Cana: una palabra, varios orígenes
Secreta Buenos Aires.Se usa para referirse a los policías desde principios del siglo pasado. Según los especialistas, hay diversas explicaciones.
Historia. Un policía en una garita a principios del siglo XX, cuando se les empezó a decir "canas".
Eduardo Parise - Clarín
Araca la cana es el nombre de la murga uruguaya más famosa. Fue creada en 1934 por los canillitas del Paso del Molino, una zona popular de Montevideo. También “Araca la cana” es el título de un conocido tango que Enrique Delfino y Mario Rada compusieron en 1933. Es aquel que empieza diciendo “Araca la cana / ya estoy engriyao / un par de ojos negros me han engayolao…”, para dar a entender que el hombre había quedado prendado por la mirada de una mujer. En el idioma lunfardo, engriyao y engayolao equivale a estar preso, atrapado. Y araca es atención, cuidado, como una voz de alarma. Todos sabemos que “la cana” significa “la Policía”. Pero vale la pregunta: ¿cuál es el origen de esa denominación? Veamos…
Los analistas históricos del lunfardo, ese idioma popular con mucho arraigo entre nosotros, tienen distintas versiones. Están los que sostienen la teoría importada y que cana deriva de la palabra francesa canne que significa bastón. La alusión es al “palito de abollar ideologías”, como solía definir la gran Mafalda a los bastones que utilizan los policías de todo el mundo. Tiene cierta lógica, pero no es la única explicación. Otros creen que la cuestión se relaciona con la ubicación del Departamento Central de Policía en la Ciudad de Buenos Aires.
Cuando en noviembre de 1888 se inauguró el palacio que hoy ocupa la manzana de la avenida Belgrano y las calles Luis Sáenz Peña, Moreno y Virrey Ceballos, en Monserrat, la zona no estaba muy poblada. Es más: cuentan que todavía por allí había algunos bañados llenos de juncos y que ese mimbre salvaje solían usarlo algunos artesanos del lugar para fabricar, entre otros artículos, algunas canastas. Por eso, cuando alguien era detenido y llevado al Departamento Central, era que había “caído en canasta”. Y que eso derivó en “caer en cana”.
Claro que también están los que buscan la referencia con un anclaje más periodístico. Son quienes citan una de las históricas Aguafuertes Porteñas que Roberto Arlt escribió en 1929 para el diario El Mundo. Allí Arlt menciona a un comisario de apellido Racana, quien atemorizaba con sus razzias a los muchachos que jugaban al fútbol en calles y potreros, algo que no era bien visto. Y que el grito “¡rajemos que viene Racana!”, terminó como que había que escapar de “la cana”. También está quienes creen que la expresión tiene que ver con los bastones de la Policía, conocidos como “macanas”.
Por supuesto que “cana” no es el único apelativo popular para un policía. También está “rati” (tira al revés, por las jinetas que llevan en el uniforme), “yuta” (dicen que alude a una policía falluta, traidora, desleal, aunque otros lo relacionan con que muchos policías salían a hacer sus recorridas de a dos; es decir, en yunta) y “gorra” (una cuestión obvia). Pero hay otro que tiene mucho arraigo: “ la taquería” y decirle “taquero” al comisario. La explicación se basa en una práctica común a fines del siglo XIX y principios del XX. Los compadritos, para darse aire de importancia, usaban zapatos con tacos de madera que medían cinco centímetros. Y había un edicto que lo consideraba “un insulto a las buenas costumbres”. Por eso, los llevaban a las comisarías y el jefe, con un sable, les cortaba el taco de un zapato de un solo golpe. Los muchachos salían rengos y humillados.
Como la imaginación popular no descansa, siempre aparecen otras expresiones para aludir a los policías. Y entre esas está “cobani”. Pero los especialistas sostienen que eso no define a un policía sino a un guardiacárcel. Y explican: cobani deriva de coabani, abanico al revés. Y tiene que ver con el montón de llaves que llevan los guardias en un cinturón, lo que semeja un abanico. De allí que en las cárceles, cuando se acercaba el guardia, los presos solían alertar "araca, cobani”. Pero esa es otra historia.
jueves, 18 de diciembre de 2014
miércoles, 17 de diciembre de 2014
Roma y sus democráticas letrinas
Los peligros de utilizar las letrinas públicas en la Roma Antigua
Javier Sanz - Historias de la Historia
El agua que llegaba a la ciudad de Roma a través de los acueductos se almacenaba en grandes depósitos desde donde se distribuía a las panaderías, las casas, los baños… El agua sobrante de estos usos prioritarios terminaba en la red de alcantarillado: la Cloaca Máxima. Iniciada su construcción en el siglo VI a.C. por el rey Tarquinio y ampliada en varias ocasiones en siglos posteriores, recogía las aguas fecales de las casas -lógicamente, esta red no cubría toda Roma y mucho menos las zonas de las clases bajas- y de las letrinas públicas (latrinae publicae) para llevarlas hasta el río Tíber. El problema era cuando las aguas residuales volvían a su origen… por las crecidas del Tíber.
En la ciudad de Roma se distribuían estratégicamente decenas de letrinas públicas (en el siglo IV había 144 con más de 4.000 plazas) para satisfacer las necesidades fisiológicas de los ciudadanos. Estas letrinas consistían en un banco de frío mármol con varios agujeros en los que sentarse a evacuar y bajo ellos la corriente de agua que arrastra la materia fecal. A modo de papel higiénico, en las letrinas públicas los romanos utilizaban un palo que llevaba en un extremo una esponja de mar (spongia). Y ahora que nos hacemos uno idea del habitáculo, veremos los peligros de utilizarlas…
Y si los romanos utilizaron su arte y su talento en la canalización, distribución y uso del agua, también lo hicieron a la hora de reciclarla. En las letrinas que la alta sociedad tenían en sus casas, se reciclaba el agua usada en los baños para los retretes, y en casas no tan pudientes pero que también disponían de letrinas, se situaban cerca de las cocinas para reciclar el agua con la que lavaban los utensilios de cocina.
Fuentes: La Antigua Roma – Philip Matyszak, Ciencia y Tecnología en el Antiguo Mundo Romano – Álvaro Vitores Glez.
Javier Sanz - Historias de la Historia
El agua que llegaba a la ciudad de Roma a través de los acueductos se almacenaba en grandes depósitos desde donde se distribuía a las panaderías, las casas, los baños… El agua sobrante de estos usos prioritarios terminaba en la red de alcantarillado: la Cloaca Máxima. Iniciada su construcción en el siglo VI a.C. por el rey Tarquinio y ampliada en varias ocasiones en siglos posteriores, recogía las aguas fecales de las casas -lógicamente, esta red no cubría toda Roma y mucho menos las zonas de las clases bajas- y de las letrinas públicas (latrinae publicae) para llevarlas hasta el río Tíber. El problema era cuando las aguas residuales volvían a su origen… por las crecidas del Tíber.
En la ciudad de Roma se distribuían estratégicamente decenas de letrinas públicas (en el siglo IV había 144 con más de 4.000 plazas) para satisfacer las necesidades fisiológicas de los ciudadanos. Estas letrinas consistían en un banco de frío mármol con varios agujeros en los que sentarse a evacuar y bajo ellos la corriente de agua que arrastra la materia fecal. A modo de papel higiénico, en las letrinas públicas los romanos utilizaban un palo que llevaba en un extremo una esponja de mar (spongia). Y ahora que nos hacemos uno idea del habitáculo, veremos los peligros de utilizarlas…
- Como no había separación entre los agujeros, tenías que compartir aquellos momentos de intimidad con desconocidos y no te digo nada si eran de los que daban conversación.
