Plano geográfico de la Isla Oriental de Malvinas realizado por Luis Vernet, primera autoridad política de la Confederación Argentina en las Islas, sobre el reconocimiento que practicó durante los años 1826, 1827 y 1828.
sábado, 16 de mayo de 2015
Malvinas: El plano de la isla Soledad
El plano de Malvinas
Plano geográfico de la Isla Oriental de Malvinas realizado por Luis Vernet, primera autoridad política de la Confederación Argentina en las Islas, sobre el reconocimiento que practicó durante los años 1826, 1827 y 1828.
Plano geográfico de la Isla Oriental de Malvinas realizado por Luis Vernet, primera autoridad política de la Confederación Argentina en las Islas, sobre el reconocimiento que practicó durante los años 1826, 1827 y 1828.
viernes, 15 de mayo de 2015
GCE: Un crimen rural atroz
Seis niños y una embarazada a 50 metros bajo tierra
La familia Sagardía pide sacar siete cuerpos arrojados a una sima navarra
Carmen Morán - El País
Boca de la Sima de Legarrea cerca de Gaztelu donde supuestamente fueron arrojados varios componentes de la familia Sagardia en 1936. / LUIS AZANZA (EL PAÍS)
Gloria Pedroarena abre la puerta de su habitación en la residencia de ancianos e invita a la periodista a sentarse en su sillón, al lado de la cama. Tiene un porte regio, pero acusa el cansancio de la edad. El pelo corto, blanco, bien peinado, y unas gafas de sol de patillas anchas. Es ella la que ocupara el sillón para contar lo que recuerda de todo aquello. “Quién me iba a decir a mí que estaría hablando hoy de esa historia”.
Pío Baroja lo llamó el país del Bidasoa para definir las montañas navarras que estos días de primavera desafían al sol con un verde fluorescente. Se llama, de verdad, valle de Malerreka y en uno de sus 13 pueblos ocurrió una de las tragedias más espeluznantes de aquellos días salvajes que sucedieron al inicio de la Guerra Civil. Juana Josefa Goñi Sagardía era una mujer de extraordinaria belleza, casada con Pedro Antonio Sagardía Agesta, con el que tuvo siete hijos. Seis desaparecieron con ella, embarazada de nuevo. El mayor salvó la vida porque estaba en el monte con el padre, de carbonero.
En Navarra, el nacimiento no determina la herencia. Deciden los padres, y los de Juana Josefa dispusieron que fuera para ella. “La gastaron pronto, puede que fuera una derrochona, pero era una buena madre”, relata por teléfono su sobrina Nati desde San Sebastián. Tiene 83 años y los achaques propios. Apenas tenía cuatro años cuando aquella oscura sima se tragó a toda una familia, pero recuerda a sus primos merendando en su casa pan con chocolate. “Cuando llegaron las vacas flacas los chicos no tenían qué comer y que si uno robaba una berza, que si otro unas patatas, que si una gallina. Esa fue la excusa para que los caciques del pueblo los expulsaran de allí”, relata Nati. Estos días, la familia pide que, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, se sondee la sima y se saquen los restos para enterrarlos con dignidad, fuera de un agujero inaccesible de 50 metros de profundidad que se ha convertido en un basurero. Allí abajo hay frigoríficos, maderas, piedras. Y otro cadáver, más reciente, que apareció en diciembre pasado, como luego se verá.
José Mari Esparza y la editorial Txalaparta presentan este martes, La sima. ¿Qué fue de la familia Sagardía?, un libro que rescata aquella espantosa historia, el juicio que le siguió y los silencios y leyendas que cubrieron esos valles. “No viviré lo suficiente para agradecerle que haya escrito esto, esta desgracia ha estado siempre presente en mi casa. Mi madre [la hermana de la malograda Juana Josefa] sufrió muchísimo, nos contó la historia a todos, también a sus nietos, todos la saben”, sigue Nati, una de las sobrinas octogenarias. “Quién iba a pensar que hicieran aquella barbaridad”.
MÁS INFORMACIÓN
Navarra se compromete por ley a pagar la apertura de fosas del franquismo
La memoria aguarda en las fosas
“El mapa de las fosas es nuestra tarea pendiente”
Juana Josefa salió del pueblo a mediados de agosto, expulsada por los vecinos y, embarazada de siete meses; cogió a los seis chicos y se instaló en una caseta derruida en el monte que cubrió con unos matojos. A 450 metros de la sima. Desde allí mandó aviso a su marido, en el monte, pero cuando Pedro Antonio bajó al pueblo en su ayuda lo paró la Guardia Civil. “Lo llevaron a la misma prisión, en Doneztebe, donde retuvieron a Pío Baroja, precisamente”, señala Jose Mari Esparza, el autor del libro, que ha buscado los detalles en el sumario del caso. Estuvo preso ocho días y salió con el mandato de alejarse de allí. El dinero que mandó desde el monte con un conocido le llegó de vuelta. Juana Josefa ya había desaparecido y con ella toda la familia.
“Lo sabe todo el mundo. Esa noche del 30 de agosto se oyeron cuatro disparos de escopeta. Quizá los más pequeños lloraban y los mataron… Pero a los otros los echaron vivos a la sima. Todo el mundo sabe que al día siguiente fueron a ver si aún se oían gemidos o llantos allí”, asegura Nati. Pero no hay pruebas de nada. Solo secretos a voces sostenidos en el tiempo. “Después tiraron piedras y troncos. Unos dos días antes, los niños habían merendando con nosotros en casa y una de ellas, Martina, quería quedarse y no volver a la chabola, pero no podíamos tenerla, mi padre estaba entonces en la cárcel. Cuando pasó todo, mi madre no dejaba de repetir: la podía haber salvado, la podía haber salvado”.
Los primeros días de la guerra fueron salvajes en el mundo rural. Los más pérfidos aprovecharon para dirimir lindes, consumar venganzas, callar bocas incómodas, apropiarse de terrenos. Las escopetas iban por libre, adelantando la barbarie bélica que llegaría después y sabiendo que los tiros no encontrarían más eco que el que devolviera el monte. En pleno toque de queda, con las guardias vecinales que se formaban, la gente no abría siquiera las ventanas. Pero en los pueblos todo acababa sabiéndose. “Es imposible que nadie viera en una noche de agosto el fuego que arrasó la chabola en la que vivía la familia, que no se oyeran los disparos”, dice Esparza. Las incógnitas no son ajenas a este relato, a pesar de su peculiaridad: en contra de lo común, hubo una investigación abierta 10 años y ha quedado documentación. En eso tuvo que ver un pariente poderoso, de influencia en el alzamiento militar, “el famoso y cruel coronel Antonio Sagardía, tío del carbonero Pedro, que amenazó con quemar el pueblo si no se aclaraba lo sucedido”. Pero las declaraciones de unos y otros aportaron poca luz. Es tierra de contrabando y bocas selladas. En aquellos años, mandado por el juez, un albañil bajó a la sima, pero a la subida solo relató el hallazgo de piedras, leña y lanas de oveja. Caso cerrado.
El pasado diciembre, unos espeleólogos descendieron de nuevo. El forense Francisco Etxevarría también estuvo allí. Pero lo que apareció nada tenía que ver con lo que se buscaba. El cadáver que emergió pertenecía a un joven de 24 años, desaparecido en la zona en 2008. El secreto de sumario ha paralizado las pesquisas antiguas. Los vecinos han contestado decenas de preguntas sobre este asunto y de paso, entre los verdes prados y las piedras centenarias ha rodado de nuevo la historia de “la sima de la familia”.
Arriba, entre Gaztelu y Donamaría, en la ermita de Santa Leocadia se despacha a gusto Mariluz. “Yo era muy chica, pero mi madre la veía ir y venir a Juana Josefa y siempre decía que era guapísima. Estuvieron siete u ocho hombres en el ajo, ellos fueron los que los mataron. Qué valor. Alguno de ellos murió entre alucinaciones: ‘están ahí, míralos, los veo, en la puerta’; eso dicen”. Y fija la mirada en la montaña mientras cae el sol de la tarde y el verde cobra tonalidades evocadoras. “¿Y sabes qué te digo? Que después de todo aquello siguieron robando gallinas”. Y la quesera Ascen rememora en su caserío el disgusto de su padre porque no evitaron la tragedia. “Siempre lo decía: ‘debíamos haber ayudado a aquella gente”.
En el geriátrico de Pamplona, la mujer de gesto grave, se remueve en el sillón. Ella se casó con el único de los hijos de Juana Josefa que se salvó: José Martín, fallecido en 2007. En la estantería está la foto de la boda. “Él nunca hablaba de esto, pero sabía dónde estaban, en la sima, porque a veces le visitaba gente del pueblo y entonces comentaban… Pero era doloroso. Él siempre llevó algo dentro, pero no lo decía…”. José Martín se metió a requeté, como su padre, que murió joven. Cuando acabó la guerra fue a visitar a sus primos y a la tía, la que le daba pan y chocolate a sus hermanos. La tía Petra le recibió con una bofetada. Le reprochaba que se hubiera ido a la guerra sin saber qué había sido de su familia. Pero luego estuvieron charlando. Esa fue la última vez que lo vieron. Ahora la prima Nati espera saludar a su viuda, Gloria Pedroarena, a quien no conocen. Todos se verán en la presentación del libro de Esparza, en Pamplona, el martes. “Quiero que saquen los huesos de allí, que se les dé un final digno”, reclama Nati. Y la viuda de José Martín, el único hijo que sobrevivió dice con voz serena: “Yo no sé si podemos pedir algo, hasta ahora no me lo había ni planteado y él ya no vive, así que… Yo no sé si esas personas que hicieron eso habrán podido dormir. Quién me iba a decir a mí que hoy estaría hablando de esta historia”.
La familia Sagardía pide sacar siete cuerpos arrojados a una sima navarra
Carmen Morán - El País
Boca de la Sima de Legarrea cerca de Gaztelu donde supuestamente fueron arrojados varios componentes de la familia Sagardia en 1936. / LUIS AZANZA (EL PAÍS)
Gloria Pedroarena abre la puerta de su habitación en la residencia de ancianos e invita a la periodista a sentarse en su sillón, al lado de la cama. Tiene un porte regio, pero acusa el cansancio de la edad. El pelo corto, blanco, bien peinado, y unas gafas de sol de patillas anchas. Es ella la que ocupara el sillón para contar lo que recuerda de todo aquello. “Quién me iba a decir a mí que estaría hablando hoy de esa historia”.
