Punta de flecha de bronce incrustada en la columna vertebral muestra que un guerrero de élite de la Edad de Hierro sobrevivió a la batalla
Forbes
En un entierro de elite de la temprana Edad de Hierro del centro de Kazajstán, los restos de un nómada escita temprano salieron a la luz. Los huesos estaban dispersos y algunos habían desaparecido durante milenios, pero cuando los arqueólogos pusieron las piezas juntas, se dieron cuenta de algo que pocos investigadores han visto antes: una punta de flecha de metal incrustado en la columna vertebral.
Cuando fue excavado el Kurgan o túmulo en un sitio llamado Koitas, desde que surgieron los huesos de un hombre de carbono 25-45 años de edad, datado a la séptima/sexto siglos antes de Cristo. Puesto de pie de pie mide más de 1.76m, alto para la época y probablemente refleja su educación de élite y el acceso a los recursos necesarios. Uno de sus costillas reveló una fractura curada largamente, y su columna vertebral había comenzado a mostrar el paso del tiempo, con el comienzo de la osteoartritis.
En su columna inferior, justo por encima de la parte baja de la espalda, los arqueólogos Svetlana Tur, Svetlana Svyatko, Arman Beisenov y Aleksei Tishkin encontraron una punta de flecha. La mayoría de las veces, sobre todo en la antigüedad, una lesión penetrante en la columna vertebral habrían matado a una persona casi instantáneamente. Pero esta escita elite sobrevivió, y el hueso de su undécima vértebra torácica sanó a su alrededor.
Imagen de la izquierda muestra una exploración CR de la vértebra con la punta de flecha de bronce incrustado. Imagen de la derecha muestra la curación del hueso alrededor de la punta de flecha (flecha). (Fotos utilizan con el permiso de Tur y colegas.)
Tur y sus colegas utilizaron radiografía computarizada y la tomografía computarizada para mirar dentro de la vértebra para obtener una mejor visión de la punta de flecha. La tomografía computarizada mostró que era triangular en sección transversal y roto, probablemente el impacto con el hueso después de que fue despedido. Sobre la base de cómo se coloca el objeto en el hueso, los investigadores creen que la flecha voló hacia él desde la derecha y desde arriba, en ángulo. Un análisis más detallado utilizando fluorescencia de rayos X reveló la punta de flecha se hace de la aleación de cobre con un alto contenido de estaño. Afortunadamente para este nómada de élite, la punta de flecha no estaba hecha de plomo, como dejar un objeto de plomo en el cuerpo puede causar envenenamiento.
Sobre la base de una comparación con otras puntas de flecha de la Edad de Hierro temprana en Europa y Asia, Tur y sus colegas creen que esto es militar en la forma. El hombre fue golpeado, tal vez en la batalla, y alguien sacó el eje de madera de la flecha, dejando la cabeza de metal alojada en su columna vertebral. Si bien este tipo de lesión es a menudo fatal debido a hemorragia o peritonitis, en este caso, el hombre sobrevivió el tiempo suficiente para su hueso para sanar y el metal para iniciar a corroerse.
No parece haber ninguna evidencia en este caso de la atención médica otorgada a este hombre, pero hay algunos huesos restantes del esqueleto. Es posible que otros huesos mostraron lesiones o tratamiento adicionales. Teniendo en cuenta la historia de este hombre de sobrevivir a una fractura de costilla y una punta de flecha de metal incrustado en su columna vertebral, sin embargo, que puede haber sido duro y se utiliza para el dolor.
miércoles, 17 de junio de 2015
martes, 16 de junio de 2015
Guerra del Chaco: El último veterano paraguayo
El último veterano del cuartel
Andrés Benítez Flecha es el único veterano de la Guerra del Chaco que vive en el cuartel de la Victoria, en San Lorenzo. Sigue dando pelea a sus 102 años, pese a que la injusticia y la desidia del Estado hicieron que la necesidad caracterizara su vejez.
ABC Color
Aún sigue respetando la disciplina que aprendió en sus días de soldado. Don Andrés se levanta todos los días puntualmente a las 07:00, se baña, desayuna, y algunos días recibe visitas en la mañana, generalmente de estudiantes. “Vienen, pero siempre se van”, dijo el veterano con cierto pesar. Los minutos que pasa con los jóvenes son muy valorados por él, ya que no cuenta con ningún familiar vivo, según comentaron los demás soldados. También pobladores de su natal Valenzuela lo suelen visitar.
A las 10:00 es la hora de preparar su tereré, que es “uno de los vicios” que aprendió en la guerra, a la que se alistó cuando apenas tenía 18 años. De la contienda aún recuerda algunos episodios, que comparte habitualmente con la encargada de su cuidado, la señora Teodolina Sosa, quien con mucha paciencia algunas veces tiene que oír la misma historia una y otra vez, ya que la memoria de Don Andrés ya está fallando. Otro problema de salud que tiene es la ceguera. Fuera de estas dos dificultades, el veterano se muestra con mucha fuerza, inclusive puede caminar sin ayuda.
Teodolina recuerda particularmente el día en el que falleció el señor Gabino Ayala, su compañero de cuarto y también veterano de guerra. “Él se quedó muy triste, porque era su compañero, era un buen señor”, contó. Desde el año pasado, Andrés es el último veterano con vida que está en el cuartel de la Victoria.
De sus días en el campo de batalla, recordó que pasaron varios días sin comer y sin tomar agua, en el árido territorio chaqueño y bajo el fuerte sol. “Recorrías el bosque, no tomabas agua, no cenabas de dos a tres días”, relató el veterano. Según los registros, prestó servicio en el Regimiento de Zapadores Nº 4, donde tuvo una destacada labor. Participó en las batallas de Karanda’yty y Algodonal en agosto de 1934 y El Carmen en noviembre de ese año.
En el caso de Benítez Flecha, recibió su pensión recién el año pasado. Fue incluido en planilla fiscal de pagos desde el 7 de mayo de 2014, mediante un Acuerdo y Sentencia de la Corte Suprema de Justicia. En tal concepto, el veterano percibió una pensión de G. 1.530.672 y un subsidio de G. 1.913.340, que fue cobrado, pues el pago se realizó en el mismo Cuartel de la Victoria. Además de ese monto, que cobra mensualmente, a Andrés Benítez se le pagó un acumulado de G. 47.112.060, monto que corresponde a haberes atrasados, puesto que la Corte Suprema dispuso que el pago de sus asignaciones cubran desde el momento de la presentación de la solicitud, que fue de setiembre de 2009. Pero a estas alturas, es poco lo que pudo disfrutar.
“Apenaite acobrá la che sueldomi”, manifestó Benítez Flecha al recordar cómo accedió a la pensión para veteranos de guerra. Lastimosamente, ya pasó la mayor parte de su vejez sin este beneficio. Cuando le consultamos acerca de para qué utiliza este dinero, entre risas, dice que para “naco y yerba”. Otros compañeros suyos fallecieron sin haber percibido su salario, lo cual lamentó. El dinero es destinado para sus alimentos, ya que lógicamente por su edad, debe comer productos livianos y sanos. Afortunadamente, a pesar de las carencias que pasó los últimos 20 años que está en el cuartel debido a que no gozó de su pensión, siempre tuvo el cariño de los funcionarios, de sus compañeros y de los visitantes, ya que no tiene a ningún familiar cercano vivo, nunca se casó ni tuvo hijos.
La deuda no fue solamente con Don Andrés, que tímidamente “fue saldada”, pero muy tarde. Él es consciente de ello, ya que al hablar al respecto, dijo que “hace rato ya se rindió”. Además de él, siguen vivos cerca de 700 veteranos en todo el país. Muchos aún esperan que se cumpla con ellos, ya que ellos sí cumplieron hace 80 años, pero en el campo de batalla.
Andrés Benítez Flecha es el único veterano de la Guerra del Chaco que vive en el cuartel de la Victoria, en San Lorenzo. Sigue dando pelea a sus 102 años, pese a que la injusticia y la desidia del Estado hicieron que la necesidad caracterizara su vejez.
ABC Color
Aún sigue respetando la disciplina que aprendió en sus días de soldado. Don Andrés se levanta todos los días puntualmente a las 07:00, se baña, desayuna, y algunos días recibe visitas en la mañana, generalmente de estudiantes. “Vienen, pero siempre se van”, dijo el veterano con cierto pesar. Los minutos que pasa con los jóvenes son muy valorados por él, ya que no cuenta con ningún familiar vivo, según comentaron los demás soldados. También pobladores de su natal Valenzuela lo suelen visitar.
A las 10:00 es la hora de preparar su tereré, que es “uno de los vicios” que aprendió en la guerra, a la que se alistó cuando apenas tenía 18 años. De la contienda aún recuerda algunos episodios, que comparte habitualmente con la encargada de su cuidado, la señora Teodolina Sosa, quien con mucha paciencia algunas veces tiene que oír la misma historia una y otra vez, ya que la memoria de Don Andrés ya está fallando. Otro problema de salud que tiene es la ceguera. Fuera de estas dos dificultades, el veterano se muestra con mucha fuerza, inclusive puede caminar sin ayuda.
Teodolina recuerda particularmente el día en el que falleció el señor Gabino Ayala, su compañero de cuarto y también veterano de guerra. “Él se quedó muy triste, porque era su compañero, era un buen señor”, contó. Desde el año pasado, Andrés es el último veterano con vida que está en el cuartel de la Victoria.
De sus días en el campo de batalla, recordó que pasaron varios días sin comer y sin tomar agua, en el árido territorio chaqueño y bajo el fuerte sol. “Recorrías el bosque, no tomabas agua, no cenabas de dos a tres días”, relató el veterano. Según los registros, prestó servicio en el Regimiento de Zapadores Nº 4, donde tuvo una destacada labor. Participó en las batallas de Karanda’yty y Algodonal en agosto de 1934 y El Carmen en noviembre de ese año.
INJUSTICIA
El país le debe mucho a Don Andrés. Siendo joven, dejando su pueblo natal, sus estudios, su trabajo, fue a una guerra a la que ni siquiera sabía a profundidad para qué. Cada 12 de junio se enseña en las escuelas, se lee en los libros o se menciona en los discursos a los “héroes del Chaco”, que en su mayoría pasaron una vejez en medio de necesidades.En el caso de Benítez Flecha, recibió su pensión recién el año pasado. Fue incluido en planilla fiscal de pagos desde el 7 de mayo de 2014, mediante un Acuerdo y Sentencia de la Corte Suprema de Justicia. En tal concepto, el veterano percibió una pensión de G. 1.530.672 y un subsidio de G. 1.913.340, que fue cobrado, pues el pago se realizó en el mismo Cuartel de la Victoria. Además de ese monto, que cobra mensualmente, a Andrés Benítez se le pagó un acumulado de G. 47.112.060, monto que corresponde a haberes atrasados, puesto que la Corte Suprema dispuso que el pago de sus asignaciones cubran desde el momento de la presentación de la solicitud, que fue de setiembre de 2009. Pero a estas alturas, es poco lo que pudo disfrutar.
