Imágenes impresionantes de la Marina de EE.UU. de hace 116 años
Jeremy Bender - Business Insider
Una serie de fotos subidas recientemente por el Comando de Historia y de Patrimonio Naval revela cómo era la vida en la Marina de los EE.UU. hace más de 100 años.
Las fotos están siendo liberados para coincidir con el 116 años de aniversario oficial del inicio de la Guerra Española - Americana el 25 de abril.
La guerra, que sólo duró cuatro meses, es vista como uno de los eventos más importantes en la estructuración de la Marina de los EE.UU.. Un éxito rotundo para los Estados Unidos, la guerra también comenzó el proceso de los EE.UU. de tomar un papel más activo en los asuntos internacionales.
La causa oficial de la guerra fue la destrucción del Maine USS fuera de Cuba. Los EE.UU. culpó al hundimiento del barco en una mina española.
En respuesta, los EE.UU. declaró la guerra a España el 25 de abril de 1898.
Almirante George Dewey, con sede en Hong Kong, se dio la orden de atacar a la flota española en Manila en las Filipinas.
Dewey perforó su flota sin cesar con el fin de tenerlos preparados para el desmontaje total de la fuerza española.
Aquí, marineros artilleros que habían pasado el ecuador - se relajan después de todo un día de entrenamiento intenso.
La Reina Cristina fue el buque insignia de la Armada española en el Pacífico. Aquí, los miembros de su tripulación rezan antes de la batalla.
A pesar de las oraciones de la tripulación, el Reina Cristina y el resto de la flota fue aplastada en la batalla de Manila el 1 de mayo de 1898.
La victoria de Dewey fue la primera victoria militar de EE.UU. contra un enemigo extranjero desde la guerra de 1812.
Toda la batalla duró sólo un poco más de seis horas ...
... Durante ese tiempo la flota de Dewey se detuvo para tomar un descanso de almuerzo de tres horas.
El resultado de la batalla de Manila fue la pérdida completa de la España de las Filipinas.
Los EE.UU. no perdió un solo marinero en la batalla de Manila. Aquí, los marines estadounidenses en posición de firmes.
Después de la batalla, los marinos estadounidenses izaron la bandera estadounidense en Manila después de la batalla.
Aunque la batalla de Manila sólo duró seis horas, se tardó meses adicionales para aclarar las Filipinas de los insurgentes.
Aparte de las Filipinas, los EE.UU. también envió barcos para bloquear a Cuba y Guam.
Guam, sin saber que los EE.UU. y España estaban en guerra, se entregó de inmediato.
España retuvo Cuba durante el tiempo que pudo, pero finalmente se rindió. La Guerra Española - Americana duró sólo cuatro meses y con decisión probó los EE.UU. podría funcionar como una potencia mundial.
lunes, 19 de mayo de 2014
domingo, 18 de mayo de 2014
Arqueología militar: Fotos de restos de la PGM y SGM
Arqueología Militar en el Frente Occidental de la PGM y el Frente Oriental de la SGM
Una Luger, en buen estado
Lo que quedó de una PPsh 41
Granada de mano alemanas
Cocktail Molotov
Munición de MG42
Facebook
Una Luger, en buen estado
Lo que quedó de una PPsh 41
Granada de mano alemanas
Cocktail Molotov
Munición de MG42
sábado, 17 de mayo de 2014
Putas, terroristas, delatoras y asesinas
Secuestradas y violadas durante la dictadura
"Putas y guerrilleras" es el nombre del libro de Miriam Lewin y Olga Wornat que relata las torturas y violaciones que sufrieron mujeres en centros clandestinos de la última dictadura militar.
Miram Lewin y Olga Wornat | Foto: Cedoc
Las mujeres secuestradas durante la última dictadura militar no solo sufrían torturas y la amenaza real de que en cualquier momento podían morir en manos de asesinos. Sino que también sufrían violaciones por parte de sus captores.
Las militantes durante su juventud y periodistas luego, Miriam Lewin y Olga Wornat, cuentan en "Putas y guerrilleras" (Editorial Planeta) historias desgarradoras sobre las mujeres que debieron soportar esto. En diálogo con Perfil.com, Lewin contó algunos detalles de la obra.
Perfil.com: - ¿Cuándo surgió la idea del libro?
Lewin: - El libro, antes de serlo, fue una sensación de zozobra, una enorme necesidad de comprender que nos había pasado a las mujeres dentro de los centros clandestinos de detención argentinos y por qué se había demorado tanto en tratar en la justicia los crímenes sexuales de todo tipo de los que habíamos sido víctimas, aun despues de investigar el robo de bienes inmuebles. Por qué muchas mujeres todavia guardan silencio, por qué muchas otras ahora, en sus testimonios, relatan en todas las provincias historias duras y dolorosas de vejámenes, por qué otras los denunciaron desde un primer momento, incluso antes del juicio a las Juntas pero no fueron escuchadas.
- ¿Porqué contar estas historias?
- Estas historias , creemos, necesitan ser contadas para dejar en claro que la violencia sexual contra las mujeres se dio en todos los centros clandestinos del país, con distintos matices. Que no se trató de hechos aislados cometidos por algún represor perverso, sin el conocimiento de sus superiores, sino que como un ejercito de ocupación, en todos se tomaron los cuerpos de las prisioneras como botin de guerra. No importa si hubo ordenes expresas o no, estaban dadas las condiciones para que esto sucediera.
