jueves, 6 de marzo de 2014

Los que se arriesgaron frente al Nazismo

Los que enfrentaron al nazismo
POR JULIETA ROFFO
En medio de un genocidio planificado y brutal, hubo quienes arriesgaron sus vidas para proteger a miles de personas que tenían la muerte como único destino posible.



El Holocausto, como plan sistemático de exterminio que cayó especialmente sobre la población judía, terminó cuando el nazismo fue derrotado por las fuerzas aliadas: terminaba también la Segunda Guerra Mundial, y Estados Unidos y la entonces Unión Soviética se repartirían los territorios obtenidos. Empezaba entonces la Guerra Fría, pero esa es otra historia. Ese genocidio, liderado de forma personalísima por Adolf Hitler, asesinó a unos seis millones de judíos -además de gitanos, homosexuales y discapacitados, entre otras víctimas fatales- y sacudió para siempre al siglo XX por su brutalidad y por su llamativa capacidad para convertirse en un fenómeno al que adhirieron las masas. Por eso, cada vez que ocurre algo que “revuelve” ese pasado, la noticia da la vuelta al mundo.

La semana pasada, se supo que el estado alemán de Baviera reeditará en Alemania “Mi lucha”, el libro que Hitler escribió en prisión, mezclando autobiografía con un ensayo sobre su defensa de la raza “aria”, que años más tarde pondría descarnadamente en práctica, desde su rol de Canciller. Será una edición comentada, y ya hay polémica sobre si corresponde o no que el libro, un manifiesto del nacionalsocialismo, circule en ese país. El fin de semana, el diario alemán Die Welt empezó a publicar cartas inéditas de Heinrich Himmler, jefe de las SS, fuerzas que se cobraron miles de vidas. En esas misivas, Himmler se comunica con su esposa y evita referirse en detalle a sus tareas, pero ninguno ahorra comentarios lapidarios sobre la población judía.

Aunque estas novedades suelen traer controversias y repudio, hay otras historias que ocurrieron durante los años del nazismo que trajeron esperanza, más o menos larga, a sus víctimas más directas y que lograron salvar algunas de esas vidas en peligro.

Tal vez la más conocida de esas historias sea la de Oskar Schindler, que nació en lo que en ese entonces era el Imperio Austrohúngaro y que a través de la contratación de empleados para su fábrica de utensilios que sirvieron a las fuerzas armadas alemanas, salvó a unos 1.200 judíos de la “solución final” -aunque por conveniencia se había afiliado al partido nazi-. Su cortesía para los negocios lo convirtió en un contacto de las altas esferas nazis, incluso las SS lo contactaron como informante, y al no conseguir mano de obra alemana, incluyó entre sus empleados a varias dotaciones de condenados a muerte que llegaron en trenes de campos de exterminio como Auschwitz y Treblinka, entre otros.

En un principio, ese arreglo con las cúpulas nazis era sólo un negocio para Schindler y quienes llegaban a trabajar durante el día, volvían a los campos a pasar la noche, pero los relatos sobre la vida en esas terminales fatales terminaron por conmoverlo y decidió negociar, empleado por empleado, su vínculo exclusivo con la fábrica. Incluso amplió su producción -cuando ya el estado nazi no le demandaba tantos productos- para poder acoger mayor cantidad de mano de obra. En la famosa “lista de Schindler” se registraban los nombres de los empleados que torcían su destino gracias a la ayuda recibida.

Menos conocida fue la historia de Ángel Sanz Briz, un español que llegó a la embajada de su país en Budapest en 1942, en plena Segunda Guerra. Aunque en ese momento Hungría era aliado de Alemania, en 1944 el territorio fue ocupado por los nazis: en esa situación, Sanz Briz, habitualmente a cargo de los negocios bilaterales, había quedado a cargo de la dependencia ibérica. Ante el envío masivo de judíos a campos de concentración y exterminio, el diplomático “resucitó” una ley de 1924 –y que ya no estaba vigente, lo que implicó un gran riesgo- que establecía que los judíos sefaradíes, expulsados en la época de los Reyes Católicos, podían acceder al pasaporte español.

Aunque con miramientos de parte incluso del mismísimo Adolf Eichmann, una de las cabezas de las SS, emitió unos 200 pasaportes y cartas de protección, a la vez que alquiló casas que hizo “pasar” como dependencias de la embajada española, que sirvieron de refugios. Pese al impedimento de seguir imprimiendo pasaportes, Sanz Briz fraguó las numeraciones para poder seguir documentando a la población judía, y así logró que unas 2.000 familias –unas 5.300 personas en total- obtuvieran protección sobre el final de la Segunda Guerra.

Clarín

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