Reliquias de Panzers alemanes de la SGM en Bulgaria (Video)
War History Online
En los oscuros días de la Guerra Fría, la Bulgaria comunista fortificó su frontera con Turquía, que era un miembro de la alianza rival de la OTAN, mediante la incorporación de decenas de tanques soviéticos y nazis en una red de búnkeres de hormigón. Los bunkers han sido abandonados por años. En 2004, Bulgaria se unió a la OTAN. Los viejos panzers alemanes quedaron en oxidación y casi olvidados.
Muchos de ellos cayeron presa de los cazadores de chatarra de metal, que, en muchos casos, han dejado poco pero el chasis de un tanque intacto.
jueves, 19 de febrero de 2015
miércoles, 18 de febrero de 2015
Invasión japonesa a China: Un nazi héroe en Nanking
El Nazi bueno, el héroe de China
Javier Sanz - Historias de la Historia
En 1937 las tropas japonesas atacaron Nanking, la entonces capital de China. Tras la toma de la ciudad, el ejército japonés, en un auténtico genocidio, asesinó a más de 250.000 residentes civiles chinos. Ejecuciones en masa, personas quemadas y enterradas vivas, decapitaciones, violaciones, robos, incendios y otros crímenes de guerra. Se cuenta que los oficiales japoneses competían entre sí para ver quién asesinaría primero a cien chinos.
[Fuente: ¡Fuego a discreción!]
John Rabe
Antes de la toma de Nanking se encontraban residiendo en la ciudad numerosos occidentales, la mayoría de ellos por asuntos comerciales. También se encontraba un amplio número de misioneros. Pero la mayoría de los extranjeros huyeron hacia sus respectivos países, excepto 22 personas. Una de ellas era John Rabe, un hombre de negocios alemán, admirador de Hitler, miembro del Partido Nazi y representante de la empresa Siemens en China. John Rabe, horrorizado por las atrocidades que estaba cometiendo el ejército japonés con la población china de Nanking decidió quedarse allí para dirigir y organizar, junto con el resto de extranjeros que también decidieron quedarse, una zona de seguridad que se denominó “Comité Internacional para la Zona de Seguridad de Nanking“, estableciendo un “área segura” en la ciudad de alrededor de 7 kilómetros cuadrados. Haciendo valer su condición de Nazi y, por tanto, de aliado de Japón, consiguió un acuerdo para que las fuerzas japonesas no atacaran aquella parte de la ciudad. De esta manera, y resultando un hecho terriblemente irónico, colgó banderas nazis en los límites del “área segura”. Estas banderas marcarían toda la zona y la protegerían de los bárbaros abusos de las tropas japonesas. Gracias a su constancia y esfuerzo para que los japoneses respetaran el estatuto de extraterritorialidad de la zona consiguió albergar y salvar las vidas de alrededor de 200.000 chinos que, de otra manera, hubieran sufrido las crueldades cometidas fuera del territorio de seguridad.
Su diario, de más de 1.200 páginas, es una prueba concluyente de lo allí ocurrido…
“Ellos seguían violando a las mujeres y las niñas y matando a los que ofrecían resistencia, a los que intentaban huir o simplemente a los que se encontraban en el lugar equivocado. Durante sus fechorías, no se hizo ninguna diferencia entre adultos y niños. Había niñas menores de ocho años y mujeres mayores de 70 años que fueron violadas y luego, de la manera más brutal posible, golpeadas y asesinadas […] Cualquiera podía pensar que aquello era imposible, pero la violación de mujeres ocurrió incluso en el medio de nuestra zona […] Somos pocos extranjeros y no podemos estar en todos los lugares durante todo el tiempo para protegerlas. Éramos impotentes frente a estos monstruos que estaban armados hasta los dientes y que disparaban a cualquiera. Sólo tenían respeto por nosotros los extranjeros, y aún así hemos estado cerca de ser asesinados en varias ocasiones. […] Seis japonés han trepado el muro del jardín y han tratado de abrir las puertas de la casa. Sólo se han detenido cuando les he puesto mi esvástica frente a sus ojos. […] He visto tantos cadáveres en las últimas semanas que ya casi no me sorprendo ante tanta barbarie. […] Un hombre no puede guardar silencio sobre este tipo de crueldad! ”
Se ganó el respeto y el cariño de aquellos supervivientes, que le apodaron “el Buda alemán” y “el buen alemán de Nanking“.
Fotograma de la película "John Rabe"
El 28 de febrero de 1938 Rabe volvió a Alemania llevando consigo una gran cantidad de documentación, películas y fotografías sobre las atrocidades cometidas por los japoneses en Nanking. Rabe mostró esas películas y fotografías en distintas conferencias en Berlín y escribió una carta a Hitler en la que le pedía que usara su influencia con los japoneses para que detuvieran aquella brutal violencia inhumana. Como resultado, Rabe fue detenido e interrogado por la Gestapo. Gracias a la intervención de Siemens fue puesto en libertad. Tras la guerra fue detenido y acusado de pertenecer al Partido Nazi. Perdió su trabajo y se vio inmerso en un largo proceso de “desnazificación“, del que tuvo que pagar las costas. La situación económica era muy difícil en aquel Berlín de la posguerra, y más para alguien acusado de pertenecer y colaborar con el nazismo. Rabe agotó sus ahorros y se vio obligado a vender sus propiedades, sobreviviendo de mala manera con trabajos ocasionales. Tras varias apelaciones fue por fin declarado “desnazificado” el 3 de junio 1946 gracias a su labor humanitaria en Nanking, pero por entonces tanto él como su familia vivían en la pobreza.
Ya en 1948 los ciudadanos de Nanking se enteraron de la muy grave situación de la familia Rabe en Berlín y, tras organizar una colecta, enviaron una importante suma de dinero para ayudarles. También les enviaban paquetes de alimentos cada mes. John Rabe murió el 5 de enero de 1950 de un derrame cerebral. En 1997 su tumba fue trasladada de Berlín a Nanking, ocupando un lugar honorífico en el monumento conmemorativo de la masacre.
Lápida de John Rabe en Nanking
Javier Sanz - Historias de la Historia
En 1937 las tropas japonesas atacaron Nanking, la entonces capital de China. Tras la toma de la ciudad, el ejército japonés, en un auténtico genocidio, asesinó a más de 250.000 residentes civiles chinos. Ejecuciones en masa, personas quemadas y enterradas vivas, decapitaciones, violaciones, robos, incendios y otros crímenes de guerra. Se cuenta que los oficiales japoneses competían entre sí para ver quién asesinaría primero a cien chinos.
[Fuente: ¡Fuego a discreción!]
John Rabe
Antes de la toma de Nanking se encontraban residiendo en la ciudad numerosos occidentales, la mayoría de ellos por asuntos comerciales. También se encontraba un amplio número de misioneros. Pero la mayoría de los extranjeros huyeron hacia sus respectivos países, excepto 22 personas. Una de ellas era John Rabe, un hombre de negocios alemán, admirador de Hitler, miembro del Partido Nazi y representante de la empresa Siemens en China. John Rabe, horrorizado por las atrocidades que estaba cometiendo el ejército japonés con la población china de Nanking decidió quedarse allí para dirigir y organizar, junto con el resto de extranjeros que también decidieron quedarse, una zona de seguridad que se denominó “Comité Internacional para la Zona de Seguridad de Nanking“, estableciendo un “área segura” en la ciudad de alrededor de 7 kilómetros cuadrados. Haciendo valer su condición de Nazi y, por tanto, de aliado de Japón, consiguió un acuerdo para que las fuerzas japonesas no atacaran aquella parte de la ciudad. De esta manera, y resultando un hecho terriblemente irónico, colgó banderas nazis en los límites del “área segura”. Estas banderas marcarían toda la zona y la protegerían de los bárbaros abusos de las tropas japonesas. Gracias a su constancia y esfuerzo para que los japoneses respetaran el estatuto de extraterritorialidad de la zona consiguió albergar y salvar las vidas de alrededor de 200.000 chinos que, de otra manera, hubieran sufrido las crueldades cometidas fuera del territorio de seguridad.
Su diario, de más de 1.200 páginas, es una prueba concluyente de lo allí ocurrido…
“Ellos seguían violando a las mujeres y las niñas y matando a los que ofrecían resistencia, a los que intentaban huir o simplemente a los que se encontraban en el lugar equivocado. Durante sus fechorías, no se hizo ninguna diferencia entre adultos y niños. Había niñas menores de ocho años y mujeres mayores de 70 años que fueron violadas y luego, de la manera más brutal posible, golpeadas y asesinadas […] Cualquiera podía pensar que aquello era imposible, pero la violación de mujeres ocurrió incluso en el medio de nuestra zona […] Somos pocos extranjeros y no podemos estar en todos los lugares durante todo el tiempo para protegerlas. Éramos impotentes frente a estos monstruos que estaban armados hasta los dientes y que disparaban a cualquiera. Sólo tenían respeto por nosotros los extranjeros, y aún así hemos estado cerca de ser asesinados en varias ocasiones. […] Seis japonés han trepado el muro del jardín y han tratado de abrir las puertas de la casa. Sólo se han detenido cuando les he puesto mi esvástica frente a sus ojos. […] He visto tantos cadáveres en las últimas semanas que ya casi no me sorprendo ante tanta barbarie. […] Un hombre no puede guardar silencio sobre este tipo de crueldad! ”
Se ganó el respeto y el cariño de aquellos supervivientes, que le apodaron “el Buda alemán” y “el buen alemán de Nanking“.
Fotograma de la película "John Rabe"
El 28 de febrero de 1938 Rabe volvió a Alemania llevando consigo una gran cantidad de documentación, películas y fotografías sobre las atrocidades cometidas por los japoneses en Nanking. Rabe mostró esas películas y fotografías en distintas conferencias en Berlín y escribió una carta a Hitler en la que le pedía que usara su influencia con los japoneses para que detuvieran aquella brutal violencia inhumana. Como resultado, Rabe fue detenido e interrogado por la Gestapo. Gracias a la intervención de Siemens fue puesto en libertad. Tras la guerra fue detenido y acusado de pertenecer al Partido Nazi. Perdió su trabajo y se vio inmerso en un largo proceso de “desnazificación“, del que tuvo que pagar las costas. La situación económica era muy difícil en aquel Berlín de la posguerra, y más para alguien acusado de pertenecer y colaborar con el nazismo. Rabe agotó sus ahorros y se vio obligado a vender sus propiedades, sobreviviendo de mala manera con trabajos ocasionales. Tras varias apelaciones fue por fin declarado “desnazificado” el 3 de junio 1946 gracias a su labor humanitaria en Nanking, pero por entonces tanto él como su familia vivían en la pobreza.
Ya en 1948 los ciudadanos de Nanking se enteraron de la muy grave situación de la familia Rabe en Berlín y, tras organizar una colecta, enviaron una importante suma de dinero para ayudarles. También les enviaban paquetes de alimentos cada mes. John Rabe murió el 5 de enero de 1950 de un derrame cerebral. En 1997 su tumba fue trasladada de Berlín a Nanking, ocupando un lugar honorífico en el monumento conmemorativo de la masacre.
Lápida de John Rabe en Nanking
martes, 17 de febrero de 2015
Biografía: Juan Antonio Alvarez de Arenales
Juan Antonio Alvarez de Arenales
General Juan Antonio Alvarez de Arenales (1770-1831)
Nació el 13 de junio de 1770 en Villa de Reinoso, situada entre Santander y Burgos (provincia de Castilla la Vieja). Su padre fue Francisco Alvarez de Arenales, perteneciente a una distinguida familia del Distrito, quien se había propuesto para su hijo una esmerada educación, pero su prematuro fallecimiento cuando Arenales tenía solamente 9 años, malogró estos propósitos. Su madre fue María González de antiguo linaje de la provincia de Asturias.
A la muerte de su progenitor, Arenales fue educado por su pariente Remigio Navamuel, dignatario de la iglesia de Galicia y desde sus primeros años reveló gran vocación por la carrera de las armas, razón por la cual a los 13 años era dado de alta como cadete en el famoso Regimiento de Burgos. Por su voluntad pasó en 1784 al Regimiento “Fijo” de Buenos Aires, donde se perfeccionó en las ciencias exactas y preparó su espíritu para acometer las grandes empresas que le tocó en suerte en su larga y brillante carrera. Su contracción al servicio y su excelente conducta le granjearon la buena disposición de sus superiores. El virrey Arredondo el 6 de diciembre de 1794, lo promovía a teniente coronel de las milicias provinciales de Buenos Aires y, en la misma fecha, lo transfería con igual grado a las milicias del Partido de Arque (provincia de Cochabamba), nombrándolo el 26 de enero de 1795 subdelegado del mismo partido. En dos ocasiones en que fue necesario resistir las invasiones portuguesas en la Banda Oriental, acreditó su fidelidad, honor y patriotismo. El 10 de mayo de 1798 era designado subdelegado del Partido de Curli (Pilaya y Paspaya) en la provincia de Charcas y posteriormente el 18 de diciembre de 1804, pasaba a ocupar el mismo puesto en el partido de Yamparaes, en la misma Intendencia de Charcas. En estos puestos administrativos, Arenales desplegó su mayor celo en la imparcial aplicación de la justicia, “especialmente en la protección de los indígenas, de cuya suerte se demostró muy especialmente solícito, por ser los más oprimidos”. Sin embargo progresaba lentamente la infiltración revolucionaria en las colonias españolas de América: el 25 de mayo de 1809 se produce en la ciudad de Chuquisaca una rebelión contra su presidente Ramón García Pizarro, al grito de “¡Muera Fernando VII! ¡Mueran los chapetones!”, deponiéndolo. Encontrándose en aquella revuelta el entonces coronel graduado Alvarez de Arenales, simpatiza abiertamente con los rebeldes, no obstante su origen español, motivo por el cual le nombran comandante general de armas; organiza las fuerzas rebeldes poniéndose al frente de ellas, pero el 21 de diciembre llegan los generales Nieto y Goyeneche con tropas realistas y ahogan en sangre la rebelión, tomando preso a Arenales que ingresa en las prisiones del Callao después de permanecer seis meses en los lóbregos calabozos del Alto Perú, sufriendo la confiscación de sus bienes. En las Casamatas de la famosa fortaleza, Arenales permaneció quince meses, durante los cuales hasta corrió el riesgo de ser fusilado. Finalmente se evadió y embarcándose para regresar a las Provincias Unidas del Río de la Plata, naufragó en Mollendo, viéndose reducido a la desnudez y más absoluta miseria; logró llegar a las proximidades de Chuquisaca, donde supo con profunda pena el fracaso de los patriotas en la jornada de Huaqui, el 20 de junio de 1811. Regresa a la provincia de Salta, donde había contraído enlace con María Serafina Hoyos y Torres, fundando su hogar lo que iba a ser una de las principales causas de su adhesión a la Patria naciente y del valor y lealtad con que cooperó a su emancipación. En un admirable documento que revela su elevación espiritual se dirigió a la asamblea nacional Constituyente, solicitando la ciudadanía argentina, identificándose así con la nacionalidad que contribuía a crear. En aquella época (1811) vivía a 36 leguas al S. de la ciudad de Salta, entre las montañas y bosques de Guachipas, en su estancia la “Pampa Grande”.
En el año 1812, el general Tristán penetró en la provincia de Tucumán con una fuerza enviada desde Lima por el virrey Abascal, dejando un destacamento en Salta. Alvarez de Arenales que había sido electo regidor y alcalde del primer voto del Cabildo de Salta, se puso a la cabeza de un movimiento rebelde, el cual fue sofocado por los realistas, lo que obligó a Arenales a ocultarse en Salta, corriendo los mayores peligros, para esquivar la persecución de sus enemigos. Llegado a Tucumán, justamente después de las victorias de Las Piedras (3 de setiembre de 1812) y de Tucumán (24 del mismo mes y año) allí el general Belgrano no pudo menos que simpatizar con este hombre austero en sus costumbres, estoico por temperamento y tenaz en sus propósitos. Entre ambos se estableció rápidamente una franca amistad. El Ejército vencedor prosiguió su avance hacia el Norte, acompañando Arenales a Belgrano en la campaña que terminó con la magnífica victoria de Salta, el 20 de febrero de 1813, que originó la capitulación del general Tristán y en la cual le cupo a Arenales actuación descollante. El 19 de setiembre de 1818 el Director Pueyrredón le extendió el diploma acordándole el escudo de oro por la acción de Salta.
Por su participación en aquella batalla y por su decisión por la causa libertadora, el gobierno argentino le otorgó los despachos de coronel graduado, el 25 de mayo de 1813 y el 6 de julio del mismo año se le otorgaba la carta de ciudadanía que había solicitado en nota, que como queda dicho, reflejaba su espíritu selecto. El general Belgrano lo designaba el 6 de setiembre de 1813, para el puesto de gobernador político y militar de la provincia de Cochabamba y de todas sus dependencias. Cuando se produjeron los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, pocos días después, el coronel Arenales quedó cortado en Cochabamba y en completo aislamiento a causa de la retirada del ejército patriota. “Este bizarro jefe -dice el general Paz en sus Memorias póstumas-, tuvo que abandonar la capital, pero sacando las fuerzas que él mismo había formado y los recursos que pudo, se sostuvo en la campaña, retirándose a veces a los lugares desiertos y escabrosos, y aproximándose otras a inquietar los enemigos a quienes dio serios cuidados. La campaña que emprende desde este momento el coronel Arenales coronada de triunfos, es su gloria inmortal”. Aquella campaña tan larga como heroica, fue de consecuencias profundas para la causa de la emancipación americana.
Mitre en su Historia de San Martín, ha trazado la vigorosa silueta de Arenales, con las siguientes palabras: “Solo hombres del temple de Arenales y de Warnes podrían encargarse de la desesperada empresa de mantener vivo el fuego de la insurrección de las montañas del Alto Perú, después de tan grandes desastres, quedando completamente abandonados en medio de un ejército fuerte y victorioso y sin contar con más recursos que la decisión de las poblaciones inermes y campos devastados por la guerra”. La fuerza que organizó no pasaba de 200 hombres, con los que emprendió una marcha hacia Santa Cruz de la Sierra, a través de millares de realistas, a los cuales arrolló en todos los encuentros que tuvo con ellos; motivo que inflamó el ardor marcial y retempló las fibras patrióticas de sus subordinados. Arenales llevó su valor singular hasta el extremo de atacar en La Florida, con 300 hombres, una fuerza realista al mando del coronel Blanco, justamente triple en efectivos: La acción tuvo lugar el 25 de Mayo de 1814 y es uno de los más justos timbres de la gloria de este gran soldado. “Aún no habían cesado los cantos del triunfo -dice Pedro De Angelis- cuando el coronel Arenales, que se había separado momentáneamente de sus tropas avanzándose en persecución de los prófugos, se vio en la precisión de defender su vida contra 11 soldados enemigos, que lo acechaban para lavar en su sangre la afrenta de sus compañeros. La lucha fue larga y obstinada, pero al fin sucumbieron los agresores, tres de los cuales quedaron muertos y los demás heridos. Arenales extenuado por la pérdida considerable de la sangre que manaba de su cuerpo por 14 heridas de sable, hubiera perecido también sin la oportuna intervención de algunos de sus soldados atraídos por las descargas que se oían en las inmediaciones del campo”. El gobierno de las Provincias Unidas premia tan valeroso comportamiento con el empleo de coronel efectivo discernido con fecha 19 de octubre de 1814 por el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas y por decreto del mismo día. Arenales era nombrado Gobernador Intendente de la Provincia de Cochabamba. El 9 de noviembre la oficialidad y tropa de la fuerza a sus órdenes recibe un escudo que decía: “La Patria a los vencedores de La Florida”.