- ¿Cómo es vivir en esas condiciones? (NdeR: Miriam estuvo secuestrada)
- Vivir desaparecida bajo dictadura es una experiencia dolorosa y arrasadora. Se dice que quien entra a un campo, nunca logra salir del todo. Sin derecho alguno, con la amenaza inminente de la muerte, siendo victimas y testigos de torturas, propias y ajenas , de asesinatos, de robos de niños, hombres y mujeres nos enfrentábamos día a día a situaciones límite que nos dejaron marcas indelebles. La memoria de los que ya no están nos va a acompañar siempre,
- ¿Cuál es el objetivo del libro, que quieren dejar como huella?
- El libro es mas, creemos, que una serie de historias muy diferentes de mujeres que atravesaron abusos, acosos, violaciones, situaciones de esclavitud sexual. Ojala sirva para que las que no hablaron sientan confianza y rompan el silencio, que entiendan que no estuvieron solas, que se desprendan de la verguenza y la culpa y comprendan que no hubo espacio para la resistencia, en un marco en el que toda la sociedad era un gran campo de concentracion. Y aun hoy cuando una mujer es violentada sexualmente, aun hoy, se la culpabiliza, se le exige que demuestre que se resistió hasta poner en riesgo su vida. Se pone el foco en lo que la mujer hizo o dejó de hacer. Se la considera sospechosa, se cree que dio su consentimiento.
En el libro contamos nuestras historias personales tambien. Olga, la de militante clandestina, y yo la primera etapa de mi cautiverio, en total aislamiento, en un centro clandestino de detención en la calle Virrey Cevallos, antes de ser transferida a la ESMA.
Perfil
"Putas y guerrilleras" es el nombre del libro de Miriam Lewin y Olga Wornat que relata las torturas y violaciones que sufrieron mujeres en centros clandestinos de la última dictadura militar.
Miram Lewin y Olga Wornat | Foto: Cedoc
Las mujeres secuestradas durante la última dictadura militar no solo sufrían torturas y la amenaza real de que en cualquier momento podían morir en manos de asesinos. Sino que también sufrían violaciones por parte de sus captores.
Las militantes durante su juventud y periodistas luego, Miriam Lewin y Olga Wornat, cuentan en "Putas y guerrilleras" (Editorial Planeta) historias desgarradoras sobre las mujeres que debieron soportar esto. En diálogo con Perfil.com, Lewin contó algunos detalles de la obra.
Perfil.com: - ¿Cuándo surgió la idea del libro?
Lewin: - El libro, antes de serlo, fue una sensación de zozobra, una enorme necesidad de comprender que nos había pasado a las mujeres dentro de los centros clandestinos de detención argentinos y por qué se había demorado tanto en tratar en la justicia los crímenes sexuales de todo tipo de los que habíamos sido víctimas, aun despues de investigar el robo de bienes inmuebles. Por qué muchas mujeres todavia guardan silencio, por qué muchas otras ahora, en sus testimonios, relatan en todas las provincias historias duras y dolorosas de vejámenes, por qué otras los denunciaron desde un primer momento, incluso antes del juicio a las Juntas pero no fueron escuchadas.
- ¿Porqué contar estas historias?
- Estas historias , creemos, necesitan ser contadas para dejar en claro que la violencia sexual contra las mujeres se dio en todos los centros clandestinos del país, con distintos matices. Que no se trató de hechos aislados cometidos por algún represor perverso, sin el conocimiento de sus superiores, sino que como un ejercito de ocupación, en todos se tomaron los cuerpos de las prisioneras como botin de guerra. No importa si hubo ordenes expresas o no, estaban dadas las condiciones para que esto sucediera.
- ¿Cómo es vivir en esas condiciones? (NdeR: Miriam estuvo secuestrada)
- Vivir desaparecida bajo dictadura es una experiencia dolorosa y arrasadora. Se dice que quien entra a un campo, nunca logra salir del todo. Sin derecho alguno, con la amenaza inminente de la muerte, siendo victimas y testigos de torturas, propias y ajenas , de asesinatos, de robos de niños, hombres y mujeres nos enfrentábamos día a día a situaciones límite que nos dejaron marcas indelebles. La memoria de los que ya no están nos va a acompañar siempre,
- ¿Cuál es el objetivo del libro, que quieren dejar como huella?
- El libro es mas, creemos, que una serie de historias muy diferentes de mujeres que atravesaron abusos, acosos, violaciones, situaciones de esclavitud sexual. Ojala sirva para que las que no hablaron sientan confianza y rompan el silencio, que entiendan que no estuvieron solas, que se desprendan de la verguenza y la culpa y comprendan que no hubo espacio para la resistencia, en un marco en el que toda la sociedad era un gran campo de concentracion. Y aun hoy cuando una mujer es violentada sexualmente, aun hoy, se la culpabiliza, se le exige que demuestre que se resistió hasta poner en riesgo su vida. Se pone el foco en lo que la mujer hizo o dejó de hacer. Se la considera sospechosa, se cree que dio su consentimiento.
En el libro contamos nuestras historias personales tambien. Olga, la de militante clandestina, y yo la primera etapa de mi cautiverio, en total aislamiento, en un centro clandestino de detención en la calle Virrey Cevallos, antes de ser transferida a la ESMA.
