viernes, 14 de febrero de 2020

Guerra Antisubversiva: Los muertos invisibles del peronismo

Los muertos invisibles de la Argentina

Jorge Fernández Díaz



El último gesto de vida de Antonio Muscat, segundos después de recibir una lluvia de plomo, es esta lágrima furtiva que le cruza el rostro final, tendido sobre la vereda ensangrentada.

Nació en Dock Sud, provenía de una humilde familia de inmigrantes malteses y se casó con una bella croata de tres nombres a quien todos llamaban Beba.

Se recibió de contador público, ingresó en Molinos e hizo una larga carrera en el grupo Bunge & Born. Su vida personal siguió siendo sencilla, frugal y feliz: se lo veía siempre cortando el pasto del jardín de su casa de Quilmes, acompañando a sus tres hijas mujeres y ayudando a los más pobres desde sociedades de fomento, club de leones y parroquias ribereñas.

Beba lo esperaba todas las tardes con la alegría de una novia. Al día siguiente del secuestro de los hermanos Born, ella atendió un llamado: “Decile al hijo de puta de tu marido que va a ser el próximo”.

Al principio de los violentos años 70, la compañía le había ofrecido trasladarse a Brasil; luego le intervinieron el teléfono y le pusieron una custodia.

Pero Antonio no quería asilarse ni vivir vigilado; pensó sinceramente que nadie querría matar a un simple gerente, a un tipo de barrio.
Más bien cavilaba, y no sin algo de razón, que esos amagues eran simples presiones para que el patriarca de los Born soltara por fin el dinero del rescate.

Pero el patriarca se ponía duro y las negociaciones se dilataban, y entonces los responsables de la Operación Mellizas tomaron secretamente la decisión de “ejecutar” a algún empleado de la compañía para ablandar la voluntad, para aceitar el diálogo. Antonio Muscat no tenía forma de saber que ya se había transformado en un blanco móvil.



Esta mañana del 7 de febrero de 1975 gobierna Isabel Perón, y hay un sol radiante. Muscat, como todos los días, se levanta temprano, sale a hacer flexiones y ejercicios de respiración, se ducha y despierta a Beba: siempre se sienta a su lado en la cama y le ceba unos mates. Luego carga a dos hijas en su Ford Falcon y cambia su itinerario de rutina, puesto que debe dejar a una de ellas en la estación de trenes.

“Apurate que tengo varios coches atrás”, le dice. Ella se apura y, por lo tanto, solo le deja un beso fugaz. Todavía hoy, 43 años después y con la perspectiva del drama, se arrepiente de aquella fugacidad. El dolor nos vuelve injustos con los detalles.

En la barrera Rodolfo López un coche le frena a Muscat por la retaguardia, y otro se adelanta y se le pone a la par. El contador entiende que algo grave está por suceder, porque comienzan a sonar dos sirenas. La barrera se alza y él pisa el acelerador.

Pero a los pocos metros un tercer auto sale de la nada y lo bloquea, y lo encierran hacia la derecha. De ellos surgen nueve tipos armados con ametralladoras y le arrojan gas pimienta.

La otra hija de Muscat baja aturdida y se refugia por un instante detrás del Falcon, y Antonio parece alejarse de ella quizá porque intuye que van a rociarlo de muerte, y no quiere que las balas la alcancen. Los asesinos se concentran en él: uno de los proyectiles le entra por el brazo, le atraviesa el tórax y le toca el corazón.

Cuando se acerca, su hija lo ve caído y por el rabillo del ojo divisa a los nueve homicidas, que regresan a sus coches con las ametralladoras humeantes. Es en ese instante de conmoción cuando observa que aquella lágrima solitaria y última surca la cara de su padre.

Un conscripto que pasa por ahí la ayuda a cargar el pesado cuerpo y a conducirlo a la Clínica Modelo. Beba Muscat, pocos minutos más tarde, entra en el quirófano sin saber que su marido ya ha expirado y le grita: “¡Vamos, Antonio, fuerza!”. Hasta que una enfermera la acaricia amorosamente, ella se da cuenta de la verdad y se desmorona.

Antonio Muscat fue sepultado en el cementerio de Avellaneda; dentro de la caja fuerte de su oficina encontraron varias amenazas firmadas por Montoneros y ERP.

Born, que lo conocía y lo estimaba, ordenó fríamente que pagaran una indemnización, pero solo envió unas flores y una tarjeta impersonal. Sus dos hijos recobraron la libertad, pero nadie se acordó nunca de esa familia mutilada.

Ni una línea, ni una palabra, ni un llamado. Beba se sintió abandonada emocionalmente por los patrones de su esposo.

Estuvo un año entero muerta en vida, hasta que de pronto resucitó: dijo que nunca más iba a consumir la yerba ni la harina ni ningún otro producto que fabricaran las empresas de los Born, y se dedicó con risas y con garra a sacar adelante a sus hijas.
Jamás volvió a enamorarse, pero logró que todas hicieran un buen duelo y que no se agitara obsesivamente en el hogar la memoria de aquel terrible atentado; no quería que sus nietos crecieran con resentimiento.

La dictadura militar les pareció a todas ellas una aberración inexcusable: lavar sangre con más sangre, combatir el terrorismo transformando al Estado en terrorista y en sádico asesino en masa.

Los posteriores negocios de Born con Galimberti les hicieron rechinar los dientes. Y la irresponsable mitificación de los montoneros operada por el gobierno kirchnerista les crispó los nervios.

Tuvieron que romper su propio criterio con esos hijos y sobrinos cuando descubrieron que el clima de época les inculcaba la épica de la “juventud maravillosa”.

Se vieron forzadas a sentar a esos chicos y a explicarles seriamente lo que había sucedido con el abuelo. Y cómo los miembros de aquellas bandas armadas jamás pidieron perdón, y el modo en que se silenciaron a todas sus víctimas mediante una extraña extorsión pública según la cual evocar las aberraciones terroristas implicaba necesariamente disculpar el exterminio de Videla y de Massera, o sustentar de manera automática la “teoría de los dos demonios”.

Por esa misma razón, hay 1094 muertos invisibles en la Argentina; la mayoría de ellos, eliminados en tiempos de democracia. Civiles y no combatientes.






jueves, 13 de febrero de 2020

Guerra Antisubversiva: El negacionismo del terrorismo criminal del peronismo

Arturo Larrabure: “Sí hay negacionismo, pero respecto de las víctimas del terrorismo”

Por Christian Sanz || Tribuna de Periodistas



Entrevista al hombre que es símbolo de la otra parte de la historia de los 70

-Ya en su momento se hizo una ley similar y hubo un sólo diputado que votó en contra, Guillermo Castello, que terminó yéndose de Cambiemos porque tenía ciertas disidencias. Estamos hablando de la provincia de Buenos Aires, esto fue un globo de ensayo, porque estas cosas no suceden de casualidad.

-¿Qué querés decir?

-Y… ven cómo la cosa camina, por ahí no son los objetivos que están buscando, pero por ahí le dan una vuelta de tuerca y le van por otro lado. Fijate lo que pasó con Alberto Fernández en la reunión con el papa Francisco, donde entre otras cosas le pide que trabaje para la unión nacional, que termine con el tema de la grieta y que avance en la reconciliación —independientemente del tema del aborto—, y llega acá y hace todo lo contrario. Luego va a Francia, a París donde se junta con el grupo este de activistas de derechos y humanos y le sugieren lo de avanzar contra el negacionismo de la dictadura.

-¿Cuál es tu valoración al respecto?