Pío Baroja lo llamó el país del Bidasoa para definir las montañas navarras que estos días de primavera desafían al sol con un verde fluorescente. Se llama, de verdad, valle de Malerreka y en uno de sus 13 pueblos ocurrió una de las tragedias más espeluznantes de aquellos días salvajes que sucedieron al inicio de la Guerra Civil. Juana Josefa Goñi Sagardía era una mujer de extraordinaria belleza, casada con Pedro Antonio Sagardía Agesta, con el que tuvo siete hijos. Seis desaparecieron con ella, embarazada de nuevo. El mayor salvó la vida porque estaba en el monte con el padre, de carbonero.
En Navarra, el nacimiento no determina la herencia. Deciden los padres, y los de Juana Josefa dispusieron que fuera para ella. “La gastaron pronto, puede que fuera una derrochona, pero era una buena madre”, relata por teléfono su sobrina Nati desde San Sebastián. Tiene 83 años y los achaques propios. Apenas tenía cuatro años cuando aquella oscura sima se tragó a toda una familia, pero recuerda a sus primos merendando en su casa pan con chocolate. “Cuando llegaron las vacas flacas los chicos no tenían qué comer y que si uno robaba una berza, que si otro unas patatas, que si una gallina. Esa fue la excusa para que los caciques del pueblo los expulsaran de allí”, relata Nati. Estos días, la familia pide que, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, se sondee la sima y se saquen los restos para enterrarlos con dignidad, fuera de un agujero inaccesible de 50 metros de profundidad que se ha convertido en un basurero. Allí abajo hay frigoríficos, maderas, piedras. Y otro cadáver, más reciente, que apareció en diciembre pasado, como luego se verá.
José Mari Esparza y la editorial Txalaparta presentan este martes, La sima. ¿Qué fue de la familia Sagardía?, un libro que rescata aquella espantosa historia, el juicio que le siguió y los silencios y leyendas que cubrieron esos valles. “No viviré lo suficiente para agradecerle que haya escrito esto, esta desgracia ha estado siempre presente en mi casa. Mi madre [la hermana de la malograda Juana Josefa] sufrió muchísimo, nos contó la historia a todos, también a sus nietos, todos la saben”, sigue Nati, una de las sobrinas octogenarias. “Quién iba a pensar que hicieran aquella barbaridad”.
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“El mapa de las fosas es nuestra tarea pendiente”
Juana Josefa salió del pueblo a mediados de agosto, expulsada por los vecinos y, embarazada de siete meses; cogió a los seis chicos y se instaló en una caseta derruida en el monte que cubrió con unos matojos. A 450 metros de la sima. Desde allí mandó aviso a su marido, en el monte, pero cuando Pedro Antonio bajó al pueblo en su ayuda lo paró la Guardia Civil. “Lo llevaron a la misma prisión, en Doneztebe, donde retuvieron a Pío Baroja, precisamente”, señala Jose Mari Esparza, el autor del libro, que ha buscado los detalles en el sumario del caso. Estuvo preso ocho días y salió con el mandato de alejarse de allí. El dinero que mandó desde el monte con un conocido le llegó de vuelta. Juana Josefa ya había desaparecido y con ella toda la familia.
“Lo sabe todo el mundo. Esa noche del 30 de agosto se oyeron cuatro disparos de escopeta. Quizá los más pequeños lloraban y los mataron… Pero a los otros los echaron vivos a la sima. Todo el mundo sabe que al día siguiente fueron a ver si aún se oían gemidos o llantos allí”, asegura Nati. Pero no hay pruebas de nada. Solo secretos a voces sostenidos en el tiempo. “Después tiraron piedras y troncos. Unos dos días antes, los niños habían merendando con nosotros en casa y una de ellas, Martina, quería quedarse y no volver a la chabola, pero no podíamos tenerla, mi padre estaba entonces en la cárcel. Cuando pasó todo, mi madre no dejaba de repetir: la podía haber salvado, la podía haber salvado”.
Los primeros días de la guerra fueron salvajes en el mundo rural. Los más pérfidos aprovecharon para dirimir lindes, consumar venganzas, callar bocas incómodas, apropiarse de terrenos. Las escopetas iban por libre, adelantando la barbarie bélica que llegaría después y sabiendo que los tiros no encontrarían más eco que el que devolviera el monte. En pleno toque de queda, con las guardias vecinales que se formaban, la gente no abría siquiera las ventanas. Pero en los pueblos todo acababa sabiéndose. “Es imposible que nadie viera en una noche de agosto el fuego que arrasó la chabola en la que vivía la familia, que no se oyeran los disparos”, dice Esparza. Las incógnitas no son ajenas a este relato, a pesar de su peculiaridad: en contra de lo común, hubo una investigación abierta 10 años y ha quedado documentación. En eso tuvo que ver un pariente poderoso, de influencia en el alzamiento militar, “el famoso y cruel coronel Antonio Sagardía, tío del carbonero Pedro, que amenazó con quemar el pueblo si no se aclaraba lo sucedido”. Pero las declaraciones de unos y otros aportaron poca luz. Es tierra de contrabando y bocas selladas. En aquellos años, mandado por el juez, un albañil bajó a la sima, pero a la subida solo relató el hallazgo de piedras, leña y lanas de oveja. Caso cerrado.
El pasado diciembre, unos espeleólogos descendieron de nuevo. El forense Francisco Etxevarría también estuvo allí. Pero lo que apareció nada tenía que ver con lo que se buscaba. El cadáver que emergió pertenecía a un joven de 24 años, desaparecido en la zona en 2008. El secreto de sumario ha paralizado las pesquisas antiguas. Los vecinos han contestado decenas de preguntas sobre este asunto y de paso, entre los verdes prados y las piedras centenarias ha rodado de nuevo la historia de “la sima de la familia”.
Arriba, entre Gaztelu y Donamaría, en la ermita de Santa Leocadia se despacha a gusto Mariluz. “Yo era muy chica, pero mi madre la veía ir y venir a Juana Josefa y siempre decía que era guapísima. Estuvieron siete u ocho hombres en el ajo, ellos fueron los que los mataron. Qué valor. Alguno de ellos murió entre alucinaciones: ‘están ahí, míralos, los veo, en la puerta’; eso dicen”. Y fija la mirada en la montaña mientras cae el sol de la tarde y el verde cobra tonalidades evocadoras. “¿Y sabes qué te digo? Que después de todo aquello siguieron robando gallinas”. Y la quesera Ascen rememora en su caserío el disgusto de su padre porque no evitaron la tragedia. “Siempre lo decía: ‘debíamos haber ayudado a aquella gente”.
En el geriátrico de Pamplona, la mujer de gesto grave, se remueve en el sillón. Ella se casó con el único de los hijos de Juana Josefa que se salvó: José Martín, fallecido en 2007. En la estantería está la foto de la boda. “Él nunca hablaba de esto, pero sabía dónde estaban, en la sima, porque a veces le visitaba gente del pueblo y entonces comentaban… Pero era doloroso. Él siempre llevó algo dentro, pero no lo decía…”. José Martín se metió a requeté, como su padre, que murió joven. Cuando acabó la guerra fue a visitar a sus primos y a la tía, la que le daba pan y chocolate a sus hermanos. La tía Petra le recibió con una bofetada. Le reprochaba que se hubiera ido a la guerra sin saber qué había sido de su familia. Pero luego estuvieron charlando. Esa fue la última vez que lo vieron. Ahora la prima Nati espera saludar a su viuda, Gloria Pedroarena, a quien no conocen. Todos se verán en la presentación del libro de Esparza, en Pamplona, el martes. “Quiero que saquen los huesos de allí, que se les dé un final digno”, reclama Nati. Y la viuda de José Martín, el único hijo que sobrevivió dice con voz serena: “Yo no sé si podemos pedir algo, hasta ahora no me lo había ni planteado y él ya no vive, así que… Yo no sé si esas personas que hicieron eso habrán podido dormir. Quién me iba a decir a mí que hoy estaría hablando de esta historia”.
jueves, 14 de mayo de 2015
SGM: Crímenes aún sin castigo de las SS
Los crímenes sin castigo de la II Guerra Mundial
La mayoría de los perpetradores de atrocidades durante el conflicto no han llegado a ser procesados
Al final de la II Guerra Mundial, el mundo se despertó del horror con una destrucción que nunca había conocido, 60 millones de muertos y una nueva forma de crimen, el exterminio industrial de todo un pueblo, para el que hubo que crear una palabra, genocidio. El primer ministro británico Winston Churchill propuso fusilar sin juicio a los jerarcas nazis según eran capturados. Al final se impuso el derecho y se abrieron los procesos de Nuremberg, durante los que fueron juzgados y condenados los 24 principales dirigentes del régimen de Hitler que, a diferencia de su líder, habían sido capturados con vida.
Pero después, tras varios juicios de Nuremberg contra criminales menos relevantes y procesos en países que habían padecido especialmente la crueldad hitleriana, como Polonia, los casos se fueron enfriando y muchos naziss lograron huir a España o América Latina a través de las famosas rutas de ratones. Aquellos que tuvieron un papel menos destacado simplemente volvieron a su vida cotidiana en Alemania y lograron quedar fuera del radar durante décadas. Es cierto que Adolf Eichmann, uno de los arquitectos del Holocausto, fue capturado en 1960 en Argentina por el Mosad y juzgado en Israel; pero Josef Mengele, el sádico médico de Auschwitz, se ahogó en Brasil en 1979 o Ante Pavelic, el dirigente del estado genocida croata responsable de millones de muertes de serbios y judíos, murió tranquilamente en España en 1959.