- En teoría, después de usarse la spongia debía enjuagarse y limpiarse para el siguiente, y cada cierto tiempo cambiarse. Sentarse a aliviarse y comprobar que la spongia se debía haber cambiado hace tiempo…
- Y la más peligrosa para la integridad física… Existía la graciosa costumbre de algunos gamberros de echar una pelota de lana ardiendo en las alcantarillas que si te pillaba con el culo en el agujero…
Y si los romanos utilizaron su arte y su talento en la canalización, distribución y uso del agua, también lo hicieron a la hora de reciclarla. En las letrinas que la alta sociedad tenían en sus casas, se reciclaba el agua usada en los baños para los retretes, y en casas no tan pudientes pero que también disponían de letrinas, se situaban cerca de las cocinas para reciclar el agua con la que lavaban los utensilios de cocina.
Fuentes: La Antigua Roma – Philip Matyszak, Ciencia y Tecnología en el Antiguo Mundo Romano – Álvaro Vitores Glez.
martes, 16 de diciembre de 2014
Nueva evidencia sobre los tifones kamikaze
PRUEBA DE TIFONES KAMIKAZE DEL JAPÓN ENCONTRADO EN ROCAS ANTIGUAS
El ejército mongol no era rival para el mal tiempo
Por Mary Beth Griggs
La invasión mongola / Walters Art Museum / Wikimedia Commons
Tapices de seda que representa el 13 Siglo Mongol Invasion
Una enorme tormenta está azotando el norte de California justo después de otra tormenta bombardeó el Reino Unido. Estos fenómenos meteorológicos son una gran noticia para las personas que viven a través de ellos, pero no son nada en comparación con dos tormentas que cambiaron el curso de la historia hace más de 700 años.
En el siglo 13, el Imperio Mongol, dirigido por Kublai Khan, pensó que sería una gran idea de invadir Japón. Lo intentaron en 1274, el lanzamiento de una flota de cientos de barcos llenos de 30.000 hombres armados. Pero mientras ellos iban de camino a la isla, la leyenda cuenta que un kamikaze o "viento divino" interceptaron la flota y la destruyeron. No los originados por abandono, los mongoles intentaron de nuevo en 1281, esta vez con más de 140.000 hombres y miles de naves, sólo para encontrarse una vez más por otro tifón. Las tormentas asumieron un lugar de leyenda en la historia de Japón, exagerados en los siglos intermedios. Ahora, los geólogos han encontrado evidencia de que las grandes tormentas realmente ocurrieron.
Un estudio publicado en Geology miró capas de sedimentos que datan de 2.000 años en un lago cerca de la sede de las invasiones mongolas de Japón. Los investigadores encontraron dos grandes depósitos de sedimentos marinos que se correspondían con los tifones. También encontraron evidencia de que hubo un largo período de aumento de las inundaciones de 250 dC a 1600 CE, que indica que las grandes tormentas fueron más comunes en esa zona durante ese período de tiempo. En el documento, los autores escriben: "Por tanto, los tifones Kamikaze pueden servir como un ejemplo prominente de impactos geopolíticos significativos cómo las anteriores subidas de tiempo severo asociado con el cambio climático han tenido."
Esta no es la primera evidencia de la flota destruida por desenterrar. Expediciones de arqueología subacuática de la costa de Japón han dado pruebas de las naves destruidas, incluyendo los restos humanos y los primeros ejemplos de proyectiles explosivos transportados por la flota mongol. Pero la pieza geológica del rompecabezas añade un poco de contexto a los resultados, que muestran que había un montón de grandes tormentas de alta intensidad para ayudar a hundir los barcos.
Popular Science
El ejército mongol no era rival para el mal tiempo
Por Mary Beth Griggs
La invasión mongola / Walters Art Museum / Wikimedia Commons
Tapices de seda que representa el 13 Siglo Mongol Invasion
Una enorme tormenta está azotando el norte de California justo después de otra tormenta bombardeó el Reino Unido. Estos fenómenos meteorológicos son una gran noticia para las personas que viven a través de ellos, pero no son nada en comparación con dos tormentas que cambiaron el curso de la historia hace más de 700 años.
En el siglo 13, el Imperio Mongol, dirigido por Kublai Khan, pensó que sería una gran idea de invadir Japón. Lo intentaron en 1274, el lanzamiento de una flota de cientos de barcos llenos de 30.000 hombres armados. Pero mientras ellos iban de camino a la isla, la leyenda cuenta que un kamikaze o "viento divino" interceptaron la flota y la destruyeron. No los originados por abandono, los mongoles intentaron de nuevo en 1281, esta vez con más de 140.000 hombres y miles de naves, sólo para encontrarse una vez más por otro tifón. Las tormentas asumieron un lugar de leyenda en la historia de Japón, exagerados en los siglos intermedios. Ahora, los geólogos han encontrado evidencia de que las grandes tormentas realmente ocurrieron.
Un estudio publicado en Geology miró capas de sedimentos que datan de 2.000 años en un lago cerca de la sede de las invasiones mongolas de Japón. Los investigadores encontraron dos grandes depósitos de sedimentos marinos que se correspondían con los tifones. También encontraron evidencia de que hubo un largo período de aumento de las inundaciones de 250 dC a 1600 CE, que indica que las grandes tormentas fueron más comunes en esa zona durante ese período de tiempo. En el documento, los autores escriben: "Por tanto, los tifones Kamikaze pueden servir como un ejemplo prominente de impactos geopolíticos significativos cómo las anteriores subidas de tiempo severo asociado con el cambio climático han tenido."
Esta no es la primera evidencia de la flota destruida por desenterrar. Expediciones de arqueología subacuática de la costa de Japón han dado pruebas de las naves destruidas, incluyendo los restos humanos y los primeros ejemplos de proyectiles explosivos transportados por la flota mongol. Pero la pieza geológica del rompecabezas añade un poco de contexto a los resultados, que muestran que había un montón de grandes tormentas de alta intensidad para ayudar a hundir los barcos.
Popular Science
lunes, 15 de diciembre de 2014
España: Blas de Lezo y la Armada
Blas de Lezo y la Armada Española
JULIO MARTÍN ALARCÓN - El Mundo
Las heridas de guerra le dejaron cojo, manco y tuerto con apenas 25 años, lo que le valió el apodo de "Mediohombre", una voz que no aludía en tono despectivo a su figura, sino más bien a la admiración por su determinación. El marino y estratega militar Blas de Lezo no perdió una sola batalla en sus 39 años de carrera, lo que unido a sus mutilaciones agrandaron su leyenda. De entre las victorias que consiguió para España durante el reinado de Felipe V, sobresale, sin duda, la Batalla de Cartagena de Indias en 1741 contra los ingleses.
Durante dos meses, Blas de Lezo defendió, en inferioridad de número, la preciada llave del caribe del asalto naval inglés, contra su homólogo el almirante Lord Vernon, hasta que a principios de mayo de 1741 los británicos tuvieron que desisitir.
Sin embargo, su gloria fue efímera, ya que las desavenencias con Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada, y su rivalidad por capitalizar la defensa y la victoria, le acabaron por apartar del relato heroico. Blas de Lezo cayó en el olvido prácticamente tras su misma muerte y a pesar de que su victoria sería la que decantara el predominio español en Sudamérica.
Historiadores y académicos como Hugo O' Donell y Duque de Estrada de la Real Academia de la Historia, Alfonso Bullón Mendoza, director del Instituto CEU de Estudios Históricos, Agustín Gulmerá del Instituto de Historia del CSIC, Manuel Bustos, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz o el historiador Luis E. Togores, entre otros, expondrán la dimensión dela época que vivió el marino español de la Guerra de Sucesión a las políticas en América y el Mediterráneo, la navegación y los marinos de la época durante dos jornadas completas.
