionó al capitán Pablo Morón, de Guardias Nacionales y al teniente Morando para que sirvieran de enlace entre los caudillos indios y las autoridades.

Con el ánimo dispuesto para celebrar la paz y alianza ofensiva y defensiva contra las tribus enemigas del Estado, Yanquetruz llegó a Patagones el 13 de abril de 1857, para entrevistarse con el coronel Villar. Terminadas las ceremonias protocolares en la Comandancia, se embarcó en el vapor “Belisario” para dirigirse a Buenos Aires a fin de ratificar y firmar el tratado de paz y alianza, recomendado a Mitre por el Juez de Paz, Manuel B. Alvarez.

El 14 de mayo de 1857, el gobierno de la provincia de Buenos Aires firma un tratado de paz con el capitanejo Yanquetruz, donde se le reconoce el grado militar (teniente coronel), sueldo y cargo, así como uso del uniforme.

Invitado de honor a Buenos Aires, es recibido personalmente por el gobernador Obligado. Entre muchos agasajos y banquetes que tuvo, fue convidado, con su comitiva, a una función de gala en el teatro Colón, donde se les brindó la ópera “Il Trovatore”; Yanquetruz no sólo se durmió en la butaca de tan respetable Coliseo, sino que, embebido en alcohol, dejaba escapar todo tipo de gases de naturaleza humana ante lo más encumbrado de la sociedad porteña. También fue invitado a una fiesta en una residencia particular

El 19 de mayo de 1857, en el acto de asunción del nuevo gobernador, Valentín Alsina, Yanquetruz estuvo a su lado, presidiendo la festividad y la parada militar correspondiente. Con el gobernador saliente, recorrió la ciudad de Buenos Aires a caballo, acompañado por su séquito.

Estuvo en los festejos del aniversario de la Revolución de Mayo, y el 26 se embarcó en una lujosa goleta en el puerto de Buenos Aires, con rumbo a Carmen de Patagones (donde se encontraban sus toldos y casi siempre realizaba sus correrías), siendo despedido por el gobernador en ejercicio, funcionarios de turno, políticos y la banda del Ejército tocando marchas acordes con el “emocionante momento”.

Llanquetruz, indudablemente, era el más talentoso entre sus pares, porque “sin haber estudiado en la Escuela Superior de Guerra, ni derecho internacional y sin ser un estadista –como dice el doctor Vignati- supo comportarse a la altura de cualquiera de ellos con rasgos bien perfilados”.

Apenas llegado a Patagones se entregó a los excesos y desarreglos del alcohol. Reconvenido seriamente por el coronel Villar, prometió abstenerse de beber para cumplir sus compromisos. Finalmente cambió su comportamiento y se situó en Valcheta interesado en formar un establecimiento.

En 1858, arribaron a Patagones, Yanquetruz y su primo Sayhueque, con otros capitanejos, animados de las mejores disposiciones de obediencia al gobierno, lo que exasperaba a Calfucurá. A pesar de ello, mantenían relaciones diplomáticas, ya sea por correspondencia o por emisarios.

Guardó mucha afición por el alcohol, y una vez ebrio, le daba por pelear. En uno de esos entreveros, el 28 de octubre de 1858, fue muerto de una puñalada por la espalda, en la pulpería de Luis Silva, frente a la plaza de Bahía Blanca, por el capitán de Guardias Nacionales Jacinto Méndez.

Al conocer su trágico fin, Calfucurá y sus huestes olvidaron todos los resquemores y no pensaron más que en vengar en él la muerte de uno de los suyos. Con ese fin organizaron prontamente una expedición formidable que saqueó el pueblo de Bahía Blanca, el 19 de mayo de 1859, último malón, donde Calfucurá salió mal parado.

El viajero y cronista Augusto Guinnard no ocultó su admiración por el cacique, y según él, la destreza y valentía de Yanquetruz eran tan relevantes que lo convirtieron “en una especie de personaje que los españoles (seguramente debería decir argentinos) procuraron atraerse a toda costa”.

El explorador Guillermo Cox, informa que Yanquetruz no era alto, pero tenía su imponencia; su rostro, aunque feo, expresaba audacia y franqueza; magnífico en su indumentaria, casi siempre vestía casaca fina, sombrero claro, chiripá azul y calzoncillos bordados. Y jamás se desprendía del sable, cuya empuñadura y vaina era de plata maciza, como los estribos, el freno, las cabezadas y otras prendas de su apero. Y les complacía que los mocetones de su escolta fueran así, igualmente ostentosos”.

A su vez, George G. Musters, que anduvo por Patagones en 1870, lo cita en su obra, titulándolo poderoso cacique, y dice que logró concluir los antiguos feudos, y unir bajo su mando a los indios de ellos. Era alto ( a diferencia de lo que expone Cox), musculoso, de serio y grave continente, de agilidad felina, tenía músculo de acero, ha escrito un contemporáneo, Sánchez Ceschi. Presumía de elegante.

Por último el doctor Vignati, ha expresado: “Llanquetruz no era un indio vulgar; era capaz de elevarse a especulaciones intelectuales de orden étnico –la influencia telúrica es tan violenta en él como en otros de mayor prosapia- que, por disparatadas y pueriles que sean, muestran un cerebro que pensaba en algo más que en satisfacciones materiales como lo hacían sus connacionales. Llegó a exponer tesis propia relativa al parentesco que vinculaba a los alemanes con los habitantes norpatagónicos”. Posteriormente agrega: “no era un hombre vulgar”.


Fuente


Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1985).

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Pérez, Daniel Eduardo – Nicanor Otamendi, el héroe de San Antonio de Iraola.

Portal www.revisionistas.com.ar

Torti, Enrique – El escuadrón inmolado – La Nueva Provincia (Bahía Blanca).

Vignati, Milcíades A. – Un capítulo de etno-historia norpatagónica – Buenos Aires (1972).