sábado, 15 de junio de 2024

Patagonia: El primitivo servicio de carretas entre Río Gallegos y Lago Argentino

"El tiempo de las carretas entre Gallegos y Lago Argentino."

Por:  Ibarra Philemon
Archivo Historico Municipal El Calafate




Tiempo de las carretas Entre Gallegos y Lago Argentino. Hubo un tiempo memorable de carretas, carros o chatas, tiradas por bueyes, mulas y caballos, que recorrieron las zigzagueantes huellas del territorio entre 1880 y 1930 aproximadamente. Esas tropas de chatas unieron los pueblos costeros con las estancias que iban formándose para “bajar” los fardos de lana y “subir” víveres y materiales. Este tiempo fue de epopeya por el clima muchas veces adverso y los oficios de artesanos que generó alrededor de los fletes, que luego la tracción a motor, el progreso, lentamente iría dejando atrás y en el olvido. Entre el lago Argentino y Gall Ríquez, Clark y Carrera Muchas estancias grandes o medianas tuvieron sus propias chatas, pero otros establecimientos, sobre todo los pequeños, elegían contratar el servicio de una tropa de chatas. Juan Pablo Ríquez nació en Uruguay, viajó en 1868 a Punta Arenas, Magallanes, donde fue capataz de la estancia “San Gregorio”. En esos primeros años la lana de Santa Cruz se llevaba al puerto de Punta Arenas. Eugenio Fernández -poblador de “Alquinta”- siempre contaba que una vez se le empantanaron los carros en la vega de “San Gregorio” y Ríquez se acercó a conversar con él: “Ponemos todas las yuntas de bueyes y no podemos sacarlas”, dijo Eugenio, y Juan Pablo respondió, “Pero es lo más sencillo, sáquenles las ruedas y cinchen los carros para que salgan como trineos” y así pudieron sacarlas. Era 1890, aproximadamente, cuando Eugenio Fernández entusiasmó a Ríquez para que viajara a Santa Cruz, porque había campos fiscales que estaban disponibles y éste pobló “Las Horquetas”. (Rodolfo Suárez había poblado otra estancia con el mismo nombre). Uno de sus hijos, Juan Emilio Ríquez, tuvo un carro tirado por caballos y en ese tiempo competía con Francisco Díaz, que también bajaba lana. En los campamentos corrían carreras de caballos, porque cada flota tenía un animal preferido. En sociedad con su primo Juan Marcos Clark y Luciano Carrera le bajaban la lana a Roy Watson de “Rincón Grande” hasta Puerto Santa Cruz y después, ya con unas catorce carretas y bueyes, fleteaban la lana de estancia “Anita”, entre otras. En esa época llevaron los materiales para las primeras estancias que se estaban formando. El invierno de 1905, que fue muy malo, los sorprendió por la estancia “El Tranquilo”, quedándose sin bueyes. No les molestó porque allí había siete mil vacunos salvajes y se dedicaron a amansar nuevas yuntas para sus carretas. Más adelante disolvieron la sociedad y cuando Ríquez fue como capataz a la estancia “El Tero”, de los Clark, sus carretas quedaron a cargo de Cárcamo, que trabajaba en “Fuentes del Coyle”. En 1923 Ríquez vendió cinco de las diez carretas que tenía trabajando y le compró el campo a Muñiz en 10.000 pesos y allí nacería “Verdadera Argentina”. Muchos de los fleteros fueron españoles. La vida cotidiana en España consistía en levantarse temprano para ordeñar las vacas, llevarlas al prado a pastar y buscarlas en la noche. Para aprovisionarse, las familias, hacían trueque entre las distintas aldeas e intercambiaban leche por polvo de trigo, uvas, etcétera. Cocinaban con grasa de chancho y cocían los alimentos en cacerolas que colgaban en los fogones de piedra. Las casas tenían el establo para los animales en la planta baja y en el primer piso se distribuían las habitaciones del hogar. Muchos jóvenes emigraron porque allí la vida era difícil, ya que no había posibilidades para prosperar. Luis Núñez Luis Núñez, nació en 1888 en Orense, Galicia y emigró en 1903, a los 15 años, para radicarse en Rosario, Santa Fe, con su hermano mayor Deotino. En 1906 se trasladaron a Río Gallegos donde ya se encontraba el otro hermano, Gerardo. Luis trabajó en el negocio de la firma “Varela y Fernández” donde ahorró el dinero suficiente para comenzar la actividad de fletero junto a su hermano. Transportaban fardos de lana, con carros tirados por caballos, desde las estancias al pueblo para embarcarlos. También llevaban víveres y materiales como chapas, maderas y alambrados, ya que eran los años en que se estaban construyendo muchos de los establecimientos ganaderos del territorio de Santa Cruz y, en 1912, transportaron algunos materiales para la construcción del puente de Güer Aike. En sus viajes abarcaban la zona de Gallegos y alrededores y la del lago Argentino para llegar al puerto de Gallegos y al de Puerto Coyle en su primera época. Luis Núñez llegó a tener 18 carros tirados por unos 20 animales cada uno. Trabajaban aproximadamente 25 hombres. Los carros eran llamados “chatas” y el paradero en Gallegos era el hotel “Los Hornos”, alejado de lo que era el centro del pueblo. Debían cuidar unos 400 caballos, alimentándolos y reponiéndolos después de cada viaje en “Las Nieves”, el campo que Núñez adquirió en 1918, ubicado en la zona de La Esperanza. Luego en la casa que adquirió en calle Zapiola y San Luis (hoy Jofré de Loaiza), en Gallegos tuvo caballeriza y herrería para enllantar los carros. La competencia en el transporte era con Domingo Campos y Willy Carper, entre otros, quienes tenían también su flota de chatas. Al poco tiempo Luis y su hermano Gerardo tuvieron cada uno su propia flota de chatas, aunque a veces trabajaban juntos. La oficina de contratación fue por muchos años el escritorio de Elbourne y Slater y el herrero que arreglaba los carros era Spartero Cerangiolli. El trayecto de Río Gallegos a El Calafate llevaba 20 días y se hacía en etapas de cinco leguas por jornada, acampando y pastoreando en el camino, muchas veces entrando en conflicto con los estancieros que no querían que los animales de las chatas pastorearan en sus campos, significaba un problema trasladar tantos animales. Durante el invierno no había actividad, entonces se arreglaban los aperos de los carros, se realizaban las refacciones para que en la primavera siguiente toda la tropa de chatas estuviera a punto. (Más tarde, en 1918, Luis Núñez fue incorporando camiones ingleses o tractores, como también se los llamaba, de marca Four Wheel Drive y Nash Quad, comprados en Punta Arenas, ambos de ruedas macizas y sin cabina, salvo que se les fabricara alguna). Contaba Luis que la bajada del Lago Argentino (Bajada de Rodiño, luego de Miguez) era muy complicada para descender con las chatas, colocaban seis caballos adelante del carro y unos 18 caballos tirando para atrás, así descendían lentamente la cuesta. Más de una vez se desbarrancó la chata atropellando a los animales, eran carros que cargaban 7.000 kilos. En las subidas, a veces algunos caballos quedaban colgados de las varas del carro debido a la ondulación natural del terreno. En los años que siguieron el transporte ya no tenía tanto auge como al principio, Luis quiso adaptarse a los cambios y optó por poblar un campo. Solicitó tierras para fundar la estancia “Los Luises” en la zona de Lemarchand, convirtiéndose en ganadero y dedicándose a la explotación ovina. Narciso “Gaucho” García Si bien Narciso “Gaucho” García nació en Buenos Aires, sus padres eran españoles. Ellos, Ramón García y Dolores Mastache, lo trajeron a Gallegos de meses. “Gaucho” no amansaba pero era muy de a caballo. Siguió con la tropa de chatas y carros que comenzó su padre. Contaban que un viaje al lago (Argentino) tardaba un mes, haciendo tres leguas por día. Sus cuñados Enrique “Cuti” y “Pacacho” Trevisán trabajaron con él. Una temporada fueron a Punta del Monte (campos de estancia “Sofía”) y cuando estaban saliendo del monte se les dio vuelta un carro y a “Gaucho”, que quedó apretado debajo, se le quebró una muñeca. Así anduvo manejando su carro hasta que después de cinco días llegó a Gallegos donde lo vio el doctor Zumalacárregui. Se convirtió en el primer paciente porque “Zuma” recién había llegado al pueblo. Más adelante “Gaucho” cambió los carros por camiones International