jueves, 12 de octubre de 2023

Israel: Los poemas visionarios de Jorge Luis Borges

Los visionarios poemas de Borges sobre las batallas de Israel

En 1967, durante la Guerra de los Seis Días, el autor habló de su apoyo al Estado judío y escribió versos. Luego lo visitó y compuso una obra que mira al pasado y predice lo que sigue pasando
Por Elena Lidl || Infobae




Jorge Luis Borges en el Muro de los Lamentos (https://www.aurora-israel.co.il/)

Hace unos años, en el programa Conversaciones en el laberinto -una serie del canal Encuentro sobre Jorge Luis Borges que conducía Claudia Piñeiro- el escritor Carlos Gamerro sostuvo que, contra lo que se suele suponer, el escritor argentino no era frío respecto de la política sino todo lo contrario: muy caliente. Lo decía, Gamerro, por el convencido antiperonismo del autor de El Aleph.

Pero tal vez también haya que pensar que ese calor está detrás de sus escritos sobre el Estado de Israel. Allí analizó, recordó, vio lo que pasaba y vislumbró lo que seguiría pasando.

“Cuando empezó la Guerra de los Seis Días, me acuerdo que el primer día yo no estaba seguro de la victoria, dudaba como todos acaso dudábamos en Buenos Aires, pero estaba seguro de mi fervor a la causa de Israel”, contó Borges en una entrevista publicada en 1971 en Tierra de Israel. Testimonios Argentinos.

El ya fallecido escritor Bernardo Ezequiel Koremblit -que dirigió la revista literaria Davar, de la Sociedad Hebraica Argentina- contó en la revista Sefardica que ese fervor de Borges se tradujo, no podía ser de otra manera, en palabras: “No ha de quedar omitido el recuerdo de la mañana en que Borges se nos apareció en nuestra alcazaba cultural de Hebraica, el tercer día de la Guerra de los Seis Días, diciendo por todo saludo al entrar en el cuarto: “¡Viva la Patria!”. Llevaba, para publicar, un poema.

Tropas israelíes avanzan contra el ejército egipcio cerca de la franja de Gaza, al comienzo de la Guerra de los Seis Días (Getty)

Cuenta Koremblit: “Con la voz emocionada, resistiéndose a sentarse, rechazando el café, comenzó a decir los estremecedores endecasílabos del célebre soneto: Quién me dirá si estás en el perdido/ laberinto de ríos seculares/ de mi sangre, Israel? ¿Quién los lugares/ que mi sangre y tu sangre han recorrido? / No importa. Sé que estás en el sagrado/ libro que abarca el tiempo y que la historia/ del rojo Adán restaca y la memoria/ y la agonía del Crucificado. / En ese libro estás, que es el espejo/ de cada rostro que sobre él se inclina/ y del rostro de Dios, que en su complejo/ y arduo cristal, terrible se adivina. / Salve, Israel, que guardas la muralla/ de Dios, en la pasión de tu batalla”.

“Un poema que escribí en esos días refleja tal angustia”, contaría Borges más tarde. “Luego le siguió otro poema, posterior a la victoria israelí, en el cual ya entendía que Israel venció y se salvó, con todo lo que ello implica”.

En ese primer poema, Borges ya muestra algunas de las ideas que seguiría desarrollando: un pueblo antiguo, el vínculo de ese pueblo con uno de los libros que considera fundantes de la civilización occidental -la Biblia- y ese presente de batallas.

Poemas de Borges en la prensa israelí, 1971.

Después del triunfo israelí, Koremblit había quedado en ir a la casa de Borges a buscar otro poema pero el escritor se le adelantó y volvió a aparecer en la redacción de Davar. Llevaba estos versos.

Un hombre encarcelado y hechizado, /un hombre condenado a ser la serpiente/ que guarda un oro infame, /un hombre condenado a ser Shylock/ un hombre que se inclina sobre la tierra/ y que sabe que estuvo en el Paraíso,/ un hombre viejo y ciego que ha de romper/las columnas del templo, /un rostro condenado a ser una máscara,/ un hombre que ha pesar de los nombres/ es Spinoza y el Baal Shem y los cabalistas,/ un hombre que es el Libro,/ una boca que alaba desde el abismo/ la justicia del firmamento,/ un procurador o un dentista/ que dialogó con Dios en una montaña,/ un hombre condenado a ser el escarnio,/ la abominación, el judío, / un hombre lapidado, incendiado/ y ahogado en cámaras letales, un hombre que se obstina en ser inmortal/ y que ahora ha vuelto a su batalla, /a la violenta luz de la victoria, /hermoso como un león al mediodía.

Otra vez, Borges retomaba la historia del viejo Israel -ya no el Estado sino el pueblo judío-, recorría su historia -ahí están Adán y Eva, Sansón, los filósofos, la Biblia, Moisés, el nazismo- y llegaba al presente de un Israel combativo.

El autor, se sabe, siempre apeló a la contradicción entre hombres de letras y hombres de acción. En su propia familia, la biblioteca por un lado, el paterno, y las armas, el materno. Él, que imaginaba el Paraíso “bajo la especie de una biblioteca”, también hizo un culto del coraje. Aquí, hace de la historia del pueblo judío la de un solo hombre y va de la filosofía y el Libro -la Biblia- a la batalla, a la “violenta luz de la victoria”. La biblioteca y las armas, en un recorrido.

Jorge Luis Borges y el planeta. (Archivo Norah Borges)

En 1969, Borges visitó Israel. Pero unos años había intercambiado algunas cartas David Ben Gurión, quien fuera Primer Ministro entre 1948 -la creación del Estado- y 1954. El investigador argentino Martín Hadis encontró esas cartas.

“Acaso usted no ignore la afinidad que siempre he sentido por su admirable pueblo. He estudiado con singular dedicación la mente de Espinoza, he aprendido el alemán en la obra de Heine, he procurado penetrar a través de las páginas de Buber y de Scholem en el orbe insondable de la cábala y de los Hasidim. Creo asimismo que más allá de los azares de la sangre, todos somos griegos y judíos”, le decía Borges a Ben Gurión en octubre de 1966.

Carta de David Ben Gurión a Jorge Luis Borges

De ahí saldría la invitación a visitar Israel. Borges escribiría luego: “A principios de 1969, pasé diez días muy emocionantes en Tel Aviv y Jerusalén como invitado del Gobierno de Israel. Volví con la convicción de haber estado en la más antigua y la más joven de las naciones, de haber venido de una tierra viva, alerta, a un rincón medio dormido del mundo”.

