Bariloche debe su nombre a una precisión del Correo
Valioso testimonio, en Beschtedt y Tiscornia.
Por: Adrián Moyano Fotos: Facundo Pardo || El Cordillerano
Como eran numerosas las localidades o parajes que se llamaban San Carlos y ante la necesidad de la exactitud, el servicio postal añadió la denominación que hoy predomina. Previamente deformada, claro.
En desuso los viejos nombres mapuches del paraje, como Tequel Malal o inclusive Nahuel Huapi, fue la intervención del servicio de correos la que imprimió la denominación San Carlos de Bariloche al poblado que antecedió a la ciudad, a principios del siglo XX. Al menos, esa es la especulación que compartió Susana Bandieri en su “Historia de la Patagonia”, obra que publicó en 2005 por Editorial Sudamericana.
La historiadora neuquina, especializada en la región, indicó en su libro que “si bien el turismo sobre todo internacional de altos ingresos, es en la actualidad uno de los rubros que mayores entradas producen en la Patagonia frente a la crisis de las actividades productivas antes dominantes, no hay todavía trabajos suficientes para reconstruir desde la historia tal proceso, con la sola excepción de su expresión más antigua en el tiempo, la ciudad de San Carlos de Bariloche, que cuenta con una interesante producción historiográfica”.
En efecto, tales trabajos establecieron con precisión cuáles fueron los orígenes de la ciudad, después de la Campaña al Desierto (1879-1885). “Recuérdese que la localidad del oeste rionegrino […] reconoce un pasado ganadero común con el resto de las zonas andinas por su condición fronteriza. Migrantes chilenos y colonos suizos y alemanes radicados en las provincias del sur de Chile fueron los primeros en aventurarse a estos lugares luego de la conquista militar”.
Como más o menos se sabe, “en el sitio donde hoy se encuentra la ciudad de San Carlos de Bariloche se instaló primero, en 1895, un almacén de ramos generales, propiedad de uno de esos pioneros, Carlos Wiederhold, de origen alemán. El comercio, llamado primero ‘La Alemana’ y luego ‘San Carlos’, daría sin proponérselo nombre al futuro asentamiento. Dicen que el correo, para no confundirse con otro lugares llamados de igual modo, decidió agregar al paraje el nombre con que se conocía el famoso paso de conexión con Chile que usaban los indios del lugar –llamado de los ‘vuriloches’-, luego por deformación Bariloche”, según la especulación de Bandieri.
En realidad, ya hacia 1850 se hablaba de Bariloche, aunque en mapas chilenos de principios del siglo XIX se lee claramente “Paso Buriloche”. La versión más difundida habla de un error que se cometió al redactar el decreto que reconoció la existencia del poblado de San Carlos. No obstante, la confusión parece datar de medio siglo antes, cuando al momento de comentar un mapa que tuvo como autor al chileno José de Moraleda alrededor de 1810, Ignacio Domeyko escribió Bariloche cuando en la cartografía del primero se lee claramente Buriloche.
El mapa de José de Moraleda.
Error de larga data
Entre otros, esclareció el asunto Juan Martín Biedma, autor de “Toponimia del Parque Nacional Nahuel Huapi”, obra de periódica consulta por nuestra parte. Según ventiló, “Bariloche” refiere “al famoso paso cordillerano” que según su criterio, descubriera el jesuita Guillelmo a comienzos del siglo XVIII. Su “nombre correcto es Vuriloche o Buriloche. Así lo mencionan los primitivos cronistas y viajeros. El uso de la voz Bariloche es un error, como ya hace 60 años señalara Fonck”, sostuvo Biedma hace más de cuatro décadas.Por su parte, Francisco Fonck publicó su obra sobre los viajes del sacerdote Menéndez en 1900. En ella el investigador escribió que “la lección (sic) Bariloche usada con frecuencia por los autores modernos y aceptada oficialmente en la República Argentina por la denominación del departamento Bariloche, no está bien fundada a mi humilde modo de ver. Parece que es debido a un error de pluma o de imprenta en que es fácil incurrir por consistir la diferencia sólo en una vocal”, según interpretó.
