Blas de Lezo y la Armada Española
JULIO MARTÍN ALARCÓN - El Mundo
Las heridas de guerra le dejaron cojo, manco y tuerto con apenas 25 años, lo que le valió el apodo de "Mediohombre", una voz que no aludía en tono despectivo a su figura, sino más bien a la admiración por su determinación. El marino y estratega militar Blas de Lezo no perdió una sola batalla en sus 39 años de carrera, lo que unido a sus mutilaciones agrandaron su leyenda. De entre las victorias que consiguió para España durante el reinado de Felipe V, sobresale, sin duda, la Batalla de Cartagena de Indias en 1741 contra los ingleses.
Durante dos meses, Blas de Lezo defendió, en inferioridad de número, la preciada llave del caribe del asalto naval inglés, contra su homólogo el almirante Lord Vernon, hasta que a principios de mayo de 1741 los británicos tuvieron que desisitir.
Sin embargo, su gloria fue efímera, ya que las desavenencias con Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada, y su rivalidad por capitalizar la defensa y la victoria, le acabaron por apartar del relato heroico. Blas de Lezo cayó en el olvido prácticamente tras su misma muerte y a pesar de que su victoria sería la que decantara el predominio español en Sudamérica.
Historiadores y académicos como Hugo O' Donell y Duque de Estrada de la Real Academia de la Historia, Alfonso Bullón Mendoza, director del Instituto CEU de Estudios Históricos, Agustín Gulmerá del Instituto de Historia del CSIC, Manuel Bustos, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz o el historiador Luis E. Togores, entre otros, expondrán la dimensión dela época que vivió el marino español de la Guerra de Sucesión a las políticas en América y el Mediterráneo, la navegación y los marinos de la época durante dos jornadas completas.
Blas de Lezo, es el relato de toda una época; La Guerra de Sucesión, un conflicto donde se formó como militar y recibió las heridas más graves; El resurgir de la Armada en s. XVIII, que analiza la transformación durante el reinado de Felipe V; Las consecuencias del Tratado de Utrecht, que explica el contexto de la época y la lucha por los los enclaves estratégicos como Gibraltar y Menorca en el Mediterráneo, el comercio con las Indias; el corso y el contrabando, que expone las principales rutas marítimas, la lucha por el control de los oceános y los conflictos con el resto de potencias.
lunes, 15 de diciembre de 2014
domingo, 14 de diciembre de 2014
El pederasta Perón, formador de la clase política argentina
Las confesiones de Nelly Rivas, la jóven "amante" de Perón
Su abogado revela con documentación, testimonios inéditos de la adolescente y detalles de la relación.
Perfil
Nelly Rivas fue la amante de Juan Domingo Perón cuando tan sólo tenía 14 años.
Nelly Rivas, la joven sindicada como la “amante” del expresidente Juan Domingo Perón cuando tan sólo tenía 14 años, falleció hace dos años en la Argentina. Al morir, muchos podrían pensar que se llevó con ella un silencio de cincuenta años y los secretos y pesares que vivió junto al general. Pero ahora su abogado, Juan Ovidio Zavala, publicó un libro en el que revela con documentación y testimonios inéditos de la adolescente detalles de la relación y el sufrimiento por el que pasó la joven tras el derrocamiento de Perón en el año 1955.
A sus 90 años Zavala acaba de publicar Amor y violencia, la verdadera historia de Perón y Nelly Rivas en el que rememoró su romance y cribó su ideología política. El letrado, que actualmente vive en el barrio porteño de Recoleta, fue militante antiperonista, condición que lo llevó a ser encarcelado y torturado durante el primer mandato de Perón. Asimismo, fue un duro opositor de la Revolución Libertadora que derrocó al general.
Nelly y Juan Domingo Perón se conocieron en el año 1953 durante la visita a la residencia oficial del general de unas jóvenes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), entre las cuales estaba Rivas. Luego de ese primer encuentro, a la joven se le encargó el cuidado de los perros de la residencia oficial, por ello se le adjudicó un dormitorio que había sido utilizado por Evita. La aproximación entre ambos fue haciéndose de a poco más estrecha hasta que la adolescente de 14 años sucumbió a los encantos de Perón. La relación se truncó por el golpe militar de septiembre de 1955.
Antes de exiliarse, Perón le entregó algunas joyas y 400.000 pesos. "Nenita, quedate tranquila. Con lo que te dejé podrás vivir un tiempo. En cuanto llegue te mandaré a buscar y así los dos haremos una vida tranquila donde sea", le prometió el general desde su refugio. Pero los antiperonistas allanaron la casa de Rivas y se llevaron todo, cuando la joven trató de escapar a Paraguay las nuevas autoridades militares la detuvieron en la frontera y la internaron en un asilo para prostitutas menores. "Ahí perdí el tren de la historia", le reveló Nelly a Zavala.
Luego, los militares impulsaron un juicio contra Perón por estupro, por lo que perseguían retirarle a los padres de Nelly la patria potestad. Fue entonces cuando Zavala apareció en la vida de la joven, se encargó primero de la defensa de sus padres acusados de complicidad en el estupro, y después representó a la chica cuando ésta reclamó los bienes robados durante el golpe. "El libro pretende reivindicar la figura de Nelly y denunciar por primera vez con pruebas documentadas la monstruosidad jurídica que se cometió contra esta mujer", contó Zavala al diario español El Mundo.
Ambos volvieron a encontrarse al regreso de Perón del exilio en Madrid el año 1973. Nelly en aquel entonces ya se había casado y tenía dos hijos. El testimonio inédito de la amante-niña de Perón sacó a la luz la trágica historia por la que vivió la joven que confesó sus pesares a su abogado: "Cuando él me besó a la salida de la residencia y me dijo: 'Llevate los perritos, nos vemos pronto, buena suerte', yo sólo era una mujer muy triste, con mucho miedo. Nadie, nadie, podrá comprender todo el sufrimiento por el que he pasado".
sábado, 13 de diciembre de 2014
El uso político de la Vuelta de Obligado
Delirio nacionalista: el mito del combate de Obligado
Luis Alberto Romero
Clarín
Quién ganó el Combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845? Muchos argentinos creen que fue una victoria nacional. Para los ingleses fue solo un pequeño combate, pero sus historiadores, como John Lynch, serios saben bien cómo fueron las cosas. En cambio los franceses lo han recordado. En 1868, en tiempos de los sueños imperiales de Luis Napoleón, la Rue de la Pelouse fue rebautizada como Rue d’Obligado. La calle desemboca en la Avenue de la Grande-Armée, la de Napoleón y de Austerlitz, a pocas cuadras del Arco de Triunfo, que celebra las grandes victorias. Más aún, en 1900 el nombre se impuso a la nueva estación del Metro. Así fueron las cosas hasta 1947, cuando Eva Perón visitó Francia y pidió que ambas fueras rebautizadas como Argentina.
A fuerza de leer a José María Rosa, a Pacho O’Donnell o a sus repetidores, muchos argentinos han quedado envueltos en un mito que, comenzando por exaltar la “gesta heroica” concluyó convirtiendo la derrota en victoria. Desde 2010, asesorados por el Instituto Nacional del Revisionismo Histórico, celebramos su aniversario como el Día de la Soberanía Nacional, con feriado incluido.
Los hechos son claros. En noviembre de 1845 la flota anglo francesa, que en ese momento sitiaba Buenos Aires, decidió remontar el Paraná y llegar hasta Corrientes, acompañando a buques mercantes cargados de mercaderías. Para impedirlo, el gobernador de Buenos Aires, J.M. de Rosas, dispuso bloquear el río Paraná en la Vuelta de Obligado, con cadenas protegidas por dos baterías. Se intercambiaron disparos, los buques cortaron las cadenas y siguieron su navegación hasta Corrientes.
Los mitos se desentienden de los hechos simples y comprobables, pero en cambio interpelan a los sentimientos y las emociones. El relato revisionista de Obligado, que se viene perfeccionando desde los años treinta, incluye algunas verdades, otras tergiversaciones y muchas cosas inventadas.
Con respecto al resultado, no hay duda de que fue una derrota: los ingleses pasaron, y llegaron felizmente a Corrientes. Se dice que fue una victoria “pírrica”, por las bajas ocasionadas; pero los ingleses y franceses perdieron solo siete hombres y los porteños doscientos. Podrá aceptarse que fue una gesta heroica y hasta una victoria moral -una especialidad argentina-, pero en los hechos fue una derrota.