Después escribió otro poema, en el que vuelve a la Historia, esta vez para ir dejándola atrás. Esta es la Historia, dice, pero ¿hay nostalgia? Ahora que conoce el terreno advierte que el riesgo -el que él imaginaba- era trasladar a la nueva tierra a los judíos diaspóricos y extrañar una forma de ser que había quedado atrás. Pero, dice “la más antigua de las naciones es también la más joven”. Entonces, lo que hubo que hacer -lo deduce pero lo escribe omo un mandato bíblico, es olvidar las viejas lenguas, olvidar quién se ha sido y ser “un israelí, un soldado”. En Israel ve el reencuentro de judíos dispersos. Por eso: “Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca”, dice. Nada de esto -Borges lo sabe- es gratis. Por eso advierte, como si estuviera mirando al futuro: “Una sola cosa te prometemos: /tu puesto en la batalla”.

Éste es el poema. Como los dos anteriores, integra el libro Elogio de la sombra.

Israel (1969)

Temí que en Israel acecharía

con dulzura insidiosa

la nostalgia que las diásporas seculares

acumularon como un triste tesoro

en las ciudades del infiel, en las juderías,

en los ocasos de la estepa, en los sueños,

la nostalgia de aquellos que te anhelaron,

Jerusalén, junto a las aguas de Babilonia,

¿Qué otra cosa eras, Israel, sino esa nostalgia,

sino esa voluntad de salvar,

entre las inconstantes formas del tiempo,

tu viejo libro mágico, tus liturgias,

tu soledad con Dios?

No así. La más antigua de las naciones

es también la más joven.

No has tentado a los nombres con jardines,

con el oro y su tedio

sino con el rigor, tierra última.

Israel les ha dicho sin palabras:

olvidarás quién eres.

Olvidarás al otro que dejaste.

Olvidarás quién fuiste en las tierras

que te dieron sus tardes y sus mañanas

y a las que no darás tu nostalgia.

Olvidarás la lengua de tus padres y aprenderás la lengua del Paraíso.

Serás un israelí, serás un soldado.

Edificarás la patria con ciénagas: la levantarás con desiertos.

Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca.

Una sola cosa te prometemos:

tu puesto en la batalla.

 

martes, 10 de octubre de 2023

SGM: El bombardeo de la prisión de Amiens



Operación Jericó: incursión de Mosquitos en la prisión de Amiens

La Operación Jericó fue un intento desesperado de interrumpir las ejecuciones planeadas de los prisioneros de la Resistencia francesa.

Warfare History Network
Este artículo aparece en:
noviembre de 2009

Por Robert Barr Smith

Muchos de los prisioneros sabían que esta noche era probablemente la última en la tierra. La prisión de Amiens había sido testigo de muchos asesinatos judiciales y mucha tortura y brutalidad de la Gestapo, por lo que, a excepción de los que estaban a punto de morir, las ejecuciones eran rutinarias. La mayoría de los que murieron dentro de estos muros eran simplemente patriotas, miembros del movimiento de Resistencia francés, agentes y gente común que ayudó a su país ocupado contra los alemanes y su propio gobierno postrado en Vichy. Fueron recluidos en una parte separada de la prisión, el “lado alemán”. El resto de la prisión albergaba a delincuentes comunes.

Fuera de los lúgubres muros de piedra, una amarga noche de febrero se cerraba como un sudario. Los que estaban a punto de morir sabían que no podía haber ayuda, ni parto milagroso. Encerrados en sus celdas detrás de los gruesos muros de piedra, rodeados por una guarnición alemana, en una ciudad saturada de policías y funcionarios colaboracionistas, estaban lejos de ser ayudados. No podía haber una misión de rescate desde el exterior. Además, la resistencia había quedado muy destrozada en los últimos meses, infestada de informantes, y aquellos de sus líderes que no habían sido capturados por la Gestapo o la Milice francesa estaban prófugos o escondidos.

Era 1944, el año de la invasión aliada, y mucho dependía de la información procedente de Francia: datos sobre transporte, defensas e incluso la ubicación de los sitios de lanzamiento de las bombas V-1 alemanas hacia Londres. El sabotaje efectivo fue paralizado. La mayoría de los transmisores pesados ​​que enviaban información a Londres estaban en manos alemanas. El daño al aparato de resistencia debe haber pasado por la mente de los que estaban a punto de morir. Muchos eran veteranos y entre sus compañeros de prisión había al menos un estadounidense y dos ingleses. Lo peor de todo, uno de los prisioneros franceses era el corazón y el alma de la resistencia de Somme. Si la Gestapo descubría quién era y lo desmantelaba, toda la red se derrumbaría y, con ella, la inteligencia previa a la invasión crucial y la información sobre los misiles alemanes. Los jefes de inteligencia aliados conocían el peligro,

Los combatientes clandestinos franceses que permanecieron libres eran muy conscientes de la difícil situación de sus camaradas dentro de la prisión. Incluso sopesaron la posibilidad de un asalto terrestre armado a los muros de la prisión. Eran una variopinta colección de comerciantes, médicos, amas de casa, ladrones, prostitutas y al menos un proxeneta, pero compartían un feroz patriotismo. Tendrían la oportunidad de ayudar a sus amigos encarcelados, pero no de la forma que imaginaban.

A medida que se acababa el tiempo, los clandestinos sopesaron los planes y los prisioneros de Amiens pensaron sombríamente sobre lo que les esperaba, pensaron en la familia, rezaron y se prepararon lo mejor que pudieron. Mientras tanto, en Inglaterra, un hombre notable y una colección notable de planificadores, pilotos y navegantes estaban preparando una asombrosa hazaña de armas, nada menos que una fuga aérea cortesía de la Royal Air Force.

Los asaltantes del ala 140

El equipo de la RAF dispuesto para la tarea era el ala 140, que comprendía los escuadrones número 487, de Nueva Zelanda, número 464, australiano y número 21, británico. Desde su base aérea en Hunsdon, cerca de Londres, el ala estaba realizando incursiones "sin balón", ataques contra los sitios de lanzamiento de V-1 alemanes a través del Canal. Estos eran aviadores veteranos; muchos de los tripulantes habían volado literalmente cientos de misiones en los cielos hostiles a través del Canal. Eran muy buenos de hecho. De hecho, los tres escuadrones serían parte de otros atrevidos ataques, incluido el ataque a la azotea de marzo de 1945 en el edificio Shell de seis pisos, sede de la Gestapo en Copenhague. Dejaron el edificio en llamas y se fueron, cubiertos por cazas P-51 Mustang, para cuando los alemanes pudieran empezar a recuperarse. Un solo avión se perdió a altitud cero cuando chocó contra un edificio, pero la clandestinidad danesa informó que 151 muertos de la Gestapo y unos 30 daneses escaparon.


En esta foto de reconocimiento tomada casi directamente desde arriba de la prisión de Amiens, se pueden ver daños en el muro norte en la parte inferior derecha.
Una gran parte del muro se derrumbó bajo el impacto de bombas de 500 libras durante el ataque que tuvo lugar el 23 de marzo de 1944.