y siguió haciendo fletes a las estancias. En 1937 consiguió un campo por la zona de El Cifre que llamó “La Filomena”. Nicolás Ajís Nicolás Ajís llegó a Río Gallegos en el año 1903, contando con tan sólo once años de edad, lo hizo siguiendo el consejo de su tío Emilio Rodiño, propietario del hotel “Español”. Una vez en el pueblo, vivió con sus tíos, a quienes ayudaba en el hotel como mozo y estudió en el Colegio Salesiano, luego de finalizada la escuela, trabajó en el negocio “Varela y Fernández”, donde estuvo junto a José González, quien luego sería el propietario del almacén “La Favorita”. Años más tarde Emilio Rodiño se ausentó por un tiempo y pobló un campo en la zona de Deseado al que bautizó “La Rosa” y regresó a Gallegos para vender el hotel. Nicolás también adquirió una chata tirada por caballos y se dedicó a los fletes, llevando mercadería a las estancias y bajando la lana al pueblo; él tenía su tropilla pastando en los campos que luego pediría al Gobierno Nacional. Más adelante junto a su esposa se harían cargo del hotel “Cerro Fortaleza” hasta convertirse en estancieros poblando “La Leonor”. Domingo Campos En 1900 llegaron al país los hermanos Bonifacio y Domingo Campos, provenientes de Castasueiro, La Coruña. El primero se radicó en Buenos Aires y abrió una librería. Domingo trabajó en la farmacia de un familiar, pero como no le gustaba la ciudad, con dieciséis años se trasladó al sur. En 1904 llegó a Río Gallegos y trabajó en carpintería y en el arreglo de chatas. Domingo empezó fabricando chatas y carros para también dedicarse al transporte. Adquirió un campo que llamó “Puesto Travesía” donde alcanzó a tener dos mil yeguarizos, ya que su tropa tenía entre diez y doce chatas. En esta actividad la reposición de animales era fundamental, por eso la importancia de su cría. En esos años llegaban a transportar cincuenta mil kilos de mercaderías. Cada chata contaba con dieciocho caballos, pero cuando tenían que cruzar el río Turbio o subir una cuesta, ponían los cadeneros y llegaban a emplear veinticuatro caballos por carro, entonces debían llevar una tropilla y al tropillero que también iba amansando y cada vez que llegaban a un lugar para acampar, eran unos doscientos caballos que se movían de un lado al otro. Cruzar el río Turbio era dificultoso, contaban que muchas veces con la correntada se daban vuelta las chatas. En ese tiempo no había seguros para el caso que se perdiera la mercadería y el trato era de palabra. Estos viajes cubrían la zona de Río Turbio, Calafate y Cancha Carrera. En un mismo viaje fleteaban víveres para varias estancias, que se llevaban una sola vez y para todo el año. El viaje al lago llevaba dieciséis días. En Gallegos paraban en el hotel “Los Hornos”, generalmente los fardos de lana quedaban en el predio de alguna barraca o bien en la misma playa, luego buscaban la mercadería en los negocios y a los pocos días volvían a salir al campo. En Gallegos y en “Puesto Travesía” se hacían las reparaciones de los carros y muchas veces también en el camino. Las chatas de Suárez eran tiradas por caballos y burros; las de Núñez por caballos y mulas y las de Campos solamente por caballos, al igual que las de Berberena de Lago Argentino El personal que manejaba las chatas no siempre era de lo mejor, los había peligrosos, aunque también muy fieles, por eso que en esos años la gente acostumbraba a movilizarse armada. Un viejo criminal apodado “Sombrero verde” trabajó con Domingo después de haber salido de la cárcel. Más adelante Domingo también se convertiría en estanciero. Francisco “Quico” García Francisco “Quico” García nació en 1892 en Vega del Ciego, Asturias, su familia se dedicaba a la labranza y cría de animales. Estudió con el cura del pueblo y a los catorce años ya trabajaba en las minas de carbón Duro Felgueras. Para evitar el servicio militar, a los veintidós años, respondió en 1912 al llamado de su hermano Constantino García que ya estaba radicado en Santa Cruz donde era alambrador y arriero. Francisco acompañó a su hermano en las tareas rurales junto a otros tantos asturianos. Con los años Constantino pobló la estancia “La Asturiana”, cerca de Esperanza. Francisco continuó alambrando y arreando, durante sus primeros años de hombre americano hasta que lo sorprendió la huelga rural de 1921 en la estancia “La Nevada” en la zona de Puerto Santa Cruz. A salvo, después de esos sucesos, adquirió una chata para bajar la lana de las estancias a los puertos, actividad que se hacía durante los meses de diciembre, enero, febrero y marzo de cada año, principalmente a Puerto Santa Cruz. Utilizaba tropas de caballos, tenía muchos estancieros como clientes y es interesante saber que los hoteles a lo largo de los caminos, estaban ubicados según las paradas de las chatas, que podían avanzar dos leguas por día y es por eso que surgieron El Calafate, Río Bote, El Cerrito, Esperanza, Fortaleza, Laguna Benito, Horquetas, Güer Aike y el manantial de Killik Aike Sur, hasta llegar finalmente a Gallegos. En ese entonces las chatas constituyeron una actividad muy importante, y cuando las tenían que reparar iban a las herrerías de Gaydoch, de Spartero Cerangiolli y a la de Núñez, los carreteros paraban en los hoteles de campo de la calle Zapiola y Francisco se hospedaba en “El Tropezón”, de los Sierpe, y dejaba la caballada descansando en los grandes patios. Francisco usaba pantalones breeches y antes de calzarse las botas, para resguardarse del frío, sobre las medias se fajaba las piernas con unas largas tiras de arpillera o lana. En el camino siempre llevaba su rifle para cazar, especialmente avestruces. Aprendió a preparar la picana, un nuevo plato que incorporó a su dieta. En 1929 Francisco García se modernizó y compró en La Anónima un camión Dodge. En el lago Argentino En la zona del lago Argentino todo el flete de la lana pasaba por el Mitre. El uruguayo Alejandrino Núñez tenía seis carros (de dos ruedas) tirados por caballos, y dos chatas (dos ruedas chicas adelante y dos grandes atrás). Manuel Díaz tenía su flota de carros tirados por bueyes, llevaba la lana en carro hasta Río Gallegos y regresaba con los víveres, demorando en cada viaje cerca de treinta días. También hacía viajes para otras estancias, como “Alta Vista” y “Cerro Buenos Aires” de Stipicic. El vivía en “Chorrillo Malo” que era de su hermano. Horacio Posadas fleteaba por los alrededores, aunque no bajaba a Gallegos; Sixto Boillos tuvo carretas con bueyes y también fleteaban los chilenos Juan Gómez y Gregorio Mansilla. Quien tenía tropa de carros o chatas se la pasaba bajando lana y acarreando leña y víveres para la zona del lago y el Cerrito. Cecilio Freile tenía el hotel Mitre y, además, dos carretas que manejaban Clorindo Ulloa y Francisco Baeza. El les encargaba que en Gallegos retiraran de “La Anónima” o “La Mercantil” veinte bolsas de azúcar de setenta kilos; cajones de fideos surtidos y bordalesas de vino (200 litros) para todo el año, además de yerba, harina y legumbres. El flete demoraba alrededor de quince días de ida y otros tantos de vuelta, si no rompían nada en el camino. En invierno la zona quedaba aislada, pero nadie se hacía mayor problema porque estaban provistos con todo lo que fuera víveres hasta la primavera. Entre Santa Cruz y San Julián A los diecisiete años Nicolás Cozzetti fue campañista y ovejero en la estancia “Monte León”, adonde amansaba y aprendió las tareas de campo. En 1916 volvió de la milicia, estuvo viviendo poco tiempo en Puerto Deseado hasta que se inició con los fletes. Consiguió una carreta y dos carros tirados por caballos, con los que viajaba a las estancias de la zona norte del río Santa Cruz, como “Laurita” y “La Blanca”, en la Pampa Alta. En la temporada de verano trabajaba con los carros, bajando lana y subiendo víveres y materiales. Cuando llegaba la época en que se terminaban los viajes, dejaba su caballada en campos de “La Luchita”, “Cien bis” y “Bi Aike”. Quedaba durante el invierno como ovejero en “La Luchita” hasta la temporada siguiente. Más adelante Nicolás adquirió “Mank Aike”.