En el núcleo del mito está la idea de que en Obligado Rosas resistió al imperialismo y defendió los intereses nacionales. Es cierto que el gobernador de Buenos Aires enfrentó a la “diplomacia de las cañoneras” y defendió la soberanía de su provincia. La tergiversación consiste en identificar esta forma de imperialismo, propia de mediados del siglo XIX, con la idea posterior de imperialismo -popularizada inicialmente Lenin- que aplicada a nuestro caso identifica toda la relación anglo argentina con la dominación y la explotación. Por ejemplo, muchos argentinos están convencidos de que los ferrocarriles han sido el peor de los instrumentos de esa explotación. Pero en tiempos de Rosas nadie confundía la agresión militar con las relaciones económicas. Toda la prosperidad de Buenos Aires se basó en una estrecha relación con Gran Bretaña, y el propio Restaurador, que la cultivó cuidadosamente, eligió exiliarse en Southampton.
El punto central del mito reside en la idea de que allí se defendieron los intereses nacionales. Pero en 1845 la nación y el Estado argentinos no existían. Había provincias, guerra civil y discusión de proyectos contrapuestos, basados en intereses distintos. El Combate de Obligado, y todo el conflicto en la Cuenca del Plata, es un ejemplo de esas diferencias. Rosas aspiraba a someter a las provincias, incluyendo a la Banda Oriental y a Paraguay, cuya independencia no reconocía. Corrientes defendía su autonomía y pretendía comerciar directamente con ingleses y franceses. En cambio Rosas quería que todo el comercio pasara por el puerto de Buenos Aires y su Aduana. El río Paraná, abierto o cerrado, estaba en el epicentro de las diferencias.
En Corrientes creían en el federalismo y la libre navegación de los ríos. La flota anglo francesa fue recibida amistosamente; hubo fiestas, los hombres admiraron los buques de vapor -los primeros que veían- y las señoras correntinas se empeñaron en hacer grata la estadía de los marinos. Rosas, que también trataba muy amistosamente a los ingleses de Buenos Aires, parece haber tenido una idea unitaria de la nación, construida en torno de la hegemonía porteña. ¿Cuál de los dos era el auténticamente nacional? Admitamos que sea opinable. Pero cuando las provincias acordaron en 1853 crear un Estado nacional, establecieron que el interés de la nación incluía la libre navegación de los ríos. Y así quedó.
Es curioso que sobre esta situación, que puede leerse en cualquier libro serio, se haya constituido el mito de la victoria -una verdadera trampa cazabobos- y el de la defensa de la soberanía nacional. Celebrar una derrota -como ocurre hoy con Malvinas- es la quintaesencia de nuestro enfermizo nacionalismo, soberbio y paranoico. Se encuentra en el sustrato de nuestra cultura política, y aflora cuando es adecuadamente convocado. Este gobierno, que vive envuelto en su propio mito, ha apelado con éxito al relato del revisionismo, adecuado a su política de enfrentamiento.
Desmontar estos mitos es una parte de la batalla cultural que deberemos encarar.
Luis Alberto Romero, Historiador. Club Político Argentino
Luis Alberto Romero
Clarín
Quién ganó el Combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845? Muchos argentinos creen que fue una victoria nacional. Para los ingleses fue solo un pequeño combate, pero sus historiadores, como John Lynch, serios saben bien cómo fueron las cosas. En cambio los franceses lo han recordado. En 1868, en tiempos de los sueños imperiales de Luis Napoleón, la Rue de la Pelouse fue rebautizada como Rue d’Obligado. La calle desemboca en la Avenue de la Grande-Armée, la de Napoleón y de Austerlitz, a pocas cuadras del Arco de Triunfo, que celebra las grandes victorias. Más aún, en 1900 el nombre se impuso a la nueva estación del Metro. Así fueron las cosas hasta 1947, cuando Eva Perón visitó Francia y pidió que ambas fueras rebautizadas como Argentina.
A fuerza de leer a José María Rosa, a Pacho O’Donnell o a sus repetidores, muchos argentinos han quedado envueltos en un mito que, comenzando por exaltar la “gesta heroica” concluyó convirtiendo la derrota en victoria. Desde 2010, asesorados por el Instituto Nacional del Revisionismo Histórico, celebramos su aniversario como el Día de la Soberanía Nacional, con feriado incluido.
Los hechos son claros. En noviembre de 1845 la flota anglo francesa, que en ese momento sitiaba Buenos Aires, decidió remontar el Paraná y llegar hasta Corrientes, acompañando a buques mercantes cargados de mercaderías. Para impedirlo, el gobernador de Buenos Aires, J.M. de Rosas, dispuso bloquear el río Paraná en la Vuelta de Obligado, con cadenas protegidas por dos baterías. Se intercambiaron disparos, los buques cortaron las cadenas y siguieron su navegación hasta Corrientes.
Los mitos se desentienden de los hechos simples y comprobables, pero en cambio interpelan a los sentimientos y las emociones. El relato revisionista de Obligado, que se viene perfeccionando desde los años treinta, incluye algunas verdades, otras tergiversaciones y muchas cosas inventadas.
Con respecto al resultado, no hay duda de que fue una derrota: los ingleses pasaron, y llegaron felizmente a Corrientes. Se dice que fue una victoria “pírrica”, por las bajas ocasionadas; pero los ingleses y franceses perdieron solo siete hombres y los porteños doscientos. Podrá aceptarse que fue una gesta heroica y hasta una victoria moral -una especialidad argentina-, pero en los hechos fue una derrota.
En el núcleo del mito está la idea de que en Obligado Rosas resistió al imperialismo y defendió los intereses nacionales. Es cierto que el gobernador de Buenos Aires enfrentó a la “diplomacia de las cañoneras” y defendió la soberanía de su provincia. La tergiversación consiste en identificar esta forma de imperialismo, propia de mediados del siglo XIX, con la idea posterior de imperialismo -popularizada inicialmente Lenin- que aplicada a nuestro caso identifica toda la relación anglo argentina con la dominación y la explotación. Por ejemplo, muchos argentinos están convencidos de que los ferrocarriles han sido el peor de los instrumentos de esa explotación. Pero en tiempos de Rosas nadie confundía la agresión militar con las relaciones económicas. Toda la prosperidad de Buenos Aires se basó en una estrecha relación con Gran Bretaña, y el propio Restaurador, que la cultivó cuidadosamente, eligió exiliarse en Southampton.
El punto central del mito reside en la idea de que allí se defendieron los intereses nacionales. Pero en 1845 la nación y el Estado argentinos no existían. Había provincias, guerra civil y discusión de proyectos contrapuestos, basados en intereses distintos. El Combate de Obligado, y todo el conflicto en la Cuenca del Plata, es un ejemplo de esas diferencias. Rosas aspiraba a someter a las provincias, incluyendo a la Banda Oriental y a Paraguay, cuya independencia no reconocía. Corrientes defendía su autonomía y pretendía comerciar directamente con ingleses y franceses. En cambio Rosas quería que todo el comercio pasara por el puerto de Buenos Aires y su Aduana. El río Paraná, abierto o cerrado, estaba en el epicentro de las diferencias.
En Corrientes creían en el federalismo y la libre navegación de los ríos. La flota anglo francesa fue recibida amistosamente; hubo fiestas, los hombres admiraron los buques de vapor -los primeros que veían- y las señoras correntinas se empeñaron en hacer grata la estadía de los marinos. Rosas, que también trataba muy amistosamente a los ingleses de Buenos Aires, parece haber tenido una idea unitaria de la nación, construida en torno de la hegemonía porteña. ¿Cuál de los dos era el auténticamente nacional? Admitamos que sea opinable. Pero cuando las provincias acordaron en 1853 crear un Estado nacional, establecieron que el interés de la nación incluía la libre navegación de los ríos. Y así quedó.
Es curioso que sobre esta situación, que puede leerse en cualquier libro serio, se haya constituido el mito de la victoria -una verdadera trampa cazabobos- y el de la defensa de la soberanía nacional. Celebrar una derrota -como ocurre hoy con Malvinas- es la quintaesencia de nuestro enfermizo nacionalismo, soberbio y paranoico. Se encuentra en el sustrato de nuestra cultura política, y aflora cuando es adecuadamente convocado. Este gobierno, que vive envuelto en su propio mito, ha apelado con éxito al relato del revisionismo, adecuado a su política de enfrentamiento.
Desmontar estos mitos es una parte de la batalla cultural que deberemos encarar.
Luis Alberto Romero, Historiador. Club Político Argentino
viernes, 12 de diciembre de 2014
RMx: El caballo de Troya de Pancho Villa
EL CABALLO DE TROYA DE PANCHO VILLA
Historias de la Historia
A imagen y semejanza de la artimaña utilizada por los griegos para tomar la ciudad de Troya, Pancho Villa logró introducir su caballo -en versión tren- para tomar Ciudad Juárez.
