Las cartas de Heinrich Himmler a su esposa muestran la banalidad con que el genocida vivía la guerra y el holocausto de los judíos que él mismo diseñó
JUAN GÓMEZ - Berlín
El País
Himmler y su esposa Margarete con sus dos hijos y una amiga en 1935. / EFE |
Sobre la presunta “banalidad del mal” han corrido ríos de tinta desde que Hannah Arendt formuló la expresión en 1961. Banal era, sin duda, la preocupación de Heinrich Himmler el 7 de julio de 1941: “He lamentado tanto haberme olvidado de nuestro aniversario por primera vez”, le escribió a su esposa Margarete. Uno de los principales responsables de las monumentales carnicerías de la II Guerra Mundial, el jefe de las policías nazis, el Reichsführer-SS y arquitecto del Holocausto se excusaba ante su señora comentando que “los combates son duros estos días, también para la SS”.
El contraste entre la rutina del asesino de masas Heinrich Himmler y el contenido de las cartas íntimas que el domingo comenzó a publicar el diario alemán Die Welt se resume en una despedida de 1942 que hiela la sangre. “Viajo a Auschwitz. Besos: tu Heini”.
Comentó el filósofo Michael Foucault que el matrimonio entre Heini y Marga —Heinrich y Margarete Himmler— fue una suerte de síntesis sacramental de la ideología nazi: un granjero casado con una enfermera. La maquinaria de matar personas puesta en marcha a las órdenes de Adolf Hitler se entiende algo mejor si se equipara a éstas con gallinas.
Para los nazis, la humanidad se dividía en categorías “raciales”, de las cuales la peor era la de los judíos. La contraponían al grupo “ario”, que se tenía por lo más selecto. Ser judío no era, para ellos, una cuestión religiosa ni nacional, sino “racial”. Un judío no podía ser alemán, así que los nazis fueron robándoles sus derechos, poco a poco, hasta que se pusieron a asesinarlos a todos con método e higiene.
La enfermera Marga se quejaba en una carta de 1938 a su “buen lansquenete [literalmente servidor del país, término que designaba a mercenarios alemanes en el XV y el XVI] salvaje” Heinrich Himmler: “¿Cuándo nos dejará esta banda de judíos para que podamos disfrutar de la vida?”. Cuesta tachar de banal una ocurrencia en cuya realización él se aplicaría en cuerpo y alma. Los nazis asesinaron a seis millones de judíos europeos hasta 1945. A muchos, en cámaras de gas.
Die Welt tiene unas 700 cartas manuscritas de los Himmler fechadas entre 1927 y 1933 y entre 1939 y 1945. Además, el rotativo berlinés dice tener fotos inéditas del genocida, así como los diarios de Marga Himmler, su libreta del partido nazi NSDAP y un cuaderno de recetas escrito a mano. Según cuenta el director Jan-Eric Peters en un editorial, llegaron a sus manos a través de la cineasta israelí Vanessa Lapa.
La descendiente de supervivientes del Holocausto las obtuvo de su padre, quien a su vez se las había comprado en 2007 a un judío de Tel Aviv llamado Chaim Rosenthal “por una suma más bien simbólica”. Las había escondido en una caja debajo de su propia cama. Dicen que Rosenthal estuvo “obsesionado” durante cuatro décadas con los manuscritos hasta que por fin se los dio a su hijo al cumplir 90 años.
No se sabe cómo llegaron a sus manos después de que unos soldados estadounidenses las encontraran en la localidad bávara de Gnmund, residencia de los Himmler. Lapa ha rodado un documental sobre las cartas que se estrenará en febrero en la Berlinale.
El filme se titula El decente, en referencia a un discurso que dio Himmler a puerta cerrada para otros nazis en octubre de 1943. Defiende en él “el exterminio del pueblo judío” y se vanagloria de que la SS estaba manteniendo la “decencia” en la consumación del crimen. La “decencia”, dice Lapa en Die Welt, “era lo más importante para Himmler, que buscó por eso maneras decentes” de asesinar.
Su letra es afilada y resuelta. No le contaba a su esposa Marga en qué consistían sus labores. Le enviaba fotos y comentarios sobre sus viajes, pero no mencionaba los pogromos ni las ejecuciones. En otros asuntos sí se sinceraba. Por ejemplo, se queja a su “dulce, querida y pequeña mujer” sobre el “viejo y asqueroso Berlín” y las “aburridísimas” sesiones parlamentarias en el Reichstag de 1931.
Hitler no sería canciller hasta 1933, pero las SS de Himmler ya eran entonces uno de los principales engranajes del terror callejero nazi. No hay nada de eso en la carta a Marga, a la que pide que le dé “un beso extra de papá” a sus hijos antes de enviarle a ella “saludos y besos”, con un “te quiero”.
Himmler tuvo una amante fija a partir de 1938. Las cartas reflejan un cambio a partir de entonces, porque el jefe de la SS rebaja un tanto sus efusiones cariñosas. Justificaba la “decencia” de su relación extramatrimonial con la “obligación” de los “arios” de reproducirse cuanto fuera posible. Con Marga tuvo solo una hija, Gudrun, y luego adoptaron a Gerhard von Ahe, hijo de un oficial fallecido antes de la guerra.
En 1942, Himmler viajó a la Polonia ocupada para visitar Auschwitz, que se ha convertido en el símbolo del Holocausto. Envía, como era su costumbre, besos a los niños y a su esposa. Comenta su “curiosidad” sobre el funcionamiento de las líneas telefónicas entre el nuevo cuartel alemán en Polonia y Gmund, donde estaba la familia. A fin de cuentas, razona, “serán unos 2.000 kilómetros de distancia”. Aquella visita le serviría a Himmler para satisfacer otras curiosidades relativas a su trabajo: asistió por una mirilla al envenenamiento y asfixia de varios cientos de judíos en cámaras de gas. Quedó contento y siguió considerándose “una persona decente”.
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