Blas de Lezo, es el relato de toda una época; La Guerra de Sucesión, un conflicto donde se formó como militar y recibió las heridas más graves; El resurgir de la Armada en s. XVIII, que analiza la transformación durante el reinado de Felipe V; Las consecuencias del Tratado de Utrecht, que explica el contexto de la época y la lucha por los los enclaves estratégicos como Gibraltar y Menorca en el Mediterráneo, el comercio con las Indias; el corso y el contrabando, que expone las principales rutas marítimas, la lucha por el control de los oceános y los conflictos con el resto de potencias.
JULIO MARTÍN ALARCÓN - El Mundo
Las heridas de guerra le dejaron cojo, manco y tuerto con apenas 25 años, lo que le valió el apodo de "Mediohombre", una voz que no aludía en tono despectivo a su figura, sino más bien a la admiración por su determinación. El marino y estratega militar Blas de Lezo no perdió una sola batalla en sus 39 años de carrera, lo que unido a sus mutilaciones agrandaron su leyenda. De entre las victorias que consiguió para España durante el reinado de Felipe V, sobresale, sin duda, la Batalla de Cartagena de Indias en 1741 contra los ingleses.
Durante dos meses, Blas de Lezo defendió, en inferioridad de número, la preciada llave del caribe del asalto naval inglés, contra su homólogo el almirante Lord Vernon, hasta que a principios de mayo de 1741 los británicos tuvieron que desisitir.
Sin embargo, su gloria fue efímera, ya que las desavenencias con Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada, y su rivalidad por capitalizar la defensa y la victoria, le acabaron por apartar del relato heroico. Blas de Lezo cayó en el olvido prácticamente tras su misma muerte y a pesar de que su victoria sería la que decantara el predominio español en Sudamérica.
Historiadores y académicos como Hugo O' Donell y Duque de Estrada de la Real Academia de la Historia, Alfonso Bullón Mendoza, director del Instituto CEU de Estudios Históricos, Agustín Gulmerá del Instituto de Historia del CSIC, Manuel Bustos, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz o el historiador Luis E. Togores, entre otros, expondrán la dimensión dela época que vivió el marino español de la Guerra de Sucesión a las políticas en América y el Mediterráneo, la navegación y los marinos de la época durante dos jornadas completas.
Blas de Lezo, es el relato de toda una época; La Guerra de Sucesión, un conflicto donde se formó como militar y recibió las heridas más graves; El resurgir de la Armada en s. XVIII, que analiza la transformación durante el reinado de Felipe V; Las consecuencias del Tratado de Utrecht, que explica el contexto de la época y la lucha por los los enclaves estratégicos como Gibraltar y Menorca en el Mediterráneo, el comercio con las Indias; el corso y el contrabando, que expone las principales rutas marítimas, la lucha por el control de los oceános y los conflictos con el resto de potencias.
domingo, 14 de diciembre de 2014
El pederasta Perón, formador de la clase política argentina
Las confesiones de Nelly Rivas, la jóven "amante" de Perón
Su abogado revela con documentación, testimonios inéditos de la adolescente y detalles de la relación.
Perfil
Nelly Rivas fue la amante de Juan Domingo Perón cuando tan sólo tenía 14 años.
Nelly Rivas, la joven sindicada como la “amante” del expresidente Juan Domingo Perón cuando tan sólo tenía 14 años, falleció hace dos años en la Argentina. Al morir, muchos podrían pensar que se llevó con ella un silencio de cincuenta años y los secretos y pesares que vivió junto al general. Pero ahora su abogado, Juan Ovidio Zavala, publicó un libro en el que revela con documentación y testimonios inéditos de la adolescente detalles de la relación y el sufrimiento por el que pasó la joven tras el derrocamiento de Perón en el año 1955.
A sus 90 años Zavala acaba de publicar Amor y violencia, la verdadera historia de Perón y Nelly Rivas en el que rememoró su romance y cribó su ideología política. El letrado, que actualmente vive en el barrio porteño de Recoleta, fue militante antiperonista, condición que lo llevó a ser encarcelado y torturado durante el primer mandato de Perón. Asimismo, fue un duro opositor de la Revolución Libertadora que derrocó al general.
Nelly y Juan Domingo Perón se conocieron en el año 1953 durante la visita a la residencia oficial del general de unas jóvenes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), entre las cuales estaba Rivas. Luego de ese primer encuentro, a la joven se le encargó el cuidado de los perros de la residencia oficial, por ello se le adjudicó un dormitorio que había sido utilizado por Evita. La aproximación entre ambos fue haciéndose de a poco más estrecha hasta que la adolescente de 14 años sucumbió a los encantos de Perón. La relación se truncó por el golpe militar de septiembre de 1955.
Antes de exiliarse, Perón le entregó algunas joyas y 400.000 pesos. "Nenita, quedate tranquila. Con lo que te dejé podrás vivir un tiempo. En cuanto llegue te mandaré a buscar y así los dos haremos una vida tranquila donde sea", le prometió el general desde su refugio. Pero los antiperonistas allanaron la casa de Rivas y se llevaron todo, cuando la joven trató de escapar a Paraguay las nuevas autoridades militares la detuvieron en la frontera y la internaron en un asilo para prostitutas menores. "Ahí perdí el tren de la historia", le reveló Nelly a Zavala.
Luego, los militares impulsaron un juicio contra Perón por estupro, por lo que perseguían retirarle a los padres de Nelly la patria potestad. Fue entonces cuando Zavala apareció en la vida de la joven, se encargó primero de la defensa de sus padres acusados de complicidad en el estupro, y después representó a la chica cuando ésta reclamó los bienes robados durante el golpe. "El libro pretende reivindicar la figura de Nelly y denunciar por primera vez con pruebas documentadas la monstruosidad jurídica que se cometió contra esta mujer", contó Zavala al diario español El Mundo.
Ambos volvieron a encontrarse al regreso de Perón del exilio en Madrid el año 1973. Nelly en aquel entonces ya se había casado y tenía dos hijos. El testimonio inédito de la amante-niña de Perón sacó a la luz la trágica historia por la que vivió la joven que confesó sus pesares a su abogado: "Cuando él me besó a la salida de la residencia y me dijo: 'Llevate los perritos, nos vemos pronto, buena suerte', yo sólo era una mujer muy triste, con mucho miedo. Nadie, nadie, podrá comprender todo el sufrimiento por el que he pasado".
sábado, 13 de diciembre de 2014
El uso político de la Vuelta de Obligado
Delirio nacionalista: el mito del combate de Obligado
Luis Alberto Romero
Clarín
Quién ganó el Combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845? Muchos argentinos creen que fue una victoria nacional. Para los ingleses fue solo un pequeño combate, pero sus historiadores, como John Lynch, serios saben bien cómo fueron las cosas. En cambio los franceses lo han recordado. En 1868, en tiempos de los sueños imperiales de Luis Napoleón, la Rue de la Pelouse fue rebautizada como Rue d’Obligado. La calle desemboca en la Avenue de la Grande-Armée, la de Napoleón y de Austerlitz, a pocas cuadras del Arco de Triunfo, que celebra las grandes victorias. Más aún, en 1900 el nombre se impuso a la nueva estación del Metro. Así fueron las cosas hasta 1947, cuando Eva Perón visitó Francia y pidió que ambas fueras rebautizadas como Argentina.