Pese a un último esfuerzo que acaba de lanzar Alemania contra guardias de Auschwitz nonagenarios o de la Operación Última Oportunidad del Centro Wiesenthal, cuando se conmemoran los 70 años del suicidio de Hitler, el 30 de abril, y del final de la II Guerra Mundial, el 8 de mayo, tanto los historiadores como los cazadores de nazis coinciden: muchas víctimas no han tenido justicia. Los motivos son numerosos: el estallido de la guerra fría, la imposibilidad de perseguir a todos aquellos que habían cometido atrocidades porque su número era inmenso, la necesidad de olvidar de la sociedad alemana...
La impresión general es que los últimos movimientos contra los criminales llegan demasiado tarde, porque ya casi no quedan perpetradores vivos y las víctimas, poco a poco, se van apagando. El semanario alemán Der Spiegel publicó en 2014 un largo reportaje titulado "¿Por qué los últimos SS se irán impunes?". Su conclusión era que "el castigo de los crímenes cometidos en Auschwitz fracasó no porque un puñado de jueces y políticos tratasen de frenar esos esfuerzos, sino porque muy poca gente estaba interesada en perseguir y condenar a los perpetradores. Muchos alemanes eran indiferentes a los crímenes cometidos en Auschwitz en 1945 y así siguió".
Como escribe al final de su biografía de Hitler el historiador Ian Kershaw, "muchos de los que tenían una mayor responsabilidad consiguieron escapar sin castigo. Numerosos individuos que habían desempeñado cargos de gran poder en los que determinaban la vida o la muerte y se habían llenado los bolsillos al mismo tiempo a través de una corrupción sin límites, consiguieron evitar en todo o en parte un castigo severo por sus acciones y, en algunos casos, lograron prosperar y triunfar en la postguerra".
"Nuremberg estaba sólo pensado para los líderes nazis", asegura Efraim Zuroff, uno de los últimos cazadores de nazis desde el Centro Simon Wiesenthal. "Su objetivo no fue nunca llevar ante la justicia a los todos los criminales de guerra nazis, lo que era una misión imposible porque su número era enorme", prosigue Zurof, quien reconoce que "la guerra fría tuvo un efecto muy negativo" sobre la búsqueda de criminales. Algunos, como Klaus Barbie, fueron reclutados por los servicios secretos estadounidenses para utilizar la información que tenían.
La magnitud de los crímenes es difícil de imaginar: los campos de exterminio, los campos de concentración, los Einsatzgruppen que fusilaron a cientos de miles de personas en el Este, los asesinatos de rehenes, las torturas, las leyes raciales, las atrocidades de todo tipo en decenas de países. Se trata de crímenes que, conforme pasaban los años, cada vez son más difíciles de probar ante un tribunal, según han ido desapareciendo los testigos o apagándose su memoria. De hecho, uno de los casos más famosos, el de John Demjanjuk, basó toda su estrategia de defensa en que no era él, en que los testigos que decían reconocerle se confundían. Ciudadano ucranio que huyó a Estados Unidos después de la guerra, siempre aseguró que era un refugiado inocente. Fue condenado a muerte en Israel en los ochenta acusado de ser Iván el terrible, un sádico guardia del campo de exterminio de Treblinka responsable de miles de muertes. Sin embargo, cinco años después, el tribunal supremo levantó su condena: no era Iván el Terrible, aunque sí era sospechoso de genocidio. Fue finalmente condenado en Múnich a cinco años de prisión por haber sido guardia del campo nazi de Sobibor. Murió en 2012.
Su sentencia fue especialmente importante, no sólo porque cerró un caso icónico de la búsqueda de antiguos nazis sino, sobre todo, porque abrió un precedente importantísimo que ha permitido el procesamiento de 12 antiguos guardias de Auschwitz en Alemania, de entre 88 y 100 años: los jueces decretaron que sólo el hecho de haber trabajado en un campo de exterminio es un delito en sí, aunque no se demuestre que se haya participado directamente en asesinatos o torturas. El 21 de abril comenzó el juicio contra Oskar Göring, de 93 años, que llevaba las cuentas de Auschwitz: era el responsable de gestionar el dinero robado a los deportados antes de ser enviados a las cámaras de gas o asesinados con trabajo esclavo.
Los historiadores calculan que pasaron por Auschwitz unos 6.500 guardias. En Alemania, han sido juzgados 43 SS, nueve recibieron cadenas a perpetuidad, 25 fueron enviados a prisión y el resto fueron absueltos. Según un recuento del historiador Andreas Sander, los tribunales alemanes han emitido 6.656 condenas desde 1945 relacionadas con la guerra, por delitos que van desde perjurio hasta asesinato, aunque el 90% de las penas fueron inferiores a cinco años. Un cálculo de Centro Wiesenthal asegura que, desde Nuremberg, unos 106.000 soldados alemanes o nazis han sido acusados de crímenes de guerra, unos 13.000 han sido encontrados culpables y más o menos la mitad sentenciados. No existe ningún cálculo de las personas que pudieron participar en crímenes de guerra, aunque el gran historiador de la II Guerra Mundial Max Hastings los cifra en "varios cientos de miles".
El escritor alemán Christoph Heubner, vicepresidente del Comité Internacional de Auschwitz, calificó en declaraciones a la prensa la falta de persecución de los SS después de la IIGM como "uno de los escándalos de la posguerra". "Los perpetradores esencialmente volvieron a la sociedad de la que venían, desaparecieron en sus barrios de siempre. Durante muchos años, a nadie le importó lo que habían hecho. Para los supervivientes es un hecho amargo el poco interés que había y lo poco que se hizo para perseguir a los perpetradores".
miércoles, 13 de mayo de 2015
Biografía: Ho Chi Min y la pequeña figura de su grandeza
Vietnam: Una figura pequeña contra cinco imperios
teleSUR
Con la "figura pequeña, indoblegable e inolvidable", así describío el Cantor del Pueblo, Ali Primera al héroe Ho-Chi Min. Y también pequeño, indoblegable y por lo tanto inolvidable es aquel país arrinconado contra el Mar de China que a lo largo de la historia batalló contra cinco imperios.
Hasta el siglo XI, lo que hoy se conoce como Vietnam luchó durante largos periodos contra el poderío de las dinastías chinas conquistando su independencia. Después vinieron los mongoles quienes por lo menos en tres ocasiones entre 1257 y 1288 lanzaron grandes campañas militares para expandir sus dominios, fallando en el intento. Y fue en el siglo XX cuando combatieron y derrotaron a franceses, japoneses y estadounidenses. Pero no es posible comprender la gesta heroica del pueblo vietnamita contra el imperialismo francés, japonés y estadounidense sin resaltar el papel cumplido por otra “figura pequeña”, como la del legendario general Vo Nguyen Giap, conocido como el ‘Napoleón Rojo’. Su extraordinaria capacidad como estratega militar, es de tales dimensiones que basta mencionar que en el siglo pasado, dirigiendo un ejército de guerrilleros empobrecidos, hambrientos, pero llenos de dignidad, se enfrentó y derrotó a los tres imperios y fue artífice de la liberación, primero de Vietnam del Norte, luego del Sur y más tarde de la reunificación de la patria. En mayo de 1941 en la conferencia de Chingsi (China), junto con Ho Chi Minh, funda el Dong Minh (Liga Vietnamita para la Independencia), más conocido como Vietminh, para agrupar las fuerzas antijaponesas en un único frente de liberación nacional. Ese mismo año Giap se traslada a las montañas del interior de Vietnam para iniciar la guerra de guerrillas. Allí estableció una alianza con Chu Van Tan, dirigente del Tho, un grupo guerrillero de una minoría nacional de Vietnam del noreste. Giap comenzó a construir el Tuyen Truyen Giai Phong Quan, un ejército capaz de expulsar al ocupante francés y sostener el programa del Vietminh. Inició una campaña de dos años de propaganda armada y de reclutamiento, convirtiendo a los campesinos en guerrilleros con una combinación del entrenamiento militar y la formación política comunista. A mediados de 1945 tenía ya unos 10.000 hombres bajo su mando y pudo pasar a la ofensiva contra los japoneses que ocupaban todo el sudeste de Asia. Junto con Ho Chi Minh, Giap dirigió sus fuerzas hacia Hanoi en agosto de 1945, y en septiembre Ho Chi Minh pudo proclamar la independencia de Vietnam, con Giap al mando del ejército revolucionario. En la posterior guerra contra el colonialismo frances, Giap demostró la superioridad de la guerra popular sobre las fuerzas imperialistas obteniendo una espectacular victoria el 7 de mayo de 1954 en la decisiva batalla de Dien Bien Phu, una valle situado a unos 300 kilómetros al oeste de Hanoi en el que se habían atrincherado las fuerzas ocupantes francesas, confiadas en la protección de las montañas y en conseguir batir a las fuerzas revolucionarias cuando descendieran.