Los mismos escuadrones también atacaron el cuartel general de la Gestapo en Aarhus, Dinamarca, en octubre de 1944. Esta incursión, como las demás, fue verdaderamente un asunto aliado. La tripulación aérea era británica, canadiense, australiana y neozelandesa, y los Mustang de cobertura procedían de un escuadrón polaco. El objetivo no eran solo los alemanes en el edificio, sino especialmente la masa de expedientes cuidadosamente recopilados sobre miles de daneses.

A pesar del mal tiempo, el raid salió perfecto. Los asaltantes golpearon su objetivo con fuerza, evitando dos hospitales cercanos. Los daneses, encantados, agitaron el cartel de la V de la victoria ante los asaltantes, y en la carrera hacia el objetivo, un granjero que araba su terreno se cuadró y saludó mientras los bombarderos Mosquito de Havilland rugían hacia la ciudad y pasaban rozando los edificios tan bajo como 10 pies. La redada se llevó a cabo sin pérdidas, a excepción de una góndola de motor abollada y la rueda trasera de un asaltante que quedó en un edificio de Aarhus cuando el piloto se acercó para devolver el fuego desde una ventana del edificio. Un piloto tuvo la experiencia memorable de ver cómo una de las bombas de un camarada golpeaba su objetivo, salía por el techo del edificio y se arqueaba con gracia sobre su propio avión.

La operación ultrasecreta Jericó

La operación contra la prisión de Amiens, cuyo nombre en código es Jericó, se había preparado con el más absoluto secreto. Hasta que se reveló un modelo a escala de la prisión de Amiens en una mesa en la sala de reuniones, ninguno de los equipos tenía idea de que estaban programados para la redada más audaz de la guerra, rivalizada solo por la huelga de Doolittle en Tokio. Con total naturalidad, su líder, el vicemariscal del aire Basil Embry, le dijo a la tripulación que se dirigían a hacer agujeros en las paredes de la prisión en lo profundo de Francia para que los prisioneros que estaban dentro pudieran correr a un lugar seguro.

Toda la idea podría haber parecido fantástica viniendo de alguien que no fuera Embry, pero él llevaba sus credenciales en el pecho. Era un veterano de muchas misiones en peligro. Una vez fue capturado, pero no pudo ser retenido por mucho tiempo. Simplemente mató a sus guardias alemanes y corrió hacia ellos, escapando por los Pirineos. Los alemanes pusieron una recompensa de 70,000 marcos por él, vivo o muerto, por lo que voló en misiones posteriores como "Wing Commander Smith", incluso usando una placa de identificación a tal efecto. Embry era un capataz severo, pero un buen líder, intensamente preocupado por sus hombres. Cuando una asamblea de oficiales de alto rango lo presionó para que usara el bombardero en picado Vultee Vengeance, Embry había sido inflexible: "No seré parte de la muerte de mis hombres en Vultee Vengeance". Y eso fue eso.

Tendrían que atacar la prisión pronto, dijo Embry, ya que algunos de los prisioneros estaban programados para ser ejecutados en un futuro cercano. El grupo se enfrentaría a un clima miserable, fuego antiaéreo alemán y una nube de cazas, incluidos los Focke-Wulf FW 190 de los Abbeville Boys. Estos fueron los pilotos que pintaron de amarillo las narices de sus cazas y siguieron al legendario Adolf Galland , que ascendió al puesto de general de cazas. Eran un grupo formidable.

Percy "Pick" Pickard: Un gigante amable

También lo estaba el hombre que estaría al mando del ala durante el ataque. A Embry se le había prohibido liderar, una amarga decepción, pero tenía confianza en el hombre que volaba en su lugar. Percy Pickard, "Pick" para sus pilotos, era el comandante de ala y él mismo un veterano histórico de innumerables misiones en los dientes de la Luftwaffe. Pickard había sido oficial del ejército de King's African Rifles antes de la guerra, pero se había transferido a la Royal Air Force. Al final resultó que, él y la RAF estaban hechos el uno para el otro.

Había estado volando activamente en misiones operativas desde 1940, incluidos más de 100 vuelos nocturnos a la Francia ocupada, aterrizando pequeños aviones de enlace Lysander y bombarderos Hudson en pastos para entregar agentes y suministros. En 1942, lideró los bombarderos que lanzaron paracaidistas que asaltaron la estación de radar alemana en Bruneval, dispararon contra algunos alemanes, desmantelaron el equipo y partieron por mar, llevando una parte vital de regreso a Inglaterra. También voló en misiones convencionales: derribado en una misión de bombardeo en el Ruhr, Pickard hizo un aterrizaje forzoso en el Mar del Norte, donde él y su tripulación se balancearon en un bote de goma, en un campo minado, hasta que su pequeña nave se alejó y pudieron ser rescatado Pickard medía más de seis pies y cuatro, pero, sin embargo, era un hombre gentil que amaba a los animales de todo tipo, desde conejos hasta serpientes, y en particular a su perro pastor inglés Ming.


Pickard aprieta su pipa entre los dientes mientras está de pie frente a su bombardero De Havilland Mosquito.

Totalmente serios en su trabajo, profesionales hasta los talones, los hombres del ala sin embargo tenían un lado ligero, muy en la tradición de la RAF. Visitados por el rey y la reina en un aeropuerto en el que habían estado estacionados anteriormente, el rey le preguntó al halagado Pickard el significado de un rastro de huellas negras de pies descalzos que subían por la pared del comedor y cruzaban el techo. Pickard, al darse cuenta de que se había pasado por alto la limpieza adecuada de paredes y techos, tuvo que admitir que las orugas eran suyas, levantadas por sus pilotos durante una fiesta especialmente jovial después de la exitosa incursión de Bruneval, con los pies cubiertos con betún para zapatos. “Pero, ¿qué”, dijo Su Majestad, “son esas dos manchas especialmente grandes en el centro del techo?”

“Lamento decir, señor”, dijo Pickard, “que esas son las marcas de mi trasero”. Se disculpó, pero él y sus pilotos descubrieron que la pareja real tenía sentido del humor.

El mosquito de Havilland

Los tres escuadrones del grupo de asaltantes pilotaban el de Havilland Mosquito, probablemente el mejor cazabombardero de la guerra. La “maravilla de madera”, como la llamaban, fue construida en gran parte con madera contrachapada de Canadá y madera de balsa de Ecuador. Sus piezas se armaron en talleres de carpintería de toda Gran Bretaña: "todas las fábricas de pianos", se quejó Göring, cuando el Mosquito demostró ser más rápido que cualquier caza alemán de la época. Luego, el ensamblaje final tuvo lugar en De Havilland, donde las secciones se juntaron en moldes de concreto, el pegamento se bombardeó con microondas para acelerar el secado.

