Ni Década ni Infame. A 84 años del inicio de un tiempo esplendoroso
Por Nicolás Márquez - La Prensa Popular
En lo que iba del año 1930 no se había llevado a cabo ninguna sesión ordinaria en el Congreso. Las provincias opositoras eran intervenidas, y el país padecía la incapacidad de un gobierno paralizado y agonizante. Fue en ese contexto, cuando el 6 de septiembre de 1930 el General José Felix Uriburu desfilaba acompañado por sólo tres escuadrones de caballería y 600 cadetes, en un marco de júbilo popular que colmó la Plaza de Mayo con el fin de deponer al demagógico gobierno de Hipólito Irigoyen, quien sin resistencia alguna, no vaciló en renunciar. Parecía un efecto “boomerang”, pues Irigoyen supo participar de todas las conspiraciones e intentonas fallidas de golpes de estado (la última fue en 1905), y precisamente él iba a ser luego el primer presidente depuesto por uno de ellos. El antecesor de Irigoyen, Marcelo T. de Alvear, había culminado su mandato en 1928, y esta fue la última vez en la historia en que la UCR. pudo terminar un gobierno completo.
El de 1930 no fue un golpe ¨anti-radical¨: relevantes hombres del radicalismo como el ex Presidente Alvear, el ex Vicepresidente Mosca, y el ex Gobernador de Bs.As. Crotto, o Melo y Gallo (cabeza de lista de diputados de la UCR) reivindicaron luego el ¨golpe¨. El propio ex Presidente radical Marcelo T. de Alvear (antecesor inmediato de Yrigoyen), en un reportaje para el diario Crítica desde París, también lo reivindicaba y con lenguaje socarrón arremetía: “Tenía que ser así. Yrigoyen con una absoluta ignorancia de toda práctica de gobierno democrático, parece que se hubiese complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar no es payar. Para él no existía ni la opinión pública, ni los cargos, ni los hombres. Humilló a sus ministros y desvalorizó las más altas investiduras. Quien siembra vientos cosecha tempestades”[1]. De inmediato, la Corte Suprema reconoció al gobierno provisional. El historiador radical Félix Luna cuenta que “La ciudad entera acompañó a los cadetes del Colegio Militar desde San Martín hasta Plaza de Mayo, entre apretadas filas de hombres, mujeres, ancianos y niños que los victoriaban y arrojaban flores a su paso”[2]. El pensador Vicente Massot agrega que “El derrocamiento de Hipólito Yrigoyen se pareció más a un desfile militar que a cualquier otra cosa…El 6 de septiembre el gobierno yrigoyenista ya estaba vencido. Careció de voluntad y de la inteligencia estratégica necesarias para desbaratar la conspiración cuando todavía podía hacerlo. Pasado ese momento, su inacción y su incapacidad lo condujeron a un final que a nadie sorprendió”[3]. Al día siguiente de producido el derrocamiento, el diario La Nación en su editorial comentaba “nunca en la Argentina un gobernante quiso mostrarse y se mostró más prepotente, mas omnisciente, ni llegó a dejar mayor constancia de su incapacidad de actuar, respetar y ser respetable”. El ocho de septiembre el editorial del mismo diario complementaba: “la manifestación incontenible de un pueblo que, como ya lo dijimos ayer, fue llevado a un extremo que él hubiese deseado evitar, pero que se hizo inevitable porque vivía bajo una prepotencia como régimen o sistema de gobierno que importaba la subversión total de la democracia y del régimen jurídico constitucional”.