-Me parece que a esta altura del partido ya hay muchísima gente que sabe la verdad de todo, ya por muchísimos medios inclusive. Alguien con una opinión muy calificada es Graciela Fernández Meijide: si ella dice que la Conadep, después de varios años de investigación, termina demostrando que son ocho mil novecientos desaparecidos… no son treinta mil. Obviamente el tema de los desaparecidos fue algo que no tendría que haber existido, convengamos que todo el mundo está en de acuerdo en ello, pero también es cierto que todo el mundo se enteró de esto por el diario del lunes. Porque en su momento nadie sabía absolutamente nada.

-¿Qué te provoca todo esto a vos en lo personal, más allá de la cuestión política y social?
-Lo que me provoca es que sí hay negacionismo, pero respecto de las víctimas del terrorismo. Nadie sabe absolutamente nada de lo que pasó, la juventud no conoce esa parte de la historia. Si uno habla de 17.380 de víctimas de aquella época, civiles inocentes, la gente dice: “No... pero ese número es inventado”. ¡Y eso que nosotros lo tenemos documentado!

-¿Entonces?

-Entonces, si vos tenés documentado nombre por nombre… ¿por qué no hablamos de eso? Es como que a uno, no te digo que le produce fastidio, pero es como que realmente ya tendría que ser un tema superado, una discusión para los libros de historia, no para que después de tantos años se promulgue una ley que te obliga a decir treinta mil desaparecidos cuando todo el mundo sabe que no lo son. Lo saben los que van a hacer la ley como los otros que no quieren la ley. Me parece que es una discusión absurda, que no tiene sentido, es volver otra vez a poner en el tapete cosas que ya no tendrían que estar, que tendrían que estar superadas.

-¿Cómo está la causa de tu papá (N de la R: refiere a la muerte de Argentino del Valle Larrabure en 1974 en manos del ERP)?

-La causa está en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que es la última instancia de la Argentina. Por supuesto que siempre está la instancia internacional, pero pueden llegar a pasar un montón de años más hasta que se resuelva. Y estamos hablando de que un hecho que sucedió hace 45 años. Si esto sigue así, yo me voy a morir y no voy a tener resuelto este tema.

-¿Y tus hijos?

-No es un tema que quiero que hereden mis hijos porque yo les he contado cómo ha sido la historia de su abuelo y ellos me dicen: “Pero papá, esto en los libros de estudio no existe”.

-¿Entonces, cómo sigue la cuestión judicial?

-Creemos que la causa judicial se va a “frizar”, se va a congelar, no van a resolver nada. Fijate que han vuelto a la carga con el tema de los derechos humanos. Han copado todo. La batalla cultural está totalmente perdida y ya no hay forma prácticamente de revertirlo, salvo las luchas que se dan en las redes sociales.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Nazismo: Las últimas horas de Eichmann

Las últimas horas de Adolf Eichmann, el "arquitecto" del Holocausto: una botella de vino, temibles palabras finales y la horca

Con una identidad falsa llegó a Sudamérica en 1950. Durante 10 años esquivó a la Justicia hasta que un comando israelí lo detectó y lo atrapó en la Argentina. Murió condenado por la Justicia el 31 de mayo de 1962. El estremecedor relato del hombre que ejecutó al criminal nazi

Infobae

Adolf Eichmann fue uno de los criminales nazis que se ocultó en Argentina

Era uno de los criminales del nazismo más buscados del mundo y fue encontrado en la Argentina, donde vivió como un supuesto "buen vecino alemán" en la localidad bonaerense de San Fernando. El 11 de mayo de 1960, después de pasar una década en la Argentina bajo el nombre de Ricardo Klement, Adolf Eichmann era detenido y sacado del país de incógnito luego de uno de los golpes más espectaculares que dio el Mossad, el servicio de inteligencia israelí en el exterior en toda su historia.

Aquel día comenzaría el principio del fin para el temible "arquitecto" del Holocausto, uno de los hombres más temibles del llamado Tercer Reich y responsable de miles de crímenes contra la humanidad.

Poco después de aquella osada operación secreta llegó un estruendoso anuncio mundial realizado por el primer ministro israelí Ben Gurión. De inmediato, el mundo conocería una noticia inédita hasta entonces: por primera vez, un líder del nazismo sería juzgado en Israel.
  Un grupo de prisioneros, durante la liberación de Auschwitz en enero 1945

El juicio

Con la atención de todo el planeta puesta en el proceso judicial que la televisión de Israel mostraba para el resto del mundo, comenzó el juicio contra Eichmann en Jerusalén. El acusado se encontraba en la sala detrás de un vidrio especial blindado.

Jerusalén. 11 de abril de 1961. El acusado atraviesa un oscuro pasillo. Dos policías lo escoltan. Al traspasar la puerta, le quitan las esposas de sus muñecas. Ingresan a la sala de audiencias. Frente a ellos, una mesa y cientos de papeles.
  Adolf Eichmann durante su juicio en Jerusalén en 1961

Antes de tomar asiento, el acusado quita, con un pañuelo, el polvo de una de las pilas de carpetas y las alinea con prolijidad. Recién en ese instante puede sentarse con tranquilidad. Un poco más atrás se ubican los dos guardias israelíes de rostro pétreo.

Sin embargo, la sala es grande: un amplio estrado espera a los tres jueces, el fiscal Hausner y sus asistentes despliegan sus pruebas en largas mesas, el abogado defensor piensa en alguna otra cosa que dejó en Alemania, las decenas de intérpretes controlan que sus auriculares y micrófonos funcionen, el público aguarda con ansiedad el inicio de las sesiones.

Cientos de ojos siguen el ingreso del monstruo, el acusado de organizar desde su escritorio la muerte de más de seis millones de judíos.

A lo largo de las jornadas del juicio, Eichmann pretendió durante los interrogatorios evitar su responsabilidad escudándose en una suerte de obediencia debida. Sostuvo que sólo fue un pequeño engranaje de una gran máquina.

Sus ejes defensivos básicos se repetían: sostuvo siempre que pudo que él solamente obedecía órdenes. Nada más. Por otro lado, alegaba que sus actos no podían ser juzgados por otro país, por ningún país: sus actos habían sido actos de Estado. Sólo se encargó, según su testimonio, de llevar a cabo, y con una extremada eficacia, aquello que era ley en su país, en la Alemania de la que Eichmann había sido funcionario.

Mientras pasaban los días, por el estrado se escuchaban centenares de testimonios que revelaban las atrocidades del nazismo.

Adolf Eichmann, durante sus días como teniente coronel de las SS

Según se pudo comprobar, desde su lugar en la estructura burocrática nazi, Eichmann organizó, sucesivamente, la expulsión de los judíos de Alemania, su deportación de los territorios ocupados por los nazis y el traslado de millones de personas a los campos de exterminio.

Fue por este motivo que el jerarca nazi fue conocido con los años como "el arquitecto" de la Shoah.

Pero eso no fue lo único. Eichmann también ofició de anfitrión de quince altos funcionarios nazis en la llamada Conferencia de Wansee. Allí, desde su rol de secretario, labrando las actas de la reunión y dejando constancia para la posteridad, se decidió establecer la llamada "Solución Final". Por aquella decisión se llevaron adelante asesinatos de masas. Fue el propio Eichmann quien enviaba a miles a la muerte.

Después de las deliberaciones, el tribunal halló culpable a Eichmann de por lo menos 15 crímenes contra la humanidad. Se probó que el jerarca nazi había sido el organizador de un operativo criminal de exterminio minuciosamente preparado, según el modelo que Adolf Hitler ya había detallado en su libro Mi lucha.

En la sentencia los jueces estimaron que "estaba probado fuera de toda duda que el reo había actuado sobre la base de una identificación total con las órdenes y una voluntad encarnizada de realizar los objetivos criminales".

Sin más, el 11 de diciembre de 1961 fue condenado a morir en la horca.

Adolf Eichmann se hacía llamar Ricardo Klement

Las últimas horas

Madrugada del 31 de mayo de 1962. El gobierno israelí anuncia que rechaza todos los pedidos de clemencia recibidos de parte de Eichmann.