A fuerza de leer a José María Rosa, a Pacho O’Donnell o a sus repetidores, muchos argentinos han quedado envueltos en un mito que, comenzando por exaltar la “gesta heroica” concluyó convirtiendo la derrota en victoria. Desde 2010, asesorados por el Instituto Nacional del Revisionismo Histórico, celebramos su aniversario como el Día de la Soberanía Nacional, con feriado incluido.
Los hechos son claros. En noviembre de 1845 la flota anglo francesa, que en ese momento sitiaba Buenos Aires, decidió remontar el Paraná y llegar hasta Corrientes, acompañando a buques mercantes cargados de mercaderías. Para impedirlo, el gobernador de Buenos Aires, J.M. de Rosas, dispuso bloquear el río Paraná en la Vuelta de Obligado, con cadenas protegidas por dos baterías. Se intercambiaron disparos, los buques cortaron las cadenas y siguieron su navegación hasta Corrientes.
Los mitos se desentienden de los hechos simples y comprobables, pero en cambio interpelan a los sentimientos y las emociones. El relato revisionista de Obligado, que se viene perfeccionando desde los años treinta, incluye algunas verdades, otras tergiversaciones y muchas cosas inventadas.
Con respecto al resultado, no hay duda de que fue una derrota: los ingleses pasaron, y llegaron felizmente a Corrientes. Se dice que fue una victoria “pírrica”, por las bajas ocasionadas; pero los ingleses y franceses perdieron solo siete hombres y los porteños doscientos. Podrá aceptarse que fue una gesta heroica y hasta una victoria moral -una especialidad argentina-, pero en los hechos fue una derrota.
En el núcleo del mito está la idea de que en Obligado Rosas resistió al imperialismo y defendió los intereses nacionales. Es cierto que el gobernador de Buenos Aires enfrentó a la “diplomacia de las cañoneras” y defendió la soberanía de su provincia. La tergiversación consiste en identificar esta forma de imperialismo, propia de mediados del siglo XIX, con la idea posterior de imperialismo -popularizada inicialmente Lenin- que aplicada a nuestro caso identifica toda la relación anglo argentina con la dominación y la explotación. Por ejemplo, muchos argentinos están convencidos de que los ferrocarriles han sido el peor de los instrumentos de esa explotación. Pero en tiempos de Rosas nadie confundía la agresión militar con las relaciones económicas. Toda la prosperidad de Buenos Aires se basó en una estrecha relación con Gran Bretaña, y el propio Restaurador, que la cultivó cuidadosamente, eligió exiliarse en Southampton.
El punto central del mito reside en la idea de que allí se defendieron los intereses nacionales. Pero en 1845 la nación y el Estado argentinos no existían. Había provincias, guerra civil y discusión de proyectos contrapuestos, basados en intereses distintos. El Combate de Obligado, y todo el conflicto en la Cuenca del Plata, es un ejemplo de esas diferencias. Rosas aspiraba a someter a las provincias, incluyendo a la Banda Oriental y a Paraguay, cuya independencia no reconocía. Corrientes defendía su autonomía y pretendía comerciar directamente con ingleses y franceses. En cambio Rosas quería que todo el comercio pasara por el puerto de Buenos Aires y su Aduana. El río Paraná, abierto o cerrado, estaba en el epicentro de las diferencias.
En Corrientes creían en el federalismo y la libre navegación de los ríos. La flota anglo francesa fue recibida amistosamente; hubo fiestas, los hombres admiraron los buques de vapor -los primeros que veían- y las señoras correntinas se empeñaron en hacer grata la estadía de los marinos. Rosas, que también trataba muy amistosamente a los ingleses de Buenos Aires, parece haber tenido una idea unitaria de la nación, construida en torno de la hegemonía porteña. ¿Cuál de los dos era el auténticamente nacional? Admitamos que sea opinable. Pero cuando las provincias acordaron en 1853 crear un Estado nacional, establecieron que el interés de la nación incluía la libre navegación de los ríos. Y así quedó.
Es curioso que sobre esta situación, que puede leerse en cualquier libro serio, se haya constituido el mito de la victoria -una verdadera trampa cazabobos- y el de la defensa de la soberanía nacional. Celebrar una derrota -como ocurre hoy con Malvinas- es la quintaesencia de nuestro enfermizo nacionalismo, soberbio y paranoico. Se encuentra en el sustrato de nuestra cultura política, y aflora cuando es adecuadamente convocado. Este gobierno, que vive envuelto en su propio mito, ha apelado con éxito al relato del revisionismo, adecuado a su política de enfrentamiento.
Desmontar estos mitos es una parte de la batalla cultural que deberemos encarar.
Luis Alberto Romero, Historiador. Club Político Argentino
Luis Alberto Romero
Clarín
Quién ganó el Combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845? Muchos argentinos creen que fue una victoria nacional. Para los ingleses fue solo un pequeño combate, pero sus historiadores, como John Lynch, serios saben bien cómo fueron las cosas. En cambio los franceses lo han recordado. En 1868, en tiempos de los sueños imperiales de Luis Napoleón, la Rue de la Pelouse fue rebautizada como Rue d’Obligado. La calle desemboca en la Avenue de la Grande-Armée, la de Napoleón y de Austerlitz, a pocas cuadras del Arco de Triunfo, que celebra las grandes victorias. Más aún, en 1900 el nombre se impuso a la nueva estación del Metro. Así fueron las cosas hasta 1947, cuando Eva Perón visitó Francia y pidió que ambas fueras rebautizadas como Argentina.
A fuerza de leer a José María Rosa, a Pacho O’Donnell o a sus repetidores, muchos argentinos han quedado envueltos en un mito que, comenzando por exaltar la “gesta heroica” concluyó convirtiendo la derrota en victoria. Desde 2010, asesorados por el Instituto Nacional del Revisionismo Histórico, celebramos su aniversario como el Día de la Soberanía Nacional, con feriado incluido.
Los hechos son claros. En noviembre de 1845 la flota anglo francesa, que en ese momento sitiaba Buenos Aires, decidió remontar el Paraná y llegar hasta Corrientes, acompañando a buques mercantes cargados de mercaderías. Para impedirlo, el gobernador de Buenos Aires, J.M. de Rosas, dispuso bloquear el río Paraná en la Vuelta de Obligado, con cadenas protegidas por dos baterías. Se intercambiaron disparos, los buques cortaron las cadenas y siguieron su navegación hasta Corrientes.
Los mitos se desentienden de los hechos simples y comprobables, pero en cambio interpelan a los sentimientos y las emociones. El relato revisionista de Obligado, que se viene perfeccionando desde los años treinta, incluye algunas verdades, otras tergiversaciones y muchas cosas inventadas.
Con respecto al resultado, no hay duda de que fue una derrota: los ingleses pasaron, y llegaron felizmente a Corrientes. Se dice que fue una victoria “pírrica”, por las bajas ocasionadas; pero los ingleses y franceses perdieron solo siete hombres y los porteños doscientos. Podrá aceptarse que fue una gesta heroica y hasta una victoria moral -una especialidad argentina-, pero en los hechos fue una derrota.
En el núcleo del mito está la idea de que en Obligado Rosas resistió al imperialismo y defendió los intereses nacionales. Es cierto que el gobernador de Buenos Aires enfrentó a la “diplomacia de las cañoneras” y defendió la soberanía de su provincia. La tergiversación consiste en identificar esta forma de imperialismo, propia de mediados del siglo XIX, con la idea posterior de imperialismo -popularizada inicialmente Lenin- que aplicada a nuestro caso identifica toda la relación anglo argentina con la dominación y la explotación. Por ejemplo, muchos argentinos están convencidos de que los ferrocarriles han sido el peor de los instrumentos de esa explotación. Pero en tiempos de Rosas nadie confundía la agresión militar con las relaciones económicas. Toda la prosperidad de Buenos Aires se basó en una estrecha relación con Gran Bretaña, y el propio Restaurador, que la cultivó cuidadosamente, eligió exiliarse en Southampton.