“Apenaite acobrá la che sueldomi”, manifestó Benítez Flecha al recordar cómo accedió a la pensión para veteranos de guerra. Lastimosamente, ya pasó la mayor parte de su vejez sin este beneficio. Cuando le consultamos acerca de para qué utiliza este dinero, entre risas, dice que para “naco y yerba”. Otros compañeros suyos fallecieron sin haber percibido su salario, lo cual lamentó. El dinero es destinado para sus alimentos, ya que lógicamente por su edad, debe comer productos livianos y sanos. Afortunadamente, a pesar de las carencias que pasó los últimos 20 años que está en el cuartel debido a que no gozó de su pensión, siempre tuvo el cariño de los funcionarios, de sus compañeros y de los visitantes, ya que no tiene a ningún familiar cercano vivo, nunca se casó ni tuvo hijos.
La deuda no fue solamente con Don Andrés, que tímidamente “fue saldada”, pero muy tarde. Él es consciente de ello, ya que al hablar al respecto, dijo que “hace rato ya se rindió”. Además de él, siguen vivos cerca de 700 veteranos en todo el país. Muchos aún esperan que se cumpla con ellos, ya que ellos sí cumplieron hace 80 años, pero en el campo de batalla.
lunes, 15 de junio de 2015
SGM: ¿6 millones de judíos en los campos de concentración?
domingo, 14 de junio de 2015
Unión Soviética: Stalin, un flor de hijo de puta
El otro monstruo
Al igual que Hitler, Stalin fue un loco asesino. Millón más, millón menos, eliminó al mismo número de personas que el jerarca nazi y con métodos parecidos. Ni el bolchevique más ferviente estaba seguro a su lado
JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO - El País
El otro día recordé —sin lamentarla— la muerte de Hitler, ocurrida hace ahora 70 años. Hoy toca hablar del otro personaje que compartió con él el dominio del tablero europeo y que, tras derrotarle en “la Gran Guerra Patria”, disfrutaba en esos mismos días de su momento de máxima gloria. Me refiero a Iósif (José) Vissariónovich Stalin; para los amigos, Koba.
Lo primero que debe decirse sobre Stalin es que, al igual que Hitler, fue un loco; un loco asesino. Millón más, millón menos, eliminó al mismo número de personas que el jerarca nazi y con métodos parecidos: los fusilamientos y los campos de concentración; con la diferencia de que en los de Stalin los prisioneros no eran inmolados en cámaras de gas al poco de llegar sino que, tras una supervivencia media de cinco años, morían a causa de los trabajos forzados, el frío o el hambre. El número de reclusos de los “campos de trabajo correctivos” (Gulag) superó los diez millones, y los muertos los dos millones. Aquellos campos fueron creados para los antiguos aristócratas, los kulaks (campesinos medios opuestos a la colectivización), el clero ortodoxo, los delincuentes comunes y, sobre todo, los disidentes políticos. Sobre estos últimos, solo en las “grandes purgas” de 1936-1938 hubo 1,3 millones de detenidos, de los que unos 700.000 acabaron ejecutados. En total, los fusilados bajo Stalin ascienden a un millón, como mínimo, que se eleva a cuatro si se añaden los muertos en campos de trabajo y en deportaciones masivas de población. Doy cifras conservadoras, multiplicadas por dos o más por algunos historiadores.
Tampoco la vida privada de Stalin superó a la de Hitler en ningún sentido. Huérfano de padre, tuvo siempre mala relación con su madre y no asistió a su entierro; hay serias sospechas de suicidio tanto de su segunda mujer como de su único hijo, y cuando le sobrevino el ataque fatal, sus íntimos dejaron pasar las horas sin llamar a un médico; Koba mismo había denunciado “conspiraciones de médicos”, pero, además, su muerte aliviaba a todos. Su obsesión paranoica es comparable a la del líder nazi, aunque menos racional y previsible. Un alemán conservador, ario por los cuatro costados y respetuoso con el partido tenía altas probabilidades de no ser molestado por los esbirros del Führer. Con Stalin, ni el bolchevique más ferviente estaba seguro. Al revés, podía ser detenido, torturado, obligado a confesar delitos imaginarios y finalmente ejecutado. Sencillamente, porque Koba sentía envidia hacia él. Stalin condenó a Trotski por “izquierdista”, a Zinoviev, Kamenev o Bujarin —que le apoyaron en la operación contra Trotski— por “derechistas”, a los jefes de la policía secreta Yagova y Yezhov... Toda la plana mayor bolchevique de 1917-1923, la protagonista del Octubre Rojo, había sido eliminada en 1939.
Y entonces, ese mismo año, se embarcó en su gran operación política, máxima prueba de su falta de principios morales: se alió con Hitler, su enemigo jurado, para repartirse Polonia. La responsabilidad del inicio de la Segunda Guerra Mundial recae, por tanto, sobre ambos, aunque luego, al atacar Hitler a su aliado (que fue así; Stalin nunca rompió el acuerdo, aunque quizás solo por falta de previsión), pasara a la historia como el adalid del antifascismo y hasta fuera candidato al Premio Nobel de la Paz.
No vale la pena dar más datos sobre la catadura moral del personaje. Al igual que con su rival nazi, su personalidad es, en definitiva, lo de menos. Lo importante, lo que no deberíamos dejar de preguntarnos nunca, es cómo pudo aquel sistema poner a un monstruo de este calibre a su cabeza.
La primera respuesta que se le ocurre a uno es similar a la del caso alemán: atribuirlo a la tradición rusa; en este caso, al zarismo, tiranía brutal como pocas (aunque su número de víctimas, comparado con el de los bolcheviques, sea cosa de niños). Estar dominados por un déspota caprichoso de quien se esperaba la solución de todos los males sociales era lo habitual para un ruso.
Pero hay otra respuesta, muy distinta, que creo más interesante: me refiero a la debilidad política de la teoría marxista, a la falta de precauciones ante los posibles abusos de los futuros dirigentes de la dictadura del proletariado, un tránsito obligado en el proceso de construcción del paraíso socialista. Karl Marx, tan penetrante en su crítica social, mostró una sorprendente ingenuidad política al subirse, sin más, al tren jacobino: solo importaba la toma del poder por el proletariado.
Cuando esto ocurriera, ¿por qué poner límites al gobierno del pueblo trabajador? No previó algo tan elemental como que los representantes del proletariado, al disponer del poder absoluto, pudieran usarlo en su propio beneficio. Tampoco lo previó Lenin, el verdadero artífice del sistema. Ni Trotski, uno de sus colaboradores más crueles, que sólo comenzó a criticarlo cuando fue desplazado del poder. Stalin no hizo sino perfeccionar el modelo montado por Lenin y Trotski.
Marx fue ingenuo al pensar que solo importaba la toma del poder por el proletariado
Mucho más pesimistas, y más lúcidos, los padres del constitucionalismo norteamericano dieron por supuesto que el ser humano tiende a aprovecharse del poder cuando lo tiene en sus manos. Y a partir de ahí montaron unos mecanismos de reparto de poderes, controles y contrapesos, que ponían las máximas trabas posibles a los abusos. El sistema está lejos de ser perfecto, pero ha funcionado mucho mejor que las dictaduras en nombre del pueblo o del proletariado.
Alguna moraleja podríamos sacar hoy. Los partidos que proceden de la tradición comunista, como Izquierda Unida, y no se han desprendido suficientemente de su pasado estalinista, lo están pagando. Porque son muy pocos los europeos actuales que quieren vivir como los ciudadanos de la Europa del Este en los años 1945-1989.
Como la Iglesia católica está pagando, desde hace siglos, por su pasado inquisitorial. Se cree víctima de un “laicismo agresivo”, sin comprender que la ciudadanía desconfía, con razón, de que, si ellos recuperaran el poder de antaño, no volvieran a erigir piras para inmolar a quienes no comulgaran al cien por cien con su ideario. Y tampoco debe atribuirse aquello a la retorcida personalidad de un Torquemada, sino a un sistema totalitario de pensamiento y de poder. Instituciones con este pasado sucio no recuperarán nuestra confianza hasta que no abjuren solemnemente de ese esquema mental y garanticen, de manera creíble, que jamás volveremos a vivir aquello.
José Álvarez Junco es historiador. Su último libro es Las historias de España (Pons / Crítica).
Al igual que Hitler, Stalin fue un loco asesino. Millón más, millón menos, eliminó al mismo número de personas que el jerarca nazi y con métodos parecidos. Ni el bolchevique más ferviente estaba seguro a su lado
JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO - El País
EULOGIA MERLE |
El otro día recordé —sin lamentarla— la muerte de Hitler, ocurrida hace ahora 70 años. Hoy toca hablar del otro personaje que compartió con él el dominio del tablero europeo y que, tras derrotarle en “la Gran Guerra Patria”, disfrutaba en esos mismos días de su momento de máxima gloria. Me refiero a Iósif (José) Vissariónovich Stalin; para los amigos, Koba.
Lo primero que debe decirse sobre Stalin es que, al igual que Hitler, fue un loco; un loco asesino. Millón más, millón menos, eliminó al mismo número de personas que el jerarca nazi y con métodos parecidos: los fusilamientos y los campos de concentración; con la diferencia de que en los de Stalin los prisioneros no eran inmolados en cámaras de gas al poco de llegar sino que, tras una supervivencia media de cinco años, morían a causa de los trabajos forzados, el frío o el hambre. El número de reclusos de los “campos de trabajo correctivos” (Gulag) superó los diez millones, y los muertos los dos millones. Aquellos campos fueron creados para los antiguos aristócratas, los kulaks (campesinos medios opuestos a la colectivización), el clero ortodoxo, los delincuentes comunes y, sobre todo, los disidentes políticos. Sobre estos últimos, solo en las “grandes purgas” de 1936-1938 hubo 1,3 millones de detenidos, de los que unos 700.000 acabaron ejecutados. En total, los fusilados bajo Stalin ascienden a un millón, como mínimo, que se eleva a cuatro si se añaden los muertos en campos de trabajo y en deportaciones masivas de población. Doy cifras conservadoras, multiplicadas por dos o más por algunos historiadores.