Acerca De Las Fotos:

  • “Quico” García en una de sus chatas, Puerto Santa Cruz, 1922.
  • Las chatas de Núñez en calle Zapiola, Río Gallegos, 1915.
  • La tropa de chatas de Campos cargadas de postes y leña, sección “Laguna 4 Salada” de “Fuentes del Coyle”, 1915.
  • Otra imagen de “Quico” García y sus chatas en Santa Cruz.
  • Otra imagen de una de las chatas de Castro.
  •  Juan Emilio Ríquez.

Por: Pablo Beecher En La Opinión Austral
Los primeros transportes, específicamente en nuestra zona del Lago, cuya historia he desarrollado varias veces e incluso una Muestra hace años que debió ser permanente, las menciones a algunos de nuestros pioneros, Freile, el papá de el Nuno Mancilla, Díaz, Ulloa, Baeza, etc. Hay varios que no se nombran pero suele pasar, Cuadrado, Gutierrez, asimismo mi bisabuelo Almonacid o mi tío abuelo Zuñiga entre muchos.




jueves, 13 de junio de 2024

CIA: ¿Asesinó a Marilyn Monroe?

Asesino de la CIA confiesa haber matado a Marilyn Monroe


Por Vice

 

Defensa de Vietnam - Normand Hodges, un ex oficial de la CIA de 78 años, confesó haber matado a la actriz Marilyn Monroe.


marilyn monroe

El ex oficial de la CIA moribundo dio la confesión anterior en el Hospital General Sentara en Norfolk, Virginia. También dijo que en 13 años, de 1959 a 1972, siguiendo las órdenes del comandante, trabajando en un equipo de asesinato de 5 funcionarios activos, asesinó a 37 personajes desfavorables al gobierno de EE.UU. y a las agencias gubernamentales de EE.UU.

Todas las órdenes para asesinar a Hodges fueron recibidas de un comandante llamado Jimmy Hayworth.

El exasesino aún se encuentra muy lúcido y dijo que aún recuerda cada uno de sus asesinatos como si hubiera sucedido ayer.

Los objetivos de Hodges eran principalmente activistas políticos, políticos, líderes sindicales, periodistas e incluso algunos científicos y artistas con opiniones perjudiciales para los intereses estadounidenses.

Marilyn Monroe fue la única víctima femenina entre ellos y, según un ex oficial superior de operaciones, la orden de matarla fue dada directamente por sus superiores.

 
Norman Hodges

Hodges afirmó que los asesinatos se llevaron a cabo para eliminar "amenazas a la seguridad de la nación" porque muchas de las víctimas del oficial de la CIA habían expresado en ocasiones opiniones que podrían influir en las actitudes de millones de personas.

Según Normand Hodges, Marilyn Monroe tuvo un romance con el líder cubano Fidel Castro. Ella pudo "proporcionar información estratégica a los comunistas", por lo que para evitarlo, el comandante decidió inyectarle drogas para matarla, y la noche del 5 de agosto de 1962, Norman Hodges mató a Marilyn Monroe.

Justificando el crimen, Hodeges declaró: “Tenemos pruebas de que Marilyn Monroe no sólo se acostó con (el presidente) Kennedy, sino también con Fidel Castro. Mi oficial al mando, Jimmy Hayworth, me dijo que tenía que morir y que tenía que parecer un suicidio o una sobredosis de drogas. Nunca antes había matado a una mujer, pero seguí órdenes… ¡lo hice por Estados Unidos! Ella pudo pasar información estratégica a los comunistas, ¡y nosotros no podíamos permitirlo! ¡Debe morir! ¡Simplemente hice lo que tenía que hacer!