Incluso el primer prototipo alcanzó una velocidad de 392 millas por hora, una velocidad inaudita para el día. El poder del Mosquito provenía de un par de Rolls Royce Merlins, el mismo motor que conducía el Supermarine Spitfire y convirtió un avión ordinario llamado Mustang en una maravilla de largo alcance, el mejor caza monomotor de la guerra. El Mosquito apareció en todo tipo de configuraciones además del bombardero ligero. Volaba como avión de reconocimiento fotográfico, caza nocturno equipado con radar, escolta de bombarderos pesados ​​y una versión, armada con cohetes y un cañón de 57 mm, fue desarrollada para acechar a los submarinos alemanes. Durante la guerra volaron más de 28.000 misiones, un avión realizó 213 incursiones. Los mosquitos atacaron Berlín a principios de 1943, desmintiendo el alarde de Göring de que ningún bombardero británico llegaría jamás a la capital de la Alemania nazi.

El Mosquito llevaba un aguijón prodigioso. Los aviones que atacarían el penal estaban armados con cuatro ametralladoras y cuatro cañones además de sus cargas de bombas. Se había pensado mucho en esas cargas, y especialmente en cómo se lanzarían las bombas. Dado que la idea era hacer agujeros en las paredes a través de los cuales los prisioneros pudieran correr para escapar, y la RAF estaba entrando en la cubierta, "pies de nada", como lo expresaron los pilotos, los Mosquito estaban en efecto saltando bombas y usando acción retardada. artillería en eso. Tuvieron que mantener una velocidad muy por debajo de la que haría el avión y tener mucho cuidado para dejar espacio entre las olas para que las bombas de la ola que tenían delante no explotaran antes de que la siguiente ola volara hacia las explosiones de las bombas británicas que tenían delante. . El impacto generado por las bombas también, esperaban los planificadores,

Objetivo perfecto para una incursión de bajo nivel

Una cosa favoreció a los atacantes además de su experiencia y la calidad de sus aviones. El terreno alrededor de la prisión era relativamente plano y libre de árboles, casas u otras obstrucciones, lo que hacía posible un ataque a bajo nivel. Entrarían en oleadas de seis aviones en un frente de unas 100 yardas. Cada avión arrojaría su carga de cuatro bombas a la vez. Si una ola no lograba demoler su objetivo, la siguiente ola la seguiría y la bombardearía. Dado que las bombas llevaban espoletas de retardo, las oleadas posteriores debían asegurarse de no seguir demasiado de cerca al avión que las precedía.

Embry, Pickard y sus tripulantes sabían que había una posibilidad sustancial de víctimas civiles dentro de la prisión, pero no había ayuda para eso si se quería que la fuga tuviera éxito. La clandestinidad francesa también lo sabía, pero estaba lista para ayudar. El puñado de líderes de la resistencia alertados de la incursión solo sabían que si ocurría, sería al mediodía. Reunían bicicletas, hombres y vehículos cerca de la prisión alrededor del mediodía todos los días, listos para esconder a los fugitivos y alejarlos. Incluían un stock de armas, en caso de que tuvieran que abrir brechas en las paredes para ayudar a los prisioneros a salir en libertad. También había una gran cantidad de documentos de identidad, robados o falsificados por expertos, muchos con sellos reales.

Los vehículos de motor eran Gazogenes, que funcionaban malhumorados con gas de un artilugio de leña en la parte trasera. Luego bombeó el gas a un tanque de aspecto peculiar colocado en el techo. No tenían gracia y corrían a un ritmo glacial, pero eran todo lo que estaba disponible para la población civil francesa y al menos no atraerían la atención no deseada de los alemanes o la policía de Vichy.

"Solo sígueme, estarás bien"

El 19 de febrero amaneció frío y densamente nublado, con un clima miserable en el que ningún avión civil se hubiera aventurado jamás. Sin embargo, la redada fue una oportunidad, impulsada por el ominoso conocimiento de que más demora, incluso un día, podría significar la muerte de más prisioneros en Amiens. Una información aterradora que se pasó a la resistencia indicaba que la ejecución sería el día 19 y que ya se había cavado una fosa común.

El ataque del ala fue minuciosamente orquestado. El primer escuadrón, 487 Nueva Zelanda, se dividiría en dos secciones de tres aviones, cada sección para atacar un lado diferente de las paredes. Los australianos, también volando en dos secciones de tres aviones, los seguirían, atacando las esquinas del edificio principal. Seis aviones de 21 británicos estaban en reserva, listos para atacar cualquier cosa que no estuviera destruida o que Pickard ordenara. Orbitaría sobre la prisión, identificando objetivos que necesitaban más trabajo, y un Mosquito de reconocimiento fotográfico registraría el daño.

Cada escuadrón estaría cubierto por un escuadrón de corpulentos cazas Hawker Typhoon . El gran Typhoon, descendiente directo del famoso Hurricane, fue diseñado como un interceptor. En cambio, ganó sus espuelas como un caza de bajo nivel y un cazabombardero: rápido, armado hasta los dientes, un partido completo para el Focke-Wulf FW 190 de la Luftwaffe en las altitudes en las que operarían los Mosquitos.


El teniente de vuelo JA Bradley ajusta el dispositivo de flotación Mae West del Wing Commander Percy "Pick" Pickard antes del despegue para el ataque a la prisión de Amiens. Ambos veteranos de numerosas operaciones de la Royal Air Force, los aviadores murieron en acción durante el ataque.

Pickard vigilaría si los prisioneros corrían por las brechas en las paredes, una señal segura de éxito. Pero si, dijo, no había escapados, se ordenaría al Escuadrón 21 que bombardeara la cárcel. “Nos han informado”, dijo, “que los prisioneros preferirían ser asesinados por nuestras bombas que por las balas alemanas”. Era algo que nadie quería hacer, pero 21 estaba sombríamente preparado para golpear el corazón de la prisión. Habría, agregó, un completo silencio de radio, y cualquiera que trajera una bomba a Inglaterra le respondería personalmente. Y cuando alguien preguntó sobre el curso exacto, la respuesta fue la clásica Pickard: “A la mierda el curso. Sólo sígueme, estarás bien.

Los tres escuadrones despegaron en la oscuridad de una mañana miserable. Estaba nevando sobre el sureste de Inglaterra, pero la meteorología abrigaba la esperanza de que el clima mejoraría una vez que llegaran a Francia. Al principio, no podría haber sido peor. La nieve caía a cántaros contra las copas de los Mosquitos, las nubes se habían reducido a 100 pies más o menos y no había esperanza de mantener la formación. Varios aviones perdieron todo contacto con los demás, incluido el propio Pickard, y dos Mosquito evitaron por poco la colisión. Cuatro tripulaciones se perdieron irremediablemente y finalmente tuvieron que regresar. No pudieron llegar a la prisión a tiempo para cumplir con el cronograma exacto de la redada.