Cuando estalló la Revolución mexicana en 1910, José Doroteo Arango, más conocido por Pancho Villa, era un simple fugitivo escondido en las montañas. Ya sea por interés o convicción, decidió unirse a la lucha encabezada por Francisco Ignacio Madero contra la dictadura de Porfirio Díaz. Formó su propio ejército en el norte de México y gracias al conocimiento del terreno pronto comenzó a despuntar entre los líderes rebeldes. La toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911 por los rebeldes fue el punto de inflexión que cambió el rumbo de la contienda; Porfirio Díaz renunció y abandonó el país. Aunque poco después fue elegido presidente de México Francisco Madero, la división entre los líderes rebeldes se agravó. Mientras hubo un enemigo común, Porfirio Díaz, los rebeldes más o menos se mantuvieron unidos, pero con su caída todo cambió. Incluso Pancho Villa estuvo en la cárcel sentenciado a muerte y sólo la intervención del propio Madero logró salvarle la vida. En febrero de 1913, el general Victoriano Huerta, un hombre que se movía como nadie entre las aguas de la lealtad y la traición, dio un golpe de Estado, ordenó ejecutar a Madero e impuso una dictadura. Pacho Villa consiguió escapar de la cárcel y huyó a Texas. Volvió a encontrarse en la misma situación que en 1910, así que…
Pancho Villa
Tras reunir un ejército de 3.000 hombres, volvió a la carga. Tomó la ciudad de Torreón donde consiguió armas y alguna pieza de artillería. Envalentonado, decide tomar Chihuahua, pero son repelidos por las fuerzas federales mucho más numerosas, mejor armadas y, sobre todo, con muchas de piezas de artillería. Pancho Villa se encontraba en una encrucijada, al frente, otra vez Ciudad Juárez, fortificada e imposible de tomar con sus tropas y sin artillería, y tras ellos Chihuahua, donde acababan de ser derrotados… estaban entre la espada y la pared. Así que, Villa decidió no mirar atrás y seguir hacia Ciudad Juárez. Mandar sus tropas en ataques frontales contra la ciudad sería un suicidio; debían idear algún plan para poder acceder a la ciudad. Y aquí salió el estratega militar que llevaba dentro: decidió tomar el tren de carbón que circulaba desde Ciudad Juárez hasta Chihuahua, vaciaron la carga y unos dos mil rebeldes se camuflaron en los vagones. Obligaron a telegrafiar a Ciudad Juárez que la vía había sido destruida por las tropas rebeldes y que debían regresar. Desde Ciudad Juárez confirmaron la orden de regreso pero se les ordenó que debían telegrafiar el paso del convoy por cada estación. Villa envió una avanzadilla que fue tomando las estaciones y al paso del tren los telegrafistas de cada estación amablemente –con el cañón de una pistola apoyado en sus sienes- confirmaban el paso. A las dos de la mañana, entraba el tren en Ciudad Juárez. Según la crónica de un periódico de El Paso (Texas)…
El ataque y la toma de Ciudad Juárez fueron una sorpresa completa […] Poco después de las dos de la mañana, un tren de carga entró en los patios del Central Mexicano en Juárez y de él surgieron cientos de rebeldes. Prueba de que la sorpresa fue total es el hecho de que no se disparó un solo tiro hasta que los rebeldes hubieron penetrado hasta el corazón mismo de la ciudad. El tren les había permitido llegar sin interferencias […] Tomada por sorpresa, la guarnición federal opuso escasa resistencia. El cuartel cayó a las cuatro de la mañana y para las cinco había entregado las armas el resto de la ciudad.
Además de la sorpresa, también influyó el hecho de que los oficiales se confiaron en demasía y el ataque les pilló bebiendo, jugando a las cartas u ocupados en algún burdel. Desde aquel momento, Pancho Villa y los villistas tuvieron nombre propio.
Historias de la Historia
A imagen y semejanza de la artimaña utilizada por los griegos para tomar la ciudad de Troya, Pancho Villa logró introducir su caballo -en versión tren- para tomar Ciudad Juárez.
Cuando estalló la Revolución mexicana en 1910, José Doroteo Arango, más conocido por Pancho Villa, era un simple fugitivo escondido en las montañas. Ya sea por interés o convicción, decidió unirse a la lucha encabezada por Francisco Ignacio Madero contra la dictadura de Porfirio Díaz. Formó su propio ejército en el norte de México y gracias al conocimiento del terreno pronto comenzó a despuntar entre los líderes rebeldes. La toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911 por los rebeldes fue el punto de inflexión que cambió el rumbo de la contienda; Porfirio Díaz renunció y abandonó el país. Aunque poco después fue elegido presidente de México Francisco Madero, la división entre los líderes rebeldes se agravó. Mientras hubo un enemigo común, Porfirio Díaz, los rebeldes más o menos se mantuvieron unidos, pero con su caída todo cambió. Incluso Pancho Villa estuvo en la cárcel sentenciado a muerte y sólo la intervención del propio Madero logró salvarle la vida. En febrero de 1913, el general Victoriano Huerta, un hombre que se movía como nadie entre las aguas de la lealtad y la traición, dio un golpe de Estado, ordenó ejecutar a Madero e impuso una dictadura. Pacho Villa consiguió escapar de la cárcel y huyó a Texas. Volvió a encontrarse en la misma situación que en 1910, así que…
Pancho Villa
Tras reunir un ejército de 3.000 hombres, volvió a la carga. Tomó la ciudad de Torreón donde consiguió armas y alguna pieza de artillería. Envalentonado, decide tomar Chihuahua, pero son repelidos por las fuerzas federales mucho más numerosas, mejor armadas y, sobre todo, con muchas de piezas de artillería. Pancho Villa se encontraba en una encrucijada, al frente, otra vez Ciudad Juárez, fortificada e imposible de tomar con sus tropas y sin artillería, y tras ellos Chihuahua, donde acababan de ser derrotados… estaban entre la espada y la pared. Así que, Villa decidió no mirar atrás y seguir hacia Ciudad Juárez. Mandar sus tropas en ataques frontales contra la ciudad sería un suicidio; debían idear algún plan para poder acceder a la ciudad. Y aquí salió el estratega militar que llevaba dentro: decidió tomar el tren de carbón que circulaba desde Ciudad Juárez hasta Chihuahua, vaciaron la carga y unos dos mil rebeldes se camuflaron en los vagones. Obligaron a telegrafiar a Ciudad Juárez que la vía había sido destruida por las tropas rebeldes y que debían regresar. Desde Ciudad Juárez confirmaron la orden de regreso pero se les ordenó que debían telegrafiar el paso del convoy por cada estación. Villa envió una avanzadilla que fue tomando las estaciones y al paso del tren los telegrafistas de cada estación amablemente –con el cañón de una pistola apoyado en sus sienes- confirmaban el paso. A las dos de la mañana, entraba el tren en Ciudad Juárez. Según la crónica de un periódico de El Paso (Texas)…
El ataque y la toma de Ciudad Juárez fueron una sorpresa completa […] Poco después de las dos de la mañana, un tren de carga entró en los patios del Central Mexicano en Juárez y de él surgieron cientos de rebeldes. Prueba de que la sorpresa fue total es el hecho de que no se disparó un solo tiro hasta que los rebeldes hubieron penetrado hasta el corazón mismo de la ciudad. El tren les había permitido llegar sin interferencias […] Tomada por sorpresa, la guarnición federal opuso escasa resistencia. El cuartel cayó a las cuatro de la mañana y para las cinco había entregado las armas el resto de la ciudad.
Además de la sorpresa, también influyó el hecho de que los oficiales se confiaron en demasía y el ataque les pilló bebiendo, jugando a las cartas u ocupados en algún burdel. Desde aquel momento, Pancho Villa y los villistas tuvieron nombre propio.
jueves, 11 de diciembre de 2014
GCE: El turismo bélico
La Legión Cóndor y el turismo bélico
Por: F. Javier Herrero | El País
Un equipo de vuelo de la Legión Cóndor se dispone a subir a un Heinkel He 111, 1938 / s. a.
Por las calles sevillanas, durante las calurosas noches de agosto de 1936, aparecieron unos extranjeros jóvenes y rubios que vestían con uniformes blancos de los juegos olímpicos y se comportaban de manera extraña en ese ambiente andaluz. La información oficial decía que se trataba de un grupo turista de una organización obrera alemana, pero su presencia tenía otros motivos y no llegaron a engañar a nadie. Los sevillanos afectos al golpe de estado del 18 de julio les saludaban por la calle y ovacionaban. Esos jóvenes formaban parte del primer contingente de ayuda militar secreta que Hitler decidió enviar a Franco para consolidar su posición en las primeras semanas del golpe que derivó en guerra civil. En noviembre, ante la inesperada resistencia del Madrid republicano, fortalecido por el apoyo militar soviético, la misión militar alemana aumentó considerablemente sus efectivos y se reorganizó en la unidad autónoma que Hermann Göring, comandante en jefe de la Luftwaffe, denominó Legión Cóndor.