Pistola HAFDASA Ballester Molina, producto de incipiente industrialización argentina
Si bien el entonces capitán y futuro dictador Juan Domingo Perón se ufanaría luego de haber tenido algún papel destacado en la revolución, según Joseph Page “el capitán Perón tuvo una participación marginal en el desarrollo de los acontecimientos”[4]. Sin embargo, el rol de Perón en el golpe del año 30´ no sólo es confirmado por un sinfín de documentos (incluso fotografías inequívocas de la época), sino que él mismo le confesó detalles a Tomás Eloy Martínez acerca de su rol en su primer golpe de Estado de la historia Argentina: “Yo estaba en la escuela superior de guerra en ese entonces, en 1930 se produce un movimiento general en el ejército, en el ejército nadie escapó a esa revolución y todos estábamos más o menos comprometidos (…) yo en ese entonces era capitán (…) nosotros éramos todos oficiales que participábamos de la revolución porque era una revolución militar y eso pasa por espíritu de cuerpo (…) no era difícil entrar, yo fui partícipe en la medida en que fueron los demás, sin ninguna decisión personal y siguiendo el movimiento que se estaba realizando (…) yo no creo que a Irigoyen lo voltearon, Yrigoyen cayó, era un gobierno popular, era un gobierno realmente representativo, pero totalmente inoperante frente a los grandes problemas que se presentaron, en ese momento yo creo que estaba todo el mundo contra el gobierno”[5]. En efecto, mal que le pese a los hagiógrafos del peronismo, su líder estaba exultante de alegría y calificó el golpe como “un milagro”, añadiendo que “Ese milagro lo realizó el pueblo de Buenos Aires, que en forma de avalancha humana se desbordó en las calles al grito de ´viva la revolución´”[6]. Razones no le faltaban a Perón para tamaña alegría personal: al día siguiente del derrocamiento de Irigoyen fue designado secretario privado del nuevo ministro de Guerra[7].
El Gral. Uriburu se constituyó así en el primer Presidente de facto de la historia nacional; gobernó un lapso breve (un año y medio), al poco tiempo se reanudaron los comicios y la actividad política, consagrándose Presidente el ex Ministro radical Agustín P. Justo. Empero, las jornadas electorales de los años ‘30 no gozaban de la transparencia debida: el fraude fue una práctica constante en esos tiempos. Con Uriburu, en 1930, se inauguró un período histórico que fue bautizado como la ¨década infame¨. El apodo que signa dicho lapso resulta a todas luces injusto. Por empezar, se le llama “década” al período que va desde 1930 a la revolución del 4 de junio de 1943 (que excede los diez años). Y en cuanto a la presunta infamia, cabe preguntarse: ¿Infame comparado con qué y con quién?. En efecto, es erróneo juzgar los aconteceres históricos con la moral de hoy, aplicando la tabla de valores actuales a la comprensión de hechos pasados, cuando esa tabla no existía. Debe tenerse en cuenta el contexto de entonces.
En octubre de 1929, en EE.UU. 11 hombres del establishment se suicidaban, se estrenaba una depresión sin precedentes que duraría diez años. Millares de norteamericanos se arrojaban desde los rascacielos al ver pulverizadas sus fortunas. En 1931 hubo 5996 quiebras. En 1932 se habían esfumado 74 mil millones de dólares, 5 mil bancos cerraban, 86 mil empresas se derrumbaban, el precio del trigo se envilecía. En 1933 la desocupación trepó al 25%. En 1934, el 27% de la población urbana no poseía ingreso alguno[8].
Camiones y vehículos fabricados por la Hispano Argentina en la década del 30
A la empobrecida Latinoamérica no le iba mejor: la región padecía grotescas dictaduras. Getulio Vargas en Brasil, el Gral. Gómez en Venezuela y el Gral. Ibañez en Chile, México dejaba atrás dos décadas de guerra civil y se instalaba el hegemónico PRI, Trujillo manejaba a su antojo República Dominicana, Paraguay y Bolivia se debatían en guerra, lo mismo hacían Perú y Ecuador. Centroamérica tambaleaba al compás de inacabables guerras civiles de todo orden.
En Europa, Italia se hallaba bajo el mando de Mussolini, Alemania bajo el poderío hitleriano, España padecía guerra civil (con un 1.500.000 muertos), Rusia sufría el sanguinario despotismo iniciado por Lenin y continuado por Stalin (con 25.000.000 muertos), y a todo esto se le suma la gestación de la Segunda Guerra Mundial que estalla en 1939, la cual deja un saldo inédito de muertes y miseria con 55 millones de muertos conforme aseguran los estudios más reconocidos.