De los 15.094 mercenarios franceses que se agruparon en Dien Bien Phu, después de casi seis meses del sitio, solamente 73 lograron escapar del cerco, mientras que 5.000 murieron y 10.000 fueron capturados. Giap y el general Denhg lanzaron un asalto frontal a la guarnición que arrojó a los colonialistas franceses definitivamente de Indochina. El ejército de Giap y Denhg padeció la muerte de 25.000 combatientes. Giap y Denhg derrotaron a los imperialistas con una acumulación logística extraordinaria y un uso eficaz de la artillería bien protegida. Los 60 cazabombarderos norteamericanos B-29 que acudieron en apoyo de la guarnición francesa, no lograron su objetivo, obligando a los imperialistas a diseñar un plan criminal elaborado por el almirante norteamericano Radford y el general francés Navarre consistente en arrojar bombas nucleares contra las fuerzas revolucionarias. La campaña de Dien Bien Phu fue la primera gran victoria de un pueblo colonial y feudal, con una economía agrícola primitiva, contra un experimentado ejército imperialista sostenido por una industria y pujante moderna bélica. Los más conocidos generales franceses (Leclerc, De Lattre de Tasigny, Juin, Ely, Sulan, Naverre) fracasaron uno tras otro frente a unas tropas integradas por campesinos pobres pero decididas a luchas hasta el final por su país y por el socialismo. Giap fue desarrollando, en cada etapa de su lucha, tácticas ingeniosas para vencer al enemigo. En el caso de la batalla final contra los ocupantes franceses, en Dien Bien Phu, en 1954, sorprendió porque su ejército de guerrilleros, que ni siquiera usaban zapatos y apenas sí unas sandalias fabricadas con llantas, se infiltraron en las filas enemigas, y pieza por pieza, al hombro, cargaron su artillería y las provisiones necesarias para dar una batalla contra el enemigo, que finalmente ganaron. Vietnam resultó dividido y Giap fue nombrado ministro de Defensa del nuevo gobierno del Vietnam del norte que, al tiempo que continuaba la guerra popular, se esforzaba por construir una nueva sociedad socialista. Años más tarde, en sus escritos y entrevistas recomendaría: “Evitar el enemigo cuando es fuerte, atacarlo cuando es débil. La guerra no es sólo un asunto de los militares, sino de todo el pueblo. El campesino debe estar armado, pero cultivando su tierra”. Como comandante del nuevo ejército popular, Giap dirigió la lucha en la guerra de Vietnam contra los nuevos invasores norteamericanos en el sur del país, que una vez más comenzó bajo la forma de guerra de guerrillas. Los primeros soldados estadounidenses murieron en Vietnam cuando el 8 de julio de 1959 el Vietcong atacó una base militar en Bien Hoa, al noreste de Saigon. Ese año más de 1.000 lacayos del imperialismo americano fueron ajusticiados por los guerrilleros del Vietcong y antes de 1961 otros 4.000 habían caido. Solamente en la epopeya final contra la invasión norteamericana, Giap con sus hombres derrotó a un ejército, el de Saigón, de más de un millón de hombres armados y financiados por los Estados Unidos y equipados con la mejor tecnología conocida, en lo que constituyó la segunda gran derrota militar a la mayor potencia económica del mundo. La primera se la había proporcionado otra figura pequeña: El “General de Hombres Libres”, Augusto C. Sandino en Nicaragua, en los años 20. Cuatro presidentes americanos lucharon sucesivamente contra Vietnam, dejando el rastro de sangre de 57.690 mercenarios americanos ejecutados. Por parte vietnamita murieron 600.000 combatientes pero finalmente los Estados Unidos fueron obligados a salir del país en 1973. Dos años más tarde el país fue reunificado, cuando un tanque del ejército revolucionario embistió la valla de protección de la embajada americana, mientras los últimos imperialistas huían precipitadamente en un helicóptero por el tejado del edificio. El general Giap no sólo fue un maestro en el arte de dirigir la guerra revolucionaria, sino que además escribió sobre ella en 1961 su famosa obra “Guerra popular, ejército popular”, un manual de la guerra de guerrillas basado en su propia experiencia. En él establece los tres fundamentos básicos que debe disponer un ejército popular para lograr la victoria en la lucha contra el imperialismo: dirección, organización y estrategia. La dirección del Partido Comunista, una férrea disciplina militar y una línea política adecuada a las condiciones económicas, sociales y políticas del país. Definió la guerra popular como “una guerra de combate para el pueblo y por el pueblo, mientras que la guerra de guerrillas es simplemente un método del combate. La guerra popular es un concepto más general. Es un concepto sintetizado. Es una guerra a la vez militar, económica y política”. La guerra popular no sólo la hace un ejército, por más que sea popular, sino que la hace todo el pueblo porque es imposible que un ejército revolucionario, por sí mismo, pueda lograr la victoria contra la reacción, sino que es todo el pueblo el que tiene que participar y ayudar en una lucha, que necesariamente debe ser prolongada. Vo Nguyen Giap, fallecido el 4 de octubre de 2013 a la edad de 102 años, había nacido el 25 de agosto de 1911. Era hijo de un campesino que, aunque carecía de tierras, sabía leer y escribir y luchó toda su vida contra el régimen colonialista impuesto a su país. En 1926, siendo aún muy joven, comenzó a luchar por la liberación de Vietnam en el instituto en el que estudiaba. Se incorporó al Menh Dang del Tan Viet y, dos años más tarde, al Quoc hoc, organizaciones clandestinas que realizaban agitación contra la ocupación extranjera. Destacó como un genio de la logística, capaz de movilizar continuamente importantes contingentes de tropas, siguiendo los principios de la guerra de movimientos. Lo hizo así contra los colonialistas franceses en 1951, infiltrando a un ejército entero a través de las líneas enemigas en el delta del río Mekong, y otra vez adelantando la ofensiva de Tet en 1968 contra los estadounidenses, cuando situó a millares de hombres y toneladas de aprovisionamientos para un ataque simultáneo contra 35 centros estratégicos del sur. La batalla de Ia Drang (19 de octubre-27 de noviembre de 1965) fue una de las más importantes del combate para ambos bandos durante la guerra de liberación de Vietnam. Tras ella el general imperialista Westmoreland creyó que la movilidad aérea y la potencia de fuego en gran escala serían la respuesta a la estrategia de Giap, pero éste apostó a sus soldados tan cerca de las líneas americanas que los B-52 soltaban las bombas encima de sus propias filas. Todavía hoy las tácticas guerrilleras de Giap constituyen una de las fuentes de estudio de las estrategias militares en el mundo. A 40 años de la victoria sobre el imperialismo norteamericano es importante tener presente la larga lucha sostenida contra cinco poderosos imperios.
teleSUR
Con la "figura pequeña, indoblegable e inolvidable", así describío el Cantor del Pueblo, Ali Primera al héroe Ho-Chi Min. Y también pequeño, indoblegable y por lo tanto inolvidable es aquel país arrinconado contra el Mar de China que a lo largo de la historia batalló contra cinco imperios.
Hasta el siglo XI, lo que hoy se conoce como Vietnam luchó durante largos periodos contra el poderío de las dinastías chinas conquistando su independencia. Después vinieron los mongoles quienes por lo menos en tres ocasiones entre 1257 y 1288 lanzaron grandes campañas militares para expandir sus dominios, fallando en el intento. Y fue en el siglo XX cuando combatieron y derrotaron a franceses, japoneses y estadounidenses. Pero no es posible comprender la gesta heroica del pueblo vietnamita contra el imperialismo francés, japonés y estadounidense sin resaltar el papel cumplido por otra “figura pequeña”, como la del legendario general Vo Nguyen Giap, conocido como el ‘Napoleón Rojo’. Su extraordinaria capacidad como estratega militar, es de tales dimensiones que basta mencionar que en el siglo pasado, dirigiendo un ejército de guerrilleros empobrecidos, hambrientos, pero llenos de dignidad, se enfrentó y derrotó a los tres imperios y fue artífice de la liberación, primero de Vietnam del Norte, luego del Sur y más tarde de la reunificación de la patria. En mayo de 1941 en la conferencia de Chingsi (China), junto con Ho Chi Minh, funda el Dong Minh (Liga Vietnamita para la Independencia), más conocido como Vietminh, para agrupar las fuerzas antijaponesas en un único frente de liberación nacional. Ese mismo año Giap se traslada a las montañas del interior de Vietnam para iniciar la guerra de guerrillas. Allí estableció una alianza con Chu Van Tan, dirigente del Tho, un grupo guerrillero de una minoría nacional de Vietnam del noreste. Giap comenzó a construir el Tuyen Truyen Giai Phong Quan, un ejército capaz de expulsar al ocupante francés y sostener el programa del Vietminh. Inició una campaña de dos años de propaganda armada y de reclutamiento, convirtiendo a los campesinos en guerrilleros con una combinación del entrenamiento militar y la formación política comunista. A mediados de 1945 tenía ya unos 10.000 hombres bajo su mando y pudo pasar a la ofensiva contra los japoneses que ocupaban todo el sudeste de Asia. Junto con Ho Chi Minh, Giap dirigió sus fuerzas hacia Hanoi en agosto de 1945, y en septiembre Ho Chi Minh pudo proclamar la independencia de Vietnam, con Giap al mando del ejército revolucionario. En la posterior guerra contra el colonialismo frances, Giap demostró la superioridad de la guerra popular sobre las fuerzas imperialistas obteniendo una espectacular victoria el 7 de mayo de 1954 en la decisiva batalla de Dien Bien Phu, una valle situado a unos 300 kilómetros al oeste de Hanoi en el que se habían atrincherado las fuerzas ocupantes francesas, confiadas en la protección de las montañas y en conseguir batir a las fuerzas revolucionarias cuando descendieran.