El reo, en la celda, queda frente a una botella de vino. Había sido un pedido especial, su última voluntad.

Poco después llega hasta allí un ministro protestante que le propone leer la Biblia juntos. Eichmann se niega y decide beber sorbos cortos de vino, con la mirada fija sobre una de las paredes hasta que lo van a buscar.

El destino es la horca, donde un verdugo le ofrece, como a todos los condenados a muerte, una capucha. El reo se niega.

Adolf Eichmann durante su juicio en Jerusalén en 1961

"No la necesito", responde. Le atan las piernas a la altura de los tobillos y las rodillas. En medio del silencio, Eichmann lanza su última provocación: "Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los olvidaré. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo".

En el recuerdo de Shalom Nagar, su verdugo, Eichmann parecía estar tranquilo.

"Yo lo vi colgado. Su rostro era blanco. Sus ojos estaban salidos. Su lengua colgaba, y había un poco de sangre en ella", recordó tiempo después la primera persona en ver el cadáver del arquitecto del Holocausto.

martes, 11 de febrero de 2020

Frente Oriental: Las opciones alemanas frente a Leningrado

Opciones alemanas, Leningrado en el Verano de 1942

W&W



El frente de Leningrado desde mayo de 1942 hasta enero de 1943.

Con la derrota de la ofensiva soviética de Lyuban, los alemanes comenzaron a reconsiderar la sabiduría de comprometer la mayor parte de Heeresgruppe Nord a una operación de asedio prolongado. La Directiva 41 del Führer, emitida el 5 de abril de 1942, revocó la decisión anterior de asediar a Leningrado y ordenó a Küchler que capturara la ciudad. El OKH aseguró a Küchler que se le proporcionarían refuerzos suficientes para una ofensiva de verano. Una vez que Sebastopol cayó el 4 de julio, la mayor parte del AOK 11 de Manstein estuvo disponible para su redistribución y Hitler decidió que cuatro de sus divisiones de infantería y su artillería pesada serían transferidas al frente de Leningrado.




A la luz de la Directiva 41 del Führer, el personal de Küchler desarrolló tres planes ofensivos principales con respecto a Leningrado para el verano de 1942: la Operación Nordlicht (aurora boreal), la Operación Bettelstab (personal del mendigo) y la Operación Moorbrand (fuego de páramo). Las dos últimas fueron ofensivas a pequeña escala, empleando solo tres divisiones; el primero tenía como objetivo eliminar la cabeza de puente Oranienbaum y el otro un ataque con pinzas contra el saliente de Pogost. Sin embargo, Nordlicht era una empresa importante y no sería factible hasta que llegara el AOK 11 de Manstein. El 23 de julio, la Directiva 45 del Führer especificó que Leningrado debería ser capturado a principios de septiembre y recomendó que las dos operaciones más pequeñas se completaran primero para liberar reservas para el evento principal.

A pesar de una oportunidad en julio-agosto, Heeresgruppe Nord se mantuvo a la defensiva y decidió renunciar incluso a una ofensiva limitada hasta que llegaran refuerzos significativos. Debido a dificultades de transporte, el cuartel general de Manstein no llegó al frente de Leningrado hasta el 27 de agosto y sus cuatro divisiones de infantería (24., 132. y 170. Infanterie-Divisionen, y 28. Jager-Division) comenzaron a llegar poco después. Estas divisiones de AOK 11 aún conservaban la estructura triangular de nueve batallones y eran mucho más fuertes que la mayoría de las divisiones de tamaño reducido en AOK 18. Küchler también recibió el 3. y 5. Gebirgsjager- Divisionen de Noruega y el español 250. División de Infantería . Luftflotte I fue reforzado a más de 250 aviones operativos en julio de 1942. Una vez que las fuerzas comenzaron a reunirse en el frente de Leningrado, Hitler decretó que el AOK 11 de Manstein conduciría la Operación Nordlicht con un total de nueve divisiones, mientras que el AOK 18 celebró el Volkhov. Se esperaba tentativamente que la ofensiva comenzara el 14 de septiembre y concluyera a fin de mes.



Después de su costosa victoria en Sebastopol, Manstein no se mostró optimista al abrirse camino en una ciudad importante como Leningrado, defendida por más de 200,000 tropas soviéticas. En particular, carecía de suficientes pioneros de asalto y pistolas de asalto, dos de los multiplicadores de fuerza críticos utilizados en Sebastopol, para llevar a cabo operaciones de combate urbano efectivas. El plan original de Nordlicht desarrollado por el personal de AOK 18 requería un gran ataque revolucionario realizado por cuatro divisiones fuera de Pushkin, básicamente una continuación del ataque de septiembre de 1941, seguido de un asalto directo al extremo sur de Leningrado. En cambio, Manstein alteró el plan al enfatizar la envoltura en lugar del asalto. En el plan Nordlicht revisado de Manstein, cinco divisiones alemanas tomarían las Alturas de Pulkovo y luego cortarían el saliente de Kolpino, seguido de un cruce de asalto del río Neva. Una vez que las cabezas de puente se establecieron a través del Neva, Manstein tuvo la intención de empujar la 12. División Panzer y cuatro divisiones de infantería a través del río para enrollar el 55. ° ejército soviético y luego avanzar hacia el norte hacia la línea de ferrocarril Leningrado-Osinevets. Si tiene éxito, las fuerzas de Manstein cortarían todos los enlaces de suministro soviéticos a través del lago Ladoga, asegurando así el rápido hambre de la guarnición de Leningrado. Como de costumbre, había un gran riesgo en el plan de Manstein ya que tuvo que despojar a Heeresgruppe Nord de prácticamente todas las reservas, dejando al sector Volkhov vulnerable al ataque.

Sorprendentemente, los alemanes no emprendieron acciones ofensivas contra Leningrado en absoluto durante el verano de 1942. Sin embargo, las fuerzas soviéticas sitiadas en Leningrado no tomaron vacaciones de verano. Temiendo un renovado impulso alemán contra Leningrado, Govorov ordenó a los ejércitos 42º y 55º realizar ataques en mal estado contra las líneas alemanas L AK. El 42 Ejército atacó a la 215. División de Infantería cerca de Uritsk el 20 de julio con dos divisiones de fusileros, seguido por el Ejército 55 atacando la División SS-Polizei al sur de Kolpino el 23 de julio con una división de fusileros y una brigada de tanques. Ambos ataques ganaron un poco de terreno contra el complaciente L AK y obligaron a Kuchler a desviar algunas de las unidades que se estaban formando para Nordlicht, reforzando las líneas de asedio con 5. Gebirgsjager-Division. Sin embargo, los expertos de AOK 18 utilizaron los meses de verano para construir bases de suministro en Siverskaya, Tosno y Lyuban, mientras que los ingenieros mejoraron la red de carreteras y ferrocarriles detrás de las líneas. Estas mejoras logísticas servirían bien a AOK 18 durante las batallas defensivas de 1942/43.

domingo, 9 de febrero de 2020

Guerra de Secesión: La batalla de Tippecanoe

La batalla de Tippecanoe

W&W




A principios de septiembre, para fomentar divisiones entre los indios que vivían en el Wabash preparatorio para su marcha, Harrison convocó a un consejo con los Miamis y sus aliados en Fort Wayne. Dirigiéndose a ellos como "mis hijos", Harrison les dijo que percibía una nube oscura en el Wabash pero que esto traería peligro solo a los indios, no a sí mismo. Los seguidores del Profeta debían considerarse indios hostiles, y por su propia seguridad, se ordenó a otros indios que rompieran con ellos e informaran sobre sus movimientos, como se les exigía que hicieran según los términos del Tratado de Greenville que los indios tenían. firmó con los Estados Unidos en 1795. El jefe de Miami Little Turtle cumplió, pero el jefe de Wea, Laprusiuer, no.