Tampoco la vida privada de Stalin superó a la de Hitler en ningún sentido. Huérfano de padre, tuvo siempre mala relación con su madre y no asistió a su entierro; hay serias sospechas de suicidio tanto de su segunda mujer como de su único hijo, y cuando le sobrevino el ataque fatal, sus íntimos dejaron pasar las horas sin llamar a un médico; Koba mismo había denunciado “conspiraciones de médicos”, pero, además, su muerte aliviaba a todos. Su obsesión paranoica es comparable a la del líder nazi, aunque menos racional y previsible. Un alemán conservador, ario por los cuatro costados y respetuoso con el partido tenía altas probabilidades de no ser molestado por los esbirros del Führer. Con Stalin, ni el bolchevique más ferviente estaba seguro. Al revés, podía ser detenido, torturado, obligado a confesar delitos imaginarios y finalmente ejecutado. Sencillamente, porque Koba sentía envidia hacia él. Stalin condenó a Trotski por “izquierdista”, a Zinoviev, Kamenev o Bujarin —que le apoyaron en la operación contra Trotski— por “derechistas”, a los jefes de la policía secreta Yagova y Yezhov... Toda la plana mayor bolchevique de 1917-1923, la protagonista del Octubre Rojo, había sido eliminada en 1939.
Y entonces, ese mismo año, se embarcó en su gran operación política, máxima prueba de su falta de principios morales: se alió con Hitler, su enemigo jurado, para repartirse Polonia. La responsabilidad del inicio de la Segunda Guerra Mundial recae, por tanto, sobre ambos, aunque luego, al atacar Hitler a su aliado (que fue así; Stalin nunca rompió el acuerdo, aunque quizás solo por falta de previsión), pasara a la historia como el adalid del antifascismo y hasta fuera candidato al Premio Nobel de la Paz.
No vale la pena dar más datos sobre la catadura moral del personaje. Al igual que con su rival nazi, su personalidad es, en definitiva, lo de menos. Lo importante, lo que no deberíamos dejar de preguntarnos nunca, es cómo pudo aquel sistema poner a un monstruo de este calibre a su cabeza.
Toda la plana mayor de 1917-1923, protagonista del Octubre Rojo, había sido eliminada en 1939
La primera respuesta que se le ocurre a uno es similar a la del caso alemán: atribuirlo a la tradición rusa; en este caso, al zarismo, tiranía brutal como pocas (aunque su número de víctimas, comparado con el de los bolcheviques, sea cosa de niños). Estar dominados por un déspota caprichoso de quien se esperaba la solución de todos los males sociales era lo habitual para un ruso.
Pero hay otra respuesta, muy distinta, que creo más interesante: me refiero a la debilidad política de la teoría marxista, a la falta de precauciones ante los posibles abusos de los futuros dirigentes de la dictadura del proletariado, un tránsito obligado en el proceso de construcción del paraíso socialista. Karl Marx, tan penetrante en su crítica social, mostró una sorprendente ingenuidad política al subirse, sin más, al tren jacobino: solo importaba la toma del poder por el proletariado.
Cuando esto ocurriera, ¿por qué poner límites al gobierno del pueblo trabajador? No previó algo tan elemental como que los representantes del proletariado, al disponer del poder absoluto, pudieran usarlo en su propio beneficio. Tampoco lo previó Lenin, el verdadero artífice del sistema. Ni Trotski, uno de sus colaboradores más crueles, que sólo comenzó a criticarlo cuando fue desplazado del poder. Stalin no hizo sino perfeccionar el modelo montado por Lenin y Trotski.
Marx fue ingenuo al pensar que solo importaba la toma del poder por el proletariado
Mucho más pesimistas, y más lúcidos, los padres del constitucionalismo norteamericano dieron por supuesto que el ser humano tiende a aprovecharse del poder cuando lo tiene en sus manos. Y a partir de ahí montaron unos mecanismos de reparto de poderes, controles y contrapesos, que ponían las máximas trabas posibles a los abusos. El sistema está lejos de ser perfecto, pero ha funcionado mucho mejor que las dictaduras en nombre del pueblo o del proletariado.
Alguna moraleja podríamos sacar hoy. Los partidos que proceden de la tradición comunista, como Izquierda Unida, y no se han desprendido suficientemente de su pasado estalinista, lo están pagando. Porque son muy pocos los europeos actuales que quieren vivir como los ciudadanos de la Europa del Este en los años 1945-1989.
Como la Iglesia católica está pagando, desde hace siglos, por su pasado inquisitorial. Se cree víctima de un “laicismo agresivo”, sin comprender que la ciudadanía desconfía, con razón, de que, si ellos recuperaran el poder de antaño, no volvieran a erigir piras para inmolar a quienes no comulgaran al cien por cien con su ideario. Y tampoco debe atribuirse aquello a la retorcida personalidad de un Torquemada, sino a un sistema totalitario de pensamiento y de poder. Instituciones con este pasado sucio no recuperarán nuestra confianza hasta que no abjuren solemnemente de ese esquema mental y garanticen, de manera creíble, que jamás volveremos a vivir aquello.
José Álvarez Junco es historiador. Su último libro es Las historias de España (Pons / Crítica).
sábado, 13 de junio de 2015
Nazismo: USA pagó millones a ex-criminales
EE UU pagó millones en prestaciones sociales a excriminales nazis
Una investigación federal revela que más de 130 exnazis residentes recibieron 20 millones de dólares de la Seguridad Social pese a su pasado hitleriano
ERIC LICHTBAU (BLOOMBERG) - El País
Celdas de criminales de guerra nazis vigiladas por soldados estadounidenses durante los juicios de Nuremberg. / EFE
El Gobierno estadounidense pagó 20,2 millones de dólares (18 millones de euros al cambio actual) en prestaciones de la Seguridad Social a más de 130 residentes de Estados Unidos vinculados a las atrocidades nazis a lo largo de más de medio siglo, aunque algunos pagos se han hecho incluso en este mismo año, según una investigación federal.
El volumen del importe pagado, mucho mayor del que esperaban los funcionarios que llevan la investigación, da prueba de la facilidad con la que miles de exnazis lograron asentarse en una nueva vida en los Estados Unidos, sin apenas ningún control después del final de la Segunda Guerra Mundial .
Un informe que se publicará esta semana por el inspector general de la Administración de la Seguridad Social concluye que la práctica totalidad de los pagos se han realizado adecuadamente bajo la ley de cada momento, y que los funcionarios federales no tenían la autoridad legal para prohibir esos beneficios hasta que el nazi sospechoso fuera deportado, según funcionarios consignados en el informe citados por Bloomberg.
En las décadas de los 60 y los 70, docenas de antiguos nazis que habían envejecido en Estados Unidos comenzaron a recibir prestaciones de la Seguridad Social, sin que las autoridades federales investigaran los posibles vínculos de los inmigrantes alemanes con las atrocidades cometidas durante la guerra.
No fue sino hasta la década de los 80, bajo la presión del Congreso, cuando el Departamento de Justicia comenzó a investigar a cientos de sospechosos en los Estados Unidos y comenzó un proceso de deportación contra exoficiales nazis, guardias de campos de concentración, líderes de los escuadrones de ejecución y otros criminales de guerra.
El informe encontró que más de tres docenas de antiguos nazis recibieron un total de 5,7 millones de dólares del Seguro Social antes de ser deportados. Otros 95 presuntos exnazis que recibieron 14,5 millones de dólares nunca fueron deportados y continuaron cobrando sus prestaciones. Algunos murieron antes de que pudieran ser deportados, otros huyeron del país y a otros se les permitió seguir en el país tras ser investigados.
Los primeras pesquisas se realizaron en los años 80 después de que se detectara de que cientos de sospechosos nazis que habían trabajado desde el final de la guerra en ciudades de todo el país comenzaban a cobrar sus retiros. Pero fue una investigación de Associated Press el pasado otoño el que renovó el interés por el fenómeno, lo que llevó al Congreso a aprobar una legislación especial denominado No Social Security for Nazis Act.
Esta ley puso a fin a las prestaciones que recibían cuatro nazis que habían salido de los Estados Unidos para regresar a Europa. El pago más reciente a un exnazi tuvo lugar el pasado mes de enero. No hay constancia de que actualmente haya ningún exnazi cobrando prestaciones.
Una investigación federal revela que más de 130 exnazis residentes recibieron 20 millones de dólares de la Seguridad Social pese a su pasado hitleriano
ERIC LICHTBAU (BLOOMBERG) - El País
Celdas de criminales de guerra nazis vigiladas por soldados estadounidenses durante los juicios de Nuremberg. / EFE
El Gobierno estadounidense pagó 20,2 millones de dólares (18 millones de euros al cambio actual) en prestaciones de la Seguridad Social a más de 130 residentes de Estados Unidos vinculados a las atrocidades nazis a lo largo de más de medio siglo, aunque algunos pagos se han hecho incluso en este mismo año, según una investigación federal.
El volumen del importe pagado, mucho mayor del que esperaban los funcionarios que llevan la investigación, da prueba de la facilidad con la que miles de exnazis lograron asentarse en una nueva vida en los Estados Unidos, sin apenas ningún control después del final de la Segunda Guerra Mundial .
Un informe que se publicará esta semana por el inspector general de la Administración de la Seguridad Social concluye que la práctica totalidad de los pagos se han realizado adecuadamente bajo la ley de cada momento, y que los funcionarios federales no tenían la autoridad legal para prohibir esos beneficios hasta que el nazi sospechoso fuera deportado, según funcionarios consignados en el informe citados por Bloomberg.
En las décadas de los 60 y los 70, docenas de antiguos nazis que habían envejecido en Estados Unidos comenzaron a recibir prestaciones de la Seguridad Social, sin que las autoridades federales investigaran los posibles vínculos de los inmigrantes alemanes con las atrocidades cometidas durante la guerra.
No fue sino hasta la década de los 80, bajo la presión del Congreso, cuando el Departamento de Justicia comenzó a investigar a cientos de sospechosos en los Estados Unidos y comenzó un proceso de deportación contra exoficiales nazis, guardias de campos de concentración, líderes de los escuadrones de ejecución y otros criminales de guerra.