En todo ese período, la Argentina fue tierra de paz. No tuvo guerras, la libertad de prensa no era cuestionada, el Congreso funcionó a pleno y la independencia del Poder Judicial nunca se puso en tela de juicio. La gran depresión económica fue superada rápidamente. En 1939 el PBI real de la Argentina era un 15% superior al de 1929 (en ese lapso el PBI de EE.UU. sólo creció un 4%). En 1934 la producción industrial equivalía a la agropecuaria; finalizando la década lograba duplicarla. El mito del “peronismo industrializador” oculta que el pasaje de la economía agropecuaria a la industrial se produjo entre 1935 y 1946 y que durante los gobiernos de Justo, Ortiz y Castillo (los dos primeros con orígenes en el radicalismo y ex Ministros del Presidente radical Alvear) el desarrollo industrial alcanzó picos más altos que en el peronismo. Por ejemplo en 1935 la cantidad de establecimientos industriales era de 39.063 (ocupando a 44.582 obreros) conforme el primer censo industrial y ya en 1946 llegaron a ser 86.449 (ocupando a 938.387 obreros). El porcentaje de aumento de la población obrera en ese lapso fue del 75,4%[9] mientras que durante el período peronista (1946/54) fue del 11,7%. Asimismo, entre 1937 y 1946 el crecimiento industrial aumentó el 62%, mientras que en el lapso peronista (1946/2954) fue del 17%[10]. En 1939 la producción de Argentina era equivalente a la de toda Sudamérica junta, teniendo el 14,2% de la población y el 15.3% de la superficie total del continente[11]. No había desempleo, casi no existía analfabetismo, miles de europeos que escapaban del totalitarismo y la miseria eran recibidos a diario con los brazos abiertos. Las desigualdades sociales (que existían) eran sensiblemente menores a las del resto de Latinoamérica. Entre 1930 y 1943 la inflación fue nula. El crecimiento del salario real tuvo un promedio del 5% anual entre 1935 y 1943[12].
En 1937, el PBI per cápita de Italia no alcanzaba al 50% de Argentina, y el de Japón no llegaba al tercio. Fluían a borbotones opulentas construcciones, palacios e imponentes edificios (los estadios ¨Luna Park¨, ¨La Bombonera¨, ¨El Monumental¨ y la apoteótica calle Corrientes de Bs.As. emergía con la construcción de teatros como el ¨Opera¨ o el ¨Astral¨ y numerosísimos cines y predios artísticos). La movida cultural crecía a pasos agigantados. Se filmaban decenas de películas por año (desde 1937 Argentina ocupó el primer lugar en la producción hispanoparlante) en crecimiento constante: en 1936 se estrenaron 15 largometrajes; en 1937, 28; en 1938, 40; en 1939, 50; en 1941, 47 y en 1942 (último año de los gobierno conservadores) se llegó a 56 filmes. Todo esto no sólo era un logro cuantitativo sino cualitativo, porque las producciones eran de un nivel extraordinario. Hasta el emblemático crítico de cine Domingo Di Núbila[13] reconoció que “la Década Infame tuvo una peculiaridad: permitió una libertad prácticamente total de expresión no sólo en el cine, sino también en la prensa y en los libros”[14]. Justamente, el arte y el buen gusto predominaban y la industria editorial Argentina se convirtió en la primera de habla hispana. La movilidad social ascendente estaba a la orden del día y así lo demuestran numerosos datos anteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial (colocados por hora-trabajo de mayor a menor en ranking mundial), los cuales daban cuenta de que, en lo concerniente al poder adquisitivo, los “obreros no calificados” tenían acceso : “con el pago de una hora de trabajo en Estados Unidos se adquiría 3,40 Kg. De pan; en Argentina 3 Kg., en Inglaterra 2,40Kg; en Francia 2.27…Carne por hora de trabajo en Argentina 1,50Kg, en EE.UU. 0.95, en Inglaterra 0.63, en Alemania 0.41…Café en EE.UU. 1.18 Kg, en Argentina 0.50 Kg, en Francia 0.27, en Bélgica 0.27, en Inglaterra 0.23…Manteca EE.UU. 0.72 Kg, en Argentina 0.50, Inglaterra 0.36…Para comprar una camisa se debe trabajar en EE.UU. 3.26 horas, en Inglaterra 4.30, en Argentina 5, en Bélgica 5.49…”[15]
La expresión “Década Infame” es recurrentemente repetida a modo de acusación por izquierdistas, progresistas y populistas de todo pelaje. Probablemente omitan aclarar que dicha etiqueta fue puesta por el nacionalista José Luis Torres, columnista del periódico Cabildo. Vale decir, esa etiqueta fue una suerte de forma de correr “por derecha” a los conservadores de los años ‘30.