De los 15.094 mercenarios franceses que se agruparon en Dien Bien Phu, después de casi seis meses del sitio, solamente 73 lograron escapar del cerco, mientras que 5.000 murieron y 10.000 fueron capturados. Giap y el general Denhg lanzaron un asalto frontal a la guarnición que arrojó a los colonialistas franceses definitivamente de Indochina. El ejército de Giap y Denhg padeció la muerte de 25.000 combatientes. Giap y Denhg derrotaron a los imperialistas con una acumulación logística extraordinaria y un uso eficaz de la artillería bien protegida. Los 60 cazabombarderos norteamericanos B-29 que acudieron en apoyo de la guarnición francesa, no lograron su objetivo, obligando a los imperialistas a diseñar un plan criminal elaborado por el almirante norteamericano Radford y el general francés Navarre consistente en arrojar bombas nucleares contra las fuerzas revolucionarias. La campaña de Dien Bien Phu fue la primera gran victoria de un pueblo colonial y feudal, con una economía agrícola primitiva, contra un experimentado ejército imperialista sostenido por una industria y pujante moderna bélica. Los más conocidos generales franceses (Leclerc, De Lattre de Tasigny, Juin, Ely, Sulan, Naverre) fracasaron uno tras otro frente a unas tropas integradas por campesinos pobres pero decididas a luchas hasta el final por su país y por el socialismo. Giap fue desarrollando, en cada etapa de su lucha, tácticas ingeniosas para vencer al enemigo. En el caso de la batalla final contra los ocupantes franceses, en Dien Bien Phu, en 1954, sorprendió porque su ejército de guerrilleros, que ni siquiera usaban zapatos y apenas sí unas sandalias fabricadas con llantas, se infiltraron en las filas enemigas, y pieza por pieza, al hombro, cargaron su artillería y las provisiones necesarias para dar una batalla contra el enemigo, que finalmente ganaron. Vietnam resultó dividido y Giap fue nombrado ministro de Defensa del nuevo gobierno del Vietnam del norte que, al tiempo que continuaba la guerra popular, se esforzaba por construir una nueva sociedad socialista. Años más tarde, en sus escritos y entrevistas recomendaría: “Evitar el enemigo cuando es fuerte, atacarlo cuando es débil. La guerra no es sólo un asunto de los militares, sino de todo el pueblo. El campesino debe estar armado, pero cultivando su tierra”. Como comandante del nuevo ejército popular, Giap dirigió la lucha en la guerra de Vietnam contra los nuevos invasores norteamericanos en el sur del país, que una vez más comenzó bajo la forma de guerra de guerrillas. Los primeros soldados estadounidenses murieron en Vietnam cuando el 8 de julio de 1959 el Vietcong atacó una base militar en Bien Hoa, al noreste de Saigon. Ese año más de 1.000 lacayos del imperialismo americano fueron ajusticiados por los guerrilleros del Vietcong y antes de 1961 otros 4.000 habían caido. Solamente en la epopeya final contra la invasión norteamericana, Giap con sus hombres derrotó a un ejército, el de Saigón, de más de un millón de hombres armados y financiados por los Estados Unidos y equipados con la mejor tecnología conocida, en lo que constituyó la segunda gran derrota militar a la mayor potencia económica del mundo. La primera se la había proporcionado otra figura pequeña: El “General de Hombres Libres”, Augusto C. Sandino en Nicaragua, en los años 20. Cuatro presidentes americanos lucharon sucesivamente contra Vietnam, dejando el rastro de sangre de 57.690 mercenarios americanos ejecutados. Por parte vietnamita murieron 600.000 combatientes pero finalmente los Estados Unidos fueron obligados a salir del país en 1973. Dos años más tarde el país fue reunificado, cuando un tanque del ejército revolucionario embistió la valla de protección de la embajada americana, mientras los últimos imperialistas huían precipitadamente en un helicóptero por el tejado del edificio. El general Giap no sólo fue un maestro en el arte de dirigir la guerra revolucionaria, sino que además escribió sobre ella en 1961 su famosa obra “Guerra popular, ejército popular”, un manual de la guerra de guerrillas basado en su propia experiencia. En él establece los tres fundamentos básicos que debe disponer un ejército popular para lograr la victoria en la lucha contra el imperialismo: dirección, organización y estrategia. La dirección del Partido Comunista, una férrea disciplina militar y una línea política adecuada a las condiciones económicas, sociales y políticas del país. Definió la guerra popular como “una guerra de combate para el pueblo y por el pueblo, mientras que la guerra de guerrillas es simplemente un método del combate. La guerra popular es un concepto más general. Es un concepto sintetizado. Es una guerra a la vez militar, económica y política”. La guerra popular no sólo la hace un ejército, por más que sea popular, sino que la hace todo el pueblo porque es imposible que un ejército revolucionario, por sí mismo, pueda lograr la victoria contra la reacción, sino que es todo el pueblo el que tiene que participar y ayudar en una lucha, que necesariamente debe ser prolongada. Vo Nguyen Giap, fallecido el 4 de octubre de 2013 a la edad de 102 años, había nacido el 25 de agosto de 1911. Era hijo de un campesino que, aunque carecía de tierras, sabía leer y escribir y luchó toda su vida contra el régimen colonialista impuesto a su país. En 1926, siendo aún muy joven, comenzó a luchar por la liberación de Vietnam en el instituto en el que estudiaba. Se incorporó al Menh Dang del Tan Viet y, dos años más tarde, al Quoc hoc, organizaciones clandestinas que realizaban agitación contra la ocupación extranjera. Destacó como un genio de la logística, capaz de movilizar continuamente importantes contingentes de tropas, siguiendo los principios de la guerra de movimientos. Lo hizo así contra los colonialistas franceses en 1951, infiltrando a un ejército entero a través de las líneas enemigas en el delta del río Mekong, y otra vez adelantando la ofensiva de Tet en 1968 contra los estadounidenses, cuando situó a millares de hombres y toneladas de aprovisionamientos para un ataque simultáneo contra 35 centros estratégicos del sur. La batalla de Ia Drang (19 de octubre-27 de noviembre de 1965) fue una de las más importantes del combate para ambos bandos durante la guerra de liberación de Vietnam. Tras ella el general imperialista Westmoreland creyó que la movilidad aérea y la potencia de fuego en gran escala serían la respuesta a la estrategia de Giap, pero éste apostó a sus soldados tan cerca de las líneas americanas que los B-52 soltaban las bombas encima de sus propias filas. Todavía hoy las tácticas guerrilleras de Giap constituyen una de las fuentes de estudio de las estrategias militares en el mundo. A 40 años de la victoria sobre el imperialismo norteamericano es importante tener presente la larga lucha sostenida contra cinco poderosos imperios.
martes, 12 de mayo de 2015
Intendencia: La comida de dos grandes líderes
Las últimas comidas de los famosos
Lo que la gente como Napoleón y Jimi Hendrix devoró antes de morir
Gus Filgate
Olga Khazan - The Atlantic
Antes de Napoleón Bonaparte pronunció sus últimas palabras ("France, l'armée, tête d'armée, Joséphine") y perecieron en la isla azotada por el viento de Santa Elena a la edad de 51, según los informes, tratado a sí mismo a una fiesta. El líder francés exiliado scarfed abajo chuletas hígado y tocino, riñones salteados en vino de Jerez, huevos fruncidas con crema, ajo y pan tostado con tomate asado.
Las personas que deseen volver a su última comida podría tener dificultades para volver a crearlo-Trader Joe no tiene en existencia los riñones, la última vez que revisé, pero puede disfrutar de la mejor cosa siguiente. El director de publicidad de alimentos Gus Filgate está creando una serie de cortometrajes que se reproducen las últimas comidas de individuos notables.
El uno por Napoleón parece insinuar la naturaleza visceral, brutal del gobierno francés del siglo 19: Manteca de cerdo encaje en una sartén de hierro; riñones goteo con leche; La cabeza de un tomate se corta y sus entrañas vomite.
Sándwich de atún de Jimi Hendrix es simple y moderno:
Las otras comidas (al menos hasta ahora) parecen reflejar igualmente personalidades sus comedores.
Almejas de Julio César parecen llenas de ceremonia y grandeza. (Es incluso mejor que la comida de la época antes de Cristo se empareja con una especie de Asia Oriental música de viento de banda).
Para aquellos que están especialmente obsesionado con efectos especiales-porn alimentos, Filgate también detalla cómo creó los pilares que hacen de las vituallas ven la forma en que lo hacen. (Por ejemplo, echa un vistazo a esta "jaula de cordero.")
Lo que la gente como Napoleón y Jimi Hendrix devoró antes de morir
Gus Filgate
Olga Khazan - The Atlantic
Antes de Napoleón Bonaparte pronunció sus últimas palabras ("France, l'armée, tête d'armée, Joséphine") y perecieron en la isla azotada por el viento de Santa Elena a la edad de 51, según los informes, tratado a sí mismo a una fiesta. El líder francés exiliado scarfed abajo chuletas hígado y tocino, riñones salteados en vino de Jerez, huevos fruncidas con crema, ajo y pan tostado con tomate asado.
Las personas que deseen volver a su última comida podría tener dificultades para volver a crearlo-Trader Joe no tiene en existencia los riñones, la última vez que revisé, pero puede disfrutar de la mejor cosa siguiente. El director de publicidad de alimentos Gus Filgate está creando una serie de cortometrajes que se reproducen las últimas comidas de individuos notables.
El uno por Napoleón parece insinuar la naturaleza visceral, brutal del gobierno francés del siglo 19: Manteca de cerdo encaje en una sartén de hierro; riñones goteo con leche; La cabeza de un tomate se corta y sus entrañas vomite.
Sándwich de atún de Jimi Hendrix es simple y moderno:
:
Las otras comidas (al menos hasta ahora) parecen reflejar igualmente personalidades sus comedores.
Almejas de Julio César parecen llenas de ceremonia y grandeza. (Es incluso mejor que la comida de la época antes de Cristo se empareja con una especie de Asia Oriental música de viento de banda).
lunes, 11 de mayo de 2015
El caso del Zong y el salvaje comercio de vida humana
La masacre del Zong, cuando los esclavos eran arrojados por la borda para cobrar el seguro
Javier Sanz - Historias de la Historia
Javier Sanz - Historias de la Historia
La masacre de Zong (1781) fue un miserable asesinato en masa de esclavos africanos en un barco inglés, propiedad de William Gregson y un grupo de comerciantes de Liverpool.
El Zong zarpó de la isla de Santo Tomé, en la costa occidental de África, el 6 de septiembre de 1781 con 442 esclavos y una tripulación de 17 miembros con rumbo a Jamaica. El capitán del barco, Luke Collingwood, no era lo que se dice un lobo de mary lo único que le interesaba era el dinero… más esclavos más dinero. Así que, cargó muchos más esclavos de lo normal para un barco de este tamaño.
El viaje estaba durando más de lo normal (unos 2 meses). El hacinamiento, la desnutrición y las enfermedades comenzaron a hacer mella entre los esclavos y la tripulación: 60 esclavos y 7 miembros de la tripulación murieron. El 28 de noviembre, el capitán se dio cuenta de que habían cometido un error de navegación y que, variando el rumbo, todavía tardarían casi un mes más en llegar a su destino. Collingwood comenzó a hacer cuentas, si los esclavos seguían muriendo o enfermaban perderían unas 30 libras por cabeza. Reunió a la tripulación y les explicó la situación:
El seguro que habían suscrito los armadores aseguraba la pérdida, captura o muerte (naufragio, abordaje o revuelta, por ejemplo) de los esclavos, pero se exceptuaban los casos de muerte natural, por enfermedad o suicidio. Collingwood propuso tirar por la borda a los esclavos enfermos. De esta forma, y utilizando el principio general average (echazón) por el que un capitán podía desechar parte de la carga con el fin de salvar el resto, eliminaba los esclavos enfermos que no los habría cubierto el seguro. La justificación para utilizar el general average era que no tenían suficiente agua para cubrir las necesidades de carga y tripulación. Durante varios días se fueron tirando esclavos por la borda; al principio, mujeres y niños y, más tarde, los hombres… 133 en total.