Hodges dijo que, entre la medianoche y la 1 a.m. del 5 de agosto de 1962, se coló en el dormitorio de Monroe y le inyectó a la actriz dormida una fuerte dosis de barbitúrico, Nembutal, junto con el fuerte sedante hidrato de cloral combinado.

Se dice que Hodges fue un alto oficial de operaciones de la CIA durante 41 años, lo que lo convierte en uno de los expertos en seguridad más confiables de Estados Unidos. Fue entrenado en tiro de francotirador, artes marciales y métodos especiales de matanza, como el uso de explosivos y veneno.

Hodges dijo que todos los testigos y personas involucradas en el asesinato de esta estrella también están muertos, pero hay noticias de que el FBI detuvo al ex asesino Hodges y comenzó a investigar y verificar sus declaraciones. Esta será una tarea difícil porque Hodges operó en la era anterior a la computadora, por lo que la mayoría de los registros de su misión pueden haber sido destruidos hace mucho tiempo o ser extremadamente difícil de encontrar, además, operaciones secretas. Tales cosas rara vez se escriben y los involucrados puede estar muerto.

miércoles, 12 de junio de 2024

Argentina: Gaucho declarando

 Año 1936

Declaración en la puerta de casa.

Buenos Aires, República Argentina.
AR-AGN-AGN01-AGAS-Ddf-rg-2589-140958. Buenos Aires. Argentina. (AGN│Archivo General de la Nación)


martes, 11 de junio de 2024

Argentina: La semana trágica, cuando los anarquistas fueron controlados por el gobierno

Del 7 al 14 de enero de 1919

"La semana trágica": Una masacre a la rebelión obreroa

La huelga de los 2.500 trabajadores metalúrgicos había comenzado el 2 de diciembre de 1918.


No pedían demasiado: jornada de ocho horas, salubridad laboral y un salario justo. Para ese entonces los Vasena habían vendido la fábrica a una empresa inglesa, pero seguían gerenciándola. Los antepasados de Adalbert Kriegar Vasena, ministro de economía de Onganía, se mostraron intransigentes frente a lo que llamaban la “insolencia obrera”. Lo que naturalmente puso más “insolentes” a los trabajadores, que decidieron tomar la fábrica y armar un piquete en la puerta del establecimiento en defensa de sus derechos. El señor Vasena tenía buenas relaciones con el gobierno, particularmente con el señor Melo, que además de ser un notable militante radical cercano a Yrigoyen era a la vez asesor legal de Vasena. Y logró que enviaran rápidamente policías y bomberos para castigar la “insolencia” de los explotados organizados. Todo comenzó el 7 de enero, a eso de las tres y media de la tarde, con un grupo de huelguistas que había formado un piquete tratando de impedir la llegada de materia prima para la fábrica. En ese momento, los conductores que pasaron por donde estaban los huelguistas, develando su verdadera función, comenzaron a disparar sus armas de fuego contra los trabajadores. Al grupo de rompehuelgas se sumaron inmediatamente las fuerzas policiales que estaban destacadas en la zona desde el comienzo de la huelga. Se vivió un clima de pánico en el barrio, la gente corría a refugiarse donde podía.
Cuando terminó de escucharse el ruido ensordecedor de los balazos el saldo fue elocuente: cuatro muertos. Tres de ellos habían sido baleados en sus casas y uno había perecido a causa de los sablazos propinados por la policía montada, los famosos “cosacos”. Hubo además, más de 30 heridos. Según La Prensa fueron disparados más de 2.000 proyectiles por unos 110 policías y bomberos. Sólo tres integrantes de las fuerzas represivas fueron levemente heridos. (…)
La historia oficial no recoge los nombres de los muertos del pueblo. Ellos fueron: Juan Fiorini, argentino, 18 años, soltero, jornalero de la fábrica Bozzalla Hnos., que fue muerto mientras estaba tomando mate en su domicilio de un balazo en la región pectoral; Toribio Barrios, español, 42 años, casado, recolector de basura, muerto en la avenida Alcorta frente al número 3189, de varios sablazos en el cráneo; Santiago Gómez Metrolles, argentino, 32 años, soltero, recolector de basura, de un balazo en el temporal derecho mientras se hallaba en la fonda de avenida Alcorta 3521, de Lázaro Alberti; Miguel Britos, casado, jornalero, muerto a consecuencia también de heridas de bala. Según el propio parte policial que reproduce La Nación, ninguno fue muerto en actitud de combate, ninguno estaba agrediendo a las fuerzas represivas.(…)
Frente a la gravedad de los hechos, uno de los causantes de toda esta tragedia, don Alfredo Vasena, se dignó a reunirse con los delegados gremiales en el Departamento de Policía y les ofreció la reducción de la jornada laboral a 9 horas, un 12 % de aumento de jornales y admisión de cuantos quisieran trabajar. Como la reunión se hizo larga, se decidió continuarla al día siguiente en la propia fábrica. Los obreros llegaron puntualmente a las diez, pero don Vasena se negó a reunirse argumentando que entre los delegados había activistas que no pertenecían a su plantel. Los obreros armados de cierta paciencia conformaron otra delegación que presentó el pliego de condiciones de los huelguistas: jornada de 8 horas, aumentos de jornales comprendidos entre el 20 y el 40 %, pago de trabajos y horas extraordinarias, readmisión de los obreros despedidos por causas sindicales y abolición del trabajo a destajo. Vasena prometió contestar al día siguiente y, a pedido de los obreros, ordenó que dejaran de circular las chatas de transportes. Pero los hechos se iban a precipitar.

Los muertos que vos matáis

Aquel jueves 9 de enero de 1919 Buenos Aires era una ciudad paralizada. Los negocios habían cerrado, no había espectáculos, ni transporte público, la basura se acumulaba en las esquinas por la huelga de los recolectores, los canillitas habían resuelto vender solamente La  Vanguardia y  La Protesta, que aquel día titulaba: “El crimen de las fuerzas policiales, embriagadas por el gobierno y Vasena, clama una explosión revolucionaria”. Más allá de las divisiones metodológicas de las centrales obreras, la clase trabajadora de Buenos Aires fue concretando una enorme huelga general de hecho. Los únicos movimientos lo constituían las compactas columnas de trabajadores que se preparaban para enterrar a sus muertos. Eran hombres, mujeres y niños del pueblo, con sus crespones negros y sus banderas rojas y negras, eran socialistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios que salían a la calle para demostrar que no le tenían miedo a la barbarie “patriótica” de los dueños del país, para dar claro testimonio de que no los asustaban las policías bravas y ahí andaban con su única propiedad, sus hijos, por las calles de aquella Buenos Aires que hacía historia. Lo único que pretendían era homenajear a sus mártires y repudiar la represión estatal y paraestatal. Previsor, el jefe de policía Elpidio González había solicitado y obtenido aquel mismo día del presidente Yrigoyen un decreto que aumentaba en un 20 % el sueldo de los policías a los que les esperaba una dura faena.