Para entonces, Harrison ya estaba formando una fuerza expedicionaria. Esta consistía en ocho compañías de soldados del Ejército del 4º Regimiento de Infantería de los EE. UU., Una compañía del Regimiento de Fusileros bajo el mando del Coronel John P. Boyd de Filadelfia, tres tropas de dragones ligeros y miembros de la milicia de Kentucky e Indiana en sus camisas de piel de ante y llevando cuero cabelludo. cuchillos y hachas de guerra. La fuerza total contaba entre 1.000 y 1.200 hombres, según varias estimaciones, y en la mañana del 26 de septiembre, comenzaron a viajar hacia el norte desde Fort Knox, cerca de Vincennes, con Harrison al mando y todo su equipaje pesado en los barcos.

Cruzando una pradera llana y abierta que yace cerca de las orillas del río, llegaron al sitio actual de Terre Haute, Indiana, a 60 millas por el río Wabash, el 3 de octubre. Allí, con vistas al Wabash en el lado este en una arboleda de árboles y a solo un par de millas al sur de un pueblo indígena Wea, erigieron un fuerte llamado "Fort Harrison". La construcción del fuerte tomó la mayor parte del mes. Con la ración de harina escasa después de varias semanas y aún sin reabastecimiento porque los mercaderes habían recibido disparos en el río, los soldados ayudaron a alimentarse con bagre y carne de venado obtenida de la tierra. Los miembros de la milicia que sabían buscar forraje encontraron abejas para la dulce miel, pero algunos milicianos aún desertaron.


Harrison interpretó algunas sondas pequeñas de los indios en su campamento como señales de que había comenzado una guerra a gran escala con los indios, por lo que envió a Kentucky por refuerzos. Despachó a algunos Delawares que habían venido al campamento con un mensaje a Prophetstown, que era básicamente un ultimátum llamando a todos los no Shawnees a partir de allí y regresar a donde venían. Los Delawares le informaron que su misión había sido recibida con desprecio y burla; Harrison claramente no estaba teniendo éxito en su misión de infundir respeto y miedo en los senos de los indios desafiantes. Por lo tanto, concluyó que necesitaba marchar su fuerza 80 millas hacia adelante a Prophetstown para causarles una impresión más fuerte.

Llegaron más provisiones y algunos refuerzos, pero Harrison no ordenó a sus fuerzas marchar sobre Prophetstown hasta que recibió una carta del Secretario de Guerra Eustis que él consideraba que le proporcionaba la autorización para hacerlo. Al mismo tiempo, esta carta sugiere que se eviten las hostilidades si es posible al insistir en el cumplimiento de las estipulaciones del tratado. Dejando atrás a algunos hombres para la guarnición del nuevo fuerte, junto con esos hombres no aptos para el servicio, la fuerza expedicionaria, ahora con 880 soldados, reanudó su avance hacia el norte el 29 de octubre. Cerca de la desembocadura del río Vermillion, la expedición se detuvo nuevamente durante dos días para construir un blocao, y los barcos de la expedición y el exceso de equipaje quedaron allí bajo vigilancia.

Al llegar cerca de Prophetstown al final del día 6 de noviembre, Harrison ordenó a sus fuerzas que formaran parte de su batalla. Prophetstown, aunque no estaba completamente listo, había sido fortificado; El campamento de los nativos americanos estaba rodeado por una enorme pared de troncos en zigzag con agujeros de puerto cortados a intervalos regulares para disparar, detrás de los cuales había trincheras para que se sentaran los guerreros. Cuando los soldados de Harrison aparecieron a la vista, los indios, temiendo un ataque era inminente, se apresuró a ponerse detrás de sus petos.

Tres indios a caballo que llevaban una bandera blanca salieron a la conversación, y después de consultar por un corto tiempo con Harrison, regresaron al pueblo al galope. Los soldados continuaron su marcha a 150 yardas de la aldea, momento en el que se produjeron más consultas con los indios. Harrison, aunque algunos de sus oficiales lo instaron a atacarlos inmediatamente, acordó reunirse con Tenskwatawa al día siguiente.

Cansado de su largo día de marcha y sin esperar un ataque, Harrison no ordenó que el campamento se fortificara con la tala de árboles, como era la práctica habitual, sino que la fuerza acampó en un rectángulo defensivo (o paralelogramo) y pasó la noche con sus armas. cargado y al alcance de la mano. En el lado oeste del perímetro de Harrison, corrió un pequeño arroyo (Burnet Creek), que proporciona un impedimento natural para un ataque, y un acantilado muy empinado en el lado este impidió cualquier ataque desde esa dirección. Solo el estrecho punto sur del perímetro de Harrison y el lado noreste, al suroeste de una misión católica, representaban serias amenazas de ataque.

Los centinelas fueron publicados esa noche, y las Chaquetas Amarillas, lideradas por el Capitán Spier Spencer, tripulaban el punto sur del perímetro. Después de establecer centinelas, Harrison y sus oficiales y hombres se retiraron. Era una noche fría con lluvia lluviosa, y a las 4:00 am de la mañana del 7 de noviembre, justo cuando el campamento comenzó a despertarse y pronto se alinearía en formación para comenzar el día, los indios atacaron con gritos de guerra fuertes y terroríficos. . Al salir del bosque, los nativos pudieron penetrar en un lado del rectángulo hueco mientras los guerreros se apresuraban entre las Chaquetas Amarillas que manejaban el sector sur del perímetro. El capitán de las Chaquetas Amarillas, Spier Spencer, fue una de las primeras víctimas. Aunque herido en la cabeza, el líder de las Chaquetas Amarillas instó a sus hombres a pelear, y Spencer logró ponerse de pie después de ser herido solo para recibir un disparo en ambas piernas y caer nuevamente. Continuando alentando a su compañía, Spencer se puso de pie por otros soldados, pero luego recibió un disparo en el torso e inmediatamente murió. Harrison luego informaría a los funcionarios en Washington: “Spencer resultó herido en la cabeza. Exhortó a sus hombres a luchar valientemente. Le dispararon en ambos muslos y cayó; aún continuando alentándolos, fue levantado y recibió [otra] pelota a través de su cuerpo, lo que puso fin de inmediato a su existencia ".

Spencer fue reemplazado brevemente por sus dos oficiales de la compañía sobrevivientes, pero ellos también fueron heridos y asesinados. Sin líder, las chaquetas amarillas comenzaron a retroceder con los centinelas en retirada, hacia el centro del perímetro. Dos compañías de tropas de reserva, despertadas por el sonido de la batalla, relevaron a los milicianos en retirada reformando una línea y convirtiendo el ataque de los nativos americanos. El perímetro fue reformado y nuevamente tripulado, pero una segunda carga apuntó a los lados norte y sur simultáneamente. Una vez dentro del rectángulo, los indios mantuvieron brevemente la ventaja ya que los soldados blancos no querían disparar a la oscuridad por miedo a golpear a sus propios hombres. Los soldados blancos también fueron recortados contra los fuegos que habían encendido y continuaron durante la noche para secar su ropa y equipo.



En los primeros momentos frenéticos de la batalla, el sirviente de Harrison no pudo localizar a la yegua gris habitual de Harrison, por lo que Harrison montó un caballo más oscuro para montar y reunir a sus tropas. Este fue un accidente fortuito para él porque los nativos sabían que montaba un caballo de color claro y lo estaban buscando en él. Otro agente que estaba con un caballo blanco fue asesinado a tiros desde el principio. Harrison recibió un disparo a través del ala de su sombrero, pero permaneció ileso.