La intervención nazi en la Guerra Civil ha sido uno de los asuntos más estudiados desde múltiples enfoques por los historiadores alemanes, españoles o europeos, pero lo que se echaba en falta era un estudio de los auténticos protagonistas de la Legión Cóndor, sus soldados, y eso ha quedado satisfecho este año con el magnífico trabajo que ha realizado Stefanie Schüler-Springorum en La guerra como aventura – La Legión Cóndor en la Guerra Civil Española 1936-1939 (Alianza Editorial). Su línea de investigación busca un planteamiento novedoso dentro de la historiografía militar, desde una perspectiva de historia cultural y de género. Nos encontramos ante un grupo masculino con unos modelos culturales y una mentalidad concretos, al que la autora disecciona para comprender su comportamiento e interpretación de la realidad en la que estos soldados se encuentran. Las fuentes utilizadas, algunas de ellas inexploradas hasta ahora, se hallan en archivos alemanes y españoles, siendo especialmente relevantes las experiencias de los combatientes de la legión plasmadas en sus narraciones, relatos autobiográficos que, aún siendo ejemplos de literatura de propaganda fascista, “no son totalmente inservibles” para el análisis histórico.
La noche del 25 de julio de 1936, Hitler había recibido en Bayreuth a unos emisarios de Franco que le trasladaron una petición de ayuda militar para solventar la crítica situación en que se encontraba el bando militar rebelde, con sus mejores tropas inmovilizadas en Marruecos. Los motivos que llevaron al Führer alemán a decir sí en ese mismo momento a un militar español desconocido varado en el Rif marroquí han sido precisados gracias a la sobresaliente tarea de investigadores como Ángel Viñas. Hubo causas económicas, ideológicas, estratégicas y militares que tendrían un papel cambiante a lo largo de la Guerra Civil. Al principio las militares y económicas no contaron. Las líneas maestras de la estrategia europea de Hitler, que tras la recuperación de la soberanía en la Renania desmilitarizada en marzo, había abandonado su política exterior revisionista de Versalles para pasar a una fase agresiva y expansionista, se basaban en neutralizar a Francia antes de lanzarse a invadir el Este, y contar con un régimen favorable en la frontera sur francesa aparecía como una posibilidad que no había que desperdiciar. El oportuno barniz ideológico de la lucha contra el comunismo en la intervención de España podría bloquear actitudes indeseadas de potencias democráticas como Reino Unido.
Teniendo en cuenta que el arma aérea fue el componente principal de la Legión Cóndor, a los pilotos y oficiales de vuelo, que eran considerados y se sentían la élite del ejército alemán, se les ofreció la posibilidad de demostrar su valía y “servir a la patria” en una experiencia viril y militar, que incluía otros suculentos alicientes como el ascenso inmediato y un salario muy superior al que recibían en el destino anterior. Como muestra de lo lucrativa que podía ser la misión, Schüler-Springorum nos cita el alto número de bodas y el consumo de objetos de lujo al que se dedicaban cuando regresaban a Alemania. Para los jóvenes legionarios, España aparecía como un lugar exótico en el que volcar sus fantasías épicas y vivir aventuras, a la búsqueda de gloria y placeres, dinero y mujeres. Se trataba de una suerte de turismo bélico al que muchos de ellos acudieron con su flamante cámara de fotos último modelo.
Guernica2
Vista de Guernica, tras el bombardeo del 26 de abril de 1937 / F. Sabino Arana
En general, unos alojamientos convenientes –siempre tenían reservado el mejor hotel de la ciudad en la que se instalasen - y una manutención surtida y variada mantenían a los legionarios con buen humor y disposición. No les faltaban productos alemanes típicos pero fueron descubriendo las bondades de la dieta local (aunque la mayoría de ellos rechazaba el aceite de oliva) y frecuentemente eran agasajados por las autoridades del bando franquista con delicias culinarias que la población española difícilmente podía llegar a soñar. Esta dolce vita, con una actividad bélica que incluía largos períodos de pausa, fomentó que el aburrimiento fuese ocupando la atmósfera en la que vivían los soldados, que intentaban remediarlo visitando lugares de interés o intentando entablar relación con las jóvenes españolas, como relata Klaus Köhler que afirmaba que “no nos cansamos de admirar a las ardientes españolas pero ellas también nos contemplan”. Lo cierto es que en la España nacional ultracatólica, la inaccesibilidad de las mujeres hizo que todo acabase en miradas y el recurso final fuese la visita a burdeles, según describe Adolf Galland al recordar sus “noches andaluzas” con “programa completo”.
La ventaja de gozar de una supremacía aérea que solo pudo ser cuestionada por la República hasta abril de 1937, hizo que los pilotos de caza, a bordo de los magníficos Messerschmitt Bf 109 o los Junker Ju 87 Stukas, dominasen el cielo español “presionados” en una especie de competición deportiva por derribar el máximo de aviones enemigos. Harina de otro costal era el bombardeo sobre el enemigo para el que se necesitaba una actitud “más ordenada y estoica” según Schüler. Entran en juego las motivaciones militares alemanas para intervenir en España, la experimentación con diferentes tipos de bombas y tácticas de bombardeo, que supusieron la destrucción masiva de ciudades y la muerte de miles de víctimas civiles como consecuencia de una guerra aérea planificada y ejecutada racionalmente. El legionario Egbert von Frankenberg comenta al respecto: "…no pensábamos sino en ‘cumplir con nuestra tarea’ obedeciendo inmediatamente las órdenes que recibíamos. Y nos importaba poco lo que las bombas y el fuego ocasionaran exactamente”. Inevitablemente, evocamos Guernica en llamas, consumida en el fuego de las bombas incendiarias en abril de 1937, pero esta macabra ejecución experimental comenzó el 14 de diciembre de 1936, y contó con la ambición personal de Queipo de Llano, el general del ejército del sur que, como recuerda el jefe del Estado Mayor de la legión Wolfram Von Richthofen, “quería adueñarse a toda costa de la cosecha de aceitunas cerca de Porcuna, especialmente rica”. Los intereses comunes de Queipo y Richthofen, sobrino del famoso Barón Rojo, supusieron que el pueblo cordobés de Bujalance fuese arrasado hasta que no quedase una casa en pie, con 190 civiles muertos. El sangriento colofón lo puso la caravana interminable de refugiados y tropas que huían hacia la frontera francesa desde Barcelona en el invierno de 1939, que Torsten Christ refleja en el diario de guerra del Estado Mayor de la legión: “El abundante tráfico en las carreteras resulta demasiado tentador, así que decidimos asestar un último golpe al enemigo antes de que desapareciera”.
Legion C Avila
Miembros de la Legión Cóndor desfilan en Ávila, mayo 1939 / Keystone-Getty
Los pilotos y soldados de la Legión Cóndor aplicaron su experiencia española en la II Guerra Mundial y el 80% de ellos se dejaron la vida en el combate. Para los supervivientes, fue complicado reiniciar su vida con el estigma de haber pertenecido a una unidad fuertemente ideologizada por el nazismo cuya tarjeta de presentación era la destrucción de Guernica. La sociedad de las dos Alemanias no sabía muy bien qué hacer con los supervivientes de la Cóndor. En la RDA algunos contaron con la enemistad de los alemanes que habían luchado en las Brigadas Internacionales, pero otros supieron medrar en el contexto geopolítico de la Guerra Fría y el anticomunismo imperantes, como es el caso de Heinz Trettner, militar en la Bundeswehr de la RFA que llegó a teniente general con un alto cargo en la OTAN, y nunca se sintió responsable moral de los crímenes cometidos antes de 1945.
Todas las facetas de la Legión Cóndor en su interacción con sus compañeros de bando en España, las disensiones sobre estrategia militar de los mandos alemanes con Franco, y otros aspectos de la experiencia vital de los legionarios son tratados de manera novedosa y convincente por Stefanie Schüler-Springorum, en este libro necesario para entender a esta unidad militar. Reconforta mínimamente en su lectura conocer que a pesar de la propaganda nazi que llenaba de falsa información los oídos de estos combatientes, a algunos de ellos cada vez les parecía más cuestionable la razón de su presencia en una guerra donde no eran recibidos como liberadores en los pueblos y ciudades que tomaban. Es el caso de Erwin Jaenecke, que en una carta a la central de la Wehrmacht identificaba a “…la Iglesia, los latifundios y el capitalismo, que desde hace siglos oprimen y atormentan al pueblo de una manera atroz” o unos pilotos de caza en Zaragoza que a un informador británico rogaban que algún día se pudiera “contar la verdad de esta llamada guerra entre rojos y blancos”.
