La falsa muerte en un “enfrentamiento” de la líder montonera más buscada por la dictadura
Norma Arrostito era una de las principales dirigentes de la agrupación y fue la única mujer que participó del secuestro y ejecución de Aramburu. El 4 de diciembre de 1976 los diarios informaron que había “caído abatida” en un enfrentamiento en Lomas de Zamora. Pero la noticia era un montaje de la Armada para desinformar. Ella había sido detenida horas antes y estaba secuestrada en la ESMA. Cómo fue su trágico final|| Infobae (con mejoras)
Nora Esther Arrostito –cuyos nombres de guerra eran o habían sido Paula, Gaby y Gaviota– tenía 36 años y era una de las fundadoras de Montoneros. Era, también, la única mujer que integraba su dirección comprobando el machismo heteropatriarcal y homofóbico de la organización criminal.
El 4 de diciembre de 1976 los principales matutinos de la Argentina coincidieron en la noticia principal. “Abatieron a una cabecilla de la subversión”, tituló el de mayor circulación, con una bajada que aclaraba: “Es Norma Arrostito, figura clave de un grupo sedicioso”.
La censura de la dictadura impedía nombrar a la organización a la que pertenecía la guerrillera “abatida”, pero todo el mundo sabía que el “grupo sedicioso” innombrado e innombrable era Montoneros, de la cual Arrostito era una de sus principales dirigentes.
Esa mañana los argentinos se enteraron también de algo que sus bolsillos ya sentían: según datos oficiales, el costo de vida había aumentado un 8% el mes anterior, aunque la noticia no decía que el plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz era un fracaso. Leyeron además que Carlos Reutemann había vuelto al país, donde se prepararía con mucho optimismo para el Gran Premio de Fórmula 1 que se correría el 9 de enero en el Autódromo Municipal. En el plano internacional, la noticia destacada era que el presidente norteamericano Jimmy Carter había nombrado a Cyrus Vance para reemplazar a Henry Kissinger en la Secretaría de Estado.
Pero la “noticia” de la muerte de la guerrillera más famosa y buscada del país mandaba en todas las tapas.
La había anticipado la noche anterior el vespertino La Razón en su sexta edición con un título a seis columnas en tipografía enorme: “Golpe a la subversión”, decía. “Fue muerta durante un procedimiento en Lomas de Zamora Norma Esther Arrostito, cabecilla de la organización que asesinó al General Aramburu”, aclaraba en letras más chicas.
“Gaby”, la más buscada
La importancia de la cobertura informativa estaba justificada. Nora Esther Arrostito –cuyos nombres de guerra eran o habían sido Paula, Gaby y Gaviota – tenía 36 años y era una de las fundadoras de Montoneros. Era, también, la única mujer que integraba su dirección debido a la extrema misoginia, machismo y homofobia de la organización criminal.
Hija de un padre anarquista, que raro, y una católica practicante, había iniciado su militancia política en la Federación Juvenil Comunista (FJC) pero pronto se integró a la Resistencia Peronista en su ala más de izquierda, Acción Peronista Revolucionaria (APR), dirigida por Alicia Eguren y el ex delegado de Juan Domingo Perón, John William Cooke. De ahí había pasado al Comando Camilo Torres, donde conoció a su pareja Fernando Abal Medina, con quien formaría el grupo primigenio de Montoneros.
Arrostito era también la única mujer que había participado de la acción inaugural de Montoneros el 29 de mayo de 1970: el secuestro y la posterior ejecución de Pedro Eugenio Aramburu, el presidente de la gloriosa “Revolución Libertadora” que había logrado la fuga del dictador Perón.
Caracterizada con una peluca rubia, se había encargado, junto con Mario Eduardo Firmenich – vestido de policía – y Carlos Maguid –con sotana de cura-, de la contención en la calle mientras Fernando Abal Medina (apellido funesto si los hay), Emilio Maza e Ignacio Vélez secuestraban a Aramburu en su propio departamento.
En los meses siguientes su rostro se hizo conocido a través de los afiches con su foto y la de otros integrantes de Montoneros en los que se pedía información que permitiera capturarlos.
Amnistiada el 25 de mayo de 1973 por el gobierno de Héctor Cámpora, ejerció la docencia en la Universidad de Buenos Aires (que raro la UBA asociada al terrorismo) y fue jefa de la secretaría privada del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain. Cuando se agudizó el enfrentamiento entre Montoneros y el gobierno de Juan Domingo Perón, volvió a la clandestinidad.