Va de suyo que en un mundo tan doliente y convulsionado, la Argentina a pesar de sus muchos logros no era ajena a los problemas sociales en boga ni tampoco fue impermeable a las ideas y tentaciones estatistas que primaban por entonces en todos los países del planeta. Sin embargo, durante la etapa conservadora estas tendencias no llegaron a influir lo suficiente ni se aplicaron como en otros lares, dato que explica en parte el éxito político y económico de esta etapa. No obstante, por entonces se creó la Confederación General del Trabajo, se incorporó el ¨sábado inglés¨ (Ley 11640), se legisló sobre ¨horas de cierre y apertura¨ (Ley 11837), se otorgaron indemnizaciones y vacaciones a empleados de comercio (ley 11729) y se sancionaron diversas leyes sociales y jubilatorias. En suma, desde 1903 a 1943 se promulgaron más de cincuenta leyes sobre trabajo y previsión social[16]. Nosotros no celebramos estos datos que estamos arrojando, simplemente los exponemos, para dar cuenta que ya desde todo el Siglo XX en la Argentina existía una atmósfera consistente en dar cobertura social a diferentes estamentos de la sociedad. Desde una perspectiva ideológica, consideramos que estas medidas son bienintencionadas pero infructuosas, puesto que reportan un beneficio transitorio e inmediato a determinados sectores, pero en el mediano y largo plazo desalienta la inversión y disminuye la tasa de capitalización y con ello los salarios. En efecto, nosotros sostenemos que nada mejora la calidad de vida del asalariado como las inversiones y la libertad de contratación. Pero esto es materia de debate para otro momento. Lo que sí queremos dejar demostrado, es que desde el punto de vista de la llamada “justicia social”, la Argentina tanto bajo gobiernos conservadores como radicales había avanzado en esa materia pero en proporciones moderadas, motivo por el cual la estabilidad monetaria siempre estuvo vigente, siempre se respetó y protegió el derecho de propiedad y se le brindó suma importancia a las inversiones nacionales y extranjeras, así como también a la preservación de la división de poderes, salvo excepciones.
Por entonces, los partidos políticos tenían representación parlamentaria y difundían con libertad sus doctrinas y diarios respectivos. La repudiable práctica del fraude electoral (argucia heredada de los radicales, que ya la practicaban efusivamente en consonancia con la sistemática intervención de provincias opositoras), estigmatizó para siempre la década. No pretendemos minimizar o justificar esas trampas electorales, pero en verdad, estas se constituyeron en un mero pecado venial comparado con lo que pasaba en el resto del mundo, y con lo que sucedió en el país desde mediados de los años ‘40 en adelante.