El informe encontró que más de tres docenas de antiguos nazis recibieron un total de 5,7 millones de dólares del Seguro Social antes de ser deportados. Otros 95 presuntos exnazis que recibieron 14,5 millones de dólares nunca fueron deportados y continuaron cobrando sus prestaciones. Algunos murieron antes de que pudieran ser deportados, otros huyeron del país y a otros se les permitió seguir en el país tras ser investigados.
Indignación por los pagos
"Es indignante que los nazis pudieran recibir estas prestaciones pero el informe también deja claro que la Administración de la Seguridad Social carecía del derecho legal para suspender esos pagos en la mayor parte de los casos”, dijo Carolyn B. Maloney, congresista demócrata por Nueva York que pidió que se abriera una investigación después de surgieran nuevas pruebas el año pasado.Los primeras pesquisas se realizaron en los años 80 después de que se detectara de que cientos de sospechosos nazis que habían trabajado desde el final de la guerra en ciudades de todo el país comenzaban a cobrar sus retiros. Pero fue una investigación de Associated Press el pasado otoño el que renovó el interés por el fenómeno, lo que llevó al Congreso a aprobar una legislación especial denominado No Social Security for Nazis Act.
Esta ley puso a fin a las prestaciones que recibían cuatro nazis que habían salido de los Estados Unidos para regresar a Europa. El pago más reciente a un exnazi tuvo lugar el pasado mes de enero. No hay constancia de que actualmente haya ningún exnazi cobrando prestaciones.
viernes, 12 de junio de 2015
USA: El asesinato del Robert Kennedy en 1968
La historia de la foto que retrató la muerte de Robert F. Kennedy
Ocurrió así el 5 de junio de 1968 a las 00:03 de la medianoche, en el pasillo que conducía del salón principal a la cocina del ya demolido hotel Ambassador de Los Ángeles
Robert Kennedy yace en suelo mientras un asistente de cocina le sostiene la cabeza en la madrugada del 5 de junio de 1968. Foto: Archivo
Disparar es un verbo que sirve de la misma manera para quien tiene un arma y para quien tiene una cámara fotográfica. Es la palabra precisa para determinar la activación del mecanismo. Algunas veces, el segundo registra lo que ha hecho el primero.
Ocurrió así el 5 de junio de 1968 a las 00:03 de la medianoche, en el pasillo que conducía del salón principal a la cocina del hotel Ambassador de Los Ángeles, en el oeste de Estados Unidos. Sirhan Sirhan, un hombre de origen palestino, tenía un arma en sus manos, un revólver Wasleyjones calibre 22, que disparó en seis ocasiones.
Los proyectiles se alojaron en el brazo izquierdo, en la pierna derecha y en el cuello de Robert Francis Kennedy Jr., precandidato presidencial por el partido Demócrata, ex Fiscal General y el hermano menor de John Fitzgerald, el presidente inmolado en una calle de Dallas, Texas, cinco años antes.
Kennedy se había desempeñado como Fiscal General de EE.UU. hasta 1964 cuando fue elegido senador. Foto: BBC
Segundos después, Boris Yaro, un fotoperiodista que trabajaba como freelance para el LA Times disparó su Nikon FT varias veces hacia el mismo hombre en medio de la confusión y el pánico. A él, a diferencia de Sirhan Sirhan, llegaron a verlo, la mano en el gatillo fotográfico, y le gritaron que no disparara. Pero Yaro no hizo caso.
Un par de horas más tarde, cuando reveló el negativo en el laboratorio de fotografía de la redacción del LA Times ubicado a pocas cuadras del hotel Ambassador, quedó clara la diferencia: el disparo de la muerte, el disparo de la foto.
La foto de la muerte. Yaro había sacado la última foto de Bobby Kennedy con un hilo de vida. La imagen fija era la de un joven de 15 años, arrodillado sobre el suelo, que le sostenía la cabeza al hombre que moría en el piso de un salón de hotel.
"Había llamado al periódico y me habían dicho que la noche ya estaba cubierta, así que no tenía que ir", se escucha su voz pesada y cansina desde el otro lado del teléfono.
Esa noche era la del 4 de junio de 1968 y casi rozando la medianoche se conocerían los resultados de las elecciones primarias del partido Demócrata en el estado de California, que conducirían, un mes después, a escoger al próximo candidato a la presidencia, para enfrentarse a Richard Nixon.
Los rivales de esa contienda eran el senador de Minnesota Eugene McCarthy, un poeta convertido en político quien era un abierto opositor de la guerra de Vietnam, y el vicepresidente de EE.UU. de aquel entonces, Hubert Horatio Humphrey Jr, quien se había unido a la competencia cuando se bajó del tren el presidente en funciones, Lyndon B. Jonhson.
El crimen ocurrió en uno de los salones del extinto hotel Ambassador de Los Ángeles, que fue demolido en 2005. Foto: Archivo / BBC
El tercero en la disputa era Robert F. Kennedy, quien estaba sorprendiendo con sus proyecciones de voto, a pesar de haber llegado tarde a la carrera electoral.
Su desempeño no era nada despreciable para alguien que se había montado de último en la contienda: había ganado en Indiana y Nebraska, pero también había sido derrotado en estados como Oregón, pocos días antes. Por eso tenía claro que la victoria en California era vital.
"Si no gano en California, es posible que deje la contienda para ser candidato presidencial", citó el diario The New York Times en su edición del 30 de mayo de 1968.
"Como no tenía turno, decidí irme a casa porque no me sentía bien. Me puse a ver televisión y escuchar un poco de radio, cuando comencé a escuchar los primeros resultados me di cuenta de que tenía que ir a tomar algunas fotos, aunque fueran solo para colgarlas en mi pared", relató Yaro.
Durante los días de campaña en California, que habían incluido un debate televisivo con McCarthy, los demócratas habían dado la mayoría de los discursos en el famoso hotel Ambassador, ubicado cerca del centro de Los Ángeles. Hacia allá se dirigió Yaro.
Cuando llegó al salón del Ambassador, Yaro se encontró con una fiesta. Kennedy había vencido a McCarthy. Todos sus colegas esperaban impacientes unas palabras en aquel enorme y glamoroso recinto, mientras los partidarios del exfiscal celebraban alborozados.
"Alguien de su staff me dijo que Kennedy tenía que ir a otra parte del hotel y que el mejor lugar para tomarle una foto sería en la cocina, donde tendría que pasar de salida, así que evité la aglomeración del discurso y me fui para allá", dijo.
A las 12:05 de la medianoche del ya 5 de junio, agotado pero investido con el triunfo que le habían dado las urnas, Robert Kennedy se instaló en la tarima del salón para dirigirse a sus simpatizantes.
"Muchas gracias a todos, ahora vamos por Chicago (donde se iba a realizar la convención demócrata de ese año). Vamos a ganar allá. ¡Gracias!", dijo.
Al revisar los registros visuales que existen de Bobby Kennedy es imposible no notar un gesto característico: peinarse con sus manos, los dedos entre el pelo justo arriba de la oreja. Un instante después de pronunciar sus últimas palabras en vivo, Robert Kennedy finalizó su aparición histórica con aquel gesto habitual: tomó el cabello que caía sobre su frente, se pasó la mano al descuido y se internó en la muchedumbre y después por un pasillo apretado donde iba encontrarse, sin saberlo, con Boris Yaro y con Sirhan Sirhan.
"De un momento a otro, Robert Kennedy comenzó a caminar hacia nosotros. A mi lado estaba Bill Eppridge (de la revista Life). Le grité: 'Bobby, Bobby', pero él solo me entregaba una sonrisa con un gesto corto, nada muy llamativo".
De repente la tragedia se precipitó en aquel estrecho lugar: según el reporte de la investigación hecha por el Buró Federal de Investigaciones estadounidense, el FBI, cuando Bobby Kennedy le daba la mano a un miembro del personal de servicio del hotel, se escucharon seis disparos.
Lo primero que percibió Yaro fue la fragancia de la pólvora y por algunos segundos confundió el estrépito de los estallidos con un efecto festivo. Pero después la estampida de pánico de las personas que estaban a su alrededor lo devolvieron a 1963 y de inmediato pensó: "Oh no, no otra vez".
No podía ser que fuera otro Kennedy, otro asesinato. Recordaba el de John F. tal como lo había visto por TV cinco años antes.
"Recuerdo que vi a Sirhan Sirhan, que ya había sido detenido por varios hombres. Yo agarré el arma, pero estaba muy caliente, así que la solté y fue allí donde vi a Kennedy tirado en el piso, en medio del pasillo. Tenía que tomar la foto".
Lanzó el primer disparo. Click. Una mujer que estaba a su lado le tomó el brazo y le ordenó que no lo hiciera, que no siguiera tomando fotos. "¡Por Dios señora, esto es historia!", respondió y disparó varias veces más.
En el suelo yacía moribundo Robert F. Kennedy, aspirante demócrata, hermano de un presidente asesinado, sostenido por Juan Romero, un joven inmigrante mexicano de 15 años que trabajaba como ayudante de cocina en el Ambassador.
-¿Están todos bien, verdad?- preguntó Kennedy mientras una mancha de sangre crecía bajo su cabeza.
-Sí, todo va a salir bien- respondió Romero.
"Había poca luz. Tenía una cámara Nikon T3 con un lente de 28 mm y decidí bajar la velocidad de exposición para tomar las fotos. No sabía cómo iban a salir, nunca pensé qué me iba a encontrar después". Disparó, casi sin mirar.
EN EL CUARTO OSCURO
Por algún truco de la luz, las fotografías de Yaro no reflejan la confusión y la angustia de aquel momento. En cambio, se observa en ellas a un hombre que muere y a su lado al joven Romero que no está urgido por salvarle la vida, sino dotado de la calma necesaria para consolarlo en sus momentos finales.
Alrededor, las piernas inmóviles de personas que contemplan aquel instante. Y a su lado una corbata que parece fue arrebatada a alguien. Todo muy quieto. En paz. Durante las investigaciones posteriores, Romero confesaría que, sabiendo que Kennedy era un católico confeso, le había puesto en la mano izquierda un rosario.
Uno de los disparos ejecutados por Sirhan había sido letal, pero la muerte tardaría en llegar: Kennedy agonizó durante 26 horas en el Hospital del Buen Samaritano de Los Ángeles. Se lo declaró fallecido a la 1:44 de la madrugada del 6 de junio de 1968.
Solo dos meses antes, Kennedy le había dicho a la comunidad negra de la ciudad de Indianápolis, al difundirse la noticia de la muerte del líder afroamericano Martín Luther King, que debían permitirse dedicarse "a lo que los griegos escribieron hace muchísimos años: a dominar el salvajismo existente en el hombre y a volver apacible la vida de este mundo".