San Pedro, Postrer Valle, Suipacha, Quillacollo, Vinto, Sipe-Sipe, Totora, Santiago de Cotagaita, y otros muchos puntos donde sostuvo desiguales combates contra los realistas, constituyen los brillantes de la magnífica corona que ciñó la frente del héroe de la Sierra. El triunfo de La Florida tuvo influencia preponderante en la guerra de la Independencia, al asegurar la libertad de Santa Cruz, imponiendo la evacuación de las provincias argentinas del Norte, por parte de las fuerzas del general Pezuela. El 27 de abril de 1815 tomó la ciudad de Chuquisaca y 20 días después Cochabamba, provincia que ocupó totalmente.
Por fin, después de 18 meses de épica lucha y de incesantes fatigas y sorteando peligros a cada instante, Arenales, con su cuerpo de 1.200 hombres levantado casi en su totalidad a expensas de sus pujantes esfuerzos, con armas y elementos que fue sucesivamente capturando a sus enemigos, se incorporó al ejército patriota que iniciaba una nueva campaña en el Alto Perú bajo el mando superior del general José Rondeau. La Patria había premiado sus esfuerzos, nombrándolo el 30 de octubre de 1814, comandante general de las tropas del interior, cargo que le fue discernido por el propio Rondeau, desde su cuartel general en Jujuy. Poco después, el gobierno de las provincias Unidas lo promovía a coronel mayor, con fecha 16 de setiembre de 1815 y el 25 de noviembre del mismo se le otorgaba el título honorífico de coronel del Regimiento de Infantería Nº 12. Después de la desastrosa batalla de Sipe-Sipe, el 29 de noviembre de 1815, Arenales con los restos del ejército se repliega sobre la ciudad de Tucumán. Algunos juicios o apreciaciones contradictorias que lastimaron su alma de soldado, indujeron a Arenales a solicitar la instrucción de un sumario que pusieron en claro los servicios que había rendido a la causa independiente. El Director Supremo, general Pueyrredón, con tal motivo, expidió el siguiente decreto:
“Hallándose este gobierno con pruebas irrefragables de la virtuosa comportación, decidido patriotismo y fidelidad del ciudadano de las Provincias Unidas, Coronel Mayor de los Ejércitos de la Patria, don Juan A. A. de Arenales y en el concepto de que cualquiera que fuesen los esfuerzos con que la maledicencia pretenda oscurecer sus distinguido servicios a la causa de la libertad, jamás contrastarán la ventajosa opinión que este benemérito jefe ha adquirido en el concepto público de la gran familia americana, sobreséase en la prosecución de este expediente, que se devolverá al interesado por conducto del General en Jefe del ejército auxiliar del Perú, para su satisfacción, etc. etc.”. Fue Presidente del Tribunal Militar del Ejército del Norte, ejerciendo el comando en jefe, el general Belgrano.
Permaneció en Tucumán prestando siempre el concurso de una incansable actividad y de sus luces en el desempeño de comisiones importantes siendo posteriormente nombrado gobernador de Córdoba en 1819. Pero la anarquía se enseñorea del territorio argentino: Alvarez de Arenales no quiere participar en la lucha que destruirá la Patria adoptiva y por tercera vez prefirió hacer el sacrificio de su vida en defensa de la libertad americana, dirigiéndose a Chile a ponerse a las órdenes del general San Martín, que a la sazón preparaba intensamente su expedición al Perú. “Desde que el general Arenales se presentó al general San Martín en 1820, este le honró siempre con el tratamiento de “compañero”, así en la correspondencia como en el trato familiar, siendo Arenales el único general de los de su tiempo que obtuvo tan señalada y constante distinción hasta en los actos de etiqueta”. Desembarcado en Pisco el ejército patriota, el 8 de setiembre de 1820, Arenales recibe de San Martín el mando de una División de 1.138 hombres, que debía penetrar en la Sierra, para insurreccionar las poblaciones peruanas al mismo tiempo que abatiera el esfuerzo realista. Arenales llega rápidamente a las ciudades de Ica (6 de octubre), Humanga (donde entra después de la victoria de Nazca, el 15 de octubre), Jauja y Jauma, produciendo en todas partes un levantamiento general contra la dominación española, capturando numerosos armamentos de las muchas partidas enemigas que encuentra y dispersa. Alarmadas las autoridades realistas ante tales progresos, despachan al Brigadier O’Reilly para batir a Arenales y sus huestes, teniendo lugar el contacto en el Cerro de Pasco, el cual se produce después que Arenales ha tomado todas las medidas de seguridad, para conocer en lo posible, la fuerza que se aproxima, a fin de lanzar sus tropas al combate en plena seguridad de no caer en una emboscada. La fuerza realista suma 1.200 hombres; los efectivos contrapuestos son un poco diferentes en lo que a número se refiere, pues Arenales no puede concentrar sobre el campo de batalla más de 600 hombres. No obstante esta disparidad, no vacila y ataca con violencia al adversario, que es derrotado completamente y que deja 58 muertos y 18 heridos sobre el campo de batalla y 343 prisioneros incluidos 23 oficiales. Cayeron además en poder de Arenales dos cañones, 350 fusiles, todas las banderas, estandartes, pertrechos de guerra y demás elementos bélicos escapando el enemigo en la más completa dispersión, pues no lograron hacer partidas de más de 5 hombres, cayendo prisionero en la persecución el propio brigadier O’Reilly. En conocimiento del espléndido triunfo alcanzado por Arenales, San Martín, el día 13 de diciembre, expidió la siguiente orden del día:
“La División libertadora de la Sierra ha llenado el voto de los pueblos que la esperaban: los peligros y las dificultades han conspirado contra ella a porfía, pero no han hecho más que exaltar el mérito del que las ha dirigido, y la constancia de los que han obedecido sus órdenes para unos y otros se grabará una medalla que represente las armas del Perú por el anverso y por el reverso tendrá la inscripción “A los Vencedores de Pasco”. El General y los jefes la traerán de oro, y los oficiales de plata pendiente de una cinta blanca y encarnada; los sargentos y tropa usarán al lado izquierdo del pecho un escudo bordado sobre fondo encarnado con la leyenda, “Yo soy de los vencedores de Pasco”. San Martín extendió el diploma correspondiente al general Arenales el 31 de marzo de 1822.
Así termino la primera campaña de la Sierra, incorporándose Arenales con su División al ejército patriota el 3 de enero de 1821, evocando su presencia los riesgos y duras penalidades sufridas, no obstante lo cual la gloria había cubierto a sus componentes, siendo recibida triunfalmente por sus compañeros de armas. San Martín recibió de manos del glorioso vencedor del Cerro de Pasco “13 banderas y 5 estandartes, entre las que se habían tomado en las provincias de su tránsito o en el campo de batalla”. Designado el 19 de abril del mismo año por San Martín comandante general de la División, Arenales inicia su segunda campaña de la Sierra organizando su fuerza con los cuerpos siguientes: Granaderos a Caballo, coronel Rudecindo Alvarado; Batallón de “Numancia” (1º de Infantería del ejército), coronel Tomás Heres; Batallón Nº 7 de los Andes, coronel Pedro Conde; Batallón de Cazadores del ejército, teniente coronel José M. Aguirre y 4 piezas de artillería; a estas tropas debía incorporarse la pequeña fuerza del coronel Gamarra, compuesta de patriotas peruanos. La División Arenales partió del cuartel general de Huaura, el 21 de abril. San Martín le ha precedido en su camino triunfal con su famosa proclama a los habitantes de Tarma, en la cual les dice: “Vuestro destino es escarmentar por segunda vez a los ofensores de la Sierra; el General que os dirige conoce tiempo ha el camino por donde se marcha a la victoria; él es digno de mandar, por su honradez acrisolada, por su habitual prudencia, y por la serenidad de su coraje: seguidle y triunfaréis”. Arenales llega a Oyón el 26 de abril; allí encuentra la División Gamarra, que se le incorpora, la cual está casi deshecha, tal es su estado. En Oyón, Arenales recibe detalles de las fuerzas realistas que se hacen ascender 2.500 hombres de línea. Reorganizadas sus tropas, Arenales prosigue su avance el 8 de mayo en dirección a la Sierra. El 12 llega a Pasco. En persecución de Carratalá llegaba el 17 de mayo a Carguamayo; el 20 estaba con su división en Palcamayo, el 21 en Tarma, y el 24 de mayo llega a Jauja. El armisticio de Punchauca, celebrado entre San Martín y el Virrey Laserna, interrumpió las operaciones en la Sierra, pero si bien este acontecimiento fue solemnemente propicio a Carratalá, no le fue menos a Arenales, que se entregó tesoneramente a la tarea de reorganizar e instruir sus valientes tropas. Terminado el plazo de 20 días de armisticio, que empezó a contarse desde su concertación el 23 de mayo, el día 29 de junio Arenales prosiguió sus interrumpidas operaciones, día que ocupó por la fuerza el pueblo de Guando, capturando íntegra la compañía de cazadores del batallón realista “Imperial Alejandro”, pero una nueva suspensión de las hostilidades concertada por el General en Jefe, que le fue comunicada aquel mismo día, obligó a Arenales a detener la marcha victoriosa que había iniciado sobre Carratalá. El general patriota regresó a Jauja, donde se encontraba el 9 de julio, fecha en que le llegó la noticia de que el general Canterac había salido de Lima con 4.000 hombres, recibiendo Arenales en el mismo día, el parte e la dirección de marcha que seguía el jefe español.
Inmediatamente se reunió una junta de guerra, la cual por unanimidad, resolvió marchar al encuentro del ejército español, para atacarlo al pasar la cordillera; con este fin, el 10 se puso en marcha Arenales con su vanguardia por la ruta de Guancayo e Iscuchaga; el 12 llegaba la División al primer punto nombrado, donde hizo alto; allí recibió Arenales a las 10 de la noche la noticia de que Canterac ya cruzaba la cordillera en dirección conocida hacia Guancavélica. En la madrugada del 13, la División prosigue su marcha con objeto de dar alcance a la vanguardia enemiga y batirla, pero no era aún de día cuando llegó un chasque conduciendo pliegos de San Martín, en los cuales le anunciaba la ocupación de Lima por el ejército libertador. Simultáneamente y en carta aparte, el General en Jefe encarecía a Arenales que de ningún modo comprometiera su División en un combate, mientras no tuviera la plena seguridad de vencer, que por lo tanto, si era buscado por el enemigo, se pusiese en retirada hacia el Norte por Pasco, o hacia Lima por San Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”. Arenales, al recibir estas instrucciones ordenó detener la marcha a sus cuerpos que estaba orientada con el fin de buscar a Canterac, para batirlo. Las fuerzas patriotas bajo su comando, sumaban 1.300. Ante las órdenes recibidas, Arenales resolvió regresar a Guancayo y finalmente, a Jauja, donde llegó el 19 de julio. Después de la batalla de Ayacucho, el general Canterac confesó al general Sucre “que no sabía cómo Arenales no le atacó en aquella vez: que tuvo por cierta su derrota, si se le hubiese comprometido a un ataque, cuando tampoco podía eludirlo a causa del mal estado de sus tropas y animales”. En la noche del mismo 19 de julio, Arenales recibió del Generalísimo más claras y terminantes instrucciones en el sentido de que la División se pusiera fuera de todo compromiso lo más prestamente posible, indicando en las mismas las direcciones en que convenía ejecutarlo. En la madrugada siguiente Arenales se puso en marcha en la dirección señalada por San Martín, cumplimentando sus disposiciones. El 24 de julio estaba en el pueblo de Yauli, llegando a mediodía a la cima de la cordillera. Desde allí, el camino de San Mateo conduce a Lima. Arenales descendió la cumbre con ánimo de situarse en San Mateo y esperar allí nuevas órdenes; este punto dista 26 leguas de Lima y 9 o 10 de la cumbre, pues el intenso frío reinante lo decidió a seguir su marcha hasta San Juan de Matucana, distante 19 leguas de Lima a donde llegó el día 25. Finalmente, el 31 de julio, Arenales recibió orden del Protector de replegarse sobre Lima con su División, la cual abandonó la quebrada de San Mateo y entró en la Capital en los primeros días de agosto con más de 1.000 hombres menos de los que contaba cuando salió de Jauja, como resultado de la deserción que sufrió por parte de los milicianos peruanos, al abandonar la región de la Sierra, en cumplimiento de órdenes superiores. El pueblo de Lima recibió a la División con particulares demostraciones de aprecio, saliendo fuera de las murallas considerable gentío que acompañó a la División medio desnuda hasta sus cuarteles en medio de los vivas más entusiastas. Arenales anticipó su entrada, vestido de paisano “pues nunca gustó de este género de cortesía y mucho menos en aquella ocasión en que creía haber menos motivos para ellas”. El 28 de julio se había proclamado solemnemente la Independencia del Perú. Arenales, el 22 de agosto de 1821, fue designado por el Protector, Presidente del departamento de Trujillo y comandante militar del mismo en el cual, siguiendo las instrucciones de San Martín, formó y disciplinó dos batallones de infantería y dos escuadrones de cazadores a caballo, enviando a Lima, además, a 1.800 reclutas de acuerdo con el general Sucre, gobernador de Guayaquil que había concertado el plan de libertar a Quito, cuando una grave enfermedad postró a Arenales, que se vio forzado a ceder a otro la gloria de Pichincha. Restablecida su salud, Arenales fue llamado a Lima para encargársele la expedición a Puertos Intermedios, comando que rehusó y fue en cambio otorgado al general Alvarado. Arenales no aceptó aquel comando no obstante haber declarado Sucre que serviría a las órdenes de aquél, “pues le reconocía su antigüedad y méritos y ser Arenales un acreditado general”.
En cambio aceptó el cargo de comandante en jefe del ejército del centro para expedicionar a la Sierra; pero no pudiendo realizar esta campaña por falta de recursos Arenales pidió sus pasaportes para el Río de la Plata, pretextando que sólo continuaría en el mando si el gobierno le garantizaba recursos y el apoyo de su autoridad. Recibió la promesa gubernativa de este apoyo y de aquella garantía, pero en realidad no se cumplimentó nada ante sus justificadas demandas, poniéndose por el contrario, la situación día a día más crítica. El Congreso quiso premiarlo y le acordó una medalla de oro con la inscripción: “El Congreso Constituyente del Perú al mérito distinguido”. Agradeciendo Arenales este honroso y merecido premio expuso ante el Congreso Peruano cuál era el estado de su División en la segunda campaña de la Sierra y su incapacidad para buscar al enemigo. No consiguiendo su objeto, a pesar de su insistencia, se vio obligado a pedir sus pasaportes, sintiendo la necesidad de ver a su familia después de una ausencia de cinco años, la cual por esta causa carecía de lo más necesario. Ante tan imperiosa demanda, el Congreso decretó socorros para la familia del general Arenales, a cuenta de sueldos y premios acordados por la Municipalidad. Entre otros nombramientos y honores que había recibido del gobierno del Perú, aparte de los señalados en el curso de esta biografía, conviene destacar: Fundador de la Orden del “Sol del Perú”, el 10 de diciembre de 1821; Gran Mariscal del Perú, el 22 de diciembre del mismo año. La medalla acordada por decreto del 15 de agosto de 1821 y discernida el 27 de diciembre del mismo; Consejero de la Orden del “Sol del Perú”, el 16 de enero de 1822, con la pensión vitalicia de 1.000 pesos anuales; Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos del Perú el 25 de igual mes y año, el ya citado nombramiento de General en Jefe del Ejército del Centro, discernido el 14 de diciembre de 1822, por el general San Martín. En Chile el 28 de marzo de 1822 había sido condecorado con la “Legión del Mérito” y el 14 de noviembre de 1820 el Director O’Higgins le otorgaba los despachos de Mariscal de campo de aquel Estado.
Después de su representación ante el Congreso peruano, el sufrimiento del Ejército llegó a su colmo y el inflexible Arenales se vio en la imprescindible necesidad de elevar una queja formal firmada por todos los jefes del cuerpo, a nombre del Ejército, señalando el abandono en que éste se hallaba, al cual no se reponían las bajas siempre crecientes, haciendo resaltar los males palpables resultantes de esa inacción, terminando su exposición con la súplica de que se emprendiera la campaña de la Sierra que abriría nuevos recursos a la capital y destruiría en parte el descontento general que produce la inacción y la miseria. Alejado del Perú, pasó a Chile, llegando a la provincia de Salta, donde fue elegido gobernador el 29 de diciembre e 1823. A los cuidados de la administración interior se reunieron otros que interesaban a toda la República. Arenales fue comisionado por el gobierno el 22 de marzo de 1825 para atacar al general español Olañeta, que después de la jornada de Ayacucho permanecía al frente de una fuerza realista entre el desaguadero y Tupiza, y para cumplimentar esta orden marchó con una División para dispersarla. El coronel Carlos Medinaceli perteneciente a las fuerzas del general Olañeta se sublevó contra su jefe y se produjo un choque entre ambos bandos, el 1º de abril de 1825, en Tumusla, donde pereció Olañeta. Medinaceli y casi todo el resto de la fuerza realista, se entregó a Arenales, terminando así, completamente la guerra de la Independencia sudamericana. Por ese tiempo tuvo lugar el pronunciamiento de Tarija en provincia independiente dirigiéndose Arenales al gobierno nacional, cuyo apoyo le falló a causa de la guerra que acababa de declararse al Brasil y las reclamaciones de Arenales quedaron suspendidas por disposición superior en virtud de la misión de Alvear destinada a entrevistarse con Bolívar. Los esfuerzos posteriores del general Arenales, tendientes a evitar la desmembración, no fueron suficientes para eludirla por la influencia decisiva del caudillo colombiano. En 1826 realizó una exploración de las costas del río Bermejo, buscando la posibilidad de su navegación, de acuerdo con una compañía constituida a tal efecto, y proyectó un camino de acceso al mismo, a la par que trazaba un plano defensivo contra los indígenas. Poco antes se había concentrado en la tarea de organizar un cuerpo de 500 hombres para engrosar las fuerzas que alistaba la República para combatir con el imperio del Brasil. Fue en mérito a tantos afanes y desvelos, que el presidente Rivadavia le otorgó con fecha 7 de agosto de 1826, el empleo de Brigadier de los Ejércitos de la Patria. El 11 de febrero de este mismo año el ministro de Guerra por orden de Rivadavia nombró a Arenales “General de todas las tropas existentes en Salta”.