Masacre en el cementerio

A eso de las tres de la tarde partió el cortejo fúnebre encabezado por la “autodefensa obrera”, unos cien trabajadores armados con revólveres y carabinas. Detrás, una compacta columna de miles de personas, “el pobrerío” como les gustaba llamarlos a los pitucos. El cortejo enfiló por la calle Corrientes hacia el Cementerio del Oeste (La Chacarita). Al llegar a la altura de Yatay, frente a un templo católico, algunos manifestantes anarquistas comenzaron a gritar consignas anticlericales.
La respuesta no se hizo esperar: dentro del templo estaban apostados policías y bomberos que comenzaron a disparar sobre la multitud cobrándose las primeras víctimas de la jornada. Al paso de la columna por las armerías, éstas eran asaltadas por algunos de los manifestantes que “expropiaban” armas cortas, carabinas y fusiles para “la revolución social”.
Aproximadamente a las 17 horas de aquel 9 de enero la interminable y conmovedora columna obrera llegó a la Chacarita, la gente se fue acomodando como pudo entre las tumbas y comenzaron los discursos de los delegados de la FORA IX. En primera fila estaban los familiares de los muertos. Madres, padres, hijos, hermanos desconsolados y acompañados en el dolor y la necesidad de justicia por miles de personas. Mientras hablaba el dirigente Luis Bernard, surgieron abruptamente detrás de los muros del cementerio miembros de la policía y del ejército que comenzaron a disparar sobre la multitud. Era una emboscada. La gente buscó refugio donde pudo, pero fueron muchos los muertos y los heridos. Los sobrevivientes fueron empujados a sablazos y culatazos hacia la salida del cementerio. Según los diarios, hubo 12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de 100 muertos y más de cuatrocientos heridos. Ambas versiones coinciden en que entre las fuerzas militares y policiales no hubo bajas. La impunidad iba en aumento. No había antecedentes de semejante matanza de obreros.
Pese a todo, el pueblo movilizado no se amilanó y siguió en la calle exigiendo justicia y pidiéndoles a sus dirigentes que continuara la huelga general, cosa que efectivamente ocurrió. La agitación seguía, y mientras se producía la masacre de la Chacarita un nutrido grupo de trabajadores rodeó la fábrica Vasena y estuvo a punto de incendiarla. En el interior del edificio se encontraban reunidos Alfredo Vasena, Joaquín Anchorena de la Asociación Nacional del Trabajo y el empresario británico comprador, que ante el devenir de los hechos pidió protección a su embajada, que rápidamente se comunicó con la Casa Rosada desde donde partió el flamante jefe de policía y futuro vicepresidente de Alvear, don Elpidio González, a parlamentar con los obreros y pedirles calma. No era el mejor momento y no fue bien recibido. La comitiva encabezada por el funcionario fue atacada, y el propio auto del jefe de policía fue incendiado por la multitud. González debió volverse en taxi a su despacho, pero envió a un grupo de 100 bomberos y policías armados hasta los dientes que dispararon sin contemplaciones sobre la multitud, provocando —según el propio parte policial— 24 muertos y 60 heridos.
En toda la ciudad se produjeron actos de protesta expresando la indignación de los trabajadores por la acción represiva del Estado. (…)


La Liga Patriótica, asesina

Por aquellos primeros días de 1919 a los miembros “más destacados de la sociedad” les dio un fuerte ataque de paranoia. En su fértil imaginación florecían selváticamente las teorías conspirativas. La Revolución Bolchevique se había producido hacía menos de dos años y el simple recuerdo de los soviets de obreros y campesinos decidiendo el destino de la nación más grande del mundo hacía temblar a los dueños de todo en la Argentina. Había que frenar el torrente revolucionario. Comenzaron a reunirse para presionar al gobierno radical, al que veían como incapaz de llevar adelante una represión como la que ellos deseaban y necesitaban.
Según los jefes de las familias más “bien” de la Argentina, se hacía necesario el empleo de una “mano dura” que les recordara a los trabajadores que su lugar en la sociedad viene por el lado de la obediencia y la resignación. Así fue como un grupo de jóvenes de aquellas “mejores familias” se reunieron en la Confitería París y decidieron “patrióticamente” armarse en “defensa propia”. Las reuniones continuaron en los más cómodos salones del “Centro Naval” de Florida y Córdoba, donde fueron cálidamente recibidos por el contralmirante y recontra reaccionario Manuel Domecq García y su colega el contralmirante Eduardo O’Connor, quienes se comprometieron a darle a los ansiosos muchachos instrucción militar. O’Connor dijo aquel 10 de enero de 1919 que Buenos Aires no sería otro Petrogrado e invitaba a la “valiente muchachada” a atacar a los “rusos y catalanes en sus propios barrios si no se atreven a venir al centro”. Los jovencitos “patrióticos” partieron del centro naval con brazaletes con los colores argentinos y armas automáticas generosamente repartidas por Domecq, O’Connor y sus cómplices.
Este grupo inicialmente inorgánico se va a constituir oficialmente como Liga Patriótica Argentina el 16 de enero de 1919. Domecq García ocupó la presidencia en forma provisional hasta abril de 1919, cuando las brigadas eligieron como presidente a Manuel Carlés y vice a Pedro Cristophersen. (…)
¿A qué se dedicaban estos ciudadanos preocupados por el orden? Las bandas terroristas armadas que operaban bajo el rótulo de Liga Patriótica Argentina lo hacían con total impunidad y la más absoluta colaboración y complicidad oficiales. Se reunían en las comisarías y allí se les distribuían armas y brazaletes. Desde las sedes policiales partían en coches último modelo manejados por los jovencitos oligarcas, y al grito de “Viva la Patria” se dirigían a las barriadas obreras, a las sedes sindicales, a las bibliotecas obreras, a la sede de los periódicos socialistas y anarquistas para incendiarlos y destruirlos, todo bajo la mirada cómplice de la policía y los bomberos. El barrio judío de Once fue atacado con saña por las bandas patrióticas que se dedicaban a la “caza del ruso”. Allí fueron incendiadas sinagogas y las bibliotecas Avangard y Paole Sión. Los terroristas de la Liga atacaban a los transeúntes, particularmente a los que vestían con algún elemento que determinara su pertenencia a la colectividad. La cobarde agresión no respetó ni edades ni sexos. Los “defensores de la familia y las buenas costumbres” golpeaban con cachiporras y las culatas de sus revólveres a ancianos y arrastraban de los pelos a mujeres y niños.