Yaro volvió a la redacción del diario, entregó el material y escribió una pequeña crónica de lo que había ocurrido. "Cuando terminé todo, me encerré en el cuarto oscuro donde había revelado esas fotos y me puse a llorar. Realmente pensaba que Bobby iba a ser presidente"..
Ocurrió así el 5 de junio de 1968 a las 00:03 de la medianoche, en el pasillo que conducía del salón principal a la cocina del ya demolido hotel Ambassador de Los Ángeles
Robert Kennedy yace en suelo mientras un asistente de cocina le sostiene la cabeza en la madrugada del 5 de junio de 1968. Foto: Archivo
Disparar es un verbo que sirve de la misma manera para quien tiene un arma y para quien tiene una cámara fotográfica. Es la palabra precisa para determinar la activación del mecanismo. Algunas veces, el segundo registra lo que ha hecho el primero.
Ocurrió así el 5 de junio de 1968 a las 00:03 de la medianoche, en el pasillo que conducía del salón principal a la cocina del hotel Ambassador de Los Ángeles, en el oeste de Estados Unidos. Sirhan Sirhan, un hombre de origen palestino, tenía un arma en sus manos, un revólver Wasleyjones calibre 22, que disparó en seis ocasiones.
Los proyectiles se alojaron en el brazo izquierdo, en la pierna derecha y en el cuello de Robert Francis Kennedy Jr., precandidato presidencial por el partido Demócrata, ex Fiscal General y el hermano menor de John Fitzgerald, el presidente inmolado en una calle de Dallas, Texas, cinco años antes.
Kennedy se había desempeñado como Fiscal General de EE.UU. hasta 1964 cuando fue elegido senador. Foto: BBC
Segundos después, Boris Yaro, un fotoperiodista que trabajaba como freelance para el LA Times disparó su Nikon FT varias veces hacia el mismo hombre en medio de la confusión y el pánico. A él, a diferencia de Sirhan Sirhan, llegaron a verlo, la mano en el gatillo fotográfico, y le gritaron que no disparara. Pero Yaro no hizo caso.
Un par de horas más tarde, cuando reveló el negativo en el laboratorio de fotografía de la redacción del LA Times ubicado a pocas cuadras del hotel Ambassador, quedó clara la diferencia: el disparo de la muerte, el disparo de la foto.
La foto de la muerte. Yaro había sacado la última foto de Bobby Kennedy con un hilo de vida. La imagen fija era la de un joven de 15 años, arrodillado sobre el suelo, que le sostenía la cabeza al hombre que moría en el piso de un salón de hotel.
UNA FOTO NO PLANEADA
Yaro le confesó a BBC Mundo que la foto más famosa de su catálogo, por la que recibió varios premios y menciones alrededor del mundo, no la pensaba tomar. No estaba en sus planes. Apenas una hora antes estaba en su casa de Pasadena, digiriendo unos tacos al pastor que se había comido en un puesto mexicano del mercado central de Los Ángeles."Había llamado al periódico y me habían dicho que la noche ya estaba cubierta, así que no tenía que ir", se escucha su voz pesada y cansina desde el otro lado del teléfono.
Esa noche era la del 4 de junio de 1968 y casi rozando la medianoche se conocerían los resultados de las elecciones primarias del partido Demócrata en el estado de California, que conducirían, un mes después, a escoger al próximo candidato a la presidencia, para enfrentarse a Richard Nixon.
Los rivales de esa contienda eran el senador de Minnesota Eugene McCarthy, un poeta convertido en político quien era un abierto opositor de la guerra de Vietnam, y el vicepresidente de EE.UU. de aquel entonces, Hubert Horatio Humphrey Jr, quien se había unido a la competencia cuando se bajó del tren el presidente en funciones, Lyndon B. Jonhson.
El crimen ocurrió en uno de los salones del extinto hotel Ambassador de Los Ángeles, que fue demolido en 2005. Foto: Archivo / BBC
El tercero en la disputa era Robert F. Kennedy, quien estaba sorprendiendo con sus proyecciones de voto, a pesar de haber llegado tarde a la carrera electoral.
Su desempeño no era nada despreciable para alguien que se había montado de último en la contienda: había ganado en Indiana y Nebraska, pero también había sido derrotado en estados como Oregón, pocos días antes. Por eso tenía claro que la victoria en California era vital.
"Si no gano en California, es posible que deje la contienda para ser candidato presidencial", citó el diario The New York Times en su edición del 30 de mayo de 1968.
"Como no tenía turno, decidí irme a casa porque no me sentía bien. Me puse a ver televisión y escuchar un poco de radio, cuando comencé a escuchar los primeros resultados me di cuenta de que tenía que ir a tomar algunas fotos, aunque fueran solo para colgarlas en mi pared", relató Yaro.
Durante los días de campaña en California, que habían incluido un debate televisivo con McCarthy, los demócratas habían dado la mayoría de los discursos en el famoso hotel Ambassador, ubicado cerca del centro de Los Ángeles. Hacia allá se dirigió Yaro.
EL SÍMBOLO DE LA VICTORIA
"No quería hacer una foto rutinaria, del público o de él dando un discurso. Quería una foto de Bobby Kennedy victorioso, distinta, de cerca", relató el fotógrafo.Cuando llegó al salón del Ambassador, Yaro se encontró con una fiesta. Kennedy había vencido a McCarthy. Todos sus colegas esperaban impacientes unas palabras en aquel enorme y glamoroso recinto, mientras los partidarios del exfiscal celebraban alborozados.
"Alguien de su staff me dijo que Kennedy tenía que ir a otra parte del hotel y que el mejor lugar para tomarle una foto sería en la cocina, donde tendría que pasar de salida, así que evité la aglomeración del discurso y me fui para allá", dijo.
A las 12:05 de la medianoche del ya 5 de junio, agotado pero investido con el triunfo que le habían dado las urnas, Robert Kennedy se instaló en la tarima del salón para dirigirse a sus simpatizantes.
"Muchas gracias a todos, ahora vamos por Chicago (donde se iba a realizar la convención demócrata de ese año). Vamos a ganar allá. ¡Gracias!", dijo.
Al revisar los registros visuales que existen de Bobby Kennedy es imposible no notar un gesto característico: peinarse con sus manos, los dedos entre el pelo justo arriba de la oreja. Un instante después de pronunciar sus últimas palabras en vivo, Robert Kennedy finalizó su aparición histórica con aquel gesto habitual: tomó el cabello que caía sobre su frente, se pasó la mano al descuido y se internó en la muchedumbre y después por un pasillo apretado donde iba encontrarse, sin saberlo, con Boris Yaro y con Sirhan Sirhan.
EL CALLEJÓN
"Había mucha gente en un espacio reducido, pero lo que más me preocupaba era que no había mucha luz para una buena foto", recordó Yaro."De un momento a otro, Robert Kennedy comenzó a caminar hacia nosotros. A mi lado estaba Bill Eppridge (de la revista Life). Le grité: 'Bobby, Bobby', pero él solo me entregaba una sonrisa con un gesto corto, nada muy llamativo".
De repente la tragedia se precipitó en aquel estrecho lugar: según el reporte de la investigación hecha por el Buró Federal de Investigaciones estadounidense, el FBI, cuando Bobby Kennedy le daba la mano a un miembro del personal de servicio del hotel, se escucharon seis disparos.
Lo primero que percibió Yaro fue la fragancia de la pólvora y por algunos segundos confundió el estrépito de los estallidos con un efecto festivo. Pero después la estampida de pánico de las personas que estaban a su alrededor lo devolvieron a 1963 y de inmediato pensó: "Oh no, no otra vez".
No podía ser que fuera otro Kennedy, otro asesinato. Recordaba el de John F. tal como lo había visto por TV cinco años antes.
"Recuerdo que vi a Sirhan Sirhan, que ya había sido detenido por varios hombres. Yo agarré el arma, pero estaba muy caliente, así que la solté y fue allí donde vi a Kennedy tirado en el piso, en medio del pasillo. Tenía que tomar la foto".
Lanzó el primer disparo. Click. Una mujer que estaba a su lado le tomó el brazo y le ordenó que no lo hiciera, que no siguiera tomando fotos. "¡Por Dios señora, esto es historia!", respondió y disparó varias veces más.
En el suelo yacía moribundo Robert F. Kennedy, aspirante demócrata, hermano de un presidente asesinado, sostenido por Juan Romero, un joven inmigrante mexicano de 15 años que trabajaba como ayudante de cocina en el Ambassador.
-¿Están todos bien, verdad?- preguntó Kennedy mientras una mancha de sangre crecía bajo su cabeza.
-Sí, todo va a salir bien- respondió Romero.
"Había poca luz. Tenía una cámara Nikon T3 con un lente de 28 mm y decidí bajar la velocidad de exposición para tomar las fotos. No sabía cómo iban a salir, nunca pensé qué me iba a encontrar después". Disparó, casi sin mirar.
EN EL CUARTO OSCURO
Por algún truco de la luz, las fotografías de Yaro no reflejan la confusión y la angustia de aquel momento. En cambio, se observa en ellas a un hombre que muere y a su lado al joven Romero que no está urgido por salvarle la vida, sino dotado de la calma necesaria para consolarlo en sus momentos finales.
Alrededor, las piernas inmóviles de personas que contemplan aquel instante. Y a su lado una corbata que parece fue arrebatada a alguien. Todo muy quieto. En paz. Durante las investigaciones posteriores, Romero confesaría que, sabiendo que Kennedy era un católico confeso, le había puesto en la mano izquierda un rosario.
Uno de los disparos ejecutados por Sirhan había sido letal, pero la muerte tardaría en llegar: Kennedy agonizó durante 26 horas en el Hospital del Buen Samaritano de Los Ángeles. Se lo declaró fallecido a la 1:44 de la madrugada del 6 de junio de 1968.
Solo dos meses antes, Kennedy le había dicho a la comunidad negra de la ciudad de Indianápolis, al difundirse la noticia de la muerte del líder afroamericano Martín Luther King, que debían permitirse dedicarse "a lo que los griegos escribieron hace muchísimos años: a dominar el salvajismo existente en el hombre y a volver apacible la vida de este mundo".