Por: F. Javier Herrero | El País
Un equipo de vuelo de la Legión Cóndor se dispone a subir a un Heinkel He 111, 1938 / s. a.
Por las calles sevillanas, durante las calurosas noches de agosto de 1936, aparecieron unos extranjeros jóvenes y rubios que vestían con uniformes blancos de los juegos olímpicos y se comportaban de manera extraña en ese ambiente andaluz. La información oficial decía que se trataba de un grupo turista de una organización obrera alemana, pero su presencia tenía otros motivos y no llegaron a engañar a nadie. Los sevillanos afectos al golpe de estado del 18 de julio les saludaban por la calle y ovacionaban. Esos jóvenes formaban parte del primer contingente de ayuda militar secreta que Hitler decidió enviar a Franco para consolidar su posición en las primeras semanas del golpe que derivó en guerra civil. En noviembre, ante la inesperada resistencia del Madrid republicano, fortalecido por el apoyo militar soviético, la misión militar alemana aumentó considerablemente sus efectivos y se reorganizó en la unidad autónoma que Hermann Göring, comandante en jefe de la Luftwaffe, denominó Legión Cóndor.
La intervención nazi en la Guerra Civil ha sido uno de los asuntos más estudiados desde múltiples enfoques por los historiadores alemanes, españoles o europeos, pero lo que se echaba en falta era un estudio de los auténticos protagonistas de la Legión Cóndor, sus soldados, y eso ha quedado satisfecho este año con el magnífico trabajo que ha realizado Stefanie Schüler-Springorum en La guerra como aventura – La Legión Cóndor en la Guerra Civil Española 1936-1939 (Alianza Editorial). Su línea de investigación busca un planteamiento novedoso dentro de la historiografía militar, desde una perspectiva de historia cultural y de género. Nos encontramos ante un grupo masculino con unos modelos culturales y una mentalidad concretos, al que la autora disecciona para comprender su comportamiento e interpretación de la realidad en la que estos soldados se encuentran. Las fuentes utilizadas, algunas de ellas inexploradas hasta ahora, se hallan en archivos alemanes y españoles, siendo especialmente relevantes las experiencias de los combatientes de la legión plasmadas en sus narraciones, relatos autobiográficos que, aún siendo ejemplos de literatura de propaganda fascista, “no son totalmente inservibles” para el análisis histórico.
La noche del 25 de julio de 1936, Hitler había recibido en Bayreuth a unos emisarios de Franco que le trasladaron una petición de ayuda militar para solventar la crítica situación en que se encontraba el bando militar rebelde, con sus mejores tropas inmovilizadas en Marruecos. Los motivos que llevaron al Führer alemán a decir sí en ese mismo momento a un militar español desconocido varado en el Rif marroquí han sido precisados gracias a la sobresaliente tarea de investigadores como Ángel Viñas. Hubo causas económicas, ideológicas, estratégicas y militares que tendrían un papel cambiante a lo largo de la Guerra Civil. Al principio las militares y económicas no contaron. Las líneas maestras de la estrategia europea de Hitler, que tras la recuperación de la soberanía en la Renania desmilitarizada en marzo, había abandonado su política exterior revisionista de Versalles para pasar a una fase agresiva y expansionista, se basaban en neutralizar a Francia antes de lanzarse a invadir el Este, y contar con un régimen favorable en la frontera sur francesa aparecía como una posibilidad que no había que desperdiciar. El oportuno barniz ideológico de la lucha contra el comunismo en la intervención de España podría bloquear actitudes indeseadas de potencias democráticas como Reino Unido.
Teniendo en cuenta que el arma aérea fue el componente principal de la Legión Cóndor, a los pilotos y oficiales de vuelo, que eran considerados y se sentían la élite del ejército alemán, se les ofreció la posibilidad de demostrar su valía y “servir a la patria” en una experiencia viril y militar, que incluía otros suculentos alicientes como el ascenso inmediato y un salario muy superior al que recibían en el destino anterior. Como muestra de lo lucrativa que podía ser la misión, Schüler-Springorum nos cita el alto número de bodas y el consumo de objetos de lujo al que se dedicaban cuando regresaban a Alemania. Para los jóvenes legionarios, España aparecía como un lugar exótico en el que volcar sus fantasías épicas y vivir aventuras, a la búsqueda de gloria y placeres, dinero y mujeres. Se trataba de una suerte de turismo bélico al que muchos de ellos acudieron con su flamante cámara de fotos último modelo.
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Vista de Guernica, tras el bombardeo del 26 de abril de 1937 / F. Sabino Arana
En general, unos alojamientos convenientes –siempre tenían reservado el mejor hotel de la ciudad en la que se instalasen - y una manutención surtida y variada mantenían a los legionarios con buen humor y disposición. No les faltaban productos alemanes típicos pero fueron descubriendo las bondades de la dieta local (aunque la mayoría de ellos rechazaba el aceite de oliva) y frecuentemente eran agasajados por las autoridades del bando franquista con delicias culinarias que la población española difícilmente podía llegar a soñar. Esta dolce vita, con una actividad bélica que incluía largos períodos de pausa, fomentó que el aburrimiento fuese ocupando la atmósfera en la que vivían los soldados, que intentaban remediarlo visitando lugares de interés o intentando entablar relación con las jóvenes españolas, como relata Klaus Köhler que afirmaba que “no nos cansamos de admirar a las ardientes españolas pero ellas también nos contemplan”. Lo cierto es que en la España nacional ultracatólica, la inaccesibilidad de las mujeres hizo que todo acabase en miradas y el recurso final fuese la visita a burdeles, según describe Adolf Galland al recordar sus “noches andaluzas” con “programa completo”.
La ventaja de gozar de una supremacía aérea que solo pudo ser cuestionada por la República hasta abril de 1937, hizo que los pilotos de caza, a bordo de los magníficos Messerschmitt Bf 109 o los Junker Ju 87 Stukas, dominasen el cielo español “presionados” en una especie de competición deportiva por derribar el máximo de aviones enemigos. Harina de otro costal era el bombardeo sobre el enemigo para el que se necesitaba una actitud “más ordenada y estoica” según Schüler. Entran en juego las motivaciones militares alemanas para intervenir en España, la experimentación con diferentes tipos de bombas y tácticas de bombardeo, que supusieron la destrucción masiva de ciudades y la muerte de miles de víctimas civiles como consecuencia de una guerra aérea planificada y ejecutada racionalmente. El legionario Egbert von Frankenberg comenta al respecto: "…no pensábamos sino en ‘cumplir con nuestra tarea’ obedeciendo inmediatamente las órdenes que recibíamos. Y nos importaba poco lo que las bombas y el fuego ocasionaran exactamente”. Inevitablemente, evocamos Guernica en llamas, consumida en el fuego de las bombas incendiarias en abril de 1937, pero esta macabra ejecución experimental comenzó el 14 de diciembre de 1936, y contó con la ambición personal de Queipo de Llano, el general del ejército del sur que, como recuerda el jefe del Estado Mayor de la legión Wolfram Von Richthofen, “quería adueñarse a toda costa de la cosecha de aceitunas cerca de Porcuna, especialmente rica”. Los intereses comunes de Queipo y Richthofen, sobrino del famoso Barón Rojo, supusieron que el pueblo cordobés de Bujalance fuese arrasado hasta que no quedase una casa en pie, con 190 civiles muertos. El sangriento colofón lo puso la caravana interminable de refugiados y tropas que huían hacia la frontera francesa desde Barcelona en el invierno de 1939, que Torsten Christ refleja en el diario de guerra del Estado Mayor de la legión: “El abundante tráfico en las carreteras resulta demasiado tentador, así que decidimos asestar un último golpe al enemigo antes de que desapareciera”.
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Miembros de la Legión Cóndor desfilan en Ávila, mayo 1939 / Keystone-Getty
Los pilotos y soldados de la Legión Cóndor aplicaron su experiencia española en la II Guerra Mundial y el 80% de ellos se dejaron la vida en el combate. Para los supervivientes, fue complicado reiniciar su vida con el estigma de haber pertenecido a una unidad fuertemente ideologizada por el nazismo cuya tarjeta de presentación era la destrucción de Guernica. La sociedad de las dos Alemanias no sabía muy bien qué hacer con los supervivientes de la Cóndor. En la RDA algunos contaron con la enemistad de los alemanes que habían luchado en las Brigadas Internacionales, pero otros supieron medrar en el contexto geopolítico de la Guerra Fría y el anticomunismo imperantes, como es el caso de Heinz Trettner, militar en la Bundeswehr de la RFA que llegó a teniente general con un alto cargo en la OTAN, y nunca se sintió responsable moral de los crímenes cometidos antes de 1945.