El triunfo de la huelga

Finalmente el 11 de enero el gobierno radical llegó a un acuerdo con la FORA del IX congreso basado en la libertad de los presos que sumaban más de 2.000, un aumento salarial de entre un 20 y un 40 %, según las categorías, el establecimiento de una jornada laboral de nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Poco después las autoridades de la FORA y del Partido Socialista resolvieron la vuelta al trabajo.
El vespertino La Razón titulaba: “Se terminó la huelga, ahora los poderes públicos deben buscar los promotores de la rebelión, de esa rebelión cuya responsabilidad rechazan la FORA y el PS…”.  Pero el dolor y la conmoción popular continúan. Los trabajadores se muestran renuentes a volver a sus trabajos. En las asambleas sindicales las mociones por continuar la huelga general se suceden. Por su parte, la FORA V se opone terminantemente a levantar la medida de fuerza y decide “continuar el movimiento como forma de protesta contra los crímenes de Estado”.
Finalmente, el recientemente designado jefe de la Policía Federal, general Luis Dellepiane, recibió el martes 14 de enero por separado a las conducciones de las dos FORA y aceptó sus coincidentes condiciones para volver al trabajo que incluían “la supresión de la ostentación de fuerza por las autoridades” y el “respeto del derecho de reunión”. Pero pasando por encima del general, la policía y miembros de la Liga Patriótica se dieron un gusto que venían postergando: saquearon y destruyeron la sede de La Protesta. Esto motivó la amenaza de renuncia de Dellepiane, que fue rechazada al día siguiente por el propio presidente Yrigoyen, quien además ordenó efectivizar la puesta en libertad de todos los detenidos.
Para el jueves 16, Buenos Aires era casi una ciudad normal: circulaban los tranvías, había alimentos en los mercados, y los cines y teatros volvieron a abrir sus puertas. Las tropas fueron retornando a los cuarteles y los trabajadores ferroviarios fueron retomando lentamente los servicios. Recién el lunes 20 los obreros de Vasena, tras comprobar que todas sus reivindicaciones habían sido cumplidas y que no quedaba ningún compañero despedido ni sancionado, decidieron volver a sus puestos de trabajo. (…)
La rebelión social duró exactamente una semana, del 7 al 14 de enero de 1919. La huelga había triunfado a un costo enorme. El precio no lo pusieron los trabajadores sino los dueños del poder, que hicieron del conflicto un caso testigo en su pulseada con el gobierno al que consiguieron presionar en los momentos más graves e imponerle su voluntad represiva.



Muy bien 10 felicitado

No hubo sanciones para las fuerzas represivas, ni siquiera se habló de “errores o excesos”; por el contrario, el gobierno felicitó a los oficiales y a las tropas encargadas de la represión y volvió a hablar de subversión. Por su parte, Dellepiane, el jefe de la represión, dictó la siguiente orden del día: “Quiero llevar al digno y valiente personal que ha cooperado con las fuerzas del ejército y armada en la sofocación del brutal e inicuo estallido, mi palabra más sentida de agradecimiento, al mismo tiempo que el deseo de que los componentes de toda jerarquía de tan nobles instituciones, encargadas de salvaguardar los más sagrados intereses de esta gran metrópoli, sientan palpitar sus pechos únicamente por el impulso de nobles ideales, presentándolos como coraza invulnerable a la incitación malsana con que se quiere disfrazar propósitos inconfesables y cobardes apetitos”.
El embajador de Yrigoyen en Gran Bretaña, Álvarez de Toledo, tranquiliza a los inversores extranjeros en un reportaje concedido al Times de Londres y reproducido por La Nación: “Los recientes conflictos obreros en la República Argentina no fueron más que simple reflejo de una situación común a todos los países y que la aplicación enérgica de la ley de residencia y la deportación de más de doscientos cabecillas bastaron para detener el avance del movimiento, que actualmente está dominado. [Agregó que] la República Argentina reconoce plenamente la deuda de gratitud hacia los capitales extranjeros, y muy especialmente hacia los británicos por la participación que han tenido en el desarrollo del país, y que está dispuesto a ofrecer toda clase de facilidades para otro desarrollo de su actividad”.

Donaciones de almas caritativas

Los sectores más pudientes de la sociedad se mostraron muy agradecidos con los miembros de las fuerzas represivas y quisieron premiarlas con lo único que a ambas partes les interesa a la hora de los homenajes: dinero. Las empresas beneficiadas con la “disciplina social”, las damas de beneficencia y otras entidades “de bien público” iniciaron colectas “pro defensores del orden”. Así lo detalla La Nación: “En el local de la Asociación del Trabajo se reunió ayer la Junta Directiva de la Comisión pro defensores del orden, que preside el contralmirante Domecq García, adoptándose diversas resoluciones de importancia. Se resolvió designar comisiones especiales que tendrán a su cargo la recolección de fondos en la banca, el comercio, la industria, el foro, etc., y se adoptaron diversas disposiciones tendientes a hacer que el óbolo llegue en forma equitativa a todos los hogares de los defensores del orden. […] La empresa del ferrocarril del Oeste ha resuelto contribuir con la suma de 5.000 pesos al fondo de la suscripción nacional promovida a favor de los argentinos que han tenido a su cargo la tarea de restablecer el orden durante los recientes sucesos.
Un grupo de jóvenes radicados en la sección 15 de la policía ha iniciado una colecta entre los vecinos con objeto de entregar una suma de dinero a los agentes pertenecientes a la citada comisaría, con motivo de su actuación en los últimos sucesos”.
“La comisión central pro defensores del orden recibió ayer las siguientes cantidades:
Frigorífico Swift $ 1.000
Club Francais 500
Eugenio Mattaldi 500
Escalada y Cía. 100
Leng Roberts y Cía. 500
Juan Angel López 200
Matías Errázuriz 500
Horacio Sánchez y Elía 7.000
Jockey Club 5.000
Cía. Alemana de electricidad 1.000
Arable King y Cía 100
Elena S. de Gómez. 200
Las Palmas Produce Cía. 1.000
Mac Donald 300
Frigorífico Armour 1.000