Perfil
viernes, 16 de mayo de 2014
El Almirante Brown y Colonia del Sacramento
Desde la casa del Almirante Brown en Colonia
El eco trágico de aquellos cañones
Jorge Fernández Díaz
LA NACION
Dos enemigos prehistóricos duermen, pero se acechan por los siglos de los siglos en la casa que jamás ocupó Guillermo Brown. Separados apenas por un metro y el cristal de una vitrina se vigilan un gliptodonte y un gran tigre dientes de sable. Sus fósiles fueron hallados en las inmediaciones de Colonia del Sacramento, y un cartel recuerda que en Arizona hallaron una vez un cráneo de otro gliptodonte juvenil con dos perforaciones en forma oval, "probablemente debido a un ataque de estos felinos". El tigre de mordida fatal persiguió al mamífero acorazado a través de las planicies orientales en el principio de los tiempos, y aquí están ahora juntos y en silencio viendo pasar a los dos millones de turistas de todo el planeta que visitan anualmente esta asombrosa ciudad desde la que partió Artigas para su campaña libertadora.
Supuesta casa donde habitó el Alte Brown en Colonia
En esa misma casa hay mariposas y monstruos, restos de naufragios y armas asesinas. También los muebles negros del dormitorio del coronel Ignacio Barrios, que peleó en las Invasiones Inglesas, participó en combates locales, estuvo en la Batalla de Tucumán a las órdenes de Belgrano y cruzó los Andes en compañía de San Martín.
En otra habitación de ese laberinto de épocas y señales y fantasmas, descansa exhausto el traje de luces de Manuel Torres, matador valenciano que en 1910 atravesó a un bravío toro de lidia en la Plaza del Real de San Carlos, esa monumental edificación que fue clausurada dos años más tarde cuando los uruguayos prohibieron para siempre las corridas.
Pero lo que más llama la atención, al frente de ese museo singular, es la placa donde se recuerda al almirante Brown. La leyenda colectiva afirma que existe un documento del 17 de octubre de 1833 en el que se le otorga esa casa que nunca ocuparía en recompensa por sus increíbles hazañas durante la independencia de la Banda Oriental.
La relación de Brown con esa pequeña pero estratégica ciudad disputada a lo largo de cien años por Portugal y España resultó intensa y amorosa. La principal actividad que desarrollaba el marino irlandés era precisamente el comercio de ida y de vuelta entre una y otra orilla del Río de la Plata, y en 1814 abrió una estancia con saladero en Colonia. Después se dedicaría durante años a la guerra contra la corona española y ya estaba en retiro forzoso durante los primeros meses de 1826 cuando volvieron a llamarlo para una misión de alto riesgo. Tenía 49 años y debía organizar en tiempo récord la menguada escuadra nacional y hacerle frente a la poderosa flota de 80 buques del Imperio del Brasil. Los imperiales habían fortificado Colonia con 1500 infantes y varios bergantines y goletas porque era un punto estratégico para el tráfico fluvial. El irlandés los atacó a las ocho de la mañana con bala y metralla. Dio y recibió durante dos horas, y comisionó a un emisario para que pidiera la rendición de la plaza. Le respondieron que no se rendían y la artillería siguió, pero con mala suerte: un bergantín patriota quedó varado al alcance de los disparos brasileños, y por la noche a merced de una tempestad que lo partió al medio.
El gran jefe tuvo que ordenar la retirada para curar heridos y reparar averías, y también para esperar refuerzos y planear un nuevo ataque. Por la noche del 1° de marzo repartió entre sus marineros una ración de agua caliente mezclada con ron y una arenga en voz baja. Hizo envolver los remos con trapos para no ser oídos por los enemigos y ordenó el avance de seis cañoneras. Pero a la medianoche los imperiales descubrieron la sigilosa maniobra y abrieron fuego de cañones y fusilería. Fue alucinante. En la noche se veían los fogonazos anaranjados, silbaban las balas y se oían a uno y otro lado los gritos de ira y de dolor. Muertos, mutilados, náufragos. Ambos bandos perdieron, en esa velada, más de doscientos hombres. Pero Colonia del Sacramento continuaba en manos brasileñas.
Un patriota uruguayo, Juan Antonio Lavalleja, coordinó con Brown un asalto terrestre a las murallas. También fue inútil. Y llegaron más brasileños y más buques a proteger la ciudad. Todo lo que consiguió el marino irlandés fue incendiar la nave insignia de sus adversarios e infligirles un golpe moral al demostrarles que era posible eludir su bloqueo y penetrar en sus territorios.
El almirante había asombrado al mundo con sus éxitos en las batallas navales de la independencia y en la guerra de corso que había desplegado por el Pacífico contra naves españolas. Cañonazos, abordajes, sablazos, tiros de pistola, incendios. Era una leyenda viva cuando salió derrotado de las aguas de Colonia del Sacramento y conocía de sobra las amarguras bélicas, de manera que no perdió el ánimo y siguió realizando escaramuzas de gran osadía, apresó embarcaciones, atacó fragatas frente a Montevideo y buscó la revancha. No tuvo que esperar mucho: el 11 de junio tres decenas de barcos enemigos formaron frente a Buenos Aires en gesto amenazante. Estaba por dar comienzo el Combate de los Pozos. En la ribera, la sociedad porteña observaba con el alma en vilo el inicio del espectáculo. Brown sólo tenía 4 buques y 7 cañoneras, pero le dijo a su tripulación: "Marineros y soldados de la República, ¿veis esa gran montaña flotante? ¡Son 31 buques enemigos! Mas no creáis que vuestro general abriga el menor recelo, pues no duda de vuestro valor". A continuación les dijo que antes de rendir el pabellón echarían a pique sus propios barcos, y enseguida gritó a sus artilleros: "¡Fuego rasante que el pueblo nos contempla!". Cuando la andanada de obuses terminó y un silencio de muerte flotó en el aire, cuando se retiró con lentitud el humo del fuego y la pólvora, todos pudieron apreciar, desde el mar y desde las playas, cómo la escuadra imperial se replegaba y dejaba vacío el horizonte.