El punto central del mito reside en la idea de que allí se defendieron los intereses nacionales. Pero en 1845 la nación y el Estado argentinos no existían. Había provincias, guerra civil y discusión de proyectos contrapuestos, basados en intereses distintos. El Combate de Obligado, y todo el conflicto en la Cuenca del Plata, es un ejemplo de esas diferencias. Rosas aspiraba a someter a las provincias, incluyendo a la Banda Oriental y a Paraguay, cuya independencia no reconocía. Corrientes defendía su autonomía y pretendía comerciar directamente con ingleses y franceses. En cambio Rosas quería que todo el comercio pasara por el puerto de Buenos Aires y su Aduana. El río Paraná, abierto o cerrado, estaba en el epicentro de las diferencias.
En Corrientes creían en el federalismo y la libre navegación de los ríos. La flota anglo francesa fue recibida amistosamente; hubo fiestas, los hombres admiraron los buques de vapor -los primeros que veían- y las señoras correntinas se empeñaron en hacer grata la estadía de los marinos. Rosas, que también trataba muy amistosamente a los ingleses de Buenos Aires, parece haber tenido una idea unitaria de la nación, construida en torno de la hegemonía porteña. ¿Cuál de los dos era el auténticamente nacional? Admitamos que sea opinable. Pero cuando las provincias acordaron en 1853 crear un Estado nacional, establecieron que el interés de la nación incluía la libre navegación de los ríos. Y así quedó.
Es curioso que sobre esta situación, que puede leerse en cualquier libro serio, se haya constituido el mito de la victoria -una verdadera trampa cazabobos- y el de la defensa de la soberanía nacional. Celebrar una derrota -como ocurre hoy con Malvinas- es la quintaesencia de nuestro enfermizo nacionalismo, soberbio y paranoico. Se encuentra en el sustrato de nuestra cultura política, y aflora cuando es adecuadamente convocado. Este gobierno, que vive envuelto en su propio mito, ha apelado con éxito al relato del revisionismo, adecuado a su política de enfrentamiento.
Desmontar estos mitos es una parte de la batalla cultural que deberemos encarar.
Luis Alberto Romero, Historiador. Club Político Argentino
viernes, 12 de diciembre de 2014
RMx: El caballo de Troya de Pancho Villa
EL CABALLO DE TROYA DE PANCHO VILLA
Historias de la Historia
A imagen y semejanza de la artimaña utilizada por los griegos para tomar la ciudad de Troya, Pancho Villa logró introducir su caballo -en versión tren- para tomar Ciudad Juárez.
Cuando estalló la Revolución mexicana en 1910, José Doroteo Arango, más conocido por Pancho Villa, era un simple fugitivo escondido en las montañas. Ya sea por interés o convicción, decidió unirse a la lucha encabezada por Francisco Ignacio Madero contra la dictadura de Porfirio Díaz. Formó su propio ejército en el norte de México y gracias al conocimiento del terreno pronto comenzó a despuntar entre los líderes rebeldes. La toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911 por los rebeldes fue el punto de inflexión que cambió el rumbo de la contienda; Porfirio Díaz renunció y abandonó el país. Aunque poco después fue elegido presidente de México Francisco Madero, la división entre los líderes rebeldes se agravó. Mientras hubo un enemigo común, Porfirio Díaz, los rebeldes más o menos se mantuvieron unidos, pero con su caída todo cambió. Incluso Pancho Villa estuvo en la cárcel sentenciado a muerte y sólo la intervención del propio Madero logró salvarle la vida. En febrero de 1913, el general Victoriano Huerta, un hombre que se movía como nadie entre las aguas de la lealtad y la traición, dio un golpe de Estado, ordenó ejecutar a Madero e impuso una dictadura. Pacho Villa consiguió escapar de la cárcel y huyó a Texas. Volvió a encontrarse en la misma situación que en 1910, así que…
Pancho Villa
Tras reunir un ejército de 3.000 hombres, volvió a la carga. Tomó la ciudad de Torreón donde consiguió armas y alguna pieza de artillería. Envalentonado, decide tomar Chihuahua, pero son repelidos por las fuerzas federales mucho más numerosas, mejor armadas y, sobre todo, con muchas de piezas de artillería. Pancho Villa se encontraba en una encrucijada, al frente, otra vez Ciudad Juárez, fortificada e imposible de tomar con sus tropas y sin artillería, y tras ellos Chihuahua, donde acababan de ser derrotados… estaban entre la espada y la pared. Así que, Villa decidió no mirar atrás y seguir hacia Ciudad Juárez. Mandar sus tropas en ataques frontales contra la ciudad sería un suicidio; debían idear algún plan para poder acceder a la ciudad. Y aquí salió el estratega militar que llevaba dentro: decidió tomar el tren de carbón que circulaba desde Ciudad Juárez hasta Chihuahua, vaciaron la carga y unos dos mil rebeldes se camuflaron en los vagones. Obligaron a telegrafiar a Ciudad Juárez que la vía había sido destruida por las tropas rebeldes y que debían regresar. Desde Ciudad Juárez confirmaron la orden de regreso pero se les ordenó que debían telegrafiar el paso del convoy por cada estación. Villa envió una avanzadilla que fue tomando las estaciones y al paso del tren los telegrafistas de cada estación amablemente –con el cañón de una pistola apoyado en sus sienes- confirmaban el paso. A las dos de la mañana, entraba el tren en Ciudad Juárez. Según la crónica de un periódico de El Paso (Texas)…
El ataque y la toma de Ciudad Juárez fueron una sorpresa completa […] Poco después de las dos de la mañana, un tren de carga entró en los patios del Central Mexicano en Juárez y de él surgieron cientos de rebeldes. Prueba de que la sorpresa fue total es el hecho de que no se disparó un solo tiro hasta que los rebeldes hubieron penetrado hasta el corazón mismo de la ciudad. El tren les había permitido llegar sin interferencias […] Tomada por sorpresa, la guarnición federal opuso escasa resistencia. El cuartel cayó a las cuatro de la mañana y para las cinco había entregado las armas el resto de la ciudad.
Además de la sorpresa, también influyó el hecho de que los oficiales se confiaron en demasía y el ataque les pilló bebiendo, jugando a las cartas u ocupados en algún burdel. Desde aquel momento, Pancho Villa y los villistas tuvieron nombre propio.
Historias de la Historia
A imagen y semejanza de la artimaña utilizada por los griegos para tomar la ciudad de Troya, Pancho Villa logró introducir su caballo -en versión tren- para tomar Ciudad Juárez.