“El general Arenales –dice uno de los biógrafos- estrechamente ligado al gobierno presidencial, y sobre todo a la persona de Rivadavia, era la principal columna con que el gabinete presidencial contaba para organizar un poderoso grupo de fuerzas, que apoyando a Lamadrid en Tucumán, pudiera servir para desalojar de la provincia de Santiago del Estero a Ibarra, a Bustos de la provincia de Córdoba, para establecer en ambas el partido enemigo de éstos caudillos, que por lo mismo empezaba a llamarse liberal, y sofocar por fin en La Rioja la naciente nombradía de Quiroga”. No alcanzó a realizar sus propósitos, pues en Salta se preparaba una asonada con el objeto de deponerlo, pretextando sus enemigos de que quería perpetuarse en el mando; el movimiento estalló encabezado por el Gral. Dr. José Ignacio Gorriti, el 28 de enero de 1827, y después de algunas incidencias, el movimiento se resolvió en el combate de Chicoana, el 7 de febrero, resultando exterminado, pues sólo se salvó un soldado. Arenales se vio obligado a refugiarse en Bolivia, cuyo presidente el general Sucre, lo trató con toda deferencia. Se dedicó a las faenas rurales para subvenir al mantenimiento de su numerosa familia. Arenales estuvo casado con Serafina de Hoyos, con la cual tuvieron muchos hijos.
Una inflamación de garganta terminó con su vida en Moraya (Bolivia) el 4 de diciembre de 1831.
Fuera de los cargos y comisiones que se han detallado, el general Arenales fue designado el 23 de julio de 1823 por el ministro Rivadavia, para determinar como Representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la línea de ocupación por parte del Perú, entre las autoridades españolas y las de los territorios limítrofes, especialmente el de estas provincias. Para cumplimentar tal misión, debió trasladarse a Salta, donde se situó.
Frías dice: “Arenales, solo ya, sigue peleando sin pensar en rendirse. Un feroz hachazo le tiene el cráneo abierto en uno de sus parietales. Su cara está tinta en sangre. Otro tajo horrible le abre desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla derecha, por bajo el pómulo, desde el arranque de la sien hasta cerca de la boca. En fin: trece heridas tiene despedazada su cara, su cabeza y su cuerpo –por lo que sus adversarios le llamarían con el apodo de “El Hachado”- y todas están manando sangre; pero él defiende la vida haciéndola pagar caro”.
“El bravo general sigue peleando solo, sin pensar en rendirse. Todos sus demás enemigos están heridos por su espada; más uno de ellos, que logra colocarse por detrás, le da un recio golpe con la culata del fusil; le hunde bajo de la nuca el hueso, derribándolo al suelo sin sentido, y boca abajo; con lo que lo dejaron por muerto, y continuaron la fuga”.
El historiador Fermin V. Arenas Luque aportó datos valiosos en cuanto al destino que sufrieron los restos mortales de héroe de “La Florida”: “Cuando un terrible temblor sacudió al pueblo de Moraya, la iglesia parroquial se derrumbó. Las sepulturas se removieron y por esta macabra circunstancia algunas fueron objeto de actos profanatorios. Con el propósito de que pudiese ocurrir lo mismo con los restos de Arenales, el coronel Pizarro los sacó del lugar en que se hallaban y los depositó en el osario común, excepto la calavera, que quedó en poder de dicho militar”. Tiempo después, en 1874, la calavera del prócer fue remitida desde Moraya a Buenos Aires, para ser entregada a su hija María Josefa Alvarez de Arenales de Uriburu, permaneciendo en poder de sus descendientes hasta fines de la década de 1950.
A lo largo del Siglo XX, en la provincia de Salta, se promovieron múltiples iniciativas tendientes a tributarle los debidos homenajes y el justo reconocimiento por la sobresaliente actuación del general Arenales, una de ellas, de gran significación, fue la que impulsó al Primer Arzobispo de Salta, el insigne monseñor Roberto J. Tavella, quien interpretó cabalmente el deseo de los salteños para que sus restos descansen en la tierra en donde consolidó su hogar y en la cual ejercitó su mandato como gobernador. Monseñor Tavella decidió contactarse con los descendientes directos del prócer en Salta, sus sucesores Uriburu Arenales, que a la sazón la integran las familias: Castellanos Uriburu y Zorrilla Uriburu, al tiempo que remitió una carta a los otros miembros de la familia Uriburu Arenales, residentes en Buenos Aires, con el objeto de solicitarles la remisión de sus restos mortales, a fin de que los mismos descansen en el Panteón de las Glorias del Norte, en virtud de los nobles servicios prestados a la Patria.
En uno de los párrafos más salientes de la misiva de Monseñor Tavella al doctor Guillermo Uriburu Roca afirmaba: “… la presencia de esta reliquia, vendría a completar la constelación sanmartiniana de Arenales, Alvarado, y Güemes, los puntos básicos de la estrategia del Gran Capitán, que tendrán en el Panteón de las Glorias del Norte de nuestra Catedral, el reposo junto con la admiración de Salta, su tierra amada, y de todos los americanos”. En la Capital Federal, reunidos los sucesores del prócer en el domicilio de la señora Agustina Roca de Uriburu, estos procedieron a labrar una escritura pública por la entrega de tan inestimable tesoro familiar, ante el escribano Luis. M. Aldao Unzué, encontrándose presentes en esa ocasión los doctores Atilio y Pedro T. Cornejo, quienes posteriormente trasladaron la urna provisoria a Salta.
Una vez arribados a Salta, monseñor Tavella convino en atesorar dicha reliquia en la Capilla Privada del Arzobispado, hasta tanto se concluyesen con los trabajos de armado de la urna definitiva. Posteriormente en la sede del Comando de Ejército con asiento en Salta, y ante la presencia de autoridades civiles, militares eclesiásticas y miembros de la familia del prócer, uno de sus sucesores, don Federico Castellanos Uriburu procedió a introducir la calavera de su antepasado en la urna que actualmente se encuentra en el referido Panteón.
De este modo, aquél joven español, que se sumara con denuedo a la guerra por la libertad americana y que luego de sobrellevar una existencia fraguada de triunfos y contrastes, hoy es motivo de tributo y gratitud del pueblo salteño y de los miles de hombres y mujeres que visitan Salta. Todo lo entregó en aras de sus ideales independentistas, legando para la historia, su testimonio de nobleza humana y su gallardo temple militar.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Frías, Bernardo – Historia del general D. Martín Güemes y de la Provincia de Salta de 1810 a 1832.
Paz, José María – Memorias póstumas.
Portal Informativo de Salta
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)
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General Juan Antonio Alvarez de Arenales (1770-1831)
Nació el 13 de junio de 1770 en Villa de Reinoso, situada entre Santander y Burgos (provincia de Castilla la Vieja). Su padre fue Francisco Alvarez de Arenales, perteneciente a una distinguida familia del Distrito, quien se había propuesto para su hijo una esmerada educación, pero su prematuro fallecimiento cuando Arenales tenía solamente 9 años, malogró estos propósitos. Su madre fue María González de antiguo linaje de la provincia de Asturias.
A la muerte de su progenitor, Arenales fue educado por su pariente Remigio Navamuel, dignatario de la iglesia de Galicia y desde sus primeros años reveló gran vocación por la carrera de las armas, razón por la cual a los 13 años era dado de alta como cadete en el famoso Regimiento de Burgos. Por su voluntad pasó en 1784 al Regimiento “Fijo” de Buenos Aires, donde se perfeccionó en las ciencias exactas y preparó su espíritu para acometer las grandes empresas que le tocó en suerte en su larga y brillante carrera. Su contracción al servicio y su excelente conducta le granjearon la buena disposición de sus superiores. El virrey Arredondo el 6 de diciembre de 1794, lo promovía a teniente coronel de las milicias provinciales de Buenos Aires y, en la misma fecha, lo transfería con igual grado a las milicias del Partido de Arque (provincia de Cochabamba), nombrándolo el 26 de enero de 1795 subdelegado del mismo partido. En dos ocasiones en que fue necesario resistir las invasiones portuguesas en la Banda Oriental, acreditó su fidelidad, honor y patriotismo. El 10 de mayo de 1798 era designado subdelegado del Partido de Curli (Pilaya y Paspaya) en la provincia de Charcas y posteriormente el 18 de diciembre de 1804, pasaba a ocupar el mismo puesto en el partido de Yamparaes, en la misma Intendencia de Charcas. En estos puestos administrativos, Arenales desplegó su mayor celo en la imparcial aplicación de la justicia, “especialmente en la protección de los indígenas, de cuya suerte se demostró muy especialmente solícito, por ser los más oprimidos”. Sin embargo progresaba lentamente la infiltración revolucionaria en las colonias españolas de América: el 25 de mayo de 1809 se produce en la ciudad de Chuquisaca una rebelión contra su presidente Ramón García Pizarro, al grito de “¡Muera Fernando VII! ¡Mueran los chapetones!”, deponiéndolo. Encontrándose en aquella revuelta el entonces coronel graduado Alvarez de Arenales, simpatiza abiertamente con los rebeldes, no obstante su origen español, motivo por el cual le nombran comandante general de armas; organiza las fuerzas rebeldes poniéndose al frente de ellas, pero el 21 de diciembre llegan los generales Nieto y Goyeneche con tropas realistas y ahogan en sangre la rebelión, tomando preso a Arenales que ingresa en las prisiones del Callao después de permanecer seis meses en los lóbregos calabozos del Alto Perú, sufriendo la confiscación de sus bienes. En las Casamatas de la famosa fortaleza, Arenales permaneció quince meses, durante los cuales hasta corrió el riesgo de ser fusilado. Finalmente se evadió y embarcándose para regresar a las Provincias Unidas del Río de la Plata, naufragó en Mollendo, viéndose reducido a la desnudez y más absoluta miseria; logró llegar a las proximidades de Chuquisaca, donde supo con profunda pena el fracaso de los patriotas en la jornada de Huaqui, el 20 de junio de 1811. Regresa a la provincia de Salta, donde había contraído enlace con María Serafina Hoyos y Torres, fundando su hogar lo que iba a ser una de las principales causas de su adhesión a la Patria naciente y del valor y lealtad con que cooperó a su emancipación. En un admirable documento que revela su elevación espiritual se dirigió a la asamblea nacional Constituyente, solicitando la ciudadanía argentina, identificándose así con la nacionalidad que contribuía a crear. En aquella época (1811) vivía a 36 leguas al S. de la ciudad de Salta, entre las montañas y bosques de Guachipas, en su estancia la “Pampa Grande”.
En el año 1812, el general Tristán penetró en la provincia de Tucumán con una fuerza enviada desde Lima por el virrey Abascal, dejando un destacamento en Salta. Alvarez de Arenales que había sido electo regidor y alcalde del primer voto del Cabildo de Salta, se puso a la cabeza de un movimiento rebelde, el cual fue sofocado por los realistas, lo que obligó a Arenales a ocultarse en Salta, corriendo los mayores peligros, para esquivar la persecución de sus enemigos. Llegado a Tucumán, justamente después de las victorias de Las Piedras (3 de setiembre de 1812) y de Tucumán (24 del mismo mes y año) allí el general Belgrano no pudo menos que simpatizar con este hombre austero en sus costumbres, estoico por temperamento y tenaz en sus propósitos. Entre ambos se estableció rápidamente una franca amistad. El Ejército vencedor prosiguió su avance hacia el Norte, acompañando Arenales a Belgrano en la campaña que terminó con la magnífica victoria de Salta, el 20 de febrero de 1813, que originó la capitulación del general Tristán y en la cual le cupo a Arenales actuación descollante. El 19 de setiembre de 1818 el Director Pueyrredón le extendió el diploma acordándole el escudo de oro por la acción de Salta.
Por su participación en aquella batalla y por su decisión por la causa libertadora, el gobierno argentino le otorgó los despachos de coronel graduado, el 25 de mayo de 1813 y el 6 de julio del mismo año se le otorgaba la carta de ciudadanía que había solicitado en nota, que como queda dicho, reflejaba su espíritu selecto. El general Belgrano lo designaba el 6 de setiembre de 1813, para el puesto de gobernador político y militar de la provincia de Cochabamba y de todas sus dependencias. Cuando se produjeron los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, pocos días después, el coronel Arenales quedó cortado en Cochabamba y en completo aislamiento a causa de la retirada del ejército patriota. “Este bizarro jefe -dice el general Paz en sus Memorias póstumas-, tuvo que abandonar la capital, pero sacando las fuerzas que él mismo había formado y los recursos que pudo, se sostuvo en la campaña, retirándose a veces a los lugares desiertos y escabrosos, y aproximándose otras a inquietar los enemigos a quienes dio serios cuidados. La campaña que emprende desde este momento el coronel Arenales coronada de triunfos, es su gloria inmortal”. Aquella campaña tan larga como heroica, fue de consecuencias profundas para la causa de la emancipación americana.
Mitre en su Historia de San Martín, ha trazado la vigorosa silueta de Arenales, con las siguientes palabras: “Solo hombres del temple de Arenales y de Warnes podrían encargarse de la desesperada empresa de mantener vivo el fuego de la insurrección de las montañas del Alto Perú, después de tan grandes desastres, quedando completamente abandonados en medio de un ejército fuerte y victorioso y sin contar con más recursos que la decisión de las poblaciones inermes y campos devastados por la guerra”. La fuerza que organizó no pasaba de 200 hombres, con los que emprendió una marcha hacia Santa Cruz de la Sierra, a través de millares de realistas, a los cuales arrolló en todos los encuentros que tuvo con ellos; motivo que inflamó el ardor marcial y retempló las fibras patrióticas de sus subordinados. Arenales llevó su valor singular hasta el extremo de atacar en La Florida, con 300 hombres, una fuerza realista al mando del coronel Blanco, justamente triple en efectivos: La acción tuvo lugar el 25 de Mayo de 1814 y es uno de los más justos timbres de la gloria de este gran soldado. “Aún no habían cesado los cantos del triunfo -dice Pedro De Angelis- cuando el coronel Arenales, que se había separado momentáneamente de sus tropas avanzándose en persecución de los prófugos, se vio en la precisión de defender su vida contra 11 soldados enemigos, que lo acechaban para lavar en su sangre la afrenta de sus compañeros. La lucha fue larga y obstinada, pero al fin sucumbieron los agresores, tres de los cuales quedaron muertos y los demás heridos. Arenales extenuado por la pérdida considerable de la sangre que manaba de su cuerpo por 14 heridas de sable, hubiera perecido también sin la oportuna intervención de algunos de sus soldados atraídos por las descargas que se oían en las inmediaciones del campo”. El gobierno de las Provincias Unidas premia tan valeroso comportamiento con el empleo de coronel efectivo discernido con fecha 19 de octubre de 1814 por el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas y por decreto del mismo día. Arenales era nombrado Gobernador Intendente de la Provincia de Cochabamba. El 9 de noviembre la oficialidad y tropa de la fuerza a sus órdenes recibe un escudo que decía: “La Patria a los vencedores de La Florida”.
San Pedro, Postrer Valle, Suipacha, Quillacollo, Vinto, Sipe-Sipe, Totora, Santiago de Cotagaita, y otros muchos puntos donde sostuvo desiguales combates contra los realistas, constituyen los brillantes de la magnífica corona que ciñó la frente del héroe de la Sierra. El triunfo de La Florida tuvo influencia preponderante en la guerra de la Independencia, al asegurar la libertad de Santa Cruz, imponiendo la evacuación de las provincias argentinas del Norte, por parte de las fuerzas del general Pezuela. El 27 de abril de 1815 tomó la ciudad de Chuquisaca y 20 días después Cochabamba, provincia que ocupó totalmente.
Por fin, después de 18 meses de épica lucha y de incesantes fatigas y sorteando peligros a cada instante, Arenales, con su cuerpo de 1.200 hombres levantado casi en su totalidad a expensas de sus pujantes esfuerzos, con armas y elementos que fue sucesivamente capturando a sus enemigos, se incorporó al ejército patriota que iniciaba una nueva campaña en el Alto Perú bajo el mando superior del general José Rondeau. La Patria había premiado sus esfuerzos, nombrándolo el 30 de octubre de 1814, comandante general de las tropas del interior, cargo que le fue discernido por el propio Rondeau, desde su cuartel general en Jujuy. Poco después, el gobierno de las provincias Unidas lo promovía a coronel mayor, con fecha 16 de setiembre de 1815 y el 25 de noviembre del mismo se le otorgaba el título honorífico de coronel del Regimiento de Infantería Nº 12. Después de la desastrosa batalla de Sipe-Sipe, el 29 de noviembre de 1815, Arenales con los restos del ejército se repliega sobre la ciudad de Tucumán. Algunos juicios o apreciaciones contradictorias que lastimaron su alma de soldado, indujeron a Arenales a solicitar la instrucción de un sumario que pusieron en claro los servicios que había rendido a la causa independiente. El Director Supremo, general Pueyrredón, con tal motivo, expidió el siguiente decreto:
“Hallándose este gobierno con pruebas irrefragables de la virtuosa comportación, decidido patriotismo y fidelidad del ciudadano de las Provincias Unidas, Coronel Mayor de los Ejércitos de la Patria, don Juan A. A. de Arenales y en el concepto de que cualquiera que fuesen los esfuerzos con que la maledicencia pretenda oscurecer sus distinguido servicios a la causa de la libertad, jamás contrastarán la ventajosa opinión que este benemérito jefe ha adquirido en el concepto público de la gran familia americana, sobreséase en la prosecución de este expediente, que se devolverá al interesado por conducto del General en Jefe del ejército auxiliar del Perú, para su satisfacción, etc. etc.”. Fue Presidente del Tribunal Militar del Ejército del Norte, ejerciendo el comando en jefe, el general Belgrano.
