Visita al Nido del Águila, un regalo para el Führer reconvertido en centro de documentación y restaurante al sur de Alemania
JOSÉ MIGUEL RONCERO - El País
Vista del Nido de Águila, en un gran saliente del pico Hoher Göll, en Berchtesgaden (Alemania). / MARTIN SIEPMANN
Berchtesgaden, localidad alpina situada a 25 kilómetros de la ciudad austriaca de Salzburgo, es un verdadero paraíso natural. Capital de la comarca Berchtesgadener Land, está integrada en uno de los parques nacionales más grandes de Alemania, famoso por sus águilas y sus marmotas. Esta pequeña esquina de la región de Baviera es famosa por sus cuevas de hielo, a las que se accede después de tres horas de caminata; su mina de sal, que conjuga la tradición minera con una visita moderna y educativa, y, por supuesto, por ser uno de los escenarios donde se rodaron algunos exteriores de la archiconocida película Sonrisas y lágrimas. Pero quizá la atracción más famosa de Berchtesgaden es el Kehlsteinhaus, o Nido del Águila, la mansión que el partido nazi regaló a Adolf Hitler por su cincuenta cumpleaños.
El Nido está situado a 1.834 metros de altura, sobre un gran saliente de pico Hoher Göll llamado Kehlstein; de ahí su nombre, Kehlsteinhaus, que por cierto nada tiene que ver con ningún águila. Fue construido en 1939, al igual que la estrecha carretera de montaña por la que se llega, que con 700 metros de desnivel y seis kilómetros y medio de recorrido sigue siendo la más alta de Alemania y una de las más empinadas. Todo el complejo (carretera incluida) se considera una brillante obra de ingeniería para la época y se puede visitar entre los meses de mayo y octubre, aunque el acceso con vehículo privado no está permitido. No obstante, la ciudad dispone de un servicio de autobús que nos permitirá relejarnos y disfrutar sin preocupaciones de las magníficas vistas durante toda la aproximación hasta la entrada al Nido: un túnel que se adentra en la montaña, al que se puede llegar también por un sendero.
El pasadizo tiene 124 metros excavados en roca viva. No es particularmente angosto, pero sí está tenuemente iluminado. Es húmedo y frío, parece interminable. Lo cierto es que esta galería horadada en el duro granito parece sacada de una película de James Bond. El túnel, en cuyos laterales se alternan paños de roca viva con secciones cubiertas de ladrillo, nos lleva hasta un ascensor con remates de bronce y tapizado de espejos en su interior. Otro alarde de ingeniería para su tiempo que nos elevará 124 metros más por las entrañas de la montaña en solo 41 segundos, abriendo sus puertas dentro ya del lujoso refugio del Führer.
Cerveza bávara, cocina austriaca
Túnel de acceso al Nido de Águila, en Berchtesgaden (Alemania). / JOSÉ M. RONCERO
El interior del Nido de Águila ha cambiado completamente. Tanto los aliados como los alemanes decidieron eliminar cualquier vestigio nazi y fue convertido en un centro de documentación contra las barbaries del nacionalsocialismo. Además, el complejo fue reabierto al público en forma de restaurante. Las habitaciones de la plata baja, entre ellas el pequeño estudio de Hitler, se han transformado en bodega y despensa, y se pueden visitar solo con un guía oficial. El restaurante cuenta con una amplia terraza de espectaculares vistas a los Alpes; en los días claros, la visibilidad puede alcanzar los 200 kilómetros. Como es de rigor, se sirve cerveza de trigo, Weißbier, que se puede combinar con el tradicional Wiener Schnitzel, plato predilecto entre austriacos, así como otras delicias regionales a base de carne de cerdo, como las Weißwürste o salchichas blancas bávaras. Una ironía histórica: Hitler era vegetariano y abstemio.
Lo que no parece tan claro es por qué los Aliados no destruyeron el Nido después de la guerra. Algunos cuentan que le cayó en gracia a algunos comandantes aliados, como el general estadounidense Dwight Eisenhower. Otras voces apuntan a que debido al escaso uso que Hitler hizo del edificio, apenas tenía carga simbólica. Con mayor probabilidad fueron su localización y su bajo perfil táctico los que más favorecieron su supervivencia: bombardear un chalé en lo alto de una montaña, encajado entre picos aún más altos sin suponer una amenaza militar, no fue considerado una prioridad, especialmente teniendo en cuenta la cercanía de Obersalzberg y el Berghof, segunda residencia oficial de Hitler.
Por una u otra causa, el edificio permaneció intacto durante la Segunda Guerra Mundial y se convirtió, después de esta, en puesto de mando aliado. En 1960 fue devuelto al Estado Libre de Baviera, que en la actualidad dedica todos sus beneficios como restaurante al mantenimiento de este complejo histórico y a diversas obras benéficas.
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