Todas las facetas de la Legión Cóndor en su interacción con sus compañeros de bando en España, las disensiones sobre estrategia militar de los mandos alemanes con Franco, y otros aspectos de la experiencia vital de los legionarios son tratados de manera novedosa y convincente por Stefanie Schüler-Springorum, en este libro necesario para entender a esta unidad militar. Reconforta mínimamente en su lectura conocer que a pesar de la propaganda nazi que llenaba de falsa información los oídos de estos combatientes, a algunos de ellos cada vez les parecía más cuestionable la razón de su presencia en una guerra donde no eran recibidos como liberadores en los pueblos y ciudades que tomaban. Es el caso de Erwin Jaenecke, que en una carta a la central de la Wehrmacht identificaba a “…la Iglesia, los latifundios y el capitalismo, que desde hace siglos oprimen y atormentan al pueblo de una manera atroz” o unos pilotos de caza en Zaragoza que a un informador británico rogaban que algún día se pudiera “contar la verdad de esta llamada guerra entre rojos y blancos”.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
El minuto eterno y la excusa de la derrota de la Armada Invencible
El minuto eterno en Plymouth: el día que la Armada Invencible pudo vencer a Inglaterra
CÉSAR CERVERA
ABC
El desastre militar pudo haberse evitado si el Duque de Medina-Sidonia hubiera accedido a la petición de la vieja guardia de su predecesor, Álvaro de Bazán, para atacar al grueso de la flota inglesa, atrapado en el puerto de esta ciudad
Derrota de la Armada Invencible, pintura de Philippe-Jacques de Loutherbourg
Una leyenda inglesa cuenta que Francis Drake, vicealmirante de la flota inglesa, se encontraba jugando a los bolos en la localidad de Plymouth cuando fue avisado de la llegada de la flota que Felipe II había mandado contra la Reina Isabel I. «Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario antes de arrojar la siguiente bola. Un episodio inverosímil que el historiador naval Agustín Rodríguez González asemeja al clásico «mito fundacional» –en su libro «Drake y la Invencible»– para esconder una verdad vergonzosa: el secreto peor guardado de Europa sorprendió al grueso de la escuadra inglesa en puerto y sin la artillería preparada. El Duque de Medina-Sidonia, el comandante español, decidió no atacar y seguir de largo en contra de la opinión de la vieja guardia de oficiales que había servido con su predecesor, el célebre Álvaro de Bazán. Para muchos historiadores, la suerte de la que después fue bautizada, con intención burlesca, como «la Armada Invencible» quedó sellada ese día.
Debido a los sucesivos retrasos en los preparativos y a la sangría de gastos que estaba suponiendo la Empresa Inglesa, Felipe II designó un sustituto a principios de 1588 para el almirante Álvaro de Bazán, quizás el marino más prestigioso del siglo XVI y el hombre que estaba al cargo de la armada congregada en Lisboa. Enfermo de tifus y con sus facultades mentalmente mermadas, Bazán falleció el 9 de febrero de 1588, ahorrando al monarca la deshonra de destituir a uno de los héroes de la batalla de Lepanto. Su sustituto fue Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, VII duque de Medina-Sidonia, no sin antes tratar de rehuir la responsabilidad por todos los medios.
Tras un duro viaje donde los barcos tuvieron que reagruparse varias veces, el 29 de julio la escuadra que dirigía Medina-Sidonia se internó en aguas inglesas. A esas alturas, tras dos años de preparativos, los planes de Felipe II eran plenamente conocidos por toda Europa. Como medidas defensivas, Isabel I había organizado un sistema de vigías para avistar la llegada de los barcos españoles al instante y había autorizado a su almirante Lord Howard y al corsario Francis Drake a aprovechar la confusión para contraatacar directamente en España. Sin embargo, la meteorología castigó a la flota inglesa y la obligó a retornar a Inglaterra poco después de su salida, en concreto al puerto de Plymouth, justo unos días antes de la llegada de Medina-Sidonia a ese mismo lugar.
Lejos de la célebre anécdota de Drake jugando a los bolos, el corsario y sus hombres se encontraban reparando y aprovisionando sus barcos tras el fracasado intento por llegar a España, cuando el marino Thomas Fleming trajo la terrible noticia: la flota española estaba a la salida del puerto. Para su fortuna, la falta de perpectiva de Medina-Sidonia iba a salvar a los ingleses del desastre.
Oquendo y Recalde, la vieja guardia de Bazán, propusieron atacar a Drake en el puerto
Para muchos historiadores, aquella oportunidad perdida de destruir la flota inglesa sentenció la suerte de la «Felicísima», que recuperó el rol de pesado convoy de trasporte de tropas que Felipe II le había otorgado erróneamente. Una misión que ni las comunicaciones de la época –los Tercios de Flandes no estuvieron preparados a tiempo– ni los ágiles barcos enemigos iban a permitir llevar a cabo.
Los ingleses no pudieron hundir prácticamente ninguno de los galeones españoles, auténticos castillos flotantes, pero Medina-Sidonia no alcanzó a «darse la mano» con los ejércitos hispánicos en los Países Bajos y se vio forzado a bordear las Islas Británicas. Los arañazos alcanzados por los buques ingleses y las tempestades fueron transformando los barcos en ruinas flotantes. La defectuosa cartografía portada por los españoles fue el golpe de gracia para una travesía a ciegas por las escarpadas costas de Escocia y de Irlanda. Allí ocurrió la auténtica catástrofe.
CÉSAR CERVERA
ABC
El desastre militar pudo haberse evitado si el Duque de Medina-Sidonia hubiera accedido a la petición de la vieja guardia de su predecesor, Álvaro de Bazán, para atacar al grueso de la flota inglesa, atrapado en el puerto de esta ciudad
Derrota de la Armada Invencible, pintura de Philippe-Jacques de Loutherbourg
Una leyenda inglesa cuenta que Francis Drake, vicealmirante de la flota inglesa, se encontraba jugando a los bolos en la localidad de Plymouth cuando fue avisado de la llegada de la flota que Felipe II había mandado contra la Reina Isabel I. «Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles», afirmó el corsario antes de arrojar la siguiente bola. Un episodio inverosímil que el historiador naval Agustín Rodríguez González asemeja al clásico «mito fundacional» –en su libro «Drake y la Invencible»– para esconder una verdad vergonzosa: el secreto peor guardado de Europa sorprendió al grueso de la escuadra inglesa en puerto y sin la artillería preparada. El Duque de Medina-Sidonia, el comandante español, decidió no atacar y seguir de largo en contra de la opinión de la vieja guardia de oficiales que había servido con su predecesor, el célebre Álvaro de Bazán. Para muchos historiadores, la suerte de la que después fue bautizada, con intención burlesca, como «la Armada Invencible» quedó sellada ese día.
Debido a los sucesivos retrasos en los preparativos y a la sangría de gastos que estaba suponiendo la Empresa Inglesa, Felipe II designó un sustituto a principios de 1588 para el almirante Álvaro de Bazán, quizás el marino más prestigioso del siglo XVI y el hombre que estaba al cargo de la armada congregada en Lisboa. Enfermo de tifus y con sus facultades mentalmente mermadas, Bazán falleció el 9 de febrero de 1588, ahorrando al monarca la deshonra de destituir a uno de los héroes de la batalla de Lepanto. Su sustituto fue Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, VII duque de Medina-Sidonia, no sin antes tratar de rehuir la responsabilidad por todos los medios.
¿Por qué el Rey eligió a Medina-Sidonia?
