lunes, 25 de noviembre de 2013

Guerra de la Independencia: El sargento Hipólito Suárez en 1899

Un sargento de la Independencia



El diputado a la Legislatura de Tucumán, don Lisandro Aguilar, ha descubierto en el pago de Valderrama, a dos leguas de la estación Río Colorado del Ferrocarril Central Córdoba, la existencia de uno de los escasos sobrevivientes de nuestras luchas de la Independencia y del caudillaje.

Es el ex sargento de Húsares de Lamadrid, don Hipólito Suárez –conocido por el descubridor-, de 106 años de edad, que vive aún en la ranchada donde nació, separada del resto del mundo por dos ríos caudalosos que la mantienen casi aislada.

Suárez a pesar de su avanzada edad y de las rudas campañas que ha soportado en aquellas épocas en que el soldado de la patria no recibía sueldo, vestuario ni comida –teniendo que proveer por sí mismo a todas las necesidades- se conserva fuerte y vigoroso.

Según los datos que a su respecto hemos podido recoger, se mantuvo en servicio activo desde 1812 hasta la batalla del Pozo de Vargas, en 1867, y asistió a casi todos aquellos combates en que Lamadrid actuó.

Fue uno de los de Culpina y en la célebre batalla de Angaco, en que Acha, atacado por Pacheco, fue aniquilado, se salvó juntamente con el coronel Albornoz –siendo los únicos sobrevivientes de la acción- debido a los empeños de un hermano que servía en las fuerzas federales.

Entre sus recuerdos se perfilan las figuras del Belgrano y de San Martín, a cuyas órdenes sirvió asistiendo no solamente a la Batalla de Salta y de Tucumán, sino también a la casi disolución del Ejército del Norte; la silueta descolorida y débil de Rondeau y las de Lavalle, de Paz, de Dorrego, de Necochea, de Acha, de Roca, de Lugones, del legendario Güemes y de aquel Lamadrid.

- “Si, señor –exclama-, me parece ver todavía al General montado en su inseparable zaino, chupando caramelos y diciendo: hijitos, el que tenga miedo que se vaya”.

Y al viejo se le avivan los ojos al traer a su memoria aquellas horas amargas del campamento, en las quebradas de Jujuy, cuando en las noches heladas tiritaba sobre su caballo durante las largas horas de facción como centinela perdido.

- “Aquello si que era patria, señor, y cómo la queríamos. ¡Por ella se pasaba hambres de días, sin sentir, y semanas sin pitar, y años sin visitar a la familia!”.

Hoy el viejo veterano ve sin amargura la ingratitud de los contemporáneos y contempla desde lejos sus luchas sin ideales.

- “Pero vea, Suárez… con recuerdos no se come; hay que trabajar”.

- “No le digo que no, señor… Nosotros también teníamos que comer y que pitar y que gozar de la vida… ¡vaya!… Y sin embargo, si se hablaba de la patria se nos acababan las necesidades. Cuando la Independencia, señor, fuimos con el general Lamadrid, que Dios tenga en su santa gloria, y alcanzamos hasta Potosí, que el General, de puro caballero, no quiso tomar de noche, porque los españoles estaban durmiendo y no quería despertarlos con tanta descortesía: al otro día le salió la vaca toro. ¡Bueno! ¿Y sabe?… nos pasamos dos años sin que la patria nos diera ni un cigarrillo y nadie protestó ni nadie echó un pie atrás. ¡Amigo, que era entusiasta la muchachada!… Yo era sargento de órdenes del General y en las marchas mandaba las descubiertas, lo que quiere decir que era de confianza y sin embargo, un sin fin de veces he andado con la chaquetilla sobre el cuero y otras tantas lo he visto al General y a los oficiales sonándose las narices con los dedos, porque no tenían más hilachas que las del uniforme… ¿Y ve? Yo nunca he cobrado sueldos ni la patria se ha acordado de pagármelos y hasta creo, que a pesar de haberle servido cincuenta y seis años seguidito, ni figuro en las listas. ¡Como para listas y apunte nos tenían los enemigos!… ¿Cree que aquello era juguete? A cada minuto teníamos el cuero empeñado… Yo he visto muchas cosas, señor, y cada día veo más, aunque ya me estoy quedando corto de vista y hasta me parece que soy un emigrado en alguna otra tierra que no es la mía”.

- “Todo cambia, amigo Suárez. Hay que tener paciencia y barajar…”

- “¿Para qué, si no hay quien corte?… Yo amigo, pronto dejaré el naipe, que demasiado he tallado, y después que me muera no quedará ni este rancho viejo que hizo mi madre y yo he sabido conservar… Ya verá como el viento desparrama las pajas y los adobes y se lleva los míos a correr tierras por donde el diablo perdió el poncho… Quedará de mi, lo mismo que ha quedado de los miles de hombres que penaron y sufrieron para fundar esta patria… ¿Quién se acuerda de tanto pobre que se desnucó bajando un cerro para llevar una orden o a quien dejaron seco de un lanzazo o de un tiro en el cruce de los caminos?… ¡Bah!… al que se moría lo charqueaban los cuervos y se acabó… Pero hay que tener entusiasmo amigo: eso hace vivir como la carne y el aire, créame… Yo con eso nomás he vivido más del siglo y siempre he estado contento, ¡que diablos! Y le doy gracias a Dios. Vea, una vez, cuando marchábamos a San Juan, iba conmigo en la avanzada un negrito riojano, criado de los Bazán… ¡Qué negro que sirvió, amigo!… Una noche estaba de escucha y se durmió para siempre, pues una avanzada enemiga lo degolló. Bueno amigo, ante de marchar recogimos el cuerpo y para medio librarlo de los pájaros lo pusimos entre un cuevón grandísimo que había en la falda del cerro y lo dejamos sin ponerle una cruz de palito… Vaya: el negro no dejaba en la tierra sino los huesos, ¿quién se iba a acordar de él, ánima bendita?… Bueno, como a los cuatro años, de vuelta de la campaña de Córdoba, después de haber andado por Buenos Aires y por el demonio, venía con otros dos derrotados, faldeando el mismo cerro para llegar a este pago. A fin de que no nos sintieran caminábamos sólo de noche y ya hacía como veinte horas que no tomábamos ni un mate cuando de repente se levantó un tormentón bárbaro que se llevó cuesta abajo a uno de los compañeros, y lo estrelló. Nosotros seguíamos nomás y alcanzamos al cuevón aquel en que dejamos al negrito y del que ya no me acordaba… ¿Quiere creer que los huesos del pobre nos sirvieron para hacer fuego esa noche, y siquiera medio secarnos?… Vea lo que es el destino de algunos, ¿eh?… Son útiles hasta después de muertos, y otros ni cuando vivos sirven para nada…

Fuente
Alvarez. José Sixto (Fray Mocho), El centenario Hipólito Suárez
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Revista Caras y caretas, Año II, Nº 21, 25 de febrero de 1899.

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