Batalla de Cerro de Pasco
Permaneció en Tucumán prestando siempre el concurso de una incansable actividad y de sus luces en el desempeño de comisiones importantes siendo posteriormente nombrado gobernador de Córdoba en 1819. Pero la anarquía se enseñorea del territorio argentino: Alvarez de Arenales no quiere participar en la lucha que destruirá la Patria adoptiva y por tercera vez prefirió hacer el sacrificio de su vida en defensa de la libertad americana, dirigiéndose a Chile a ponerse a las órdenes del general San Martín, que a la sazón preparaba intensamente su expedición al Perú. “Desde que el general Arenales se presentó al general San Martín en 1820, este le honró siempre con el tratamiento de “compañero”, así en la correspondencia como en el trato familiar, siendo Arenales el único general de los de su tiempo que obtuvo tan señalada y constante distinción hasta en los actos de etiqueta”. Desembarcado en Pisco el ejército patriota, el 8 de setiembre de 1820, Arenales recibe de San Martín el mando de una División de 1.138 hombres, que debía penetrar en la Sierra, para insurreccionar las poblaciones peruanas al mismo tiempo que abatiera el esfuerzo realista. Arenales llega rápidamente a las ciudades de Ica (6 de octubre), Humanga (donde entra después de la victoria de Nazca, el 15 de octubre), Jauja y Jauma, produciendo en todas partes un levantamiento general contra la dominación española, capturando numerosos armamentos de las muchas partidas enemigas que encuentra y dispersa. Alarmadas las autoridades realistas ante tales progresos, despachan al Brigadier O’Reilly para batir a Arenales y sus huestes, teniendo lugar el contacto en el Cerro de Pasco, el cual se produce después que Arenales ha tomado todas las medidas de seguridad, para conocer en lo posible, la fuerza que se aproxima, a fin de lanzar sus tropas al combate en plena seguridad de no caer en una emboscada. La fuerza realista suma 1.200 hombres; los efectivos contrapuestos son un poco diferentes en lo que a número se refiere, pues Arenales no puede concentrar sobre el campo de batalla más de 600 hombres. No obstante esta disparidad, no vacila y ataca con violencia al adversario, que es derrotado completamente y que deja 58 muertos y 18 heridos sobre el campo de batalla y 343 prisioneros incluidos 23 oficiales. Cayeron además en poder de Arenales dos cañones, 350 fusiles, todas las banderas, estandartes, pertrechos de guerra y demás elementos bélicos escapando el enemigo en la más completa dispersión, pues no lograron hacer partidas de más de 5 hombres, cayendo prisionero en la persecución el propio brigadier O’Reilly. En conocimiento del espléndido triunfo alcanzado por Arenales, San Martín, el día 13 de diciembre, expidió la siguiente orden del día:
“La División libertadora de la Sierra ha llenado el voto de los pueblos que la esperaban: los peligros y las dificultades han conspirado contra ella a porfía, pero no han hecho más que exaltar el mérito del que las ha dirigido, y la constancia de los que han obedecido sus órdenes para unos y otros se grabará una medalla que represente las armas del Perú por el anverso y por el reverso tendrá la inscripción “A los Vencedores de Pasco”. El General y los jefes la traerán de oro, y los oficiales de plata pendiente de una cinta blanca y encarnada; los sargentos y tropa usarán al lado izquierdo del pecho un escudo bordado sobre fondo encarnado con la leyenda, “Yo soy de los vencedores de Pasco”. San Martín extendió el diploma correspondiente al general Arenales el 31 de marzo de 1822.
Así termino la primera campaña de la Sierra, incorporándose Arenales con su División al ejército patriota el 3 de enero de 1821, evocando su presencia los riesgos y duras penalidades sufridas, no obstante lo cual la gloria había cubierto a sus componentes, siendo recibida triunfalmente por sus compañeros de armas. San Martín recibió de manos del glorioso vencedor del Cerro de Pasco “13 banderas y 5 estandartes, entre las que se habían tomado en las provincias de su tránsito o en el campo de batalla”. Designado el 19 de abril del mismo año por San Martín comandante general de la División, Arenales inicia su segunda campaña de la Sierra organizando su fuerza con los cuerpos siguientes: Granaderos a Caballo, coronel Rudecindo Alvarado; Batallón de “Numancia” (1º de Infantería del ejército), coronel Tomás Heres; Batallón Nº 7 de los Andes, coronel Pedro Conde; Batallón de Cazadores del ejército, teniente coronel José M. Aguirre y 4 piezas de artillería; a estas tropas debía incorporarse la pequeña fuerza del coronel Gamarra, compuesta de patriotas peruanos. La División Arenales partió del cuartel general de Huaura, el 21 de abril. San Martín le ha precedido en su camino triunfal con su famosa proclama a los habitantes de Tarma, en la cual les dice: “Vuestro destino es escarmentar por segunda vez a los ofensores de la Sierra; el General que os dirige conoce tiempo ha el camino por donde se marcha a la victoria; él es digno de mandar, por su honradez acrisolada, por su habitual prudencia, y por la serenidad de su coraje: seguidle y triunfaréis”. Arenales llega a Oyón el 26 de abril; allí encuentra la División Gamarra, que se le incorpora, la cual está casi deshecha, tal es su estado. En Oyón, Arenales recibe detalles de las fuerzas realistas que se hacen ascender 2.500 hombres de línea. Reorganizadas sus tropas, Arenales prosigue su avance el 8 de mayo en dirección a la Sierra. El 12 llega a Pasco. En persecución de Carratalá llegaba el 17 de mayo a Carguamayo; el 20 estaba con su división en Palcamayo, el 21 en Tarma, y el 24 de mayo llega a Jauja. El armisticio de Punchauca, celebrado entre San Martín y el Virrey Laserna, interrumpió las operaciones en la Sierra, pero si bien este acontecimiento fue solemnemente propicio a Carratalá, no le fue menos a Arenales, que se entregó tesoneramente a la tarea de reorganizar e instruir sus valientes tropas. Terminado el plazo de 20 días de armisticio, que empezó a contarse desde su concertación el 23 de mayo, el día 29 de junio Arenales prosiguió sus interrumpidas operaciones, día que ocupó por la fuerza el pueblo de Guando, capturando íntegra la compañía de cazadores del batallón realista “Imperial Alejandro”, pero una nueva suspensión de las hostilidades concertada por el General en Jefe, que le fue comunicada aquel mismo día, obligó a Arenales a detener la marcha victoriosa que había iniciado sobre Carratalá. El general patriota regresó a Jauja, donde se encontraba el 9 de julio, fecha en que le llegó la noticia de que el general Canterac había salido de Lima con 4.000 hombres, recibiendo Arenales en el mismo día, el parte e la dirección de marcha que seguía el jefe español.
Inmediatamente se reunió una junta de guerra, la cual por unanimidad, resolvió marchar al encuentro del ejército español, para atacarlo al pasar la cordillera; con este fin, el 10 se puso en marcha Arenales con su vanguardia por la ruta de Guancayo e Iscuchaga; el 12 llegaba la División al primer punto nombrado, donde hizo alto; allí recibió Arenales a las 10 de la noche la noticia de que Canterac ya cruzaba la cordillera en dirección conocida hacia Guancavélica. En la madrugada del 13, la División prosigue su marcha con objeto de dar alcance a la vanguardia enemiga y batirla, pero no era aún de día cuando llegó un chasque conduciendo pliegos de San Martín, en los cuales le anunciaba la ocupación de Lima por el ejército libertador. Simultáneamente y en carta aparte, el General en Jefe encarecía a Arenales que de ningún modo comprometiera su División en un combate, mientras no tuviera la plena seguridad de vencer, que por lo tanto, si era buscado por el enemigo, se pusiese en retirada hacia el Norte por Pasco, o hacia Lima por San Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”. Arenales, al recibir estas instrucciones ordenó detener la marcha a sus cuerpos que estaba orientada con el fin de buscar a Canterac, para batirlo. Las fuerzas patriotas bajo su comando, sumaban 1.300. Ante las órdenes recibidas, Arenales resolvió regresar a Guancayo y finalmente, a Jauja, donde llegó el 19 de julio. Después de la batalla de Ayacucho, el general Canterac confesó al general Sucre “que no sabía cómo Arenales no le atacó en aquella vez: que tuvo por cierta su derrota, si se le hubiese comprometido a un ataque, cuando tampoco podía eludirlo a causa del mal estado de sus tropas y animales”. En la noche del mismo 19 de julio, Arenales recibió del Generalísimo más claras y terminantes instrucciones en el sentido de que la División se pusiera fuera de todo compromiso lo más prestamente posible, indicando en las mismas las direcciones en que convenía ejecutarlo. En la madrugada siguiente Arenales se puso en marcha en la dirección señalada por San Martín, cumplimentando sus disposiciones. El 24 de julio estaba en el pueblo de Yauli, llegando a mediodía a la cima de la cordillera. Desde allí, el camino de San Mateo conduce a Lima. Arenales descendió la cumbre con ánimo de situarse en San Mateo y esperar allí nuevas órdenes; este punto dista 26 leguas de Lima y 9 o 10 de la cumbre, pues el intenso frío reinante lo decidió a seguir su marcha hasta San Juan de Matucana, distante 19 leguas de Lima a donde llegó el día 25. Finalmente, el 31 de julio, Arenales recibió orden del Protector de replegarse sobre Lima con su División, la cual abandonó la quebrada de San Mateo y entró en la Capital en los primeros días de agosto con más de 1.000 hombres menos de los que contaba cuando salió de Jauja, como resultado de la deserción que sufrió por parte de los milicianos peruanos, al abandonar la región de la Sierra, en cumplimiento de órdenes superiores. El pueblo de Lima recibió a la División con particulares demostraciones de aprecio, saliendo fuera de las murallas considerable gentío que acompañó a la División medio desnuda hasta sus cuarteles en medio de los vivas más entusiastas. Arenales anticipó su entrada, vestido de paisano “pues nunca gustó de este género de cortesía y mucho menos en aquella ocasión en que creía haber menos motivos para ellas”. El 28 de julio se había proclamado solemnemente la Independencia del Perú. Arenales, el 22 de agosto de 1821, fue designado por el Protector, Presidente del departamento de Trujillo y comandante militar del mismo en el cual, siguiendo las instrucciones de San Martín, formó y disciplinó dos batallones de infantería y dos escuadrones de cazadores a caballo, enviando a Lima, además, a 1.800 reclutas de acuerdo con el general Sucre, gobernador de Guayaquil que había concertado el plan de libertar a Quito, cuando una grave enfermedad postró a Arenales, que se vio forzado a ceder a otro la gloria de Pichincha. Restablecida su salud, Arenales fue llamado a Lima para encargársele la expedición a Puertos Intermedios, comando que rehusó y fue en cambio otorgado al general Alvarado. Arenales no aceptó aquel comando no obstante haber declarado Sucre que serviría a las órdenes de aquél, “pues le reconocía su antigüedad y méritos y ser Arenales un acreditado general”.
En cambio aceptó el cargo de comandante en jefe del ejército del centro para expedicionar a la Sierra; pero no pudiendo realizar esta campaña por falta de recursos Arenales pidió sus pasaportes para el Río de la Plata, pretextando que sólo continuaría en el mando si el gobierno le garantizaba recursos y el apoyo de su autoridad. Recibió la promesa gubernativa de este apoyo y de aquella garantía, pero en realidad no se cumplimentó nada ante sus justificadas demandas, poniéndose por el contrario, la situación día a día más crítica. El Congreso quiso premiarlo y le acordó una medalla de oro con la inscripción: “El Congreso Constituyente del Perú al mérito distinguido”. Agradeciendo Arenales este honroso y merecido premio expuso ante el Congreso Peruano cuál era el estado de su División en la segunda campaña de la Sierra y su incapacidad para buscar al enemigo. No consiguiendo su objeto, a pesar de su insistencia, se vio obligado a pedir sus pasaportes, sintiendo la necesidad de ver a su familia después de una ausencia de cinco años, la cual por esta causa carecía de lo más necesario. Ante tan imperiosa demanda, el Congreso decretó socorros para la familia del general Arenales, a cuenta de sueldos y premios acordados por la Municipalidad. Entre otros nombramientos y honores que había recibido del gobierno del Perú, aparte de los señalados en el curso de esta biografía, conviene destacar: Fundador de la Orden del “Sol del Perú”, el 10 de diciembre de 1821; Gran Mariscal del Perú, el 22 de diciembre del mismo año. La medalla acordada por decreto del 15 de agosto de 1821 y discernida el 27 de diciembre del mismo; Consejero de la Orden del “Sol del Perú”, el 16 de enero de 1822, con la pensión vitalicia de 1.000 pesos anuales; Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos del Perú el 25 de igual mes y año, el ya citado nombramiento de General en Jefe del Ejército del Centro, discernido el 14 de diciembre de 1822, por el general San Martín. En Chile el 28 de marzo de 1822 había sido condecorado con la “Legión del Mérito” y el 14 de noviembre de 1820 el Director O’Higgins le otorgaba los despachos de Mariscal de campo de aquel Estado.
Después de su representación ante el Congreso peruano, el sufrimiento del Ejército llegó a su colmo y el inflexible Arenales se vio en la imprescindible necesidad de elevar una queja formal firmada por todos los jefes del cuerpo, a nombre del Ejército, señalando el abandono en que éste se hallaba, al cual no se reponían las bajas siempre crecientes, haciendo resaltar los males palpables resultantes de esa inacción, terminando su exposición con la súplica de que se emprendiera la campaña de la Sierra que abriría nuevos recursos a la capital y destruiría en parte el descontento general que produce la inacción y la miseria. Alejado del Perú, pasó a Chile, llegando a la provincia de Salta, donde fue elegido gobernador el 29 de diciembre e 1823. A los cuidados de la administración interior se reunieron otros que interesaban a toda la República. Arenales fue comisionado por el gobierno el 22 de marzo de 1825 para atacar al general español Olañeta, que después de la jornada de Ayacucho permanecía al frente de una fuerza realista entre el desaguadero y Tupiza, y para cumplimentar esta orden marchó con una División para dispersarla. El coronel Carlos Medinaceli perteneciente a las fuerzas del general Olañeta se sublevó contra su jefe y se produjo un choque entre ambos bandos, el 1º de abril de 1825, en Tumusla, donde pereció Olañeta. Medinaceli y casi todo el resto de la fuerza realista, se entregó a Arenales, terminando así, completamente la guerra de la Independencia sudamericana. Por ese tiempo tuvo lugar el pronunciamiento de Tarija en provincia independiente dirigiéndose Arenales al gobierno nacional, cuyo apoyo le falló a causa de la guerra que acababa de declararse al Brasil y las reclamaciones de Arenales quedaron suspendidas por disposición superior en virtud de la misión de Alvear destinada a entrevistarse con Bolívar. Los esfuerzos posteriores del general Arenales, tendientes a evitar la desmembración, no fueron suficientes para eludirla por la influencia decisiva del caudillo colombiano. En 1826 realizó una exploración de las costas del río Bermejo, buscando la posibilidad de su navegación, de acuerdo con una compañía constituida a tal efecto, y proyectó un camino de acceso al mismo, a la par que trazaba un plano defensivo contra los indígenas. Poco antes se había concentrado en la tarea de organizar un cuerpo de 500 hombres para engrosar las fuerzas que alistaba la República para combatir con el imperio del Brasil. Fue en mérito a tantos afanes y desvelos, que el presidente Rivadavia le otorgó con fecha 7 de agosto de 1826, el empleo de Brigadier de los Ejércitos de la Patria. El 11 de febrero de este mismo año el ministro de Guerra por orden de Rivadavia nombró a Arenales “General de todas las tropas existentes en Salta”.
“El general Arenales –dice uno de los biógrafos- estrechamente ligado al gobierno presidencial, y sobre todo a la persona de Rivadavia, era la principal columna con que el gabinete presidencial contaba para organizar un poderoso grupo de fuerzas, que apoyando a Lamadrid en Tucumán, pudiera servir para desalojar de la provincia de Santiago del Estero a Ibarra, a Bustos de la provincia de Córdoba, para establecer en ambas el partido enemigo de éstos caudillos, que por lo mismo empezaba a llamarse liberal, y sofocar por fin en La Rioja la naciente nombradía de Quiroga”. No alcanzó a realizar sus propósitos, pues en Salta se preparaba una asonada con el objeto de deponerlo, pretextando sus enemigos de que quería perpetuarse en el mando; el movimiento estalló encabezado por el Gral. Dr. José Ignacio Gorriti, el 28 de enero de 1827, y después de algunas incidencias, el movimiento se resolvió en el combate de Chicoana, el 7 de febrero, resultando exterminado, pues sólo se salvó un soldado. Arenales se vio obligado a refugiarse en Bolivia, cuyo presidente el general Sucre, lo trató con toda deferencia. Se dedicó a las faenas rurales para subvenir al mantenimiento de su numerosa familia. Arenales estuvo casado con Serafina de Hoyos, con la cual tuvieron muchos hijos.
Una inflamación de garganta terminó con su vida en Moraya (Bolivia) el 4 de diciembre de 1831.
Fuera de los cargos y comisiones que se han detallado, el general Arenales fue designado el 23 de julio de 1823 por el ministro Rivadavia, para determinar como Representante de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la línea de ocupación por parte del Perú, entre las autoridades españolas y las de los territorios limítrofes, especialmente el de estas provincias. Para cumplimentar tal misión, debió trasladarse a Salta, donde se situó.
Frías dice: “Arenales, solo ya, sigue peleando sin pensar en rendirse. Un feroz hachazo le tiene el cráneo abierto en uno de sus parietales. Su cara está tinta en sangre. Otro tajo horrible le abre desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla derecha, por bajo el pómulo, desde el arranque de la sien hasta cerca de la boca. En fin: trece heridas tiene despedazada su cara, su cabeza y su cuerpo –por lo que sus adversarios le llamarían con el apodo de “El Hachado”- y todas están manando sangre; pero él defiende la vida haciéndola pagar caro”.
“El bravo general sigue peleando solo, sin pensar en rendirse. Todos sus demás enemigos están heridos por su espada; más uno de ellos, que logra colocarse por detrás, le da un recio golpe con la culata del fusil; le hunde bajo de la nuca el hueso, derribándolo al suelo sin sentido, y boca abajo; con lo que lo dejaron por muerto, y continuaron la fuga”.
Repatriación de sus restos
El historiador Fermin V. Arenas Luque aportó datos valiosos en cuanto al destino que sufrieron los restos mortales de héroe de “La Florida”: “Cuando un terrible temblor sacudió al pueblo de Moraya, la iglesia parroquial se derrumbó. Las sepulturas se removieron y por esta macabra circunstancia algunas fueron objeto de actos profanatorios. Con el propósito de que pudiese ocurrir lo mismo con los restos de Arenales, el coronel Pizarro los sacó del lugar en que se hallaban y los depositó en el osario común, excepto la calavera, que quedó en poder de dicho militar”. Tiempo después, en 1874, la calavera del prócer fue remitida desde Moraya a Buenos Aires, para ser entregada a su hija María Josefa Alvarez de Arenales de Uriburu, permaneciendo en poder de sus descendientes hasta fines de la década de 1950.
A lo largo del Siglo XX, en la provincia de Salta, se promovieron múltiples iniciativas tendientes a tributarle los debidos homenajes y el justo reconocimiento por la sobresaliente actuación del general Arenales, una de ellas, de gran significación, fue la que impulsó al Primer Arzobispo de Salta, el insigne monseñor Roberto J. Tavella, quien interpretó cabalmente el deseo de los salteños para que sus restos descansen en la tierra en donde consolidó su hogar y en la cual ejercitó su mandato como gobernador. Monseñor Tavella decidió contactarse con los descendientes directos del prócer en Salta, sus sucesores Uriburu Arenales, que a la sazón la integran las familias: Castellanos Uriburu y Zorrilla Uriburu, al tiempo que remitió una carta a los otros miembros de la familia Uriburu Arenales, residentes en Buenos Aires, con el objeto de solicitarles la remisión de sus restos mortales, a fin de que los mismos descansen en el Panteón de las Glorias del Norte, en virtud de los nobles servicios prestados a la Patria.