Medina-Sidonia consideraba que no era el hombre idóneo para conducir la escuadra a las Islas Británicas, puesto que sus conocimiento militares, sobre todo a nivel marítimo, se reducían a una escaramuza al sur de Portugal durante la conquista de este reino. Sin embargo, Felipe II insistió en su decisión y el duque no tuvo otro remedio que desplazarse a Lisboa. Allí el trabajo organizativo del noble castellano –las tareas administrativas eran su mayor talento– dieron rápidamente sus frutos y en pocos meses la flota empezó a tomar forma. De los 104 barcos y 10.000 efectivos disponibles en febrero, se pasó a 130 barcos y 19.000 soldados en mayo. El milagro administrativo, no en vano, había sido posible con el dinero que el duque había puesto de su propio bolsillo.El objetivo era que la flota se «diera la mano» con los Tercios de Flandes
El hombre elegido por Felipe II se había mostrado diligente hasta ese momento. Precisamente hasta que la flota partió y llegaron las primeras acciones militares. Al atardecer del 31 de mayo de 1588, el último de los barcos de la «Armada Felicísima» abandonó Lisboa en dirección a los Países Bajos, donde Medina-Sidonia debía «darse la mano» con los Tercios de Flandes y trasportar a los soldados a Inglaterra.Tras un duro viaje donde los barcos tuvieron que reagruparse varias veces, el 29 de julio la escuadra que dirigía Medina-Sidonia se internó en aguas inglesas. A esas alturas, tras dos años de preparativos, los planes de Felipe II eran plenamente conocidos por toda Europa. Como medidas defensivas, Isabel I había organizado un sistema de vigías para avistar la llegada de los barcos españoles al instante y había autorizado a su almirante Lord Howard y al corsario Francis Drake a aprovechar la confusión para contraatacar directamente en España. Sin embargo, la meteorología castigó a la flota inglesa y la obligó a retornar a Inglaterra poco después de su salida, en concreto al puerto de Plymouth, justo unos días antes de la llegada de Medina-Sidonia a ese mismo lugar.
Lejos de la célebre anécdota de Drake jugando a los bolos, el corsario y sus hombres se encontraban reparando y aprovisionando sus barcos tras el fracasado intento por llegar a España, cuando el marino Thomas Fleming trajo la terrible noticia: la flota española estaba a la salida del puerto. Para su fortuna, la falta de perpectiva de Medina-Sidonia iba a salvar a los ingleses del desastre.
La decisión que condenó a «la Felicísima»
A primera hora del 29 julio, el duque convocó un consejo de guerra en el buque insignia de la Armada, «el San Martín», donde algunos oficiales como Miguel de Oquendo, Pedro de Valdés y Juan Martínez de Recalde –la vieja guardia de Álvaro de Bazán– propusieron atacar a Drake en el puerto, como había hecho él en Cádiz un año antes, lo que posiblemente habría supuesto una victoria abultada para los españoles, puesto que el viento en contra impedía que escapara ningún buque. Sin embargo, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga decidió, bajo la influencia de Diego Flores de Valdés, ceñirse a los planes de Felipe II y dirigirse a Flandes sin mediar combate con los británicos. Cabe mencionar que el marino Diego Flores de Valdés, que más adelante sería responsable de otros episodios negativos en la desastrosa campaña, tenía el mando del barco donde iba el duque y hacía las veces de su consejero naval. Juan Martínez de Recalde –segundo de la escuadra– dirigía su propio galeón, «el Santiago», lo que hacía muy complicada la comunicación entre ambos almirantes.Oquendo y Recalde, la vieja guardia de Bazán, propusieron atacar a Drake en el puerto
Para muchos historiadores, aquella oportunidad perdida de destruir la flota inglesa sentenció la suerte de la «Felicísima», que recuperó el rol de pesado convoy de trasporte de tropas que Felipe II le había otorgado erróneamente. Una misión que ni las comunicaciones de la época –los Tercios de Flandes no estuvieron preparados a tiempo– ni los ágiles barcos enemigos iban a permitir llevar a cabo.
Los ingleses no pudieron hundir prácticamente ninguno de los galeones españoles, auténticos castillos flotantes, pero Medina-Sidonia no alcanzó a «darse la mano» con los ejércitos hispánicos en los Países Bajos y se vio forzado a bordear las Islas Británicas. Los arañazos alcanzados por los buques ingleses y las tempestades fueron transformando los barcos en ruinas flotantes. La defectuosa cartografía portada por los españoles fue el golpe de gracia para una travesía a ciegas por las escarpadas costas de Escocia y de Irlanda. Allí ocurrió la auténtica catástrofe.
martes, 9 de diciembre de 2014
Francia: La comuna de París
El levantamiento de Primavera
Una descripción detallada de la destrucción sin sentido de la Comuna de París
The Economist
Masacre: La vida y muerte de la Comuna de París de 1871. Por John Merriman. Basic Books; 324 páginas; $ 29.99. Yale University Press; £ 20. Compre de Amazon.com, Amazon.co.uk
El aplastamiento de la Comuna de París sigue siendo difícil de comprender. Más de dos días en mayo de 1871, 130.000 soldados del ejército regular francés entró en París para suprimir un gobierno de la ciudad improvisada que se hace llamar La Comuna. Los historiadores todavía discuten las cifras, sino siete días después, el ejército había matado tal vez 10.000 defensores, ayudantes desarmados y transeúntes desafortunados. Los prisioneros fueron fusilados sin más. De 36.000 personas detenidas, alrededor de 10.000 fueron ejecutados, encarcelados o deportados.
En "Masacre", John Merriman un historiador de la Universidad de Yale, combina dos tareas narrativas con el arte considerable: una visión general de los antecedentes enredado y primeros planos vivos desde la calle. El colapso de los ejércitos de Francia en una guerra mal elegido con Prusia un año antes había acabado autoritario Segundo Imperio de Napoleón III. Ciudades francesas radicales compitieron con un campo conservador para el control de una nueva república frágil. Para sellar la victoria, los alemanes sitiaron la capital. Como los suministros de alimentos empezaron a escasear en enero de 1871, los franceses demandado por términos. Los votantes cansados de la guerra eligieron un gobierno de derecha bajo Adolphe Thiers, otorgándole un mandato vigente a aceptar una paz alemana dura.
La Comuna surgió de la sensación entre los parisinos que habían sido traicionados. Candidatos radicales habían barrido sus escaños parlamentarios. Sobre todo en los barrios más pobres al este, repulsión en la paz, los sueños de la lucha en la ira y en el levantamiento de una moratoria de las deudas de guerra se mezclaban con las esperanzas de los derechos democráticos y la reforma social.
Cuando, el 18 de marzo, Thiers buscó un intento de recuperar el control en París de una milicia radicalizada, unidades del ejército regular pusieron del lado de la milicia. En cierto pánico, Thiers recordó el ejército y el gobierno de Versailles. La autoridad del Estado de haber sido retirado de la capital, París eligió una comuna autónoma de alrededor de 90 miembros, aunque unos 20 de distritos más ricos rechazaron sus asientos. Lo radical de París vio como la autonomía, Versalles conservadores consideran como revolución. Qué Versalles fue la restauración del orden político, la Comuna tomó por la lucha de clases por los ricos.
La Comuna no era ni socialista ni proletaria. Sus miembros eran en su mayoría artesanos autónomos o profesionales menores. Charla anarquista y utópica sonó en clubes políticos. La Comuna sí quería autonomía cívica y para eliminar los agravios que perjudican a los artesanos y las pequeñas empresas. Duró 72 días, poco tiempo para lograr cualquier cosa, aunque lo suficiente para que Thiers para reagruparse y aplastar una insurgencia espontánea su gobierno había hecho mucho por lograr.
Sr. Merriman hace un buen trabajo de mostrar la Comuna de cerca, así como plano general. Usando las palabras de los presentes, que cuenta la historia desde la calle, día a día, y, en la semaine sanglante sí, casi hora por hora. Los rumores vuelan, las decisiones se toman a ciegas y revocadas después de que se han llevado a cabo. Horrores ocurren en una esquina de la calle. No muy lejos de un cómodo notas parisinos lo que comió para el almuerzo.
Como sombrío cuento del señor Merriman de la última semana se desarrolla, el salvajismo del gobierno parece cada vez más desquiciado. El resultado militar nunca estuvo en duda. Los comuneros fueron superados en número más de ocho a uno. Aplastar la Comuna no restauró la monarquía o descarrilar la república. Dentro de una década, los condenados fueron amnistiados. A partir de 1880 sobre los objetivos liberales y democráticas de la Comuna fueron aceptadas política republicana. La masacre aparece en esa luz casi sin sentido y, salvo en la memoria partidista, sin efectos duraderos.
El miedo y la ira, en fin, parece que han hecho cargo. Derechista votantes, el gobierno y la prensa pintaban una caricatura espeluznante de la gente común y luego cree su propia invención. Las tropas fueron dados periódicos vilipendiar parisinos como traidores y degenerados. Imágenes histéricas vivían en los libros que tratan de la masacre como el castigo de los crímenes de Communard oficiales de averías, el asesinato de rehenes clericales, la quema de símbolos de París. Aunque doloroso, esos excesos palidecían en comparación con las represalias.