En total, los indios hicieron cuatro o cinco feroces acusaciones en el campamento, que coordinaron haciendo sonar un silbato, pero cada vez que fueron expulsados. A medida que el amanecer traía la luz del día, la ventaja pasó a los soldados blancos, que ahora podían cargar en formación, y sus hombres montados pudieron derribar a los indios que huían. Después de unas dos horas de lucha extenuante, la batalla llegó a su fin. Entre los blancos, 188 oficiales y hombres fueron asesinados y heridos, una pérdida bastante grave. Los cuerpos de 38 indios fueron encontrados en el campo, y varios más fueron descubiertos más tarde en Prophetstown o sus alrededores.

Con el rumor de que Tecumseh estaba en camino con otros 1,000 guerreros, los hombres de Harrison pasaron el resto del día fortificando su campamento, pero no hubo más ataques. Tecumseh no estuvo presente en la Batalla de Tippecanoe ni se localizó en ningún lugar cercano; junto con una delegación cuidadosamente seleccionada de seis Shawnees, seis Kickapoos y seis Potawatomis, el líder Shawnee todavía estaba en un viaje extendido de seis meses por el Sur visitando a los Arroyos, Choctaws, Cherokees y otras tribus para tratar de obtener su apoyo para su plan de una mayor confederación panindia. En su camino de regreso al norte, Tecumseh también visitó tribus en Missouri, donde estuvo presente durante los grandes terremotos. Según algunos informes, cuando regresó a Indiana en enero de 1812, estaba muy enojado con su hermano por haber iniciado una guerra antes de sentir que sus planes habían madurado lo suficiente.

Como pronto descubrieron los hombres de Harrison, lejos de prepararse para atacar de nuevo, los nativos abandonaron precipitadamente Prophetstown y dejaron todo tipo de suministros en forma de maíz, cerdos, aves de corral y numerosos hervidores de latón. Algunas armas, algunas de las cuales aparentemente eran regalos de los británicos, todavía estaban en sus cubiertas originales y nunca habían sido utilizadas. La manada de ganado traída por los soldados para la carne había sido expulsada por los indios, por lo que los soldados tuvieron que subsistir con carne de caballo o lo que pudieron saquear de la aldea. Harrison hizo que sus hombres quemaran la ciudad y sus contenidos y luego llevó a sus tropas de regreso a Vincennes, deteniéndose en el blocao del río Vermillion para poner a sus hombres heridos en canoas. Desde su cuartel general cerca de Prophetstown el 8 de noviembre, Harrison ya había enviado un despacho al Secretario de Guerra alegando que la batalla fue una "victoria completa y decisiva".
Varios de los soldados blancos que participaron en la Batalla de Tippecanoe mantuvieron diarios o más tarde dejaron recuerdos. Charles Larrabee, un teniente del 4º Regimiento, escribió una serie de cartas informativas antes y después de la batalla a un primo en Connecticut, y antes de la batalla, había expresado la esperanza de que la situación terminaría sin derramamiento de sangre. El juez Isaac Naylor, en ese momento sargento de una compañía de fusileros de la milicia de Indiana, recordó cómo un amigo y un compañero soldado le habían contado sobre un mal sueño que creía que "le predijo algo fatal para él o para algunos de su familia". Su amigo recibió un disparo. por un indio y cayó muerto en la confusión masiva al comienzo del ataque. Naylor también describió cómo casi todos los indios muertos que quedaron en el campo de batalla fueron desmenuzados y les pusieron el cuero cabelludo en los mosquetes de la milicia, lo que consideró una práctica bárbara pero excusable bajo las circunstancias.

Por el contrario, un informe diferente sobre la naturaleza de la batalla llegó a oídos británicos en Amherstburg en el Alto Canadá (Ontario) a través de un jefe de Kickapoo que estaba en la acción. Afirmó que el ataque se había lanzado para vengar a dos jóvenes Winnebagos que, por curiosidad, se habían acercado al campamento estadounidense de la noche a la mañana y habían recibido disparos de los piquetes blancos. Fingiendo estar heridos, se levantaron de un salto y tomaron a los soldados que habían venido a despacharlos. Según este informe, solo unos 100 guerreros, que constaban de Winnebagos y Kickapoos, participaron directamente en la lucha, y condujeron a los blancos de un lado a otro hasta que se quedaron sin flechas y municiones. Además, el Kickapoo afirmó que si bien Harrison había podido destruir gran parte del maíz de la aldea, otro maíz había sobrevivido oculto bajo tierra. El oficial británico escribió a su superior: “El Profeta y su pueblo no aparecen como enemigos vencidos; vuelven a ocupar su antiguo terreno ".

Años después de lo que se conoció como la Batalla de Tippecanoe, Tenskwatawa le dijo a Lewis Cass, el gobernador del territorio de Michigan, que no había ordenado el ataque que inició la batalla. En cambio, acusó a los Winnebagos en su campamento de comenzar el ataque. Otros relatos corroboran esto, pero algunos afirman que la noche anterior al ataque, Tenskwatawa estimuló el ataque alegando haber consultado con espíritus e instruyendo a una pequeña banda para que intente asesinar a Harrison en su tienda para evitar la batalla inminente. Según este relato, Tenskwatawa había asegurado a los guerreros atacantes que lanzaría hechizos para evitar que fueran dañados o asesinados, pero cuando eso obviamente no sucedió, se enfurecieron.

El jefe de Miami, Little Eyes, informó a Harrison de una descripción de los eventos que podrían haberse adaptado a lo que pensó que Harrison querría escuchar. Little Eyes estaba cerca de Prophetstown buscando reunirse con Harrison cuando tuvieron lugar los combates, y describió a Tenskwatawa como el artífice del ataque. Little Chief afirmó además que el Profeta estaba siendo culpado por el fracaso de sus encantos protectores y, por lo tanto, sus antiguos seguidores lo trataban como un paria. Según este informe, un Tenskwatawa abatido había tratado de echarle la culpa a su esposa, a quien dijo que no sabía que había estado menstruando en ese momento. Su esposa había tocado el cuenco que contenía sus frijoles sagrados y sus pezuñas de venado, y por esa razón se comprometió a tener una segunda oportunidad.

Independientemente de tales informes sobre desafectos, parece que el Profeta pudo retener un seguimiento espiritual bastante fuerte hasta después de la Guerra de 1812. Prophetstown fue reconstruido, y los enormes terremotos que se produjeron el 16 de diciembre de 1811 con su epicentro cerca de Nuevo Madrid en el actual Arkansas convenció a algunos indios (y también a algunos blancos) de que vivían en un período apocalíptico. Esto benefició a Tenskwatawa, ya que parecía ser un cumplimiento de sus profecías. Un periódico informó que un indio afortunado que había sido tragado por la tierra pero arrojado declaró "el profeta Shawnoe ha causado que el terremoto destruya a los blancos". Si Tenskwatawa hizo ese reclamo por sí mismo no fue registrado, pero una leyenda persiste que Tecumseh había dijo a los escépticos entre los Arroyos durante su visita al Sur que la tierra pronto temblaría y que lamentarían no haberlo escuchado.

sábado, 8 de febrero de 2020

Guerra USA-México: USMC toma California en una operación especial

Operaciones especiales de los infantes de marina toman California

W&W



Lanceros en La Mesa Artista: Coronel Charles H. Waterhouse, USMCR


México había logrado su independencia de España en 1821, pero durante los 12 años anteriores a 1846, se produjeron cuatro revoluciones en la provincia de California. En vísperas de la guerra con Estados Unidos, California se había convertido en una república independiente.

Nuevo México, como California, que no tiene precio, estaba tan alejado del capitolio mexicano que durante años el control mexicano fue muy ineficaz. Su gente tenía poco comercio con México y durante mucho tiempo San Luis fue su principal socio comercial. Ambas provincias estaban listas para arrancar y el presidente Polk estaba listo para anexar estas dos ciruelas.