En uno de los párrafos más salientes de la misiva de Monseñor Tavella al doctor Guillermo Uriburu Roca afirmaba: “… la presencia de esta reliquia, vendría a completar la constelación sanmartiniana de Arenales, Alvarado, y Güemes, los puntos básicos de la estrategia del Gran Capitán, que tendrán en el Panteón de las Glorias del Norte de nuestra Catedral, el reposo junto con la admiración de Salta, su tierra amada, y de todos los americanos”. En la Capital Federal, reunidos los sucesores del prócer en el domicilio de la señora Agustina Roca de Uriburu, estos procedieron a labrar una escritura pública por la entrega de tan inestimable tesoro familiar, ante el escribano Luis. M. Aldao Unzué, encontrándose presentes en esa ocasión los doctores Atilio y Pedro T. Cornejo, quienes posteriormente trasladaron la urna provisoria a Salta.
Una vez arribados a Salta, monseñor Tavella convino en atesorar dicha reliquia en la Capilla Privada del Arzobispado, hasta tanto se concluyesen con los trabajos de armado de la urna definitiva. Posteriormente en la sede del Comando de Ejército con asiento en Salta, y ante la presencia de autoridades civiles, militares eclesiásticas y miembros de la familia del prócer, uno de sus sucesores, don Federico Castellanos Uriburu procedió a introducir la calavera de su antepasado en la urna que actualmente se encuentra en el referido Panteón.
De este modo, aquél joven español, que se sumara con denuedo a la guerra por la libertad americana y que luego de sobrellevar una existencia fraguada de triunfos y contrastes, hoy es motivo de tributo y gratitud del pueblo salteño y de los miles de hombres y mujeres que visitan Salta. Todo lo entregó en aras de sus ideales independentistas, legando para la historia, su testimonio de nobleza humana y su gallardo temple militar.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Frías, Bernardo – Historia del general D. Martín Güemes y de la Provincia de Salta de 1810 a 1832.
Paz, José María – Memorias póstumas.
Portal Informativo de Salta
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar
lunes, 16 de febrero de 2015
Los Borbones en América
Borbones en América
Felipe V de Borbón y su familia
El absolutismo auspiciado por los Borbones, y la pretensión de hacer olvidar las ideas populistas enseñadas por los jesuitas, mediante la acción de funcionarios peninsulares designados para actuar en América, no tuvo suficiente fuerza como para borrar las tesis fundamentales de la neoescolástica. Sin embargo, tanto en España como en las provincias del Nuevo Continente, el cambio de dinastía significó la paulatina consolidación de medidas gubernamentales que constituían la negación de toda una tradición de varios siglos. En la península ibérica murieron “en manos del primer Borbón (nieto de Luis XIV), las libertades locales, el régimen foral, el municipio y los gremios, quedando anulados en su influencia política las clases sociales, especialmente la eclesiástica, por el atropello a la Iglesia en sus inmunidades y fueros, que cometió el naciente regalismo” (1).
En América, “en lo que a la vida administrativa se refiere, el absolutismo no innovó de entrada. La experiencia había demostrado la bondad del régimen creado por los Austrias, bondad confirmada por la circunstancia de que las provincias americanas se mantenían fieles a la corona sin necesidad de apelar a fuerzas de ocupación ni a medidas de carácter coercitivo. Es así como los cabildos continuaron con sus libertades hasta la aparición de la Ordenanza de Intendentes, acto de cercenamiento de esas libertades, que el Virreinato del Río de la Plata fue el primero en sufrir. Antes de él, la expulsión de la Compañía de Jesús constituyó una demostración de que algo había cambiado en la península y, por cierto, el comprobarlo, lejos de contribuir a la unidad del imperio, produjo en él una primera fisura, pues los americanos tenían muy fundadas razones para respetar la obra realizada por los jesuitas en la tarea de elevar el nivel de civilización y cultura en el Nuevo Mundo” (2).
Además, habiendo sucedido a la expulsión de la Compañía, las reales cédulas encaminadas a obtener el destierro de las doctrinas populistas y a la prohibición de estudiar en los claustros universitarios las teorías referentes al “regicidio” o “tiranicidio”, y las restantes medidas encaminadas a difundir los principios absolutistas de la dinastía borbónica, a manera de ultra compensación contribuyeron a prestigiar en América a la Compañía, favoreciendo así, por paradoja, el posterior movimiento emancipador. No es sorprendente, pues, que en 1784, Ambrosio Funes, en carta dirigida a uno de los sacerdotes expatriados por Carlos III, le dijera, con motivo de la insurrección de Tupac Amaru: “Ni en diez y ocho siglos acabaremos de soltar las raíces que ustedes plantaron en nuestro interior y exterior modo de pensar”. Ramiro de Maetzu, en su obra Defensa de la hispanidad, asegura que la expulsión de los jesuitas fue uno de los factores que más eficazmente contribuyó a indisponer los ánimos de los criollos contra las arbitrariedades de la metrópoli (3). “Aquel acto de embravecido despotismo, por el que fueron expatriados los jesuitas en 1767, pudo ser aplaudido en algunos centros o núcleos liberales de la península, pero fue universalmente repudiado en América. No puede dudarse de esta realidad, y la prueba más elocuente la hallamos en el hecho de que no bien se produjo la emancipación en las diversas regiones hispanoamericanas, una de las primeras iniciativas fue, doquier, la referente a la vuelta de los jesuitas. Media centuria no había bastado para borrar ni aun para debilitar el altísimo concepto que de ellos tenía la América hispana. Aún más: no pocos de los que pretendieron trabajar en pro de la emancipación, como el famoso Manquiano, se disfrazaron de jesuitas sin serlo para poder así conquistarse más fácilmente los ánimos de las gentes” (4). Por el prestigio que aun después de la expulsión conservaba la Compañía, “se creía que el arroparse de jesuita era una garantía de éxito ante las gentes americanas. Fue así la palabra jesuita como una alborada de la palabra democracia… y con ella se confundía doctrinalmente, ya que antes y después de 1767 fueron los religiosos de la Compañía de Jesús los más decididos y fervorosos paladines de las doctrinas populistas, plenamente antiabsolutistas” (5).
Sin lugar a dudas, las ideas despóticas pregonadas por los españoles durante la segunda mitad del siglo XVIII unidas a la arbitraria expulsión de 1767, contribuyeron a amenguar la influencia de la neoescolástica. Empero, a pesar de estos factores, las doctrinas políticas de los expulsos sobrevivieron a las medidas dictadas con el objeto de extirparlas (6). “Si bien es cierto que el despotismo monárquico persiguió la escueal jesuítica y logró la extinción de la Compañía, privando repentinamente a la cultura rioplatense de las cátedras en que se nutría, no pudo su ensañamiento desarraigar de las mentes las ideas suarecianas sobre el origen democrático de la autoridad que iluminan los primeros movimientos populares de nuestra independencia nacional. Esto último constituye el hecho más extraordinario en la historia de las ideas políticas argentinas, y revela la hondura y perseverancia con que maduraron en la conciencia de las sucesivas generaciones las enseñanzas difundidas, con autoridad y coherencia, desde las primeras cátedras universitarias del país” (7).
La influencia de los antecedentes doctrinales que se remontan a Vitoria, a Suárez y a todos los autores de la escuela política española, se prolonga –como lo veremos más adelante- superando las vallas opuestas por el absolutismo borbónico, durante los años en que, como consecuencia de la expansión napoleónica, los virreinatos y capitanías generales reasumieron el poder conferido a la momentáneamente acéfala Casa de Castilla. Los iberoamericanos se limitaron, en tal emergencia, a aplicar principios políticos seculares y preceptos contenidos en la misma legislación hispánica. “El argumento jurídico de la instalación de las Juntas en América estaba dado por el derecho político español, y los mismos supuestos sobre los que se erigieron las Juntas en España iban a servir para que se organizasen los nuevos gobiernos en este lado del Atlántico” (8). En la península ibérica obraban los españoles siguiendo lo dispuesto en las Leyes de Partidas. “En la ley tercera, título décimoquinto de la partida segunda, se indicaba que, para los casos en los cuales el rey estaba impedido para gobernar y no había designado regentes, debía constituirse una junta de gobierno cuyos vocales serían designados por los mayorales del reino, prelados, hombres ricos, demás hombres buenos y honrados de las villas, con el objeto de evitar el despotismo que pudiera originarse si se designaba para la regencia una persona solamente” (9).
No es extraño, pues, que en América los criollos procedieran de manera análoga. Por todo ello, sin minimizar las restantes influencias ideológicas que vamos a analizar, estimamos que la objetividad obliga a acordar prioridad en la génesis del pensamiento emancipador a las doctrinas de origen hispánico. Nos explicamos que tales precedentes hayan sido soslayados o ignorados por nuestros primeros historiadores en razón de que, en la época en que escribieron, subsistía –parcialmente al menos- la hispanofobia difundida en América con motivo de las guerras provocadas por nuestra emancipación. “La Revolución de Mayo –ha escrito Ricardo Levene- está enraizada en su propio pasado y se nutre en fuentes ideológicas hispanas e indianas. Se ha formado durante la emancipación española y bajo su influencia, aunque va contra ella, y solo periféricamente tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a España e Hispano-América que constituía un orbe propio. Sería absurdo filosóficamente, además de serlo históricamente, concebir la Revolución de Mayo como un acto de imitación simiesca, como un epifenómeno de la Revolución Francesa o de la Revolución Norteamericana. El solo hecho de su extensión y perduración en veinte Estados libres es prueba de las causas lejanas y vernáculas que movieron a los pueblos de América a abrazar con fe la emancipación, hecho trascendental que está en la serie universal de las revoluciones libertadoras” (10).
(1) Belisario Montero. Un filósofo colonial: el doctor Carlos Joseph Montero, Buenos Aires, 1915, ps. 117 y 119.
(2) Vicente D. Sierra. Historia de las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, 1950, página 121.
(3) Ver Archivo de la Provincia Argentina de la Compañía de Jesús: Carta de don Ambrosio Funes, 1784; y Defensa de la hispanidad, p- 106, citados por Guillermo Furlong S. J., en Los jesuitas y la escisión del Reino de Indias, ps. 106 y 107.
(4) Guillermo Furlong S. J., ob. Cit., p. 106.
(5) Ídem, p. 83.
(6) Ver Guillermo Furlong S. J., Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata, p. 219. Ver también la supervivencia de las doctrinas populistas en Raúl A. Orgaz, Cuestiones y notas de historia, Córdoba, 1922, ps. 28 a 30. Sobre las enseñanzas del padre franciscano Juan José Casal ver la citada obra Los jesuitas y la escisión del Reino de Indias, p- 60.
(7) Atilio Dell’Oro Maini, Presencia y sugestión del filósofo Francisco Suárez, Buenos Aires, 1959, p. 19.
(8) Edberto Oscar Acevedo, América y los sucesos europeos de 1810, en revista “Estudios”, nº 513, p. 173, mayo de 1960.
(9) Ídem, p. 173.
(10) Ricardo Levene, Historia filosófica de la Revolución de Mayo, La Plata, 1941, p. 11.
Turone, Gabriel O. – Portal www.revisionistas.com.ar
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Felipe V de Borbón y su familia
El absolutismo auspiciado por los Borbones, y la pretensión de hacer olvidar las ideas populistas enseñadas por los jesuitas, mediante la acción de funcionarios peninsulares designados para actuar en América, no tuvo suficiente fuerza como para borrar las tesis fundamentales de la neoescolástica. Sin embargo, tanto en España como en las provincias del Nuevo Continente, el cambio de dinastía significó la paulatina consolidación de medidas gubernamentales que constituían la negación de toda una tradición de varios siglos. En la península ibérica murieron “en manos del primer Borbón (nieto de Luis XIV), las libertades locales, el régimen foral, el municipio y los gremios, quedando anulados en su influencia política las clases sociales, especialmente la eclesiástica, por el atropello a la Iglesia en sus inmunidades y fueros, que cometió el naciente regalismo” (1).
En América, “en lo que a la vida administrativa se refiere, el absolutismo no innovó de entrada. La experiencia había demostrado la bondad del régimen creado por los Austrias, bondad confirmada por la circunstancia de que las provincias americanas se mantenían fieles a la corona sin necesidad de apelar a fuerzas de ocupación ni a medidas de carácter coercitivo. Es así como los cabildos continuaron con sus libertades hasta la aparición de la Ordenanza de Intendentes, acto de cercenamiento de esas libertades, que el Virreinato del Río de la Plata fue el primero en sufrir. Antes de él, la expulsión de la Compañía de Jesús constituyó una demostración de que algo había cambiado en la península y, por cierto, el comprobarlo, lejos de contribuir a la unidad del imperio, produjo en él una primera fisura, pues los americanos tenían muy fundadas razones para respetar la obra realizada por los jesuitas en la tarea de elevar el nivel de civilización y cultura en el Nuevo Mundo” (2).
Además, habiendo sucedido a la expulsión de la Compañía, las reales cédulas encaminadas a obtener el destierro de las doctrinas populistas y a la prohibición de estudiar en los claustros universitarios las teorías referentes al “regicidio” o “tiranicidio”, y las restantes medidas encaminadas a difundir los principios absolutistas de la dinastía borbónica, a manera de ultra compensación contribuyeron a prestigiar en América a la Compañía, favoreciendo así, por paradoja, el posterior movimiento emancipador. No es sorprendente, pues, que en 1784, Ambrosio Funes, en carta dirigida a uno de los sacerdotes expatriados por Carlos III, le dijera, con motivo de la insurrección de Tupac Amaru: “Ni en diez y ocho siglos acabaremos de soltar las raíces que ustedes plantaron en nuestro interior y exterior modo de pensar”. Ramiro de Maetzu, en su obra Defensa de la hispanidad, asegura que la expulsión de los jesuitas fue uno de los factores que más eficazmente contribuyó a indisponer los ánimos de los criollos contra las arbitrariedades de la metrópoli (3). “Aquel acto de embravecido despotismo, por el que fueron expatriados los jesuitas en 1767, pudo ser aplaudido en algunos centros o núcleos liberales de la península, pero fue universalmente repudiado en América. No puede dudarse de esta realidad, y la prueba más elocuente la hallamos en el hecho de que no bien se produjo la emancipación en las diversas regiones hispanoamericanas, una de las primeras iniciativas fue, doquier, la referente a la vuelta de los jesuitas. Media centuria no había bastado para borrar ni aun para debilitar el altísimo concepto que de ellos tenía la América hispana. Aún más: no pocos de los que pretendieron trabajar en pro de la emancipación, como el famoso Manquiano, se disfrazaron de jesuitas sin serlo para poder así conquistarse más fácilmente los ánimos de las gentes” (4). Por el prestigio que aun después de la expulsión conservaba la Compañía, “se creía que el arroparse de jesuita era una garantía de éxito ante las gentes americanas. Fue así la palabra jesuita como una alborada de la palabra democracia… y con ella se confundía doctrinalmente, ya que antes y después de 1767 fueron los religiosos de la Compañía de Jesús los más decididos y fervorosos paladines de las doctrinas populistas, plenamente antiabsolutistas” (5).
Sin lugar a dudas, las ideas despóticas pregonadas por los españoles durante la segunda mitad del siglo XVIII unidas a la arbitraria expulsión de 1767, contribuyeron a amenguar la influencia de la neoescolástica. Empero, a pesar de estos factores, las doctrinas políticas de los expulsos sobrevivieron a las medidas dictadas con el objeto de extirparlas (6). “Si bien es cierto que el despotismo monárquico persiguió la escueal jesuítica y logró la extinción de la Compañía, privando repentinamente a la cultura rioplatense de las cátedras en que se nutría, no pudo su ensañamiento desarraigar de las mentes las ideas suarecianas sobre el origen democrático de la autoridad que iluminan los primeros movimientos populares de nuestra independencia nacional. Esto último constituye el hecho más extraordinario en la historia de las ideas políticas argentinas, y revela la hondura y perseverancia con que maduraron en la conciencia de las sucesivas generaciones las enseñanzas difundidas, con autoridad y coherencia, desde las primeras cátedras universitarias del país” (7).
La influencia de los antecedentes doctrinales que se remontan a Vitoria, a Suárez y a todos los autores de la escuela política española, se prolonga –como lo veremos más adelante- superando las vallas opuestas por el absolutismo borbónico, durante los años en que, como consecuencia de la expansión napoleónica, los virreinatos y capitanías generales reasumieron el poder conferido a la momentáneamente acéfala Casa de Castilla. Los iberoamericanos se limitaron, en tal emergencia, a aplicar principios políticos seculares y preceptos contenidos en la misma legislación hispánica. “El argumento jurídico de la instalación de las Juntas en América estaba dado por el derecho político español, y los mismos supuestos sobre los que se erigieron las Juntas en España iban a servir para que se organizasen los nuevos gobiernos en este lado del Atlántico” (8). En la península ibérica obraban los españoles siguiendo lo dispuesto en las Leyes de Partidas. “En la ley tercera, título décimoquinto de la partida segunda, se indicaba que, para los casos en los cuales el rey estaba impedido para gobernar y no había designado regentes, debía constituirse una junta de gobierno cuyos vocales serían designados por los mayorales del reino, prelados, hombres ricos, demás hombres buenos y honrados de las villas, con el objeto de evitar el despotismo que pudiera originarse si se designaba para la regencia una persona solamente” (9).
No es extraño, pues, que en América los criollos procedieran de manera análoga. Por todo ello, sin minimizar las restantes influencias ideológicas que vamos a analizar, estimamos que la objetividad obliga a acordar prioridad en la génesis del pensamiento emancipador a las doctrinas de origen hispánico. Nos explicamos que tales precedentes hayan sido soslayados o ignorados por nuestros primeros historiadores en razón de que, en la época en que escribieron, subsistía –parcialmente al menos- la hispanofobia difundida en América con motivo de las guerras provocadas por nuestra emancipación. “La Revolución de Mayo –ha escrito Ricardo Levene- está enraizada en su propio pasado y se nutre en fuentes ideológicas hispanas e indianas. Se ha formado durante la emancipación española y bajo su influencia, aunque va contra ella, y solo periféricamente tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a España e Hispano-América que constituía un orbe propio. Sería absurdo filosóficamente, además de serlo históricamente, concebir la Revolución de Mayo como un acto de imitación simiesca, como un epifenómeno de la Revolución Francesa o de la Revolución Norteamericana. El solo hecho de su extensión y perduración en veinte Estados libres es prueba de las causas lejanas y vernáculas que movieron a los pueblos de América a abrazar con fe la emancipación, hecho trascendental que está en la serie universal de las revoluciones libertadoras” (10).