El 22 de diciembre 1781, el Zong llegaba a Jamaica con 208 esclavos. Después de venderlos, William Gregson reclamó a la aseguradora 4.000 libras por los esclavos perdidos. La aseguradora se negó a pagar por considerarlo “un mal manejo de la carga” y el caso llegó a los tribunales… no por el asesinato de 133 personas, sino por si la aseguradora debía indemnizar al armador. En 1783 comenzó el juicio en Londres, sin el diario de a bordo, se perdió misteriosamente, y sólo con las declaraciones de la tripulación. En este primer juicio, el jurado dio la razón a los propietarios del Zong. Sin embargo, la compañía de seguros apeló y pidió que el caso fuese juzgado ante la Corte Suprema.
En este segundo juicio, en el que la aseguradora presentó pruebas de que en el barco había agua más que suficiente, se presentó el abolicionista inglés Granville Sharp solicitando que el caso a tratar era el asesinato de 133 personas. El presidente de la Corte Suprema, Lord Mansfield, ante las nuevas pruebas acusó a la tripulación de negligencia por tirar a los esclavos teniendo agua suficiente (“mal manejo de la carga”) y anuló la sentencia anterior dando la razón a la aseguradora…pero desestimó tratar el caso como asesinato (puso como ejemplo que sería lo mismo que si la carga hubiese sido de caballos).
Granville Sharp utilizó la masacre del Zong, como ejemplo de la depravación humana, para concienciar a la opinión pública y presionar al gobierno. Por último, en 1807, Gran Bretaña abolió el comercio de esclavos. Lamentablemente, la trata de esclavos no terminó y la multa de 100 libras, que la Royal Navy imponía por cada esclavo encontrado a bordo de un barco, siguió justificando tirar los esclavos por la borda.
domingo, 10 de mayo de 2015
SGM: A qué nos hacen acordar los viejos nazis
Qué nos hacen recordar los viejos nazis
Por ANNA SAUERBREY - The New York Times
Crédito Daniel Stolle
BERLIN - El juicio de Oskar Groening, de 93 años de edad, el "contador de Auschwitz", comenzó la semana pasada en la ciudad alemana de Lüneburg. El Sr. Groening es acusado de complicidad en el asesinato de al menos 300.000 personas. Por lo menos una vez durante el verano de 1944, de acuerdo con sus acusadores, cuando miles de Judios de Hungría llegaron en coche de ganado en Auschwitz-Birkenau, que se situó en la rampa de salida, viendo como los pasajeros se dividieron en los que se ponga en la mano de obra y obligado aquellos a matar al instante.
El juicio se ha ganado la atención general en Alemania y en todo el mundo, y no sólo porque el señor Groening expresado arrepentimiento por sus acciones. Un número de sobrevivientes de Auschwitz están presentes, y sus declaraciones han dado las actuaciones de un patetismo añadido. Es una de las últimas oportunidades que tendremos que escuchar a las víctimas y buscar la justicia de alguien que realmente participó en el Holocausto. La rápida desaparición de la "Zeitzeugen," los testigos de la época - los dos sobrevivientes y perpetradores - cambiará cómo los alemanes piensan acerca de nosotros mismos. Especialmente los perpetradores; de una manera extraña, perderemos ellos cuando ya han ocurrido.
Desde el fin de la era nazi, Alemania ha hecho "nunca más" una parte fundamental de su identidad nacional. La disuasión, como un concepto educativo, ha dado forma a la forma en que conmemoramos nuestro pasado, estructura de nuestra política y enseñamos a nuestros hijos.
No es suficiente para enseñar buenos valores liberales. Todo lo que Humboldt y Kant no pudo inocular Alemania a causa del virus del nazismo. ¿Por qué ahora? Tampoco es suficiente la historia, por sí mismo. El número de los muertos en Auschwitz-Birkenau es horrible, pero abstracto.
Pero cuando Eva Pusztai-Fahidi, uno de los demandantes en el juicio Groening, cuenta su historia, el sufrimiento es palpable. Ella ha sido entrevistado por varios periódicos recientemente, recordando el momento en que Josef Mengele, el "doctor" infame de Auschwitz, se situó en la rampa y le hizo un gesto a un lado - y su madre y su hermana a la otra. Ambos fueron asesinados, al igual que decenas de sus parientes.
Sobrevivientes del Holocausto hablan regularmente en los salones de clase en Alemania. Todo el mundo lee el "Diario de Ana Frank", una y otra vez. He leído que a sabiendas de que mis abuelos al menos habían tolerado el régimen que la asesinó - y que mis dos abuelos sirvieron en la guerra. Todos hemos crecido con la vaga sensación de culpa heredada.
Pero al leer el diario de Frank o escuchar Sra Pusztai-Fahidi hablan se está moviendo, son los autores que realmente hacen mareos. De manera que son aún más importantes para la narrativa alemana de las víctimas.
En el juicio, el Sr. Groening dijo que desde su punto de vista, el asesinato de los Judios de Hungría, que había sido meticulosamente planeados y para el que varias cámaras de gas nuevos habían sido construidas en Auschwitz, era "de rutina". Lo que sorprendió a él eran simplemente estallidos individuales de la violencia, como un hombre de las SS golpear a un bebé que llora la muerte. Los asesinatos en las cámaras de gas, dijo, fueron "ordenada" y "limpia". Rara vez dijo que la palabra "asesinato". "En 24 horas que podía cuidar de 5.000 personas", dijo. "Después de todo, así es como fueron las cosas en un campo de concentración".
El lenguaje del señor Groening hace de forma natural pensar de Adolf Eichmann, y cómo su explicación individual de su papel como un burócrata, en el juicio de 1961 en Jerusalén, llevó Hannah Arendt a acuñar la frase "la banalidad del mal". La Sra Arendt fue, algunos dicen que, engañado por el acusado, y que Eichmann había abrazado el odio alimenta la máquina de matar.
Pero si la señora Arendt estaba equivocado acerca de Eichmann, que estaba en algo, algo que ahora vemos en lo que está diciendo el señor Groening. Es la horrible, la banalidad mente-demolición del mal condensada en una frase como "eso es cómo fueron las cosas en un campo de concentración" que ha sostenido la propia narrativa alemana de culpa, mucho más que la compasión puede tener.
El Sr. Groening nos hace cuestionarnos a nosotros mismos. Yo también tengo miedo que no me he resistido. Las víctimas nos dicen: No debemos olvidar nunca. Los autores dicen: Podemos hacerlo de nuevo.
Una tarde, cuando yo era un adolescente, le pregunté a mi abuelo: "¿No lo sabía en ese entonces?" Su respuesta me tomó por sorpresa. "¿Cómo podríamos haber conocido?", Dijo, con una violencia que reveló más de su respuesta real.
Un día, cuando mi hijo pequeño se interesa por la literatura alemana, que va a leer, inevitablemente, Günter Grass. Pero tan fuerte y acusar como una novela como "El tambor de hojalata" es, no tendrá el mismo efecto que verse enfrentado a Oskar Groening, o estar seguro acerca de la integridad moral de su propio abuelo. ¿Cómo va a entender su propia responsabilidad, como alemán, para combatir las ideologías del odio y prevenir los crímenes contra la humanidad?
Tenemos que encontrar una nueva narrativa, una nueva manera de garantizar No a través de la ideología, sino a través de la acción "nunca más." - Por ejemplo, ayudando más generosamente a los refugiados que buscan asilo en nuestro país. En lugar de tratar de transferir un vago sentimiento de culpa heredada de otra generación, debemos cambiar de recordar lo que nunca debemos olvidar a saber por qué.
Por ANNA SAUERBREY - The New York Times
Crédito Daniel Stolle
BERLIN - El juicio de Oskar Groening, de 93 años de edad, el "contador de Auschwitz", comenzó la semana pasada en la ciudad alemana de Lüneburg. El Sr. Groening es acusado de complicidad en el asesinato de al menos 300.000 personas. Por lo menos una vez durante el verano de 1944, de acuerdo con sus acusadores, cuando miles de Judios de Hungría llegaron en coche de ganado en Auschwitz-Birkenau, que se situó en la rampa de salida, viendo como los pasajeros se dividieron en los que se ponga en la mano de obra y obligado aquellos a matar al instante.
El juicio se ha ganado la atención general en Alemania y en todo el mundo, y no sólo porque el señor Groening expresado arrepentimiento por sus acciones. Un número de sobrevivientes de Auschwitz están presentes, y sus declaraciones han dado las actuaciones de un patetismo añadido. Es una de las últimas oportunidades que tendremos que escuchar a las víctimas y buscar la justicia de alguien que realmente participó en el Holocausto. La rápida desaparición de la "Zeitzeugen," los testigos de la época - los dos sobrevivientes y perpetradores - cambiará cómo los alemanes piensan acerca de nosotros mismos. Especialmente los perpetradores; de una manera extraña, perderemos ellos cuando ya han ocurrido.
Desde el fin de la era nazi, Alemania ha hecho "nunca más" una parte fundamental de su identidad nacional. La disuasión, como un concepto educativo, ha dado forma a la forma en que conmemoramos nuestro pasado, estructura de nuestra política y enseñamos a nuestros hijos.
No es suficiente para enseñar buenos valores liberales. Todo lo que Humboldt y Kant no pudo inocular Alemania a causa del virus del nazismo. ¿Por qué ahora? Tampoco es suficiente la historia, por sí mismo. El número de los muertos en Auschwitz-Birkenau es horrible, pero abstracto.
Pero cuando Eva Pusztai-Fahidi, uno de los demandantes en el juicio Groening, cuenta su historia, el sufrimiento es palpable. Ella ha sido entrevistado por varios periódicos recientemente, recordando el momento en que Josef Mengele, el "doctor" infame de Auschwitz, se situó en la rampa y le hizo un gesto a un lado - y su madre y su hermana a la otra. Ambos fueron asesinados, al igual que decenas de sus parientes.
Sobrevivientes del Holocausto hablan regularmente en los salones de clase en Alemania. Todo el mundo lee el "Diario de Ana Frank", una y otra vez. He leído que a sabiendas de que mis abuelos al menos habían tolerado el régimen que la asesinó - y que mis dos abuelos sirvieron en la guerra. Todos hemos crecido con la vaga sensación de culpa heredada.