Yaro volvió a la redacción del diario, entregó el material y escribió una pequeña crónica de lo que había ocurrido. "Cuando terminé todo, me encerré en el cuarto oscuro donde había revelado esas fotos y me puse a llorar. Realmente pensaba que Bobby iba a ser presidente"..
jueves, 11 de junio de 2015
Conquista de América: Cortés, un guarro bien salvaje
No dejaba títere con cabeza: Hernán Cortés, un líder muy expeditivo
Cortes era bastante expeditivo. No dejaba títere con cabeza. Más de una vez daría órdenes de masacrar poblaciones enteras sin reparar en medios
Foto: Encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma. (Kurz & Allison)
Encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma. (Kurz & Allison)
ÁLVARO VAN DEN BRULE - Noticias de Alma, Corazón, Vida
Los perros a veces comen como si el futuro no existiera.
–Zenk
El ser humano, es un acto en un tiempo. Parece que las cosas discurren tras un antes y preceden a un después, pero todo ocurre en un instante. El cómo lo medimos, es una cuestión de percepción.
Ese instante ocurrió hace cinco siglos, fue una especie de ciclogénesis o de cúmulo de circunstancias pocas veces sumado en la historia; daba pie a una era de gestas para el imperio español, y quizás también anunciaba una tragedia para un pueblo que nunca había combatido contra alguien tan determinado a vencer. España estaba pariendo su grandeza a pasos agigantados mientras un fabuloso imperio al oeste del Atlántico empezaba a restar los días de su historia mientras se dirigía hacia una tragedia irreversible.
Los mexicas, más conocidos como aztecas –puesto que así pasó a la posteridad este pueblo de pueblos–, vivían en el dominio absoluto de sus vasallos practicando formas de esclavitud indescriptibles con un salvajismo de ferocidad desconocida. Los españoles no éramos ni mejores ni peores, ni ellos eran tan malos como para hacernos a nosotros tan buenos. Amparados en el derecho de conquista y con la difusa coartada que tienen las guerras para difuminar la moral a pasos acelerados, también llegaríamos a desvariar más allá de lo que somos capaces de admitir.
Era una sociedad realmente más compleja de lo que nos han transmitido como enseñanza canónica y maledicente. Existía una organizada división del trabajo y especialistas y artesanos de enorme calado, tecnología muy avanzada en muchas y diferentes áreas y extraordinarios conocimientos médicos. ¿Salvajes quizás? Tal vez, pero menos de lo que nos han contado.
Del este vendría el mito y también el hombre que lo encarnaría. El mito estaba condenado a muerte, y el hombre a convertirse en mito.
Hernán Cortes.
Hernán Cortés, recio y audaz extremeño, hijo y nieto de las políticas castellanas de repoblación de los territorios conquistados con gentes de la meseta, era el único vástago de una familia de hidalgos rentistas que, en ocasiones y dependiendo del capricho de las cosechas, no llegaban a fin de mes. Pero Cortés apuntaba maneras y, además, madera de líder.
Al cambiar el siglo de dígito, lo enviaron a Salamanca con tan mala fortuna que el secular retraso educativo de su tierra madre, Extremadura, no le permitiría entrar en la universidad ni con calzador. Eran tan evidentes las estrecheces y sus repercusiones en la formación de los chavales provenientes de las dehesas extremeñas, que Salamanca se antojaba como otro planeta. Tras hacer un poco el zascandil y ramonear por los claustros, se hizo a duras penas con tres años de leyes que en el futuro darían de sí lo suyo.
Finalmente el intrépido mozalbete pararía en Sevilla con toda la troupe de colegas de Medellín en calidad de líder natural. Los había arrastrado a todos a una de las apuestas más increíbles jamás concebidas por mente humana. Fray Nicolás de Ovando, el nuevo gobernador de Indias, quedó vivamente impresionado por el carisma de este enjuto pillastre que no perdería de vista para los restos.
La armada en cuestión, con una nutrida logística y una treintena de naos y carabelas de alto bordo para enfrentar el proceloso Atlántico, iba bien dotada del imprescindible material de navegación, animales de tiro y consumo, y de la parafernalia litúrgica al uso en la época, por si las cosas se ponían feas, para invocar sin más preámbulos al máximo hacedor.
El caso es que, por razones hasta hoy no debidamente contrastadas y más cercanas a la leyenda, el en aquella época “calavera” de Cortés, al parecer dio con sus huesos en el calabozo al intentar cortejar a una mujer casada, costándole un disgusto importante el asedio a la fémina en cuestión, y un par de costillas a consecuencia de los arreones que le aplicó el desairado marido.
La ruta que siguió la expedición de Hernán Cortés desde que partió de Cuba hasta su llegada a Tenochtitlan. (Evazquezm)
Los desembarcados se pusieron a “cristianizar” a golpe de mosquete a los descarriados indígenas
En el paréntesis entre dos agarradas con su jefe natural –era un 10 de febrero de 1519–, Cortés que no era manco, le “levantó” la artillería, los caballos, las vituallas, los once barcos de la expedición y 555 hombres de armas a Diego de Velázquez, e hizo mutis por el foro, o lo que es lo mismo, puso rumbo hacia la gloria. ¿Traición? ¿Visión de largo alcance? ¿Picardía en estado puro? Ya es historia. El cabreo del afectado fue monumental y perseguiría al extremeño y su monumental osadía durante años.
Tras diez días de navegación con rumbo aparentemente indeterminado, aterrizaron en la isla de Cozumel en la costa este del imperio mexica o azteca que venía a ser lo mismo. Andaba por allá un escuchimizado y famélico Jerónimo de Aguilar, medio desnudo y medio asilvestrado, que no daba crédito a lo que veía. De repente la playa se pobló de invasores que hablaban su lengua. Atónito ante aquella aparición, el náufrago de una anterior expedición casi se descoyunta en el trance sobrevenido.
Rápidamente los desembarcados se pusieron a “cristianizar” a golpe de mosquete a los descarriados indígenas que sin comerlo ni beberlo tendrían que elegir sin demora entre enrolarse “voluntariamente” como tropa de apoyo o salir corriendo a esconderse en la tupida selva habida cuenta de la persuasión que les ocasionaba la cacofonía de los arcabuces cuando se ponían a tocar en plan coral.
Hay que decir en beneficio de aquella cultura fagocitada en un abrir y cerrar de ojos por los impetuosos españoles, que la expansión azteca anterior a la llegada de los invasores había creado una cultura muy homogénea con una lingua franca, el náhuatl, equivalente a lo que podría ser el latín en su tiempo. Dicha expansión coincidió con el florecimiento de una tradición ideológica de carácter interétnico que abarcó a pueblos que hablaban lenguas e idiomas diferentes creando un paraguas-estado sin fisuras notables.
Al contrario que los españoles que repartían agua bautismal a diestro y siniestro, los aztecas no impusieron su religión ni su lengua a los pueblos dominados, “solo les cortaban la cabeza” cuando remoloneaban en el pago de impuestos, capítulo este en el que eran muy escrupulosos.
La Matanza de Cholula. Lienzo de Tlaxcala, 1552.
Moctezuma era un hombre sabio, pero melifluo en su concepción vital. No era un guerrero al uso. Las noticias de la masacre causada por Cortés en la ciudad sagrada de Cholula habían corrido como la pólvora. La pretendida seguridad de la que habían hecho bandera se iba disipando según avanzaban los españoles. La masacre de Cholula fue un acto de barbarie excesivo a todas luces, por innecesario, salvo que Cortés quisiera lanzar una clara advertencia ante cualquier posible intención de resistencia futura.
Mientras Cortés hacía migas con Moctezuma en un extraño impasse de tensa espera, en la primavera de 1520, Pánfilo de Narváez, que se la tenía jurada, apareció por Veracruz con aviesas intenciones. Cortés, que tenía el tema controlado en Technotitlan, se vio alterado por esta súbita e inesperada aparición, por lo que se puso manos a la obra con su habitual fair play. Cayó sobre la tropa desembarcada en una acción relámpago. Los que conservaron la testa sobre los hombros se unieron a gran velocidad al extremeño. Decisión muy afortunada a juzgar por la suerte que correrían los que osaron plantarle cara.
Entretanto, Pedro de Alvarado sería cogido por sorpresa y emboscado en la propia Technotitlan. Cortés, a pesar de imprimir una contramarcha acelerada a su tropa tras vapulear a Pánfilo de Narváez, se encontró ante hechos consumados. La chusma, cabreada por la indecisión del emperador, le enviaría al otro barrio de una soberana y precisa pedrada cuando se aprestaba a calmar al pueblo levantisco. A partir de ahí, la historia registra la que posiblemente fuera la derrota de mayor envergadura infligida a un ejército europeo en tierras americanas. Cortés perdería en la Noche Triste casi a la mitad de su ejército en una dramática persecución.
Un año más tarde vendría el terrible asedio de la capital azteca con su corolario de cien mil muertos más, caídos por hambre y viruela. Como es de rigor, la matanza sobrevenida duraría cerca de una semana y solo se detendría cuando la tropa, hastiada de blandir acero, se quedó exhausta de repartir mandobles.
Cortés acabaría conquistando un vasto territorio que comprendía más de trescientos mil kilómetros cuadrados. La Corona fue ingrata con él, ya que no solamente le mermó un poder que le correspondía de facto, sino que lo retiraría discretamente de sus funciones a la par que lo colmaba de distinciones. En el trasunto, estaban las inmensas riquezas conquistadas y la ya evidente vejez que asaltaba al extremeño.
Cortés fue un hombre de su época. No fue un pacificador compasivo y generoso con los vencidos, pero tampoco se le puede desvincular de aquella realidad de supervivencia extrema en la que estuvo inmerso casi siempre, por lo que hacer una valoración fuera del contexto histórico que le rodeó, y se podría decir incluso que presidió, sería algo descortés y desafortunado.
Una disentería terminal lo dejaría totalmente extenuado. El 2 de diciembre de 1547 se alejaría definitivamente del mundanal ruido.
Cortes era bastante expeditivo. No dejaba títere con cabeza. Más de una vez daría órdenes de masacrar poblaciones enteras sin reparar en medios
Foto: Encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma. (Kurz & Allison)
Encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma. (Kurz & Allison)
ÁLVARO VAN DEN BRULE - Noticias de Alma, Corazón, Vida
Los perros a veces comen como si el futuro no existiera.
–Zenk
El ser humano, es un acto en un tiempo. Parece que las cosas discurren tras un antes y preceden a un después, pero todo ocurre en un instante. El cómo lo medimos, es una cuestión de percepción.