El almirante fue llevado en andas por la gente y recibido esa misma tarde en los salones de Buenos Aires como un ídolo popular.
La epopeya incluyó otras refriegas navales contra el Imperio del Brasil. Quilmes, donde los patriotas eran triplicados por sus enemigos y así y todo les provocaron grandes pérdidas y destrozos. Juncal, la mayor batalla de todas, donde el almirante consiguió capturar a sangre y fuego doce buques e incendiar tres más. Y el desgraciado Monte Santiago, donde Brown sufrió la peor derrota: fue el 27 de abril de 1827, cuando intentaba con cuatro veleros burlar el cerco de las naves brasileñas estacionadas de nuevo frente a Buenos Aires. En la oscuridad, y por impericia de los pilotos, dos de sus bergantines encallaron en un banco de arena. De pronto fueron rodeados por barcos enemigos y acribillados por 189 cañones. La nave principal estaba en manos de Francisco Drummond, marino escocés y prometido de la hija de Brown. El futuro yerno recibió la orden de abandonar un buque que ya había acusado 200 impactos. Su tripulación había efectuado en respuesta cerca de 3000 tiros y, como las municiones se habían acabado, ahora disparaba eslabones de la cadena del ancla. Sobre la cubierta había cadáveres, quemados y contusos, pero los sobrevivientes querían seguir peleando. Una bala le había arrancado de cuajo la oreja a Drummond, que sin embargo tomó un bote y remó hasta otro barco para buscar pólvora y proyectiles. Cuando logró llegar una bala de cañón lo hirió de muerte. Agonizó durante tres horas, y su futuro suegro cruzó las aguas en medio de la granizada enemiga para sostenerlo en el último aliento. Elisa Brown, la prometida, enloqueció literalmente al recibir la noticia y se suicidó en el río a fin de ese mismo año.
Mucho tiempo después, cuando el almirante era un anciano, fue visitado en su quinta de Barracas por uno de los jefes que lo habían combatido en aquellas aguas. El recién llegado intentó embarcar a Brown en una diatriba contra la ingratitud de las repúblicas para con sus héroes. El irlandés le respondió secamente: "Considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores".
A pesar de que lo aguardaba esa casa en el centro histórico de Colonia del Sacramento, Brown se recluyó en su vivienda de Buenos Aires y murió allí sin esperar nada. Quienes visitan ese museo de dos plantas donde ahora perviven tigres y gliptodontes del Pleistoceno, mariposas y monstruos, armas antiguas, héroes y matadores, vajillas coloniales y pinturas no encuentran ningún rastro del almirante. Pero basta cruzar a pie la plaza de Colonia y trepar la muralla para imaginar su corbeta en la última línea del río marrón. En el puente, el pelo rojizo y los ojos claros y penetrantes, catalejo en mano, la sombra de Brown se dispone día tras día a iniciar el asalto final, la derrota heroica, los encargos del inescrutable y triste destino.
© LA NACION
El eco trágico de aquellos cañones
Jorge Fernández Díaz
LA NACION
Dos enemigos prehistóricos duermen, pero se acechan por los siglos de los siglos en la casa que jamás ocupó Guillermo Brown. Separados apenas por un metro y el cristal de una vitrina se vigilan un gliptodonte y un gran tigre dientes de sable. Sus fósiles fueron hallados en las inmediaciones de Colonia del Sacramento, y un cartel recuerda que en Arizona hallaron una vez un cráneo de otro gliptodonte juvenil con dos perforaciones en forma oval, "probablemente debido a un ataque de estos felinos". El tigre de mordida fatal persiguió al mamífero acorazado a través de las planicies orientales en el principio de los tiempos, y aquí están ahora juntos y en silencio viendo pasar a los dos millones de turistas de todo el planeta que visitan anualmente esta asombrosa ciudad desde la que partió Artigas para su campaña libertadora.
Supuesta casa donde habitó el Alte Brown en Colonia
En esa misma casa hay mariposas y monstruos, restos de naufragios y armas asesinas. También los muebles negros del dormitorio del coronel Ignacio Barrios, que peleó en las Invasiones Inglesas, participó en combates locales, estuvo en la Batalla de Tucumán a las órdenes de Belgrano y cruzó los Andes en compañía de San Martín.
En otra habitación de ese laberinto de épocas y señales y fantasmas, descansa exhausto el traje de luces de Manuel Torres, matador valenciano que en 1910 atravesó a un bravío toro de lidia en la Plaza del Real de San Carlos, esa monumental edificación que fue clausurada dos años más tarde cuando los uruguayos prohibieron para siempre las corridas.