Referencias
(1) Belisario Montero. Un filósofo colonial: el doctor Carlos Joseph Montero, Buenos Aires, 1915, ps. 117 y 119.
(2) Vicente D. Sierra. Historia de las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, 1950, página 121.
(3) Ver Archivo de la Provincia Argentina de la Compañía de Jesús: Carta de don Ambrosio Funes, 1784; y Defensa de la hispanidad, p- 106, citados por Guillermo Furlong S. J., en Los jesuitas y la escisión del Reino de Indias, ps. 106 y 107.
(4) Guillermo Furlong S. J., ob. Cit., p. 106.
(5) Ídem, p. 83.
(6) Ver Guillermo Furlong S. J., Nacimiento y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata, p. 219. Ver también la supervivencia de las doctrinas populistas en Raúl A. Orgaz, Cuestiones y notas de historia, Córdoba, 1922, ps. 28 a 30. Sobre las enseñanzas del padre franciscano Juan José Casal ver la citada obra Los jesuitas y la escisión del Reino de Indias, p- 60.
(7) Atilio Dell’Oro Maini, Presencia y sugestión del filósofo Francisco Suárez, Buenos Aires, 1959, p. 19.
(8) Edberto Oscar Acevedo, América y los sucesos europeos de 1810, en revista “Estudios”, nº 513, p. 173, mayo de 1960.
(9) Ídem, p. 173.
(10) Ricardo Levene, Historia filosófica de la Revolución de Mayo, La Plata, 1941, p. 11.
Fuente
Rodríguez Varela, Alberto, Romero Carranza , Ambrosio y Ventura Flores Pirán, Eduardo – Ediciones Pannedille, “Historia Política de la Argentina”, Tomo 1, Buenos Aires (1970).Turone, Gabriel O. – Portal www.revisionistas.com.ar
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domingo, 15 de febrero de 2015
Operativo Independencia: Cuando Cuba invadió Argentina
El Operativo Independencia: a 40 años del bautismo de fuego
Por Nicolás Márquez - La Prensa Popular
En el fragor de la dramática guerra revolucionaria acaecida en la Argentina en los años 70´, un tema tan esencial como poco explorado (y en torno del cual giró la contienda), fue el intento por parte del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo)- la organización guerrillera mejor preparada y más aguerrida del continente- de llevar la guerra a la selva de Tucumán con el propósito de dominar la provincia, expandir su imperio a las provincias del norte, segregar una porción del territorio argentino e intentar conseguir el aval de la comunidad internacional para que fuera reconocido Estado Independiente, y desde allí, bajar a Buenos Aires y hacer un golpe de estado de filiación castro-comunista.
Miles de combatientes del ERP al mando del emblemático guerrillero Mario Roberto Santucho, se lanzaron al ataque contra la democracia en búsqueda de ese objetivo. Para tal fin, montaron numerosos campamentos guerrilleros en la selva de Tucumán secundados por un formidable aparato de retaguardia tanto en zonas urbanas de esa Provincia como en las provincias aledañas. Atacaron numerosos cuarteles, guarniciones militares y dependencias policiales en todo el país, con el propósito de conseguir armamentos y reforzar la Compañía de Monte en la Cuna de la Independencia. Crearon sofisticadas fábricas de armas, imprentas clandestinas y llevaron adelante un plan sistemático de secuestros a empresarios y militares (muchos de ellos seguidos de muerte) para canjearlos por dinero o negociarlos por guerrilleros detenidos por las fuerzas legales.
Por entonces, la fresca experiencia cubana, el ejemplo del Che Guevara y otros episodios ideológicamente afines, fueron el faro que marcó la senda de la guerrilla “santuchista”. Pero sin dudas, fue la guerra de Vietnam la que atravesó y marcó por completo al ERP y la virtual guerra de secesión que vivió la Argentina entre 1974 y 1977. El Che Guevara había ordenado a sus feligreses “crear dos, tres, cien Vietnam” y encender la pradera revolucionaria en el conosur. Santucho y sus miles de combatientes leían permanentemente a los doctrinarios vietnamitas, estudiaban sus estrategias, se entrenaban en función de ellas; a Buenos Aires la llamaban “Saigón”. Su objetivo era cumplir el papel del Vietcong (ejército irregular que peleó contra las tropas americanas en Vietnam) y para tal fin, escogieron la zona geográfica más parecida posible a la existente en Vietnam. Ahora la selva vietnamita sería reemplazada por la de Tucumán (que era más cerrada y espesa) y los cañaverales de azúcar ocuparían el lugar de los arrozales. Sendos ámbitos eran ideales para “pegar y esconderse” tal el dogma de la “guerra de guerrillas”. Asimismo, la gran densidad de población y la pobreza imperante en Tucumán, les permitiría ganarse el apoyo masivo de la gente.
El ERP no estaba sólo: peleó con tropas de refuerzo de guerrillas provenientes del MIR de Chile, del ELN de Bolivia, de Tupamaros del Uruguay y de otros países. El entrenamiento y adoctrinamiento fue proporcionado por el estado de Cuba y fue el único campo de batalla donde el ERP realizó tareas de guerra conjuntas con Montoneros.
En tanto, el gobierno nacional, en medio de una situación preanárquica en un país en grave riesgo de ser segregado, tras varios fracasos lanzó en febrero de 1975 el “Operativo Independencia”, ordenándole a las Fuerzas Armadas entrar en guerra y aniquilar a través de operaciones de combate el accionar de los elementos subversivos obrantes en Tucumán.
“Estábamos por el pueblo Los Sosa, hicimos un reconocimiento con un equipo de combate, cerca de Los Sosa, al sur del Río Pueblo Viejo, éramos unos 60 (el equipo de Combate del grupo de artillería de montaña, 5, más un grupo del regimiento de infantería del monte, 28) y los dos comandos (el Tte. Cáceres y yo) más el Capitán Jonest que era el Jefe del equipo de combate.
Yo era punta de infantería, encabezaba la columna y atrás venían soldados y suboficiales, unos diez hombres en mi grupo. El ERP sacó la propaganda de que “los oficiales mandábamos a los conscriptos como carne de cañón”, para desmentir eso, se adelantó la posición de marcha de los oficiales, incluso más delante de lo que marca la doctrina, porque un Teniente no encabeza una columna.
Cinco de la tarde, había llovido, estaba nublado, hacía calor, estaba húmedo, pegajoso. Fuimos por camino de marcha hasta las compuertas del Río Pueblo Viejo, por camino de senda. Había árboles altos, el río crecido, vegetación tupida, íbamos bordeando el río.
Nos detuvimos a descansar, teníamos que volver, y decidimos volver por otro camino porque si los guerrilleros nos veían pasar nos iban a esperar en la misma senda y nos iban a emboscar. Íbamos marchando, en un momento la senda se bifurca, y yo quedo encabezando mi columna y otra la encabeza Orellana.
Unos 40 minutos antes del enfrentamiento llegamos a una zona de monte que estaba muy oscuro, estaba bien cubierto y yo entré por un clarito, entré con temor, estaba silencioso, íbamos encolumnados…con algunos metros entre hombre y hombre. Íbamos sin hacer ruido, íbamos muy concentrados. Cuando de repente veo a un guerrillero, fue un shock de adrenalina, de repente verlo, y verlo como lo vi, la cara, el cuerpo entero, con el arma en la mano, creo que el sintió exactamente lo mismo porque en el rostro del tipo también la sorpresa se veía, estaba a 20 metros delante mío, en la misma senda que habrá sentido ruido y salió. Yo lo veía de cuerpo entero salvo debajo de la rodillas, porque lo tapaba la vegetación. Yo venía con el fusil con las dos manos, el fuego lo inicié yo, él salió corriendo para un costado y yo salí detrás de él, tirando arriba y abajo por los arbustos por donde el guerrillero se había metido, ¿pero qué pasó?, cuando yo me adelanto tirándole sobrepaso a un guerrillero que estaba en un costado, de seguridad en esa senda, y siento un disparo en la espalda y caigo. Y grito ¡Cáceres estoy herido!, yo estaba tirado en un clarito de monte, de 5×5 metros mas o menos, y Cáceres salta, se tiró cuerpo a tierra al lado mío, me dijo: ´quedate tranquilo que ya te saco´. Y yo me sorprendí porque vi que Cáceres había arriesgado demasiado. Nos abrieron fuego nuevamente, el Tte Cáceres emite un pequeño gemido y queda inmóvil al lado mío. La bala penetró por el hombro, se desvío en el omóplato y pegó en el corazón, muere en el acto. Cáceres queda muerto al lado mío, pegado. Mi fusil se había caído, estuve a punto de arrastrarme para tomarlo, pero al levantar la vista, había un guerrillero que me estaba observando a diez metros, entonces si yo estiraba la mano para tomar el fusil el guerrillero me iba a tirar, y en ese momento no me tiraba porque estaba preocupado por los ruidos que se sentían, de tiros y avance de soldados nuestros. Como no podía tomar el fusil, llevé la mano a la cintura en donde tenía una granada (mk3 creo que se llamaban, unas redonditas), y la saqué, saqué la chaveta, pero mantuve el seguro en la mano, miré al guerrillero que me estaba observando y vi que se estaba desplazando, solté el seguro pero no la tiré inmediatamente, me quedé con la granada un segundo más por las dudas el tipo me la devolviera (tarda unos tres segundos en explotar), y le tiré la granada y le cayó cerca del cuerpo y en ese momento cuando la granada cae él se detiene en el arrastre; en tanto le tira el Subteniente Arias con munición de guerra. Arias se lanza al asalto y al ver la granada que sale de mi mano retrocede para no ser alcanzado por la explosión, el guerrillero muere, nunca supe si murió por la granada o por disparos de Arias, pero cuando Arias se lanza al asalto el guerrillero le dispara con una escopeta y le pega en el cuello, fue alcanzado por dos perdigones, le sangraba una barbaridad, y de todos modos Arias logra disparar al guerrillero.
Hasta el día de hoy me resulta difícil poder describir todo lo que sentí en esos minutos. Cuando lo veo al guerrillero es un shock, y ahí uno se enardecía y empezaba a tirar. Después caer, de nuevo la sorpresa, después la angustia de sentirse herido. El temor a que te rematen, una especie de vergüenza de que los guerrilleros nos estuvieran ganando, entonces también un poco de temor a que me vieran cuando saqué la granada, de nuevo el enardecimiento cuando tiro la granada, luego la angustia. A mi me salió sangre por la boca, ahí pensé que estaba bien perforado por dentro, me penetraron diez perdigones de 9 mm creo que de Itaca. Uno pegó en la columna, en la sexta, séptima dorsal, dos penetraron en el pulmón, de ahí la sangre por la boca, y el resto quedó en la zona sin mayor penetración. El que me pegó en la columna me dejó parapléjico a nivel dorsal. Otro rompió una costilla, caí, y al caer no sentí ni las piernas ni la cintura, nada. Con el tiempo, adquirí una sensibilidad profunda (siento las vísceras, mis piernas, pero por dentro). Mi pulmón se salvó, estuve varios días con una manguera que extraía sangre del pulmón.
NM: ¿Y qué pensaba en ese momento? ¿En su familia?.
RR: Hubo un momento en que quedé solo. Entre el ataque a los guerrilleros y el momento en que vino alguien y me llevó al punto de reunión de heridos, yo quedé en el monte por espacio de un minuto completamente solo con Cáceres muerto al lado. Y ahí miré para arriba y vi que el claro de monte se cerraba, como una cúpula pero dejando un huequito donde se veía el cielo. Y me acuerdo que ahí dije: ¨Dios mío no quiero morir, porque soy muy joven y no he hecho nada ¨, ahí se me vino a la cabeza que yo en la vida no había hecho nada. Un recuerdo imborrable, clarito, clarito.
Después cuando me llevan al lugar de reunión de heridos, aparecen los helicópteros y nos tiran un cohete a nosotros. En lugar de tirar del otro lado del río nos tiran a nosotros, porque cuando ellos entran deben haber visto guerrilleros de los dos lados. El que venía con nosotros, el Capitán Grandinetti, que hoy es General, dijo: informen donde están y quienes son porque tiro de nuevo, y tiró. Y ahí justo la radio del Capitán Jonest entró en comunicación con Grandinetti y les dijo que estaban del otro lado del río.
Nosotros llevamos al hospital militar de Tucumán a dos muertos de ellos y un tercero que lo abatieron mientras cruzaba el río y como estaba crecido el río se lo llevó…No tendría que haber bajado ningún helicóptero, porque ellos estaban del otro lado del río y si bien se replegaron…el monte no permitía desplegar tropas, y Grandinetti bajó, con gran riesgo. Yo le debo la vida a Grandinetti, porque si él se hubiera puesto en una actitud puramente racional, no habría bajado, porque no tenía la seguridad de que no hubiera guerrilleros. Era la decisión incorrecta, pero bajó igual y yo llegué al Hospital con cierto tiempo para que me hicieran una transfusión de sangre y después me operaran. ¿Con dos perforaciones de pulmón cuánto iba a durar? Me dolía mucho, estaba dolorido.
En el ínterin en la otra senda, Orellana es herido por un disparo de FAL en su espalda; quedó inutilizado de un brazo y cae, un guerrillero se levanta de su posición para hacerle un tiro a Orellana, se le traba el arma y retrocede a su posición, y con el brazo que le quedó sano Orellana apuntó, tiró y cuando se levantó el guerrillero lo abatió.
Esto fue el 14 de Febrero del 75, el día de los enamorados. Nosotros estábamos enamorados del país, de la Patria, de la Nación, del Ejército. Todas esas cosas que hoy suenan a pavadas, para nosotros eran reales. Creíamos en eso. Creíamos que el E.R.P debía ser aniquilado, no porque nos dieran una orden, o porque le tuviéramos bronca, sino porque la Patria no podía vivir con el E.R.P… yo entré al monte con un objetivo de combate que era aniquilar al enemigo. Yo me considero un veterano de guerra…
NM: ¿Usted perdona al ERP, por lo que le hicieron?
Richter: El que me tiró a mí, me tenía que tirar por una cuestión de supervivencia, si no le tiraba yo. Sería casi un absurdo tener que perdonar o no perdonar, son las reglas del juego. Lo que detesto son a aquellos del ERP que vienen a levantar la bandera de los derechos humanos, cuando jamás fue su política.
Con un hombre del ERP que estuvo en Tucumán yo puedo hablar sin problema, no tendría ningún inconveniente. Pero porque puedo hablar con cualquier persona que tenga honestidad, no podría sentarme en una mesa con el asesino de la hija del Capitán Viola. Pero con los que combatieron conmigo en Pueblo Viejo sí, no tengo ningún problema. No vi ninguna crueldad, ni nada. Yo puedo hablar con el Jefe del ERP hoy, pero no puedo hablar con el Gral. Martin Balza por ejemplo. El en su famosa autocrítica condena implícitamente a los que combatieron como Cáceres, como Jonest, como yo, como muchos que murieron en combate heroicamente. Se está enlodando a los que combatieron y a los que murieron heroicamente. Le importa un bledo a Balza los que murieron en combate, esa es la verdad, le importó un bledo el nombre y el honor de un héroe. Un militar no puede mentir, es el código sanmartiniano…Balza mintió.
NM: ¿A cambio de qué mintió Balza?
Richter: Habrá que preguntarle a él. Este gobierno lo puso de embajador en Colombia, habrá especulado con sacar ventajas políticas. Pero no lo sé, no tengo pruebas.
NM: ¿Usted pudo hablar con él?
Richter: No, no podría hablar con él, porque siento un rechazo hacia su persona de tal magnitud que no puedo…”
El bautismo de fuego del Operativo Independencia no empezó nada bien para el Ejército. Además de las bajas y heridos, desde febrero de 1975 Richter vive en una silla de ruedas. Actualmente dicta clases en la Universidad Católica Argentina en la cátedra de “Historia de las Ideas Políticas”.
Fragmento extraído del libro “El Vietnám Argentino, la guerrilla marxista en Tucumán”, de Nicolás Márquez
Por Nicolás Márquez - La Prensa Popular
En el fragor de la dramática guerra revolucionaria acaecida en la Argentina en los años 70´, un tema tan esencial como poco explorado (y en torno del cual giró la contienda), fue el intento por parte del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo)- la organización guerrillera mejor preparada y más aguerrida del continente- de llevar la guerra a la selva de Tucumán con el propósito de dominar la provincia, expandir su imperio a las provincias del norte, segregar una porción del territorio argentino e intentar conseguir el aval de la comunidad internacional para que fuera reconocido Estado Independiente, y desde allí, bajar a Buenos Aires y hacer un golpe de estado de filiación castro-comunista.
Miles de combatientes del ERP al mando del emblemático guerrillero Mario Roberto Santucho, se lanzaron al ataque contra la democracia en búsqueda de ese objetivo. Para tal fin, montaron numerosos campamentos guerrilleros en la selva de Tucumán secundados por un formidable aparato de retaguardia tanto en zonas urbanas de esa Provincia como en las provincias aledañas. Atacaron numerosos cuarteles, guarniciones militares y dependencias policiales en todo el país, con el propósito de conseguir armamentos y reforzar la Compañía de Monte en la Cuna de la Independencia. Crearon sofisticadas fábricas de armas, imprentas clandestinas y llevaron adelante un plan sistemático de secuestros a empresarios y militares (muchos de ellos seguidos de muerte) para canjearlos por dinero o negociarlos por guerrilleros detenidos por las fuerzas legales.
Por entonces, la fresca experiencia cubana, el ejemplo del Che Guevara y otros episodios ideológicamente afines, fueron el faro que marcó la senda de la guerrilla “santuchista”. Pero sin dudas, fue la guerra de Vietnam la que atravesó y marcó por completo al ERP y la virtual guerra de secesión que vivió la Argentina entre 1974 y 1977. El Che Guevara había ordenado a sus feligreses “crear dos, tres, cien Vietnam” y encender la pradera revolucionaria en el conosur. Santucho y sus miles de combatientes leían permanentemente a los doctrinarios vietnamitas, estudiaban sus estrategias, se entrenaban en función de ellas; a Buenos Aires la llamaban “Saigón”. Su objetivo era cumplir el papel del Vietcong (ejército irregular que peleó contra las tropas americanas en Vietnam) y para tal fin, escogieron la zona geográfica más parecida posible a la existente en Vietnam. Ahora la selva vietnamita sería reemplazada por la de Tucumán (que era más cerrada y espesa) y los cañaverales de azúcar ocuparían el lugar de los arrozales. Sendos ámbitos eran ideales para “pegar y esconderse” tal el dogma de la “guerra de guerrillas”. Asimismo, la gran densidad de población y la pobreza imperante en Tucumán, les permitiría ganarse el apoyo masivo de la gente.