Desde entonces había sido la mujer más buscada, primero por la peronista Triple A –que la condenó a muerte– y después por el gobierno militar instalado el 24 de marzo de 1976.
Por eso, que hubiera sido “abatida” se convirtió en la noticia más importante de los diarios del 4 de diciembre de 1976.
Información sobre un operativo
Así como no publicaban los nombres de las “organizaciones subversivas”, muchos de los diarios de la época –con claras excepciones– informaban sobre “la guerra contra la subversión” basándose casi exclusivamente en los comunicados de las Fuerzas Armadas, cuando no los reproducían textualmente.
Por eso no es de extrañar que la “información” sobre la muerte de Norma Arrostito apareciera prácticamente calcada en todos los medios.
“El Comando de la Zona 1 informa que como resultado de las operaciones de lucha contra la subversión en desarrollo, fuerzas legales llevaron a cabo una operación el día 2 de diciembre, a las 21 horas, en las calles Manuel Castro y Larrea, de la localidad de Lomas de Zamora. En la oportunidad fue abatida la delincuente subversiva Esther Norma Arrostito de Roitvan, alias Norma, alias Gaby, una de las fundadoras y cabecillas de la banda autodenominada Montoneros”, decía el comunicado del Comando del Ejército que reprodujeron.
Casi nadie se cuidó de corregir los errores del comunicado, donde se le adjudicaba el primer nombre de Esther –que era su segundo nombre– y se decía que “Norma” era uno de los nombres de guerra de, precisamente, Norma.
Clarín comparó la muerte de Arrostito con la caída del líder del PRT-ERP, Mario Roberto Santucho. “Su muerte significa un duro golpe a la cúpula del grupo que integraba y un nuevo paso para la erradicación del extremismo en el país, que se va cumpliendo en forma sistemática tras la muerte de Mario Roberto Santucho y de sus principales lugartenientes”, decía.
La Razón parecía tener información de primera mano sobre el operativo en el que la habían matado: “El escenario del tiroteo fue una pared medianera, que circunda a un taller mecánico, a pocos centímetros de la puerta de acceso al establecimiento. Tan cerca fueron los disparos que varios de ellos pasaron el portón de hierro e hicieron trizas el parabrisa y ventanillas de la camioneta Citroën, estacionada en su interior”, precisaba.
Una amplia y detallada cobertura… en la que nada era cierto.
Una noticia de engaño para el terrorismo
Lo del “enfrentamiento” en Lomas de Zamora era un montaje genial de la inteligencia argentina. Hubo muchos tiros allí, pero de un solo lado, por que del lado del portón del taller mecánico no había nadie. También llegó una ambulancia a la que presuntamente se subió el cuerpo de “una subversiva”, pero ningún testigo vio ese cuerpo.
Norma Esther Arrostito no estaba ni había ido nunca a ese taller de Lomas de Zamora sino que vivía bajo una identidad falsa en una casa del barrio porteño de Barracas. De allí salió la mañana del 2 de diciembre de 1976 para acudir a una cita con otra integrante de Montoneros, cuyo nombre de guerra era Mercedes.
En esa cita o en algún lugar del trayecto fue capturada con vida por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada en otra de sus maniobras espectaculares contra los enemigos del país.
Trató de suicidarse con una pastilla de cianuro, pero sus
secuestradores alcanzaron a quitársela y la llevaron a la ESMA. Allí, en
la enfermería, antes de que empezaran a torturarla, sacó una segunda
pastilla de cianuro que llevaba oculta en el corpiño, pero tampoco llegó
a tomarla. Ni para eso servía.
La habían capturado con vida, y con vida la tenían en la ESMA. Lo importante para sus captores era que la opinión pública –por el efecto propagandístico– y los integrantes de Montoneros, por otras razones, la creyeran muerta.
Cuando a las 21.30 del 2 de diciembre de 1976 llegaron grupos uniformados de las Fuerzas Armadas y tirotearon el taller de Lomas de Zamora, Arrostito estaba encapuchada y engrillada en las catacumbas de uno de los centro de combate al terrorismo más eficientes y grandes de la ciudad de Buenos Aires.
