Por Rolando Hanglin | Para LA NACION
El cruce de influencias entre la Argentina e Inglaterra ha sido muy intenso, en diversos períodos históricos. Sobre todo, entre las invasiones inglesas y la Revolución de Mayo, durante toda la gesta de San Martín, y también en tiempos de Rosas. Según el autor británico H.S. Ferns, la alianza comercial entre Inglaterra y la Argentina en el siglo XIX es la más íntima y persistente entre dos naciones en toda la historia. Ferns se basa, para su estudio "Inglaterra y Argentina en el Siglo XIX", exclusivamente en fuentes británicas relacionadas con negocios financieros, comercio de carnes, cueros y granos, inversiones, radicaciones de capital, construcción de puertos y ferrocarriles, etcétera.
Ignacio Fotheringham es un prócer argentino nacido en Southampton, así como Juan Manuel de Rosas es un prócer argentino fallecido en Southampton, donde vivió 25 años y condujo su propia granja, la Burgess Farm de Swaithling.
Ignacio Fotheringham es un prócer argentino nacido en Southampton, así como Juan Manuel de Rosas es un prócer argentino fallecido en Southampton.
Ignacio Hamilton Fotheringham nació el 11 de septiembre de 1842, de familia militar. Su padre fue el coronel don Roberto Fotheringham, de actuación en la India, y su madre Inés María Huddleston. Familia católica que concurría a misa en la parroquia del R.P. Mount. Todos estos datos figuran en la obra "Memorias de un soldado" (900 páginas, dos tomos, agotado) donde Ignacio se queja francamente de su familia, en especial por el trato frío y distante. Muy al estilo británico, internaron a sus hijos en colegios de Bélgica y la propia Gran Bretaña. Siempre lejos.
Ignacio se inicia como guardiamarina y lo envían a India Oriental. Allí se producen inconvenientes y el muchacho queda boyando, de regreso en Southampton, sin destino cierto. La muerte de su madre le brinda una pequeña herencia y el chico decide emigrar a Australia. Estaba muy solo, sin novia, amigos ni parientes, pues todos andaban diseminados por el vasto imperio británico. De modo que, a los 20 años, recorre la ciudad saludando a sus amistades para despedirse. Así es que visita a Manuelita Rosas y su marido Máximo Terrero, vecinos de la familia.
- ¿Australia?- le dice Manuelita- ...¿Por qué no viaja a nuestro lindo país, Argentina? ¡Allí será feliz!
Ignacio no lo piensa mucho: se embarca rumbo a Buenos Aires, con cartas de recomendación para don Carlos Keen, los señores Terrero y Dorrego (antiguos socios de Rosas) y otros hacendados británicos, que eran muchos y de gran predicamento en el país.
¿Quién era Rosas para Ignacio Fotheringham, en aquella época? Una suerte de militar español, exilado por razones de alta política.
El caso es que Ignacio, ya en Buenos Aires, se conchaba como puestero en el campo que había sido reducto de Rosas, "Los Cerrillos" y allí trabaja durante tres años, aprendiendo el idioma, las costumbres paisanas y las mañas de los caballos. Se hace criollo. Tanto es así que, ya en 1865, se engancha como soldado para la guerra del Paraguay. Sin saber muy bien por qué, lo hacen subteniente a los quince días. De ahí en adelante, Fotheringham sirvió durante cuarenta años al Ejército argentino. Nunca obtuvo la ciudadanía: era inglés. Combatió en la guerra del Paraguay, realizó una expedición a Leuvucó (capital de los ranqueles) con Roca en 1872, participó de la Campaña al Desierto de 1879 y fue gobernador militar del Chaco en 1894.
Le dolía profundamente que lo llamaran gringo, y recomendó a sus hijos nunca emigrar, no ser extranjeros
Fotheringham se casó en 1873 con Adela Ordóñez, una señorita de Río Cuarto, ciudad entonces cercada por los indios. El inglés tuvo un batallón de hijos y nietos. Viajó varias veces a Europa y a los Estados Unidos, incluso a su ciudad natal de Southampton. Se retiró en 1905. Su casa en Río IV era una quinta rodeada por las calles Alsina, General Paz, Pedernera y Sobre Monte (así, separado en dos vocablos, se escribía entonces este apellido). Actualmente, en ese solar se alza el Concejo Deliberante de la ciudad. Vivió también en una casona de la calle Tucumán (hoy Fotheringham) 176-78. Fue sede de la Comandancia de Fronteras, cargo que supo ocupar el propio Ignacio, y hoy Museo Histórico Regional.
Fotheringham fue compañero de armas de Bartolomé Mitre, el propio Roca, Racedo, Dardo Rocha. Valiente soldado y delicado escritor, también merece el título de criollo macanudísimo. Le dolía profundamente que lo llamaran "gringo", y recomendó a sus hijos "nunca emigrar, no ser extranjeros". Cosas del destino: antes de morir en 1925, Ignacio visitó un par de veces la ciudad de Southampton y conversó con el Padre Mount, que había sido confesor de su familia y también párroco de Rosas. Cuando mencionaron a este último, Fotheringham lo calificó tal cual había oído en la Argentina antirrosista de 1863, a la que llegara diez años después de Caseros.
- ¡Ah ese tirano sangriento!- le dijo al Padre Mount.
Ignacio Fotheringham |
- ¡Calle, no diga usted eso! El general Rosas fue uno de los hombres más bondadosos que he conocido en mi vida.
Un poco desconcertado, Fotheringham averiguó algo más sobre Rosas. Por ejemplo, que era un sobresaliente jinete. En las cabalgatas y cacerías a que lo invitaba su amigo Lord Palmerston (ex premier inglés) asombraba con su destreza, aunque ya era hombre mayor. Cierta vez, el caballo rodó y Rosas "cayó parado" como se estilaba en el campo argentino. Digamos: el montado se le escurrió entre las piernas y él siguió caminando. Otra vez sacó el lazo del recado y enlazó a un ciervo por las astas. Detalle estrambótico: en su casa de Southampton, Rosas tenía un despachito donde escribía sus rabiosas memorias de exilado y expropiado, que nunca publicó: se sentaba en un silloncito colorado y tenía otro igual, para las visitas. Pero cuando alguien pasaba a verlo y amagaba con sentarse en el sillón, lo atajaba: "¡No por favor, no ocupe ese asiento que estoy esperando al General Urquiza!". Obviamente, Urquiza nunca llegaba.
En su tierra adoptiva, aquel vecino de Rosas encontró el calor afectivo que es nuestro patrimonio
Don Ignacio encontró en Río IV su hogar y formó su familia, que sin duda perdura en Córdoba. Conservó para siempre su gratitud por los Terrero, los Dorrego y Manuelita Rosas, que le dieron su primer empleo en la remota Argentina. Consideraba que Rosas debía ser analizado sin fanatismo.
Curiosa anécdota: a los 15 años, cuando el joven Ignacio fue a despedirse de su padre para viajar a la India, armó solito su bolso y golpeó la puerta del dormitorio de "El Viejo", como él lo llamaba en criollo.
- Me despido, padre. ¡Me voy!
- ¡Adiós hijo, que Dios te bendiga!- respondió el padre, sin siquiera abrir la puerta para darle un abrazo. Los dos Fotheringham no volvieron a verse.
Entendemos que la madre de Ignacio ya había muerto, por aquel entonces. Y deducimos que, en su tierra adoptiva, aquel vecino de Rosas encontró el calor afectivo que es nuestro patrimonio..
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