El ERP no estaba sólo: peleó con tropas de refuerzo de guerrillas provenientes del MIR de Chile, del ELN de Bolivia, de Tupamaros del Uruguay y de otros países. El entrenamiento y adoctrinamiento fue proporcionado por el estado de Cuba y fue el único campo de batalla donde el ERP realizó tareas de guerra conjuntas con Montoneros.
En tanto, el gobierno nacional, en medio de una situación preanárquica en un país en grave riesgo de ser segregado, tras varios fracasos lanzó en febrero de 1975 el “Operativo Independencia”, ordenándole a las Fuerzas Armadas entrar en guerra y aniquilar a través de operaciones de combate el accionar de los elementos subversivos obrantes en Tucumán.
Testigo del bautismo
Fue así como mientras el 14 de febrero de 1975 Montoneros asesinaba al Diputado Nacional por Santa Fe Hipólito Acuña, en Tucumán se llevaba a cabo el bautismo de fuego del Operativo Independencia, en un dramático enfrentamiento denominado “El Combate de Pueblo Viejo”. El Tte. Rodolfo Richter, uno de los principales protagonistas, de manera estremecedora nos lo relata de manera exclusiva:“Estábamos por el pueblo Los Sosa, hicimos un reconocimiento con un equipo de combate, cerca de Los Sosa, al sur del Río Pueblo Viejo, éramos unos 60 (el equipo de Combate del grupo de artillería de montaña, 5, más un grupo del regimiento de infantería del monte, 28) y los dos comandos (el Tte. Cáceres y yo) más el Capitán Jonest que era el Jefe del equipo de combate.
Yo era punta de infantería, encabezaba la columna y atrás venían soldados y suboficiales, unos diez hombres en mi grupo. El ERP sacó la propaganda de que “los oficiales mandábamos a los conscriptos como carne de cañón”, para desmentir eso, se adelantó la posición de marcha de los oficiales, incluso más delante de lo que marca la doctrina, porque un Teniente no encabeza una columna.
Cinco de la tarde, había llovido, estaba nublado, hacía calor, estaba húmedo, pegajoso. Fuimos por camino de marcha hasta las compuertas del Río Pueblo Viejo, por camino de senda. Había árboles altos, el río crecido, vegetación tupida, íbamos bordeando el río.
Nos detuvimos a descansar, teníamos que volver, y decidimos volver por otro camino porque si los guerrilleros nos veían pasar nos iban a esperar en la misma senda y nos iban a emboscar. Íbamos marchando, en un momento la senda se bifurca, y yo quedo encabezando mi columna y otra la encabeza Orellana.
Unos 40 minutos antes del enfrentamiento llegamos a una zona de monte que estaba muy oscuro, estaba bien cubierto y yo entré por un clarito, entré con temor, estaba silencioso, íbamos encolumnados…con algunos metros entre hombre y hombre. Íbamos sin hacer ruido, íbamos muy concentrados. Cuando de repente veo a un guerrillero, fue un shock de adrenalina, de repente verlo, y verlo como lo vi, la cara, el cuerpo entero, con el arma en la mano, creo que el sintió exactamente lo mismo porque en el rostro del tipo también la sorpresa se veía, estaba a 20 metros delante mío, en la misma senda que habrá sentido ruido y salió. Yo lo veía de cuerpo entero salvo debajo de la rodillas, porque lo tapaba la vegetación. Yo venía con el fusil con las dos manos, el fuego lo inicié yo, él salió corriendo para un costado y yo salí detrás de él, tirando arriba y abajo por los arbustos por donde el guerrillero se había metido, ¿pero qué pasó?, cuando yo me adelanto tirándole sobrepaso a un guerrillero que estaba en un costado, de seguridad en esa senda, y siento un disparo en la espalda y caigo. Y grito ¡Cáceres estoy herido!, yo estaba tirado en un clarito de monte, de 5×5 metros mas o menos, y Cáceres salta, se tiró cuerpo a tierra al lado mío, me dijo: ´quedate tranquilo que ya te saco´. Y yo me sorprendí porque vi que Cáceres había arriesgado demasiado. Nos abrieron fuego nuevamente, el Tte Cáceres emite un pequeño gemido y queda inmóvil al lado mío. La bala penetró por el hombro, se desvío en el omóplato y pegó en el corazón, muere en el acto. Cáceres queda muerto al lado mío, pegado. Mi fusil se había caído, estuve a punto de arrastrarme para tomarlo, pero al levantar la vista, había un guerrillero que me estaba observando a diez metros, entonces si yo estiraba la mano para tomar el fusil el guerrillero me iba a tirar, y en ese momento no me tiraba porque estaba preocupado por los ruidos que se sentían, de tiros y avance de soldados nuestros. Como no podía tomar el fusil, llevé la mano a la cintura en donde tenía una granada (mk3 creo que se llamaban, unas redonditas), y la saqué, saqué la chaveta, pero mantuve el seguro en la mano, miré al guerrillero que me estaba observando y vi que se estaba desplazando, solté el seguro pero no la tiré inmediatamente, me quedé con la granada un segundo más por las dudas el tipo me la devolviera (tarda unos tres segundos en explotar), y le tiré la granada y le cayó cerca del cuerpo y en ese momento cuando la granada cae él se detiene en el arrastre; en tanto le tira el Subteniente Arias con munición de guerra. Arias se lanza al asalto y al ver la granada que sale de mi mano retrocede para no ser alcanzado por la explosión, el guerrillero muere, nunca supe si murió por la granada o por disparos de Arias, pero cuando Arias se lanza al asalto el guerrillero le dispara con una escopeta y le pega en el cuello, fue alcanzado por dos perdigones, le sangraba una barbaridad, y de todos modos Arias logra disparar al guerrillero.
Hasta el día de hoy me resulta difícil poder describir todo lo que sentí en esos minutos. Cuando lo veo al guerrillero es un shock, y ahí uno se enardecía y empezaba a tirar. Después caer, de nuevo la sorpresa, después la angustia de sentirse herido. El temor a que te rematen, una especie de vergüenza de que los guerrilleros nos estuvieran ganando, entonces también un poco de temor a que me vieran cuando saqué la granada, de nuevo el enardecimiento cuando tiro la granada, luego la angustia. A mi me salió sangre por la boca, ahí pensé que estaba bien perforado por dentro, me penetraron diez perdigones de 9 mm creo que de Itaca. Uno pegó en la columna, en la sexta, séptima dorsal, dos penetraron en el pulmón, de ahí la sangre por la boca, y el resto quedó en la zona sin mayor penetración. El que me pegó en la columna me dejó parapléjico a nivel dorsal. Otro rompió una costilla, caí, y al caer no sentí ni las piernas ni la cintura, nada. Con el tiempo, adquirí una sensibilidad profunda (siento las vísceras, mis piernas, pero por dentro). Mi pulmón se salvó, estuve varios días con una manguera que extraía sangre del pulmón.
NM: ¿Y qué pensaba en ese momento? ¿En su familia?.
RR: Hubo un momento en que quedé solo. Entre el ataque a los guerrilleros y el momento en que vino alguien y me llevó al punto de reunión de heridos, yo quedé en el monte por espacio de un minuto completamente solo con Cáceres muerto al lado. Y ahí miré para arriba y vi que el claro de monte se cerraba, como una cúpula pero dejando un huequito donde se veía el cielo. Y me acuerdo que ahí dije: ¨Dios mío no quiero morir, porque soy muy joven y no he hecho nada ¨, ahí se me vino a la cabeza que yo en la vida no había hecho nada. Un recuerdo imborrable, clarito, clarito.
Después cuando me llevan al lugar de reunión de heridos, aparecen los helicópteros y nos tiran un cohete a nosotros. En lugar de tirar del otro lado del río nos tiran a nosotros, porque cuando ellos entran deben haber visto guerrilleros de los dos lados. El que venía con nosotros, el Capitán Grandinetti, que hoy es General, dijo: informen donde están y quienes son porque tiro de nuevo, y tiró. Y ahí justo la radio del Capitán Jonest entró en comunicación con Grandinetti y les dijo que estaban del otro lado del río.
Nosotros llevamos al hospital militar de Tucumán a dos muertos de ellos y un tercero que lo abatieron mientras cruzaba el río y como estaba crecido el río se lo llevó…No tendría que haber bajado ningún helicóptero, porque ellos estaban del otro lado del río y si bien se replegaron…el monte no permitía desplegar tropas, y Grandinetti bajó, con gran riesgo. Yo le debo la vida a Grandinetti, porque si él se hubiera puesto en una actitud puramente racional, no habría bajado, porque no tenía la seguridad de que no hubiera guerrilleros. Era la decisión incorrecta, pero bajó igual y yo llegué al Hospital con cierto tiempo para que me hicieran una transfusión de sangre y después me operaran. ¿Con dos perforaciones de pulmón cuánto iba a durar? Me dolía mucho, estaba dolorido.
En el ínterin en la otra senda, Orellana es herido por un disparo de FAL en su espalda; quedó inutilizado de un brazo y cae, un guerrillero se levanta de su posición para hacerle un tiro a Orellana, se le traba el arma y retrocede a su posición, y con el brazo que le quedó sano Orellana apuntó, tiró y cuando se levantó el guerrillero lo abatió.
Esto fue el 14 de Febrero del 75, el día de los enamorados. Nosotros estábamos enamorados del país, de la Patria, de la Nación, del Ejército. Todas esas cosas que hoy suenan a pavadas, para nosotros eran reales. Creíamos en eso. Creíamos que el E.R.P debía ser aniquilado, no porque nos dieran una orden, o porque le tuviéramos bronca, sino porque la Patria no podía vivir con el E.R.P… yo entré al monte con un objetivo de combate que era aniquilar al enemigo. Yo me considero un veterano de guerra…
NM: ¿Usted perdona al ERP, por lo que le hicieron?
Richter: El que me tiró a mí, me tenía que tirar por una cuestión de supervivencia, si no le tiraba yo. Sería casi un absurdo tener que perdonar o no perdonar, son las reglas del juego. Lo que detesto son a aquellos del ERP que vienen a levantar la bandera de los derechos humanos, cuando jamás fue su política.
Con un hombre del ERP que estuvo en Tucumán yo puedo hablar sin problema, no tendría ningún inconveniente. Pero porque puedo hablar con cualquier persona que tenga honestidad, no podría sentarme en una mesa con el asesino de la hija del Capitán Viola. Pero con los que combatieron conmigo en Pueblo Viejo sí, no tengo ningún problema. No vi ninguna crueldad, ni nada. Yo puedo hablar con el Jefe del ERP hoy, pero no puedo hablar con el Gral. Martin Balza por ejemplo. El en su famosa autocrítica condena implícitamente a los que combatieron como Cáceres, como Jonest, como yo, como muchos que murieron en combate heroicamente. Se está enlodando a los que combatieron y a los que murieron heroicamente. Le importa un bledo a Balza los que murieron en combate, esa es la verdad, le importó un bledo el nombre y el honor de un héroe. Un militar no puede mentir, es el código sanmartiniano…Balza mintió.
NM: ¿A cambio de qué mintió Balza?
Richter: Habrá que preguntarle a él. Este gobierno lo puso de embajador en Colombia, habrá especulado con sacar ventajas políticas. Pero no lo sé, no tengo pruebas.
NM: ¿Usted pudo hablar con él?
Richter: No, no podría hablar con él, porque siento un rechazo hacia su persona de tal magnitud que no puedo…”
El bautismo de fuego del Operativo Independencia no empezó nada bien para el Ejército. Además de las bajas y heridos, desde febrero de 1975 Richter vive en una silla de ruedas. Actualmente dicta clases en la Universidad Católica Argentina en la cátedra de “Historia de las Ideas Políticas”.
Fragmento extraído del libro “El Vietnám Argentino, la guerrilla marxista en Tucumán”, de Nicolás Márquez
sábado, 14 de febrero de 2015
SGM: El bombardeo de Dresde
Dresde 1945 - La guerra total en medio de la guerra
Dresde pensaba que era seguro, protegido por su belleza arquitectónica. Pero hace setenta años, la ciudad pagó un precio enorme por la guerra de Hitler, sufriendo ataques de bombardeo de una ferocidad sin precedentes en Alemania.
Deutsche Welle
Frauenkirche de Dresde
Dresde 2004: El consejo de la ciudad creó una comisión interdisciplinaria para investigar la pregunta: ¿Cuántas personas perdieron la vida en los bombardeos del 13, 14 y 15 de febrero 1945?
Durante décadas, ha habido especulación salvaje. 70.000 es una suposición, pero 35.000 parece una estimación más probable - pero sólo una estimación de todos modos. La comisión Dresde llegó a una conclusión definitiva, calculando que 25.000 personas fueron realmente muertos por los bombardeos. Produjo evidencias que respalden este número en su informe final, publicado en 2010.
Veintitrés minutos mortales
Es mucho más fácil para documentar exactamente lo que ocurrió sobre Dresde hace 70 años. El 13 de febrero de 1945, 245 cuatrimotores bombarderos Lancaster de la No. 5 Grupo de la Fuerza Aérea Real (RAF) despegaron de Inglaterra. Su objetivo: Dresden en el río Elba, una ciudad que en ese momento tenía una población de 630.000, con un estimado de 100 mil refugiados. En gran medida, Dresde era estratégicamente y económicamente poco importante para el curso posterior de la guerra en Europa, que ya se había decidido en 1944.Residentes Dresde vadear a través de los escombros después de la primera noche de bombardeos
En 20:39, las sirenas de la ciudad comenzaron a llorar. En el espacio de sólo 23 minutos, unas 3.000 bombas de alto poder explosivo y 400.000 bombas incendiarias llovieron sobre la "Florencia del Elba", como Dresde era conocido por su hermosa arquitectura y la riqueza de tesoros artísticos. El centro de la ciudad se vaporiza. El resplandor de los fuegos era tan intenso que los pilotos británicos se dirigieron a Dresde reportaron ser capaz de ver la ciudad a quemar desde 320 kilómetros (200 millas) de distancia y desde una altitud de 22.000 pies (6.700 metros). Las temperaturas alcanzadas eran tan altos que vidrio fundido en sótanos. Algunos 15 kilómetros cuadrados (5,8 millas cuadradas) de la ciudad fueron arrasadas en dos ataques británicos y una redada posterior por los bombarderos estadounidenses.
Cientos de pilotos británicos y estadounidenses participaron en la aniquilación de Dresde, pero una persona estuvo a cargo: Arthur Harris, Mariscal de la Real Fuerza Aérea británica. Él era la mano derecha de Churchill para los ataques de área de bombardeo sobre la Alemania nazi, un método militar de desmoralizar al enemigo.
'Bomber Harris en la prensa británica,' Carnicero de Harris a algunos contemporáneos de la RAF
"No hay pasatiempos. Nunca lee un libro. No le gustaba la música. Vivía para su trabajo ": Eso es un breve resumen del carácter de esta figura militar de alto rango, que sigue siendo controvertida hasta este día. Harris era una especie de "anti-inglés." Él carecía totalmente la cortesía británica proverbial, siendo gruesa ya veces incluso insultante. A grandes apodado "Bombardero Harris", algunos dentro de la Royal Air Force en el momento lo llamó simplemente "Carnicero Harris."
Harris ya descubrió su pasión por la guerra aérea entre las dos guerras mundiales. Él era un comandante de ala en Pakistán e Irak, a menudo volar a sí mismo. Le gustaba el uso de bombas incendiarias contra los kurdos y árabes, cuyas chozas con techo de paja fácilmente estallar en llamas, y se mostró entusiasmado con la eficacia de la guerra llevada a cabo desde el aire.
Al igual que muchos oficiales de la fuerza aérea, tanto en Gran Bretaña y en otros lugares, Harris creía en la superioridad militar de los bombarderos. Ya en 1943, se comprometió a bombardear Alemania a rendirse sólo desde el aire, sin utilizar ningún tropas de tierra. Un año más tarde, en 1944, Harris hizo balance: 45 de los 60 más importantes ciudades alemanas habían sido destruidos, incluyendo Colonia y Hamburgo. Hizo un llamamiento para que el resto que se terminó así. Eso incluía a Dresde.
Guerra en las ciudades
La estatua de Frauenkirche de Dresde y Martín Lutero, en ruinas en 1945 y restaurado en 1994
Algunos historiadores ven el bombardeo de Dresde como parte de un aumento de la cooperación militar entre las potencias occidentales y la Unión Soviética en la última fase de la guerra. La ofensiva aliada contra Alemania en el frente occidental había empantanado desde finales de 1944, mientras que el Ejército Rojo avanzaba por el este con velocidad creciente.
En enero, poco antes de la Conferencia de Yalta, Churchill lo tanto comenzó a investigar si las "Berlín y sin duda otras grandes ciudades de Alemania Oriental no deben ahora ser considerados objetivos especialmente atractivos." El propósito de todo esto era para impresionar a Moscú. Para Stalin desconfiaba, después de haber pedido a las potencias occidentales para abrir un segundo frente desde hace años.
Otra teoría dice así: Porque el centro de Alemania había sido prometida a los soviéticos como una zona ocupada, incluso antes de la Conferencia de Yalta, los británicos y estadounidenses desató una furia destructiva ciega en Dresde y otras ciudades del este de Alemania.
Lo que sucedió: Harris tenía echado el ojo a Dresde. Y hubo advertencias mucho antes de que los informes de radio el 13 de febrero aliados e incluso periódicos describieron el posible escenario que cada ciudad alemana podría convertirse en una ciudad frente a medida que la guerra continuó. Además, Dresde era un cruce de carreteras y líneas de tren que ejecutan este a oeste y de norte a sur.
Memorial Sir Arthur Harris en el Strand en Londres fue inaugurado por la difunta madre de la reina Isabel II
Los aliados también vio Dresde como un lugar probable de refugio a Hitler y los nazis si los centros de transporte de Berlín y Leipzig fueron eliminados como las rutas de suministro. Así que la ciudad era alto en la lista de posibles objetivos de los aliados.
Y Churchill, obviamente, no era más que un espectador pasivo en relación con los métodos de bombardeo sin piedad de su estratega aéreo Harris. Poco antes de su muerte, Harris escribió que el ataque a Dresde "fue en el momento considerado una necesidad militar por las personas más importantes que yo."
