Aquel crimen, estos sindicalistas
El papel del sindicalismo peronista entre 1973 y 1976 ha quedado sepultado en los archivos. Debería conocerse.Sergio Bufano, asesinado por una patota sindical en 1974.
El 13 de diciembre de 1974 un grupo armado perteneciente a la Juventud Sindical Peronista salió del sindicato en dos automóviles Falcon. Eran seis o siete, no se conoce el número exacto; llevaban armas cortas y ametralladoras. Llegaron a la puerta de la fábrica Miluz, en Florida, y esperaron a sus presas. Desde el interior del establecimiento, al verlos, los obreros llamaron a la comisaría de la zona y poco después un patrullero se hizo presente; su dotación conversó con los miembros de la patota y se retiró rápidamente: territorio liberado.
Los buscados eran Miguel Angel Bufano y Jorge Fisher, miembros de la Comisión interna y militantes del Partido Obrero. Ambos habían cometido un error, tratar de despedirse de sus compañeros porque ya no podrían volver a la fábrica debido a las amenazas de los sindicalistas. Al verlos ingresar en la planta, los directivos de Miluz llamaron al sindicato y le avisaron: están acá. No hicieron la denuncia a la policía, porque ninguno de los dos estaba buscado; avisaron a la patota, que no perdió tiempo y partió hacia el lugar. Velozmente, porque los sindicatos controlados por el peronismo tenían arsenales en sus sedes. En pocos minutos juntaron las armas y estacionaron en la puerta de Miluz.
Al ver que no se iban, Bufano y Fisher intentaron aprovechar la salida de sus compañeros que terminaban su horario de trabajo y mezclados entre ellos subieron todos a un colectivo. No hubo caso. La patota lo advirtió y pocas cuadras después cruzaron un vehículo delante del transporte, subieron con sus armas largas e inspeccionaron a los pasajeros: a ellos dos los bajaron a culatazos y los metieron en los autos.
“A mí me defienden los trabajadores”, me había dicho Miguel Angel, mi hermano, cuando una semana atrás le previne que con esa gente no se jugaba. Por supuesto, los trabajadores que debían defenderlo quedaron paralizados frente a ametralladoras y pistolas. Por una orden de la dirección del partido al que pertenecían, y que ellos aceptaron ingenuamente, fueron a un lugar al que no tendrían que haberse acercado. Esa decisión termino trágicamente.
Miguel Angel fue golpeado hasta quebrarle huesos. Después fue llevado hasta un basural y allí, en medio de la noche, acribillado con cuarenta disparos. Cuarenta tiros sólo para él. No bastaba uno, había que dejar una huella intimidatoria. Un ejemplo.
Miguel Angel no usaba armas, no era violento, estaba en contra de los grupos guerrilleros a los que calificaba de foquistas y apresurados. Pero disputaba la conducción de la Comisión Interna a los miembros del sindicato peronista.
En 1973 había sido invitado a una reunión de delegados en Mar del Plata organizada por la CGT. Instalado en el hotel, recibió la visita de un miembro del sindicato que le ofreció una buena cantidad de dinero: “aprovechá para ir al casino, pibe”, le dijo. Por supuesto, mi hermano no aceptó el soborno. Minutos más tarde llamaron a la puerta dos hermosas muchachas que se ofrecieron a pasar la noche con él. Enviadas, claro, por los sindicalistas. Nuevamente las rechazó, sin advertir que allí estaba sellando su destino. Quien no acepta dinero sucio ni “chicas” para divertirse, es un enemigo. Y al enemigo, ya fue dicho: ni justicia.
Quienes lo mataron eran veinteañeros, como Miguel. Ahora que se cumplen 44 años del crimen, mi hermano tendría alrededor de 65. También sus asesinos, que a lo largo de estas décadas habrán ascendido en los puestos gremiales. Deben de ser dirigentes. Confieso que cuando los veo a todos juntos, posando para los medios, vociferando discursos combativos, me pregunto si alguno de ellos habrá participado, si aquél que está hablando o el que lo acompaña a su lado fueron miembros de la patota que gastó el cargador de su pistola sobre el cuerpo.
Porque investigar, no se investigó nada. Lo sabemos. El papel del sindicalismo peronista entre 1973 y 1976 ha quedado sumergido en vaya a saber qué archivos. Y eso que mataron, eh, mataron sin que les temblara la mano, al amparo de políticos miembros de un Poder Ejecutivo que hubieran merecido un castigo como el que recibieron los militares de la dictadura.
*Escritor y periodista.
Sergio Bufano*
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