Pero lo que más llama la atención, al frente de ese museo singular, es la placa donde se recuerda al almirante Brown. La leyenda colectiva afirma que existe un documento del 17 de octubre de 1833 en el que se le otorga esa casa que nunca ocuparía en recompensa por sus increíbles hazañas durante la independencia de la Banda Oriental.
La relación de Brown con esa pequeña pero estratégica ciudad disputada a lo largo de cien años por Portugal y España resultó intensa y amorosa. La principal actividad que desarrollaba el marino irlandés era precisamente el comercio de ida y de vuelta entre una y otra orilla del Río de la Plata, y en 1814 abrió una estancia con saladero en Colonia. Después se dedicaría durante años a la guerra contra la corona española y ya estaba en retiro forzoso durante los primeros meses de 1826 cuando volvieron a llamarlo para una misión de alto riesgo. Tenía 49 años y debía organizar en tiempo récord la menguada escuadra nacional y hacerle frente a la poderosa flota de 80 buques del Imperio del Brasil. Los imperiales habían fortificado Colonia con 1500 infantes y varios bergantines y goletas porque era un punto estratégico para el tráfico fluvial. El irlandés los atacó a las ocho de la mañana con bala y metralla. Dio y recibió durante dos horas, y comisionó a un emisario para que pidiera la rendición de la plaza. Le respondieron que no se rendían y la artillería siguió, pero con mala suerte: un bergantín patriota quedó varado al alcance de los disparos brasileños, y por la noche a merced de una tempestad que lo partió al medio.
El gran jefe tuvo que ordenar la retirada para curar heridos y reparar averías, y también para esperar refuerzos y planear un nuevo ataque. Por la noche del 1° de marzo repartió entre sus marineros una ración de agua caliente mezclada con ron y una arenga en voz baja. Hizo envolver los remos con trapos para no ser oídos por los enemigos y ordenó el avance de seis cañoneras. Pero a la medianoche los imperiales descubrieron la sigilosa maniobra y abrieron fuego de cañones y fusilería. Fue alucinante. En la noche se veían los fogonazos anaranjados, silbaban las balas y se oían a uno y otro lado los gritos de ira y de dolor. Muertos, mutilados, náufragos. Ambos bandos perdieron, en esa velada, más de doscientos hombres. Pero Colonia del Sacramento continuaba en manos brasileñas.
Un patriota uruguayo, Juan Antonio Lavalleja, coordinó con Brown un asalto terrestre a las murallas. También fue inútil. Y llegaron más brasileños y más buques a proteger la ciudad. Todo lo que consiguió el marino irlandés fue incendiar la nave insignia de sus adversarios e infligirles un golpe moral al demostrarles que era posible eludir su bloqueo y penetrar en sus territorios.
Monumento a Brown en Colonia |
El almirante fue llevado en andas por la gente y recibido esa misma tarde en los salones de Buenos Aires como un ídolo popular.
La epopeya incluyó otras refriegas navales contra el Imperio del Brasil. Quilmes, donde los patriotas eran triplicados por sus enemigos y así y todo les provocaron grandes pérdidas y destrozos. Juncal, la mayor batalla de todas, donde el almirante consiguió capturar a sangre y fuego doce buques e incendiar tres más. Y el desgraciado Monte Santiago, donde Brown sufrió la peor derrota: fue el 27 de abril de 1827, cuando intentaba con cuatro veleros burlar el cerco de las naves brasileñas estacionadas de nuevo frente a Buenos Aires. En la oscuridad, y por impericia de los pilotos, dos de sus bergantines encallaron en un banco de arena. De pronto fueron rodeados por barcos enemigos y acribillados por 189 cañones. La nave principal estaba en manos de Francisco Drummond, marino escocés y prometido de la hija de Brown. El futuro yerno recibió la orden de abandonar un buque que ya había acusado 200 impactos. Su tripulación había efectuado en respuesta cerca de 3000 tiros y, como las municiones se habían acabado, ahora disparaba eslabones de la cadena del ancla. Sobre la cubierta había cadáveres, quemados y contusos, pero los sobrevivientes querían seguir peleando. Una bala le había arrancado de cuajo la oreja a Drummond, que sin embargo tomó un bote y remó hasta otro barco para buscar pólvora y proyectiles. Cuando logró llegar una bala de cañón lo hirió de muerte. Agonizó durante tres horas, y su futuro suegro cruzó las aguas en medio de la granizada enemiga para sostenerlo en el último aliento. Elisa Brown, la prometida, enloqueció literalmente al recibir la noticia y se suicidó en el río a fin de ese mismo año.
Mucho tiempo después, cuando el almirante era un anciano, fue visitado en su quinta de Barracas por uno de los jefes que lo habían combatido en aquellas aguas. El recién llegado intentó embarcar a Brown en una diatriba contra la ingratitud de las repúblicas para con sus héroes. El irlandés le respondió secamente: "Considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores".
A pesar de que lo aguardaba esa casa en el centro histórico de Colonia del Sacramento, Brown se recluyó en su vivienda de Buenos Aires y murió allí sin esperar nada. Quienes visitan ese museo de dos plantas donde ahora perviven tigres y gliptodontes del Pleistoceno, mariposas y monstruos, armas antiguas, héroes y matadores, vajillas coloniales y pinturas no encuentran ningún rastro del almirante. Pero basta cruzar a pie la plaza de Colonia y trepar la muralla para imaginar su corbeta en la última línea del río marrón. En el puente, el pelo rojizo y los ojos claros y penetrantes, catalejo en mano, la sombra de Brown se dispone día tras día a iniciar el asalto final, la derrota heroica, los encargos del inescrutable y triste destino.