Cuando estalló la Revolución mexicana en 1910, José Doroteo Arango, más conocido por Pancho Villa, era un simple fugitivo escondido en las montañas. Ya sea por interés o convicción, decidió unirse a la lucha encabezada por Francisco Ignacio Madero contra la dictadura de Porfirio Díaz. Formó su propio ejército en el norte de México y gracias al conocimiento del terreno pronto comenzó a despuntar entre los líderes rebeldes. La toma de Ciudad Juárez en mayo de 1911 por los rebeldes fue el punto de inflexión que cambió el rumbo de la contienda; Porfirio Díaz renunció y abandonó el país. Aunque poco después fue elegido presidente de México Francisco Madero, la división entre los líderes rebeldes se agravó. Mientras hubo un enemigo común, Porfirio Díaz, los rebeldes más o menos se mantuvieron unidos, pero con su caída todo cambió. Incluso Pancho Villa estuvo en la cárcel sentenciado a muerte y sólo la intervención del propio Madero logró salvarle la vida. En febrero de 1913, el general Victoriano Huerta, un hombre que se movía como nadie entre las aguas de la lealtad y la traición, dio un golpe de Estado, ordenó ejecutar a Madero e impuso una dictadura. Pacho Villa consiguió escapar de la cárcel y huyó a Texas. Volvió a encontrarse en la misma situación que en 1910, así que…
Pancho Villa
Tras reunir un ejército de 3.000 hombres, volvió a la carga. Tomó la ciudad de Torreón donde consiguió armas y alguna pieza de artillería. Envalentonado, decide tomar Chihuahua, pero son repelidos por las fuerzas federales mucho más numerosas, mejor armadas y, sobre todo, con muchas de piezas de artillería. Pancho Villa se encontraba en una encrucijada, al frente, otra vez Ciudad Juárez, fortificada e imposible de tomar con sus tropas y sin artillería, y tras ellos Chihuahua, donde acababan de ser derrotados… estaban entre la espada y la pared. Así que, Villa decidió no mirar atrás y seguir hacia Ciudad Juárez. Mandar sus tropas en ataques frontales contra la ciudad sería un suicidio; debían idear algún plan para poder acceder a la ciudad. Y aquí salió el estratega militar que llevaba dentro: decidió tomar el tren de carbón que circulaba desde Ciudad Juárez hasta Chihuahua, vaciaron la carga y unos dos mil rebeldes se camuflaron en los vagones. Obligaron a telegrafiar a Ciudad Juárez que la vía había sido destruida por las tropas rebeldes y que debían regresar. Desde Ciudad Juárez confirmaron la orden de regreso pero se les ordenó que debían telegrafiar el paso del convoy por cada estación. Villa envió una avanzadilla que fue tomando las estaciones y al paso del tren los telegrafistas de cada estación amablemente –con el cañón de una pistola apoyado en sus sienes- confirmaban el paso. A las dos de la mañana, entraba el tren en Ciudad Juárez. Según la crónica de un periódico de El Paso (Texas)…
El ataque y la toma de Ciudad Juárez fueron una sorpresa completa […] Poco después de las dos de la mañana, un tren de carga entró en los patios del Central Mexicano en Juárez y de él surgieron cientos de rebeldes. Prueba de que la sorpresa fue total es el hecho de que no se disparó un solo tiro hasta que los rebeldes hubieron penetrado hasta el corazón mismo de la ciudad. El tren les había permitido llegar sin interferencias […] Tomada por sorpresa, la guarnición federal opuso escasa resistencia. El cuartel cayó a las cuatro de la mañana y para las cinco había entregado las armas el resto de la ciudad.
Además de la sorpresa, también influyó el hecho de que los oficiales se confiaron en demasía y el ataque les pilló bebiendo, jugando a las cartas u ocupados en algún burdel. Desde aquel momento, Pancho Villa y los villistas tuvieron nombre propio.
jueves, 11 de diciembre de 2014
GCE: El turismo bélico
La Legión Cóndor y el turismo bélico
Por: F. Javier Herrero | El País
Un equipo de vuelo de la Legión Cóndor se dispone a subir a un Heinkel He 111, 1938 / s. a.
Por las calles sevillanas, durante las calurosas noches de agosto de 1936, aparecieron unos extranjeros jóvenes y rubios que vestían con uniformes blancos de los juegos olímpicos y se comportaban de manera extraña en ese ambiente andaluz. La información oficial decía que se trataba de un grupo turista de una organización obrera alemana, pero su presencia tenía otros motivos y no llegaron a engañar a nadie. Los sevillanos afectos al golpe de estado del 18 de julio les saludaban por la calle y ovacionaban. Esos jóvenes formaban parte del primer contingente de ayuda militar secreta que Hitler decidió enviar a Franco para consolidar su posición en las primeras semanas del golpe que derivó en guerra civil. En noviembre, ante la inesperada resistencia del Madrid republicano, fortalecido por el apoyo militar soviético, la misión militar alemana aumentó considerablemente sus efectivos y se reorganizó en la unidad autónoma que Hermann Göring, comandante en jefe de la Luftwaffe, denominó Legión Cóndor.
La intervención nazi en la Guerra Civil ha sido uno de los asuntos más estudiados desde múltiples enfoques por los historiadores alemanes, españoles o europeos, pero lo que se echaba en falta era un estudio de los auténticos protagonistas de la Legión Cóndor, sus soldados, y eso ha quedado satisfecho este año con el magnífico trabajo que ha realizado Stefanie Schüler-Springorum en La guerra como aventura – La Legión Cóndor en la Guerra Civil Española 1936-1939 (Alianza Editorial). Su línea de investigación busca un planteamiento novedoso dentro de la historiografía militar, desde una perspectiva de historia cultural y de género. Nos encontramos ante un grupo masculino con unos modelos culturales y una mentalidad concretos, al que la autora disecciona para comprender su comportamiento e interpretación de la realidad en la que estos soldados se encuentran. Las fuentes utilizadas, algunas de ellas inexploradas hasta ahora, se hallan en archivos alemanes y españoles, siendo especialmente relevantes las experiencias de los combatientes de la legión plasmadas en sus narraciones, relatos autobiográficos que, aún siendo ejemplos de literatura de propaganda fascista, “no son totalmente inservibles” para el análisis histórico.
La noche del 25 de julio de 1936, Hitler había recibido en Bayreuth a unos emisarios de Franco que le trasladaron una petición de ayuda militar para solventar la crítica situación en que se encontraba el bando militar rebelde, con sus mejores tropas inmovilizadas en Marruecos. Los motivos que llevaron al Führer alemán a decir sí en ese mismo momento a un militar español desconocido varado en el Rif marroquí han sido precisados gracias a la sobresaliente tarea de investigadores como Ángel Viñas. Hubo causas económicas, ideológicas, estratégicas y militares que tendrían un papel cambiante a lo largo de la Guerra Civil. Al principio las militares y económicas no contaron. Las líneas maestras de la estrategia europea de Hitler, que tras la recuperación de la soberanía en la Renania desmilitarizada en marzo, había abandonado su política exterior revisionista de Versalles para pasar a una fase agresiva y expansionista, se basaban en neutralizar a Francia antes de lanzarse a invadir el Este, y contar con un régimen favorable en la frontera sur francesa aparecía como una posibilidad que no había que desperdiciar. El oportuno barniz ideológico de la lucha contra el comunismo en la intervención de España podría bloquear actitudes indeseadas de potencias democráticas como Reino Unido.
Teniendo en cuenta que el arma aérea fue el componente principal de la Legión Cóndor, a los pilotos y oficiales de vuelo, que eran considerados y se sentían la élite del ejército alemán, se les ofreció la posibilidad de demostrar su valía y “servir a la patria” en una experiencia viril y militar, que incluía otros suculentos alicientes como el ascenso inmediato y un salario muy superior al que recibían en el destino anterior. Como muestra de lo lucrativa que podía ser la misión, Schüler-Springorum nos cita el alto número de bodas y el consumo de objetos de lujo al que se dedicaban cuando regresaban a Alemania. Para los jóvenes legionarios, España aparecía como un lugar exótico en el que volcar sus fantasías épicas y vivir aventuras, a la búsqueda de gloria y placeres, dinero y mujeres. Se trataba de una suerte de turismo bélico al que muchos de ellos acudieron con su flamante cámara de fotos último modelo.