Fieras hambrientas

Nadie se acordó de los familiares de los 700 muertos y de los más de 4.000 heridos. Eran gente del pueblo, eran trabajadores, eran, en términos de Carlés, “insolentes” que habían osado defender sus derechos. Para ellos no hubo “suscripciones” ni donaciones para aquellas viudas con sus hijos sumidos en la más absoluta tristeza y pobreza, para los hijos del pueblo no hubo ningún consuelo. La caridad tenía una sola cara. Sólo varios meses después de terminada la represión de aquella Semana Trágica, las damas de caridad y la jerarquía de la Iglesia Católica lanzaron una colecta para reunir fondos para darle limosnas a las familias más necesitadas. Lo hacían evidentemente en defensa propia. Si a alguien le queda alguna duda, he aquí parte del texto de lanzamiento de la Gran Colecta Nacional: “Dime: ¿qué menos podrías hacer si te vieras acosado o acosada por una manada de fieras hambrientas, que echarles pedazos de carne para aplacar el furor y taparles la boca? Los bárbaros ya están a las puertas de Roma”.
Por : Cultura Jaramillo Fitz Roy
Compartian : Marita Molina - Amigos del Patrimonio. Puerto San Julián
Fotos Ilustrativas : Luis Milton Ibarra Philemon



domingo, 9 de junio de 2024

Conquista del desierto: La masacre xenófoba de Tandil de 1872

La masacre de Tandil de 1872



El 1 de enero de 1872, tuvo lugar en Tandil uno de los actos xenofóbicos y una de las matanzas más grandes en la historia argentina, en la cual un grupo de gauchos de la zona, inspirados por el curandero Tata Dios, asesinó a 36 inmigrantes que residían en la localidad



Gerónimo G. Solané, mejor conocido como Tata Dios, era un gaucho de origen chileno (aunque es discutido el lugar de su nacimiento) que llegó a Tandil en 1871, presentándose a si mismo como sanador y profeta. Solané había pasado por las localidades de Santa Fe, Rosario y otras ciudades ganándose la vida como curandero y predicador. Aseguraba que era un "enviado de Dios". Lo habían echado de varios pueblos y había estado preso por practicar la brujería y la medicina ilegal.




En 1870 Solané había estado presó en Azul por ejercer ilegalmente la medicina pero fue liberado al poco tiempo. En octubre de 1871, Solané fue llevado a Tandil por el estanciero Ramón Rufo Gómez, para curar a su esposa María Rufina Pérez, que padecía de fuertes dolores de cabeza.



Solané logró curarla y agradecido por la ayuda del gaucho brujo, Gómez le permitió que se asentara en el puesto La Rufina​ de su estancia La Argentina, cerca del pueblo de Tandil. La recuperación de Rufina Pérez fue furor. La figura de Solané empezó a convocar a pacientes maltrechos, familiares preocupados y curiosos. Su rancho terminó siendo una suerte de clínica. Estaban los que acudían para las curaciones y los otros, los que se sentían atraídos con su prédica, quienes incluso acampaban en los alrededores de su vivienda. Tata Dios comenzó a realizar curaciones en los enfermos y a proclamar que él había venido a salvar a la humanidad, y que el fin de los tiempos se acercaban.




Sólo él podría resguardar el alma de aquellos que estuviesen dispuestos a seguirlo. El primero en acudir a su llamado, fue Jacinto Pérez, que con el tiempo se hizo llamar “San Jacinto El Adivino”, otro era Cruz Gutiérrez, al que llamaban "El Mesías". Al poco tiempo Pérez y Cruz Gutiérrez (su nombre real era Crescencio Montiel) se convertirían en las personas más allegadas.



Los archivos describen a "Tata Dios" como un hombre de unos 40 años, moreno, de cara simpática, pensativo y de poco hablar. Se sabe también que era analfabeto. En Tandil vivía con lo justo, en dos habitaciones con nada de lujo ni decoración, apenas una imagen de la Virgen María.



Tata Dios comenzó a ganar adeptos entre los paisanos del lugar, y se había ganado fama de manosanta. Muchos de estos se sintieron atraídos por su prédica. Escuchaban al curandero despotricar contra los extranjeros y los masones: “Vienen a robarnos la tierra y el trabajo”, decía. También los hacía responsables por la epidemia de fiebre amarilla, que se había desatado a comienzos de ese año. De esta forma, los extranjeros de la zona se habían convertido en el principal blanco del grupo de criminales, o los "apóstoles", que seguían al "Tata Dios". El Tata Dios sostenía que "los extranjeros son la causa de todo mal y por lo tanto hay que exterminarlos", por lo tanto el grupo consiguió armas, que se distribuyeron entre sus apóstoles y otros asociados.




En aquellos años se habían radicado en Tandil una importante cantidad de inmigrantes y existía cierto clima de tensión entre estos y los ciudadanos criollos. Los principales grupos de extranjeros eran los vascos (españoles y franceses), los italianos, los españoles y los daneses.





El propio Solané había anticipado, basándose en su "don de adivino", que el 1 de enero correría sangre. Su mano derecha, Jacinto Pérez le contó a los criollos que Solané profetizó que Tandil sufriría un gran huracán que arrasaría al pueblo, en la que muchos morirían ahogados, y que los sobrevivientes y los que viniesen de otros lugares se ocuparían de exterminar a los extranjeros y a los masones. Y que el cielo castigaría a quien no participase de esta suerte de guerra santa.



Dijo que nacería un nuevo pueblo al pie de la Piedra Movediza, lleno de felicidad y solo para los argentinos. Las almas de quienes participaran, y las de sus familias, serían salvadas y vivirían por siempre en un nuevo reino de justicia y paz. Pero que para poder logar esta nueva vida sólo tenían que deshacerse de todos los gringos (inmigrantes italianos y daneses), vascos y masones, culpables de la desgracias de los criollos.



El 31 de diciembre de 1871 Jacinto Pérez juntó alrededor de 50 personas. Dijo actuar en nombre de Solané, y acusó a gringos, vascos y masones de encarnar el mal, y dijo que la solución era matarlos. Luego de su arenga, Pérez repartió entre los asistentes divisas punzó como distintivos, y alguna armas, pocas por cierto: una que otra pistola algún recortado, cuchillos y lanzas improvisadas con tacuaras y medias tijeras de esquilar cuchillos y bayonetas. Les prometió además invulnerabilidad, como actuaban en nombre de Dios nada podría sucederles y las divisas punzó los defendería de las balas.




Pocas horas después, ya finalizada las celebraciones de Año Nuevo, partieron hacia el pueblo. A las 3:30 de la madrugada​ del 1 de enero de 1872, los gauchos entraron en Tandil e ingresaron al Juzgado de Paz local, donde solo pudieron robar sables y liberar al único preso que estaba allí, un indio, que se sumó de inmediato al grupo. Al grito de "¡Viva la Patria", "¡Viva la Confederación Argentina!", ¡Viva la Religión!", ¡Mueran los gringos y los masones!" y "¡Maten, siendo gringos y vascos!", se dirigieron corriendo a la plaza central del pueblo donde se encontraba la multitud.




Allí rodearon a Santiago Imberti, un italiano que regresaba con su organito de alegrar la noche del nuevo año, y y le rompieron la cabeza con un palo. ​Cruzaron al galope los campos aledaños para matar a los "gringos" argumentando que atacaban a la Patria y a la Iglesia. Luego, tomaron el camino hacia el norte del pueblo. En las afueras se toparon con la tropa de carretas de Esteban Vidart y Domingo Lassalle, que acampaban a orillas del arroyo Tandil. En las carretas se encontraban vascos que descansaban. Los carreteros vascos fueron ultimados a lanza y cuchilla, y luego degollados, solo uno de los 9 que allí estaban, Esteban Castellanos de 31 años, logró salvarse escondiéndose entre los cueros.