La obra y su autor - todavía una controversia
El Ejército Rojo bajo el mariscal Shukov estaba a sólo 80 kilómetros (50 millas) al este de Dresde cuando bombarderos británicos y estadounidenses dieron los soviéticos este signo de la cooperación contra la Alemania de Hitler en febrero de 1945. "El ejército soviético nunca habría sido capaz de tal barbarie ", dijo Shukov después.Y hasta la fecha, el bombardeo de Dresde es un tema emotivo en Inglaterra también. Cuando se erigió 2,7 metros de altura (.. 8 ft 10 in) estatua de bronce de "Bombardero Harris" en el centro de Londres, en 1992, la reina madre lo elogió como un "líder inspirador" - mientras que cientos de manifestantes corearon: "asesino de masas, asesino de masas ".
viernes, 13 de febrero de 2015
Encuentran una valiosa Magna Carta británica
Carta Magna de 10 millones de libras encontrada en los archivos del consejo
Experto dice descubrimiento de 1300 edición del histórico documento aumenta las esperanzas de que hay más de las 24 copias conocidas en la actualidad acerca de la existencia
The Guardian
Detalle de la Salisbury Carta Magna. Fotografía: POOL / REUTERS
Una edición de la Carta Magna, que podría valer hasta 10 millones de libras ha sido encontrado después de que permaneció en el olvido en los archivos de un consejo.
El descubrimiento de la versión del pergamino histórico que estableció el principio del Estado de Derecho, en los archivos del departamento de historia de Kent Diputación, ha sido descrito como un importante hallazgo histórico por un experto.
El documento fue encontrado en los archivos mantiene en Maidstone, sino que pertenece a la ciudad de Sandwich.
Hablando desde París, el profesor Nicholas Vicente, de la Universidad de East Anglia, que autentica el documento, dijo: "Es un descubrimiento fantástico que viene en la semana en que las otras cuatro versiones conocidas se reunieron en las casas del Parlamento.
"Es una fantástica noticia para Sandwich que lo coloca en una pequeña categoría de ciudades e instituciones que poseen un tema 1300".
Vicente dijo que el hecho Sandwich tenía su propia Carta Magna ofrece apoyo a la teoría de que fue emitido más ampliamente lo que se pensaba que al menos 50 ciudades y puertos de la catedral.
Y añadió el descubrimiento le da esperanza de que más copias también subir.
Sólo hay 24 ediciones de la Carta Magna en existencia conocida en todo el mundo.
Vicente dijo: "Debe haber sido mucho más ampliamente distribuida que se pensaba porque si Sandwich tenía uno ... lo más probable es que se fue a un montón de otros pueblos.
"Y es muy probable que haya uno o dos por ahí en algún lugar que nadie ha visto todavía."
Vincent, que se especializa en historia medieval, dijo que el valor de la edición Sandwich podría ser de hasta 10 millones de libras, pero se arrancó con alrededor de un tercio que falta.
Él dijo: "Este sería un valor superior como lo ha hecho, al igual que la localidad de Sandwich, sufrido en el tiempo de las invasiones francesas y similares."
El descubrimiento fue hecho por archivero Dr. Mark Bateson a finales de diciembre, justo antes de las celebraciones del año 800 Aniversario de la concesión del rey Juan.
El Sandwich Carta Magna se encontró cuando Vicente preguntó Bateson para buscar una copia de la Carta original de la ciudad de la Selva.
Se encuentra junto a la carta en un álbum de recortes de estilo victoriano y su alto valor viene del hecho de que también comprende la Carta Forestal. Sólo hay un otro como par en el mundo, propiedad de Oriel College, Oxford.
Se entiende que Sandwich no tiene intención de vender su Carta Magna sino que es la esperanza de beneficiarse de su potencial como atractivo turístico.
Paul Graeme, el alcalde del Ayuntamiento de Sandwich, dijo: "En nombre del Ayuntamiento de Sandwich, me gustaría decir que estamos absolutamente encantados de descubrir que un original Carta Magna y la Carta original de la Selva, hasta ahora desconocido, están en nuestra posesión .
"Para poseer uno de estos documentos, por no hablar de los dos, es un inmenso privilegio por su importancia internacional".
Las cuatro ediciones conocidas 1.215 son de la catedral de Salisbury, catedral de Lincoln y dos celebrada en la Biblioteca Británica.
Ellos se reunieron para una exposición de un día en el Parlamento para una multitud de 2015 elegido por una votación pública.
Hablando de la exposición, el Señor Presidente, baronesa D'Souza, dijo: "Carta Magna establece el principio del estado de derecho y la igualdad ante la ley; durante 800 años hemos sido influenciados por su contenido y sigue siendo uno de los documentos políticos más importantes del mundo, con países como Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Canadá rastrear influencias constitucionales de nuevo a la Carta Magna ".
El pergamino, que fue publicado por Eduardo I en 1300, es la versión final de la Carta Magna y tres de sus cláusulas permanecen en los libros de estatutos hoy.
Estos incluyen la defensa de la iglesia, la protección de la ciudad de Londres y el derecho a juicio por jurado.
La primera Carta Magna fue redactada por el arzobispo de Canterbury y acordado por el rey Juan el 15 de junio 1215 hasta hacer la paz con un grupo de barones rebeldes. Fue reeditado y reafirmó en muchas ocasiones en los años siguientes.
Experto dice descubrimiento de 1300 edición del histórico documento aumenta las esperanzas de que hay más de las 24 copias conocidas en la actualidad acerca de la existencia
The Guardian
Detalle de la Salisbury Carta Magna. Fotografía: POOL / REUTERS
Una edición de la Carta Magna, que podría valer hasta 10 millones de libras ha sido encontrado después de que permaneció en el olvido en los archivos de un consejo.
El descubrimiento de la versión del pergamino histórico que estableció el principio del Estado de Derecho, en los archivos del departamento de historia de Kent Diputación, ha sido descrito como un importante hallazgo histórico por un experto.
El documento fue encontrado en los archivos mantiene en Maidstone, sino que pertenece a la ciudad de Sandwich.
Hablando desde París, el profesor Nicholas Vicente, de la Universidad de East Anglia, que autentica el documento, dijo: "Es un descubrimiento fantástico que viene en la semana en que las otras cuatro versiones conocidas se reunieron en las casas del Parlamento.
"Es una fantástica noticia para Sandwich que lo coloca en una pequeña categoría de ciudades e instituciones que poseen un tema 1300".
Vicente dijo que el hecho Sandwich tenía su propia Carta Magna ofrece apoyo a la teoría de que fue emitido más ampliamente lo que se pensaba que al menos 50 ciudades y puertos de la catedral.
Y añadió el descubrimiento le da esperanza de que más copias también subir.
Sólo hay 24 ediciones de la Carta Magna en existencia conocida en todo el mundo.
Vicente dijo: "Debe haber sido mucho más ampliamente distribuida que se pensaba porque si Sandwich tenía uno ... lo más probable es que se fue a un montón de otros pueblos.
"Y es muy probable que haya uno o dos por ahí en algún lugar que nadie ha visto todavía."
Vincent, que se especializa en historia medieval, dijo que el valor de la edición Sandwich podría ser de hasta 10 millones de libras, pero se arrancó con alrededor de un tercio que falta.
Él dijo: "Este sería un valor superior como lo ha hecho, al igual que la localidad de Sandwich, sufrido en el tiempo de las invasiones francesas y similares."
El descubrimiento fue hecho por archivero Dr. Mark Bateson a finales de diciembre, justo antes de las celebraciones del año 800 Aniversario de la concesión del rey Juan.
El Sandwich Carta Magna se encontró cuando Vicente preguntó Bateson para buscar una copia de la Carta original de la ciudad de la Selva.
Se encuentra junto a la carta en un álbum de recortes de estilo victoriano y su alto valor viene del hecho de que también comprende la Carta Forestal. Sólo hay un otro como par en el mundo, propiedad de Oriel College, Oxford.
Se entiende que Sandwich no tiene intención de vender su Carta Magna sino que es la esperanza de beneficiarse de su potencial como atractivo turístico.
Paul Graeme, el alcalde del Ayuntamiento de Sandwich, dijo: "En nombre del Ayuntamiento de Sandwich, me gustaría decir que estamos absolutamente encantados de descubrir que un original Carta Magna y la Carta original de la Selva, hasta ahora desconocido, están en nuestra posesión .
"Para poseer uno de estos documentos, por no hablar de los dos, es un inmenso privilegio por su importancia internacional".
Las cuatro ediciones conocidas 1.215 son de la catedral de Salisbury, catedral de Lincoln y dos celebrada en la Biblioteca Británica.
Ellos se reunieron para una exposición de un día en el Parlamento para una multitud de 2015 elegido por una votación pública.
Hablando de la exposición, el Señor Presidente, baronesa D'Souza, dijo: "Carta Magna establece el principio del estado de derecho y la igualdad ante la ley; durante 800 años hemos sido influenciados por su contenido y sigue siendo uno de los documentos políticos más importantes del mundo, con países como Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y Canadá rastrear influencias constitucionales de nuevo a la Carta Magna ".
El pergamino, que fue publicado por Eduardo I en 1300, es la versión final de la Carta Magna y tres de sus cláusulas permanecen en los libros de estatutos hoy.
Estos incluyen la defensa de la iglesia, la protección de la ciudad de Londres y el derecho a juicio por jurado.
La primera Carta Magna fue redactada por el arzobispo de Canterbury y acordado por el rey Juan el 15 de junio 1215 hasta hacer la paz con un grupo de barones rebeldes. Fue reeditado y reafirmó en muchas ocasiones en los años siguientes.
jueves, 12 de febrero de 2015
Heroísmo: 21 Sijs contra 10.000 afganos
Las Termópilas de Pakistán: 21 Sijs contra 10.000 afganos
Javier Sanz - Historias de la Historia
Todos conocemos la gesta de las Termópilas donde Leónidas y sus 300 espartanos -además de los 700 tespios y 400 tebanos olvidados- hicieron frente al innumerable ejército de Jerjes -innumerable porque las cifras van desde 100.000 a un millón- pero hubo otra gesta similar que tuvo lugar en el hoy territorio de Pakistán donde 21 sijs hicieron frente a 10.000 pastunes.
De los inicios meramente comerciales de la Compañía Británica de las Indias Orientales, se pasó al control civil y militar de los territorios en los que se establece: India, Birmania, Singapur, Pakistán… Incluso llegó a tener un poderoso ejército formado por 40.000 británicos y 200.000 cipayos (soldados locales hindúes y musulmanes), con potestad para declarar la guerra. Por si fuera poco este expolio económico, se aplicó la ”Doctrina del Lapso“, mediante la cual aquellos territorios cuyo regente fallecía sin un heredero masculino pasaban al control de la Compañía Británica. Pero tras la Rebelión de los Cipayos (1857-1858) todo se desmoronó: todas las posesiones de la Compañía Británica de las Indias Orientales pasaron a manos de la Corona Británica.
Sijs del British Indian Army
Para sofocar esta rebelión, los británicos tiraron del manual de “represión brutal” y, además, tuvieron la suerte de contar con el apoyo de los sijs que aunque en los años cuarenta se habían enfrentado a los británicos en las llamadas guerras Anglo-Sikh, todavía estaban más resentidos por el desprecio de hindúes y musulmanes. Aquella muestra de lealtad sirvió para que el Regimiento Sij ganase prestigio y reconocimiento dentro del British Indian Army y, además, se le reconociesen ciertos privilegios respecto del resto de soldados nativos. Los regimientos sijs fueron utilizados para tareas de seguridad interna y en la protección de las fronteras frente a los pastunes (hoy la frontera entre Pakistán y Afganistán). En agosto de 1897, cinco compañías del 36º Regimiento de Sijs, al mando del Teniente Coronel John Haughton, fueron enviadas para detener las incursiones de los pastunes estableciéndose en las fortificaciones de Fort Lockhart y Fort Gulistan. Aunque situadas a pocos kilómetros de distancia, las dificultades orográficas de la zona impedían la visibilidad de una a otra. Así que, a mitad de camino, se estableció Saragarhi, una torre con una pequeña muralla de piedra y alguna edificación que serviría como centro de comunicaciones entre ambas mediante un heliógrafo (sistema de señales mediante el reflejo de rayos del sol en espejos). La guarnición de Saragarhi estaba compuesta por 21 sijs al mando del sargento Ishar.
Heliógrafo
El 3 y 9 de septiembre de 1897, miles de miembros de las tribus pastunes orakzai y afridi intentaron asaltar Fort Gulistan pero británicos y sijs consiguieron aguantar sin mayor problema. Los pastunes seguían en al zona y un contingente de 10.000 se dirigió a Saragarhi para cortar la comunicación entre ambas fortificaciones y que no pudiesen recibir refuerzos. El 12 de septiembre, y ante la inminente amenaza, Havildar Ishar reunió a todos los hombres para informarles de su situación: 10.000 enemigos se dirigían hacia ellos y John Haughton les había comunicado que no podrían enviar refuerzos. Sabiendo que iban a morir, nadie protestó o intentó huir. A pesar de la brutal diferencia numérica -500 a 1- rechazaron los ataques uno tras otro. Durante todo este tiempo, Gurmukh, el encargado del heliógrafo, estuvo en contacto con Fort Lockhart y Fort Gulistan comunicando cada detalle. Después de siete horas resistiendo, los pastunes lograron derribar una parte de la muralla… la escasez de municiones hizo el resto. Cuando sólo quedaba con vida Gurmukh, emitió este comunicado:
Este es mi último mensaje. Voy a coger mi fusil…
Según fuentes pastunes, se cuenta que al grito de “Bole Así Nihal… Sat Sri Akal” (el grito de guerra sij que se podría traducir, más o menos, por “lo cumpliré… Dios es la verdad última“), Gurmukh mató a más de 20 enemigos antes de caer. Aquellas 7 horas que consiguieron aguantar y el hecho de haber mantenido abiertas las comunicaciones, permitieron a Fort Gulistan recibir los refuerzos de Fort Lockhart y repeler completamente el ataque. Cuando los británicos consiguieron llegar a Saragarhi encontraron los cadáveres de los 21 sijs… y de más de 500 pastunes.
Ruinas de Saragarhi el 14 de septiembre
Los 21 sijs fueron galardonados con la Indian Order of Merit, el más alto galardón otorgado a un soldado del British Indian Army por su valor y sacrificio. En aquel lugar se erigió un monumento al valor de los sijs en el que hay una placa con el nombre de todos los héroes. Además, según la UNESCO, la batalla en Saragarhi es una de las ocho historias de mayor valentía colectiva de la humanidad. El 12 de septiembre es un día de orgullo para los sijs.
Javier Sanz - Historias de la Historia
Todos conocemos la gesta de las Termópilas donde Leónidas y sus 300 espartanos -además de los 700 tespios y 400 tebanos olvidados- hicieron frente al innumerable ejército de Jerjes -innumerable porque las cifras van desde 100.000 a un millón- pero hubo otra gesta similar que tuvo lugar en el hoy territorio de Pakistán donde 21 sijs hicieron frente a 10.000 pastunes.
De los inicios meramente comerciales de la Compañía Británica de las Indias Orientales, se pasó al control civil y militar de los territorios en los que se establece: India, Birmania, Singapur, Pakistán… Incluso llegó a tener un poderoso ejército formado por 40.000 británicos y 200.000 cipayos (soldados locales hindúes y musulmanes), con potestad para declarar la guerra. Por si fuera poco este expolio económico, se aplicó la ”Doctrina del Lapso“, mediante la cual aquellos territorios cuyo regente fallecía sin un heredero masculino pasaban al control de la Compañía Británica. Pero tras la Rebelión de los Cipayos (1857-1858) todo se desmoronó: todas las posesiones de la Compañía Británica de las Indias Orientales pasaron a manos de la Corona Británica.
Sijs del British Indian Army
Para sofocar esta rebelión, los británicos tiraron del manual de “represión brutal” y, además, tuvieron la suerte de contar con el apoyo de los sijs que aunque en los años cuarenta se habían enfrentado a los británicos en las llamadas guerras Anglo-Sikh, todavía estaban más resentidos por el desprecio de hindúes y musulmanes. Aquella muestra de lealtad sirvió para que el Regimiento Sij ganase prestigio y reconocimiento dentro del British Indian Army y, además, se le reconociesen ciertos privilegios respecto del resto de soldados nativos. Los regimientos sijs fueron utilizados para tareas de seguridad interna y en la protección de las fronteras frente a los pastunes (hoy la frontera entre Pakistán y Afganistán). En agosto de 1897, cinco compañías del 36º Regimiento de Sijs, al mando del Teniente Coronel John Haughton, fueron enviadas para detener las incursiones de los pastunes estableciéndose en las fortificaciones de Fort Lockhart y Fort Gulistan. Aunque situadas a pocos kilómetros de distancia, las dificultades orográficas de la zona impedían la visibilidad de una a otra. Así que, a mitad de camino, se estableció Saragarhi, una torre con una pequeña muralla de piedra y alguna edificación que serviría como centro de comunicaciones entre ambas mediante un heliógrafo (sistema de señales mediante el reflejo de rayos del sol en espejos). La guarnición de Saragarhi estaba compuesta por 21 sijs al mando del sargento Ishar.
Heliógrafo
El 3 y 9 de septiembre de 1897, miles de miembros de las tribus pastunes orakzai y afridi intentaron asaltar Fort Gulistan pero británicos y sijs consiguieron aguantar sin mayor problema. Los pastunes seguían en al zona y un contingente de 10.000 se dirigió a Saragarhi para cortar la comunicación entre ambas fortificaciones y que no pudiesen recibir refuerzos. El 12 de septiembre, y ante la inminente amenaza, Havildar Ishar reunió a todos los hombres para informarles de su situación: 10.000 enemigos se dirigían hacia ellos y John Haughton les había comunicado que no podrían enviar refuerzos. Sabiendo que iban a morir, nadie protestó o intentó huir. A pesar de la brutal diferencia numérica -500 a 1- rechazaron los ataques uno tras otro. Durante todo este tiempo, Gurmukh, el encargado del heliógrafo, estuvo en contacto con Fort Lockhart y Fort Gulistan comunicando cada detalle. Después de siete horas resistiendo, los pastunes lograron derribar una parte de la muralla… la escasez de municiones hizo el resto. Cuando sólo quedaba con vida Gurmukh, emitió este comunicado:
Este es mi último mensaje. Voy a coger mi fusil…
Según fuentes pastunes, se cuenta que al grito de “Bole Así Nihal… Sat Sri Akal” (el grito de guerra sij que se podría traducir, más o menos, por “lo cumpliré… Dios es la verdad última“), Gurmukh mató a más de 20 enemigos antes de caer. Aquellas 7 horas que consiguieron aguantar y el hecho de haber mantenido abiertas las comunicaciones, permitieron a Fort Gulistan recibir los refuerzos de Fort Lockhart y repeler completamente el ataque. Cuando los británicos consiguieron llegar a Saragarhi encontraron los cadáveres de los 21 sijs… y de más de 500 pastunes.
Ruinas de Saragarhi el 14 de septiembre
Los 21 sijs fueron galardonados con la Indian Order of Merit, el más alto galardón otorgado a un soldado del British Indian Army por su valor y sacrificio. En aquel lugar se erigió un monumento al valor de los sijs en el que hay una placa con el nombre de todos los héroes. Además, según la UNESCO, la batalla en Saragarhi es una de las ocho historias de mayor valentía colectiva de la humanidad. El 12 de septiembre es un día de orgullo para los sijs.
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