El relato del señor Merriman crece enredada a veces, dejando a los lectores a encontrar su camino a través de los matorrales. El gran mérito de "masacre" es centrar la atención en la enormidad de la indignación moral perpetrado por un Estado moderno y una sociedad supuestamente civilizada contra sus propios ciudadanos. En el recuento del señor Merriman, la Comuna de París es un recordatorio de que los peores villanías son posibles una vez que han deshumanizado a tu oponente.
Una descripción detallada de la destrucción sin sentido de la Comuna de París
The Economist
Masacre: La vida y muerte de la Comuna de París de 1871. Por John Merriman. Basic Books; 324 páginas; $ 29.99. Yale University Press; £ 20. Compre de Amazon.com, Amazon.co.uk
El aplastamiento de la Comuna de París sigue siendo difícil de comprender. Más de dos días en mayo de 1871, 130.000 soldados del ejército regular francés entró en París para suprimir un gobierno de la ciudad improvisada que se hace llamar La Comuna. Los historiadores todavía discuten las cifras, sino siete días después, el ejército había matado tal vez 10.000 defensores, ayudantes desarmados y transeúntes desafortunados. Los prisioneros fueron fusilados sin más. De 36.000 personas detenidas, alrededor de 10.000 fueron ejecutados, encarcelados o deportados.
En "Masacre", John Merriman un historiador de la Universidad de Yale, combina dos tareas narrativas con el arte considerable: una visión general de los antecedentes enredado y primeros planos vivos desde la calle. El colapso de los ejércitos de Francia en una guerra mal elegido con Prusia un año antes había acabado autoritario Segundo Imperio de Napoleón III. Ciudades francesas radicales compitieron con un campo conservador para el control de una nueva república frágil. Para sellar la victoria, los alemanes sitiaron la capital. Como los suministros de alimentos empezaron a escasear en enero de 1871, los franceses demandado por términos. Los votantes cansados de la guerra eligieron un gobierno de derecha bajo Adolphe Thiers, otorgándole un mandato vigente a aceptar una paz alemana dura.
La Comuna surgió de la sensación entre los parisinos que habían sido traicionados. Candidatos radicales habían barrido sus escaños parlamentarios. Sobre todo en los barrios más pobres al este, repulsión en la paz, los sueños de la lucha en la ira y en el levantamiento de una moratoria de las deudas de guerra se mezclaban con las esperanzas de los derechos democráticos y la reforma social.
Cuando, el 18 de marzo, Thiers buscó un intento de recuperar el control en París de una milicia radicalizada, unidades del ejército regular pusieron del lado de la milicia. En cierto pánico, Thiers recordó el ejército y el gobierno de Versailles. La autoridad del Estado de haber sido retirado de la capital, París eligió una comuna autónoma de alrededor de 90 miembros, aunque unos 20 de distritos más ricos rechazaron sus asientos. Lo radical de París vio como la autonomía, Versalles conservadores consideran como revolución. Qué Versalles fue la restauración del orden político, la Comuna tomó por la lucha de clases por los ricos.
La Comuna no era ni socialista ni proletaria. Sus miembros eran en su mayoría artesanos autónomos o profesionales menores. Charla anarquista y utópica sonó en clubes políticos. La Comuna sí quería autonomía cívica y para eliminar los agravios que perjudican a los artesanos y las pequeñas empresas. Duró 72 días, poco tiempo para lograr cualquier cosa, aunque lo suficiente para que Thiers para reagruparse y aplastar una insurgencia espontánea su gobierno había hecho mucho por lograr.
Sr. Merriman hace un buen trabajo de mostrar la Comuna de cerca, así como plano general. Usando las palabras de los presentes, que cuenta la historia desde la calle, día a día, y, en la semaine sanglante sí, casi hora por hora. Los rumores vuelan, las decisiones se toman a ciegas y revocadas después de que se han llevado a cabo. Horrores ocurren en una esquina de la calle. No muy lejos de un cómodo notas parisinos lo que comió para el almuerzo.
Como sombrío cuento del señor Merriman de la última semana se desarrolla, el salvajismo del gobierno parece cada vez más desquiciado. El resultado militar nunca estuvo en duda. Los comuneros fueron superados en número más de ocho a uno. Aplastar la Comuna no restauró la monarquía o descarrilar la república. Dentro de una década, los condenados fueron amnistiados. A partir de 1880 sobre los objetivos liberales y democráticas de la Comuna fueron aceptadas política republicana. La masacre aparece en esa luz casi sin sentido y, salvo en la memoria partidista, sin efectos duraderos.
El miedo y la ira, en fin, parece que han hecho cargo. Derechista votantes, el gobierno y la prensa pintaban una caricatura espeluznante de la gente común y luego cree su propia invención. Las tropas fueron dados periódicos vilipendiar parisinos como traidores y degenerados. Imágenes histéricas vivían en los libros que tratan de la masacre como el castigo de los crímenes de Communard oficiales de averías, el asesinato de rehenes clericales, la quema de símbolos de París. Aunque doloroso, esos excesos palidecían en comparación con las represalias.
El relato del señor Merriman crece enredada a veces, dejando a los lectores a encontrar su camino a través de los matorrales. El gran mérito de "masacre" es centrar la atención en la enormidad de la indignación moral perpetrado por un Estado moderno y una sociedad supuestamente civilizada contra sus propios ciudadanos. En el recuento del señor Merriman, la Comuna de París es un recordatorio de que los peores villanías son posibles una vez que han deshumanizado a tu oponente.
lunes, 8 de diciembre de 2014
Vida civil: La Fanta Nazi
El curioso origen del refresco Fanta
POR ALFRED LÓPEZ
Detrás del origen del refresco Fanta hay una curiosa historia que nos traslada a la Alemania Nazi de 1941.
La compañía Coca-Cola en Alemania operaba de manera autónoma desde 1929 en territorio germano. Allí era, y sigue siendo, conocida como Coca-Cola GmbH.
Durante la Segunda Guerra Mundial Alemania sufrió el bloqueo aliado, lo que llevó a no poder recibir el sirope (cuya fórmula era secreta) para producir el famoso refresco de cola. Max Keith, uno de los directivos de la empresa, tuvo que ingeniárselas para crear un nuevo refresco que hiciera las delicias de los consumidores.
Evidentemente no podía hacer otra bebida de cola, ya que entraría en directa competencia con la que ellos comercializaban a través de la franquicia y que esperaban seguir fabricando una vez que acabase el bloqueo.
Max Keith pensó en una bebida refrescante a base de zumo de fruta y el primer sabor por el que se apostó era el de naranja. Que una bebida de frutas estuviera carbonatada era un concepto innovador, lo que hacía prever que sería todo un éxito.
Ahora solo faltaba encontrar un nombre efectivo al nuevo producto, así que se instó, a través de un concurso, a todos los trabajadores de la empresa a que aportasen ideas para bautizar al refresco e invitaba a todos a dejar volar su fantasía en busca de un nombre adecuado.
Joe Knipp, uno de los operarios de la fábrica, al escuchar la propuesta y la palabra fantasía (fantasie en alemán) tuvo la rápida ocurrencia de proponer el nombre de Fanta.
POR ALFRED LÓPEZ
Detrás del origen del refresco Fanta hay una curiosa historia que nos traslada a la Alemania Nazi de 1941.
La compañía Coca-Cola en Alemania operaba de manera autónoma desde 1929 en territorio germano. Allí era, y sigue siendo, conocida como Coca-Cola GmbH.
Durante la Segunda Guerra Mundial Alemania sufrió el bloqueo aliado, lo que llevó a no poder recibir el sirope (cuya fórmula era secreta) para producir el famoso refresco de cola. Max Keith, uno de los directivos de la empresa, tuvo que ingeniárselas para crear un nuevo refresco que hiciera las delicias de los consumidores.
Evidentemente no podía hacer otra bebida de cola, ya que entraría en directa competencia con la que ellos comercializaban a través de la franquicia y que esperaban seguir fabricando una vez que acabase el bloqueo.
Max Keith pensó en una bebida refrescante a base de zumo de fruta y el primer sabor por el que se apostó era el de naranja. Que una bebida de frutas estuviera carbonatada era un concepto innovador, lo que hacía prever que sería todo un éxito.
Ahora solo faltaba encontrar un nombre efectivo al nuevo producto, así que se instó, a través de un concurso, a todos los trabajadores de la empresa a que aportasen ideas para bautizar al refresco e invitaba a todos a dejar volar su fantasía en busca de un nombre adecuado.
Joe Knipp, uno de los operarios de la fábrica, al escuchar la propuesta y la palabra fantasía (fantasie en alemán) tuvo la rápida ocurrencia de proponer el nombre de Fanta.
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