© LA NACION
jueves, 15 de mayo de 2014
Padre Mugica: ¿Hay alguna manera de limpiar al grupo terrorista Montoneros?
Verbitsky dice que quieren "ensuciar" a Montoneros
El periodista oficialista y exmilitante de la organización armada dijo que las versiones sobre la presunta participación de la guerrilla en el crimen del cura Carlos Mugica son "una operación para ensuciar". "Como si no hubiesen habido suficientes episodios reales de Montoneros para además tener que agregar otros”, dijo.
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). Horacio Verbitsky es periodista, influyente columnista dominical del diario oficialista Página12 y presidente de la ONG Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Pero, además, en su trayectoria cuenta con una militancia en la organización armada Montoneros durante la década del 70.
Con motivo de las versiones aparecidas durante el fin de semana que abren sospechas sobre la presunta participación de Montoneros en el asesinato del cura Carlos Mugica, Verbitsky fue entrevistado en el programa radial de Gustavo Sylvestre donde desmintió tajantemente que la organización haya estado involucrada en el crimen, del que se cumplieron 40 años.
“Hay una operación tratando de ensuciar, porque esos datos disponibles que están en el expediente judicial dicen claramente que fue Juan Carlos Almirón, un policía integrante de la Triple A, y custodio de López Rega”, dijo Verbitsky durante la entrevista en radio Del Plata.
“Almirón murió bajo detención por su participación en ese asesinato”, remarcó el periodista.
“Había conflictos políticos entre Mugica y Montonero, y también entre Mugica y López Rega, y en realidad con López Rega eran conflictos por negocios, porque para el plan de erradicación de las villas, Mugica proponía la autoconstrucción por parte de los trabajadores en cooperativas, y en cambio López Rega tenía un acuerdo con empresas constructoras, con Macri para hacer la urbanización de las villas, y Mugica molestaba mucho y los villeros estaban claramente alineados con él y eso para López Rega era intolerable”, consignó.
Más adelante, en Radio Del Plata, Verbitsky puntualizó que “hay una operación que empezó hace bastantes años, que consiste en identificar al Gobierno de Néstor y de Cristina Kirchner con Montoneros, y segundo atacar a ese gobierno por todos los flancos posibles incluyendo a su atribución a Montoneros, de una cantidad de cosas que Montoneros no hizo, como si no hubiesen habido suficientes episodios reales de Montoneros para además tener que agregar otros”.
El periodista oficialista y exmilitante de la organización armada dijo que las versiones sobre la presunta participación de la guerrilla en el crimen del cura Carlos Mugica son "una operación para ensuciar". "Como si no hubiesen habido suficientes episodios reales de Montoneros para además tener que agregar otros”, dijo.
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24). Horacio Verbitsky es periodista, influyente columnista dominical del diario oficialista Página12 y presidente de la ONG Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Pero, además, en su trayectoria cuenta con una militancia en la organización armada Montoneros durante la década del 70.
Con motivo de las versiones aparecidas durante el fin de semana que abren sospechas sobre la presunta participación de Montoneros en el asesinato del cura Carlos Mugica, Verbitsky fue entrevistado en el programa radial de Gustavo Sylvestre donde desmintió tajantemente que la organización haya estado involucrada en el crimen, del que se cumplieron 40 años.
“Hay una operación tratando de ensuciar, porque esos datos disponibles que están en el expediente judicial dicen claramente que fue Juan Carlos Almirón, un policía integrante de la Triple A, y custodio de López Rega”, dijo Verbitsky durante la entrevista en radio Del Plata.
“Almirón murió bajo detención por su participación en ese asesinato”, remarcó el periodista.
“Había conflictos políticos entre Mugica y Montonero, y también entre Mugica y López Rega, y en realidad con López Rega eran conflictos por negocios, porque para el plan de erradicación de las villas, Mugica proponía la autoconstrucción por parte de los trabajadores en cooperativas, y en cambio López Rega tenía un acuerdo con empresas constructoras, con Macri para hacer la urbanización de las villas, y Mugica molestaba mucho y los villeros estaban claramente alineados con él y eso para López Rega era intolerable”, consignó.
Más adelante, en Radio Del Plata, Verbitsky puntualizó que “hay una operación que empezó hace bastantes años, que consiste en identificar al Gobierno de Néstor y de Cristina Kirchner con Montoneros, y segundo atacar a ese gobierno por todos los flancos posibles incluyendo a su atribución a Montoneros, de una cantidad de cosas que Montoneros no hizo, como si no hubiesen habido suficientes episodios reales de Montoneros para además tener que agregar otros”.
miércoles, 14 de mayo de 2014
PGM: Una historia personal galesa
Una historia de la Primera Guerra Mundial en 100 Momentos: 'Después del primer día o dos, los cadáveres se hinchaba y apestaban... '
Robert Graves, de los Reales Fusileros Galeses, describe un episodio de horror y heroísmo en las trincheras
Desde la mañana del 24 de septiembre a la noche del 03 de octubre, tuve en las ocho horas de sueño. Me mantenía despierto y vivo por beber de una botella de whisky al día. Yo nunca había bebido antes, y tienen pocas veces bebido desde entonces; ciertamente me ayudó entonces. No teníamos mantas, abrigos, o láminas impermeables, ni tiempo ni material para construir nuevos refugios. La lluvia caía. Cada noche que salimos a buscar en la oscuridad de los otros batallones. Los alemanes continuaron indulgente y tuvimos algunas bajas.