Pero al leer el diario de Frank o escuchar Sra Pusztai-Fahidi hablan se está moviendo, son los autores que realmente hacen mareos. De manera que son aún más importantes para la narrativa alemana de las víctimas.
En el juicio, el Sr. Groening dijo que desde su punto de vista, el asesinato de los Judios de Hungría, que había sido meticulosamente planeados y para el que varias cámaras de gas nuevos habían sido construidas en Auschwitz, era "de rutina". Lo que sorprendió a él eran simplemente estallidos individuales de la violencia, como un hombre de las SS golpear a un bebé que llora la muerte. Los asesinatos en las cámaras de gas, dijo, fueron "ordenada" y "limpia". Rara vez dijo que la palabra "asesinato". "En 24 horas que podía cuidar de 5.000 personas", dijo. "Después de todo, así es como fueron las cosas en un campo de concentración".
El lenguaje del señor Groening hace de forma natural pensar de Adolf Eichmann, y cómo su explicación individual de su papel como un burócrata, en el juicio de 1961 en Jerusalén, llevó Hannah Arendt a acuñar la frase "la banalidad del mal". La Sra Arendt fue, algunos dicen que, engañado por el acusado, y que Eichmann había abrazado el odio alimenta la máquina de matar.
Pero si la señora Arendt estaba equivocado acerca de Eichmann, que estaba en algo, algo que ahora vemos en lo que está diciendo el señor Groening. Es la horrible, la banalidad mente-demolición del mal condensada en una frase como "eso es cómo fueron las cosas en un campo de concentración" que ha sostenido la propia narrativa alemana de culpa, mucho más que la compasión puede tener.
El Sr. Groening nos hace cuestionarnos a nosotros mismos. Yo también tengo miedo que no me he resistido. Las víctimas nos dicen: No debemos olvidar nunca. Los autores dicen: Podemos hacerlo de nuevo.
Una tarde, cuando yo era un adolescente, le pregunté a mi abuelo: "¿No lo sabía en ese entonces?" Su respuesta me tomó por sorpresa. "¿Cómo podríamos haber conocido?", Dijo, con una violencia que reveló más de su respuesta real.
Un día, cuando mi hijo pequeño se interesa por la literatura alemana, que va a leer, inevitablemente, Günter Grass. Pero tan fuerte y acusar como una novela como "El tambor de hojalata" es, no tendrá el mismo efecto que verse enfrentado a Oskar Groening, o estar seguro acerca de la integridad moral de su propio abuelo. ¿Cómo va a entender su propia responsabilidad, como alemán, para combatir las ideologías del odio y prevenir los crímenes contra la humanidad?
Tenemos que encontrar una nueva narrativa, una nueva manera de garantizar No a través de la ideología, sino a través de la acción "nunca más." - Por ejemplo, ayudando más generosamente a los refugiados que buscan asilo en nuestro país. En lugar de tratar de transferir un vago sentimiento de culpa heredada de otra generación, debemos cambiar de recordar lo que nunca debemos olvidar a saber por qué.
sábado, 9 de mayo de 2015
SGM: Sobre el rol histórico de Hitler
De las cervecerías al búnker
Nunca debemos dejar de pensar cómo Adolf Hitler, el vulgar oportunista que encarnó el mal absoluto, pudo seducir a tanta gente. Hay que estar vigilantes para que jamás pueda volver a repetirse algo similar
JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO - El País
Qué personaje, este Adolf Hitler, de cuyo suicidio se cumplen ahora 70 años. Un número redondo, que no significa nada ni tendría por qué hacernos hablar de él. Pero cualquier pretexto es bueno para reflexionar sobre Hitler.
Y es así no porque su personalidad tuviera interés, porque fuera un “gran hombre”, bueno o malo, según gustos, pero dotado, en todo caso, de alguna cualidad extraordinaria. Solo creerá que fue grande quien equipare grandeza con popularidad, impacto mediático, influencia sobre su época. Porque influyó, sin duda, sobre el curso de la historia mundial como pocos seres humanos lo han hecho en el tiempo en que vivieron. El siglo XX sería, sin duda, muy distinto de no haber nacido él.
Desde cualquier otro punto de vista, careció por completo de grandeza. Fue un tipo inculto, aunque él creyera, desde luego, saber mucho (otra prueba de su ignorancia). En el cenit de su poder, pensó que eran tan importantes las conversaciones mantenidas en sus almuerzos por él y su grupo cercano que instaló a unas taquígrafas para que tomaran notas y se conservaran así para la historia. Se publicaron, hace unas décadas; miles de páginas, de una pobreza difícil de imaginar, llenas de simplezas, en un tono siempre rotundo y dogmático.
Si de las ideas pasamos a los principios morales, sus móviles nunca fueron “nobles”, cualquiera que sea el significado que demos a esta palabra. Y si a las ideas y los principios añadimos su atractivo personal, no era un tipo sociable, nunca tuvo verdaderos amigos y su vida sentimental fue anodina; de él no se recuerda una anécdota interesante, una frase ingeniosa, pese a la inventiva que suele adornar estos anecdotarios de hombres célebres. Como pintor, su única profesión, fue mediocre; y cuando le tocó ser gestor se levantaba tarde, era vago y desorganizado, le aburría leer informes y eludía la toma de decisiones (o las tomaba de forma temeraria). Por no inventar, no inventó ni el antisemitismo. Fue un oportunista vulgar, un megalomaniaco vacuo, un don nadie fanático y simplón, un charlatán desprovisto de cualquier idea de interés, un ambicioso cuyo único norte fue la conquista de un poder absoluto sobre sus semejantes.
Alguien me objetará que aportó novedades, aunque fueran perversas; que construyó y dirigió un régimen totalitario modélico, ideal para otros muchos dictadores; que enseñó a otros criminales políticos cinismo, brutalidad, manipulación de la prensa y la radio, justificación de los medios por el fin, crímenes contra la humanidad a gran escala. Pero en todos estos aspectos le había precedido Stalin. Y aquí me parece escuchar voces de protesta: cómo se me ocurre compararlos, este lo hizo por motivos idealistas, quería establecer una sociedad justa e igualitaria, aunque esto le llevara a cometer “excesos”. Dejemos ese tema para otro día. Lo indiscutible es que utilizó todos los medios imitados luego por Hitler para instalarse en el poder y que lo ejerció, como él, sin límites morales; y su modelo totalitario fue aún más perfecto que el nazi. Hitler, la verdad, tampoco inventó nada en ese terreno.
Alguna grandeza demoniaca se le podría atribuir. Nadie, quizás, ha encarnado el mal absoluto de forma tan pura. Fue la quintaesencia de la perversión, y por eso es útil como ejemplo para describir lo que debe evitarse a cualquier precio. Pero Hannah Arendt arguyó, con buenas razones, que los nazis ni siquiera tenían grandeza en este terreno, que incluso su maldad era “banal”, que cometieron los mayores crímenes sin plantearse siquiera los dilemas morales que se le ocurrirían a cualquier mente reflexiva.
Todo lo dicho, pensándolo bien, apenas tiene importancia y no responde a la pregunta de por qué escribir sobre él. La verdadera cuestión, la difícil de contestar, es cómo pudo un personaje tan mediocre alcanzar el poder absoluto sobre una sociedad tan culta, avanzada y moderna como la alemana. Cuál fue su atractivo, ese es el misterio sobre el que se han escrito miles y miles de páginas. Porque Alemania no era un país cualquiera. Hay que recordar lo que significó para los españoles que estudiaron allí, empezando por Ortega y Gasset, o la elevación del nivel de las universidades estadounidenses gracias a los alemanes que se refugiaron allí, o la calidad de las vanguardias artísticas alemanas. ¿Cómo pudo una sociedad tan sofisticada, una de las cimas de la civilización moderna, hundirse en la barbarie, en la brutalidad, en el genocidio, siguiendo las pautas de este Adolf Hitler?
Claro que la pregunta simplifica las cosas, pues no todo debe atribuírsele a él. Hubo colaboradores, fuerzas sociales que le apoyaron, estructuras de poder que se pusieron a su servicio. Pero él fue crucial, su personalidad fue clave en el asunto. Como resumió Ian Kershaw, Hitler no fue la “causa primordial” del “ataque nazi a las raíces de la civilización”, pero sí su “agente principal”.
Para entender su éxito, hay que referirse a las circunstancias en las que surgió: la amarga derrota alemana en la Gran Guerra, la inflación galopante de los años veinte y el paro masivo tras la crisis de 1929, los miedos que suscitaba en toda Europa la revolución bolchevique… Todo ello, en el tránsito de la sociedad del antiguo régimen al mundo moderno, con el desplome de las jerarquías tradicionales, el avance de la secularización, el paso de la política de élites a la de masas, de la sumisión de la mujer a la igualdad de géneros. Todo era novedoso, conflictivo, nunca visto. La sociedad, tal como se había conocido durante siglos, se hundía; y eso provocaba inseguridad y temores comprensibles.
En esa situación, Hitler —con una capacidad oratoria, esa sí, excepcional— supo levantar esperanzas. Identificó de manera nítida al culpable de todas aquellas crisis: los judíos, padres del capitalismo y del marxismo, los dos males de la modernidad. Y prometió, en tono apocalíptico, eliminar a aquel culpable. Con ello, aseguró, llegaría la redención, la superación de las divisiones, el reingreso en el paraíso, una nueva unión fraternal (de los elegidos, claro). Y aquella solución tan sencilla sedujo a muchos. Aunque sin mayoría absoluta, ganó elecciones —cosa que no hizo nunca Stalin—. A partir de ahí, unos colaboradores sin escrúpulos construyeron el andamiaje efectista que le rodeó de un halo carismático. Montaron un espectáculo grandioso, que compensaba la falta de participación política real. Y casi todos, incluidos muchos visitantes inteligentes, se dejaron impresionar por el resultado.