Minutos despúes, llegaron a la tienda de Vicente Leanes, un vasco de 20 años de edad. Fue vano su intento de cerrar la puerta. Luego de derribarla, lo asesinaron de un disparo y la misma suerte corrió Juan Zanchi, un empleado italiano que trabajaba en su negocio. Después ingresaron en la estancia de un vecino llamado Enrique Thompson, de origen británico. En la misma estancia había un almacén atendido por una pareja de escoceses recién casados llamados Guillermo Gibson Smith y Elena Watt Brown, quienes fueron asesinados y degollados.



Misma suerte corrió Guillermo Stirling, otro empleado del lugar. También asesinaron a otro empleado y a toda la peonada de la estancia, y terminaron por saquear el lugar. La turba, que portaba lanzas y facones, repetía: "¡Mueran los extranjeros y los masones!".



La matanza y los saqueos en cada una de las propiedades no parecía tener fin. Llegó el turno de Juan Chapar, un vasco francés de 34 años. Lo mataron de un lanzazo luego de engañarlo al decirle que eran una partida que perseguía delincuentes. Luego hicieron lo propio con Florinda, Pabla y Mariana, sus tres hijas, de 5, 4 y 3 años y con Juan, su bebé de 5 meses, al que arrancaron de los brazos de su madre, María Fitere. También ella resultó asesinada y luego a los empleados, uno de los cuales fue defendido por su perro, el que también resultó degollado. A una chica vasca de 16 años, que vivía en la propiedad de Chapar, de nombre María Eberlin, la violaron y luego degollaron.





Lograron salvarse de la matanza los italianos Innocente y su hijo Martín Illia, quien tenía 11 años y quienes eran abuelo y padre del futuro presidente Arturo Illia, debido a que fueron avisados de las matanzas y lograron escapar yendo hacia las sierras.



Cuando llegaron a la estancia Bella Vista, del gallego Ramón Santamarina, donde tenían planeado finalizar su raid de muerte en Tandil, no encontraron a nadie debido a que Santamarina estaba en el centro de Tandil ya que el día anterior había estado presente en la inauguración del Banco de la Provincia de Buenos Aires en la ciudad. Por esto, el grupo comandado por Jacinto Pérez dedicó las siguientes horas a comer y a atender a los caballos. Algunos se echaron a dormir.



A esa altura, Tandil era un hervidero de indignación. Uno de los que había dado el alerta fue el vecino Prudencio Vallejo, que había escuchado el griterío delante de su casa. No tuvo que caminar mucho para descubrir los cadáveres de los vascos de la tropa de carretas.



En ese momento se armó una partida de la Guardia Nacional y vecinos, al mando de José Ciriaco Gómez y los más ilustres vecinos de origen inmigrante de Tandil, de la que participaban Ramón Santamarina (de origen gallego), Juan Fugl y Manuel Eigler (ambos de origen danés), y siguieron el rastro dejado por estos delincuentes. A mitad de la mañana estaban en la estancia de Santamarina.



Un ex sargento de apellido Rodríguez se acercó a modo de mediador. Les pidió que se rindieran en el acto o los "pasaría a cuchillo" si se resistían. Los asesinos trataron de justificarse: “¡Andamos matando gringos y masones!” y luego comenzaron la fuga. En la persecución dejaron 10 muertos, Jacinto Pérez entre ellos, y 8 prisioneros. Algunos fugitivos fueron capturados días después y otros lograron huir. Tata Dios fue detenido en su rancho, a pesar de declararse inocente, y fue acusado como instigador de los hechos debido a su prédica que derivó en la matanza de los inmigrantes.



El coronel Benito Machado amenazó con fusilarlo pero él le suplicó por su vida. Fue encerrado con los otros detenidos y la cárcel quedó bajo la custodia de los vecinos. Finalmente, Tata Dios fue asesinado el 6 de enero de una puñalada, cuando se encontraba dentro de un calabozo.



En cuanto al resto de los detenidos, fueron a juicio. Se los acusó por el asesinato de 36 personas, agravado por la alevosía y la atrocidad. El dictamen del juez Tomás Isla señaló: "No son excusa atendibles en derecho el fanatismo y la ignorancia alegada por la defensa". La mayor condena recayó sobre Cruz Gutiérrez, Juan Villalba y Esteban Lazarte quienes fueron sentenciados a muerte y ejecutados el 13 de septiembre de 1872 (menos Villalba, quien falleció antes en prisión). Según se recopilo luego, las últimas palabras de Esteban Lazarte, uno de los condenados a muerte, fueron: "Quiero ser enterrado por hijos del país; no quiero que ningún italiano me toque ni aun el chiripá", y y Gutiérrez murió gritando "¡Viva la Patria!".





El plan de exterminio que no llegó a completarse era mucho más amplio. Planeaban asesinar a inmigrantes en Azul, Tapalqué, Rauch, Bolívar, Olavarría y otras localidades donde existían grupos de paisanos ligados al movimiento creado por Tata Dios, cuyas prédicas contra los extranjeros y masones, a los que calificaba como enemigos de Dios, habían calado muy hondo. En total el grupo inspirado por Tata Dios había asesinado a 36 personas: 16 franceses, 10 españoles, 3 británicos, 2 italianos y 5 argentinos.




La xenofobia hacia los inmigrantes se presentaba también en la división política que existía en aquellos años entre los nacionalistas de Bartolomé Mitre y los autonomistas de Adolfo Alsina. Mientras que el partido de Mitre tenía el apoyo de los inmigrantes, principalmente de la comunidad italiana, quienes solían identificarse con Mitre y compararlo con Giuseppe Garibaldi, pero también de la española y francesa, el autonomismo de Alsina tenía una base rural más fuerte, compuesta por rancheros y peones, muchos de los cuales habían apoyado a Rosas en sus años.




El autonomismo tenía un tinte xenófobo, según describían diplomáticos extranjeros, hacia los europeos inmigrantes que residían en las zonas rurales y muchos de estos diplomáticos le objetaban a Alsina que no podía ocultar "cierta aversión al elemento foráneo". Los autonomistas con frecuencia alardeaban de sus antecedentes nativos y su asociación con la sociedad rural de los gauchos. Hombres a caballo vestidos con ponchos y chiripás, la clásica vestimenta del gaucho, lideraban sus actos políticos en Buenos Aires: "Llevaban bandas azules y blancas o lazos de los mismos colores [...] También exhibían enormes revólveres que llevaban en sus cinturas".