La pasión argentina: amantes del siglo XIX
De muchos protagonistas de la Historia argentina se han conocido sus vínculos amorosos: los oficiales y los clandestinos. En el siglo XIX, los varones fueron, sobre todo, quienes se vincularon de este modo, incluso las elegidas para la pasión tenían sus títulos refrendados por la sociedad: mancebas, barraganas, queridas o no tanto. Pero también hubo señoras que, siendo las oficiales, optaron por armar relaciones prohibidas fuera de sus matrimonios.
Manuel Belgrano jamás se casó pero eso no invalidó sus conquistas amorosas. Con dos de ellas tuvo hijos, con una francesa, en cambio, vivió un ardoroso affaire en el exterior con fecha de caducidad. María Josefa Ezcurra, la hermana mayor de Encarnación, fue su primer amor a poco de volver a Buenos Aires. Sin embargo, el padre de la muchacha no quiso saber nada y boicoteó el asunto. La casaron con un primo venido de Cádiz, pero donde hubo fuego, sabemos cómo termina el dicho. Lo siguió al norte, donde Belgrano hacía la guerra, vivieron el romance a puertas cerradas pero Pepa volvió, tras un final poco feliz, al seno parental con hijo incluido.
La otra pasión del león cansado fue con la joven tucumana Dolores Helguero, también casada con otro caballero y madre de la “ahijadita” del creador de la Bandera, Manuela Mónica.
Y San Martín también
José de San Martín también tuvo sus cosas. La más conocida fue la beldad ecuatoriana, Rosita Campuzano, que cautivó al Libertador en Lima, en tiempos de la campaña al Alto Perú. Pero parece que el padre de la Patria tuvo mucho amor para dar –aunque la legítima Remedios se quejara por lo poco recibido –y también desplegó su pasión con Jesusa, la criada de su esposa, de la que se dice, fue la madre de un hijo oculto del General.
Señores con amantes, pero ellas también eligieron calmar la sed amorosa. Remedios de Escalada, la joven con quien José de San Martín se casó el 12 de septiembre de 1812, cansada de la soledad en la Gobernación de Cuyo, les puso el ojo a dos subalternos de su marido. Esto le valió, enterado el Libertador, pocas palabras pero un dedo acusador y el consiguiente desprecio del lecho conyugal. Remedios y la pequeña Merceditas, hija de ambos, subieron al carruaje –seguido de cerca por un coche con un féretro por si moría en el camino –y regresaron a Buenos Aires.
Damasita Boedo fue la joven más bonita de la sociedad salteña. De familia federal, su querido hermano Mariano fue fusilado por las huestes de Juan Galo de Lavalle, espada unitaria por antonomasia. La muchacha juró vengar la muerte de Mariano pero se enamoró de su asesino. Convertida en su amante, acompañó a Lavalle en sus últimas horas. Durmió con el enemigo y conoció la desmesura de la pasión, transformándola en una locura de amor.
Justo José de Urquiza es el prócer argentino con más mujeres –a la luz del sol –en su haber. Coleccionó mujeres, hijos, poder, territorio y dinero. Localidad en la que se detenía, sitio propicio para encontrar compañía femenina. Muchas veces por una noche, otras con más jornadas y luego la criatura, fruto del vientre con deseo. Eso sí, jamás se desentendió. El hombre dejaba dividendos para la crianza y muchos de ellos vivieron con él. Domingo Faustino Sarmiento, cuando ya no lo necesitó luego de la derrota de Rosas en Caseros, lo señaló como dueño de harem. Es que el entrerriano vivía con varias señoras al mismo tiempo.
Y aunque parezca mentira –o no tanto –las altas jerarquías de la Iglesia también desparramaban sus ansias amatorias. Mientras se acusaba y fusilaba al sacerdote Ladislao Gutiérrez por cometer una herejía con su feligresa Camila O’Gorman, el deán Felipe Palacio y Elortondo convivía con su barragana, que lo había hecho padre por primera vez, y luego con Pepa Gómez, su “casera” en público, pero su amor en privado. También le dio una hija. Y no era el único.
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