Hay quien explica el atractivo de Hitler a partir de la cultura alemana, del famoso Sonderweg,camino especial seguido por aquel país. En él contrastarían la modernidad en los aspectos económicos y técnicos con el atraso en la estructura política, basada en el paternalismo estatal heredado del “socialismo” conservador de Bismarck y dominada por los Junkers, élites de mentalidad muy tradicional, nacionalistas, militaristas y antisemitas, muy distintos a las aristocracias francesa o inglesa. El nazismo sería el producto de esa tradición y por tanto específicamente alemán. Pero, frente a esta visión, otros ven el fenómeno como una aberración atribuible a la situación de crisis económica, política y moral en la que surgió y creen que la aparición de aquel grupo de hooligans, dirigidos por un loco, interrumpió el acceso a la normalidad que iba siguiendo la historia alemana. El nazismo sería un caso de totalitarismo, como el soviético, típico del siglo XX europeo, no de la cultura alemana. Una cultura, hay que recordarlo, que produjo a Hitler pero produjo también a un Stefan Zweig, por mencionar solo un nombre, europeo lúcido si los ha habido, crítico y víctima del nazismo.
En conclusión, Hitler como persona importa poco. No evoco su muerte, desde luego, porque fuera, en ningún sentido, una pérdida para la humanidad. Lo que importa es preguntarse cómo pudo un tipo así seducir a tanta gente. Sobre eso es sobre lo que nunca deberíamos dejar de pensar. Como no deberíamos dejar de estar vigilantes, para que jamás se repita nada similar. En cuanto a él, como ser humano, ni siquiera el pistoletazo final, hace ahora 70 años, le otorgó la menor grandeza.
José Álvarez Junco es historiador. Su último libro es Las historias de España (Pons / Crítica).
Nunca debemos dejar de pensar cómo Adolf Hitler, el vulgar oportunista que encarnó el mal absoluto, pudo seducir a tanta gente. Hay que estar vigilantes para que jamás pueda volver a repetirse algo similar
JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO - El País
Qué personaje, este Adolf Hitler, de cuyo suicidio se cumplen ahora 70 años. Un número redondo, que no significa nada ni tendría por qué hacernos hablar de él. Pero cualquier pretexto es bueno para reflexionar sobre Hitler.
Y es así no porque su personalidad tuviera interés, porque fuera un “gran hombre”, bueno o malo, según gustos, pero dotado, en todo caso, de alguna cualidad extraordinaria. Solo creerá que fue grande quien equipare grandeza con popularidad, impacto mediático, influencia sobre su época. Porque influyó, sin duda, sobre el curso de la historia mundial como pocos seres humanos lo han hecho en el tiempo en que vivieron. El siglo XX sería, sin duda, muy distinto de no haber nacido él.
Desde cualquier otro punto de vista, careció por completo de grandeza. Fue un tipo inculto, aunque él creyera, desde luego, saber mucho (otra prueba de su ignorancia). En el cenit de su poder, pensó que eran tan importantes las conversaciones mantenidas en sus almuerzos por él y su grupo cercano que instaló a unas taquígrafas para que tomaran notas y se conservaran así para la historia. Se publicaron, hace unas décadas; miles de páginas, de una pobreza difícil de imaginar, llenas de simplezas, en un tono siempre rotundo y dogmático.
Si de las ideas pasamos a los principios morales, sus móviles nunca fueron “nobles”, cualquiera que sea el significado que demos a esta palabra. Y si a las ideas y los principios añadimos su atractivo personal, no era un tipo sociable, nunca tuvo verdaderos amigos y su vida sentimental fue anodina; de él no se recuerda una anécdota interesante, una frase ingeniosa, pese a la inventiva que suele adornar estos anecdotarios de hombres célebres. Como pintor, su única profesión, fue mediocre; y cuando le tocó ser gestor se levantaba tarde, era vago y desorganizado, le aburría leer informes y eludía la toma de decisiones (o las tomaba de forma temeraria). Por no inventar, no inventó ni el antisemitismo. Fue un oportunista vulgar, un megalomaniaco vacuo, un don nadie fanático y simplón, un charlatán desprovisto de cualquier idea de interés, un ambicioso cuyo único norte fue la conquista de un poder absoluto sobre sus semejantes.
Alguien me objetará que aportó novedades, aunque fueran perversas; que construyó y dirigió un régimen totalitario modélico, ideal para otros muchos dictadores; que enseñó a otros criminales políticos cinismo, brutalidad, manipulación de la prensa y la radio, justificación de los medios por el fin, crímenes contra la humanidad a gran escala. Pero en todos estos aspectos le había precedido Stalin. Y aquí me parece escuchar voces de protesta: cómo se me ocurre compararlos, este lo hizo por motivos idealistas, quería establecer una sociedad justa e igualitaria, aunque esto le llevara a cometer “excesos”. Dejemos ese tema para otro día. Lo indiscutible es que utilizó todos los medios imitados luego por Hitler para instalarse en el poder y que lo ejerció, como él, sin límites morales; y su modelo totalitario fue aún más perfecto que el nazi. Hitler, la verdad, tampoco inventó nada en ese terreno.
Alguna grandeza demoniaca se le podría atribuir. Nadie, quizás, ha encarnado el mal absoluto de forma tan pura. Fue la quintaesencia de la perversión, y por eso es útil como ejemplo para describir lo que debe evitarse a cualquier precio. Pero Hannah Arendt arguyó, con buenas razones, que los nazis ni siquiera tenían grandeza en este terreno, que incluso su maldad era “banal”, que cometieron los mayores crímenes sin plantearse siquiera los dilemas morales que se le ocurrirían a cualquier mente reflexiva.
Hay quien dice que dirigió un régimen totalitario modélico, pero le había precedido Stalin
Todo lo dicho, pensándolo bien, apenas tiene importancia y no responde a la pregunta de por qué escribir sobre él. La verdadera cuestión, la difícil de contestar, es cómo pudo un personaje tan mediocre alcanzar el poder absoluto sobre una sociedad tan culta, avanzada y moderna como la alemana. Cuál fue su atractivo, ese es el misterio sobre el que se han escrito miles y miles de páginas. Porque Alemania no era un país cualquiera. Hay que recordar lo que significó para los españoles que estudiaron allí, empezando por Ortega y Gasset, o la elevación del nivel de las universidades estadounidenses gracias a los alemanes que se refugiaron allí, o la calidad de las vanguardias artísticas alemanas. ¿Cómo pudo una sociedad tan sofisticada, una de las cimas de la civilización moderna, hundirse en la barbarie, en la brutalidad, en el genocidio, siguiendo las pautas de este Adolf Hitler?
Claro que la pregunta simplifica las cosas, pues no todo debe atribuírsele a él. Hubo colaboradores, fuerzas sociales que le apoyaron, estructuras de poder que se pusieron a su servicio. Pero él fue crucial, su personalidad fue clave en el asunto. Como resumió Ian Kershaw, Hitler no fue la “causa primordial” del “ataque nazi a las raíces de la civilización”, pero sí su “agente principal”.
Para entender su éxito, hay que referirse a las circunstancias en las que surgió: la amarga derrota alemana en la Gran Guerra, la inflación galopante de los años veinte y el paro masivo tras la crisis de 1929, los miedos que suscitaba en toda Europa la revolución bolchevique… Todo ello, en el tránsito de la sociedad del antiguo régimen al mundo moderno, con el desplome de las jerarquías tradicionales, el avance de la secularización, el paso de la política de élites a la de masas, de la sumisión de la mujer a la igualdad de géneros. Todo era novedoso, conflictivo, nunca visto. La sociedad, tal como se había conocido durante siglos, se hundía; y eso provocaba inseguridad y temores comprensibles.
Unos colaboradores sin escrúpulos construyeron el andamiaje que le rodeó de un halo carismático
En esa situación, Hitler —con una capacidad oratoria, esa sí, excepcional— supo levantar esperanzas. Identificó de manera nítida al culpable de todas aquellas crisis: los judíos, padres del capitalismo y del marxismo, los dos males de la modernidad. Y prometió, en tono apocalíptico, eliminar a aquel culpable. Con ello, aseguró, llegaría la redención, la superación de las divisiones, el reingreso en el paraíso, una nueva unión fraternal (de los elegidos, claro). Y aquella solución tan sencilla sedujo a muchos. Aunque sin mayoría absoluta, ganó elecciones —cosa que no hizo nunca Stalin—. A partir de ahí, unos colaboradores sin escrúpulos construyeron el andamiaje efectista que le rodeó de un halo carismático. Montaron un espectáculo grandioso, que compensaba la falta de participación política real. Y casi todos, incluidos muchos visitantes inteligentes, se dejaron impresionar por el resultado.
Hay quien explica el atractivo de Hitler a partir de la cultura alemana, del famoso Sonderweg,camino especial seguido por aquel país. En él contrastarían la modernidad en los aspectos económicos y técnicos con el atraso en la estructura política, basada en el paternalismo estatal heredado del “socialismo” conservador de Bismarck y dominada por los Junkers, élites de mentalidad muy tradicional, nacionalistas, militaristas y antisemitas, muy distintos a las aristocracias francesa o inglesa. El nazismo sería el producto de esa tradición y por tanto específicamente alemán. Pero, frente a esta visión, otros ven el fenómeno como una aberración atribuible a la situación de crisis económica, política y moral en la que surgió y creen que la aparición de aquel grupo de hooligans, dirigidos por un loco, interrumpió el acceso a la normalidad que iba siguiendo la historia alemana. El nazismo sería un caso de totalitarismo, como el soviético, típico del siglo XX europeo, no de la cultura alemana. Una cultura, hay que recordarlo, que produjo a Hitler pero produjo también a un Stefan Zweig, por mencionar solo un nombre, europeo lúcido si los ha habido, crítico y víctima del nazismo.
En conclusión, Hitler como persona importa poco. No evoco su muerte, desde luego, porque fuera, en ningún sentido, una pérdida para la humanidad. Lo que importa es preguntarse cómo pudo un tipo así seducir a tanta gente. Sobre eso es sobre lo que nunca deberíamos dejar de pensar. Como no deberíamos dejar de estar vigilantes, para que jamás se repita nada similar. En cuanto a él, como ser humano, ni siquiera el pistoletazo final, hace ahora 70 años, le otorgó la menor grandeza.
José Álvarez Junco es historiador. Su último libro es Las historias de España (Pons / Crítica).
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