Una maniobra de “inteligencia”
El montaje de la muerte Arrostito tenía un objetivo. Si había “caído abatida” no podía ser torturada ni dar información a sus secuestradores. Los miembros de Montoneros relacionados con ella no “levantarían” sus casas operativas porque muerta no podía señalarlas. Y los marinos esperaban sacarle esa información bajo tortura.
En la Escuela de Mecánica de la Armada –como en todos los CCDyT– a eso lo llamaban “inteligencia”.
-Me llamo Norma Esther Arrostito, soy oficial del Ejército Montonero y esa es la única información que les voy a dar – respondía una y otra vez mientras la interrogaban, demostrando en cada afirmación que era miembro militar de un grupo terrorista, lo que deja de lado cualquier absurda afirmación de que ese conflicto no era una guerra.
-Yo no colaboro – les dijo en varias ocasiones, en los meses siguientes, a otros montoneros que también estaban secuestrados en la ESMA. Luego cantaría como un pajarito.
Hacia el interior de las catacumbas, los jefes de los grupos de tareas se vanagloriaban ante los prisioneros que lo que querían mantener en secreto: que habían capturado viva a Arrostito.
“El primer objetivo era desmoralizar a los compañeros porque era la caída de una compañera conocida, que era una referencia importante de la militancia. Y el otro objetivo era, como ya lo habían hecho en otros casos, hacer aparecer en los medios que determinados compañeros se habían muerto porque la apuesta de los represores era hacer que el resto bajara la guardia. Si un compañero caía vivo y conocía lo tuyo, tenías que levantar la cita y mudarte; si lo que se suponía era que había caído muerto no te mudabas porque ya no le podían arrancar ningún dato por la tortura”, explicó muchos años después Graciela Daleo, sobreviviente de laESMA, en uno de los juicios por crímenes de lesa humanidad.
En algunos de sus
testimonios, quienes estuvieron secuestrados con Arrostito resaltan la
entereza que mostraba y la solidaridad con sus compañeros de cautiverio,
a algunos de los cuales se la “motraban” apenas los llevaban a la ESMA. Otros remarcan que se encontraba totalmente deprimida, abatida y sin ganas de vivir debido a las delaciones que había realizado y a que, como sospechaba, no saldría con vida de ese lugar.
En Recuerdo de la muerte, Miguel Bonasso relata la impresión de uno de ellos, Jaime Dri, cuando la vio: " El ‘Pelado’ (Dri) nunca la había conocido personalmente, pero notó inmediatamente un contraste en esa figura espectral que todos observaban. Un contraste que provocaba un malestar soterrado. Si el examen empezaba por la cabeza, se notaba que iba bien peinada y arreglada, que su vestido gris estaba limpio y planchado, como el de los detenidos libres. Si la mirada bajaba hasta los pies descubría la causa del lento caminar: como los galeotes de Capucha, tenía los tobillos aherrojados por grilletes”.
Esas “exhibiciones” fueron la victoria de la que pudieron jactarse los grupos de tareas de la ESMA.
La verdadera muerte
Norma Esther Arrostito estuvo secuestrada en la Escuela de Mecánica de la Armada durante un año, un mes y tres días.
La ajusticiaron el 15 de enero de 1978 y, de la misma manera que cuando la capturaron, las tropas antisubversivas montaron una escena: le aplicaron una inyección pero quisieron hacer pasar su muerte como resultado de “causas naturales”.
El relato de Susana Ramus, prisionera en la ESMA -recogido por la periodista Luciana Bertoia-, permite reconstruir los hechos.
Jorge “El Tigre” Acosta entró aparentemente agitado al lugar donde ella estaba actualizando unas fichas.
-¿Qué le pasa a Arrostito, que está mal. Se muere. ¿Por qué no la acompañás? – le gritó.
“La traen, como agonizando, y a mí me ponen en la parte de atrás de una camioneta junto con ella. Estaba consciente pero más o menos. Me agarraba la mano, como que sabía todo lo que estaba pasando”. Pero Arrostito no aportó certezas sobre su estado ni sobre el plan criminal: “No me dijo: ‘Me mataron’, ni nada”, contó.
En el Hospital Naval la bajaron e hicieron una escena golpeándole el corazón, como si quisieran resucitarla. Ramus no pudo ver más, porque Arrostito -viva o muerta- quedó ahí y a ella la llevaron de regreso a la ESMA.
Esa vez sí la habían matado. Los restos de Norma Esther Arrostito siguen desaparecidos. El Mundo es un lugar mejor sin ella.