Guernica2
Vista de Guernica, tras el bombardeo del 26 de abril de 1937 / F. Sabino Arana
En general, unos alojamientos convenientes –siempre tenían reservado el mejor hotel de la ciudad en la que se instalasen - y una manutención surtida y variada mantenían a los legionarios con buen humor y disposición. No les faltaban productos alemanes típicos pero fueron descubriendo las bondades de la dieta local (aunque la mayoría de ellos rechazaba el aceite de oliva) y frecuentemente eran agasajados por las autoridades del bando franquista con delicias culinarias que la población española difícilmente podía llegar a soñar. Esta dolce vita, con una actividad bélica que incluía largos períodos de pausa, fomentó que el aburrimiento fuese ocupando la atmósfera en la que vivían los soldados, que intentaban remediarlo visitando lugares de interés o intentando entablar relación con las jóvenes españolas, como relata Klaus Köhler que afirmaba que “no nos cansamos de admirar a las ardientes españolas pero ellas también nos contemplan”. Lo cierto es que en la España nacional ultracatólica, la inaccesibilidad de las mujeres hizo que todo acabase en miradas y el recurso final fuese la visita a burdeles, según describe Adolf Galland al recordar sus “noches andaluzas” con “programa completo”.
La ventaja de gozar de una supremacía aérea que solo pudo ser cuestionada por la República hasta abril de 1937, hizo que los pilotos de caza, a bordo de los magníficos Messerschmitt Bf 109 o los Junker Ju 87 Stukas, dominasen el cielo español “presionados” en una especie de competición deportiva por derribar el máximo de aviones enemigos. Harina de otro costal era el bombardeo sobre el enemigo para el que se necesitaba una actitud “más ordenada y estoica” según Schüler. Entran en juego las motivaciones militares alemanas para intervenir en España, la experimentación con diferentes tipos de bombas y tácticas de bombardeo, que supusieron la destrucción masiva de ciudades y la muerte de miles de víctimas civiles como consecuencia de una guerra aérea planificada y ejecutada racionalmente. El legionario Egbert von Frankenberg comenta al respecto: "…no pensábamos sino en ‘cumplir con nuestra tarea’ obedeciendo inmediatamente las órdenes que recibíamos. Y nos importaba poco lo que las bombas y el fuego ocasionaran exactamente”. Inevitablemente, evocamos Guernica en llamas, consumida en el fuego de las bombas incendiarias en abril de 1937, pero esta macabra ejecución experimental comenzó el 14 de diciembre de 1936, y contó con la ambición personal de Queipo de Llano, el general del ejército del sur que, como recuerda el jefe del Estado Mayor de la legión Wolfram Von Richthofen, “quería adueñarse a toda costa de la cosecha de aceitunas cerca de Porcuna, especialmente rica”. Los intereses comunes de Queipo y Richthofen, sobrino del famoso Barón Rojo, supusieron que el pueblo cordobés de Bujalance fuese arrasado hasta que no quedase una casa en pie, con 190 civiles muertos. El sangriento colofón lo puso la caravana interminable de refugiados y tropas que huían hacia la frontera francesa desde Barcelona en el invierno de 1939, que Torsten Christ refleja en el diario de guerra del Estado Mayor de la legión: “El abundante tráfico en las carreteras resulta demasiado tentador, así que decidimos asestar un último golpe al enemigo antes de que desapareciera”.
Legion C Avila
Miembros de la Legión Cóndor desfilan en Ávila, mayo 1939 / Keystone-Getty
Los pilotos y soldados de la Legión Cóndor aplicaron su experiencia española en la II Guerra Mundial y el 80% de ellos se dejaron la vida en el combate. Para los supervivientes, fue complicado reiniciar su vida con el estigma de haber pertenecido a una unidad fuertemente ideologizada por el nazismo cuya tarjeta de presentación era la destrucción de Guernica. La sociedad de las dos Alemanias no sabía muy bien qué hacer con los supervivientes de la Cóndor. En la RDA algunos contaron con la enemistad de los alemanes que habían luchado en las Brigadas Internacionales, pero otros supieron medrar en el contexto geopolítico de la Guerra Fría y el anticomunismo imperantes, como es el caso de Heinz Trettner, militar en la Bundeswehr de la RFA que llegó a teniente general con un alto cargo en la OTAN, y nunca se sintió responsable moral de los crímenes cometidos antes de 1945.
Todas las facetas de la Legión Cóndor en su interacción con sus compañeros de bando en España, las disensiones sobre estrategia militar de los mandos alemanes con Franco, y otros aspectos de la experiencia vital de los legionarios son tratados de manera novedosa y convincente por Stefanie Schüler-Springorum, en este libro necesario para entender a esta unidad militar. Reconforta mínimamente en su lectura conocer que a pesar de la propaganda nazi que llenaba de falsa información los oídos de estos combatientes, a algunos de ellos cada vez les parecía más cuestionable la razón de su presencia en una guerra donde no eran recibidos como liberadores en los pueblos y ciudades que tomaban. Es el caso de Erwin Jaenecke, que en una carta a la central de la Wehrmacht identificaba a “…la Iglesia, los latifundios y el capitalismo, que desde hace siglos oprimen y atormentan al pueblo de una manera atroz” o unos pilotos de caza en Zaragoza que a un informador británico rogaban que algún día se pudiera “contar la verdad de esta llamada guerra entre rojos y blancos”.
Por: F. Javier Herrero | El País
Un equipo de vuelo de la Legión Cóndor se dispone a subir a un Heinkel He 111, 1938 / s. a.
Por las calles sevillanas, durante las calurosas noches de agosto de 1936, aparecieron unos extranjeros jóvenes y rubios que vestían con uniformes blancos de los juegos olímpicos y se comportaban de manera extraña en ese ambiente andaluz. La información oficial decía que se trataba de un grupo turista de una organización obrera alemana, pero su presencia tenía otros motivos y no llegaron a engañar a nadie. Los sevillanos afectos al golpe de estado del 18 de julio les saludaban por la calle y ovacionaban. Esos jóvenes formaban parte del primer contingente de ayuda militar secreta que Hitler decidió enviar a Franco para consolidar su posición en las primeras semanas del golpe que derivó en guerra civil. En noviembre, ante la inesperada resistencia del Madrid republicano, fortalecido por el apoyo militar soviético, la misión militar alemana aumentó considerablemente sus efectivos y se reorganizó en la unidad autónoma que Hermann Göring, comandante en jefe de la Luftwaffe, denominó Legión Cóndor.
La intervención nazi en la Guerra Civil ha sido uno de los asuntos más estudiados desde múltiples enfoques por los historiadores alemanes, españoles o europeos, pero lo que se echaba en falta era un estudio de los auténticos protagonistas de la Legión Cóndor, sus soldados, y eso ha quedado satisfecho este año con el magnífico trabajo que ha realizado Stefanie Schüler-Springorum en La guerra como aventura – La Legión Cóndor en la Guerra Civil Española 1936-1939 (Alianza Editorial). Su línea de investigación busca un planteamiento novedoso dentro de la historiografía militar, desde una perspectiva de historia cultural y de género. Nos encontramos ante un grupo masculino con unos modelos culturales y una mentalidad concretos, al que la autora disecciona para comprender su comportamiento e interpretación de la realidad en la que estos soldados se encuentran. Las fuentes utilizadas, algunas de ellas inexploradas hasta ahora, se hallan en archivos alemanes y españoles, siendo especialmente relevantes las experiencias de los combatientes de la legión plasmadas en sus narraciones, relatos autobiográficos que, aún siendo ejemplos de literatura de propaganda fascista, “no son totalmente inservibles” para el análisis histórico.