Otro piloto perdió un motor sobre Francia. Volando demasiado lento para seguir adelante, se deshizo de sus bombas y se dirigió a casa. Golpeado por fuego antiaéreo en el camino, con solo un brazo y una pierna trabajando, la sangre manando de su cuello, se aferró sombríamente. Su observador logró darle una inyección de morfina y voló a casa. Milagrosamente, lo lograría. El resto siguió adelante, volando tan bajo que la propulsión levantó grandes nubes de nieve, rozando tan cerca de las filas de postes de electricidad y las hileras de álamos que algunos de los Mosquitos tuvieron que levantar un ala para evitar la colisión.

Rompiendo los muros de la prisión de Amiens

El ataque se realizó según lo planeado, el avión pasó rozando las paredes mientras subían después de su caída. A medida que aparecían grandes brechas en las paredes, pequeñas figuras comenzaron a correr por campo abierto, corriendo por su libertad a través de las brechas. “Podrías distinguirlos de los alemanes”, dijo un hombre de la RAF, “porque cada vez que estallaba una bomba, los alemanes se tiraban al suelo, pero los prisioneros seguían corriendo como locos”. Las bombas hicieron estallar varias brechas pequeñas en la pared norte de la prisión, una grande en la pared sur y un enorme agujero donde se unían las paredes oeste y norte.

Un avión dejó caer su carga contra la caseta de vigilancia y la pared y trepó con fuerza, rozando una especie de figura de gárgola en la pared. Al alejarse, vieron explotar una bomba en la caseta de vigilancia, dos más en la pared.

Algunos miembros de la fuerza de guardia yacían muertos o heridos en su comedor; otros vagaban sin rumbo entre las ruinas. Mientras tanto, dos presos, uno de ellos un ladrón profesional que forzaba las cerraduras de los archivadores, estaban ocupados quemando los expedientes de los presos en la oficina del comandante. Dos más, uno un ladrón profesional, hicieron una pausa en su huida el tiempo suficiente para asaltar el cuartel general de la Gestapo, apuñalar a un guardia, romper la caja fuerte y quemar más montones de archivos.


Los Mosquitos del Escuadrón No. 487 de la Real Fuerza Aérea de Nueva Zelanda limpian las paredes de la prisión de Amiens después de lanzar sus bombas de 500 libras sobre las instalaciones.
Las primeras explosiones son visibles, golpeando cerca del muro sur de la prisión.

El gran escape continuó, los prisioneros por cientos corrieron a las calles cercanas donde se amontonaron en la flota de Gazogene y desaparecieron. Algunos, hasta 100, se cambiaron de ropa en camionetas comerciales cuidadosamente estacionadas para ese propósito. Los presos se ayudaban unos a otros sin distinción de qué lado de la prisión procedían. No había delincuentes huyendo del edificio, ni presos políticos, solo franceses. Algunos despojaron a los cuerpos de los guardias de sus uniformes, convirtiéndose instantáneamente en alemanes. Uno, equipado con un bastón blanco, tocó su camino hacia la libertad como un "hombre ciego".

Un equipo de nueve miembros de la resistencia, incluida al menos una prostituta, asaltó varias tiendas, liderado por una ladrona profesional llamada Violette Lambert... al menos ese era uno de sus nombres. Muchos de su equipo también eran delincuentes profesionales, las mujeres con bolsas que llevaban debajo de la ropa para recibir su botín. Los hombres llevaban abrigos sobre los brazos, las mangas cosidas cerradas para su botín. El atuendo robado estaba destinado a vestir a los fugitivos, y el equipo de ladrones robó tantos artículos que algunos tuvieron que regresar a sus autos para descargar y regresar por más. Por fin, Violette vio que uno de los miembros de su equipo estaba siendo observado de cerca y gritó: “Me robaron el bolso”, y el hombre se escabulló en medio de la confusión.


Dos días después de la redada, una foto de reconocimiento de bajo nivel revela grandes daños en la prisión de Amiens.
La incursión de la Operación Jericó para liberar a los prisioneros de los alemanes abrió una brecha en la pared norte de las instalaciones, que se ve en el centro de la imagen.

Otros prisioneros, no tan afortunados o ingeniosos, fueron recapturados, muchos de ellos heridos o lesionados. Y algunos optaron por no escapar. Un médico, ileso y capaz de huir, decidió quedarse con los prisioneros heridos y ayudar a sacar a los heridos que aún estaban atrapados bajo los escombros de la prisión de Amiens. Otros prisioneros sanos se quedaron con él.

Ocultar a los prisioneros fugados

Otros fugitivos fueron rápidamente escondidos en casas particulares, clínicas, burdeles, cualquier lugar para sacar a los presos de la calle rápidamente. Tres fueron alojados en un burdel, colocados, dijo la señora, en una habitación entre dos habitaciones donde enviaba chicas para entretener a los visitantes de la inteligencia militar alemana, "un sabroso sándwich de la cárcel de Amiens". La señora era un original en cualquier caso. Rara vez iba a ningún lado sin sus granadas, que de vez en cuando dejaba debajo de los vehículos alemanes. “Financiar fugas con el dinero que los nazis gastan aquí”, dijo, “es uno de mis mayores placeres, el otro es matarlos”. Otros dos fugitivos que buscaban refugio, uno falsificador y el otro saboteador, se vistieron con hábitos de monjes y atravesaron Francia de monasterio en monasterio en compañía de verdaderos sacerdotes.


Esta fotografía tomada por uno de los aviones atacantes del Escuadrón No. 464 de la Real Fuerza Aérea Australiana muestra una densa columna de humo que se eleva desde las dañadas alas norte y este de la prisión de Amiens.
Los australianos participaron en la segunda ola de la Operación Jericó, mientras que los alemanes estaban en alerta máxima.

Muchos prisioneros fugados fueron escondidos en las bóvedas subterráneas de una clínica privada dirigida por los doctores Poulain, padre e hijo, las mismas bóvedas que habían usado como refugio para los judíos perseguidos por los nazis. Las bóvedas fueron difíciles de encontrar, ya que estaban ocultas debajo del primer sótano... la morgue. Otros fugitivos fueron escondidos a plena vista, acostados con la cara vendada, víctimas de un "accidente de tráfico". Otras se convirtieron en “madres embarazadas” cubiertas de cobertores. "¿Cuándo tienen que entregar?" preguntó la Gestapo. Como a las tres de la mañana, dijo el doctor. ¿Por qué entonces?, preguntó el alemán. Nadie sabe, dijo el doctor; pero fue entonces cuando nacieron la mayoría de los bebés. Los alemanes lo compraron todo.

