El misterio del bunker oculto en la selva misionera para refugio de criminales nazis
La construcción data de los años 40, y en ella se encontraron objetos asombrosamente reveladores. La investigación de los antropólogos del Conicet que reveló el enigmaPor Alfredo Serra || Infobae
El refugio para criminales nazis en Teyú Cuaré (Cueva del Lagarto, en guaraní), parque provincial de Misiones, cerca de las ruinas jesuíticas
Créase o no, una oxidada lata de dulce de membrillo con fotos de Hitler y Mussolini fue la confirmación: en Teyú Cuaré (Cueva del Lagarto, en guaraní), parque provincial de Misiones, cerca de las ruinas jesuíticas, hubo un refugio nazi.
Por años, los nativos sospecharon que en ese rincón de la selva se escondía Martin Bormann, lugarteniente de Hitler y uno de sus más obsecuentes servidores, pero es una leyenda…: el criminal nazi murió en 1945, al cruzar un puente mientras huía de una Berlín hecha polvo por los aliados, alcanzado por una granada, según testimonio del criminal Klaus Altmann (nombre de guerra, Barbie), en marzo del 72, a quien esto escribe:
–Muerto y bien muerto, por suerte. Era un sujeto repugnante. Yo lo hubiera matado con mis propias manos.
Ergo: no había razón alguna para que mintiera.
Pero el telón de la verdad se abrió gracias a la minuciosa investigación de Daniel Schávelzon y Ana Igarreta, antropólogos del Conicet, volcada en las 456 páginas del libro Arqueología de un refugio nazi en la Argentina–Teyú Cuaré, Editorial Paidós.
La lata de dulce de membrillo que contenía fotos de Hitler y Mussolini
Durante meses bajo el sofocante clima misionero, impío cóctel de calor y humedad, y abriéndose paso a machete en esa selva que todo lo devora, llegaron a la planta baja, puerta de entrada del refugio, construida con bloques de piedra casi en forma de pirámide.
Fotos, papeles, recortes de diarios…
A pesar de su similitud con las ruinas jesuíticas del siglo XVII, otros hallazgos fueron revelando pruebas irrefutables de su data: alrededor de los años 40.
Por ejemplo, en ese refugio de no más de nueve metros cuadrados de base y cinco metros de altura, hallaron una bañadera de azulejos y baño con cañería de hierro y una pared de color azul Prusia.
Adolf Hitler y Benito Mussolini en una vieja foto encontrada en el refugio
Un camino, también de piedra y de unos veinte metros de largo, llevaba directamente a la puerta de entrada.
Más adelante, una escalera de nueve peldaños para subir hasta el piso superior.
Según los investigadores, "tras un pórtico de acceso hay una sala-comedor, dos dormitorios, baño, cocina, y una habitación se servicio o depósito".
Una de las escaleras del bunker en la selva
En el baño, un inodoro, un contenedor del rollo de papel higiénico, una ducha, un tanque de agua con instalación para agua fría y caliente, y los pisos de baldosa, prueban –más que sugieren– que el bunker fue construido como vivienda secreta de habitantes de refinadas costumbres europeas.
La existencia del refugio coincide con una declaración del almirante Karl Dönitz (1891-1980):
–La flota submarina alemana está orgullosa de haber construido un paraíso terrenal, una fortaleza inexpugnable para el Führer en algún lugar del mundo.
¿Ese lugar fue Teyú Cuaré?
La construcción del bunker exigió el fatigoso trabajo de muchos hombres. De otro modo era imposible arrastrar desde una cantera y elevar pesados bloques de piedra, apilándolos, hasta completar toda la estructura.
En cuanto a los objetos encontrados, no dejan duda de que fue construido para refugiar nazis y hasta que allí haya vivido un nazi o una familia nazi.
De otro modo no es posible explicar la colección de monedas guardadas en una caja de lata: una, argentina, de 1939, otras de países invadidos por Hitler entre 1938 y 1942, y cuatro de Paraguay, Argentina y Alemania acuñadas hacia el fin de la Segunda Gran Guerra.
Parte de la colección de monedas encontradas
Y no es todo: se encontró un recorte del diario La Prensa, de 1932, con la foto de un adolescente de las Camisas Pardas hitlerianas (SA) con su uniforme paramilitar; una foto restaurada, año 1934, de Hitler y Mussolini juntos; restos de vajilla de porcelana de Silesia marca Ohme, de alto precio; ampollas de la vacuna Anticoli Croveri contra enfermedades intestinales (una caja completa y sin uso); un cubierto bañado en plata con iniciales ilegibles; un fino vaso de vidrio esmerilado; un frasco de Emulsión de Scott, poción universal no farmacéutica; un cinturón militar del ejército español franquista con hebilla de bronce: detalle, antes de enterrarla le sacaron la cruz de esmalte rojo…; cocina a leña sobre un piso de mosaicos de colores y sistema de cañerías, y una ventana de fabricación industrial, sin vidrio pero con su marco intacto.
Los restos de vajilla de porcelana de Silesia marca Ohme, de alto precio
Evidencia sin discusión: la construcción del bunker exigió el fatigoso trabajo de muchos hombres. De otro modo era imposible arrastrar desde una cantera y elevar pesados bloques de piedra, apilándolos, hasta completar toda la estructura.
El cinturón militar del ejército español franquista con hebilla de bronce: detalle, antes de enterrarla le sacaron la cruz de esmalte rojo…
La zona del refugio, que más que realidad fue por largos años una leyenda casi fantasmal, era impenetrable y hasta ignorada en el catastro. Recién se le abrió un camino en 1999, cuando el gobierno de la provincia lo creyó esencial como parte del parque. Y aún así, oculta entre dos acantilados de más de cien metros cada uno, no es posible ser vista ni por el Google Earth…
En ese refugio de no más de nueve metros cuadrados de base y cinco metros de altura, hallaron una bañadera de azulejos y baño con cañería de hierro y una pared de color azul Prusia
Pero otro misterio permanece: ¿qué nazi o familia nazi vivió allí? Sin duda, a juzgar por los objetos, es casi seguro que sí. Pero no hay prueba alguna de la veracidad de las creencias populares. Una jura que el refugio fue vivienda de paso del monstruo Joseph Mengele, el coleccionista de ojos azules, antes de su fuga al Brasil, donde vivió hasta el 7 de febrero de 1979, cuando se ahogó mientras se bañaba plácidamente en las tibias aguas del mar. La otra, tan tenaz como ciega, sigue aferrada a que allí vivió Martin Bormann. Con tanta convicción, que cada tanto alguien escribe su nombre en las piedras y lo acompaña pintando una cruz gamada.
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