Cómo Ernesto acabó siendo Che Guevara
El documental ‘La huella’ de Jorge Denti repasa el viaje que cambió la vida del mito
CRÍTICA | La huella del doctor Ernesto Guevara. Por J. OCAÑA
TOMMASO KOCH - El País
Ernesto Guevara, en un fotograma de 'La huella'.
¿Quién no conoce al Che Guevara? Su espíritu rebelde todavía enamora a muchos soñadores. Su mirada seduce en las camisetas de medio mundo. Y sus luchas ocupan, con luces y sombras, los manuales de historia. Sin embargo, pocos saben quién fue Ernesto. Es decir, cómo ese médico argentino sediento de conocimiento acabó siendo el icono inmortal que lideró en los cincuenta la revolución cubana. Convencido de ello, el cineasta Jorge Denti (Buenos Aires, 1943) ha tratado de colmar esta laguna. Su remedio es un documental que se titula La huella del doctor Ernesto Guevara y se estrena hoy en España.
Al fin y al cabo, Denti se lo debía al propio padre del mito. “En una cena, en el Festival de La Habana, me dijo que le gustaría que se hiciera una película que le perteneciera a Ernesto. No algo del Che, que ya le pertenece al mundo”, relata el director. Denti se tomó la misión tan en serio como para volcarse durante décadas en el intento. Él mismo, en el fondo, sufría el hechizo del Che: “Recuerdo leer un día en un periódico ‘Ernesto Guevara ha tomado La Habana’ y quedarme impresionado. Cada 10 años se me ocurre algún proyecto sobre él”.
La huella del doctor Ernesto Guevara narra su segundo gran viaje por América Latina, entre 1953 y 1954, el mismo que ya filmó Walter Salles en Diarios de la motocicleta. Denti, sin embargo, sustituye la ficción por la realidad: la aventura avanza gracias al relato de los amigos y familiares de Guevara, mientras una voz en off lee de vez en cuando alguna carta que el joven intercambiaba con su madre, su hermana o su gran amiga Tita Infante.
LA HUELLA del Doctor Ernesto Guevara Trailer 2-SD from Luis Angel Bellaba on Vimeo.
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“Es una historia para jóvenes narrada por octogenarios”, remata Denti. Así, el retrato del Che es pintado por Carlos Calica Ferrer, su gran amigo de infancia, Alberto Granado, quien compartió con él viajes e ideales, o Juan Martín Guevara, hermano del icono. “Es un investigador que sale a ver los males del continente. La clave es su pasión por conocer el mundo”, agrega Denti. En La huella, apenas se entrevén Fidel Castro y la venidera revolución cubana. No se habla del Guevara que viajó a despertar África o de su captura y ejecución en Bolivia. Lo que se descubre es el prólogo del icono.
Ernesto Guevara tenía 25 años cuando, el 7 de julio de 1953, cogió un tren con Calica rumbo a Bolivia y a un destino extraordinario. A la sazón, había estudiado y descartado Ingeniería y soñaba con especializarse en alergología en París. Denti cree que la apuesta por la medicina tenía que ver con “sus propios males”, del asma al fallecimiento de su abuela. Estudiante perezoso, Guevara compensaba con su inteligencia y su cultura. “A los 15 años ya lo había leído todo. Podía hablar con cierto conocimiento de cualquiera”, asevera Denti. Entre los intereses de aquel viajero estaban también la poesía y la Guerra Civil española, gracias a las misivas y las crónicas de su tío, enviado a cubrir el conflicto.
“La chica boliviana que trabajaba en su casa le habló de su país. Él conocía Bolivia cuando viajó allí”, asegura Denti. Sin embargo, el periplo le enseñó a Guevara muchas cosas que no sabía. En La Paz se asomó a la revolución que a la sazón combatía el Movimiento Nacionalista Revolucionario; descubrió sus virtudes y sus defectos, como el estilo elitista de algunos de sus líderes. Vio, en palabras de Denti, que “no era la revolución que él quería”.
De ahí, Guevara y Calica pasaron a Perú. El joven mostraba ya entonces una pulsión que caracterizaría tanto ese viaje como su vida. “Yo quiero unir mis destinos a los de los pobres del mundo”, lo resumía él mismo. Por eso, no se limitaba a curar a los leprosos en Lima sino que dormía y jugaba al fútbol con ellos. Y por eso, tras pisar Ecuador, Panamá, Honduras y El Salvador, se lanzó a Guatemala, a ver con sus ojos la joven revolución que allí se gestaba. “Va, entrega, pelea, sufre”, sintetiza Denti. Le dolió, sobre todo, el golpe de Estado que Washington apoyó para defender los intereses en el país de la empresa United Fruit, dañada por la reforma agraria del gobierno.
“Era latinoamericanista”, lo define Denti. En esto, cineasta y guerrillero se parecen. Y en unos cuantos aspectos más: Denti ha filmado varios conflictos, hecho películas en la clandestinidad y apostado siempre por un cine social. “Las películas no pueden hacer una revolución, pero sí acompañarla”, reza. El director habla con la misma pasión y cariño de su Argentina o de México –donde vive desde hace 30 años-. Se indigna por el abandono que padece Haití y se emociona al recordar cuándo entró en Managua, cámara en mano, al lado de los sandinistas que echaron de Nicaragua al dictador Somoza. El cineasta se muestra preocupado por la “grave polarización izquierda-derecha” que padece hoy América Latina, aunque celebra que sus pueblos estén “más unidos”.
Otro panorama, a su modo de ver, respecto a una quincena de años atrás. A la sazón, en torno a 1997, Denti quiso rodar Un fuerte abrazo para todos, un filme de ficción que siguiera el viaje de Ernesto Guevara, lo llevara a nuestros días y demostrara como los mismos problemas seguían en pie. “Hice 12 o 14 versiones del guion, dos veces la preproducción. Vendí mi casa para hacer la película”, relata Denti. Sin embargo, el filme no encontró financiación en América Latina y nunca se rodó. Un proyecto soñado que se quedó en utopía. Suena a una revolución.
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