“Red Daddy”: un costoso regreso a casa

El bombardeo salió tan bien que hasta el exigente Pickard quedó satisfecho. En espera para perforar y terminar el trabajo, el Escuadrón 21 escuchó a Pickard llamar, "Papá rojo". Era la llamada para dar la vuelta e irse; sus bombas adicionales no serían necesarias. Y luego los aviones del ala estaban de camino a casa, rugiendo a través de Francia casi en tierra, perseguidos por fuego antiaéreo, perseguidos por cazas de la Luftwaffe. Los Typhoon rechazaron muchos de los aviones alemanes, y los Mosquitos se defendieron con su formidable armamento, derribando varios de los aviones alemanes que los perseguían. El líder del escuadrón Ian McRichie se estrelló en un pasto nevado, parcialmente paralizado, su observador muerto. Sobreviviría, un prisionero herido.

Cuando los asaltantes restantes llegaron al Canal de la Mancha, dispersos y exhaustos, el clima volvió a cerrarse. Las olas grises y las espesas lluvias de nieve redujeron la visibilidad a casi cero. Si se sumergían al amparo de las nubes, la visibilidad desaparecía por completo. Y luego, cuando los alemanes se alejaron a mitad del Canal y la tierra de Inglaterra pasó bajo las barrigas de los Mosquitos, Hunsdon envió por radio instrucciones de aterrizaje, escalonando la altitud de los aviones para evitar colisiones entre pilotos cansados ​​y aviones dañados. Nadie había descansado en Hunsdon o en el cuartel general de Embry. Todos se maravillaron y oraron. La incursión había sido un éxito, pero nadie sabía cuántos de los Mosquitos estaban volviendo a casa. Los aviones de reconocimiento barrieron Amiens y el camino de regreso a casa de los asaltantes. Ahora los mosquitos estaban regresando, haciendo cola para aterrizar,

Pero Dorothy Pickard lo sabía. Porque Ming, el amado perro pastor de Pickard, se había derrumbado, vomitando sangre. Existía una especie de vínculo sobrenatural entre el hombre y el perro. Ming siempre se inquietaba cuando Pickard volaba, pero se relajaba cuando su amo estaba de vuelta en tierra, incluso antes de que su esposa supiera que Pick estaba de vuelta a salvo. Confiaba en los instintos de Ming. “Pick está muerto”, dijo su esposa. Y fue así. De alguna manera, el sexto sentido de su perro supo que su amo se había ido para siempre.


El artista de combate australiano Dennis Adams capturó el drama de la Operación Jericó en Invasión de la prisión de Amiens cuando un bombardero Mosquito se eleva desde el complejo, que está envuelto en el humo de las explosiones de bombas.

Porque Pickard se había quedado demasiado tiempo sobre el objetivo, evaluando los daños en los muros de la prisión y observando cómo sus hombres se alejaban. Volvió a casa, fue rebotado, como lo expresó la RAF, por dos Focke-Wulf FW 190, que se zambulló desde una altitud más alta para compensar la mayor velocidad del Mosquito. Pickard hizo una pelea, golpeando a un luchador alemán, que corrió a casa. Pero el cañón del segundo avión de la Luftwaffe arrancó la cola del avión de Pick y el avión se estrelló contra el suelo y estalló en llamas. Quedaba muy poco.

Los civiles locales se apresuraron a ayudar, usando palos para tratar de sacar los cuerpos de Pick y su navegante de toda la vida, el teniente de vuelo Alan Bradley, pero las llamas eran demasiado altas y las municiones restantes del Mosquito comenzaron a evaporarse por el calor. Solo más tarde pudieron recuperar los restos de la tripulación, y uno de ellos cortó las alas y las cintas de su uniforme de Pickard, con la esperanza de dificultar cualquier identificación por parte de los alemanes. Con el tiempo, la chica que se los quitó se los envió a su esposa.

Más de 250 prisioneros salvados

Esta foto, tomada desde el interior de la prisión de Amiens después de la redada de la Operación Jericó, revela graves daños en el complejo. El cruce de las alas norte y oeste de la prisión ha sido alcanzado por varias bombas. El fotógrafo está de espaldas a la gran brecha que se abrió en el muro exterior oeste de la prisión.

Pickard recibió la Orden de Servicio Distinguido y dos Cruces de Vuelo Distinguido durante una carrera ilustre, y muchos pensaron que debería haber recibido la Cruz Victoria para Amiens. Mucho después de la redada, los ciudadanos franceses vinieron a poner flores en las tumbas de Pickard y Bradley; incluso llegaron a eliminar las marcas de las tumbas alemanas y sustituirlas por las suyas.

Ya no estaba y el mundo era mucho más pobre, pero el éxito de la incursión de Amiens era su mejor memorial. La fuerza de guardia alemana había sufrido mucho, se estima que 20 muertos y 70 heridos, a pesar de que los alemanes dijeron públicamente que no tenían bajas en absoluto. Pero incluso los registros de los propios alemanes admitían que más de 250 prisioneros se habían escapado y no habían sido recapturados. De hecho, el total fue sustancialmente mayor.

Ochenta y siete habían muerto en el bombardeo y recibieron un funeral masivo cuidadosamente orquestado por las autoridades francesas. Como era de esperar, la mansa prensa francesa fustigó a los británicos, repitiendo cuidadosamente la línea del partido de que la redada fue un crimen. El funeral fue un momento triste, pero incluso tuvo su lado positivo, ya que en el cortejo de uno de los muertos, seis hombres buscados se alejaron piadosamente del convento donde habían estado escondidos.

Independientemente de lo que dijera la prensa francesa indolente, la Resistencia francesa y la mayoría de los franceses lo sabían mejor. Y 15 semanas después del ataque a Amiens, los aliados desembarcaron en Normandía. Era el principio del fin.








lunes, 9 de octubre de 2023

Guerra Antisubversiva: Un libro y la discusión del terrorismo peronista


Eduardo Sacheri: “La guerrilla, la violencia armada, es un tema incómodo, pero esa incomodidad no debe traducirse en silencio”

El escritor argentino acaba de publicar su nueva novela, “Nosotros dos en la tormenta”, sobre la amistad y la militancia en los convulsionados años 70 en Argentina. En diálogo con Infobae Leamos, explica por qué eligió ese período de la historia, en que Montoneros y ERP creían -erróneamente- estar cerca de lograr sus objetivos



Por Belén Marinone || Infobae



Hay una atmósfera rara. Es 1975 y en Argentina los tiempos están revueltos. Los Montoneros llevan meses en la clandestinidad; el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), también. El gobierno de María Estela Martínez de Perón, Isabelita, está incómodo y López Rega opera en las tinieblas. El terror comienza a sentirse en el aire bajo un gobierno democrático y los operativos, explosivos, fusiles FAL y secuestros mandan en la guerra de guerrillas. Este es el contexto que elige Eduardo Sacheri para su nueva novela, Nosotros dos en la tormenta, su retorno a la ficción, luego publicar, el año pasado, su primer libro de divulgación histórica, Los días de la revolución.