Fue Fonck -chileno de origen alemán- quien afirmó: “tengo el conocimiento de un ejemplo relativo a este mismo caso. Antes de publicarse la obra de Olivares yo escribía también Bariloche siguiendo la lección de mi ilustre maestro Domeyko. Pues bien su versión está basada en un manifiesto aunque involuntario error de esta clase: en una luminosa reseña de los adelantos geográficos en Llanquihue hasta 1850 reproduce una cita textual del mapa de Moraleda, escribiendo Bariloche cuando en el mapa dice Buriloche”. En consecuencia, “este error no es moderno como muchos afirman”, subrayaba por su parte Biedma.
Más allá de la diferencia de vocal, “en el año 1902, el Estado nacional decidió la creación de una colonia agrícola-ganadera en las tierras que bordeaban el gran lago, llamada ‘Nahuel Huapi’. Para ese entonces había en el lugar más de 100 productores -la mitad de ellos con apellidos indígenas- con más de 10.000 vacunos, 15.000 lanares y producción de cereales para el consumo interno”, completa el texto de Bandieri.
Como sabemos, “el 3 de mayo del mismo año se firmó el decreto por el cual se reservaban 400 ha para la creación de un pueblo en el paraje San Carlos, procediéndose a su parcelamiento, donde muchos de los antiguos ocupantes accedieron a la propiedad. El perfil del paraje fue cambiando a medida que el asentamiento de la población inmigrante fue mayor, en tanto que la identidad mapuche, mayoritaria en las áreas rurales, se diluía en la nueva urbanización, cuyas casas de madera pronto adquirieron el mismo perfil centroeuropeo de las provincias chilenas limítrofes”. Vestigios de ese pasado casi primordial todavía resisten aunque como recientemente sucedió, en cualquier momento el mercado inmobiliario se los lleva por delante. Que la memoria quede.
Resistencia a pie firme en Elflein y Otto Goedecke.
Molinos, fábricas de cerveza y aserraderos
Aquella fisonomía puede resultar entrañable, si se ve desde los estropicios urbanísticos de las últimas décadas. “Surgieron así los primeros molinos harineros, fábricas de cerveza y de carros, aserraderos y astilleros para reparar las embarcaciones que hacían un comercio activo y traslado de personas hacia Chile. Mientras en sólo tres días, combinando viajes por tierra y vapor, se arribaba a Valdivia, un penoso viaje de un mes separaba a la nueva localidad del Alto Valle del río Negro o de la costa atlántica”, reconstruyó la neuquina.La historia “empresarial” de Bariloche arroja que “en el año 1900 el viejo almacén de Wiederhold pasó a manos de Hube y Achelis, los empresarios de Puerto Montt que dieron lugar al nacimiento de la ‘Chile-Argentina’, un verdadero emporio ganadero y comercial que perduró en la zona hasta la Primera Guerra Mundial. También desde Chile provinieron los interesados en explotar los bosques nativos cuyas maderas se trabajaban y comercializaban en la Argentina”.
He ahí los orígenes del perfil turístico. “A la misma empresa de capitales germano-chilenos […] se deben, como ya dijimos, las primeras experiencias de explotación turística de las bellezas paisajísticas del lugar, en un sistema que integraba hoteles y transportes terrestres y lacustres desde Puerto Montt hasta San Carlos. Recuérdese que el ferrocarril, cuya construcción se inició en San Antonio en 1908, llegó en 1917 a Ingeniero Jacobacci y recién en 1929 a Pilcaniyeu. Esto obligaba a los turistas, que eventualmente vinieran desde otros sitios de la Argentina, a realizar desde allí penosos recorridos en auto por precarias huellas de tierra”.
Y hablando de estropicios, “uno de los primeros visitantes de Buenos Aires en calidad de turista fue Aarón Anchorena, quien arribó a Bariloche en 1902 y quedó prendado de las bellezas del lugar. A su regreso inició los trámites para conseguir la adjudicación de la isla Victoria, la mayor del Nahuel Huapi. Una vez obtenida la concesión, introdujo ganado, un vivero de plantas exóticas, ciervos y jabalíes europeos. Se dice que allí se inició una de las costumbres más perniciosas para el medio natural cordillerano, como lo ha sido la introducción de especies de flora y fauna extranjeras”, destaca y en este caso con razón, el texto de Bandieri.
La célebre Casita Azul, de Tiscornia y Rolando.
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