La noche del 25 de julio de 1936, Hitler había recibido en Bayreuth a unos emisarios de Franco que le trasladaron una petición de ayuda militar para solventar la crítica situación en que se encontraba el bando militar rebelde, con sus mejores tropas inmovilizadas en Marruecos. Los motivos que llevaron al Führer alemán a decir sí en ese mismo momento a un militar español desconocido varado en el Rif marroquí han sido precisados gracias a la sobresaliente tarea de investigadores como Ángel Viñas. Hubo causas económicas, ideológicas, estratégicas y militares que tendrían un papel cambiante a lo largo de la Guerra Civil. Al principio las militares y económicas no contaron. Las líneas maestras de la estrategia europea de Hitler, que tras la recuperación de la soberanía en la Renania desmilitarizada en marzo, había abandonado su política exterior revisionista de Versalles para pasar a una fase agresiva y expansionista, se basaban en neutralizar a Francia antes de lanzarse a invadir el Este, y contar con un régimen favorable en la frontera sur francesa aparecía como una posibilidad que no había que desperdiciar. El oportuno barniz ideológico de la lucha contra el comunismo en la intervención de España podría bloquear actitudes indeseadas de potencias democráticas como Reino Unido.
Teniendo en cuenta que el arma aérea fue el componente principal de la Legión Cóndor, a los pilotos y oficiales de vuelo, que eran considerados y se sentían la élite del ejército alemán, se les ofreció la posibilidad de demostrar su valía y “servir a la patria” en una experiencia viril y militar, que incluía otros suculentos alicientes como el ascenso inmediato y un salario muy superior al que recibían en el destino anterior. Como muestra de lo lucrativa que podía ser la misión, Schüler-Springorum nos cita el alto número de bodas y el consumo de objetos de lujo al que se dedicaban cuando regresaban a Alemania. Para los jóvenes legionarios, España aparecía como un lugar exótico en el que volcar sus fantasías épicas y vivir aventuras, a la búsqueda de gloria y placeres, dinero y mujeres. Se trataba de una suerte de turismo bélico al que muchos de ellos acudieron con su flamante cámara de fotos último modelo.
Guernica2
Vista de Guernica, tras el bombardeo del 26 de abril de 1937 / F. Sabino Arana
En general, unos alojamientos convenientes –siempre tenían reservado el mejor hotel de la ciudad en la que se instalasen - y una manutención surtida y variada mantenían a los legionarios con buen humor y disposición. No les faltaban productos alemanes típicos pero fueron descubriendo las bondades de la dieta local (aunque la mayoría de ellos rechazaba el aceite de oliva) y frecuentemente eran agasajados por las autoridades del bando franquista con delicias culinarias que la población española difícilmente podía llegar a soñar. Esta dolce vita, con una actividad bélica que incluía largos períodos de pausa, fomentó que el aburrimiento fuese ocupando la atmósfera en la que vivían los soldados, que intentaban remediarlo visitando lugares de interés o intentando entablar relación con las jóvenes españolas, como relata Klaus Köhler que afirmaba que “no nos cansamos de admirar a las ardientes españolas pero ellas también nos contemplan”. Lo cierto es que en la España nacional ultracatólica, la inaccesibilidad de las mujeres hizo que todo acabase en miradas y el recurso final fuese la visita a burdeles, según describe Adolf Galland al recordar sus “noches andaluzas” con “programa completo”.
La ventaja de gozar de una supremacía aérea que solo pudo ser cuestionada por la República hasta abril de 1937, hizo que los pilotos de caza, a bordo de los magníficos Messerschmitt Bf 109 o los Junker Ju 87 Stukas, dominasen el cielo español “presionados” en una especie de competición deportiva por derribar el máximo de aviones enemigos. Harina de otro costal era el bombardeo sobre el enemigo para el que se necesitaba una actitud “más ordenada y estoica” según Schüler. Entran en juego las motivaciones militares alemanas para intervenir en España, la experimentación con diferentes tipos de bombas y tácticas de bombardeo, que supusieron la destrucción masiva de ciudades y la muerte de miles de víctimas civiles como consecuencia de una guerra aérea planificada y ejecutada racionalmente. El legionario Egbert von Frankenberg comenta al respecto: "…no pensábamos sino en ‘cumplir con nuestra tarea’ obedeciendo inmediatamente las órdenes que recibíamos. Y nos importaba poco lo que las bombas y el fuego ocasionaran exactamente”. Inevitablemente, evocamos Guernica en llamas, consumida en el fuego de las bombas incendiarias en abril de 1937, pero esta macabra ejecución experimental comenzó el 14 de diciembre de 1936, y contó con la ambición personal de Queipo de Llano, el general del ejército del sur que, como recuerda el jefe del Estado Mayor de la legión Wolfram Von Richthofen, “quería adueñarse a toda costa de la cosecha de aceitunas cerca de Porcuna, especialmente rica”. Los intereses comunes de Queipo y Richthofen, sobrino del famoso Barón Rojo, supusieron que el pueblo cordobés de Bujalance fuese arrasado hasta que no quedase una casa en pie, con 190 civiles muertos. El sangriento colofón lo puso la caravana interminable de refugiados y tropas que huían hacia la frontera francesa desde Barcelona en el invierno de 1939, que Torsten Christ refleja en el diario de guerra del Estado Mayor de la legión: “El abundante tráfico en las carreteras resulta demasiado tentador, así que decidimos asestar un último golpe al enemigo antes de que desapareciera”.
Legion C Avila
Miembros de la Legión Cóndor desfilan en Ávila, mayo 1939 / Keystone-Getty
Los pilotos y soldados de la Legión Cóndor aplicaron su experiencia española en la II Guerra Mundial y el 80% de ellos se dejaron la vida en el combate. Para los supervivientes, fue complicado reiniciar su vida con el estigma de haber pertenecido a una unidad fuertemente ideologizada por el nazismo cuya tarjeta de presentación era la destrucción de Guernica. La sociedad de las dos Alemanias no sabía muy bien qué hacer con los supervivientes de la Cóndor. En la RDA algunos contaron con la enemistad de los alemanes que habían luchado en las Brigadas Internacionales, pero otros supieron medrar en el contexto geopolítico de la Guerra Fría y el anticomunismo imperantes, como es el caso de Heinz Trettner, militar en la Bundeswehr de la RFA que llegó a teniente general con un alto cargo en la OTAN, y nunca se sintió responsable moral de los crímenes cometidos antes de 1945.
Todas las facetas de la Legión Cóndor en su interacción con sus compañeros de bando en España, las disensiones sobre estrategia militar de los mandos alemanes con Franco, y otros aspectos de la experiencia vital de los legionarios son tratados de manera novedosa y convincente por Stefanie Schüler-Springorum, en este libro necesario para entender a esta unidad militar. Reconforta mínimamente en su lectura conocer que a pesar de la propaganda nazi que llenaba de falsa información los oídos de estos combatientes, a algunos de ellos cada vez les parecía más cuestionable la razón de su presencia en una guerra donde no eran recibidos como liberadores en los pueblos y ciudades que tomaban. Es el caso de Erwin Jaenecke, que en una carta a la central de la Wehrmacht identificaba a “…la Iglesia, los latifundios y el capitalismo, que desde hace siglos oprimen y atormentan al pueblo de una manera atroz” o unos pilotos de caza en Zaragoza que a un informador británico rogaban que algún día se pudiera “contar la verdad de esta llamada guerra entre rojos y blancos”.
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