Ese instante ocurrió hace cinco siglos, fue una especie de ciclogénesis o de cúmulo de circunstancias pocas veces sumado en la historia; daba pie a una era de gestas para el imperio español, y quizás también anunciaba una tragedia para un pueblo que nunca había combatido contra alguien tan determinado a vencer. España estaba pariendo su grandeza a pasos agigantados mientras un fabuloso imperio al oeste del Atlántico empezaba a restar los días de su historia mientras se dirigía hacia una tragedia irreversible.
Los mexicas, más conocidos como aztecas –puesto que así pasó a la posteridad este pueblo de pueblos–, vivían en el dominio absoluto de sus vasallos practicando formas de esclavitud indescriptibles con un salvajismo de ferocidad desconocida. Los españoles no éramos ni mejores ni peores, ni ellos eran tan malos como para hacernos a nosotros tan buenos. Amparados en el derecho de conquista y con la difusa coartada que tienen las guerras para difuminar la moral a pasos acelerados, también llegaríamos a desvariar más allá de lo que somos capaces de admitir.
El canibalismo que algunos historiadores imputan alegremente como generalizado no se ajusta a la verdad, ya que era un uso ritual muy puntualLos aztecas eran esencialmente guerreros que subordinaban a base de crear un terror absoluto en su ámbito de actuación, lo cual, a la luz de cómo nos movíamos en Occidente en aquellos tiempos, no guarda muchas diferencias en lo tocante al modus operandi. El canibalismo que algunos historiadores (Marvin Harris), imputan alegremente como generalizado, no se ajusta a la verdad, ya que era un uso ritual muy puntual circunscrito a ceremonias muy específicas. Es quizás un aspecto morboso de la vida azteca que no se diferenciaba mucho de las prácticas pirómanas que aquí desarrollamos con alegre profusión contra aquellos que pensaban diferente en temas de religión.
Era una sociedad realmente más compleja de lo que nos han transmitido como enseñanza canónica y maledicente. Existía una organizada división del trabajo y especialistas y artesanos de enorme calado, tecnología muy avanzada en muchas y diferentes áreas y extraordinarios conocimientos médicos. ¿Salvajes quizás? Tal vez, pero menos de lo que nos han contado.
El portador de la hecatombe
Pero ocurre que cuando el siglo XVI despunta por el este, un sol abrasador con una ferocidad inhabitual será el portador de la hecatombe de un imperio centenario acostumbrado a ser incontestado.Del este vendría el mito y también el hombre que lo encarnaría. El mito estaba condenado a muerte, y el hombre a convertirse en mito.
Hernán Cortes.
Hernán Cortés, recio y audaz extremeño, hijo y nieto de las políticas castellanas de repoblación de los territorios conquistados con gentes de la meseta, era el único vástago de una familia de hidalgos rentistas que, en ocasiones y dependiendo del capricho de las cosechas, no llegaban a fin de mes. Pero Cortés apuntaba maneras y, además, madera de líder.
Al cambiar el siglo de dígito, lo enviaron a Salamanca con tan mala fortuna que el secular retraso educativo de su tierra madre, Extremadura, no le permitiría entrar en la universidad ni con calzador. Eran tan evidentes las estrecheces y sus repercusiones en la formación de los chavales provenientes de las dehesas extremeñas, que Salamanca se antojaba como otro planeta. Tras hacer un poco el zascandil y ramonear por los claustros, se hizo a duras penas con tres años de leyes que en el futuro darían de sí lo suyo.
Finalmente el intrépido mozalbete pararía en Sevilla con toda la troupe de colegas de Medellín en calidad de líder natural. Los había arrastrado a todos a una de las apuestas más increíbles jamás concebidas por mente humana. Fray Nicolás de Ovando, el nuevo gobernador de Indias, quedó vivamente impresionado por el carisma de este enjuto pillastre que no perdería de vista para los restos.
La armada en cuestión, con una nutrida logística y una treintena de naos y carabelas de alto bordo para enfrentar el proceloso Atlántico, iba bien dotada del imprescindible material de navegación, animales de tiro y consumo, y de la parafernalia litúrgica al uso en la época, por si las cosas se ponían feas, para invocar sin más preámbulos al máximo hacedor.
El caso es que, por razones hasta hoy no debidamente contrastadas y más cercanas a la leyenda, el en aquella época “calavera” de Cortés, al parecer dio con sus huesos en el calabozo al intentar cortejar a una mujer casada, costándole un disgusto importante el asedio a la fémina en cuestión, y un par de costillas a consecuencia de los arreones que le aplicó el desairado marido.
La ruta que siguió la expedición de Hernán Cortés desde que partió de Cuba hasta su llegada a Tenochtitlan. (Evazquezm)
Rumbo hacia la gloria
El deseado viaje tras la estela de Colón quedaría en agua de borrajas. Pero el héroe suele ser alguien común que destaca sobre sus limitaciones de mortal acercándose a la inmortalidad con gestas fuera de lo común. Cortés era un genio de la estrategia en proceso de explosión, así que se las apañó de tal manera que en 1506 ya se había agenciado un puesto de escribano en la notaría de Azúa en la isla de la Española, a las órdenes de Diego de Velázquez, con el cual tendría más de un desencuentro por incompatibilidad manifiesta de caracteres.Los desembarcados se pusieron a “cristianizar” a golpe de mosquete a los descarriados indígenas
En el paréntesis entre dos agarradas con su jefe natural –era un 10 de febrero de 1519–, Cortés que no era manco, le “levantó” la artillería, los caballos, las vituallas, los once barcos de la expedición y 555 hombres de armas a Diego de Velázquez, e hizo mutis por el foro, o lo que es lo mismo, puso rumbo hacia la gloria. ¿Traición? ¿Visión de largo alcance? ¿Picardía en estado puro? Ya es historia. El cabreo del afectado fue monumental y perseguiría al extremeño y su monumental osadía durante años.
Tras diez días de navegación con rumbo aparentemente indeterminado, aterrizaron en la isla de Cozumel en la costa este del imperio mexica o azteca que venía a ser lo mismo. Andaba por allá un escuchimizado y famélico Jerónimo de Aguilar, medio desnudo y medio asilvestrado, que no daba crédito a lo que veía. De repente la playa se pobló de invasores que hablaban su lengua. Atónito ante aquella aparición, el náufrago de una anterior expedición casi se descoyunta en el trance sobrevenido.
Rápidamente los desembarcados se pusieron a “cristianizar” a golpe de mosquete a los descarriados indígenas que sin comerlo ni beberlo tendrían que elegir sin demora entre enrolarse “voluntariamente” como tropa de apoyo o salir corriendo a esconderse en la tupida selva habida cuenta de la persuasión que les ocasionaba la cacofonía de los arcabuces cuando se ponían a tocar en plan coral.
Un aficionado a las masacres
Hay que decir que Cortés era bastante expeditivo. No dejaba títere con cabeza. En más de una ocasión daría órdenes de masacrar directamente poblaciones enteras sin reparar en medios. No era una guerra convencional la que se libraba en aquellas junglas. Si eras capturado, corrías el riesgo de que te pusieran vuelta y vuelta junto a una guarnición de patatas después de separarte prudentemente la cabeza para jugar un partidillo de algo parecido al fútbol sala.La guerra florida era un simulacro bélico en el que siempre los dominantes capturaban a unos centenares de adversarios que, por mucha oposición que pusieran, acababan con sus cabezas en algún cestoCon estas credenciales y declaración de intenciones, Cortés hizo amigos rápidamente entre tlaxcaltecas y totonacas que eran dos de las tribus más castigadas por las acciones de guerra florida de los aztecas. La guerra florida era un simulacro bélico, en el que siempre los dominantes capturaban a unos centenares de adversarios que por mucha oposición que pusieran acababan con sus cabezas en algún cesto de laboriosa confección. Por eso, estos dos agraviados pueblos se coaligaron con Hernán Cortés, y todos juntos y contentos, el 16 de agosto del año del señor de 1519, se dirigieron en número de cien mil animadas almas más o menos, hacia la bellísima capital lacustre llamada Tenochtitlan, donde los mexicas vivían plácidamente. La idea, claro está, no era otra que la aplicarle un severo correctivo al engreído Moctezuma y de paso expropiarle lo incautado durante años a los cabreados pueblos fronterizos.
Hay que decir en beneficio de aquella cultura fagocitada en un abrir y cerrar de ojos por los impetuosos españoles, que la expansión azteca anterior a la llegada de los invasores había creado una cultura muy homogénea con una lingua franca, el náhuatl, equivalente a lo que podría ser el latín en su tiempo. Dicha expansión coincidió con el florecimiento de una tradición ideológica de carácter interétnico que abarcó a pueblos que hablaban lenguas e idiomas diferentes creando un paraguas-estado sin fisuras notables.
Al contrario que los españoles que repartían agua bautismal a diestro y siniestro, los aztecas no impusieron su religión ni su lengua a los pueblos dominados, “solo les cortaban la cabeza” cuando remoloneaban en el pago de impuestos, capítulo este en el que eran muy escrupulosos.
Si no puedes con tu enemigo, invítale a cenar
Dicho esto, y mientras los españoles se iban acercando a la capital del imperio azteca, tupidas redes de espionaje con una economía de medios asombrosa analizaban al enemigo en detalle. Moctezuma, advertido de la que se le avecinaba, tomó una prudente e increíble decisión. El emperador azteca había advertido con buen criterio la imbatibilidad de los españoles en campo abierto, ergo pensó que si los dejaba entrar como invitados en Tenochtitlan podría darles un susto más apropiado y ajustado a sus intereses.La Matanza de Cholula. Lienzo de Tlaxcala, 1552.
Moctezuma era un hombre sabio, pero melifluo en su concepción vital. No era un guerrero al uso. Las noticias de la masacre causada por Cortés en la ciudad sagrada de Cholula habían corrido como la pólvora. La pretendida seguridad de la que habían hecho bandera se iba disipando según avanzaban los españoles. La masacre de Cholula fue un acto de barbarie excesivo a todas luces, por innecesario, salvo que Cortés quisiera lanzar una clara advertencia ante cualquier posible intención de resistencia futura.
Mientras Cortés hacía migas con Moctezuma en un extraño impasse de tensa espera, en la primavera de 1520, Pánfilo de Narváez, que se la tenía jurada, apareció por Veracruz con aviesas intenciones. Cortés, que tenía el tema controlado en Technotitlan, se vio alterado por esta súbita e inesperada aparición, por lo que se puso manos a la obra con su habitual fair play. Cayó sobre la tropa desembarcada en una acción relámpago. Los que conservaron la testa sobre los hombros se unieron a gran velocidad al extremeño. Decisión muy afortunada a juzgar por la suerte que correrían los que osaron plantarle cara.