Detrás del aire denso de los convulsos años 70 en Argentina también hay historias. Sobre eso escribe Sacheri. En su nuevo libro el eje principal es la amistad de toda la vida de dos jóvenes, Antonio y Ernesto -tales sus nombres de guerra-, ahora convertidos en militantes de dos células de distintas organizaciones de la militancia armada -Montoneros y ERP- que operan en la zona Oeste del Conurbano. Los dos están entregados a la causa revolucionaria por la que darían la vida. Pero la elección de los bandos, ¿quiebra la amistad?

¿Qué pasa con las familias, el barrio, los amigos, los encuentros saltando la medianera y la pizza para hablar de chicas? En medio de los operativos, la vida. Eso es lo que le interesa a Sacheri: los vínculos. Y también las dudas. Y cómo uno de ellos se “olvida” de la clandestinidad para visitar especialmente a su padre. Esta relación tan compleja y profunda, que es un eje de la novela, también interpela a Sacheri. En esta entrevista, cuando habla de su padre se le humedecen los ojos.

En las casi 500 páginas de Nosotros dos en la tormenta hay una investigación de varios años, con testimonios que el autor de La odisea de los giles, Lo mucho que te amé y El funcionamiento general del mundo prefiere mantener en discreción, y un acercamiento desde la ficción a cómo se narran las guerrillas, los muertos, la organización, el compromiso político y la idea de futuro de esa época. “Nos hace bien pensar”, dice Sacheri a Infobae Leamos y sigue:La guerrilla, la violencia armada, la guerra revolucionaria es un tema incómodo”. “Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio”. Y Sacheri escribe.

Acabás de lanzar tu nueva novela Nosotros dos en la tormenta, que hace foco en el año 75, donde los grupos guerrilleros como Montoneros y ERP estaban en plena efervescencia. ¿Por qué contextualizar la novela en este período?

—En general me interesa mucho el contexto histórico que hace a quienes somos hoy. En distintas novelas, no voluntariamente, he terminado aterrizando en ciertos momentos de la Argentina reciente. Y me interesa también no caer en momentos ya muy transitados por la literatura o por el cine, por ejemplo, la dictadura. Pero hay otros períodos que me parece que también son muy fecundos en cuanto a todo lo que podemos pensar y decir sobre ellos y que no han sido tan transitados. Y me parece que esos años de gobiernos democráticos de Cámpora, Perón e Isabel son un momento efervescente que merece atención. Particularmente ese año donde, tanto Montoneros como el ERP se sienten cerca de sus objetivos. Uno mira desde la distancia de los años y dice: “Muchachos, estaban lejísimos de triunfar en su guerra popular y prolongada”. Pero ellos se sentían así, entonces me parecía un momento interesante para aterrizar.

¿Por qué creés que este momento interesante para aterrizar es poco transitado?

—Por un lado, la dictadura, con todo el horror que implica, es como un imán de atención. Y, a lo mejor, lo que pasa antes o lo que pasa después, no. Los primeros años de Alfonsín tampoco son tan visitados o los de la restauración democrática. Como excepción tenés la película Argentina 1985, no es la norma. Me parece que el tema de la guerrilla, de la violencia armada, de la guerra revolucionaria es un tema incómodo.

“Cuando sos fanático la vida es clara: no hay incertidumbre, no hay dudas”

¿Por qué?

—No sé por qué. Es un tema incómodo para mucha gente. Y no me parece que esa incomodidad deba traducirse en silencio. Me parece que las incomodidades es mejor transitarlas hablando, no haciendo silencio. Hay incomodidades y se pueden generar discusiones, desencuentros. Vecindades incómodas. Eventualmente, podés escribir sobre un determinado período y que eso le guste a gente que no te cae bien. Me parece que son riesgos que vale la pena correr. Porque si, como antes se decía “curarse en salud”, si nos curamos en solemnidad, me parece que no está bueno no mirar y decir: “Mejor de esto no hablemos”. No, hablemos de todo.

Terroristas Montoneros.

¿Cómo fue ese abordaje?

—Le dediqué mucho tiempo a documentarme. En las universidades de Argentina se laburó muy bien este período, sobre las organizaciones armadas, su dinámica, su organización, su ideología, su vínculo con el resto de la sociedad. Primero hay que leer, empaparse y mejorar tu aproximación a la ficción. Y recién después empecé la construcción de mis personajes, minúsculos como siempre. La novela no tiene como protagonistas ni a la cúpula del ERP ni a la cúpula de Montoneros. También lo que hice fue conversar con protagonistas de ese período. Es importante, pero no es lo único.

¿Con quiénes hablaste?

—Hablé con alguno al que le tocó ser combatiente y con alguno al que le tocó padecer sus ataques. Vía asesinatos, vía secuestro extorsivo para obtener fondos... Y con algún militante armado. Como las condiciones de los encuentros fueron la discreción, mantengo la discreción absoluta.

¿Cómo te impactó este período en lo personal?

—En mi casa de niño se ha hablado siempre mucho de política. Mi papá fue un activo militante radical hasta su muerte, en el 78. Se hablaba mucho de política y de estos temas. Yo era muy chiquito, en el 75 tenía ocho, pero se hablaba, se discutía, se entendían. Era una época que generaba mucho temor. Y eso también influyó en mi experiencia inicial con el periodo.

Entrevista a Eduardo Sacheri - "Los jóvenes y la política hoy"

Recién hablabas de las historias mínimas y en esta novela detrás de los protagonistas, que son guerrilleros de distintas organizaciones, hay un barrio y detrás hay una familia y detrás hay amigos. ¿Cuál es la importancia de estas historias mínimas?

—Para mí es la manera de entrar en la literatura. A mí no me sale o no me interesa ficcionalizar a los personajes muy conocidos, porque creo que eso requeriría un estudio muy pormenorizado. Me parece que los personajes mínimos, individuales y así de chiquitos, son una buena puerta de entrada para que cada quien se coloque donde tenga ganas. En ese anonimato yo siento que hay un margen de libertad interesante para crear, interesante para leer.

“En la vida hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta también códigos tácitos de respeto”

Nosotros dos en la tormenta tiene de protagonistas principales a dos amigos que son militantes, que tienen un compromiso político muy fuerte. Sos profesor de Historia en un colegio secundario, ¿cuál es la relación de los jóvenes con la política hoy?