Después del primer día o dos de los cadáveres se hincharon y apestaban. Vomité más de una vez mientras supervisando el transporte. Aquellos que no podíamos entrar desde la alambrada alemana siguió a hincharse hasta que la pared del estómago se derrumbó, ya sea naturalmente o cuando perforado por una bala ; un olor repugnante flotaría a través. El color de las caras muertas cambió de blanco a gris-amarillo, al rojo, al violeta, al verde, al negro, al baboso.
En la mañana del día 27 un grito surgió de la tierra de nadie. Un soldado herido del Middlesex había recuperado la conciencia después de dos días. Se quedó cerca de la alambrada alemana. Nuestros hombres lo escucharon y miraron el uno al otro. Tuvimos una lanza- corporales misericordiosos llamado Baxter. Él era el hombre a hervir un dixie especial para los centinelas de su sección cuando vinieron fuera de servicio. Tan pronto como se enteró de que el hombre Middlesex herido, corrió a lo largo de la zanja llamada a un voluntario que le ayudara a buscar a in Por supuesto, nadie iría ; que era la muerte para poner la cabeza por encima del parapeto. Cuando él llegó corriendo para preguntarme Me excusé por ser el único oficial de la compañía. Me gustaría salir con él al atardecer, le dije- no ahora. Así que se fue solo. Saltó rápidamente por encima del parapeto, luego paseando a través de la tierra de nadie, agitando un pañuelo ; los alemanes dispararon para asustarlo, pero como insistió que venga de cerca. Baxter continuó hacia ellos y, cuando llegó al hombre de Middlesex, se detuvo y apuntó a mostrar a los alemanes lo que él estaba. Luego se vistió las heridas del hombre, le dio un trago de ron y unas galletas que tenía con él, y prometió estar de vuelta de nuevo al caer la noche. Él regresó, con una camilla de partido único, y el hombre se recuperó. Le recomendé Baxter para la Cruz de la Victoria, siendo el único oficial que había sido testigo de la acción, pero las autoridades pensé que no vale más que una medalla de conducta distinguida.
The Independent
martes, 13 de mayo de 2014
Padre Mugica ¿muerto por quién?
La realidad arruina otro buen relato
El monumento al sacerdote renueva el debate sobre si fue asesinado por la Triple A o por Montoneros.
El padre Carlos Mugica, asesinado hace cuarenta años, figura como una de las víctimas en el monumento emplazado en la Costanera porteña en honor de las Víctimas del Terrorismo de Estado, pero, no existe, por el momento, ninguna prueba que indique que haya sido muerto por la ultraderecha peronista, como tantos han sostenido.
Una hipótesis políticamente correcta y tranquilizadora es que Mugica fue asesinado por la Triple A, la tenebrosa organización paraestatal encabezada, según se cree, por José López Rega, el entonces ministro de Bienestar Social y secretario privado del presidente, que era el general Juan Domingo Perón.
Lo dicen tantos historiadores y periodistas que se ha convertido casi en un lugar común. Su principal argumento a favor es la declaración judicial, el 13 de marzo de 1984, de Juan Carlos Juncos, un riojano que estaba preso en Neuquén por hurtos reiterados. Juncos le dijo al juez José Dibur que había sido el chofer de uno de los vehículos que participaron en los asesinatos no sólo de Mugica, sino también de José Ignacio Rucci y Rogelio Coria, entre otros, por orden de López Rega, de quien era custodia.
Como afirmo en mi libro Operación Traviata, las declaraciones de Juncos fueron rápidamente desmentidas por todas las personas que había nombrado, incluido uno de sus presuntos cómplices, que para la fecha del crimen de Rucci estaba preso en Montevideo. El 13 de junio de 1984, Juncos declaró nuevamente y se retractó: había inventado todo en base a recortes periodísticos para que lo trasladaran a Villa Devoto dado que su mamá estaba enferma.
El juez Fernando Archimbal concluyó el 6 de diciembre de 1984 que Juncos había sido “mendaz” y no había tenido vínculos con la Triple A. Y en febrero de 1988 Amelia Berraz de Vidal dictaminó que “la única intención de Juncos de vincularse al sumario consistió en lograr el traslado a un instituto de detención con sede en Capital Federal a causa de los problemas personales del nombrado. Es así como las primigenias versiones de Juncos carecen de credibilidad para mantenerlo vinculado al caso”.
Los dichos de Juncos fueron tomados como ciertos por todos los gobiernos desde 1998, cuando el presidente era Carlos Menem y la Subsecretaría de Derechos Humanos dictaminó, sobre la base de ese testimonio, que el padre Mugica había sido acribillado por la Triple A. Y por eso figura en el monumento porteño, ahora bajo la responsabilidad del jefe de Gobierno, Mauricio Macri.
Las declaraciones de Juncos también fueron asumidas como ciertas por algunos historiadores y periodistas, como Felipe Pigna en Lo pasado pensado y Eduardo Anguita y Martín Caparrós en La voluntad, volumen 3, pese a que para las fechas en que fueron escritos y publicados la Justicia ya había determinado que Juncos había sido “mendaz”. Como decía un periodista cínico, “que la realidad no te arruine un buen relato”.