Entretanto, Pedro de Alvarado sería cogido por sorpresa y emboscado en la propia Technotitlan. Cortés, a pesar de imprimir una contramarcha acelerada a su tropa tras vapulear a Pánfilo de Narváez, se encontró ante hechos consumados. La chusma, cabreada por la indecisión del emperador, le enviaría al otro barrio de una soberana y precisa pedrada cuando se aprestaba a calmar al pueblo levantisco. A partir de ahí, la historia registra la que posiblemente fuera la derrota de mayor envergadura infligida a un ejército europeo en tierras americanas. Cortés perdería en la Noche Triste casi a la mitad de su ejército en una dramática persecución.
La batalla más cruenta de la conquista
Pero Hernán Cortés se rehízo. El día 7 de julio de 1520, con cifras ampliamente contrastadas y de acuerdo con el historiador Hugh Thomas, en las llanuras de Otumba, no más de 1.500 españoles (objetivamente hablando, castellanos) se enfrentaron a un ejército nada sobredimensionado por la mítica de la conquista, que podría oscilar en torno a los 150.000 hombres por parte de México.Cortés acabaría conquistando un vasto territorio que comprendía más de trescientos mil kilómetros cuadradosLa clave de la victoria, según el hispanista inglés, fue la captura de la corona y del estandarte que portaba el líder azteca. Sin artillería y con el aliento de una muerte segura si eran capturados, una carga memorable en los anales militares encabezada por Cortés a la desesperada, dirimió la que fuera posiblemente la batalla más cruenta de la conquista de América. Al anochecer, cerca de sesenta mil almas habían iniciado el postrer viaje hacia la eternidad.
Un año más tarde vendría el terrible asedio de la capital azteca con su corolario de cien mil muertos más, caídos por hambre y viruela. Como es de rigor, la matanza sobrevenida duraría cerca de una semana y solo se detendría cuando la tropa, hastiada de blandir acero, se quedó exhausta de repartir mandobles.
Cortés acabaría conquistando un vasto territorio que comprendía más de trescientos mil kilómetros cuadrados. La Corona fue ingrata con él, ya que no solamente le mermó un poder que le correspondía de facto, sino que lo retiraría discretamente de sus funciones a la par que lo colmaba de distinciones. En el trasunto, estaban las inmensas riquezas conquistadas y la ya evidente vejez que asaltaba al extremeño.
Cortés fue un hombre de su época. No fue un pacificador compasivo y generoso con los vencidos, pero tampoco se le puede desvincular de aquella realidad de supervivencia extrema en la que estuvo inmerso casi siempre, por lo que hacer una valoración fuera del contexto histórico que le rodeó, y se podría decir incluso que presidió, sería algo descortés y desafortunado.
Una disentería terminal lo dejaría totalmente extenuado. El 2 de diciembre de 1547 se alejaría definitivamente del mundanal ruido.
miércoles, 10 de junio de 2015
Conquista de América: La tumba secreta de Hernán Cortés
La tumba secreta de Hernán Cortés
Durante 123 años el paradero del los restos del conquistador español fue un misterio, hoy languidecen en el olvido en México
El mayor enigma de Hernán Cortés fue su tumba. Entre el siglo XIX y el XX, se dio por desaparecida y alimentó uno de los grandes misterios históricos de América. Hubo quien pensó que había sido saqueada, otros especularon con el extravío, y algunos convirtieron el caso en una metáfora del destino de España en México. La verdad no andaba ni lejos ni cerca. Pero aún hoy, cuando la tumba del conquistador languidece en el olvido, mantiene su capacidad de sorpresa.
El País
El Real psicoanaliza a Hernán Cortés y a Moctezuma en ‘La conquista de México’
En 1823, tras la Guerra de Independencia y ante la furia antiespañola que barría México, el ministro mexicano Lucas Alamán, como detalla el historiador Salvador Rueda, urdió una plan para evitar que cayera en manos de profanadores y fuera destruida. Al tiempo que hacía creer que los despojos habían sido enviados a Italia, los ocultó primero bajo una tarima del Hospital de Jesús, el lugar donde la leyenda considera que Cortés y Moctezuma se vieron por primera vez, y 13 años después, tras un muro en la contigua Iglesia de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno.
La ubicación del nicho quedó silenciada y durante años permaneció en secreto hasta que en 1843, el propio Alamán, para evitar que su paradero cayera en el olvido, depositó en la embajada de España un acta del enterramiento clandestino. El documento, lejos de ver la luz, recibió tratamiento de secreto. Dio igual que el embajador fuese conservador, liberal o republicano: de un siglo a otro, el papel nunca salió de la caja fuerte diplomática. Hernán Cortés, el hombre que encarna como pocos el esplendor y la barbarie de la Conquista, hacía mucho que había dejado de ser realidad y se había convertido en un tabú en México. Y la buena relación con el país norteamericano pasaba por su olvido. Incluido el de su tumba.
Así fue hasta que en 1946, un alto cargo del Gobierno republicano en el exilio, de quien dependía la embajada, filtró una copia del documento. El 28 de noviembre de aquel año las reliquias fueron plenamente identificadas.
El hallazgo, tras 123 años de misterio, desató antiguos demonios. Hubo quien pidió que los restos fueran arrojados al mar. Otros llegaron más lejos. Ante estos ataques, salió a la palestra el presidente del PSOE y exministro republicano Indalecio Prieto, exiliado en México y conocedor por su cargo del enigma. En un conmovedor artículo publicado en la prensa de la época, reveló la centenaria historia secreta y pidió la reconciliación. “México es el único país de América donde no ha muerto el rencor originado por la conquista y la dominación. Matémoslo, sepultémoslo ahora aprovechando esta magnífica coyuntura”
Sus palabras no tuvieron eco. México prefirió devolver los restos al lugar al que los había arrojado la historia. En 1947 fueron recolocados en un muro de la Iglesia de Jesús Nazareno. A la izquierda del altar. Allí siguen.
- ¿Viene alguien a visitarla?
- No viene nadie. Aquí no hay permiso para sacar fotos ni hacer turismo. Eso nos lo tienen prohibido.
La secretaria de la iglesia ha respondido sin levantarse de la silla. Está apostada a la entrada y mira con displicencia al recién llegado. El templo, enclavado en una concurrida avenida del centro histórico, parece medio abandonado. A un lado se acumulan muebles antiguos; a otro, andamios y sacos. La tumba no se aprecia a simple vista ni está indicada por ningún letrero. Hay que llegar al fondo y mirar a la izquierda del altar. A tres metros del suelo, se encuentra la placa que señala el lugar donde descansa el conquistador. Es de metal anaranjado. Sólo dice: Hernán Cortés 1485 - 1547.
Durante 123 años el paradero del los restos del conquistador español fue un misterio, hoy languidecen en el olvido en México
El mayor enigma de Hernán Cortés fue su tumba. Entre el siglo XIX y el XX, se dio por desaparecida y alimentó uno de los grandes misterios históricos de América. Hubo quien pensó que había sido saqueada, otros especularon con el extravío, y algunos convirtieron el caso en una metáfora del destino de España en México. La verdad no andaba ni lejos ni cerca. Pero aún hoy, cuando la tumba del conquistador languidece en el olvido, mantiene su capacidad de sorpresa.
El País
El Real psicoanaliza a Hernán Cortés y a Moctezuma en ‘La conquista de México’
En 1823, tras la Guerra de Independencia y ante la furia antiespañola que barría México, el ministro mexicano Lucas Alamán, como detalla el historiador Salvador Rueda, urdió una plan para evitar que cayera en manos de profanadores y fuera destruida. Al tiempo que hacía creer que los despojos habían sido enviados a Italia, los ocultó primero bajo una tarima del Hospital de Jesús, el lugar donde la leyenda considera que Cortés y Moctezuma se vieron por primera vez, y 13 años después, tras un muro en la contigua Iglesia de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno.
La ubicación del nicho quedó silenciada y durante años permaneció en secreto hasta que en 1843, el propio Alamán, para evitar que su paradero cayera en el olvido, depositó en la embajada de España un acta del enterramiento clandestino. El documento, lejos de ver la luz, recibió tratamiento de secreto. Dio igual que el embajador fuese conservador, liberal o republicano: de un siglo a otro, el papel nunca salió de la caja fuerte diplomática. Hernán Cortés, el hombre que encarna como pocos el esplendor y la barbarie de la Conquista, hacía mucho que había dejado de ser realidad y se había convertido en un tabú en México. Y la buena relación con el país norteamericano pasaba por su olvido. Incluido el de su tumba.
Así fue hasta que en 1946, un alto cargo del Gobierno republicano en el exilio, de quien dependía la embajada, filtró una copia del documento. El 28 de noviembre de aquel año las reliquias fueron plenamente identificadas.
El hallazgo, tras 123 años de misterio, desató antiguos demonios. Hubo quien pidió que los restos fueran arrojados al mar. Otros llegaron más lejos. Ante estos ataques, salió a la palestra el presidente del PSOE y exministro republicano Indalecio Prieto, exiliado en México y conocedor por su cargo del enigma. En un conmovedor artículo publicado en la prensa de la época, reveló la centenaria historia secreta y pidió la reconciliación. “México es el único país de América donde no ha muerto el rencor originado por la conquista y la dominación. Matémoslo, sepultémoslo ahora aprovechando esta magnífica coyuntura”
Sus palabras no tuvieron eco. México prefirió devolver los restos al lugar al que los había arrojado la historia. En 1947 fueron recolocados en un muro de la Iglesia de Jesús Nazareno. A la izquierda del altar. Allí siguen.
- ¿Viene alguien a visitarla?
- No viene nadie. Aquí no hay permiso para sacar fotos ni hacer turismo. Eso nos lo tienen prohibido.
La secretaria de la iglesia ha respondido sin levantarse de la silla. Está apostada a la entrada y mira con displicencia al recién llegado. El templo, enclavado en una concurrida avenida del centro histórico, parece medio abandonado. A un lado se acumulan muebles antiguos; a otro, andamios y sacos. La tumba no se aprecia a simple vista ni está indicada por ningún letrero. Hay que llegar al fondo y mirar a la izquierda del altar. A tres metros del suelo, se encuentra la placa que señala el lugar donde descansa el conquistador. Es de metal anaranjado. Sólo dice: Hernán Cortés 1485 - 1547.
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