—Creo que hoy no tienen el tipo de compromiso que tenían aquellas generaciones de jóvenes, de pensar la acción política o la acción armada como el núcleo de sus días. Me parece que mis alumnos actuales no ven en la acción política una herramienta de cambio, de mejora o de revolución, como veían muchos de aquellos chicos. Lo cual, no significa que no tengan una inserción política, pues sus reivindicaciones a nivel de sus libertades personales o sus elecciones de género también son políticas y a lo mejor están mucho más en primer plano. El tema del feminismo era una reivindicación muy clara en mis alumnas adolescentes. Y también es una reivindicación política, aunque venga recorriendo otros caminos distintos.

Los jóvenes en el siglo XX se regían por ciertos valores y los defendían, ¿cuáles son los de este siglo?

—Creo que son narrativas más sectoriales, más vinculadas con la individualidad. Cada quien se para en lo que necesita, más que en una solución universal, como estos chicos pensaban que estaban ofreciendo. Me parece que hoy en día ni se les pasa por la cabeza que la acción armada sea un camino para lograr una sociedad mejor. Eso es una diferencia grande que noto.

Los protagonistas son amigos de toda la vida y forman parte de organizaciones distintas, ¿Se puede mantener una amistad estando en dos bandos distintos o de lo que hoy llamaríamos de un lado o del otro de la grieta?

—Depende de cuánta tolerancia tengamos a la frustración. La vida es incómoda, los vínculos son incómodos, los vínculos dan trabajo. Entonces, creo que poder conversar implica desafíos y desafíos de respeto también. Hay ciertas cosas que yo no te tengo que decir. Y al mismo tiempo es una invitación a que haya ciertas cosas que vos no me digas. En la vida hacen falta reglas y en las conversaciones y en las redes hacen falta también códigos tácitos de respeto.

Entrevista a Eduardo Sacheri - La nueva novela y la relación con "El secreto de sus ojos"

Tu nueva novela comparte el telón de fondo de los años 70 con La pregunta de sus ojos, el libro en el que se basa El secreto de sus ojos, ¿qué otra conexión hay?

—En La pregunta de sus ojos, en la novela, el arco temporal es más grande. Pero en la película nos quedamos con los años 74 y 75, lo redujimos. Es decir, que estamos en la misma etapa, aunque nos vamos a otro costado, al de acciones ilegales y armadas. En El secreto de sus ojos es clave la Triple A, López Rega, Isabel Perón y el Ministerio de Bienestar Social amparando a un asesino, que también en su momento generó bastante incomodidad.

¿Cuál?

—La pregunta que me hicieron fue: “¿Qué necesidad de ir a 1975?” Y ya la propia formulación de la pregunta es un estímulo. Como cuando era chiquito y me decían: “Ese estante de la biblioteca no lo podes leer”. Entonces, vamos a leerlo en la próxima siesta... Así es como tiene que funcionar nuestra cabeza pensante: atreviéndose a los lugares incómodos. No cerrando puertas y dejando partes de la realidad detrás de esas puertas. Yo quiero que podamos hablar.

“Si uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado. Y el respeto está en la multiplicidad de miradas”

¿Qué pasa hoy?

—Vivimos en una época muy poco proclive a poder dialogar sobre lo que eventualmente nos incomoda. Y la vida es incómoda. Me parece que la solución no es no incomodarnos sino detenernos en nuestras incomodidades o, en todo caso, buscar cómo resolverlas o cómo tolerarlas.

¿Tenés miedo a que te cancelen?

—Si uno se aproxima a los temas con respeto no tiene por qué ser cancelado. Y el respeto está en la multiplicidad de miradas. Yo creo que la manera de evitar ofender es respetar. Entonces, si yo eventualmente digo algo que a vos no te gusta, pero te lo digo con respeto, en principio, merezco el mismo respeto. Si no, cada vez podemos pensar en menos cosas. Eso es lo que a mí me preocupa en general con este período. Me parece que tenemos que tener la chance de conversar sobre todas las cosas, porque necesitamos poder pensar sobre todo.

Hay otro elemento importante dentro de Montoneros y ERP, que son las mujeres guerrilleras, lo que permite también un diálogo con libros como La montonera, de Gabriela Saidon o Mujeres guerrilleras, de Marta Diana, ¿Fue intencional?

—La guerrilla es de vanguardia en relación al feminismo político. En las células de la novela no son la mitad, representan un tercio. Traté de ser lo más realista posible a partir de lo que había estudiado.

Asesina terrorista Norma Esther Arrostito, la única mujer que perteneció a la cúpula de Montoneros.

—La historia principal en esta novela es la de estos dos amigos pero hay un personaje fundamental, que es el del padre de uno de ellos, de Ernesto, y el libro se lo dedicas a tu papá, ¿por qué?

—En buena medida porque yo te hablaba de su militancia radical, y ser radical en los 60 y 70 era perder siempre. Y lo recuerdo a mi papá hablándome de política pero no dándome línea sino respondiendo a mi curiosidad. Me acuerdo preguntándole por Perón, por Isabel, por los militares, por López Rega, por los Montoneros. Está bueno hablar de todo, ¿me voy a privar a los 55? También tiene que ver con el episodio de cuando mi papá se enteró de una muerte en ese contexto. Yo tenía siete recién cumplidos y fue la única vez que lo vi llorar. Murió poco después. Si lo hubiera tenido más años lo hubiera visto más veces llorar. Pero mi recuerdo de este Superman llorando es una escena muy fuerte para mí y me fue muy útil para meterme en el mundo emocional de esa época.

—¿Escribir es político?

—Yo creo que a veces sí, pero para mí escribir es sobre todo indagar en el sentido de la vida. Lo humano a veces es político, otras es familiar, a veces es erótico, filosófico o humorístico.

—Mientras leía el libro encontré similitudes con Hijos de la fábula, de Fernando Aramburu y, como a él, te consulto: ¿cambiamos militancia por fanatismo?

Fanáticos hay siempre. Y por suerte en todos los momentos hay gente que no es fanática. Lo que pasa es que hay momentos en que los fanáticos son mayoría y yo prefiero cuando son minoría. El fanatismo es una tentación y cuando sos fanático la vida es clara: no hay incertidumbre, no hay dudas. Es un mundo de certezas. El mundo del fanático es un mundo más tranquilo, distinto del mundo lleno de sinuosidades, matices, dudas, retrocesos, avances a tientas y equivocaciones. La equivocación no es leída como una equivocación y la flexibilidad es algo de lo que adolecen.

—En la imagen de la tapa hay dos varones sentados sobre un techo que, a priori, uno piensa que son los amigos, pero son Ernesto y su padre. Si tuvieras la oportunidad de estar en ese techo con tu papá, ¿de qué conversarían?

—En este momento de Independiente. Me diría: “Flaco, ¿qué hicieron?”. Y la verdad que me daría mucha, mucha vergüenza tener que responderle a esa pregunta. También le haría el racconto de la Argentina de los últimos 45 años que se perdió.