La Triple A nunca admitió este asesinato; Ricardo Capelli, que acompañaba a Mugica cuando ocurrió el atentado y resultó herido, identificó luego como autor de los disparos al comisario Eduardo Almirón, uno de los principales secuaces de López Rega. Esos dichos de Capelli han sido desmentidos incluso por familiares de Mugica con el argumento de que si López Rega no quería que se supiera que él había ordenado el crimen, no iba a enviar a uno de sus hombres más conocidos y fáciles de identificar.
Lo cierto es que Mugica pudo haber sido muerto por la Triple A, pero también por Montoneros, dado que había roto ruidosamente con Mario Firmenich y su voluntad de enfrentar a Perón, que, recordemos, el 11 de mayo de 1974, era presidente. Como señala Juan Manuel Duarte, en su libro Entregado por nosotros, Mugica había confesado sus temores de ser asesinado por Montoneros a Antonio Cafiero y Jacobo Timerman, entre otros. Lo cierto es que aún no se sabe quién mató a Mugica.
*Editor ejecutivo de la revista Fortuna.
Su último libro es ¡Viva la sangre!
Perfil
El monumento al sacerdote renueva el debate sobre si fue asesinado por la Triple A o por Montoneros.
El padre Carlos Mugica, asesinado hace cuarenta años, figura como una de las víctimas en el monumento emplazado en la Costanera porteña en honor de las Víctimas del Terrorismo de Estado, pero, no existe, por el momento, ninguna prueba que indique que haya sido muerto por la ultraderecha peronista, como tantos han sostenido.
Una hipótesis políticamente correcta y tranquilizadora es que Mugica fue asesinado por la Triple A, la tenebrosa organización paraestatal encabezada, según se cree, por José López Rega, el entonces ministro de Bienestar Social y secretario privado del presidente, que era el general Juan Domingo Perón.
Lo dicen tantos historiadores y periodistas que se ha convertido casi en un lugar común. Su principal argumento a favor es la declaración judicial, el 13 de marzo de 1984, de Juan Carlos Juncos, un riojano que estaba preso en Neuquén por hurtos reiterados. Juncos le dijo al juez José Dibur que había sido el chofer de uno de los vehículos que participaron en los asesinatos no sólo de Mugica, sino también de José Ignacio Rucci y Rogelio Coria, entre otros, por orden de López Rega, de quien era custodia.
Como afirmo en mi libro Operación Traviata, las declaraciones de Juncos fueron rápidamente desmentidas por todas las personas que había nombrado, incluido uno de sus presuntos cómplices, que para la fecha del crimen de Rucci estaba preso en Montevideo. El 13 de junio de 1984, Juncos declaró nuevamente y se retractó: había inventado todo en base a recortes periodísticos para que lo trasladaran a Villa Devoto dado que su mamá estaba enferma.
El juez Fernando Archimbal concluyó el 6 de diciembre de 1984 que Juncos había sido “mendaz” y no había tenido vínculos con la Triple A. Y en febrero de 1988 Amelia Berraz de Vidal dictaminó que “la única intención de Juncos de vincularse al sumario consistió en lograr el traslado a un instituto de detención con sede en Capital Federal a causa de los problemas personales del nombrado. Es así como las primigenias versiones de Juncos carecen de credibilidad para mantenerlo vinculado al caso”.
Los dichos de Juncos fueron tomados como ciertos por todos los gobiernos desde 1998, cuando el presidente era Carlos Menem y la Subsecretaría de Derechos Humanos dictaminó, sobre la base de ese testimonio, que el padre Mugica había sido acribillado por la Triple A. Y por eso figura en el monumento porteño, ahora bajo la responsabilidad del jefe de Gobierno, Mauricio Macri.
Las declaraciones de Juncos también fueron asumidas como ciertas por algunos historiadores y periodistas, como Felipe Pigna en Lo pasado pensado y Eduardo Anguita y Martín Caparrós en La voluntad, volumen 3, pese a que para las fechas en que fueron escritos y publicados la Justicia ya había determinado que Juncos había sido “mendaz”. Como decía un periodista cínico, “que la realidad no te arruine un buen relato”.
La Triple A nunca admitió este asesinato; Ricardo Capelli, que acompañaba a Mugica cuando ocurrió el atentado y resultó herido, identificó luego como autor de los disparos al comisario Eduardo Almirón, uno de los principales secuaces de López Rega. Esos dichos de Capelli han sido desmentidos incluso por familiares de Mugica con el argumento de que si López Rega no quería que se supiera que él había ordenado el crimen, no iba a enviar a uno de sus hombres más conocidos y fáciles de identificar.
Lo cierto es que Mugica pudo haber sido muerto por la Triple A, pero también por Montoneros, dado que había roto ruidosamente con Mario Firmenich y su voluntad de enfrentar a Perón, que, recordemos, el 11 de mayo de 1974, era presidente. Como señala Juan Manuel Duarte, en su libro Entregado por nosotros, Mugica había confesado sus temores de ser asesinado por Montoneros a Antonio Cafiero y Jacobo Timerman, entre otros. Lo cierto es que aún no se sabe quién mató a Mugica.
*Editor ejecutivo de la revista Fortuna.
Su último libro es ¡Viva la sangre!
Perfil
Suscribirse a:
Entradas (Atom)