Antes de que comenzara la Guerra de México, el presidente Polk ya tenía la vista puesta en la conquista de California (antes de considerar comprarla por 25 millones de dólares). Texas había aceptado la admisión como estado de la Unión el 4 de julio de 1845, y Polk quería ampliar sus límites. Especialmente quería California para Estados Unidos si la guerra estallara con México.

En la noche del 30 de octubre de 1845, Polk celebró una reunión secreta en la Casa Blanca con el primer teniente de la Marina Archibald Gillespie, a quien el secretario de la Marina Bancroft consideraba un oficial consumado y de mayor confianza. Gillespie había sido elegido para entregar las órdenes de invasión. Llevaba instrucciones secretas y memorizadas a Thomas Larkin, el cónsul estadounidense en Monterey, despachos para el comodoro John Sloat en la costa oeste, y cartas personales al teniente del ejército John Fremont que estaba "explorando" el lejano oeste para el Cuerpo Topográfico del Ejército.



1er teniente Archibald Gillespie, primer oficial de operaciones especiales de los U.S.M.C.

Las órdenes de Sloat fueron "una vez que se declarara que la guerra ocuparía los puertos, según lo permitiera su fuerza". A los tres hombres se les ordenó usar la astucia, la infiltración y la subversión para adquirir California para EE. UU. Cuando se presentara la oportunidad. Al final resultó que, cada uno de los tres llevó a cabo sus órdenes de varias maneras.

Pio Pico, el gobernador de California de Los Ángeles, a menudo estaba en desacuerdo con José Castro, el jefe militar autodenominado en Monterey. La provincia estaba gobernada tan mal que los californios en realidad querían ser adquiridos, preferiblemente por los Estados Unidos en lugar de Inglaterra o Rusia. Los californios consideraban a los Estados Unidos "la nación más feliz y más libre del mundo destinada pronto a ser la más rica y poderosa". Los estadounidenses, a su vez, quedaron impresionados con la escala de la industria de los californios. Algunos animales de la hacienda totalizaron 2,000 caballos, 15,000 reses y 20,000 ovejas; aunque, esta riqueza había sido obtenida por el trabajo esclavo de 11 millones de indios. No obstante, Pico resolvió sus diferencias con Castro y se dispuso a formar un ejército para resistir a los freebooters estadounidenses.

Viajando disfrazado, Gillespie pasó por Vera Cruz, Ciudad de México y Mazatlán, donde localizó al comodoro Sloat, y llegó a Monterey en abril de 1846. Entregó sus mensajes a Larkin y luego se dirigió al norte hasta que se encontró con Fremont en el lago Klamath en mayo. Dos días después, Polk instó al Congreso a reconocer que "la guerra existe". Así lo hizo, y se ordenó al general de brigada general del ejército Stephen Kearny, veterano de 1812 en Fort Leavenworth, que "conquistara y tomara posesión de California".

Fremont y Gillespie cabalgaron hacia el sur, hacia California, con colonos estadounidenses robustos que vestían piel de ante y portaban rifles y largos cuchillos de arco. Gillespie, custodiado por 12 indios de Delaware, se dirigió a la Bahía de San Francisco y allí obtuvo polvo, 8,000 cápsulas de percusión y plomo para 9,000 balas del Comandante Montgomery. Con un número 700, este grupo constituía el mayor contingente extranjero en California.

En junio, bajo el ataque de Sonoma, los colonos estadounidenses proclamaron la República de la "Bandera del Oso" de California. Fremont se hizo cargo de la fuerza militar de la nación de "una aldea" y Gillespie se convirtió en su oficial ejecutivo a cargo de entrenar al "Ejército de la Bandera del Oso" en combatientes efectivos. La bandera del oso fue diseñada por William Todd, cuya tía se había casado recientemente con un abogado de campo llamado Abraham Lincoln. Fremont, sin autoridad, había comenzado una revolución sin saber que se había declarado la guerra con México. Luego llevó sus fuerzas al sur a Monterey para comenzar la rebelión allí.

El comodoro Sloat ordenó el puerto de guerra de Portsmouth, bajo el mando del comandante Montgomery, a Monterey para proteger vidas y propiedades estadounidenses. El 7 de julio, invadió oficialmente California para los EE. UU., Enviando al capitán William Mervine, EE. UU., A tierra en Monterey con 85 infantes de marina y 165 marineros comandados por el capitán de la Marina Ward Marston. Levantaron la bandera estadounidense sobre la aduana y el segundo teniente William Maddox se quedó en tierra con un destacamento de marines como guarnición, el primer puesto del Cuerpo de Marines de la costa oeste. El norte de California estaba ahora en manos estadounidenses.

Dos días después, la República de la Bandera del Oso se convirtió en estadounidense y Montgomery, junto con el segundo teniente Henry Watson, desembarcaron con 14 infantes de marina para ocupar Yerba Buena (San Francisco). San Francisco ya estaba cargado de estadounidenses, ya que la flota ballenera estadounidense en el Pacífico contaba con 650 embarcaciones con 17,000 marineros comerciales que rotaban a través de su base de San Francisco.

De vuelta en Nuevo México, la fuerza de Kearny desde Fort Leavenworth estaba en marcha, y se decía que "el mundo viene con él". Tenía 1.458 hombres, 459 caballos, 3.658 mulas de tiro y 14.904 vacas y bueyes. Su artillería consistía en doce obuses de 6 libras y cuatro obuses de 12 libras. Pudo tomar Santa Fe sin sangre después de que los oficiales del nuevo ejército mexicano de 4,000 mexicanos e indios bajo el mando de Manuel Pico decidieron rendirse sin luchar. Las señoritas tenían miedo de los ocupantes estadounidenses de aspecto rudo, pero Kearny lanzó un gran baile de "impulso" hasta el amanecer, y las damas locales recuperaron la compostura. Kearny luego se dirigió a California con 300 dragones, que eran caballería pesada. En la marcha, se encontraron con Kit Carson, "el famoso hombre de las montañas", que se dirigía a Washington con un expreso de Stockton y Fremont anunciando que habían tomado California. Kearny envió a 200 de sus dragones a Nuevo México y persuadió a Kit Carson para que regresara con él a California como guía. Marcharon para tomar el control de la provincia del Pacífico.

A los californios, casi todos mexicanos, realmente no les importaba quién dirigía el territorio mientras prevaleciera su dignidad y sensibilidad. Sin embargo, la actitud superior exhibida por los conquistadores estadounidenses causó muchos problemas.

Cuando el comodoro Stockton asumió el mando de Sloat, legitimó a Fremont y Gillespie y sus 160 hombres montados como el "Batallón de fusileros montados de California". Stockton emitió una proclamación anexando California a los EE. UU. En represalia, la fuerza de Castro se trasladó a Los Ángeles para unir fuerzas con Pico

Stockton quería invadir el oeste de México, por lo que ordenó a Fremont expandir el Batallón de California a 300 hombres para reemplazar a los marineros guarnecidos a lo largo de la costa.

El plan ahora era que Fremont aterrizara en San Diego y marchara hacia el norte en un movimiento de pinzas, mientras que Stockton aterrizaría en San Pedro, 35 millas debajo de Los Ángeles, y marcharía hacia el sur para aplastar a los californios liderados por Pico y Castro. Stockton envió el batallón al sur en barco a San Diego para cortar a los mexicanos que operaban cerca de Los Ángeles. Además, unos 80 infantes de marina, izaron la bandera estadounidense en San Diego el 30 de julio. Stockton envió una fiesta que incluía al primer teniente Jacob Zeilin y su destacamento de marines a tierra para sostener a Santa Bárbara. El comodoro se apoderó de San Pedro, el puerto de Los Ángeles, con una fuerza de marineros y marines. Proclamó que el puerto de California era parte de los Estados Unidos y estableció un toque de queda para los residentes.