Si aceptamos como válido que los años treinta fueron “infames”, y con la misma rigurosa vara juzgamos a las décadas subsiguientes, se torna imposible encontrar palabras que puedan calificar a estas últimas. Al respecto, señala el pensador de origen marxista Juan José Sebreli que “Las descripciones lúgubres sobre la crisis del treinta que hicieron J. A. Ramos o Hernández Arregui se ajustaban, en realidad, al último año de Irigoyen, cuando estalló el crack de 1929…y el tango “Yira yira”, considerado como un reflejo de la “década infame”, fue estrenado en 1929 durante el gobierno de Irigoyen. En la creación de la leyenda de la “década infame” se recurrió a argumentos tales como atribuir el suicidio de algunos políticos y escritores en esos años a la angustia producida por la decadencia del país. En realidad Lisandro de la Torre se mató por deudas, Alfonsina Storni y Horacio Quiroga por estar enfermos de cáncer, y Leopoldo Lugones por razones sentimentales y familiares”[17]. En efecto, la realidad era bien distinta y ante tanto desarrollo y deslumbramiento, el premio Nobel de economía Colin Clark pronosticaba en 1942 que “La Argentina tendrá en 1960 el cuarto producto bruto per cápita más alto del mundo”[18].
Pero Clark vaticinaba tan auguruoso futuro suponiendo que la Argentina seguiría por la misma senda y, obviamente, nunca imaginó lo que se comenzó a gestar a partir del golpe militar surgido el 4 de junio de 1943, que dio por tierra con el período glorioso y esplendoroso que nació hace 84 y cambió para bien las páginas de la historia.
[1] Ver Errores de los Militares en el Siglo XX-M.H. Laprida.
[2] Nuestro Tiempo – Félix Luna –citado en Los Errores de los Militares en el Siglo XX-M.H. Laprida
[3] Matar y Morir. Vicente Massot
[4] Joseph A. Page, Perón una Biografía. Ed Sudamericana. De Bolsillo, 1 edición, año 2005. Pág 47
[5] Juan Domingo Perón: “Reflexiones sobre Yrigoyen y el Golpe de 1930″. Reportaje concedido en 1970 a Tomás Eloy Martínez. Escuchar audio completo en el siguiente enlace:
https://www.youtube.com/watch?v=GnWktZeXrZ0
[6] Joseph A. Page, Perón una Biografía. Ed Sudamericana. De Bolsillo, 1 edición, año 2005. Pág 48
[7] Como en verdad Perón simpatizaba con una línea golpista que estaba promoviendo el Gral. Agustín P. Justo (y que hasta el golpe rivalizaba con Uriburu), en señal de desconfianza este último después lo removió de ese lugar y lo nombró Profesor de historia militar en la Escuela Superior de Guerra.
[8] Citado en “Ni década ni infame”- Carlos Aguinaga – Roberto Azaretto
[9] Juan José Sebreli, los deseos imaginarios del peronismo” Ed. Legasa, BsA, 1983, pág 150.
[10] Juan José Sebreli, los deseos imaginarios del peronismo” Ed. Legasa, BsA, 1983, pág 154.
[11] Citado en “Ni década ni infame”- Carlos Aguinaga – Roberto Azaretto.
[12] Citado en “Ni década ni Infame”- Carlos Aguinaga – Roberto Azaretto.
[13] Domingo Di Núbila (Pergamino, 30 de enero de 1924 - ibídem, 7 de febrero de 2000) fue un periodista, historiador y crítico de cine argentino.
[14] Citado en Silvia Mercado, El Inventor del Peronismo, Raúl Apold, el cerebro oculto que cambió la política argentina. Ed. Planeta, 2013, Pág. 44.
[15] Ni Década Ni Infame- Carlos Aguinaga – Roberto Azaretto
[16] El solo enunciado de la Ley N 4235 sobre pensiones a las clases y agentes de Policía y Bomberos de la Capital Federal y territorios nacionales hasta la N 12821 sobre pensiones graciables, da una idea de esa legislación hasta el golpe del 4 de junio
[17] Crítica a las Ideas Polítcas Argentinas -Juan José Sebreli, pág. 52
[18] Ni década ni infame- Carlos Aguinaga – Roberto Azaretto
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