Stockton ingresó a Los Ángeles el 12 de agosto con 360 marines y marineros, y Fremont llegó con 120 jinetes. Gillespie se quedó para sostener San Diego con 48 marines. Antes de que Stockton navegara a Acapulco para unirse al Ejército, nombró a Fremont el Gobernador Militar de California y a Gillespie como Capitán Comandante del Distrito Sur, el centro de influencia mexicana.

El comandante Gillespie se mudó a Los Ángeles y, sin ninguna experiencia, gobernó con mano de hierro. Despreciaba a los californios y los trataba con rudeza. Inició una forma de ley marcial donde prohibió las reuniones en las casas y prohibió incluso a dos personas caminar juntas en la calle. Peor aún, los estadounidenses eran indisciplinados y, como resultado, los californios "no podían tener respeto por sus hombres".

El sentimiento antiamericano aumentó y el 23 de septiembre de 1846, 400 californios bajo el capitán José Flores atacaron y sitiaron a la banda de Gillespie. Después de tres días, Gillespie llevó a sus hombres a una posición más fuerte en la cima de una colina, pero no había agua. Finalmente, el 30 de septiembre, superados en número a diez, se rindió. Los mexicanos le permitieron marchar de San Pedro y abordar el barco. Él y sus hombres abordaron el Vandalia, pero en lugar de navegar, esperaron a Stockton. El Capitán Mervine en la Sabana rescató a Gillespie y sus 225 hombres.

En San Diego, un destacamento del Batallón de California había huido al ballenero Stonington y fue asediado durante un mes. Eran todo lo que quedaba de la "conquista" del sur de California. Fueron rescatados por el teniente Archer Gray a la llegada de sus 200 marineros y marines.

En San Francisco, 100 infantes de marina y voluntarios liderados por el Capitán de Marines Marston se trasladaron a Santa Clara para castigar a los rebeldes. El líder mexicano Francisco Sánchez se rindió y ambas partes terminaron firmando un armisticio.

Stockton devolvió el golpe. En octubre, el capitán de la marina Mervine condujo a tierra a 310 marineros y marines, además de Gillespie y su fuerza, para intentar la reconquista de Los Ángeles. Los mexicanos establecieron una política de tierra quemada y trasladaron todos los alimentos al interior. El 8 de octubre, en Rancho Dominquez, los estadounidenses perdieron luego de presentar tres cargos fallidos. Esa noche, atacantes lanceros mexicanos atacaron rápidamente y, a la tarde siguiente, la acosada expedición estadounidense había vuelto a subir a sus barcos.

A fines de octubre, llegó el mismo Stockton, desembarcó marineros e infantes de marina para mantener a San Pedro, y envió a Gillespie a San Diego con sus propios hombres más 20 infantes de marina. Los hombres estaban muy mal armados; un tercio de ellos solo llevaba picas de abordaje. Las armas de los buques de guerra estadounidenses podían contener los puertos, pero los mexicanos expulsaron a Santa Bárbara de la guarnición de diez marines.

Luego, llegó la noticia de que el general Stephen Kearney, guiado por Kit Carson, había llegado a California después de una agotadora marcha sobre las montañas y el desierto de Colorado. Stockton envió a Gillespie y 39 voluntarios para conocer y reforzar la tropa de 110 hombres de Kearny. Más tarde, los californios dijeron que solo la llegada de los marines había salvado a Kearny.

Los estadounidenses escucharon que el líder de California, Andris Pico, el hermano del gobernador, estaba en la aldea india de San Pasqual. Mientras que la fuerza estadounidense superó en número a los mexicanos dos a uno, los hombres de Kearny estaban totalmente agotados por la agotadora marcha. En San Pasqual, 100 mexicanos los atacaron. Con municiones húmedas en ambos lados, la Batalla de San Pasqual se convirtió en un combate cuerpo a cuerpo entre lanzas mexicanas y sables estadounidenses. El destacamento de Gillespie cargó valientemente, pero fue una maniobra desorganizada debido a las monturas gastadas y el polvo húmedo.
Los estadounidenses obtuvieron lo peor. Kearny fue lanzado dos veces; Gillespie fue arrojado de su caballo, su sable clavado debajo de él. Una lanza de Californio le golpeó por encima de su corazón, haciendo que "una herida severa se abriera a los pulmones". Otro lancero apuntó su arma a la cara de Gillespie, se cortó el labio superior, se rompió un diente frontal y lo recostó sobre su espalda. Gillespie se desmayó por la pérdida de sangre.

Además de las dos heridas de lanza de Kearny, 22 estadounidenses fueron asesinados y 18 más heridos. Algunos de los marines tenían más de ocho heridas de lanza. Fue la más sangrienta de las batallas de California. Los californios no tuvieron ninguno muerto y 12 heridos, pero los estadounidenses habían ocupado el campo. Los muertos estadounidenses fueron enterrados debajo de un sauce y la noche aulló con lobos atraídos por el olor. Los heridos fueron transportados al estilo indio en travois: dos bastones de camilla arrastrados detrás de un caballo. No tenían forraje para sus animales y también tenían poca agua. Kearny acampó en San Bernardo, donde los hombres comieron carne de mula. El Capitán Turner envió ayuda de San Diego y el Ejército del Oeste se movió hacia el oeste. Kit Carson, a quien los mexicanos llamaron El Lobo, que significa El lobo, trató de llegar a San Diego con anticipación, caminando las 30 millas descalzo a través de cactus.

Stockton envió 215 marines y marineros con el teniente Gray para escoltar a los hombres de Kearny a San Diego. Los californios dejaron de seguir a los Yankees y se desvanecieron.

Luego, Stockton se dispuso una vez más a tomar Los Ángeles marchando 140 millas de San Diego con 600 marines y marineros.

Lanceros mexicanos

Los lanceros de los californios no eran como los lanceros entrenados europeos que provenían principalmente de la clase alta. En cambio, eran cazadores de pieles locales que iban tras el ganado salvaje con lanzas. Eran jinetes expertos que podían cabalgar todo el día e incluso podían montar otro caballo sin bajarse de su propio caballo. Se volvieron muy competentes en el manejo de la lanza de 12 pies, con familias enteras retomando el arte. Y las lanzas eran más baratas que el polvo y la pelota. Los usaron con gran habilidad y los marines notaron que siempre parecían apuntar a sus riñones.

Fremont se mudó al sur con el Batallón de California y 428 hombres. Al matar 13 abejas diariamente, los marines comían diez libras de carne por día, la mayor cantidad de comida que habían tenido. Fremont acampó en las montañas de Santa Ynez y llegó a Santa Bárbara, pero Stockton y Kearny se mudaron a Los Ángeles sin esperar a que él llegara. Para entonces, los zapatos de los marines se habían agotado y usaban trapos de lona, ​​pero llegaron al río San Gabriel.

A siete millas de Los Ángeles, el enemigo bajo Flores, con 500 hombres y cuatro artillería, se puso de pie en los acantilados detrás del río San Gabriel. Los californios pisotearon una manada de caballos salvajes contra las líneas americanas y abrieron fuego cuando los estadounidenses cruzaron el río.

Con los Marines de Zeilin sosteniendo el flanco derecho, los estadounidenses vadearon el río hasta las rodillas bajo fuego y atacaron al enemigo. El frente del enemigo huyó, pero los jinetes mexicanos golpearon ambos flancos. Los estadounidenses lucharon, marcharon y durmieron en plazas abiertas con sus suministros en el centro. Era la única forma de protegerse de los lanceros. Con cañones en cada esquina de la escuadra arrojando uvas, los mexicanos fueron derrotados. Ese día fue el aniversario de la "Batalla de Nueva Orleans" de la Guerra de 1812. Se convirtió en su grito de batalla, cuando los marineros de la izquierda y los marines de la derecha tomaron la iniciativa. Los estadounidenses cargaron los faroles y todo terminó en 90 minutos. Solo un estadounidense murió, aunque esta fue la batalla más grande del Cuerpo de Marines en California.

Los mexicanos hicieron una parada más durante esta batalla de dos días, en La Mesa, a tres millas de las paredes blancas de Los Ángeles, en lo que hoy es Vernon. Tres veces los mexicanos cargaron, pero la artillería los cortó. Finalmente, los mexicanos cabalgaron hacia las montañas, dejando abierto el camino a Los Ángeles. De nuevo, Gillespie fue herido. El 10 de enero, con la banda tocando, Stockton y Kearny llevaron a sus hombres a Los Ángeles. Gillespie levantó la bandera estadounidense que había quitado cuatro meses antes. Fremont ahora entró en Los Ángeles con una capitulación sorpresa firmada por los californios en Rancho Cahuenga, al norte de Los Ángeles. Las órdenes secretas de Kearny ahora se hicieron evidentes: reveló que tenía órdenes de Washington de someter al país y establecer un gobierno civil consigo mismo como líder. En cualquier caso, toda California finalmente había sido conquistada.

La conquista enseñó una lección importante: si Estados Unidos quisiera extender su concepto de Destino Manifiesto en costas hostiles, necesitaría fuerzas anfibias para desembarcar. California finalmente se ganó cuando Estados Unidos pudo obtener una fuerza lo suficientemente fuerte como para resistir. La conquista de California se debió a la movilidad de los barcos de Stockton y de los bien disciplinados marines y marineros de su "galante ejército de marineros".

viernes, 7 de febrero de 2020

España: La intervención en África

La guerra de África: imperialismo de andar por casa


En 1859, hace 160 años, llegaban a Marruecos las primeras tropas españolas dispuestas a librar una guerra hinchada ridículamente por gobierno e intelectuales 

'El general Prim en la guerra de África', obra de Francisco Sans Cabot. (Dominio público)


Francisco Martínez Hoyos || La Vanguardia

A comienzos del siglo XIX, tras perder la mayor parte de las colonias americanas, España dejó de ser un gran imperio ultramarino para convertirse en una potencia de segundo orden. Bajo el reinado de Isabel II, se quiso compensar esta situación con una política de prestigio, en forma de expediciones militares al Pacífico, a Cochinchina o a México. La más célebre de estas aventuras exteriores fue la guerra de África (1859-60), contra el vecino Marruecos.

Este interés en el Magreb imitaba la política de Francia, que no hacía mucho que había ocupado el territorio argelino. Desde Madrid se temía que los franceses amenazaran los intereses hispanos en la zona y emparedaran la península entre los Pirineos y el Rif. Había que evitar que el área del estrecho de Gibraltar estuviera controlada por una potencia que no fuera España.


Los periódicos se sumergieron en una marea de exaltación patriótica

Ceuta y Melilla debían convertirse en las plataformas para una futura expansión. El pretexto se encontró en 1859: había que vengar el ataque de los musulmanes a un destacamento. Aunque se trataba de un incidente menor, el gobierno y la prensa afirmaron con solemnidad que el honor nacional estaba en juego.

Desenterrando a don Pelayo

Los periódicos se sumergieron entonces en una marea de exaltación patriótica: España, como en tiempos de la Reconquista, vencería al islam y llevaría la civilización a un pueblo que supuestamente vivía en el salvajismo. Según un artículo aparecido en La Gaceta Militar, los marroquíes, belicosos y sufridos, estaban sometidos al mal gobierno, víctimas de la ignorancia y de “las ridículas supersticiones de su religión”.

'Recibimiento del Ejército de África en la Puerta del Sol' (c. 1860) de Joaquín Sigüenza y Chavarrieta. (Dominio público)

Todo el Parlamento, incluidos los diputados republicanos, estuvo a favor de la intervención en África. Los mejores intelectuales del momento fueron los eficaces propagandistas del belicismo. Pedro Antonio de Alarcón, en su Diario de un testigo de la guerra de África, presentó el conflicto como un camino para que el país superara las divisiones internas de sus “mal avenidos hijos”.

Concepción Arenal, por su parte, dijo en una oda de 1.200 versos que aquel era el momento de resucitar las glorias de Pelayo, los Reyes Católicos o Cristóbal Colón. El general Prim, desde la óptica de la escritora, era el nuevo Cid. Esta opinión reflejaba el entusiasmo popular por un militar que se había distinguido en la batalla de los Castillejos y otros combates.


Se consiguió la ampliación de Ceuta y Melilla y la entrega de Santa Cruz de Mar Pequeña y las Chafarinas

Pocas fueron las voces discordantes. Para el republicano Francesc Pi i Margall, era absurdo utilizar la violencia para intentar destruir las tradiciones religiosas islámicas. Absurdo e hipócrita, porque un país que solo permitía la expresión pública del catolicismo no podía dar lecciones a otros.

Mucho ruido y pocas nueces

Finalmente, el esfuerzo bélico sirvió de poco. Marruecos solicitó el cese de las hostilidades y se vio obligado a ofrecer una compensación de 400 millones de reales, de los que Madrid tendría que descontar los 236 millones invertidos en la contienda. En términos territoriales, los resultados fueron exiguos. España consiguió la ampliación de Ceuta y Melilla, la entrega de Santa Cruz de Mar Pequeña (Ifni) y el reconocimiento sobre la soberanía de las islas Chafarinas.

'La batalla de Tetuán' (1894), por Dionisio Fierros, uno de los choques de la guerra de África. (Dominio público)

Pedro Antonio de Alarcón dijo entonces que aquella había sido una paz pequeña para una guerra grande, pero lo cierto es que el sueño de conquistar todo Marruecos, como se propuso desde la prensa, estaba fuera de la realidad. El gobierno de Madrid sabía que Gran Bretaña, el gran gendarme mundial, no iba a permitir la ocupación de Tánger, y menos una expansión que pusiera en peligro el equilibrio de poder en la zona.

Además, pese a las victorias, las tropas hispanas no estaban en buenas condiciones. Como señaló Frederick Hardman, corresponsal del Times, la campaña se había realizado de una forma chapucera, con precipitación y recursos insuficientes. ¿Cómo se explica, entonces, el resultado positivo? Solo por la poca capacidad militar marroquí. En otras circunstancias, la desorganización y el impacto de enfermedades como el cólera, que provocó el 69,7% de las muertes, hubieran desembocado en una derrota segura.

En una medida triunfalista, con el bronce de los cañones enemigos se fundieron los leones del Congreso

Los supervivientes regresaron a la península en un estado penoso, demacrados y con el equipo prácticamente inservible. Desde las instancias oficiales, se procuró silenciar esta verdad incómoda a base de triunfalismo. El bronce de los cañones arrebatados al enemigo en la batalla de Wad-Ras sirvió para fundir una pareja de leones, los que podemos ver en la actualidad a la entrada del Congreso de los Diputados.

Una historia con epílogos

Marruecos, en las décadas siguientes, seguiría condicionando la política española. En especial, durante la guerra del Rif (1909-1927), un conflicto tremendamente impopular, sobre todo porque los que marchaban a combatir eran los más humildes, aquellos que no podían satisfacer la elevada suma de dinero que les permitiría librarse del servicio militar.

Los leones de las Cortes fueron fundidos con los cañones capturados en la batalla de Wad-Ras. (CC BY-SA 3.0 / Selbymay)

En Barcelona, el descontento popular dio lugar en 1909 al estallido de la revuelta conocida como Semana Trágica. En paralelo, en el conflicto marroquí se estaba formando una nueva generación de militares, los denominados “africanistas”, que se distinguían por sus ideas políticas ultraconservadoras. Muchos de ellos, empezando por Francisco Franco, apoyarían en 1936 la rebelión contra el gobierno de la Segunda República.